diumenge, 6 de març del 2011

Tener redaños.

En realidad yo quería hablar de cine, pero la foto de marras... En fin que aproveché un hueco y me acerqué a ver Valor de ley, de los hermanos Coen. Y, como esto es España, el cartel tiene un título (Valor de ley), un subtítulo (True Grit), que es el título en inglés y un supratítulo en el más recio estilo de la moral amenazante del siglo de oro: El castigo siempre llega. Ya solo esta insólita afirmación invita a no entrar; pero como se trata de los hermanos Coen y no hay progre que se prive de unos buenos Coen, allí nos fuimos.

Los hermanos están fabulosos, hay mucho tiro, mucho degüello, ojos comidos por los buitres, cadáveres rellenos de serpientes de cascabel y caballos reventados en medio de una noche salvaje. Los intérpretes, extraordinarios. La niña, Hailee Steinfeld, genial y Jeff Bridges hace un Reuben Rooster Cogburn fantástico que echa fuego con ese solo ojo ciclópeo. Matt Damon sale bien parado del papel de LaBoeuf que es muy difícil por lo relamido y marginal. Porque el busilis del asunto no es la persecución del asesino por los agentes de la ley sino el duelo que se entabla entre Mattie Ross y Rooster Cogburn, quedando la pregunta en el aire: ¿quién tiene True Grit?

De todas formas ya pueden decir los Coen lo que quieran de que su True Grit no es una remake de la de Henry Hathaway con John Wayne, en 1969. Es inevitable, es una remake. Eso no quiere decir que haya de ser peor que la otra. Habrá mucha gente que la considere superior y tendrá buenas razones. A los waynófilos no van a convencernos. No era necesario que se esforzaran tanto en marcar las diferencias, alterar el comienzo y el final. Tampoco que Bridges se cambiara el parche de ojo. Las coincidencias, lo jugoso, está en el centro, en los grit y ahí la diferencia también es notable en el estilo narrativo. Hathaway era de la vieja escuela del Western en la que la gente se moría cerrando los ojos y no saliéndosele las tripas por la boca.

Todo eso da igual porque la gran diferencia la marca John Wayne, el Duke, como siempre. Fue, creo, su última peli y su testamento, seguramente por eso, porque se iba, le dieron su único Óscar. Había algo de nostálgico en aquel pistolero siempre al servicio del bien (El hombre que mató a Liberty Valance es una clase teórica en imágenes sobre el origen del Estado de derecho), que no encontró ningún "americano" con True Grit. Ni siquiera su hijo, que no pasó de secundario y a su órdenes. Ese matasiete al final cede la antorcha a una chiquilla de catorce años en la que parece encarnar el espíritu de las Hijas de la revolución americana, que es una organización muy curiosa sobre la que hablaremos algún día.

Resumiendo, si me apuran, la diferencia es palpable en la escena del enfrentamiento en un calvero: a un lado, Cogburn a caballo, al otro, cuatro forajidos; el breve diálogo a gritos y la carga mutua en el mejor estilo de un duelo medieval visto con los ojos de Un yankee de Connecticut en la corte del Rey Arturo. Pero lo mejor es verlo y oírlo.



The Duke.


dissabte, 5 de març del 2011

El candidato Gürtel lo abrasa todo.

Toda la fanfarria de la convención del PP en Palma de Mallorca quedó reducida a la pedorreta de la aparición de Francisco Camps, cuyo impacto mediático es directamente proporcional al absurdo de tenerlo como candidato a nada. Y no será porque no se haya advertido a la dirección del PP del efecto contraproducente de nombrarlo. Con una falta de sentido común rayana en la demencia el presidente del partido de la derecha razonó que el hecho de la imputación no presuponía condena y no era justo privar a Camps de su nombramiento por tan poca cosa como un presunto cohecho de unos trajes y corbatas, confundiendo como se ve una vez más la responsabilidad política con la penal.

Porque el problema no es que Camps sea un candidato imputado judicialmente, que ya es fuerte y debió evitarse a toda costa. El problema es que, además de imputado, Camps se ha convertido en una especie de atracción de feria como la mujer barbuda, con sus mentiras, sus dislates, su oratoria que oscila entre conjuros del Sacromonte y la verborrea de un vendedor de elixires, sus desplantes a la prensa y su exhibición de poder caciquil. Ha acabdo siendo una caricatura, un epítome del (presunto) político corrupto que trata de mantenerse a flote recurriendo a medidas tan estrafalarias como Ruiz Mateos cuando se disfrazaba de Supermán. Es imposible que los focos mediáticos no se centren sobre él, dejando todo lo demás en la penumbra, incluso la aparición de un líder tan poco carismático de suyo como Rajoy por la misma razón por la que, si en un acto público coincidieran Cristo redivivo y una vaca de dos cabezas, la foto sería la de la vaca.

