divendres, 30 d’octubre del 2009

Deconstruyendo el constructivismo.

El Reina Sofía tiene una exposición sobre Rodchenko y Popova que, con el título de definiendo el constructivismo muestra las dificultades que a veces surgen a la hora de bautizar correctamente lo que se expone. Porque el constructivismo que, en sentido estricto, es el nombre que toman las vanguardias artísticas rusas cuando, hacia 1919, deciden poner el arte al servicio de la Revolución, debe realmente poco a Aleksandr Rodchenko y a Liubov Popova. La exposición, sin duda, está muy bien y es muy nutrida pero la mayoría de la obra expuesta (cuadros de Rodchenko sobre todo) es del periodo anterior al constructivismo. No es que esté mal, tampoco, pero resulta algo monótono porque la obra rodchenkiana de la época (entre 1917 y 1919) muestra sobre todo variaciones sin límite de temas suprematistas (bajo la directa influencia de Malevich) y abstracto (bajo la de Kandinsky) a base de bidimensionalidad de rayas, planos, curvas y colores simples cuyo objetivo meramente decorativo hace que la muestra frise en el aburrimiento.

Y aburrido es precisamente lo que no es el constructivismo.

Cuando arranca el constructivismo propiamente dicho, cuando los artistas de la época, Rodchenko, Popova pero, sobre todo, Maiakovsky, Tatlin, Malevich, Lissitzsky, Ekster, Penson, etc ponen manos a la obra de emplear el arte al servicio de la revolución en tiempos de zozobra, con la guerra civil o el comunismo de guerra, cuando fundan el grupo LEF (Frente de Artistas der Izquierda), junto al Proletkult, se produce una explosión de creatividad artística que se manifiesta sobre todo en la arquitectura, el cine (Eisenstein, Pudovkin, Vertov), la cartelística, el diseño gráfico y comercial (que había de experimentar un ligero renacimiento con la NEP, pronto aplastado por las colectivizaciones), la fotografía y otras artes aplicadas. Lo que sucede, sin embargo, es que la aportacion de nuestros dos artistas, Rodchenko y Popova es escasa por varias razones: ninguno de los dos, pintores, encajaba bien en los nuevos medios expresivos cuyo símbolo por excelencia sería la célebre torre de Tatlin (a la derecha) en homenaje a la IIIª Internacional que habría de erigirse en Petersburgo (luego Leningrado) pero que, irónicamente para un movimiento llamado constructivismo, jamás llegó a construirse. Popova, además, murió muy pronto (en 1924, el año de la muerte de Lenin) y Rodchenko, aunque intentó probar mano en diversos medios, como los montajes fotográficos al estilo del alemán Herzfeld (que luego "britanizaría" su apellido en Heartfield), los carteles al de Maiakovsky o los diseños industriales, no fue muy productivo. Por aquellos años desempeñó puestos burocráticos de gestión artística, lo que le permitió viajar (son célebres sus Cartas de París) y teorizar sobre arte pero no crear. Vino luego el invierno estalinista y el imperio indiscutible del "realismo socialista", un estilo que, sin duda, tiene sus encantos para quien sepa vérselos, pero no coincide en nada con las revueltas aspiraciones de aquella vanguardia compuesta de suprematistas, futuristas, abstractos, vorticistas y otros pecadores. Rodchenko, como otros muchos artistas tuvo que plegarse a los nuevos tiempos y , si bien siguió pintando pintura abstracta hasta su muerte en 1956, lo hizo en un prudente segundo plano, sin mayor relevancia pública.

De esa otra producción, del regreso al figurativismo en carteles como el que incluyo aquí a la izquierda que es un anuncio de libros (política cultural de la Revolución), la exposición tiene muy poco. Resulta así que, desde luego, cabe definir el constructivismo como esa feliz coincidencia de dos vanguardias, la artística y la política, en los primeros años de la revolución bolchevique, con un cine, una fotografía, un teatro, un diseño gráfico (obsérvese que todos son medios que tratan de vehicular mensajes a auditorios de masas) realmente rompedores. Pero, a su vez, la aportación de los dos artistas que la muestra singulariza a este agitado mainstream es escasa y subordinada a la esclarecida dirección de sus amigos y compañeros que, por dedicarse a otros géneros artísticos (por ejemplo, el caso del teatro de Maiakovsky) tuvieron mucha más iniciativa.

Aun así, la exposición merece mucho la pena si uno redefine la "definición" porque, entre otras cosas, contiene dos piezas muy difíciles de encontrar, ambas de Rodkenko: un proyecto de kiosko con una curiosa estampa, muy dentro del constructivismo tatliniano y una sala de lectura de un club de cultura proletaria que sí se construyó, aquí lo encontramos en sus dimensiones reales y produce (al menos a mí me la produce) una sensación de melancolía, de lo que pudo ser una revolución que se dejó inspirar por artistas a los que más tarde persiguió y machacó.

dijous, 29 d’octubre del 2009

La culpa es de Garzón.

¿Lo ven? Ahora será inevitable leer docenas de severas admoniciones de los sabelotodos de turno sobre el peligro para la democracia de la corrupción de la política, sobre la desafección de los ciudadanos, la inoperancia cuando no inmoralidad de las teorías de "todos son iguales", etc. Sólo conozco un tema más aburrido y estúpido que este de avisarnos de los peligros de la corrupción para la democracia que es el del carácter consumista de las entrañables fiestas navideñas. Y con un poco de suerte, al tenerlas ya encima, es posible que este año disfrutemos ración doble en algún caso y firmada por el mismo adusto Catón: "Frívolo consumismo en tiempos de corrupción pútrida".

Cuando llegue el momento nos ocuparemos de la Navidad. En cuanto a la corrupción y la supuesta deslegitimación de la democracia que acarrea, vamos a tratar de no perder mucho tiempo: la democracia no es el régimen más corrupto posible; al contrario, es el menos. Lo que sucede es que en él la corrupción se investiga y como tiene mucho impacto mediático, parece como si fueran consustanciales. Pero quienes tengan la necesaria memoria o, a falta de ella, se hayan informado convenientemente, sabrán que los regímenes más corruptos son siempre, por esencia y definición, los no democráticos, las dictaduras del tipo que sean, personales, institucionales, religiosas, de partido, de secta, grupo, clan o ejército. El régimen más corrupto de la historia de España ha sido el franquista. Y eso es así por definición: ausencia de controles democráticos, inexistencia de fiscalización pública, falta de rendición de cuentas, administración corrupta de justicia. La corrupción es la compañía necesaria de todos los sistemas no democráticos en los que del dictador al último mandado, roban todos como lo que son: como ladrones.

Así que menos rollos admonitorios, menos negros vaticinios. Sin ser perfecto ni muchísimo menos, el democrático es el régimen en el que cabe poner coto (hasta donde cabe hacerlo) a esa capacidad inherentemente humana de aprovechar el servicio público para llenar la andorga engañando a los ciudadanos. La corrupción (mejor dicho: la lucha contra la corrupción, que es lo que está pasando aquí) no puede ser causa de deslegtimación de la democracia. Me malicio que eso es lo que quieren los que se ponen proféticos a vaticinar desgracias: que se vea que la democracia corre peligro por no hacerles caso. O, mejor aun para ellos: que se acabe la democracia y los enchufen en algún puesto del aparato de propaganda del nuevo régimen.

Y al igual que la corrupción no conoce colores ni fronteras políticos, tampoco lo hace la lucha contra ella. Quienes protestamos contra la corrupción debemos estar preparados a admitir que ésta se da en todas las latitudes. Me hacen gracia esos esbirros que pasan por analistas políticos para los cuales en España no hay más corrupción que la de un partido estando el otro impoluto. Pasaba cuando el grueso de las prácticas corruptas caía sobre el PP: decían estos que los verdaderos corruptos, condenados por tales en los casos Filesa, Malesa, etc eran los del PSOE y que, en cuanto al PP, todo el asunto eran las trampas, tergiversaciones cuando no prevaricaciones del juez Garzón. Bueno, ahí tienen Vds. al juez Garzón persiguiendo con la ley en la mano a una panda de presuntos chorizos del Partido Socialista y de Convergencia i Unió. ¿No debieran tragarse con patatas al chile el señor Rajoy y sus alevines aquellas afirmaciones calumniosas de que el juez Garzón "es socialista"?

Y tres cuartos de lo mismo para los del PSOE. Acostumbrados a ver en los últimos tiempos que los corruptos traen todos el carné del PP en la boca, se quedan sin aliento al ver el puñado de supuestos mangantes socialistas en Santa Coloma de Gramenet y empiezan a trazar las diferencias con ánimo de probar lo improbable: que la gente es moralmente peor o mejor según a qué partido político pertenezca, sobre todo por lo que tenga de proximidad o lejanía con el sedicente analista político que no es otra cosa que un sicario.

Corruptos los hay en todas partes y que abunden más en un sitio que en otro sólo es cuestión de oportunidad y vigilancia, si bien tengo para mí que la derecha, más carente de ideología, tiene mayor riesgo de corrupción por así decirlo "estructural"; pero eso no quiere decir que, aun teniendo más ideología, la izquierda esté libre de ella ni mucho menos. A su vez la democracia es el sistema en el que se ataca a la corrupción porque se la investiga y castiga gracias a que la organización de los poderes del Estado y la existencia de una prensa libre así lo permiten.

En cuanto al llamado desprestigio de la política que no es otra cosa que desprestigio de los políticos, hay un procedimiento muy sencillo: que los propios políticos vigilen en sus filas en lugar de hacer la vista gorda y tener un sistema de protección corporativa. Si los corruptos supieran que sus tejemanejes pueden ser descubiertos por el fiscal y tambien por su compañero de escaño, habría menos escándalos. Y lo mismo, por cierto, cabe decir de los jueces, los abogados del Estado, los profesores universitarios y los jardineros del Ayuntamiento. Así que cada palo aguante su vela.


