Hay una macabra ironía en el hecho de reseñar un número de Trasversales dedicado en buena medida al aborto el día en que se conoce la noticia de que George Tiller, un conocido médico estadounidense especializado en abortos a embarazadas en avanzado estado de gestación, ha muerto asesinado a tiros en su iglesia, probablemente por uno de esos fanáticos defensores del derecho a la vida. Desde el momento en que los antiabortistas consideran que el aborto es un crimen, un asesinato de un ser indefenso hay que esperar que los más exaltados de entre ellos lo combatan mediante actos de violencia, agresiones físicas, terror y asesinatos. No imagino a ningún proabortista agrediendo a nadie a cuenta de esta polémica. Pero no me cuesta nada imaginar que cualquiera de esos energúmenos que saltan a la calle en defensa de los sedicentes derechos del nonato pueda abrirle la cabeza a alguien que no piense como él. Sucede con frecuencia y es uno de los inconvenientes, de los muchos inconvenientes, que han de arrostrar los partidarios del aborto libre y legal. En fin, que la tierra sea leve a Tiller, un mártir más en defensa de los derechos de las mujeres.
El presente número de Trasversales (nº 14, 2ª época, primavera de 2009, año IV, 87 págs) se centra en el aborto y la crisis. Hay un primer artículo de Marta Cárdaba, Manuela Fernández y Toñi Ortega, Interrupción voluntaria del embarazo: más derechos, menos cotas que trata de ser una reflexión sobre el actual proyecto de reforma de la ley del aborto, hoy en el Congreso de los Diputados pendiente de debate final y aprobación, y aporta los puntos de vista del femenismo consecuente. Las autoras se identifican parcialmente con el proyecto pero no del todo y avisan del peligro de que la reforma de la ley empeore a ésta en algunos aspectos. Los puntos que consideran irrenunciables son: 1º) debe producirse una despenalización del aborto voluntario; 2º) no concuerdan con los plazos. Que sea libre hasta la 14ª semana y sólo en ciertas circunstancias de la 14ª a la 22ª y únicamente como excepción a partir de la 22ª y bajo control, en realidad empeora la situación actual, especialmente en los abortos en avanzado estado de gestación, en los que se mantendrá la situación de inseguridad jurídica de las mujeres. Sostienen que el aborto debe ser libre todo lo largo del embarazo y que no compete al legislador averiguar las razones por las que una mujer decide abortar; 3º) el requisito de información previa y otras medidas de "ilustración" son, en el fondo, interferencias en los derechos de la mujer; 4º) no hay duda en que las menores puedan abortar sin el consentimiento de los padres; 5º) los abortos deben poder realizarse en la red sanitaria pública.
Beatriz Gimeno escribe un artículo (Políticas del aborto) que es el que más me ha gustado de la revista por su calidad, concisión, claridad y valentía. Pocas veces lee uno algo con lo que se identifica tan por entero. Dice Gimeno que el aborto es un derecho de las mujeres sin plazos y sin necesidad de justificar nada. Deriva este derecho de dos argumentos: el primero, de mucha prosapia histórica, pues remite al argumento liberal clásico consagrado en Locke del derecho de la persona a su propio cuerpo que, según el filósofo, es lo que distingue al hombre libre del esclavo. El segundo argumento hace referencia a que, en tanto la división sexual y social del trabajo sea la que es, la reproducción es tarea que recae sobre la mujer, por lo que ésta debe tener el derecho a decidir. En la polémica sobre el aborto se invocan mucho los derechos del no nacido pero, según la autora y coincido plenamente con ella, de lo que se discute es de la condición social de las mujeres y de la política de género. El movimiento antiabortista es muy peligroso porque ha conseguido: a) centrar el debate en el estatus del embrión; b) llevar dicho debate a un terreno poco racional y altamente emotivo; c) hacer que cale la idea de que el aborto es un mal, una desgracia; d) enfocar una buena campaña de imagen: el feto como marca. El aborto es el gran tema "social" de los conservadores, lo que les permite desviar la atención de las cuestiones económicas y sociales y, además, "es también una cruzada antisexo; es realmente el sexo lo que les perturba, el sexo fuera de control" (p. 24). Opino lo mismo.
Ramón Linaza (En la segunda legislatura de Zapatero lo verde ya no pinta) sostiene que con la defenestración de la anterior ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, y la supresión del ministerio, la preocupación del Gobierno por las cuestiones medioambentales ha decrecido. Y eso que esta crisis tiene pinta de ser una crisis "civilizatoria" (en esto coinciden varios autores de este número), lo que debiera impulsar a plantear de nuevo las cuestiones ecológicas. Como botón de muestra, Linaza recuerda que la promesa de promulgar una ley de bienestar animal no se cumplirá.