Era perfectamente previsible que el nombramiento del imputado en la Gürtel sería un pesado lastre para el periodo electoral. Tanto que el hacerlo casi suena a provocación; una que puede causar un estropicio poniendo en peligro la victoria en una votación que se daba por descontada y que, según sean las vicisitudes procesales del peculiar personaje también podría hacer que se pierdan las elecciones de 2012 para las que el PP parte con una holgada mayoría en intención de voto. Pero todo se tambalea ahora por la insólita capacidad de presión de Camps que muchos atribuyen a una especie de extorsión que ejerce sobre Rajoy. El hecho es que Camps prevaleció y ahora su presencia llena ya todo el escenario igual que el cadáver de la obra de Ionesco Amadeo o cómo salir del paso, haciendo inútil todo intento del PP de centrar el interés mediático en algún tipo de propuesta que no sea la foto que indague en los gestos, las miradas, los recelos frente al amiguito del alma del bigotes; una foto que delate, como hace la de El País, ese gesto de Mariano Rajoy, mezcla de desprecio, irritación y asco al mirar al candidato Gürtel y comprender que no debió nombrarlo.

Presentar un programa de regeneración democrática llevando a Camps de macero en la procesión es tan ilógico que puede acabar enojando al propio electorado del PP, la mitad del cual cree que hay que votar a Camps haya hecho lo que haya hecho mientras que la otra mitad piensa que, si hay que elegir a Camps, más vale que no se incurra en el ridículo de presentarlo como una medida regeneracionista. Incluso estando dispuestos a todo, los votantes del PP tienen un resto de sentido del ridículo.

Tomo un solo ejemplo: la propuesta de regeneración democrática sostiene que la legitimidad del sistema democrático no debe quedar nunca en entredicho por actitudes permisivas, indolentes o exculpatorias ante la gravedad de determinados comportamientos. De un solo plumazo, con el relámpago de un flash fotográfico, este párrafo ha nacido muerto. Toda la campaña del PP girará en torno al Gürtel y tiempo habrá de calibrar los resultados de recurrir de modo tan descarado al viejo truco de la derecha de decir una cosa y hacer la contraria.

(La imagen es una foto de Mercedes Alonso, vía Creative Commons).

divendres, 4 de març del 2011

Corruptos son los otros.

¿Tiene Vd. problemas con la justicia? Afíliese al PP que se hará cargo de sus asuntos y con toda diligencia verá de sacarlo a Vd. de apuros. Gramsci decía que los partidos son los intelectuales orgánicos y en el caso del PP se trata de un abogado orgánico que, debidamente orientado por Trillo, conseguirá que quede Vd. exonerado bien mediante absolución, bien mediante prescripción del delito o bien mediante anulación por algún defecto de forma. Que tampoco hay que ser tan exigentes a la hora de pisar de nuevo la calle como un ciudadano libre, aunque no exento de sospecha.

¿Que le imputan a Vd. media docena de delitos? Rajoy lo pondrá a Vd. de ciudadano ejemplar, proclamará su inocencia digan lo que digan los jueces que, al fin y al cabo, son unos mandados y lo propondrá como candidato del partido en las elecciones de que se trate. Y eso que "candidato" viene del hecho de que los aspirantes a elección en Roma vestían la túnica cándida, es decir, blanca, símbolo de pureza y falta de malos usos.

¿Que lo detienen a Vd. en flagrante delito y lo llevan a Vd. a declarar al juez entre nubes de periodistas? González Pons pone el grito en el cielo por el clima de histeria mediática y tendencia al linchamiento instigado por el Gobierno a quien acusa de controlar los medios como la hacía su partido cuando estaba en el poder y sigue haciéndolo allí en donde gobierna.

¿Que está Vd. sometido a investigación policial y hasta se le instruye una causa con petición fiscal por presunto delito? María Dolores de Cospedal se escandaliza por el régimen de terror que impera en España, típico Estado policía en el que las fuerzas de seguridad, los fiscales, los jueces, están todos a las órdenes de los comisarios políticos del régimen.

¿Que las pruebas contra Vd. son apabullantes? Álvarez Cascos o cualquier otro varón de similar aplomo sostendrá que son falsedades e invenciones de camarillas de policías al servicio de los intereses políticos del gobierno.

¿Que el Ministerio fiscal acusa y los jueces abren una causa? Eso sólo demostrará que se pliegan a las presiones del Gobierno y probablemente prevariquen. Habrá que estar atentos e interponer una batería de querellas contra los jueces que entiendan del caso hasta apartarlos a todos y, a ser posible, que se vayan a Amsterdam, en donde la leyenda negra.

¿Que lo procesan a Vd. por chorizo, ladrón, corrupto o filibustero? El PP se personará en la causa oficialmente como parte de la acusación pero, en realidad para actuar en su defensa no demostrando su inocencia (que no es posible porque, en efecto, es Vd. un chorizo y un corrupto) sino tratando de conseguir la nulidad de las actuaciones por defecto de forma o, incluso, la prescripción de esos delitos, para, caso de conseguirlo, proclamar a continuación que era Vd. más inocente que los gorriones.

