dijous, 16 d’agost del 2007

En el camino seguimos.

Hoy hace cincuenta años que se publicó On the Road, de Jack Kerouac. Un respeto para el símbolo de una generación. Recuerdo que siendo relativamente chaval, como con dieciocho años o así, leí casi al unísono En el camino y Últimas tardes con Teresa, de Marsé. Ambas me impresionaron mucho porque simbolizaban el descubrimiento de la vida, del mundo-ahí-afuera. Pero el de Kerouac era mucho más rico, fascinante, vivo, inmenso, nuevo. Un fogonazo. Así que me hice beat. La biblia era En el camino, que venía a ser como Rebelde sin causa, pero en intelectual. Y escrito por un tipo que andaba arrastrando el culo por los EEUU, murió joven de una úlcera fulminante provocada por una cirrosis y odiaba a los intelectuales.

Easy Rider hubiera querido tener el espíritu beat, pero el amigo Fonda y el amigo Hopper son hijos de la sociedad de la abundancia o, como he leído en algún sitio, "hijos de Marx y la Coca-Cola". La carretera de On the Road es una cosa de los cuarenta, la memoria de la guerra es reciente, hay guerra fría, todo algo más cutre, no hay dinero, se puede dormir en cualquier parte, a veces se para uno en algún sitio a trabajar un poco y ganarse la vida como guarda nocturno y otras se queda uno quince días en un campo de inmigrantes porque anda ligando uno con una mexicana. Sal Paradise, el propio Kerouac que narra la historia con una actitud que siempre me ha parecido fascinante, mezcla de sano juicio y distanciamiento y como con excitación, me acompaña desde entonces.

Ese libro (y los otros Los vagabundos del dharma,etc) es autobiográfico. Kerouac lo escribió en tres semanas, en un único rollo de teletipo que se conserva y se muestra hoy en exposiciones itinerantes, lo que me parece muy bien por tratarse de algo que hizo un hombre que era una especie de bum espiritual, siempre en busca de luz y comprensión, ya fuera a través del jazz, ya de la droga o del Zen. Dijo en cierta ocasión que él no era "beat", sino "catholic", pero eso es puro beat, del que saldría después la manía hippy con la "contracultura".

Lo que me llama la atención ahora de aquel camino que emprendimos en los años sesenta es qué machista era. Y la cosa culminó en otro no exactamente muy de tipo beat, Henry Miller, a quien leía con verdadero placer hasta que empecé a ver críticas feministas y acabé mirándolo con otros ojos. Lo que más atrae, de los dos, de Kerouac y de Henry Miller, es el carácter torrencial y, al tiempo, elegante, hasta exquisito de su prosa. En el caso de Kerouac la cosa venía a través de la "escritura espontánea" que luego alguien (que no era él) tenía que poner en un inglés más o menos legible. Si de lo que se trata es de contar una historia que no tiene historia porque va surgiendo por el camino y se va haciendo, el estilo tendrá que ser de improvisación. Por eso hay tanto jazz en el camino y luego habrá budismo, donde todo se fía a la ocurrencia espontánea. Pero, al mismo tiempo, esa improvisación, como en La paradoja del comediante está muy trabajada. Kerouac escribió el original en tres semanas, pero prácticamente volcando en el famoso rollo de teletipo el contenido de docenas de cuadernos en los que había ido contando todo lo que la pasaba hacia ya seis o siete años. O sea, la "escritura mecánica", como dirían los surrealistas, duró tres semanas, pero el proceso de creación, formación, modelación, venía durando seis o siete años.

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