Hoy se celebra el día internacional del teatro. Buena idea para dar un empujoncito a un espectáculo por el que llevan repicando a difunto las campanas por lo menos desde la invención del cine. Repicando inútilmente porque el teatro no puede morir. No no puede haber sociedad sin teatro. Aunque se haya intentado muchas veces. Excepción hecha de la antigua Grecia, en donde el teatro era la columna vertebral de las fiestas cívicas y del teatro No japonés, que es un espectáculo complejo y socialmente establecido desde el siglo XV, del que sale luego el kabuki, más popular, en casi todas las sociedades los poderes seculares y eclesiásticos han solido mirar con malos ojos la actividad teatral, cuando no la han prohibido directamente. Los teólogos y eruditos españoles debatieron mucho sobre la licitud del teatro. Mi bisabuelo, Emilio Cotarelo, dejó escrito un volumen de bibliografía sobre el asunto (Bibliografía de las controversias sobre la licitud del teatro en España, Madrid, Biblioteca Nacional, 1904, reeditado en 1997 por la Universidad de Granada), tan viva hoy como siempre. Tiene el teatro un elemento crítico, iconoclasta, rupturista que no complace nada a los poderes constituidos.
La famosa Carta a D'Alembert, de Rousseau, es asimismo una pieza en descrédito del teatro, en la que se rechaza la petición del enciclopedista francés de que se establezca un teatro en Ginebra, donde estaba prohibido desde los tiempos de Calvino. Porque no sólo los católicos, también los protestantes, en especial los puritanos, abominaban del espectáculo teatral. Y, si no podían prohibir las funciones, ponían condiciones y cortapisas. Por ejemplo, en la época isabelina en Inglaterra estaba prohibido que las mujeres fueran actrices, lo que obligaba a que sus papeles fueran representados generalmente por castrati o por adolescentes. Ello daba lugar a un doble equívoco verdaderamente curioso porque no era raro, sobre todo en las comedias de enredo, que las mujeres se disfrazaran de hombres para conseguir sus designios, con lo que, al final, nos encontramos con una curiosa figura que siempre me ha fascinado: el hombre que se disfraza de mujer que se disfraza de hombre. Como el famoso cuento chino de la mariposa.
En cambio, en los periodos y sociedades más avanzadxs, el teatro experimenta un gran auge. Basta recordar su importancia al comienzo de la Revolución Bolchevique, en los años veinte en Alemania y Austria, en los treinta, durante la República en España, de nuevo en los 50, en Alemania oriental. Pero no es necesario que las sociedades estén en convulsión para que el teatro ejerza mucha influencia. El teatro burgués romántico y después naturalista y realista de todo el siglo XIX fue muy importante para la sociedad de la época: Hugo, Vigny, Ibsen o Chejov son figuras esenciales en la sociedad de su tiempo. Como Dürrenmat, Ionesco o Beckett a finales del siglo XX. O Handke ahora mismo. Recuerdo que cuando vi el Insulto al público, en los primeros 70 salí pensando precisamente eso, que el teatro no puede morir. La sociedad no puede prescindir del teatro porque no puede prescindir de los espejos. ¿Cómo sabríamos cómo somos si no hubiera espejos?