El Partido Comunista de España celebró ayer una Conferencia republicana en Madrid bastante sorprendente. En principio no hay nada en contra de la idea y menos en un blog como éste en el que ondea la tricolor. Tampoco hay nada que objetar a que lo haga el PCE, al que, ahora, parece ser suficiente etiquetar la república como república democrática. No socialista ni comunista ni bolchevique. República democrática. O sea, la vieja república burguesa a la que el señor Anguita, en una larguísima e interesante entrevista en Público (Parte I y Parte II) convierte en custodia de la Declaración Universal de Derechos.
Pero todo esto huele un poco a chamusquina y más cuando se ve que se invoca la forma republicana a lomos de una falacia: que la república es más adecuada para salir de la crisis económica que la monarquía. Eso no es cierto. No lo avala la experiencia, ya que Alemania y Francia, que padecen la crisis como nosotros y los Estados Unidos que son quienes la iniciaron, son repúblicas. Y tampoco lo avala el sentido común. Por más que el señor Centella acentúe los aspectos radicales de la república, ésta es un régimen político y, como tal, ajeno a la implantación de opiniones económicas que apunten a una transformación del, para entendernos, modo de producción. La república no es la palanca de la revolución. Le sucede lo que decía Azaña de la libertad: que no hace felices a los hombres sino solamente hombres. Asimismo la república no hace la sociedad más justa o más socialista o más soviética sino más republicana. Esos "valores" que invoca el señor Centella tienen el mismo valor que los que invoquen los conservadores.
Muchos (no sé cuántos) de quienes queremos una república en España la queremos como un fin en sí mismo; no como un instrumento para otro fin, se llame como se llame. Y aquí es donde se entiende el sentido de la falacia republicana del PCE: seguir buscando vías para no rendir cuentas de la situación del comunismo en el mundo y dar con un propósito que rellene el vacío de propuestas estratégicas que ha quedado.
Sin embargo, el asunto es meridiano: el comunismo fracasó estrepitosamente a fines del siglo XX y la caída de los llamados "países del Este", con la Unión Soviética a la cabeza, como solía, se llevó por delante prácticamente a todos los partidos comunistas de Occidente. Nunca habían ganado unas elecciones competitivas (salvo algún caso marginal y excepcional) y, con el fin del bloque comunista, sus expectativas electorales se redujeron tanto que algunos de ellos se disolvieron sin más, otros se escindieron en varios grupúsculos y otros, entre ellos el PCE, iniciaron una andadura de camuflajes bajo organizaciones de masas y de refundaciones, como la que está en marcha en España y de la que esta pintoresca conferencia es buena muestra.
Los dioses me libren de insinuar que los comunistas estén tratando de hacer con la república lo que habitualmente han hecho con todo lo demás a lo largo de su historia: instrumentalizarla para sus fines. Porque cuando se dice algo así de inmediato se oye a alguien hablar del terrible anticomunismo visceral, misteriosa enfermedad que padecen todos cuantos dicen algo sobre los comunistas que no es del entero agrado de estos. Pero el hecho desnudo es que el PCE dice anhelar la república como un subterfugio con el que pretende rellenar el tremendo vacío conceptual que ha quedado tras el hundimiento del comunismo.
El señor Centella, más habilidoso, ornamenta muy bien su objetivo final en el citado artículo. En cambio, el señor Anguita, más elemental en sus planteamientos, expone el objetivo comunista de forma paladina. Tras afirmar que hemos hecho muchas revoluciones y no nos hemos dado cuenta: la libertad en la elección de pareja, las bodas homosexuales (como si las hubiera hecho él y no ese PSOE que, según él, está en la derecha), añade que ahora quiere la igualdad económica porque, dice, no me interesa una República que no haga que la riqueza esté al alcance de todos. Esta claro: la república tiene que hacer la revolución socialista. Ya digo que no veo porqué. A mí me interesa la república como sea, sin condiciones. Lo que suceda después, ya se verá. Al señor Anguita sólo le interesa la república que haga lo que él diga.
Y ¿cómo llega esta república que el señor Anguita quiere para España? Pues, según dice, mediante un proceso constituyente. Palabras mayores que no sé si son apropiadas para el miembro de un partido que cuenta con un diputado en el Congreso y que, si la ley electoral fuera más justa, contaría, quizá con ocho o diez, que tampoco son como para sacar a la calle a millones de hombres y mujeres republicanos que asuman esa tarea de saneamiento político y moral de la sociedad. El discurso del señor Anguita suele ser proceloso y barroco. Pero esta vez se le ha ido el estro a la Revolución de octubre. Cuando el entrevistador, Juanma Romero, a la vista del Moloch proceso constituyente le recuerda tímidamente que la Constitución habla de un consenso previo, después la disolución de las Cortes, elecciones, un referéndum..., Anguita estalla como si estuviera en el Instituto Smolny: ¿Quién dice que la Constitución tenga que permitir o no? ¡Si para mí es como si no existiera!.
¿Queda claro? Proceso constituyente, diga lo que diga la Constitución que "es como si no existiera"; proceso constituyente, que es la actualización de un poder supremo, originario, por encima de la Constitución: la revolución.
Como es el arma de la revolución, la república tiene que venir de la revolución. Lo demás son historias. A esta consigna, Palinuro, republicano, no se apunta.