Carlos Prieto del Campo escribe una artículo (Lo público y lo común) con un largo subtítulo (Estado, derecho, Administración pública/poder constituyente, capitalismo, movimientos antisistémicos) y que, al parecer, se publicó en otro contexto, lo cual quizá explique por qué resulta aquí tan farragoso y de difícil intelección, aunque tampoco deban descartarse las insuficiencias de este comentarista. El trabajo está redactado en una prosa densa que recuerda la de las elucubraciones de los marxianos estructuralistas y postestructuralistas y se encaja en el campo doctrinal de las políticas públicas que tampoco suele proporcionar discursos livianos o trasparentes. Sostiene el autor, si no lo he entendido mal, que lo público -concepto que hoy debe sustituirse por el de lo común- y las políticas públicas son resultado del cambio drástico en la lógica del funcionamiento capitalista consecuencia de las luchas antisistema que arrancan en la segunda mitad del siglo XIX. La estructura social capitalista se lanza así a un proceso de radicalización de la democracia, de legitimación y organización social del capitalismo histórico. Francamente, no creo sea preciso un razonamiento tan alambicado para hablar de la adaptación del capitalismo a las condiciones del Estado del bienestar en la primera mitad del siglo XX. Juzgue el lector por sí mismo: "El impacto de las luchas globales obliga, por lo tanto, a las clases y grupos dominantes a permitir la constitución de una esfera pública en la que la justificación racional de las modalidades de dominación debe producirse a contrapelo de la reproducción estructural de las formas desnudas de dominación y explotación declinadas siempre mediante los dispositivos incrustados en las dinámicas sistémicas del capitalismo global" (p. 36). Y todo el artículo está escrito de esta guisa. Cuando se consigue desentrañar lo que se quiere decir resulta que tampoco es tan novedoso. En la segunda mitad del siglo XX las consabidas luchas sitúan a la política en el centro de los mecanismos económicos y administrativos, desmintiendo así la lógica economicista y tecnocrática, todo lo cual incide en la organización del poder político y del poder constituyente que, por cierto, aparecen tratados pari passu como si el uno no fuera producto del otro. Con la aparición de la crisis las nuevas condiciones de producción de lo público vienen determinadas por la justificación e institucionalización de las luchas mediante los dispositivos de producción administrativa, gasto público y sistema tributario, así como por otros factores. Se abre asi la posibilidad de un tratamiento original de las formas colectivas del bienestar y justicia social global que cabe llamar "común" y que surge en la crisis del proyecto socialista y el debilitamiento de lo público por las estrategias de lucha de las clases dominantes. La constitución de lo común "implica precisamente criticar, deconstruir, desmontar y revertir el carácter limitado, etnonacionalista, euroanglocéntrico y colonial de las políticas que organizaron la esfera democrática durante el último siglo: lo común es lo público despojado de las dinámicas y las limitaciones sistémicas que lo hacían susceptible de reproducir el carácter no igualitario de la sociedad capitalista y dotado de un principio de soberanía rigurosamente posnacional que contempla la reproducción global de la justicia social como principio elemental de la constitución política" (pp. 38/39). De nuevo un párrafo alambicado para decir, si no estoy equivocado, que hay que formular un orden político cosmopolita en una especie de tradición kantiana, mediante unos mecanismos de transformación que no están nada claros pues parecen surgir de las contradicciones sistémicas y nuevas orientaciones pero más bien se diría que proceden de una forma de whisful thinking. La crítica a las formas de Estado realmente existentes producirán síntesis novedosas de nuevos sujetos políticos y nuevas máquinas políticas y sindicales que ya están conformándose. La dinámicas de esas formas de Estado deben situarse en un plano supranacional en que se organiza la governance (sic) del capital y la administración de los recursos comunes mediante procesos contradictorios que han de dar cuenta de la crisis de lo público y los dispositivos democráticos del siglo XX. Emerge así, según el autor, una nueva composición de clase y nueva calidad de sujetos sociales que son tendencialmente "posnacionales, poscoloniales, pospatriarcales, postsocialistas y postoccidentales" (39), es decir, unos sujetos inefables sobre los que no sabemos mucho puesto que saber lo que algo no es no nos ayuda gran cosa a averiguar lo que sea. En resumen, reitero mi impresión de que el artículo emplea una prosa afectada y farragosa para decir algo que podría expresarse con mayor concisión, sencillez y claridad, aunque es posible que, en tal caso, quedara patente que no está diciéndose nada nuevo.