(La imagen es una foto de jmlage, bajo licencia de Creative Commons).

Filosofía de la historia de la filosofía.

Culmina con este texto el señor Savater, y según él mismo advierte al final, su proyecto de abordar el tratamiento de la filosofía, por temas o en visión histórica, para hacerlo accesible a un público de adolescentes y de adultos no especializados pero con interés en el saber perenne. Esta historia de la filosofía (Fernando Savater, Historia de la filosofía sin temor ni temblor, Madrid, Espasa-Calpe, 2009, 302 págs), como todas las de su género, dice mucho, incluso más, sobre el autor que sobre su mismo objeto. Aquí podríamos empezar por ese temor y temblor que en Kierkegaard suscita la reflexión sobre Abraham quien se dispone a hacer con su hijo adolescente lo contrario que Savater: matarlo en lugar de ilustrarlo.

La obra se presenta con algunas características dignas de breve mención: está muy bien escrita, con ese estilo fluido, un poco cheli, conversacional, que Savater maneja con maestría y encaja a la perfección en la tarea de describir y explicar cuestiones filosóficas simples, pero resulta una limitación cuando éstas, las cuestiones, se hacen algo más enrevesadas y ya no se dejan exponer de modo tan alígero. Pasa el alguna ocasión (el tomismo o Wittgenstein me ha parecido detectar) y desmerece.

El libro está escrito en técnica contrapuntística, un poco al estilo -creo recordar- de El mundo de Sofía en el que el relato principal viene acompañado de un diálogo entre un chico, Nemo y una chica, Alba. Supongo que los nombres no son inocentes y que Nemo remite a Julio Verne y Alba, quizá, a la idea que el autor apunta al final de la obra acerca de la incorporación de las mujeres a la reflexión filosófica y que es la que le ha llevado a incluir en el elenco a Hannah Arendt y María Zambrano en una decisión que, imagino, quiere equilibrar la justicia con el oportunismo. Estos diálogos tratan de encarnar aquí y ahora el eterno rumiar filosófico, pero entiendo que debieran haber sido pensados algo más. No basta con situar a los protagonistas frente al faro de Alejandría o al pie de una barricada parisina; es necesario que lo que digan esté en el torbellino reflexivo de la vida y tenga menos juegos de palabras.

La obra está muy gratamente ilustrada por un hermano del autor, Juan Carlos Savater, básicamente a base de acuarelas que se agradecen mucho. No obstante tambien cabe hacer aquí algún reproche: las imágenes están tratadas como el texto, esto es, de un modo excesivamente convencional. Es cierto que Fernando Savater discurre sobre la figuras de los filósofos y sus doctrinas con gracia y elegancia y lo mismo sucede con el ilustrador; pero también lo es que ninguno de los dos ha tratado de ir un poco más allá y de buscar el punto de interés y originalidad por debajo de la visión al uso. Algún ejemplo para entendernos en el campo de la propuesta gráfica: ¿qué tal situar a los filósofos en una circunstancia orteguiana específica? Aristóteles con Alejandro Magno, por ejemplo; o Galileo ante el Santo Oficio; Hobbes acompañando a Carlos I al patíbulo; Rousseau herborisant; Kant bajo un cielo estrellado.

Sin duda las críticas deben versar sobre lo que hay y no sobre lo que no hay, pero entiendo que una propuesta gráfica más audaz hubiera sido más prometedora y engancharía más al lector. De todas formas eso es también lo que cabe decir del texto. El autor se ha atenido en exceso a mi juicio al carácter conservador de la editorial y no dice nada de los filósofos y sus doctrinas que no pueda encontrarse en las fuentes que con toda honestidad cita al final: Russell, Ferrater, Abagnano; pero también podría haber intentado presentar su objeto haciéndolo valer no por la tasación reverente y tradicional (el despliegue de la especulación filosófica avanzando a lo largo de los siglos a modo de espíritu hegeliano) sino vinculándola a problemas contemporáneos de modo más original, cosa que Savater domina sin mayor fatiga. Lo aclaro: el último párrafo del libro habla de un atentado de ETA con resultado de muerte de dos guardias civiles. ¿No hubiera estado mejor vinculándolo a la reflexión de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal? Y, en ese mismo espíritu: ¿no puede relacionarse la preocupación ecológica contemporanea con el panteísmo de Spinoza? La distinción entre derechos individuales/derechos colectivos que tanto preocupa al autor en el contexto de hoy, ¿no estaría bien situada al dar cuenta del individualismo de Locke? El debate sobre la tecnología y la tecnocracia encaja bastante bien en las especulaciones cartesianas sobre las máquinas y, donde no, ¿por qué no aprovechar el manejo que todos los adolescentes -y los que no lo somos- hacemos de Google earth y el uso general de los GPS para hablar de las consecuencias del invento cartesiano de los ejes de coordenadas? Y no digo nada del estoicismo y la globalización, del deber kantiano y las leyes de punto final, etc.

Todo ello observaciones al paso por no quedarme callado. Hay que estimar en lo que vale que un hombre en la plenitud de su labor creadora y metido de lleno en los apuros del siglo con ánimo volteriano, encuentre tiempo para confeccionar una obra que será de utilidad a las generaciones que empiezan y a cuyo lado, sentado en el pupitre ha querido el autor que lo retrate el ilustrador.

dimecres, 28 d’octubre del 2009

Un día cualquiera.

En un mundo en el que 1.000 millones de personas pasan hambre, 1.100 millones no tienen acceso a agua potable y 2.000 millones carece de servicios sanitarios;

en una Europa que no consigue aprobar una estructura constitucional mínima que permita no ya continuar avanzando en la unificación europea sino mantener el enteco grado de unidad que se ha conseguido hasta la fecha;

en una España que tiene más de cuatro millones de parados, en torno al 17 por ciento de la población activa que duplica con creces la tasa europea de desempleo;

en una Comunidad Autónoma como la de Madrid que es la que genera mayor desempleo de toda España y donde uno de cada tres jóvenes no tiene trabajo;

en una Caja de ahorros que es la cuarta entidad bancaria española pero no ha comenzado siquiera el proceso de fusión con otras imprescindible para su supervivencia;

la señora Esperanza Aguirre no tiene otro pito que hacer que torcer el brazo del señor Rajoy para que éste tome medidas disciplinarias con un sicario de segunda por unas declaraciones que reputa injuriosas de hace más de tres días. Entre tanto la Caja Madrid sin gobierno, la Comunidad de Madrid sin gobierno y España sin oposición;

porque detrás de la batalla por la hucha y el madroño se oculta el combate por determinar quién manda en el PP, partido que asiste antre atónito y avergonzado a una sucesión de acontecimientos y revelaciones de intrigas y gabinetes tan insólitas como peregrinas.

(La imagen es una foto de dalequetepego, bajo licencia de Creative Commons).

El erotismo en el arte.

El museo Thyssen ha abierto una exposición temática sobre el erotismo en el arte que lleva tiempo anunciando y en la que se han cifrado altas expectativas. Desde luego la cantidad de obras en exposición es grande (algunos cuadros muy famosos y difíciles de conseguir) y la organización se ha tomado trabajo desglosando el tema en aspectos parciales significativos con ilustraciones pertinentes. El título arranca del del último libro de Georges Bataille, cuya reflexión sobre el erotismo en el arte y la relación entre Eros y Tanatos a través de la experiencia de la muerte en el orgasmo utiliza como columna vertebral de la exhibición. Estaba yo en la creencia de que esa idea del orgasmo como anticipo de la muerte era de algún antipsiquiatra de los años sesenta, Ronald Laing o David Cooper, pero sin duda me traiciona la memoria.

Así que las lágrimas de Eros. Lo primero que capta la mirada del visitante al entrar en el recinto de la exposición propiamente dicha es la famosa placa de Man Ray de la señora con unos lagrimones como perlas del Malabar. Es como una primera sacudida porque ¿qué tiene esa foto de erótico? Tiene la sorpresa surrealista, una especie de Magritte en blanco y negro pero de erótico, nada. Pensando, por ser constructivo, en dónde he visto lágrimas eróticas me voy a las que pintaba el Greco, gotas de rocío titilante en los ojos de sus santas en éxtasis, Marías Magdalenas arrebatadas, ojos borrosos como la imagen que ellos recibían detrás de las lágrimas.

Eso en cuanto a las lágrimas. En cuanto a Eros, los dos primeros cuadros con los que topa el visitante son sendas espantosas piezas de la escuela ñoña de William Bouguereau, con sus mujeres de sensuales caderas y delicados senos pero sin sexo. De una estoy seguro; en la otra tengo duda; pero si no es de Bouguereau es de su relamida influencia. Es que no es fácil dar con el icono del erotismo en el arte porque, sospecho, la propuesta es redundante. El arte es siempre erótico: nace del amor en el sentido más primitivo de las cosmogonías tradicionales y evoluciona en una compleja dialéctica de proyección, absorción, idealización, de creación y obra cuya síntesis se encuentra en el mito de Pygmalion que en su origen es de la escultura, el arte mas completa, según Bellini, porque reproduce la realidad en sus tres dimensiones.

Así que el comisariado de la exposición se ha dado un trabajo clasificatorio grande, identificando los puntos de ilustración, la materialización de la relación eros/arte que es prácticamente infinita. Para ello ha recogido momentos distintos, claramente identificados en tres fuentes del arte: la mitología, la tradición bíblica, que es la mitología judeo-cristiana y la literatura, una excrecencia de ambas. Nacimiento de Venus, esfinges y sirenas, leyenda de Andrómeda, Jacinto y Apolo, Endimión y Semele para la mitología; tentaciones de san Antonio, martirio de san Sebastián, María Magdalena, Judith y Holofernes, Salomé y san Juan Bautista para la Biblia; y algunos de los anteriores más el beso del vampiro y Ofelia para la literatura.