El mismo partido que trata al Gobierno como si estuviera en manos de delicuentes trata a los supuestos delincuentes como gobernantes in pectore, sosteniendo que son inocentes y dudando incluso de los pronunciamientos de la justicia, como todavía duda (o siembra dudas) de la sentencia del 11-M. El mismo partido que exige que los demás dimitan ante la sombra de una sospecha en su rectitud es el que conserva en sus puestos y protege a los imputados... siempre sean de los suyos. La pertenencia al PP, por tanto, es un poderoso mecanismo de defensa procesal que se basa en el principio no de que se haga justicia sino de que los nuestros nunca delinquen porque, por definición, el PP "es incompatible con la corrupción" de modo que los presuntos corruptos son, en realidad, inocentes víctimas de persecuciones político-mediáticas y el partido se vuelca en su defensa, brindándoles su cerrado apoyo financiado, además, con el dinero de todos los españoles.

Lo curioso del caso es que este es el partido al que, según los sondeos hasta la fecha, se apresta a votar la mayoría de esos mismos esquilmados españoles.

(La imagen es una foto de Partido Popular de Cataluña, vía Creative Commons).

dijous, 3 de març del 2011

Enrique Curiel.

Como el ladrón en la noche, la muerte se ha llevado de golpe y con antelación a un hombre que todavía hubiera aportado mucho al acervo común por lo mucho que sabía y lo mucho que vivió. Ha truncado una existencia que, habiendo dejado atrás el arrebato y la premura de los tiempos mozos, así como los compromisos y cargas de la edad madura, se adentraba ahora en ese periodo de reflexión y meditación distanciada que es el lago interior en que navega la sabiduría.

Era mucho lo que Curiel hubiera podido trasmitir y ahora nos quedaremos sin saber. En compañía de su amiga, Pilar Brabo, cuya aventura compartió en todo, incluso en lo prematuro de su desaparición, Curiel personificó el empeño más ambicioso y quimérico del comunismo por adaptarse en forma y fondo a las exigencias políticas y morales de una sociedad democrática con aquella fórmula que se llamó Eurocomunismo y que a la larga no pudo ser. El fracaso de ambos fue su triunfo. Igual que el triunfo de la muerte es su fracaso ante nuestro recuerdo.

Que la tierra te sea leve, Enrique.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).

Qué es la violencia y cómo se la condena.

Siempre que ETA y su entorno dan que hablar el discurso de la izquierda abertzale viene a ser opuesto al del resto de las fuerzas políticas en España. Con motivo de la detención en enero de diez miembros de Egin y Askatasuna, igual que con la de los cuatro presuntos etarras en Bilbao, al parecer con las manos en la masa de doscientos kilos de explosivos, la izquierda abertzale critica que el Gobierno no esté a la altura de las circunstancias y no ceje en su actividad represiva, desperdiciando la ocasión del alto el fuego de ETA. Es verdad que ETA está en alto el fuego porque, si no, ya habría hecho un estropicio con tal cantidad de explosivo almacenada en una ciudad tan densamente habitada como Bilbao.

Pero del lado del Gobierno, y de todos los que leen los periódicos, se dice que el alto el fuego de ETA es unilateral, que el ministerio del Interior no está en alto el fuego y que lo que los terroristas tienen que hacer es deponer las armas y entregarse. Entre tanto, la policía sigue cumpliendo su misión de perseguir el crimen y prevenirlo siempre que sea posible. Porque así como el deseable fin de la violencia en el País Vasco no acarreará contraprestación política alguna, las treguas mucho menos.

Es de esperar que Mayor Oreja no aproveche el momento para decir que estas detenciones son detenciones trampa, cortinas de humo para ocultar las negociaciones de este pérfido gobierno con ETA. Es de esperar, pero quizá sea demasiado esperar. Dadas las circunstancias y las gentes que las viven todo lo que, por desgracia, acabará produciéndose quizá no sea más que un incómodo silencio en donde debería haber un cerrado aplauso a la tarea que llevan a cabo las fuerzas de seguridad.

Las detenciones se cruzan con el procedimiento abierto para ver si se permite o no que Sortu sea legalizado como partido. Y no ayudan a la legalización, es evidente. Ni tienen por qué. Sortu ha perdido una ocasión única de dar peso a su solicitud condenando la tenencia de explosivos. Pero los abertzales contestan que: a) ya dijeron que condenaban sin ambages la violencia de ETA; b) de hecho, aquí, no se ha producido violencia.

Está claro que el problema reside en qué se entienda por violencia. En principio es sencillo: violencia es toda fuerza hecha sobre terceros en contra de su voluntad. La violencia puede vivirse consciente o inconscientemente. Si me disparan de frente, es violencia y si por la espalda, también es violencia. La violencia pueder ser en acto o en potencia, como distinguían los escolásticos. La explosión de doscientos kilos de explosivos de golpe o en porciones es violencia como también lo es la tenencia de esos doscientos kilos siempre que exista una probabilidad superior a cero de que vayan a emplearse. Y existe. Y es bastante alta.

