divendres, 14 de març del 2008

Las cuitas de (parte de) la izquierda.

Durante su comparecencia pública para valorar el resultado electoral de IU el señor Llamazares adujo tres razones que a su juicio explican el acusado descenso de representación parlamentaria de la coalición que nació en 1986 en torno al PCE y como rechazo a la integración de España en la OTAN. A saber:

a.- El injusto sistema electoral.

b.- La dinámica fuertemente bipartidista del sistema político español.

c.- Los enfrentamientos internos en IU.

A estas razones, muchos de los analistas profesionales u ocasionales que en estos días aportan sus reflexiones para entender el fracaso electoral de la formación añaden una cuarta: la presencia del propio señor Llamazares en la Coordinación General de IU.

En un post anterior, del once de marzo, titulado Resaca I, trataba yo de aclarar por qué no eran convincentes las dos primeras razones del sistema electoral y la dinámica bipartidista. Quisiera ahora referirme a la tercera y la cuarta (enfrentamientos internos y presencia del señor Llamazares) que en el fondo son una y la misma, y añadir una quinta que los comentaristas suelen soslayar o mencionar sólo por sus aspectos más adjetivos y laterales.

La cuestión de los enfrentamientos internos tiene cierta importancia. Es difícil que el electorado confíe su voto para gestionar la cosa pública a quienes no son capaces de ponerse de acuerdo entre sí. Cierto que este estado desunión es endémico en una izquierda que, paradójicamente, se adjetiva "unida". Y también lo es que ello es herencia de la historia de la fuerza política, el Partido Comunista de España (PCE), en torno a la que cristalizó originalmente IU. Quien conozca la historia del PCE sabe que el partido nació de una escisión del PSOE y su historia ha sido una de escisiones, depuraciones, separaciones, divisiones y exclusiones, casi siempre al grito de "unidad". De hecho, el "argumento" que culpa al señor Llamazares de los malos resultados de IU es una enésima variante de este espíritu cainita.

Hay quien dice que esta observación no es cierta dado que en 1996 IU consiguió su mejor resultado electoral y su interior no era una balsa de aceite. Es posible que no, ya que las organizaciones comunistas o nucleadas en torno al comunismo pueden parecer balsas de aceite pero raramente lo son. Pero en 1996 no había ni punto de comparación con la majestuosa bronca montada en la organización desde hace meses. Ni punto de comparación.

A mi modo de ver el verdadero motivo del fracaso de IU es la carencia de un proyecto político, social y económico claro y distinto. Por supuesto, muchos dirigentes y militantes de la organización hablan de su "proyecto" al que suelen calificar de "ilusionante", "atractivo", etc, pero que jamás explicitan. A veces pretenden dibujarlo a contrario, como opuesto al de la denostada "socialdemocracia" y al PSOE. Como quiera que la socialdemocracia no pretende acabar con el capitalismo sino reformarlo, paliarlo, controlarlo, hacerlo más justo, la otra izquierda cree que resuelve el problema de su indefinición sosteniendo que es una "verdadera" izquierda (la otra no lo es, claro) porque es anticapitalista. Sin embargo, a estas alturas, a casi veinte años del fracaso de los sistemas comunistas, esto no quiere decir nada. No basta con afirmar que uno es "anticapitalista"; a continuación hay que exponer qué sistema pretende uno erigir en lugar del capitalismo.

Esa es la pregunta a la que IU no da respuesta porque no la tiene. Basta con mirar sus objetivos programáticos para darse cuenta de que son los mismos que los de la socialdemocracia, presentados en un lenguaje algo más izquierdista o radical. Nadie propone sustituir el libre mercado por la archifracasada economía de planificación centralizada; nadie la democracia "burguesa" por la dictadura del proletariado a la que en el colmo del delirio los comunistas de antaño llamaron "verdadera democracia". Todo eso se acabó y ahora las diferencias entre socialistas y comunistas son de matiz.

Al negarse a abordar este problema en su raíz los analistas y comentaristas de IU no consiguen aclarar la cuestión y toman los síntomas por la causa. Unos lamentan la posición subalterna de IU en relación con la socialdemocracia, como si pudiera ser de otra forma cuando se carece de un territorio específico y propio. Otros creen que el problema reside en que IU no sabe comunicar a los ciudadanos su "ilusionante" proyecto cuando es obvio que no se puede comunicar lo que no hay. Y otros, por fin, vienen a decir que la singularidad de IU reside en la pluralidad de sus corrientes, citando, entre otras, la ecologista, la pacifista y la feminista como si éstas, a su vez, fueran: a) perfectamente integrables entre sí, que no es el caso; y b) específicamente inherentes a la izquierda "anticapitalista", que tampoco lo es. Los ecologistas alemanes acaban de firmar un pacto de gobierno en un Land de la República con la Democracia Cristiana y si alguien ha hecho algo en España en pro del feminismo y la emancipación de las mujeres, ha sido la socialdemocracia. Los demás, hablan.

Por último, los más negados de todos, los más obstinados de la tradición anguitista, los de la teoría de las "dos orillas", pretenden fabricar un espacio específico para IU a base de sostener, contra toda evidencia, que la socialdemocracia y la derecha son lo mismo, es decir, a base de desplazar a la socialdemocracia hacia la derecha... en su imaginación pero no, rotundamente claro está, en la voluntad de millones de electores. Es cierto que la derecha y la socialdemocracia (la derecha e izquierda reales en las sociedades de hoy) son dos formas alternativas de gestionar el mismo modo de producción capitalista que ninguna cuestiona pero también lo es que reconocer este hecho no abre sin más un espacio nuevo para una hipotética fuerza de la izquierda no socialdemócrata sino que lo único que hace es dejar a ésta en una especie de limbo, oscilando entre la subordinación (pues son sus programas los que no se distinguen claramente mientras que sí se distinguen y mucho los de la derecha y la socialdemocracia) y la irrelevancia de la frase revolucionaria vacía.