Las elecciones generales de marzo de 2004 fueron muy traumáticas a causa de los atentados del 11-M que, además de los muertos, los heridos y los destrozos psicológicos y materiales que causó, provocó una grave alteración de la vida política española. Pero no porque, como han venido sosteniendo el PP y sus medios afines, aquellas bombas produjeran un vuelco electoral imprevisto y dieran una inmerecida victoria al PSOE, sino precisamente porque, amparada en esta falsa interpretación, la derecha española estuvo deslegitimando las elecciones e introduciendo un factor de inestabilidad en el sistema político que sólo se ha calmado (relativamente) con la subsiguiente derrota en 2008. Todavía hace un par de días, el señor Sánchez Dragó aconsejaba al juez Garzón que mandara detener al señor Rodríguez Zapatero que había llegado al poder gracias a un atentado.
A lo largo de la VIII legislatura, el partido conservador y los medios que lo apoyan, singularmente el diario El Mundo, la cadena de radio de los obispos COPE y la televisión pública de la Comunidad de Madrid, Telemadrid, dieron pábulo a la tesis de que los atentados del 11-M prácticamente robaron las elecciones al PP. Y prosiguieron con la labor de manipulación y engaño a que se dedicó frenéticamente el Gobierno del PP entre el 11 y el 14-M para ocultar la verdadera autoría del crimen y cargársela a ETA. En aquellos días tal mistificación tenía, cuando menos, una razón utilitaria pues el Gobierno pensaba, con buen motivo, que si se atribuían los atentados a Al Qaeda perdería las elecciones, mientras que si se le cargaban a ETA las ganaba. Que la patraña se haya mantenido hasta el día de hoy, pasando por encima de las conclusiones de una comisión parlamentaria de investigación y de un proceso penal en la Audiencia Nacional ya visto y sentenciado sólo puede tener objetivos más confusos pero no menos inconfesables: justificar la actuación del gobierno ex post facto, deslegitimar la victoria electoral del PSOE, crear un clima de inseguridad e intranquilidad que pensaban los beneficiaría en posteriores elecciones y mantener unidos a sus apoyos en una política de confrontación. Todo ello sin ánimo alguno de minusvalorar la fabulosa capacidad de la derecha española para el histrionismo más celtibérico y su desprecio por las reglas normalmente no escritas de los usos democráticos civilizados.
Para desmontar tantas patrañas tan torpemente urdidas como descaradamente mantenidas no era suficiente el discurso ordinario o periodístico por muy de sentido común que fuera sino que era necesario aportar argumentos con consistencia empírica, científica, que probaran irrefutablemente que la verdad era otra. A cubrir esta necesidad viene el libro coordinado por José Ramón Montero, Ignacio Lago y Mariano Torcal (Elecciones generales 2004, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 2008, 486 págs), tres reputados investigadores en cuestiones electorales que encabezan una serie sistemática de trabajos de otros especialistas que no dejan lugar a dudas acerca de qué interpretación cabe dar al resultado electoral. La conclusión principal del libro es que los atentados del 11-M no supusieron "vuelco" alguno, que las elecciones de marzo de 2004 no fueron "excepcionales" en sentido político (obviamente sí humano). A la altura del diez de marzo PSOE y PP estaban prácticamente en "empate técnico", cualquiera hubiera podido ganar por estrecho margen, aunque parecía tener más probabilidades el PSOE y los atentados sólo vinieron a aportar algunas décimas porcentuales más a su triunfo.
El trabajo que los tres coordinadores publican (y así lo explican en un último capítulo de reflexión) trata de ser un análisis completo de las elecciones desde las diversas pespectivas sobre las que existen modelos teóricos explicativos del comportamiento electoral y de los que se disponen de abundantes datos empíricos. Estos proceden en la inmensa mayoría de los trabajos tanto de una encuesta postelectoral realizada por TNS/Demoscopia dirigida por Richard Gunther y José Ramón Montero en abril-mayo de 2004 con una muestra representativa de 2.929 ciudadanos, como de las series de datos del CIS, en especial sus barómetros, con recurso en ocasiones a otros bancos como el Estudio General de Medios. Todos los trabajos aplican modelos teóricos de comportamiento electoral à la page y emplean metodologías estadísticas refinadas que en la mayoria de los casos descansan sobre diversos tipos de ecuaciones de regresión logística binomial o multinomial complementados con índices de indiscutida eficacia explicativa. Y a fe que el resultado es el que los coordinadores se han propuesto y con contundencia.
Para Julián Santamaría (Las elecciones generales de 2004 en su contexto) el PP concurría a las elecciones de 2004 con un buen balance de la VII legislatura en política económica y lucha antiterrorista. En su opinión le faltó capacidad para interpretar y administrar su éxito (p. 37) porque se equivocó a su vez al interpretar los resultados de 2000 (p. 42). Sendas encuestas realizadas por Noxa Consulting el 10 y el 12 de marzo mostraban que la intención de voto al PSOE sólo subió un punto porcentual (p. 58). El atentado no modificó la tendencia general que, sumando intención de voto y simpatía, era de o,3 puntos a favor del PSOE un mes antes, 1,5 puntos diez días antes y 2,6 dos días antes. Al final fueron 4,9 puntos. Concluye Santamaría: "...el PSOE habría ganado en todo caso, con o sin atentado. Lo único que cabe discutir es si lo habría hecho o no por la misma diferencia." (p. 58) Que no es poco discutir. Coincido con el autor en lo grueso de la afirmación pero no me parece que una diferencia de 2,3 puntos, casi el doble de la distancia dos días antes sea asunto baladí. Lo que sucede es que tampoco creo que ese empujón viniera dado por el atentado en sí sino, como creo colegir del trabajo de Montero en este libro, del modo en que el Gobierno lo gestionó. Es lo mismo y no es lo mismo porque igual que se pueden hacer análisis contrafácticos de qué hubiera pasado si no habiera habido atentado (que se hacen) también podrían hacerse midiendo qué hubiera pasado si el Gobierno, en lugar de ponerse a mentir, hubiera gestionado el atentado de modo sincero y noble. Téngase en cuenta que, además de no incurrir en el odium que su actitud le granjeó, hubiera tenido la superaditividad que le hubiera ganado su actitud.