Hay un acuerdo generalizado en que, excepción hecha de la legítima defensa, toda violencia es condenable. La violencia de los aparatos del Estado se entiende siempre en legítima defensa de la colectividad. La condena, a su vez, puede ser de carácter abstracto o dirigirse a un caso concreto. Pero la una llama a la otra. La condena de la violencia en abstracto, como una lacra de la condición humana desde el principio de los tiempos, tiene su complemento en la condena de esta violencia concreta, aquí y ahora, la de los doscientos kilos de explosivos. Lo universal comprende lo particular, argumenta la izquierda abertzale. Cierto. Y lo particular comprende igualmente lo universal. Condenar el universal sin condenar su manifestación concreta equivale a no condenar.

Ignoro en qué medida basará el Tribunal Supremo su decisión en estas cuestiones de la condena de la violencia pero, en la medida en que lo haga, Sortu no está actuando de forma que favorezca su petición de legalización. Ellos sabrán lo que hacen pero no es lógico poner en peligro el logro del objetivo en el último tramo por una cuestión de empecinamiento. Lo que el Supremo tiene que decidir es si y en qué medida la continuidad de las personas entre Batasuna y Sortu revela continuidad de los propósitos y tal parece que la haya desde el momento en que quienes callaban antaño frente a la violencia y, por lo tanto, otorgaban, siguen haciéndolo hoy.

(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 2 de març del 2011

El Estado del bienestar y sus amigos.

En estos momentos de crisis aguda del capitalismo parecida a la de 1929, que tanto hizo porque naciera el Estado del bienestar, a éste le han salido amigos y defensores como si de una noble causa perdida se tratara. En el momento en que muchos entonan el requiescat por esta forma de Estado (y, de paso, acusan con fruición a los socialistas de enterrarla) la derecha y la izquierda radical o transformadora como gusta llamarse, aúnan fuerzas, cosa tampoco tan rara, en brava defensa de un Estado del bienestar a punto de zozobrar sometido a los cuatro vientos.

Estamos en período preelectoral (o sea, electoral) y Rajoy ha prometido ante un auditorio de la tercera edad en Castilla-La Mancha que él jamás congelará la pensiones. A su lado María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP, partido que defiende a los trabajadores como todo el mundo sabe, no podía sino asentir, arrobada. Para que ningún mal pensado fuera a suponer que tan noble propósito, el de las pensiones era emanación de la fiebre electoral, Rajoy sostuvo ante sus oyentes que es hora de mostrar la casta del galgo y desmitificar el origen del Estado del bienestar que en absoluto se debe a la izquierda sino a los conservadores y los demócratas cristianos. Cierto que los demócratas cristianos, que en España no existen como partido parlamentario de ámbito estatal, se adaptaron muy bien a los Estados del bienestar, echando mano para ello de la doctrina social de León XIII en la Rerum Novarum, de 1892. Pero no fueron sus creadores.

Esta idea de Rajoy es falsa. No con falsedad de juzgado de guardia, como las que suelta Cospedal, pero sí manifiestamente descarada. En prácticamente todas partes el Estado del bienestar ha sido producto de la acción de la izquierda socialdemócrata con la oposición más o menos furibunda de la derecha y de la izquierda transformadora con las consiguientes excepciones. En Suecia surge en 1932,en los Acuerdos de Saltsjobaden, bajo un gobierno socialdemócrata; en los EEUU comienza en la política del New Deal en los años treinta con Franklin D. Roosevelt, un demócrata, que es el equivalente estadounidense a los socialdemócratas europeos y eso mientras los republicanos lo llamaban "comunista"; en Inglaterra se articula en el Informe Beveridge, de 1942, siendo Beveridge un socialista fabiano asesor del ministro de Trabajo, Ernest Bevin, un laborista en el Gobierno de Unión Nacional de Churchill; en Francia lo legisla el Frente Popular francés en 1936/1937 bajo un gobierno socialista con otros partidos de izquierda y el apoyo exterior del Partido Comunista; en Alemania se origina en los años 80 y 90 del siglo XIX con Bismarck, quien aplica las políticas que le recomienda el grupo de economistas alemanes de la Asociación de Política Social, Gustav Schmoller, Adolf Wagner, etc, también llamados Socialistas de cátedra.