Es un criterio clasificatorio tan válido como otro cualquiera. Puedo discutir la conveniencia de una u otra elección y puedo pensar que hay otros episodios que podrían tratarse, sin ir más lejos, el erotismo de las anunciaciones y madonas, la cristianización de los mitos eróticos (un san Jorge por un Perseo), la violación de Lucrecia, etc. Pero la selección es buena y está llena de posibilidades con lo que la exposición cumple a la maravilla lo que debe ser el objetivo de todas ellas: abrir perspectivas al visitante. Objeto, sin embargo, al nivel de la obra exhibida que es muy de segunda y del montón. Que esté el nacimiento de Venus de Bouguereau y no el de Boticcelli es muy significativo, como lo es que no haya Giorgione alguno ni una Danae de Tiziano cuya carga erótica, como la de todos los mitos de los ligues de Zeus, es inmensa.

La organización hace mención expresa al objetivo de abrir el museo a un público más amplio. Imagino que el razonamiento es el siguiente: si metemos picante en la muestra, mujeres en bolas, vendrá más gente. Y probablemente sea cierto y acertado. Como también lo será que se ha tratado de mantener un perfil moderado, convencional en un tema con tendencia a lo escabroso, sin tentar a los demonios. Digo esto porque, a mi gusto, el cuadro que mejor cuadra a la exposición, el que reúne calidad y pertinencia al tema, la obra más erótica a mi entender es esa potente Mujer entre olas de Gustave Courbet de 1866: no obstante, puestos a batir el record, yo hubiera traído su El origen del mundo que se ve a la derecha, aunque entonces a lo mejor no me hubieran dejado abrir la exposición.

Las relaciones sexo/muerte, la mujer serpiente, la tentadora fatídica, la Eva ponzoñosa están muy presentes en la expo y, como era de temer, con abundancia de las cosas tremebundas de Franz von Stück delante de cuyas mujeres siniestras en simbiosis con la serpiente hacían cola los buenos burgueses de la liga hanseática a comienzos del siglo XX y hoy no pueden verse sin cierto alborozo, como el de las muestras de feria. En este discurso misógino (y, por tanto, escasamente erótico) de la mujer y la serpiente sigue llevándose la palma Hans Memling (del que hay una escena de la caída original en la expo) y, si uno quiere una versión desprovista de turbulencia y más ornamental, váyase a las cosas de Klimt.

Todos los capítulos de la exposición están llenos de sugerencias, ir a verla es altamente recomendable y no cabe estar deteniéndose en todos ellos porque nos dan las tantas. Lo que se dice de san Sebastián y el puntito de tenerlo como patrono gay está bien. Faltaba alguno de la cosecha de Mantegna que ahí sí que hay tela que cortar y horadar. No quiero ser muy provocador pero tampoco era necesario mostrar un espíritu tan asimilado a la visión convencional: el erotismo se detiene a las puertas del arte sacro, no vayamos a fastidiarla, que no es difícil detectar en los cristianos reacciones similares a las de los musulmanes cuando suponen que alguien tontea con sus cosas venerandas. Pues no, señor. Arte sacro es en el díptico de Melun la Virgen con el niño rodeada de ángeles, de Jean Fouquet a mediados del siglo XV y en la que está representada Agnès Sorel la amante del Rey Carlos VII de Francia como la Virgen. Arte sacro y arte erótico. Una mezcla gloriosa que la religión cristiana reprueba, castiga, oculta, niega pero que otras religiones y filosofías con una actitud más abierta a estas querencias exaltan, como sucede con las divinas voluptuosidades talladas en la roca en algunos templos hindúes, como el de Vishvanath y muchos otros tanto en la India como en Ceilán o en Indonesia.

Para el resto del paseo hay multitud de episodios, muchos de los cuales remiten a la pintura y al arte contemporáneos, con algún Dalí y algún Picasso. Tengo simpatía especial por una narración universalmente conocida sobre la que han probado su mano pintores, escultores, poetas, dramaturgos y músicos: Salomé y san Juan Bautista y, al fondo, Herodías que, no pudiendo ya emplear sus mustios encantos, lanza los de su hija para colmar su sed de venganza. ¿Y no acabamos de escuchar que Susan Sarandon recomienda a su hija, joven actriz en agraz, que se desnude siempre que pueda? Es que el erotismo tiene un firme y eterno pilar en el cuerpo desnudo de la mujer, algo con lo que jamás podrá competir el del hombre salvo cuando renuncia a su imagen masculina transformándose en un andrógino. Porque el erotismo empieza siempre con la mirada; la mirada capta el amor de Semele por Endimión, eternamente hermoso; con la mirada peca David al ver a Betsabé y comete el mayor acto de bellaquería que cabe cometer en lid alguna; por la mirada pierden la compostura los dos ancianos frente a Susana, por cierto mito abundoso de erotismo que está ausente de la exposición.

Una última palabra sobre los vampiros en perspectiva de género y a propósito de una de las versiones de El beso de Munch que sí viene en la exposición: es una vampiresa, un curioso giro nórdico a la tradición masculina de los vampiros del sureste de Europa.

Por último, como suele pasar en el Thyssen, la expo está dividida con la de Cajamadrid en la Plaza de Celenque. Pero merece la pena la molestia. Hay cosas soberbias.


dimarts, 27 d’octubre del 2009

El ocaso de una lideresa.

¡Qué amarga es la derrota, Señora! Te han dejado a los pies de los caballos, derrengada, hundida, sin aliento. El vapuleo del sicario en la corrala madrileña el domingo ha sido demasiado para ti, Señora, que fuiste a colegio de pago. Tú, que puedes vestirte de Comunidad Autónoma como podrías de Libertad liberal, que tienes el sentido del humor de titularte lideresa, mezcla de lider y tigresa, te han ganado en chulapería, tronío y desplante. Esto no te lo esperabas cuando te pensabas reina del chotis en una sola baldosa. Aferrada a tu muñeco, tocado en la línea de flotación de la honorabilidad penal, que es como decir de la cintura para abajo en un seminario mixto, cometiste un error garrafal enfrentando al alfeñique González con el morlaco de la dehesa Rato. Eso viene de gobernar Madrid, que una se cree Carlos III, alcalde, rey, emperador. Batida a todos los vientos del Gürtel, con la sierra madrileña incendiada en desfalcos, la marmita hirviendo de espías, la fundación Fundescam cayéndosete del bolso (que no es de Vuitton porque Dios es grande) se te ocurre presentarte en Génova 13, sombra de lo que fuiste, amarrada al perillán, como el galeote al duro banco (o caja) a enfrentarte con tu enemigo, el hombre al que llevas un año humillando en público. Y crees que puedes salir vencedora, como si fueras Morgana. Ese nombre de Rato que ahora no se te cae de la boca, ese "lujo absoluto" para presidir Cajamadrid, es la estopa que te han metido por el gaznate en la sede de tu partido como parte de la estrategia de acabar contigo, Señora, que te habías creído una mezcla de Leonor de Aquitania y Margaret Thatcher, antigua y moderna: ¡eterna, Señora! Y date con un canto en los dientes si el triunvirato vencedor, la coalición Fraga-Rajoy-Gallardón, no descubre que, en el fondo, Gürtel sois Correa, Camps y tú.

(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).

El otro que no cesa.

Europa está llena de otros. Es más, me parece que lo que unifica todas las formas del otro que conozco, la raíz de toda "otroidad", es que es un concepto europeo. Europa viene a ser lo propio de una serie de otros muy distintos. No sólo de lo "no europeo" sino de lo "no blanco", "no occidental", "no cristiano" y hasta "no masculino", "no viril". El concepto de otro es necesario para entender a Europa. Generalmente es un concepto incómodo, que obliga a cuestionarse cosas sobre uno mismo (cómo reacciona uno frente a los otros) llegándose veces a extremos que ponen en duda la misma naturaleza humana del nosotros. Por ejemplo, cuando el Otro tomó la forma del judío.

La imagen actual del otro en Europa es el inmigrante, el sin-papeles (¿qué tal simpapeles?), el ilegal, el "extracomunitario", esa oleada permanente de gente de la periferia de la UE, eslavos de Ucrania o Belarús, albaneses, macedonios, armenios y otras gentes del Asia menor, habitantes del enorme zócalo continental africano, gentes del Magreb y su hinterland, los negros, los llamados "subsaharianos" para no decir eso; negros, gentes del Senegal, Mali, República centroafricana, zona CEFA, antigua África Occidental Francesa que hablan francés, pero también los que hablan inglés, los que vienen de Nigeria, el país más poblado del África, de la antigua Rodhesia que van camino de Gran Bretaña, en donde se reúnen con los que vienen de las Antillas menores, también llamadas West Indies, igual que los marroqués, argelinos y tunecinos conviven en París con los vietnamitas y los moros del Avapiés madrileño con los chinos. El mundo entero es un inmenso Otro frente a Europa, acampado a sus puertas, como el árabe en el siglo VIII, el turco en el XVI, el eslavo en el XX y todos a una en el XXI..

Así que esta peli de Costa Gavras va de inmigración en el "Edén" europeo. Soy forofo de Gavras, del que he visto varias pelis cada una de ellas tratando algún asunto político, ético, filosófico grave. La que más me ha gustado de siempre y cuya música de Mikis Theodorakis he seguido escuchando a lo largo de los años es Z, sobre el asesinato de Lambrakis en la Grecia de los coroneles con una actuación de Yves Montand, Jean-Louis Trintignant y Renato Salvatori soberbia, pero recuerdo muy bien Estado de sitio, Missing, Hannah K., etc. Es un cine político, de combate y con mucha fuerza artística.

