Habitualmente los libros sobre el nacionalismo son estudios teóricos sobre éste, la última gran ideología política más en el campo del deber ser (nacionalismo sí, nacionalismo no) que del ser concreto o bien estudios histórico-empíricos acerca de las formas o periodos específicos de una u otra formas de nacionalismo. Esta obra ( Manuel Ortiz Heras (coord.) (2009), Culturas políticas del nacionalismo españolEdiciones de La Catarata, Madrid, 287 págs.) abre un territorio nuevo y muy prometedor: el de los aspectos parciales, concretos del nacionalismo en determinados momentos de la historia que tienen, por así decirlo, una relevancia conceptual que es transversal a la ideología y, por lo tanto, permite también perspectivas comparadas. El nacionalismo tratado con perspectiva esencialmente historiográfica es el español. No es necesario decir que el autor se siente en la obligación de introducir el asunto precisando la referencia al "nacionalismo español". Hay uno que es conservador y hasta reaccionario, muy obvio en la historia de España, país en el que ha regido durante largos años como la única forma ideológica posible y otro de carácter liberal que aparece y reaparece en la historia como el Guadiana, mucho más débil.
Xosé M. Núñez Seixas, (Nacionalismo español y franquismo: una visión general) es una especie de valoración del caudillismo franquista de postguerra. Ya en la guerra este nacionalismo partía de la idea de Castilla como unificadora de los pueblos de España. Se une la idea de la Hispanidad, utilizada por la Falange que desde al comienzo permitió que se imprimieran algunos escasos textos en gallego o mallorquí. Hubo una "política de renacionalización" en el franquismo que, sin embargo, no traspasó la esfera pública. Posteriormente la Dictadura pasó a celebrar la doctrina oficial de las peculiaridades regionales de España (p. 31). Fue el "españolismo regional". No obstante los medios de que dispuso, el segundo intento de renacionalización autoritaria del siglo XXI fracasó (p. 34). Sandra Souto Kustrín (Asociacionismo y movilización juvenil y nacionalismo en España y en Europa (1900-1945)) un interesante trabajo sobre un tema atractivo pero infrecuente: la movilización general de la juventud con discursos nacionalistas y patrióticos. Ya comenzó con los Boy Scouts del coronel Baden-Powell en 1908 y toda Europa siguió el ejemplo. El franquismo lo hizo con la Organización Juvenil de la Falange, una movilización de la juventud que ya se había iniciado con Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo (p. 45) De ahí procedió después tanto la Sección Femenina de la Falange como el SEU y la asignatura de la Formación del espíritu Nacional (p. 49). Sebastian Balfour (La derecha política y la idea de nación) es un brillante ensayo sobre el sentido de la nación para la derecha cuya teoría es teleológica y organicista y se enfrenta a la anti-España (p. 61). Analiza y critica por sesgado el informe colectivo de la Real Academia de la Historia de 1997, Reflexiones sobre el ser de España como una racionalización retrospectiva (p. 62). Aunque acabe aceptando la fórmula de la "nación de naciones" (p. 63), hay un discurso en contra del nacionalismo de la periferia que esconde otro esencialista y español (p. 64). La derecha política trata de disimularlo. Edurne Uriarte, a su vez, rechaza el nacionalismo esencialista tanto como el de la periferia y les contrapone un nacionalismo político que no se ve en la derecha. El Gobierno del PP en 1996 tuvo una actitud y el de 2000 otra. En 2002 se aprueba la famosa ponencia del PP sobre el Patriotismo constitucional que redactan Josep Piqué y María Sangil. A partir de 2004 se impone otro giro en la dirección del "¡España se rompe!" Alejandro Quiroga Fernández de Soto (Traiciones, solidaridades y pactos. La izquierda y la idea de España durante la transición) es un estupendo trabajo sobre la gran cuestión de la izquierda