Reposición de una peli de hace más de veinticinco años pero que mantiene todo su interés tanto cinematográfico como literario. Trata de profundizar en la tormentosa biografía de este extraordinario escritor, dramaturgo, poeta. La historia se narra en cuatro capítulos que se construyen de un modo similar: en un primer momento (y, por lo tanto, ya desde el comienzo del film y hasta su final) se cuenta minuto a minuto el último día de la vida de Mishima cuando, acompañado por cuatro hombres de absoluta confianza suya, entró en una academia militar/cuartel, retuvo al general al mando, lanzó una arenga a la tropa y luego se suicidó por la técnica tradicional en el Japón de la evisceración, el seppuku, que incluye además la decapitación del suicida. Después se recurre a algunas de las mejores obras del autor en la medida en que tienen algo de autobiográfico, en unos momentos que el director, Paul Schrader considera determinantes en la vida de Mishima. Por último, los episodios se cierran con alguna reflexión de la también abundante y original obra ensayística presidida por esa pretensión del diálogo entre la pluma y la espada que es característica de la moral caballeresca de los samurai y el autor de El mar de la fertilidad hizo suya y en la que brillan como gemas incrustadas sus diversas obsesiones con la pureza, la belleza, el arte y el mundo y, sobre todo, la muerte, tan heideggerianamente presente en la obra de Mishima que acabó coronando su vida con la suya dada por propia mano. Esta estructura narrativa sólo se rompe en el cuarto capítulo o episodio que versa exclusivamente sobre el "incidente" de aquella mañana del veinticinco de noviembre de 1970 en que el mundo se negó a recibir el mensaje de Mishima y éste llevó su fe en sus convicciones de vida de sacrificio, deber, patriotismo y lealtad al Emperador a sus últimas consecuencias.
Las obras de las que Schrader escoge los elementos narrativos de los tres primeros episodios son las Confesiones de una máscara, El pabellón de oro, Caballos desbocados y La casa de Kyoko con los que documenta con gran elegancia estilística y belleza narrativa (flash backs en blanco y negro y relatos en escenografías oníricas y surrealistas) algunos de los elementos que se reiteran en la vida y la obra de Mishima y forman la urdimbre de su atormentada y compleja personalidad: su formación y educación a manos de su abuela y el pronto reconocimiento de su homosexualidad, vivida en parte como un problema pero que no le impidió casarse con una mujer y tener dos hijos, todo ello extraído de las Confesiones de una máscara, el relato más típicamente autobiográfico de nuestro autor. De esta época es también esa ambigua imagen de Mishima convertido en una copia del San Sebastián de Guido Reni, a cuya visión siendo niño y según cuenta el mismo Mishima, tuvo su primera eyaculación.
No menos importancia tiene su manifiesto erostratismo (evidente hasta en el hecho simbólico del incendio del templo en El pabellón de oro) que es en buena medida lo que explica su aparatoso suicidio en presencia de todo el mundo a los cuarenta y cinco años y siendo ya por entonces un autor de considerable éxito y reconocimiento mundial. Él, que había cortejado el favor del público, que había escrito novelas baratas para satisfacerlo, afirmaba así, en el último momento, el valor de sus convicciones pues tenía el de predicar con el ejemplo que es justamente lo que por lo general falta en los casos de otros autores con parecidas inclinaciones tempranas a las de Yukio Mishima que hablan pero no hacen.
De Caballos desbocados, por cierto la tercera parte de su magnífica tetralogía, El mar de la fertilidad cuya última novela entregó Mishima al editor el mismo dia del incidente se recoge ese espíritu tradicionalista, exaltado, nostálgico del espíritu japonés puro que late en la conjura de la novela por acabar con la elite capitalista japonesa y restituir el valor del emperador en el último momento y que será lo que empuje a Mishima a fundar su Sociedad del escudo que acabó siendo un ejército privado suyo con uniformes que él mismo diseñó.
Tengo un gran respeto por la obra de Mishima y mayor admiración aun por su forma de enfocar su vida y su muerte porque, aunque difiero radicalmente de algunos de sus planteamientos (los de carácter autoritario, jerárquico, imperial, nacionalista, patriótico) coincido plenamente en otros como la autenticidad del artista, su obsesión por transformar el mundo con pautas estéticas, su valor y su integridad personal. Mishima representa un caso más de esa mezcla extraña entre literatura y mentalidad conservadora, incluso reaccionaria, que caracteriza también a otros autores importantes como Jünger o Céline entre otros; gentes a los que una crítica literaria generalmente de izquierda, ha mantenido acalladas hasta ahora.
Mishima, una vida en cuatro capítulos es una estupenda síntesis del sentido de la vida de un artista, un creador, un héroe de la batalla (aunque se libró del servicio militar a base de mentir, cosa que lo atormentó depués toda su vida) y un príncipe de las letras. Y una película que no ha envejecido en modo alguno, como se prueba, entre otras cosas por esa banda sonora fabulosa que es ya una historia en sí misma.