Al Oeste el edén es la historia de un inmigrante supongo que albanés, aunque puede ser turco o armenio desde que el mar lo deja en una playa de Italia, en un hotel de lujo que se llama Edén hasta que culmina su empeño de llegar París, a ver a un mago (si tu viens à Paris, viens me voir au Lido), de quien se promete todo. Es, pues, una película de itinerario, una road movie europea que empieza en algún lugar impreciso de las costas del Mediterráneo con un barco cargado con cientos de ilegales que los propios tripulantes denuncian a la guardia costera italiana al entrar en aguas territoriales. Elias, el inmigrante, salta por la borda con un amigo y así acaba a la mañana siguiente casi ahogado en la playa del hotel de lujo, en la zona de nudistas, en donde la gente va en bola picada. Desde allí, la historia es la de Elias pasando los Alpes, llegando a Francia y cruzándola hasta París a golpe de calcetín, de auto-stop, de tren, para encontrarse con el mago que busca en los Campos Elíseos. En el camino, ya puede imaginarse, le pasa de todo y la peli retrata las relaciones de los europeos, de muchos europeos, trabajadores, comerciantes, burgueses, empresarios, agentes del orden, con los inmigrantes, incluso las de unos inmigrantes con otros.

El cuadro que pinta Gavras es tragicómico; uno pasa la peli con una sonrisa amarga. El director explota al máximo el lado divertido de las peripecias de Elías, especialmente las que tienen connotaciones sexuales, pero deja claro que la vida de los sin-papeles en Francia, o sea, en toda europa, es una vida miserable, perseguida, con abusos e injusticias continuos. Prácticamente hay que tragar mierda o por lo menos meter en ella las manos para sobrevivir. Pero al final, dice Gavras, si llegas a los Campos Elíseos, ya lo has conseguido y la vida se te abre. Pero, en realidad, eso es sólo para una pequeña proporción de los que llegan que a su vez son una minúscula proporción de los que se pusieron en camino.

dilluns, 26 d’octubre del 2009

El infierno del Irak.

A diez meses de que se retiren definitivamente los gringos del Irak, dos después de que haya comenzado la evacuación de las tropas de las ciudades y a tres meses de las próximas elecciones, la situación en el país empeora por días y vuelve a ser el caos de atentados, destrucción, asesinatos, secuestros, robos, violaciones que ha sido en estos últimos seis años, desde que tres desaprensivos que deberían estar pagando por su culpa, decidieran en las Azores (con la complacencia del untoso señor Barroso, hoy presidente de la resbalosa Comisión europea) que podían invadir y saquear tranquilamente un país a más de diez mil kilómetros de distancia, masacrar a sus ciudadanos, torturar a sus combatientes, violar a su mujeres y demás gratas consecuencias de una guerra de rapiña; que todo eso salía gratis y que se podía presentar al mundo no como la salvajada que era para enriquecer a cuatro sinvergüenzas y para satisfacer el primitivo anhelo de venganza del señor Bush, sino la llegada de la democracia a un soleado país en el que hasta entonces reinaba una odiosa dictadura.

Seis años después el Irak está en ruinas, sus riquezas expoliadas, su patrimonio histórico-artístico esquilmado, su población aniquilada, empobrecida, desplazada, el gobierno no controla el suelo que pisa (como prueban los dos coches bombas de ayer directos contra dos edificios oficiales), han muerto miles de soldados gringos y decenas de miles están heridos, mutilados o destruidos psicológicamente. Una ruina, un desastre, para el Irak, para los Estados Unidos, para el mundo entero.

Entre tanto, los tres sujetos que perpetraron la fechoría no solamente no se arrepienten y no se ocultan debajo de las piedras sino que alguno de ellos, como el señor Aznar, aun gallea por las universidades y gasta chirigotas sobre su mentira de las armas de destrucción masiva para causar este destrozo en los intereses de la humanidad entera.

Los Estados Unidos no pueden ganar esa guerra, como no ganaron la del Vietnam y si el señor Obama ha salido elegido presidente es porque traía un plan para sacar a los chicos de la ratonera desértica. Lo que no está claro es si el plan puede realizarse sin aumentar la catástrofe en que ya está el Irak. Supongo que no y que la retirada de los estadounidenses sumirá al país en un caos al estilo Somalia, con un retorno al estado hobbesiano de naturaleza.

¡Que cara paga la humanidad la codicia, la soberbia, la estupidez de sus gobernantes!

(La imagen es una foto de controlarms, bajo licencia de Creative Commons).

La salud de los muertos.

Los intelectuales tienen vocación de sepultureros. Apenas se los deja a sus anchas en los campos que cada uno prefiere cultivar por razones vocacionales cuando empiezan a tocar a difuntos. Hegel decretó la muerte del arte; Nietzsche la de Dios; Adorno, en cierto modo, la de la poesía; los posmodernos la de la filosofía; y ni cuento los autores que han dado por difunta a la novela; era cuestión de (poco) tiempo para que la campana tañera por la ciencia política. Tiene su punto de hybris esto de decretar la muerte de algo inmortal. Sobre todo cuando esa muerte que proponen los intelectuales suele ser el prolegómeno de un renacimiento glorioso y ello no solamente porque la descarnada tenga condiciones demiúrgicas ya que Saramago le atribuye nada menos que haber creado a Dios, sino porque los intelectuales viven en mundos mitológicos en los que la muerte es únicamente la antesala de la nueva vida. La muerte de su objeto es como la de Osiris, el preludio de su renacimiento. No estoy muy seguro en el caso de Adorno pero sí, desde luego, en el de Hegel, los posmodernos y hasta el propio Nietszche. Es el momento de recordar la conocida y lapidaria sentencia de Oscar Wilde en la cárcel de Reading: "Todo el mundo mata lo que ama".

César Cansino es un reputado politólogo mexicano con importante obra en el campo de la teoría política y este libro (César Cansino, La muerte de la ciencia política. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2008, 348 págs.) en el que se repasa el estado actual de la ciencia política con especial hincapié en el de la teoría política en su increíble madeja de disputas, así lo prueba. En este terreno de las defunciones de actividades, géneros, estilos, artes, la muerte de la ciencia política se entiende como parte singular de una muerte colectiva de las ciencias sociales a las que les ocurre como a los seguidores de esas sectas suicidas, que mueren todos de golpe. El propio Cansino pone varias veces de manifiesto que los problemas de la ciencia política para legitimarse científicamente son los del conjunto de las ciencias sociales. Tiene sin embargo esta ciencia una facies cadaverica más acusada y no solamente porque siendo la más reciente, la última llegada, cuente con menos defensas sino porque en ella la maldición esencial de todas las ciencias sociales, la que las condena a tener una condición científica (en el sentido de las ciencias experimentales) problemática, esto es, la coincidencia del objeto de conocimiento con el sujeto cognoscente adquiere su forma más descarnada y brutal por cuanto un porcentaje altísimo de lo que pasa por ciencia política en el mundo es opinión interesada y entra más en el campo de la propaganda, cosa que sucede menos (aunque siempre suceda) con otras ciencias sociales.

Para sortear tan incómoda posición de no alcanzar pleno estatuto científico en una época de monopolio experimental de la legitimidad del conocimiento, los filósofos, sobre todo los neokantianos, hicieron la tradicional distinción entre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza a fin de reservarse un lugar al sol. Lo cual no obsta para que los de la naturaleza sigan preguntando qué ciencias son esas del espíritu. Y éstas se ven obligadas a intentar justificarse perennemente ante el escueto tribunal de la razón experimental con lo cual lo ùnico que suelen conseguir, paradójicamente, es que la casi totalidad de su cuerpo de conocimiento sean cuestiones metodológicas sobre las que, para variar, suele no haber acuerdo.

Dentro de este ebullente mundo de querellas epistemológicas la ciencia política tiene una condición especialísima por ocuparse de un objeto, la política, cuyo estatuto cognitivo es mirífico. Muchos de quienes cultivan la práctica política, la conciben como un arte; otros, como una ciencia. Que algo pueda ser arte y ciencia al mismo tiempo, que son actividades que requieren facultades mentales opuestas demuestra que ese algo, aunque no se sepa bien qué es, es extraordinario. La negación de la condición científica de la ciencia política coexiste con la afirmación aristotélica de que la política es la ciencia más noble que hay por razón de lo que se ocupa. Entre la nada y el todo, el cero y el infinito, muchas veces la política y la ciencia política se volatilizan. Y Aristóteles mantiene cierta autoridad. En unos terrenos más que en otros. Sus ideas sobre la esclavitud o sobre las mujeres no son hoy sostenibles; en cambio, su clasificación de las formas de gobierno sigue siendo válida. El cometido de la ciencia política es casi milagroso por cuanto se espera que dé cuenta del comportamiento de un objeto, el ser humano, cuya característica esencial en este terreno cognitivo es que miente y no solamente que miente sino que, para complicar las cosas, se miente a sí mismo. Recuérdese que Maquiavelo recomienda al príncipe, entre otras lindezas, que mienta para conquistar el poder o mantenerlo. Y precisamente por hacer esta recomendación de valerse de la mentira para prevalecer Maquiavelo ostenta el título de padre de la ciencia política, sin duda como ciencia de la mentira. Pero ¿puede haber una ciencia de la mentira? ¿No es la ciencia la búsqueda desinteresada de la verdad? ¿Hay una verdad de la mentira?

Cansino arranca su investigación de una reflexión de Giovanni Sartori quien comprueba, irritado, lo que dentro de unos días y aunque parezca extraño se apresta a debatir el Senado de los Estados Unidos, esto es, la relevancia de la ciencia política que, según el politólogo italiano, a fuerza de abrazarse al método cuantitativo y lógico-deductivo ha acabado elaborando un discurso superficial e intrascendente. Es la situación paradójica en que se encuentra una disciplina que Cansino ve "rezagada" y en "busca de su identidad" (p. 21), que tiene que tiene que acudir al método empírico, científico pero, al hacerlo se encorseta en una hiperespecialización e hiperfactualidad que la llevan a la irrelevancia (p. 123).