y el nacionalismo en España, esto es, por qué la izquierda abandonó el reconocimiento del derecho de autodeterminación. El autor comentá el destino de Lo que queda de España, de Jiménez Losantos y el manifiesto de los 2.300. Según Quiroga el abandono de la autodeterminación no fue movido por ninguna evolución ideológica o debate sino por una serie de negociaciones políticas a lo largo de tres coyunturas críticas: 1ª) diciembre de 1976-enero de 1977, cuando el PSOE y el PCE aceptan todas las propuestas de Suárez; 2ª) abril a octubre de 1978, las negociaciones sobre la Constitución; y 3ª) julio de 1981, la LOAPA (p. 76). Hace un recorrido por la transición desde la muerte de Franco para analizar cómo los partidos abandonan la autodeterminación. Por supuesto en Cataluña y en el País Vasco la izquierda guardó algo más de sus esencias nacionales (p. 87). Óscar Martín García ("Separatismo", "subversión" y violencia colectiva en el País Vasco (1968-1976). Nuevas perspectivas del cambio político desde las fuentes del Foreign Office) es un trabajo original sobre todo por el tipo de fuentes: los informes del servicio diplomático inglés (embajador, cónsules) al Foreign Office sobre lo que ocurría en España en los años de la transición. Es un curioso relato en el que se siguen las actividades de ETA, desde la muerte de Melitón Manzanas, los juicios de Burgos, la muerte de Carrero Blanco y las leyes de amnistía de 1977. Diego Muro (Una larga transición: nacionalismo vasco y cambio político en Euskadi) sostiene que la imagen de la transición como un proceso suave y modélico nada tiene que ver en el País Vasco (p. 134). Hace especial hincapié en el nacionalismo del PNV (y el hecho de que no se incorporara a la dinámica constitucional), la transición, la violencia política como intento de desestabilización que fracasa. Agustín López Villaverde (La transición religiosa o eclesial en España) abarca desde el nacionalcatolicismo a lo que vino luego y ahora, con la deslegitimación del franquismo. Analiza la pretransición a la luz del impacto del Concilio Vaticano II (1962-65). Al comienzo de la transición la Iglesia aparece dividida en dos sectores: los integristas, nostálgicos del franquismo, partidarios de votar "no" a la Constitución, acuadillados por Marcelo González y monseñor Guerra Campos (p. 169) y los más aperturistas. El episodio que narra el fin de la transición en la Iglesia fue el golpe de 1981, cuando la Conferencia Episcopal no reaccionó en contra (p. 170). Por último, las relaciones entre la Iglesia y el Estado se ajustan con los acuerdos con la Santa Sede (entre julio de 1976 y julio de 1980) que enmarcaron la adaptación eclesial al aconfesionalismo y su resistencia a perder el espacio público. (p. 173) Damián A. González Madrid y Manuel Ortiz Heras ("La cuestión religiosa en la transición. La opinión "progresista" desde una tribuna de papel: "El País" (1976-1981)) es un estudio sobre el modo en el que se ha tratado la cuestión religiosa en los editoriales de El País en los años indicados. Se analiza el comienzo de la prensa libre en España y luego la posición de El País que siempre fue en contra de la ficticia neutralidad política de la Iglesia y siguiendo todas las cuestiones candentes que afectaba a la Iglesia, como la educativa, la del divorcio, etc. Pedro Oliver Olmo (Los iniciadores del movimiento de objetores de conciencia (1971-1977)), él mismo un objetor de conciencia, trae noticia del movimiento de objetores de conciencia por razones laicas, distinto del de los testigos de Jehová. Trata del reconocimiento del derecho a la objeción de conciencia a través del caso Beunza y luego el movimiento de los insumisos. La respuesta del sistema fue en tres pasos: primero las amnistías de 1977, luego la orden del general Gutiérrez Mellado de la "incorporación aplazada" y, por último, la supresión del servicio militar obligatorio durante el gobierno de Aznar.