El centro de la UNED de Melilla y la editorial Bellaterra acaban de publicar el libro de la foto de la izquierda sobre esa ciudad, que los fenicios llamaban Rusadir. Es una edición primorosa, en papel couché con abundante imaginería de las revistas de la época, fotografías, dibujos, grabados, planos de la ciudad y de las campañas del Rif y Marruecos. El texto, muy documentado, da cuenta de la evolución de la plaza, fortaleza y presidio menor hasta el siglo XX a través de la iconografía de la prensa.
Al margen de la sempiterna pelea sobre las plazas españolas en el África, debo confesar que tengo una particular debilidad por Melilla, que me parece una bella ciudad casi desconocida en la España peninsular. Cada vez que tengo ocasión de hablar de ella, me apresuro a contar algo poco conocido: que Melilla es la segunda ciudad española en arte urbano modernista, por detrás solamente de Barcelona. Quien haya pisado la Plaza de España, en el corazón de la ciudad y transitado por alguna de las calles que a ella convergen habrá admirado la cantidad de edificios que mezclan el modernismo gaudiano con la influencia árabe en el clima africano. El asunto tiene su explicación en el hecho de que, cuando se produjo la expansión civil de la ciudad, a comienzos del siglo XX, el arquitecto municipal que la orientó había sido discípulo de Gaudí. Sea cual sea la razón, el hecho es que Melilla es una curiosa joya modernista entre palmeras, buganvillas y chumberas.
No es la única peculiaridad melillense: en el corazón mismo de la antigua fortaleza construida originariamente al estilo de las fortificaciones de Vauban y ampliada después con sucesivos recintos amurallados, bien protegida, se encuentra la que, según dicen, es la única capilla gótica del continente africano...consagrada a Santiago Matamoros, nombre que habla mucho de la piedad de la guarnición española y poco de su sentido de la diplomacia.
Tengo yo muy recorridas las calles de la ciudadela, el paseo marítimo, los trayectos hasta los puestos fronterizos, pues hubo una temporada que iba todos los años a los cursos de verano de la Universidad y guardo un gran recuerdo del parador "Don Pedro de Estopiñán", el conquistador de la plaza en nombre de la corona de Castilla, pues aquella pertenece a España antes incluso de que España surgiera con el cierre de Navarra. Desde ese parador se ve ve el famoso monte Gurugú y, en su estribación, el Barranco del Lobo, de triste memoria, donde las cábilas rifeñas masacraron a una brigada de cazadores españoles al mando del general Pinto, un hecho recordado en la famosa copla: "En el Barranco del Lobo/hay una fuente que mana/sangre de los españoles/que murieron por la Patria."
Melilla es la frontera de España al oriente exótico, cruce de civilizaciones ya desde los tiempos de los fenicios, tiene el encanto de los abigarrados puertos mediterráneos, donde se mezclan gentes de todas las andaduras de la vida. Recuerdo, incluso, que publiqué un cuento por entregas en Diario 16, allá por los años 80 con ilustraciones del gran Alfredo, titulado "Intriga en Melilla". Si lo encuentro por ahí, pondré alguna de ellas, pues Alfredo me regaló los originales.¡Ah, cuánta nostalgia!
Muy bien por el librete.