Cansino divide su libro en dos grandes partes, una primera llamada "los límites de la ciencia política" y la segunda, "La ciencia política más allá de sus límites" (lo que se decía al principio: el ave Fénix) y corona el trabajo con un interesante capítulo sobre la ciencia política en Latinoamérica. La primera parte, es un repaso de las cuestiones sobre todo (¡cómo no!) metodológicas que dibujan el campo de la ciencia política contemporánea. Algo avanzamos: ya no nos detenemos a rumiar los problemas del paradigma funcionalista y la revolución conductista (primera y segunda oleada) sino que directamente pasamos a unos brillantes análisis de las perspectivas contemporáneas, singularmente la hoy hegemónica de la decisión racional o eleción pública y el análisis de sistemas, en donde retorna como un zombi el viejo paradigma funcionalista, a la espera de que Niklas Luhmann le clave en el corazón la estaca de los sistemas autopoyéticos. Se paga portazgo al limosnero mayor del enfoque, David Easton, y se penetra luego en el ámbito tecnocrático luhmaniano (pp. 68-70), de donde emergemos para habérnoslas con su contrario que, como quiere el poeta, es a su vez su complementario, Habermas. Cansino ilumina sagazmente los cuatro puntos oscuros en el razonamiento habermasiano de la teoría de la acción comunicativa y democracia discursiva (pp. 79/80) que a mi juicio se reducen a dos que todo lo abarcan: Habermas subestima los límites impuestos por las prácticas humanas a la racionalidad y sobrestima el dominio racional del ser humano sobre el medio. Cierto, cierto y, en favor de Habermas diremos: ¿quién no lo hace?

Esta primera parte se completa con un capítulo sobre las últimas elaboraciones teóricas del conocimiento empírico de lo político, singularmente cuestiones como la "calidad de la democracia" y los requisitos de la medición de la democracia asunto que puede oscilar entre los análisis categóricos de Morlino y las alegres clasificaciones de The Freedom House. Cierra el autor esta parte con un sonoro "¡Adiós a la ciencia política!" (p. 118), al juzgar que hay que buscar la sabiduría política en otra parte y ello después de coincidir en la diatriba de Sartori y de llamar insensato a Josep M. Colomer (de quien Palinuro tiene pendiente una reseña sobre su último libro acerca de la Ciencia de la política) por atreverse a discrepar del maestro sosteniendo que la ciencia política positiva, empírica, goza de muy buena salud, cosa que me parece cierta, y que los clásicos están para ir a la poubelle de l'histoire, cosa que no me lo parece.

De clásicos va la segunda parte del libro de Cansino que se lanza con conocimiento de causa, sólida argumentación teórica, abundancia de fuentes y razonamiento convincente a defender su visión de una teoría política ave Fénix renacida como actividad simbólica que, en su hiperrealización, alcanza a la metapolítica. En cuanto a la dimensión simbólica, el comienzo no puede ser más prometedor. Dice Cansino de modo apodíctico y siguiendo a Maestre, que "la contingencia es el supuesto de la libertad democrática" (p. 163). Cierto sin duda alguna y, a partir de aquí, la ciencia hace mutis por el foro y nos embarcamos en ese empeño simbólico, claramente performativo. Luego de dedicar unas refexiones al vaivén tradicional de lo político (no es una reminiscencia del bueno de Schmitt, a quien se visitará de inmediato; todo lo político, a fuer de humano, es un vaivén bipolar), entre la estatalización y la desestatalización de la política, Cansino sintetiza con acierto los tres debates de la teoría política contemporánea: a) democracia elitista frente a democracia participativa; b) liberalismo frente a comunitarismo; c) Estado social frente a neoconservadurismo (p. 177). No hace falta que se señale cuánto pueden complicarse las cosas si vamos buscando híbridos.

A partir de aquí, Cansino se agarra a los clásicos. Pero no en primera vuelta, sino en un bucle de gran interés: el modo en que dos clásicos, Carl Schmitt y Hannah Arendt han leído a su vez a los otros clásicos, Hobbes y Donoso en el caso de Scmitt y los antiguos y modernos en el de Arendt hasta el punto de que cabe preguntarse con legitimidad si la ciencia política no será una subdisciplina de la historia de la filosofía (p. 214) El capítulo programático trascendental, el de la metapolítica, comparte glorias y miserias con la política sin más. La normal es el muy esperable hecho de que tampoco hay acuerdo acerca del significado de la metapolítica y Cansino la considere como pospolítica, metafísica, macroteoría, debate público y metateoría (pp. 247-256). La recomendación final del autor es una reverberación del sapere aude kantiano: transdisciplinariedad y firme decisión de desbordar los límites de las ciencias sociales.

El colofón es un sistemático capítulo sobre la ciencia política en América Latina en el que aparecen convenientemente clasificados los politólogos más relevantes actuales en la dicotomía izquierda/derecha (con otras subdivisiones internas) y los dos apéndices discursivos que, obviamente, el autor considera más allá o más acá de la dicotomía izquierda/derecha: el de la posmodernidad y el del desarrollo.

En definitiva, un libro brillante, bien informado, con ideas sugestivas y que, aun tratando un territorio sobre el que pisa el buey, mantiene el interés hasta el final. ¡Ah! y con un buen discurso

diumenge, 25 d’octubre del 2009

¡Qué demasiado!

Hace unos días el PP en general y el perpetuamente indignado señor Rajoy en particular montaron un cristo vociferante a cuenta de la moción de censura con tránsfuga en Benidorm, la misma ciudad en que antaño se hizo alcalde el inimitable señor Zaplana también apoyado en un tránsfuga. Ayer se culminó una semana en que el PP ha arrebatado al Partido Socialista de Galicia tres alcaldías con ayuda de otros tránsfugas.

El país en pleno contiene la repiración a la espera de que el señor Rajoy se rasgue las vestiduras, se mese los cabellos, los cubra de cenizas y lance sus balbucientes vituperios contra los tránsfugas y todo género de sinvergüenzas, aunque beneficien a su partido del cual sin duda expulsará ipso facto a los concejales que han participado en la rapiña. Seguro.(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).

La caída del muro de Berlín y la socialdemocracia.

Dentro de nada se celebra el vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín que simboliza el fin de la guerra fría y, lo que es más importante desde un punto de vista teórico y filosófico: el colapso del comunismo como alternativa a la sociedad capitalista. A la vista de lo sucedido desde entonces la pregunta es: ¿ha mejorado el mundo? Y la respuesta sólo puede ser un sí sin muchas alharacas.

Las grandes promesas sobre el "dividendo de la paz" que se hicieron a comienzos de los años 90 no se han cumplido. El mundo no se ha beneficiado de un explosivo aumento de la riqueza a causa del dinero que se hubiera ahorrado en armamentos. Hubo, sí, un explosivo aumento de riqueza pero, según hemos aprendido, como Sancho, a costa de nuestras sufridas costillas, es que tenía origen especulativo, de burbuja y no ha sido duradero, sino que nos ha dejado como estábamos antes o quizá algo peor si atendemos a las estadísticas sobre el hambre en el mundo, la prevalencia de enfermedades o los niveles de desarrollo. Pero el planeta en conjunto es más libre y esa libertad redundará en pro de la renovación del crecimiento.

Sí se ha cumplido, en cambio, la profecía del denostado Fukuyama de quien todo articulista y gacetillero pensaba que era obligatorio reírse por haber proclamado un fin de la historia en metáfora hegeliana que pocos parecieron entender. La historia no se ha acabado, eso es evidente entre otras cosas porque el día en que se acabe tampoco habrá a mano espíritu alguno, ni de gacetilleros, que pueda dejar constancia del hecho. Pero sí es cierto y cierto con toda certidumbre que se ha cumplido el núcleo del vaticinio, esto es, que el orden liberal (o liberal-democrático o capitalista o capitalista de mercado) no tiene alternativa. No más que hace veinte años.

Nadie relevante, que yo sepa, propugna hoy programas de alteración radical del orden basado en el libre mercado y la propiedad privada de los medios de producción. O sea, del capitalismo. Hay tres casos en punta que, con muy diferentes perspectivas, parecerían obligar a matizar tan contundente conclusión:

En primer lugar, la existencia de China, gigante asiático, etc, etc. Su fórmula de aunar el mecanismo capitalista del mercado (especialmente el exterior) con el régimen político autocrático del partido único de facto no es alternativa de nada y ni siquiera es nueva. Ya se experimentó en el Chile de Pinochet como brainchild del monetarismo de Chicago y ya se había experimentado antes aun en tiempos del desarrollo autoritario franquista. Su elemento es sencillo: desarrollo económico basado en bajos salarios y nulos costes sociales por la falta de derechos de los trabajadores. Fórmula segura de éxito en la que hay ecos de acumulación primitiva de capital. Añádase a estos precedentes los obvios rasgos de la olvidada categoría marxista de "despotismo asiático" que presenta China y se entenderá mejor la explosión de este capitalismo colectivista.

En segundo lugar, el aparente renacer de la izquierda latinoamericana en Venezuela, Bolivia, el Ecuador y, en otra medida, el Brasil, Nicaragua, la Argentina y, de enderezarse las cosas, en Honduras. Su definición del socialismo del siglo XXI, en lo que se me alcanza, es un borroso discurso reivindicativo con elementos populistas de la más vieja escuela caudillista latinoamericana, al estilo de los Haya de la Torre, Juan Domingo Perón o Getulio Vargas, debidamente actualizados, desde luego. Se trata de corregir los mayores disparates del predominio del Fondo Monetario en el subcontinente, acelerando el desarrollo de sus sociedades con especial ahínco en la implantación de la justicia social (especialmente para los autóctonos a los que, entre otras cosas, se va a incorporar a la economía de mercado), secularmente preterida en la zona en el marco de dicha economía de mercado con fuerte intervencionismo estatal. Pero no de cambiar el modelo productivo básico de la sociedad. En realidad ningún país que se arriesgue a eso tiene perspectivas reales en un mundo globalizado.