Enrique del Olmo escribe un interesante Homenaje a Rosa y Karl con motivo del nonagésimo aniversario del asesinato de ambos en Berlín. Una buena ocasión para aproximarnos de nuevo a la personalidad de la revolucionaria polaca cuya valoración no ha hecho sino acrecentarse con el paso del tiempo, a diferencia de lo sucedido con su compañero de infortunio, Karl Liebknecht, cuya obra, mucho más escasa, es también de menor calidad. Tengo, no obstante, dos o tres puntos de desacuerdo con el autor. Sostiene éste que "Scheidemann y Ebert (los principales dirigentes del SPD) habían puesto precio de 50.000 marcos por la cabeza de cada uno" (Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht). No sé de dónde sale ese dato que para mí es nuevo. Cuando estalla la revolución de noviembre de 1918, se desata la represión contra los revolucionarios y uno de sus más decididos protagonistas es el ministro del Interior, el socialdemócrata Gustav Noske. Es posible que éste estuviera al tanto de lo que hacían los Freikorps, si bien estas organizaciones eran ilegales y actuaban por su cuenta; pero lo que resulta extraño es lo de la recompensa de 50.000 marcos y Del Olmo no cita la fuente. En otro orden de cosas, más teórico, no creo que Del Olmo haga justicia a la originalidad e interés del pensamiento luxemburguiano. Es cierto que un breve homenaje no es el lugar más adecuado para ello; pero me temo que, en cambio, sí se deja caer la idea de que entre RL y Lenin había una compenetración que estaba muy lejos de ser cierta. Del Olmo hace una referencia de pasada a las respectivas posiciones en cuanto a la cuestión nacional que no tenían gran cosa que ver. Rosa Luxemburgo -nacida en una Polonia anexionada por Rusia- tenía una visión ortodoxamente marxista sobre el asunto: el nacionalismo es cosa de burgueses; los proletas son internacionalistas. Mientras que Lenin suscribió el irrestricto derecho de autodeterminación de los pueblos (como luego lo haría Stalin) aunque es lícito pensar que sólo como un mecanismo táctico para debilitar a la burguesía en la lucha de clases, que era la que importaba. En realidad ambos revolucionarios eran gran-rusos., como demostró el georgiano Stalin en cuanto pudo. Pero las relaciones entre los espartaquistas y los bolcheviques eran mucho más conflictivas de lo que suele decirse. De hecho, Rosa Luxemburg condenó la deriva antidemocrática de la revolución leninista y este es el punto decisivo (el socialismo y la democracia o el socialismo sin democracia) que permite distinguir el espontaneísmo luxemburguista de la visión organizativa y partidista de los bolcheviques. Y la cosa estaba lejos de ser meramente teórica. De hecho fue lo que costó la vida a los dos revolucionarios que, sobre todo en el caso de Luxemburg, se opusieron a la conversión de la Liga Espartaquista en el Partido Comunista de Alemania, de acuerdo con las férreas instrucciones de Lenin que Karl Radek transmitió a los alemanes en Berlín en 1918. Es razonable pensar que fuera el voluntarismo leninista, el interés de Lenin por expandir la revolución bolchevique a un país industrial avanzado, con el fin de verificar los postulados teóricos marxistas, los que provocaron la catástrofe y la derrota de la revolución alemana.
José Luis Redondo (La zquierda frente a la crisis) sostiene que no es probable que, a raíz de la crisis presente vaya a desaparecer el capitalismo, pero estaría bien que la izquierda hiciera lo posible por demostrar que "otro mundo es posible", incluso otra civilización. Sostiene que las medidas a corto plazo que ya se han tomado están bien pero que la izquierda debe mirar al largo plazo, en donde identifica dos crisis que requieren atención: la crisis alimentaria y la energética que es donde la izquierda debe desarrollar sus propuestas. El punto de que se trata, según lo entiendo, es defender el punto de vista de los partidarios del decrecimiento: "Se trata de resolver las necesidades básicas de la población que no las tiene cubiertas, al tiempo que los habitantes de los países ricos crecen en lo cualitativo aunque tengan que decrecer en lo material" (p. 49). La verdad, no doy un adarme por este postulado del "decrecimiento". Entiendo que si, al final, las cosas se ponen tan oscuras que hay que hacer de necesidad virtud algo así pueda defenderse, pero no me parece aceptable postularlo como objetivo programático. Hasta ahora la redistribución requiere crecimiento y crecimiento es lo que hay que seguir buscando, si bien tratando de que sea sostenible.
Lois Valsa (Memoria y fotografía. La crisis financiera y el (mundo del) arte) deja constancia de que no parece que el mundo del arte sea consciente de la profundidad de la crisis actual, que es de civilización. Toma ejemplo de lo que sucedió en la gran depresión, de cómo hubo una intervención del Estado en el arte y escoge la obra de los fotógrafos del New Deal, singularmente de Walker Evans. Termina con un interrogante: "La situación actual de colapso del sistema de Progreso lineal, y en Arte ya se ha visto, con el arte primitivo y la escultura africana como ejemplos, que no existe tal Progreso, ¿nos va a permitir vislumbrar, n medio de la crisis global, otras formas de pensar y de vivir radicalmenre diferentes que ya, en otras sociedades, antes de que se impusiese el Estado y la Economía a sus gentes existieron?" Mi única querella con este punto de vista es por qué hace falta esperar a una crisis para plantearse esta pregunta.