Los tres hombres, muy distintos entre sí son Gadafi, Berlusconi y Camps. Gadafi es un apuesto barbián cuartelero; Berlusconi, un exuberante galán latino; Camps, un cacique de piadosa catadura. Pero su destino es el mismo: dar cuenta de sus actos, de los que son responsables a fuer de hombres, ante los órganos correspondientes, como cada hijo de vecino.
Ese es su destino, o debiera serlo porque los tres se han sublevado contra él y pretenden esquivarlo. Para lo cual los tres se escudan en el poder del que se valen no en interés de la colectividad sino en beneficio propio, al dictado del más primitivo instinto de los seres vivos, la supervivencia. En el caso de Gadafi probablemente en sentido literal pues la guerra en que ha metido el país es, como todas las guerras, a vida o muerte. En el caso de los otros dos, más en sentido figurado. La vida de Berlusconi ni la de Camps corre peligro, pero sí su condición jurídica que puede pasar de ciudadanos honrados e inocentes a delincuentes. Una muerte civil.
El poder político es al que se aferran; el de hacer las normas por las que se rige el común. Y, como se ve, ese poder político anda siempre rozando la guerra y, desde luego, el conflicto. Porque, ¿qué es lo que pretenden los tres parapetándose en el poder? De hecho lo que pretenden es que se les considere irresponsables de sus actos. Pero eso no se puede decir; es indecible. Así que se declaran prestos a rendir cuentas pero se valen del poder para impedir toda rendición. Gadafi a tiros; Berlusconi dictando leyes personales; Camps ganando unas elecciones.
En los tres casos el dinero es un elemento esencial, aunque cumple funciones distintas. En el de Gadafi se trata de una supuesta fortuna depositada e invertida en diversas partes del mundo. Una de esas montañas de dinero que los gobernantes cleptócratas acumulan en sus años de tiranía. Mobutu Sesé Seko era uno de esos ejemplos, y Duvalier en Haití, y Teodoro Obiang en Guinea o Ben Ali en Túnez. Supermillonarios que, en algún momento, deciden que hay que defender su riqueza a cañonazos.
Berlusconi posee otro tipo de fortuna. Acumulada mediante actividades industriales que puede que no hayan sido siempre legales. El acceso, o asalto, de multimillonario al poder se da en anticipación de algún proceso judicial por supuestas prácticas delictivas de carácter fiscal, financiero, etc. El dinero allana el camino al poder, como en los tiempos de Julio César o de los Medici o de los Rockefeller. Y el dinero permite conservarlo. No es disparatado pensar que el dinero es la argamasa que tiene unida a esa veintena de diputados procedentes de todos los demás partidos que han constituido un grupo independiente que se llama algo así como responsabilidad y garantiza que Berlusconi gane votaciones estando en minoría.
Berlusconi no solo gobierna en beneficio propio sino que se permite despreciar a los políticos a los que encuentra venales. Lo sabe él en sus libros de contabilidad.
El caso Fabra tiene unas dimensiones menos épicas pero más bufas. No parece que Camps se haya enriquecido como un Gadafi ni que tenga un fortunón que defender como Berlusconi. Nadie lo acusa de eso. Las acusaciones son de unas minucias, unos cohechillos, pero gracias a los cuales presuntamente otros se han llevado millones ilegalmente. Camps no puede liarse a tiros como Gadafi ni dictar leyes como Berlusconi; le falta poder. Así que ha decidido someterse al veredicto popular. Si se pretende juzgarlo mediante jurado, ¿qué mejor jurado que un plebiscito? De ese modo, el curita lleva meses componiendo la imagen del Ecce homo para que, al final, sea el pueblo el que lo aclame. Al margen de que haya o no tal aclamación, que está por ver, conviene recordar que la más afamada vez en que se recurrió a este proceder, el pueblo eligió a Barrabás. Claro que también podría ser Camps.
Pero el destino es común y tarde o temprano los tres tendrán que rendir cuentas de sus actos ante los órganos correspondientes que no son el ejército, el parlamento ni los electores sino los jueces. Y lo harán porque los tres son presuntos delincuentes.
(La primera imagen es una foto de El País, que dice es una toma de la TV libia. La segunda una de By Shealah Craighead, en el dominio público por ser una foto del Gobierno de los EEUU vía Wikimedia Commons. La tercera es de Carlesmari, bajo licencia de Creative Commons).