En tercer lugar el caso de Cuba que parece contradecir lo afirmado en el párrafo anterior. Pero sólo lo parece. Cuba es una reliquia, un relicario entero, del mundo del muro de Berlín. Atrincherado el inviable socialismo de la vieja escuela en su condición insular, carece de perspectivas reales a medio plazo. La fórmula de la sucesión intrafamiliar sólo posterga un problema para el que no es obvio que haya solución: el comunismo cubano, como todos los comunismos hasta la fecha (como el chino en su aspecto político) no es reformable ni es capaz de evolución. Su destino está sometido a lo que en los últimos tiempos de Franco se llamaba en España con divertida licencia, "el hecho biológico". Un sistema político-social suya viabilidad depende de un "hecho biológico" es un desecho de tienta de la concepción orgánica de la existencia.

Así las cosas publica hoy El País un sólito artículo del señor Flores d'Arcais, titulado con brío sostenuto La traición de la socialdemocracia. Se mire como se mire el concepto de traición es muy traidor. Toda traición requiere un traidor, villano que aquí está claro: la socialdemocracia, y un traicionado que ya no es tan sencillo de identificar. ¿Qué o quién es lo traicionado en esta nefanda actividad socialdemócrata? ¿El proletariado, sujeto de la historia que ha desaparecido de escena sin decir esta boca de clase es mía? ¿El socialismo, ente quimérico dotado de dos cabezas, el llamado socialismo utópico y el llamado socialismo científico que acabó degenerando en "socialismo realmente existente" del que sus víctimas decían con gracia que lo que tenía de socialista no era real y lo que de real, no era socialista?¿El propio señor Flores d'Arcais?

De haber aquí una traición, término impropio del necesario sosiego de la contemplación filosófica, habría de ser la del comunismo y, en la actualidad, la de esa izquierda que, a falta de término mejor, se hace llamar "transformadora" para ocultar el hecho de que en más de veinte años no ha conseguido transformar nada; ni siquiera a sí misma. ¿Traición de la socialdemocracia? Venga ya. Como señala el reciente libro de Paramio, reseñado en Palinuro, aunque de modo sobreentendido, el margen de traición de la socialdemocracia es muy angosto porque no prometió grandes cambios ni alumbró gloriosas expectativas del tipo de la sociedad sin clases o del "hombre nuevo", nada menos. Sus pretensiones han sido siempre modestas (aunque, mirando los datos estadísticos de los Estados del bienestar, bastante relevantes) y pueden aquilatarse bien en la fórmula acuñada por el racionalismo crítico popperiano que, creyéndose su enemigo, era en realidad su alter ego: la reforma gradual de la sociedad sin cuestionar su fundamento legitimatorio. "Los experimentos, con gaseosa", decía el orondo de don Indalecio Prieto que hoy estará removiéndose incómodo en su tumba al ver cómo el PSOE rehabilita al doctor Negrín con toda justicia. No aprecio gran diferencia entre la propuesta de los socialistas fabianos ingleses de fines del XIX, así llamados por aplicar la táctica de Quinto Fabio Maximo cunctator en la segunda guerra púnica, y la consigna de Felipe González a fines del XX de "socialismo es que España funcione".

Ciertamente la acusación del señor Flores d'Arcais es que la socialdemocracia ha traicionado incluso a esta su enteca voluntad de reforma, que ha dejado hasta de ser oportunista. Triste sino el socialdemócrata de recibir siempre denuestos sin tasa ni mesura: cuando reforma porque reforma (en vez de ir a la inmarcesible raíz de las cosas) y cuando no reforma porque no reforma. Sin embargo basta con entender un poco el espíritu reformista que es, en lo esencial posibilista, para comprender cómo esta crítica está desenfocada y es tributaria del viejo espíritu del purismo radical que lleva 100 años atacando el reformismo socialdemócrata en nombre de un ideal que nunca encarna y cuando encarna es en una realidad descarnada. Decir que la política socialdemócrata en coyuntura difícil (incluso con los señores Blair y Schröder) es igual a la de la derecha, eso sí que es la vieja monserga del "socialfascismo", del "warfare State" levemente actualizada. La derecha en cambio, quizá por instinto de clase, no se equivoca nunca y, en cuanto puede, echa a los socialdemócratas en lugar de hacer caso al señor Flores d'Arcais (o al señor Anguita, quien dice lo mismo) y dejarla gobernar pues, a la postre, hace su política.

Definitivamente, el mundo está mucho mejor sin el muro de Berlín, sin los países comunistas aun en mitad de la mayor crisis capitalista desde el crack del veintinueve: hay mucha más libertad en el planeta, mayores posibilidades para todo el mundo, dentro de la radical injusticia del reparto desigual de la riqueza, agravada por una crisis que abrirá nuevas perspectivas cuando se resuelva, como suele suceder. Y de la traición de la socialdemocracia sólo entiendo puedan hablar los que siguen llevando el muro en el alma y, claro, no se han dado cuenta de que la barricada, la lucha, la revolución se ha producido en donde menos la esperaban: en el ámbito de la conciencia y de la vida cotidiana.

(La imagen es una foto de Gothphil, bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 24 d’octubre del 2009

Crónica de la lucha por la Ceca.

O de cuánto dura la unidad en la política del Imperio.

Después de vencer en la batalla de Valencia, imponiendo al Curita la destitución de su monago, el relamido Costa, y con éste llorando sus cuitas sobre el hombro de su hermano Juan Sin Cargo a quien ayer traicionara precisamente en pro de quien hoy tan cruelmente lo hiere, retorna el Emperador a la corte maquinando nuevas empresas que afiancen su poder y den lustre a su gloria. Aquí lo espera una sedición movida por la Señora de la Marca madrileña, la Dueña Liberada, quien tiene puesta su codiciosa mirada en el control de la Ceca imperial con el fin de acuñar reales de vellón con que financiar su ambición de alzarse con el Imperio comprando a los electores en la próxima dieta, todos ellos tan venales como pecadores. Sólo resiste al endriago el alcaide de la ciudad, un honrado burgués, leal vasallo imperial en quien tiene puestas sus complacencias el el Anciano hirsuto del monte, espíritu de la caverna milenaria. El Emperador alza bandera por su protegido, un preclaro varón de la acreditada dinastía bancaria de los Von Raten, mientras que la ladina Dueña Liberada, quiere imponer en el cargo a un su valido, un condotiero curtido en mil batallas y que se dejaría matar por ella si llegara el caso. Para el asalto final la nueva Circe de extraños poderes cuenta con el apoyo de las mesnadas locales, excepto las que guarnecen la fortaleza del alcaide, y la lealtad de los villanos que siguen a un cabdiello local a quien ella ha trastornado el juicio con promesa de ennoblecerlo en el futuro. Hoy, día santo de los hebreos y mañana, día del Señor de los cristianos, las tropas bruñirán las armas y las vigías otearán las avanzadas, mientras la legión de legistas y clérigos trata de amañar un compromiso que evite la detrucción del que un día fuera considerado el Ejército de Dios, bendecido por los príncipes de la Iglesia en sus cruzadas contra los abortígenas, los divorcífilos y los civitánidos educativos. Que cada cual se encomiende al santo de su devoción pues ya entran en liza los dos pretedientes, el honrado banquero von Raten y el gallardo mercenario Íñigo Gonzaloniero. Allá en lo alto relumbra la Ceca, premio que será del ganador en esta última batalla, preasagio del Ocaso de los Trajes. (La imagen es una foto de 20 Minutos, con licencia de Creative Commons)

El Curita en tiempo de descuento.

No parece que las acusaciones del señor Camps respecto a la connivencia de La Moncloa con la Gürtel contengan más veracidad que el veneno de alguna gacetilla amarillenta de la blogosfera confidencial. Una pena, con lo que eso hubiera animado el cotarro, haciendo ver que la corrupción es fenómeno tan universal como el respirar. Me cachis: el ventilador se encasquilló, el embuste no cuajó y la m. se quedó acumulada en el escaño del molt vituperable President.

Debe el Curita retirarse ahora a pensar nuevas tácticas y tiene el tiempo medido porque se le ha rebelado la fronda de los barones territoriales en un curioso paralelismo con el País Vasco en cuanto a las relaciones del gobierno de la Comunidad con las diputaciones forales, quiero decir, provinciales. En este momento el Curita levita y la base de su poder sólo es ya su mucho querer a un juez, un bigotudo y una alcaldesa que en todo, en todo lo imita.

(La imagen es una foto de dalequetepego, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 23 d’octubre del 2009

Esparciendo la m.

Con el fin de salvarse a sí mismo en una situación desesperada, acosado por la oposición, despreciado por una opinión pública cada vez más avergonzada por su comportamiento, discutido en su propio partido, el señor Camps ha decidido echar mano a la socorrida técnica del ventilador. Como no puede evadir el cuerpo de los cargos que se le imputan, no puede negar que es un mentiroso ni evitar que le afeen de continuo sus maniobras, se dedica a extender la sospecha, generalizar la acusación al adversario con un discurso de tú más que no niega los hechos que se le imputan pero pretende generalizarlos. Es la línea de defensa que le faltaba y extrañaba que no hubiera tomado.

Sostiene el Curita que las empresas de la Gürtel son los amigos de La Moncloa y que ésta, La Moncloa, es decir, el gobierno, ha contratado por más de trescientos millones de euros en los últimos años con una de esas empresas.