Así que de producto de la derecha, el Estado del bienestar tiene poco o nada. Salvo que se quieran computar como Estado del bienestar los Estados paternalistas y "de obras" (públicas) del nazismo alemán y los fascismos italiano y español (al fin y al cabo el SOE y el INI son creaciones de Franco, como el Auxilio Social), pero estas son herencias que tiznan, porque les falta un elemento esencial de la doctrina del Estado del bienestar, el carácter democrático. La derecha jamás ha simpatizado con esta forma de Estado y sigue sin hacerlo. Al contrario, los ataques más temibles vienen de ella, de políticos como Reagan o Thatcher, admiradora de von Hayek, a su vez discípulo de Ludwig von Mises, abuelo del neoliberalismo actual.

El ataque al Estado del bienestar desde la derecha se ha complementado hasta hace bien poco con el procedente de la izquierda. En los años treinta, en la postguerra, en los años cincuenta y sesenta, los comunistas sostenían que los Estados del bienestar eran añagazas de la burguesía aliada a sus lacayos socialistas para emascular el movimiento obrero revolucionario; trampas y mentiras como también lo era la democracia, rechazada bajo el epíteto de burguesa. Algunos autores eran ingeniosos. Paul Sweezy, economista gringo de la Nueva Izquierda sostenía que el Welfare State era un Warfare State o Estado para la guerra. En La crisis fiscal del Estado el marxista O'Connor coincidía con los vaticinios neoliberales sobre la bancarrota del Estado. Ha sido sin embargo el Estado en todas partes quien ha evitado la bancarrota del mercado.

En la actualidad la izquierda transformadora mantiene un discurso confuso en lo referente a la democracia pero con respecto al Estado del bienestar es meridiano: el Estado del bienestar incorpora las conquistas históricas del movimiento obrero y ella se postula como su verdadera defensora frente a la claudicación y la traición de los socialistas que, como siempre, bailan el agua al capital. Así que ahora la derecha de toda la vida y la izquierda transformadora coinciden en defender un Estado del que antes abominaban.

Como diría Charlie Brown, "es bueno tener amigos".

(La primera imagen es una foto de Partido Popular de Cataluña (Jornadas 'Para Mejorar tu Vida') vía Creative Commons. La segunda, una de Victor O', bajo licencia de Creative Commons).

dimarts, 1 de març del 2011

En puertas de la intervención armada.

El 18 de marzo próximo se cumplirán ciento cuarenta años de la proclamación de la Comuna de París, el primer gobierno obrero del mundo, el único que reconocen en común marxistas y anarquistas. Por eso la ilustración de cabecera del mes está dedicada a la memoria de los 30.000 communards asesinados por los versalleses, que era como se llamaban entonces los nacionales. Es un cuadro de Maximilien Luce titulado "calle de París, mayo de 1871" y pintado hacia 1902-1903.

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La sibila líbica, cuya misión era revelar todo lo que estaba oculto, vive entre congojas. Libia, la tierra que le dio el nombre, está a punto de estallar. El gigante El Gadafi tenía los pies de barro y el Estado se le desmorona, los ministros le dimiten, los embajadores arrían la bandera de la representación, los policías no le obedecen y el ejército se le ha sublevado. Se apresta a librar la última batalla parapetado en Trípoli y defendido, al parecer, por tropas mercenarias. Es un mal endémico en la zona. Ya pasaba con los cartagineses en las guerras púnicas, que sus ejércitos eran extranjeros mercenarios. Aníbal, por ejemplo, llevaba, entre otros, honderos baleares y todo tipo de celtíberos.

Da la impresión de que esa figura del coronel mirando al cielo (que es por donde le vendrá el ataque) quiere recordar la de Allende en La Moneda, con su casco, su traje de civil y su fusil ametrallador. Pero no hay color; este cuate no representa nada ni a nadie, salvo a su mafia o clan familiar. Y es el momento en que dice que hay mucha gente que le ama tanto que está dispuesta a morir por él. Debe de querer decir que él está dispuesto a matarla, para que aprenda lo que es el amor, aunque más parece que el amor de los mercenarios sea el dinero

La revolución árabe, a todo esto, continúa. Pero la amenaza de fuego en la santabárbara libia hace que no se preste atención a lo que sigue sucediendo en otros países: Jordania, Bahrein, Túnez, Egipto, Argelia, Marruecos y ahora el Sáhara. La acción, no obstante, está concentrada en Libia, porque, aunque la revolución es de toda la arabia, encarna en cada momento en un país distinto y toma formas peculiares. En éste puede pasar cualquier cosa, desde el asesinato del sacrosanto líder hasta el empleo de armas químicas.

Los medios han estado tan ocupados descubriendo las vergüenzas de las componendas occidentales con el rufián de los creyentes y criticando la pasividad de las democracias y su falta de iniciativa, que no han advertido la eficacia silenciosa con la que se ha puesto en marcha la maquinaria de intervención de eso que se llama la comunidad internacional. Han sido pasos modestos, paulatinos, graduales que han preparado el terreno: se han congelado los activos extranjeros del dictador en Suiza, Reino Unido, EEUU, etc; la ONU ha iniciado la vía penal en la Corte Penal Internacional; también ha impuesto una batería de sanciones contra el tambaleante régimen; los mandatarios lo han dejado caer, hasta su amigo de Bunga Bunga, Berlusconi; los EEUU están moviendo la flota del Meiterráneo y pidiendo medidas militares, como el bloqueo del espacio aéreo libio.