Antonia María Ruiz Jiménez (Competición política y representación de mocrática: la oferta electoral de los partidos) procede a un análisis cualitativo de los programas electorales de doce partidos utilizando para los datos el Comparative Manifest Project (p. 70) y el programa ATLAS/ti para análisis de documentos asistidos por ordenador, y se centra en tres cuestiones: el tono general de la campaña (negativismo, etc), las cuestiones "españolas" (esto es, terrorismo y organización territorial del Estado) y la división izquierda/derecha (en las cuestiones relativas al Estado del bienestar y las fiscales). La campaña no fue muy negativa (salvo en el caso de ERC). La dimensión nacional estuvo más presente en los partidos nacionalistas que en los "nacionales" (p. 86), cosa bastante lógica dado que estos no tienen que reivindicar la nación. Es lo más llamativo. Las otras conclusiones son esperables. Los partidos y los programas, dice Ruiz Jiménez no son iguales y los ciudadanos ven que entre los dos nacionales hay más desacuerdos que acuerdos (p. 105).
Víctor Sampedro, Óscar García Luengo y José Manuel Sánchez Duarte (Agendas electorales y medios de comunicación en la campaña de 2004) parten de la conocida tesis de Sampedro de que el 11-M hubo un "colapso de la esfera pública democrática" (p. 108). Los partidos trataban todos de imponer su agenda mediática pero sólo lo consiguió el PP. La metodología que emplean es el análisis de piezas informativas de cinco periódicos (El País, El Mundo, ABC, La Vanguardia y El Periódico) relativas al llamado "caso Carod" entre enero y marzo de 2004 con la creación de media events (p. 126) y el analisis de las televisiones (TV1, Telecinco, Antena 3 y La Cuatro) en relación con los cinco grandes temas de la campaña: terrorismo, Estado del bienestar, modelo de Estado, estrategias de la campaña, coaliciones y tripartito (p. 130). El PP dominó la campaña; las posibilidades del PSOE se vieron muy mermadas pero, al final, el primero perdió las elecciones en lo que colijo sea el efecto del "colapso de la esfera pública democrática". Para los autores que en esto discrepan de otros en el libro, el PP no cometió ningún error al plantear su campaña para deslegitimar al PSOE y desmovilizar a su electorado. Al contrario, tuvo un triunfo considerable gracias al control mediático que ejerció (p. 141). Pero obviamente, no fue suficiente para que el triunfo se convirtiera en victoria.
Joan Font y Araceli Mateos (La participación electoral) sostienen que en España contamos con una mayoría de "electores constantes" (p. 156) y que la participación en 2004 fue alta, pero no más de lo que fue en 1977, 1982 y 1996. En verdad, los atentados del 11-M tuvieron un efecto movilizador mínimo porque la movilización se había dado ya en la campaña electoral (p. 157). No cabe, pues, hablar de una participación excepcional producto de un hecho extraordinario (p. 167).
José Ramón Montero e Ignacio Lago (Del 11-M al 14-M: terrorismo, gestión del Gobierno y rendición de cuentas) niegan la teoría del vuelco electoral. Según los datos anteriores al 14-M PP y PSOE estaban prácticamente empatados y la recuperación del segundo respecto al primero (que había tenido 10 puntos porcentuales de ventaja en 2000) se debe a: a) que los electores responsabilizaron al Gobierno del 11-M a causa de la guerra del Irak; b) la manipulación sobre la autoría de los atentados; c) la valoración negativa de casi todos los ámbitos de gestión gubernamental en los cuatro años anteriores, esto es, el Gobierno había creado una opinión pública negativa que aumentó con sus errores (p. 179). Este último punto me parece importante pero casa mal con la tesis de Santamaría de los éxitos del Gobierno en la VII legislatura que simplemente no habría sabido administrar. Los autores reflejan bien el dilema del Gobierno del 11 al 14-M: si se probaba que había sido ETA, ganaría las elecciones por tratarse de una valence issue (o sea, acuerdo general), pero si se probaba que había sido por el Irak las perdería porque éste era una position issue (o sea, desacuerdo). Proceden a una interesante estimación cuantitativa de la incidencia de los atentados con un modelo de regresión binomial y análisis de volatilidad antes y después de los atentados con varias simulaciones contrafácticas y concluyen que el 11-M tuvo un efecto significativo pero no decisivo. No hubo vuelco ni voto del miedo. Los españoles responsabilizaron el Gobierno del 11-M por la guerra del Irak y, además, estuvieron en contra de cómo el Gobierno gestionó la crisis (p. 200). "La derrota del PP no puede atribuirse ni exclusiva ni principalmente a los terribles atentados del 11-M sino al funcionamiento de los mecanismos básicos de responsabilidad política y de control democrático." (p. 204)
El libro tiene todavía otra serie de trabajos no menos interesantes y algunos verdaderamente poco frecuentes o incluso novedosos, como el análisis de las elecciones al Senado o el que versa sobre los intermediarios personales y las conversaciones políticas. Pero como no se puede abusar de la paciencia de nadie (incluido el mismo bloguero) quédese el asunto para el post de mañana.