Siempre que se da una innovación tecnológica surgen profetas que cantan sus excelencias como panacea y, en algún momento, contraprofetas que los refutan, especialmente de dentro de la misma innovación, por aquello de que nadie es profeta en su tierra. Este interesante libro (Núria Almiron y Josep Manuel Jarque (2008), El mito digital. Discursos hegemónicos sobre internet y periodismo, Barcelona, Anthropos, 176 págs.) pertenece al género contraprofético desde el interior pues, al menos en el caso de Núria Almiron, es autora de una obra anterior (Los amos de la globalización. Internet y poder en la era de la información Barcelona, Plaza y Janés, 2002) escrita en un espíritu cercano al que ahora se critica en ésta.
El mito digital consta de cuatro capítulos no enteramente ajustados entre sí ya que alguno de ellos procede de una publicación anterior y distinta, lo que hace que la unidad del conjunto, ya afectada por el hecho de tratarse de una obra en comandita, se resienta.
El punto esencial de la obra (en los dos primeros capítulos) consiste en denunciar el carácter mitológico de los discursos justificativos del impacto de internet en el mundo de hoy. Los autores acuden a la obra de Ludolfo Paramio (Mito e ideología, Madrid, Alberto Corazón, 1971) en busca del fundamento teórico para substanciar su apreciación del ciberdiscurso como un discurso mítico. Es una base excesivamente pobre y muy pasada y hubieran hecho mejor echando una ojeada a lo muchísimo que sobre pensamiento y discurso míticos se ha producido desde entonces, sin ir más lejos, a las muy recientes y esclarecedoras elaboraciones de Gustavo Bueno sobre el mito aplicado (a favor o en contra) a la televisión, la izquierda, España, etc. De esa manera hubieran conseguido evitar la impresión que produce su libro de no distinguir convenientemente entre mito e ideología y de usar indistintamente ambos conceptos.
Siguiendo a Hervé Fisher señalan los autores tres discursos acerca del mito del Ciberprometeo: los prometeicos, los equidistantes y los críticos (p. 26) y ellos se sitúan decididamente en el campo de los críticos, conjuntamente con los Mattelart, Dominique Wolton o Paul Virilio, que denuncian que la ideología de la sociedad de la información es la del mercado (p. 27). La verdad, no me siento muy cómodo con esta adjudicación, quizá por mi espíritu romántico e ilustrado que tiende a ver a Prometeo precisamente como el mito propio de la Ilustración
Para Almiron/Jarque los centros emisores de discursos ciberprometeicos son la academia, las empresas del sector, la política y los medios de comunicación (p. 31) y las consecuencias de dichos discursos, que arrancan de Marsall MacLuhan y siguen en las obras de Nicholas Negroponte, Alvin y Heidi Toffler, Bill Gates, George Gilder et al., son el misticismo religioso (en lo psicosocial), el determinismo (en lo tecnológico), el neoliberalismo (en lo económico) y el conservadurismo (en lo político) (p. 32). Probablemente; como probablemente las consecuencias del contradiscurso ciberpromteico sean otras formas de misticismo, de determinismo, el intervencionismo en lo económico y el "progresismo" en lo político con más o menos el mismo derecho a existir que las otras, salvo que se parta de una idea predeterminada de la pertinencia de las categorías.
Un ejemplo es aquí de socorro: arremeten los autores contra el exministro Joan Majó porque su discurso ciberiluminado acaba siendo un alegato en favor de la desregulación y del fin del Estado (p. 60) y lo enlazan luego con una consideración del ataque al poder que predican los que llaman neolibertarios y neoconservadores a los que los autores atribuyen "profundas convicciones religiosas" (p. 66). No digo nada de los neoconservadores pero en el caso de los libertarios, al menos de los que yo conozco, de convicciones religiosas, profundas o no profundas, nada. Ayn Rand, su pensadora emblemática llevaba su antirreligiosidad al extremo de considerar que la idea del Dios "denigra al hombre".
El tercer capítulo, sobre El discurso dominante en la investigación académica, ya publicado como artículo en otra parte, difiere bastante del resto del libro, tiene un enfoque distinto, algunos elementos repetitivos y un interés más reducido siendo en sí mismo más tradicional y académico.
El cuarto capítulo, titulado Periodismo para internet o periodismo y punto centra el ataque al discurso mítico en el periodismo digital y viene a pronunciarse por una actitud desencantada en el sentido de que, a pesar de todo, perviven "las constantes de trabajo tradicionales del periodismo" (p. 105). Los autores especifican las proposiciones de lo que llaman la "ideología tecnoburocrática" (p. 107), lo que hubiera sido más enriquecedor si previamente hubieran intentado aquilatar su concepto de ideología, cosa que, como se dice más arriba, no hacen, probablemente fiados en la idea de que la distinción se encuentra en la obra de Paramio, lo que no es satisfactorio.
Todas las promesas del periodismo digital (libertad, democracia, revolución de la profesión) son vanas pues "el concepto de ruptura de algunos de los postulados del periodismo para Internet (sic) se sustenta en un reflejo mítico -por no decir simplista- de lo que es el periodismo convencional." (p. 135) Igual juicio desmitificador les merecen el recurso al hipertexto, el periodismo open source y los weblogs (p. 145). Su conclusión es demoledora: "Las anteriores proposiciones (las del que llaman "mito digital"), no obstante, al igual que ocurriera con todas las propuestas presentadas en ápocas anteriores por las sucesivas revoluciones de la comunicación, constituyen promesas sistemáticamente incumplidas. Lo cual no evita que hayan tenido su traslación aplicada al peridismo para Internet (sic)" (p. 159). Se trata de una conclusión desconcertante, como lo es en buena medida el conjunto del libro. Es claro que todo avance tecnológico de importancia da lugar a discursos salvíficos, hiperbólicos, proféticos que conviene siempre reducir a términos más razonables. Pero resulta insólito sostener que los avances tecnológicos en la comunicación o no comunicación no cambian nada salvo que se ponga uno en una perspectiva como la del Eclesiastés. Insólito, asombroso, venir a pensar que el hecho de que haya casi doscientos millones de blogs en el mundo no ha cambiado nada.
Tómense algunas de las que los autores llaman "proposiciones del mito digital" y aplíquenseles su dictum de "promesas sistemáticamente incumplidas": 1) Concepción de la historia como progreso. 2) Consideración de la situación actual como el inicio de una nueva era. 4) Hegemonía de la razón instrumental. 6) Creencia en una sociedad racional (¿Qué quiere decir en estos casos "promesa sistemáticamente incumplida?"). 3) El progreso científico-técnico como motor del cambio social (¿qué otro motor del cambio social existe?). 5) La tecnologización como mejora de la calidad de vida. (¿Hay alguna duda?). 7) La meritocracia basada en el conocimiento (¿Qué cabe instituir en lugar de la meritocracia y en qué se basará si no es el conocimiento?")
En resumen, un libro muy interesante, escrito con apasionamiento pero quizá necesitado de algo más de reposada reflexión.