divendres, 3 de juliol del 2009

Apoteosis del color.

En el Thyssen de Madrid tienen una interesante exposición de Matisse en su conocido como "periodo medio", entre 1917 y 1941. Sea del tiempo que sea, la exposición ilustra también sobre los comienzos del artista y hay muestras del primer fauvismo, así como alguna de influencia postimpresionista y varias referencias al cubismo. Luego, ya genera Matisse su propio estilo, aunque seguirá teniendo hasta su muerte una vinculación estrecha con el espíritu impresionista, cosa que se ve por el hecho de que su pintura es sobre todo, desde el comienzo al final, pintura de colores.

En la obra de Matisse, me parece, se ven más las personas que los estilos, aunque no siempre. Cuesta detectar en ella rasgo alguno del alumno de Moreau o, lo que es más llamativo, de Bouguereau. En cambio, Cézanne surge casi de inmediato, nos llama desde un paisaje. La exposición incluye el cuadro de éste, Las tres bañistas que Matisse tuvo treinta y siete años en su posesión y que debía de saberse de memoria, por lo que él mismo decía. Pero también aparecen claras influencias, como homenajes o improntas de Derain con quien convivió bastante tiempo, Dufy, Van Gogh, Picasso, también amigo de numerosas ocasiones, Vlaminck, etc.

Matisse era un hombre esponja, capaz de absorber estilos y de concentrarse en temas. La exposición, que tampoco es muy extensa pues puede constar de unas setenta piezas, se concentra en tres puntos: a) escenas íntimas, b) ventanas y c) orientalismo. En las escenas íntimas, bodegones, retratos, interiores es donde rompe más violentamente con las normas clásicas de la perspectiva y la profundidad del arte pictórica como puede comprobarse en el famosísimo Armonía en rojo, que es de 1908, razón por la cual no forma parte de la exposición, pero yo no me resisto a incluir aquí porque me parece una obra exquisita. Y muy ejemplar de lo que se dice: trátese de averiguar en qué plano se sitúan la silla, la mujer y la ventana.

El segundo grupo es el de las ventanas, ventanas a Niza, a Collioure, a Tanger, a Saint-Michel. Hay que ver qué cantidad de ciudades y lugares ha retratado Matisse a través de ventanas que es una forma de pintar un cuadro con dos marcos. Y además de protagonista de la obra, la ventana es, en muchas ocasiones, elemento de la composición. Desde que se introdujo la perspectiva, una visión del mundo exterior, otro mundo, lo que sirve para dar profundidad a la composición o sentido. Porque pronto la importancia de la ventana se hizo patente por su color simbólico. Puesto que se abre a otro mundo, nada cuesta ya decir que se trata del Otro Mundo; la ventana abierta, símbolo de la eternidad. Y junto a la ventana, el segundo gran hacedor de otros mundos, aunque Matisse le dedica escasa atención, el espejo. Dos de los más interesantes cuadros de la muestra, creo, son sendas imágenes dobles de mujeres frente a un espejo, de forma que vemos en la composición, por ejemplo, la modelo real de frente y de perfil la virtual. Contemplándolo se le viene a uno a la cabeza la idea de que la chispa de Picasso consistió en superponer el frente y el perfil en una sola oferta, como si fuera una imagen doble.

Por último, el exotismo, presente en los temas morunos. El norte de Marruecos, al que viajó, es para Matisse más o menos como la España por la que anduvo Manet, tierras excitantes por lo exóticas. El orientalismo de Matisse se advierte en sus muchos cuadros de odaliscas, un tipo de desnudos cargados de sensualidad que, por cierto, nada tiene que ver con la de su maestro Bouguereau ya que está basada también en la pincelada. Como puede verse en la imagen del folleto de mano, la Odalisca con pandereta, aunque los colores estén desvaídos y, desde luego, en la de Las dos odaliscas, en el recordatorio de que la sensualidad de la pincelada puede estar fuera del cuerpo de las mujeres.

La exposición contiene también algunas tallas, bronces, un par de ellos muy curiosos: unos torsos en bronce que sobresalen en mediorrelieve de una plancha y que parecen emerger de ella, como sucede con la piedra en los esclavos de Miguel Ángel. Los dibujos son muy ilustrativos de la forma de trabajar de Matisse: de trazo sencillo y muy simple es una silueta, pero en ella está la posterior silueta pictórica que nos es tan familiar: el desnudo azul, por ejemplo.

Hay quien acusa a Matisse de superficialidad y de hacer una pintura ornamental. En verdad, no será él quien lo niegue, habiendo sido quien introdujo el arabesco en la pintura, es decir, quien reconoció el arte que había en las inscripciones islámicas al tener prohibido reproducir las figuras. Las suras coránicas son formas artísticas allí donde la figura humana o del mundo en general no puede serlo. Por lo demás, nunca he entendido bien esa acusación de ornamental tratándose de pintura que es un arte esencialmente ornamental. Parece como si quisiera decirse que es pintura que sólo es ornamental, que no tiene significado profundo. Esto, por lo demás, puede decirse de todas las artes. Por ejemplo, la música. De algún autor se dice que es superficial porque sus composiciones suenan bien queriendo decir que "no aspiran a nada más que" a sonar bien, sin impulsar al espíritu de los oyentes a algún tipo de peligrosa aventura interior. De todas formas, es difícil no ver la Armonía en rojo de más arriba como un cuadro típicamente modernista, que es una tendencia básicamente ornamental y, al mismo tiempo, lo hemos visto, es una especie de ruptura de paradigma artístico.