Lo primero que hay que recordar al Curita es que lo delictivo no es contratar con esa empresa pues, siendo una empresa, pueden ambos, empresa y gobierno, hacerlo, sino que lo delictivo está en cómo se contrata, si se hacen adjudicaciones ilegales, si campea el favor, si se cobran comisiones bajo cuerda, si hay cohechos y sobornos, si se defrauda la ley troceando artificialmente los contratos para evitar los controles contables administrativos. No basta, pues, con lanzar esa especie en el debate parlamentario sino que hay que probar que hubo corrupción al menos como lo prueban las conversaciones grabadas y las pruebas que se acumulan en el sumario de Gürtel.

Pero hay más: supuesto que fueran ciertas las peores suposiciones de esta acusación repentina, supuesto que efectivamente, la trama corrupta de don Vito Pastuqui estuviera haciendo charranadas con alguna administración socialista como las que, según parece, estuvo haciendo hasta ya mismo con las del PP, supuesto todo eso, ¿qué? De sobra sabemos que la corrupción, como el dinero, "no huele" y no lleva color de partido y que puede afectar al uno, al otro o a los dos. ¿En qué disminuye eso la corrupción del PP y en concreto la presunta corrupción del Curita? Tiene éste la peregrina costumbre de considerar que los votos obtenidos le exoneran del cumplimiento de la ley. Sólo falta que también crea que la generalización del delito lo convierte en un comportamiento aceptable en el entendimiento de que uno roba pues todos roban.

Si el contenido de las acusaciones del Curita son ciertas, el PSOE debe responder política y penalmente. Pero eso no hace en absoluto tolerable el comportamiento del President valenciano antes ni ahora. Y, de entrada, es de esperar que, además de denunciar el asunto en sede parlamentaria, el señor Camps esté ya haciéndolo en el juzgado.

(La imagen es una foto de dalequetepego, bajo licencia de Creative Commons).

Racismo en la tele.

Toda equidistancia entre el discurso ultraderechista y el ultraizquierdista es hipócrita, criminal y suicida. Digo entre los discursos. Las prácticas son otra cosa. Las prácticas sí tienden a parecerse, a coincidir. Ambas descansan en la negación radical de la dignidad de las personas, de la libertad del individuo. Ambas someten a éste a la locura de un proyecto colectivo (de raza, de clase, de lo que sea) que, sin consultar a nadie, se impone a sangre y fuego en la sociedad, negando los derechos más elementales de las personas, instrumentalizándolas en pro de la locura, esclavizándolas y aterrorizándolas en un régimen de arbitrariedad, tortura y desapariciones.

Esa es la práctica, pero el discurso respectivo es muy distinto. El discurso de la extrema derecha es mucho más peligroso que el de la extrema izquierda. Éste último hace referencia expresa a la utopía y atribuye a los seres humanos unas cualidades de solidaridad, justicia y altruismo que la mayoría de esos seres humanos está convencida de que no se dan. El discurso de la extrema izquierda genera incredulidad y desconfianza, dos reacciones muy razonables a la vista de lo que se vio que eran los sistemas comunistas: lugares en que unos dirigentes que vivían en el lujo y la molicie predicaban a las masas unas virtudes de trabajo, esfuerzo, sacrificio, entrega que ellos no practicaban.

En cambio el discurso de la extrema derecha habla a las pasiones mas obvias y bajas del ser humano: el instinto de supervivencia, el egoísmo, la exclusividad y la exclusión del extranjero, cualidades que todo el mundo dice no tener pero todos, significativamente, dicen que crecen y crecen en la sociedad. Teniendo en cuenta además que es una ideología que propugna el empleo de la violencia, aunque no siempre lo diga.

Es decir que no estoy muy seguro de si la BBC ha hecho bien permitiendo que el ultraderechista Nick Griffin suelte su veneno en todos los hogares. Supongo que sí pero no estoy seguro. Preocupa cómo se extiende esa mentalidad criminal.

(La imagen es una foto de hiperkarma, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 22 d’octubre del 2009

Las declaraciones de los políticos.

Es muy difícil sostener teoría alguna de la democracia como régimen deliberativo en el que se llega a decisiones colectivas mediante la comunicación, el intercambio de información y la discusión racional de buena fe cuando los políticos acostumbran no solamente a no decir jamás una verdad así los aspen, sino a soltar lo primero que se les pasa por la cabeza, sin cuidarse cuando menos de que tenga algún grado de coherencia o verosimilitud. Sentado delante de un micrófono un político puede decir cualquier cosa y normalmente lo hace porque está acostumbrado a que no se le exijan responsabilidades por nada de lo que diga.

Lo habitual es la afirmación descarada de una falsedad como si fuera la evidencia misma, la negación de los hechos más palmarios. Es una técnica que desarma al interlocutor porque lo deja perplejo, preguntándose incluso si ha oído lo que ha oído. Dice la señora Aguirre en una reunión en la sede de su partido que La honradez sigue siendo la seña de identidad del PP. Junta directiva regional de su partido. Punto. No se dirá que no hace falta tener agallas, con medio partido imputado, procesado o en trance de serlo a lo largo y ancho de la geografía patria por un asunto tremebundo de corrupción. A nadie por lo demás parece habérsele ocurrido que el solo hecho de que esta marquesa guasona crea que debe decir lo que dice es seña de que no es cierto.

¿Y qué sucede cuando el político piensa que puede decir lo que quiera porque quienes lo escuchan, a su vez, no piensan o son profundamente estúpidos? El señor González Pons, en 59 segundos deja claro tajantemente que el señor Costa ha sido destituido porque es "el responsable último" del PPCV. Pues será así porque lo dice el señor González Pons pero no porque lo sea en verdad ya que el PP es un partido presidencialista en donde el responsable último es siempre el presidente mientras que el secretario general es un mandado. Para entendernos, el señor Costa es al Curita lo mismo que la señora De Cospedal al señor Rajoy. Es decir, el señor González Pons cree que su auditorio está compuesto por idiotas... o lo es él.

Hay declaraciones movidas por el viento de la irresponsabilidad y el oportunismo más alocado; tan alocado que hasta tienen gracia. El señor De Arístegui, responsable de Asuntos Exteriores del PP da ahora el visto bueno del PP a la alianza de las civilizaciones que hace veinticuatro horas no pasaba de ser una ocurrencia absurda del señor Zapatero o algo peor, una forma de entregarse al adversario. La razón del giro es que no hay giro sino que lo que ha girado es la propia alianza de civilizaciones que ha tenido una "evolución positiva". Pero no se moleste nadie en inquirir qué evolución sea esa y qué tenga de positivo porque el señor De Arístegui acaba de inventárselo.

Todo se puede superar en la vida, así que resulta en verdad sublime escuchar al señor Rodríguez Zapatero diciendo a un grupo de empresarios estadounidenses lo que se niega con tesón numantino a decir a los empresarios españoles, esto es, que España tiene que "adaptar" su modelo laboral. Obviamente el tramo que va desde decir que el mercado laboral no se toca a sostener que hay que "adaptarlo" es el mismo que va de decir que no hay crisis sino que se trata de una "desaceleración" a sostener que estamos en la peor crisis que vieron los siglos. De paso sea dicho: ya tienen los sindicatos el motivo para la movilización que están preparando.

¿Qué comunicación, qué deliberación razonada cabe con estos elementos de absoluta irresponsabilidad declarativa?

(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).

Los viejos guerreros.

Interesante ensayo sobre la evolución de la socialdemocracia europea desde sus orígenes hasta nuestros días. Una síntesis verdaderamente apretada porque ese complicado, no siempre coherente, muchas veces confuso y contradictorio devenir se ventila en ochenta páginas (Ludolfo Paramio, La socialdemocracia, Madrid. Los libros de la catarata, 2009. 85 págs). Es decir, una visión en verdad a vuelo de pájaro y ligero de plumas. Cabría esperar un discurso escolástico y superficial, hecho sobre senderos muy trillados y algo de eso hay. Pero Paramio tiene soltura, un estilo ágil y ameno, es perspicaz, sabe encontrar el punto de interés y pone en pie un discurso coherente, sin exageraciones, que tiene su sentido. Uno puede estar de acuerdo o no con lo que dice, pero no es una pérdida de tiempo la lectura de su texto.

Trocea Paramio el tema en cuatro partes cuyo intríngulis resume en el prólogo y que siguen un criterio cronológico de muy desigual amplitud temporal: a) desde los orígenes a mediados del siglo XIX hasta la segunda guerra mundial; b) el período posterior a la segunda guerra; c) el ascenso neoliberal y la revolución conservadora; y d) la situación actual de la socialdemocracia y la tarea de renovación. Es decir, la vieja plantilla de la evolución del movimiento obrero (al que hay expresa referencia en el texto) actualizada con el surgimiento del Estado del bienestar y sus altibajos posteriores.

La primera parte del relato que, como en la historia de la humanidad, abarca la nueve décimas partes de su decurso pero sólo sirve como elemento referencial, es un repaso de los viejos hitos de aquel movimiento con una selección que hace hincapié en las andanzas del socialismo democrático luego de que la historia de ese mismo movimiento estuviera dominada durante años por la perspectiva revolucionaria que ponía el énfasis en el socialismo no democrático, el comunismo.