El paso siguiente es un ultimátun y la intervención militar. Se requiere la motivación adecuada, la excusa, según quién opine y la ha brindado la señora Clinton ayer en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, al decir que el apoyo a la transición en Libia no es solo una cuestión de ideales sino un imperativo estratégico. Eso suena a intervención que será inevitable porque con Gadafi se ha cometido un error que ya detectó Sun Tzu en 500 a. d. C., al decir que siempre conviene dejar una salida al enemigo. Gadafi sabe que, si no muere en Trípoli, no habrá para él refugio en la tierra porque hasta la China lo quiere ante la Corte Penal Internacional.

dilluns, 28 de febrer del 2011

Yoyes y Txelis, laberintos de la locura.

El que ordenó el asesinato de Yoyes, José Luis Álvarez de Santacristina, quiere ahora pedir perdón a la familia. Es un gesto que indica arrepentimiento. Pero Santacristina lleva muchos años arrepentido, ya no es de ETA y predica el abandono de las armas. ¿Qué añade el pedir perdón? ¿Qué significa perdonar? Al parecer no sentir animadversión hacia el causante del daño, el perdonado. Eso es harto difícil. El directamente agraviado no puede; los familiares y amigos probablemente no quieran. Sólo puede perdonar Dios, que no existe.

Tampoco está claro que el perdón sirva de algo al culpable. Quizá lo ayude a recuperar cierta paz interior, pero será por poco tiempo ya que seguirá presente el dolor por haber causado un daño irreparable. Así que perdonar es como verter una botella de aceite en la mar embravecida.

Cierto, es un gesto y tiene su valor simbólico que es por donde interesa analizarlo. Santacristina pide perdón en realidad para su alter ego, para Txelis, para otro que ya no es él porque ha cambiado, como cambiamos todos los seres humanos. Como cambió González Catarain. Sólo que a ella la mataron por cambiar. Y el que la mató ha cambiado tanto que ahora pide perdón por el crimen. Crimen ritual, crimen de secta. Yoyes no fue la primera asesinada por traidora; antes lo había sido Miguel Solaun por idéntico motivo. Traición. Es lo que el Estado al que ETA combate a su vez llama "alta traición". Porque ETA quiere ser un Estado en la sombra. Por eso hace justicia a su modo.

Aquí lo que puede verse es el terrorífico poder de las ideologías al que muchos se entregan como quien se entrega al diablo. Ideologías, esto es, discursos que formulan juicios genéricos en virtud de abstracciones como la nación, la raza, la clase, el credo pero que tienen un enorme impacto sobre la vida de las gentes concretas, generalmente destructivo. Y son ideologías porque justifican ese impacto en función de elevados valores. En nombre de una quimera llamada Patria Kubati descerrajó tres tiros a Yoyes en presencia de su hija de tres años. Un tiro por año.

Ese momento físico, irrepetible, del asesinato lo ha convertido en materia de creación artística. Hay una película de Yoyes y ella misma es un icono de una cultura de resistencia que se manifiesta poco. Pero lo más claro del episodio del asesinato y la petición de perdón veinticinco años después es que las ideologías son estados de enajenación mental, los discursos de la locura. La nación, la raza, la clase, la religión... ideas asesinas. ¿Cómo se puede matar a otra persona aduciendo que se ha traicionado a sí misma y al pueblo vasco? Lo del pueblo vasco tiene un pasar, lo de la traición "a sí misma" indica un grado profundo de demencia.

(La imagen es una foto de elmejorcinedelcable.blogspot.com, bajo licencia de Creative Commons).

diumenge, 27 de febrer del 2011

El tiempo en que vivimos.

No hace mucho regía el principio incuestionable de la no injerencia en los asuntos internos de otros países. Era emanación del no menos sólido principio de soberanía. Hoy todo ese edificio se cuartea. Hace unos días Manolo Saco dedicó una de sus magníficas columnas a pedir la aplicación del derecho (y el deber) de injerencia. En efecto, hace ya algún tiempo que viene argumentándose en el orden internacional por la eficacia de semejante derecho y deber. Se arguyen razones humanitarias. Por tales entenderemos básicamente el derecho a la vida de los habitantes de los Estados que sus gobiernos no pueden conculcar. El derecho de injerencia se basa en la idea de los derechos humanos; pero la de derechos humanos es una idea occidental. Algunos Estados se excluyen de ese derecho-deber sosteniendo que tienen su propia idea de los derechos humanos. Al final, el derecho de injerencia se aplica, si se aplica, en aquellos Estados que no pueden evitarlo, Serbia, Kosovo, el Irak, el Afganistán. No es pensable en la China, pero algo es algo, como se prueba por el hecho de que ahora se esgrima para Libia, antes de que el criminal que la rige masacre (más) a la población.

