divendres, 29 de maig del 2009

Los dislates de la Iglesia.

La sexualidad, algo que lleva veinte siglos obsesionando a la Iglesia, a los curas, a los obispos, hace perder la chaveta al clero en todo momento y condición. El responsable de la revista del episcopado Alfa y Omega, Ricardo Benjumea, sostiene que Si se "banaliza el sexo" no tiene sentido considerar delito la violación. O sea, para quien quiera entender: o el sexo se practica como yo digo o aquí se puede violar a quien se quiera. ¿Ven como estos pavos tienen un problema con la sexualidad? Bueno, uno específico porque "problemas" con la sexualidad tenemos todos ya que la sexualidad en sí misma es un problema. Lo del clero, no obstante, es el problema de la represión que castiga y deforma por igual a quien la sufre y quien la inflige.

Y, en efecto, acaba diciendo verdaderos dislates propios de enajenados porque ¿puede alguien averiguar por qué mecanismos mentales se puede llegar a la conclusión de que violar es aceptable cuando "se banaliza" el sexo o se lo aparta de la procreación? La violación es un atentado contra la integridad física de las personas y en su valoración delictiva no pueden entrar consideraciones relativizadoras basadas en opiniones por muy reveladas por Dios que digan ser. Como estos creyentes en dogmas, misterios, milagros y demás bazofia intelectual tienen entendederas de escaso vuelo hay que ponerles las cosas a su alcance, lo mejor para ello es hacer que se involucren directamente. Por ejemplo, ¿sostendría el señor Benjumea su punto de vista en el caso de que lo violaran a él?

Precipitándose por la pendiente del disparate, decidida a dar una lección de su falta de sensibilidad y de conocimientos acerca de asuntos sobre los que se pronuncia sin parar, la jerarquía lleva los dislates al extremo del pecado o del delito o de ambos a la vez. Dice monseñor Cañizares que los abusos a menores en Irlanda no son comparables con el aborto. La declaración no solamente es un insulto por lo que evidentemente es: la enésima prueba de que toda comparación es odiosa, incluso aunque sea para decir que no hay comparación posible sino por lo contrario. La declaración es un insulto porque pasa alegremente por encima del hecho de que lo que sucedió en Irlanda no es una especificidad histórica de la verde Erín. Lo que Monseñor Cañizares no ve o no quiere ver -y con él, ningún príncipe de la Iglesia- es que el abuso de menores ha sido y es la condición normal del trato del clero católico con los críos, especialmente los que están en peor situación, en todos los países del mundo. ¿Qué nos apostamos? ¿Abrimos investigaciones en orfanatos, correccionales, casas regidas por órdenes religiosas católicas? En todas; siempre; aún hoy. El abuso de menores es la condición ordinaria de una confesión empeñada en mantener una institución estúpida y degradante como el celibato del clero y presta a justificarlo ocultando el enorme destrozo que ha venido causando generación tras generación.

Así que no basta con pedir perdón, Monseñor: hay que demostrar -tampoco basta con prometer- que ya no va a pasar más veces y que en la actualidad se procede judicialmente contra lo casos en que se haya detectado.

(La imagen es una foto de desaparezca.net, bajo licencia de Creative Commons).