En estas visiones del pasado, un pasado que el relator ha vivido personalmente, suelen deslizarse elementos de juicio procedentes del presente, que es el futuro de ese pasado, y que tiñen la visión de un colorido producto de la experiencia pero no ilustran en modo alguno sobre lo que se está diciendo. Al contrario, lo ocultan. Por ejemplo dice el autor que en los años setenta del siglo XX ya había conciencia del fracaso del comunismo no solamente como régimen político sino como sistema económico, como modo de producción. No estoy muy seguro de esto. Es demasiado pronto. En los setenta había ya clara conciencia en la izquierda del carácter tiránico y terrorista del régimen soviético; hasta los partidos comunistas, siempre de estricta obediencia, se apartaban de aquel ejemplo mediante ardides como el del "eurocomunismo". Pero no creo que fuera tan clara la conciencia del fracaso económico y medioambiental del experimento. Al contrario, todavía se publicaban ensayos al estilo Bettelheim, que hablaban de la "transición del capitalismo al socialismo" (otra cosa era que se tratara del "realmente existente" o de uno que el autor de turno se sacara de la cabeza) cuando lo que de verdad se ha dado en la historia ha sido la transición del socialismo al capitalismo sobre lo cual no había escrita ni una miserable monografía porque nadie creía que eso fuera posible pues, como bien se sabe, nadie previó el hundimiento del sistema comunista.

El resto del análisis de la evolución de la socialdemocracia en esos casi cien años (desde el cartismo hasta 1945) sigue senderos admitidos. Está bien la explicación de la carencia de un partido socialista en los Estados Unidos basada en la universalización temprana del sufragio a diferencia de los votos censitarios europeos. Hubo, sí, un partido socialista, como también lo hubo luego comunista y como había habido una central sindical anarquista y revolucionaria con la IWW pero es cierto que las peculiaridades del desarrollo gringo llevaron la evolución por derroteros distintos y entre esas peculiaridades ocupa lugar destacado, desde luego, el sufragio universal y otros factores, alguno de los cuales, como el igualitarismo de la sociedad estadounidense, ya lo había destacado Tocqueville.

Algunos personajes de este viejo relato traen el paso algo cambiado. Dice Paramio que en algún momento la socialdemocracia acaba admitiendo que lo suyo no es la sustitución revolucionaria del modo de producción sino la ampliación democrática del capitalismo. En realidad este es el meollo del debate del reformismo ya tempranamente, a fines del XIX, primeros del XX cuyos representantes más característicos son Bernstein y Luxemburg. El viejo socialista, secretario que había sido del más viejo aun Engels, esperó a la muerte de su jefe para soltar el bombazo de Los presupuestos del socialismo y la tarea de la socialdemocracia con su fórmula de "el fin no es nada; el movimiento, todo". Ahí estaba ya la socialdemocracia, los "social-traidores" y "socialfascistas" de que hablaban luego los comunistas.

La segunda parte del ensayo es una especie de recapitulación del Estado del bienestar que, de 1945 a 1973, es el momento de oro de la socialdemocracia, con una semblanza de sus orígenes, su justificación y un análisis somero de su crisis. Los factores que resalta, en lo esencial los acuerdos de Saltsjöbaden en Suecia y el New Deal yanqui en los años treinta son justos y ponen al Estado del bienestar exclusivamente en relación con la alternativa keynesiana. No tiene en cuenta la política social de fines del XIX, especialmente la bismarckiana de los "socialistas de cátedra" y, en consecuencia, el pacto socialistas, liberales, demócratas cristianos de la posguerra europea, que es el caldo del cultivo del Estado del bienestar en el continente, parece en cierto modo como caído del cielo. Está bien, con todo, que haga mención al keynesianismo de la política económica de los nazis alemanes y hubiera estado mejor que se ampliara a la de los fascistas italianos en los años veinte, incluida la de la dictadura de Primo en España también en esos años porque saca el tema de la intervención del Estado en economía del campo de debate teórico keynesianismo sí o no para ponerlo más en el terreno de la Ley de Wagner, de fines del XIX y en donde ya se dobla a difuntos por el Estado del bienestar mucho antes de que lo haga Hayek.

El ascenso de la revolución conservadora encabezada por la señora Thatcher y el señor Reagan que Paramio situa a fines de los años ochenta (p. 14) cuando es de los setenta pues la "dama de hierro" gana las elecciones en 1979, está agudamente tratado y lo estuviera más si, salvando el anacronismo señalado, el autor lo vinculara directamente a la crisis mundial del petróleo de 1973 que analiza brillantemente. Sin el choque del 73, sin la famosa "crisis fiscal del Estado" (0'Connor) que, irónicamente, fue un vaticinio marxista, sin las ideas sobre la "sobrecarga" del Estado en el curso de la revolución de las "expectativas crecientes" y la conciencia de la "quiebra de las democracias" que auguraba por las fechas la Trilateral, no hubiera habido, creo, thatcherismo ni reaganomics. Por eso hace muy bien Paramio en subrayar la importancia de esa fecha, 1973, y sus consecuencias. No hubiera estado tampoco de más una referencia a su antecedente y su consecuente. El antecedente es la voladura de los acuerdos de Bretton Woods en decisión unilateral gringa de agosto de 1971 sopbre la paridad del dólar y los consecuentes más importantes el hundimiento del comunismo (incapaz de adaptarse al cambio en el modelo productivo) y la crisis de la deuda en el Tercer Mundo. Que estos datos son relevantes lo delata el hecho de que sin ellos, sin el segundo, no es explicable el Consenso de Washington, elemento esencial de la hegemonía mundial conservadora de los ochenta y noventa.

La cuarta parte está abierta y consiste en un interesante análisis de la encrucijada de la socialdemocracia actual, ahora que la crisis de 2008 ha triturado literalmente las autojustificaciones conservadoras, neoclásicas, monetaristas, etc, esto es, todos los que el autor llama "fundamentalistas del mercado". El reto es la renovación de la socialdemocracia, una vez que se ha agotado el ciclo de la Tercera Vía que el autor no creo que lo diga pero no era otra cosa que la recepción del discurso neoliberal en los despachos socialdemócratas. Me da la impresión de que lo que propone es la reconstrucción (actualizada, supongo) del consenso de la posguerra, basado en la esperanza de que las clases medias hayan aprendido cómo las gasta el neoliberalismo. Milita en contra de este propósito el hecho de que la socialdemocracia (la izquierda en general) se encuentre enfrente de una "derecha rabiosa" (que, por cierto, me parece el mayor hallazgo de la obra, aunque me recuerda mucho a la "derecha furiosa" de mi amigo José Manuel Roca) con la que no hay entendimiento posible. El autor analiza los datos a favor y en contra de aquella posibilidad de reconstitución y para mi santiguada que lo único que tiene claro, aunque no lo diga expresamente, es que quisiera ver a un socialdemócrata (a Felipe González, supongo) al frente de la Unión Europea (p. 82). El resto es capítulo de buenos deseos acerca de si la socialdemocracia será capaz de encontrar el nuevo discurso que precisa desesperadamente para aprovechar el momento de vacío hegemónico que le brinda la historia.

Para este instante tengo la impresión de que Paramio está hablando ya sólo de España porque en los demás países importantes de Europa la socialdemocracia está muy ocupada lamiéndose las heridas.

dimecres, 21 d’octubre del 2009

Golpe de mano vaticano.

Mediante una Constitución apostólica, la norma más alta dentro de la panoplia de decretos de que dipone el Papa, la Iglesia católica establece la vía para integrar en su seno colectivamente a todos aquellos sacerdotes anglicanos que acepten los postulados católicos en materia de ordenación del clero. No uno a uno, como hasta ahora sino en masa, colectivamente. En el fondo es una maniobra táctica para asimilar a los curas anglicanos más reaccionarios, contrarios a la decisión de su iglesia de ordenar a la mujeres y a los homosexuales. O sea, una medida para fortalecer las posiciones ultras, el predominio patriarcal en la iglesia católica, su proverbial misoginia y, de paso, debilitar a la iglesia anglicana, una prueba más del espíritu integrista que informa el papado de Benedicto XVI así como de su célebre falta de tacto y de sentido diplomático. Porque la Constitución se ha anunciado sin haber prevenido a la confesión "hermana" del intento de arrebatarle a su clero más reaccionario. Al contrario, el órgano de prensa del Vaticano la presenta como Una risposta ragionevole e necessaria per una comunione piena e visibile.

Al revés de lo que parece pensar el Papa, aunque el descontento de los sectores conservadores anglicanos con la decisión comentada es grande, no se prevé que haya movimientos en masa hacia la obediencia de Roma y eso que ésta se ha cuidado de facilitárselo a los interesados: los curas anglicanos casados que se pasen seguirán casados y, si lo quieren, se atendrán a su propia liturgia. El único límite que se impone a los casados es el acceso al obispado. Los obispos continuarán siendo célibes.

La Constitución puede tener algún efecto visible en la Iglesia de Inglaterra y es de suponer que mucho menos en la rama estadounidense, la Iglesia episcopaliana, cuyos miembros contrarios a la ordenación de mujeres ya se han segregado y mantenido, sin embargo en la obediencia a la Reforma pero, en cualquier caso, plantea un curioso problema de conciencia que hace revivir la famosa cuestión del cuius regio, eius religio, aunque atenida al gobierno espiritual de las almas. En otras palabras: ¿a qué iglesia irán los fieles de las parroquias de los curas anglicanos "tránsfugas"? Algunos observadores religiosos, siempre mostrando su verdadero rostro, sostienen que el problema se planteará con la propiedad de los edificios mismos de dichas parroquias. En cualquiera de los dos casos, el espiritual y el temporal, la medida es una clara injerencia en los asuntos de una confesión con la que se dice que se quieren estrechar lazos que, como bien se ve, son de los que ahogan.

Hay curas anglicanos contrarios a la ordenación de las mujeres que se niegan a dar el paso de la obediencia a Roma poniendo de relieve que para algo se hizo la Reforma del siglo XVI. Todavía no se ha escuchado a ninguno advertir que el paso a la obediencia romana los lleva a un lugar frecuentado por la pederastia. Pero, a la vista de cómo las gasta el Vaticano, no merece nada mejor.

(La imagen es una foto de sam herd, bajo licencia de Creative Commons).