Otro asunto muy típico de la época es la creciente tendencia a enjuiciar a los dictadores, a todos los dictadores que sobrevivan a la pérdida del poder. Esa seguridad es la que probablemente lleva a Gadafi a tomar la decisión de morir matando, con el sorprendente argumento de que no tiene nada de que dimitir porque no es nada sino "lider de la revolución", como si no cupiera dimitir del liderazgo de lo que sea.

De todas formas la Jefatura del Estado tampoco es ya garantía de impunidad. Ahí está el Papa denunciado en el Tribunal de La Haya por encubrir la pederastia en la Iglesia y otros supuestos delitos. Los entendidos dicen que el tribunal archivará la querella. Seguramente, desde luego, habrá magistrados católicos a los que resultaría absurdo enjuiciar al representante de su dios en la Tierra; pero también los habrá protestantes para quienes el Papa de Roma es un justiciable como otro cualquiera aunque con alguna peculiaridad. O sea que a lo mejor lo citan a declarar, creando así un problema mucho más difícil de desenredar que el de Gadafi.

El tiempo ha cambiado y está cambiando más rápidamente que el pensamiento sobre él. Las sociedades mutan. Cuando Alemania dice estar dispuesta a emplear a jóvenes trabajadores españoles cualificados, licenciados, etc, hay que animar la idea si de verdad queremos llegar a una Europa que sea una comunidad. La reacción no puede ser darse por ofendidos en el orgullo patrio porque el asunto es un hecho: los alemanes dan ocupación a una fuerza de trabajo que la industria española no es capaz de absorber. Criticar que nosotros costeemos la formación de esos licenciados para que luego se beneficie Alemania indica una miopía intelectual propia de un nacionalista dado que la educación española se ha financiado en buena medida, como el resto del país, de transferencias netas de Alemania en concepto de los fondos comunitarios a los que Alemania contribuye la parte del león.

Por este motivo pienso y creo que este es buen lugar para decirlo que la izquierda, si quiere encontrar un discurso nuevo, tiene que dar un vuelco a su orden actual de prioridades y quizá retornar en mejores condiciones a uno anterior que se perdió. Esto es hay que dejar de priorizar la política en los contextos nacionales y articular las propuestas en un contexto europeo, como mínimo y más adelante, por supuesto global. Se trata de una idea muy extendida, pero solo como idea cuando lo interesante es ponerla en práctica de un modo inequívoco.

Supongo que es pensable convocar una conferencia de la izquierda europea abierta a todas las tendencias de esta orientación política, incluidas las que están enfrentadas. En ella se trataría de ver si es posible articular un programa común europeo de la izquierda. Un programa muy sencillo, concentrado en un punto estratégico último, a cuyo logro se articulará la acción política: el de la desaparición de los Estados nacionales europeos y la constitución de unos Estados Unidos Europeos que no tienen por qué consistir en los veintisiete Estados, sino en una cantidad de ellos a la que se pueda ir agregando otros, como sucedió con los EEUU.

El ritmo de crecimiento de la población (visible en este gráfico extraído de Martínez Coll, Juan Carlos (2001): "Demografía" en La Economía de Mercado, virtudes e inconvenientes) es tan espeluznante que debiera ser el objetivo número uno de las autoridades mundiales controlarlo. Mil seiscientos millones en 1900, tres mil millones en 1960, seis mil millones en 2000 obligan a pensar qué pinta tendrá el rancho cuando haya diez mil millones. A ese ritmo, habrá que colonizar el espacio. Pero, en el ínterin, conviene saber cómo va administrarse un mundo en el todos los graves problemas -exceso de población, agotamiento de recursos, deterioro de la biosfera- no solo son globales sino que ya afectan de modo directo y palpable a la gente. Con seis mil millones de habitantes es absurdo que el mundo haya de gobernarse por el equilibrio general de casi dos centenares de entes soberanos que pueden estar regidos por orates y muchas veces lo están.

Ese es el punto esencial de la izquierda, la clave sobre la que cabrá ir construyendo un discurso europeo, preludio de uno mundial que abogue por un órgano de gobierno europeo (y luego mundial) no sometido a las erráticas, contradictorias y despilfarradoras decisiones de los Estados nacionales. La izquierda tiene que volver a un discurso internacionalista, cosmopolita gradual: primero ponemos orden en nuestra casa Europa y luego podemos colaborar en la construcción de otra mayor. Desde luego, hay que estar presentes en la política de los Estados y tratar de ganar las elecciones, que es la única forma de hacer cambios. Pero la izquierda debe trabajar asimismo en su objetivo estratégico de los Estados Unidos europeos y debe hacer propuestas siempre encaminadas a conseguirlo. La crisis, por ejemplo, debe servir para respaldar la unión monetaria con una única política fiscal de la UE y una mayor integración económica y financiera. Carece de sentido que se hayan fusionado las bolsas de Frankfurt y Nueva York y no lo hayan hecho las de París, Londres, Frankfurt, Madrid, Milán, etc.

(La imagen es una foto de BlantantNews.com, bajo licencia de Creative Commons). El gráfico pertenece a Martínez Coll, Juan Carlos (2001): "Demografía" en La Economía de Mercado, virtudes e inconvenientes , edición del 23 de mayo de 2007.

dissabte, 26 de febrer del 2011

Tres hombres y un destino.

Los tres hombres, muy distintos entre sí son Gadafi, Berlusconi y Camps. Gadafi es un apuesto barbián cuartelero; Berlusconi, un exuberante galán latino; Camps, un cacique de piadosa catadura. Pero su destino es el mismo: dar cuenta de sus actos, de los que son responsables a fuer de hombres, ante los órganos correspondientes, como cada hijo de vecino.

Ese es su destino, o debiera serlo porque los tres se han sublevado contra él y pretenden esquivarlo. Para lo cual los tres se escudan en el poder del que se valen no en interés de la colectividad sino en beneficio propio, al dictado del más primitivo instinto de los seres vivos, la supervivencia. En el caso de Gadafi probablemente en sentido literal pues la guerra en que ha metido el país es, como todas las guerras, a vida o muerte. En el caso de los otros dos, más en sentido figurado. La vida de Berlusconi ni la de Camps corre peligro, pero sí su condición jurídica que puede pasar de ciudadanos honrados e inocentes a delincuentes. Una muerte civil.

El poder político es al que se aferran; el de hacer las normas por las que se rige el común. Y, como se ve, ese poder político anda siempre rozando la guerra y, desde luego, el conflicto. Porque, ¿qué es lo que pretenden los tres parapetándose en el poder? De hecho lo que pretenden es que se les considere irresponsables de sus actos. Pero eso no se puede decir; es indecible. Así que se declaran prestos a rendir cuentas pero se valen del poder para impedir toda rendición. Gadafi a tiros; Berlusconi dictando leyes personales; Camps ganando unas elecciones.

En los tres casos el dinero es un elemento esencial, aunque cumple funciones distintas. En el de Gadafi se trata de una supuesta fortuna depositada e invertida en diversas partes del mundo. Una de esas montañas de dinero que los gobernantes cleptócratas acumulan en sus años de tiranía. Mobutu Sesé Seko era uno de esos ejemplos, y Duvalier en Haití, y Teodoro Obiang en Guinea o Ben Ali en Túnez. Supermillonarios que, en algún momento, deciden que hay que defender su riqueza a cañonazos.

Berlusconi posee otro tipo de fortuna. Acumulada mediante actividades industriales que puede que no hayan sido siempre legales. El acceso, o asalto, de multimillonario al poder se da en anticipación de algún proceso judicial por supuestas prácticas delictivas de carácter fiscal, financiero, etc. El dinero allana el camino al poder, como en los tiempos de Julio César o de los Medici o de los Rockefeller. Y el dinero permite conservarlo. No es disparatado pensar que el dinero es la argamasa que tiene unida a esa veintena de diputados procedentes de todos los demás partidos que han constituido un grupo independiente que se llama algo así como responsabilidad y garantiza que Berlusconi gane votaciones estando en minoría.

Berlusconi no solo gobierna en beneficio propio sino que se permite despreciar a los políticos a los que encuentra venales. Lo sabe él en sus libros de contabilidad.

El caso Fabra tiene unas dimensiones menos épicas pero más bufas. No parece que Camps se haya enriquecido como un Gadafi ni que tenga un fortunón que defender como Berlusconi. Nadie lo acusa de eso. Las acusaciones son de unas minucias, unos cohechillos, pero gracias a los cuales presuntamente otros se han llevado millones ilegalmente. Camps no puede liarse a tiros como Gadafi ni dictar leyes como Berlusconi; le falta poder. Así que ha decidido someterse al veredicto popular. Si se pretende juzgarlo mediante jurado, ¿qué mejor jurado que un plebiscito? De ese modo, el curita lleva meses componiendo la imagen del Ecce homo para que, al final, sea el pueblo el que lo aclame. Al margen de que haya o no tal aclamación, que está por ver, conviene recordar que la más afamada vez en que se recurrió a este proceder, el pueblo eligió a Barrabás. Claro que también podría ser Camps.

Pero el destino es común y tarde o temprano los tres tendrán que rendir cuentas de sus actos ante los órganos correspondientes que no son el ejército, el parlamento ni los electores sino los jueces. Y lo harán porque los tres son presuntos delincuentes.

(La primera imagen es una foto de El País, que dice es una toma de la TV libia. La segunda una de By Shealah Craighead, en el dominio público por ser una foto del Gobierno de los EEUU vía Wikimedia Commons. La tercera es de Carlesmari, bajo licencia de Creative Commons).