Acaba de llegar a Madrid, al Centro Cultural de la Villa, una muy interesante exposición sobre los años de la transición en España organizada por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), el Departamento de Relaciones Institucionales y Participación de la Generalitat de Cataluña y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC). Vale la pena visitarla por los materiales que exhibe y el modo en que está concebida, más que como una exposición tradicional como una especie de experiencia o vivencia directa de determinados aspectos o fenómenos de aquellos años: huelga, comisaría, escuela, núcleos de convivencia, psiquiátrico, escena musical, la comunicación, el legado democrático y los obstáculos a la transición.
En cada uno de los apartados citados se crea un ambiente especial con variedad de material como fotos, vídeos, objetos, música, carteles, grafitti, cartas, fichas, etc y el espectador pasa de un ambiente a otro, de una diversidad de modelos de transistor de la época a las fichas de los detenidos por la policía, las fotos de los torturados, las imágenes de la chabolas de los años setenta o los reproducciones de dibujos de internos en los psiquiátricos. Se hace uno una idea cabal de la turbulencia de aquellos años y quienes los vivimos podemos rememorarlos y rellenar lagunas.
En estos días en que luchamos por restablecer la memoria colectiva de lo sucedido hace setenta años podemos darnos cuenta de que algo parecido podría estar pasándonos ya con lo acaecido hace treinta o veinte. Es claro que hay desacuerdos de raíz respecto al modo en que entendemos ese tiempo decisivo de la transición.
Sobre él precisamente versa el catálogo de la exposición que no es propiamente tal sino un libro de pleno derecho editado por un montón de instituciones y escrito por diversos acreditados autores, periodistas, cantantes, abogados, escritores, etc (VV.AA. En transición, Barcelona, 2007, 197 págs) que abordan los temas específicos de la exposición, profusamente ilustrado por las imágenes que en ella se exponen. Edición muy cara en papel couché a un precio asequible (15 €) seguramente subvencionado. Su carácter de producto oficial se echa de ver en que viene precedido de seis prólogos: un ministro, un presidente de Diputación, un conseller de Interior, una directora general, un director del CCCB y hasta una Sociedad Estatal en pleno han querido dejar huella de su paso por el proyecto como las moscas en verano la dejan sobre los blancos cables de la luz.
Por lo demás el libro tiene aportaciones magníficas y no me resisto a reseñar algunas que me parecen las más notables sin demérito de las demás. Así, Manuel Risques, Ricard Vinyes y Antoni Marí, profes de Historia contemporánea y catedrático de Estética en universidades de Barcelona respectivamente, hacen una introducción general muy buena señalando cómo "la oposición había creado modelos éticos de contenido democrático y había situado sus valores como único referente posible de alternativa moral de la dictadura, reñida con cualquier propuesta de adaptación a los 'tiempos modernos'" (p. 20). Cuando la señora Aguirre vuelva a decir eso de la superioridad moral de la izquierda que ella niega, claro, que relea este párrafo y diga cuáles fueron los "modelos éticos" que crearon ella y quienes son como ella en aquellos años. Por eso es importante y amargo (y buen resumen del conjunto de la exposición) que los autores cierren su aportación diciendo que el balance de la transición es un "vacío ético sobre los fundamentos de la democracia, la negativa a reconocer que sus valores constitucionales son los valores del antifranquismo" a lo que acompañó "una importante mitificación de la transición que ha producido un triste efecto de rechazo, no al mito exactamente, sino al conjunto del proceso de transición". (p. 24)
Nicolás Sartorius (Atado y bien desatado) tiene una visión más complaciente del proceso. Carlos Jiménez Villarejo (La destrucción de los archivos del movimiento) explica cómo los franquistas reformistas "construyeron un muro de silencio y olvido sobre una realidad, la de los vencidos de la Guerra Civil y la posterior represión". (p. 35) Pere Ysas (La ruptura del orden franquista) atribuye la debilitación de la dictadura en sus últimos tiempos a los movimientos sociales y huelguísticos. Mercè García Aran (Impunidad. La comisaría) toma pie en el caso de Enrique Ruano para exponer cómo el recurso a la tortura era habitual y política deliberada de represión del régimen, cosa que ha quedado impune gracias a la Ley de Amnistía de 15 de octubre de 1977. "La impunidad de la represión constituye, así, la última barrera de autoprotección ante la oposición democrática." (p. 56).
Jaume Carbonell Sebarroja (Entre la resistencia, la alternativa democrática y la utopía) se refiere al intenso movimiento de renovación escolar en aquellos años en que se absorbían las nuevas tendencias que habían estado ausentes an todos los anteriores. Es enternecedora la nostalgia con la que habla de la experiencia habida con Iván Illich, cuyo libro, La sociedad desescolarizada, como el de la Némesis médica y algún otro siempre me parecieron una pasada en el mal sentido del término. Inés Alberdi (La transición de las familias en España) hace una reflexión muy interesante sobre el modo en que los años de la transición aceleraron el proceso emancipativo de las mujeres. Este trabajo está ilustrado por una fotos estupendas de un almuerzo en una familia española "de toda la vida". Sólo por verlas merece la pena visitar la exposición.
Josep M. Comelles (Psiquiatras, locos y salud mental en la transición) aborda un aspecto de estos años poco tratado, el de la psiquiatría y la recepción en la española de las corrientes entonces en vigor en Europa, la antipsiquiatría, etc. "Para los sectores "progres" de la sociedad catalana, en la Barcelona de Tuset Street o de Bocaccio, pero también en la de sectores contraculturales, leer psiquiatría se convirtión en un must" (p. 110). Y en Madrid también. Jordi Balló (Animación en la sala de espera) da noticia del impacto que bastante después de estos años ha causado el increíble documental de Carlos Rodríguez Sanz y Manuel Coronado, Animación en la sala de espera, sobre el mundo de los psiquiátricos.
Kiko Amat (Nuevas olas contra el rompeolas) publica un artículo despiadado sobre la música de la transición, especialmente los cantautores catalanes sin que los no catalanes salgan mejor parados, "aquellos que pasarían los siguientes veinte años de carrera saltando graciosamente de partido político en partido político, transformando los puños en alto en manos extendidas hacia el Capital...Ningún otro país tiene tantos cantautores mediocres como España" (p. 126). Ramón de España (La (otra) música de la transición) es todavía más corrosivo que Amat al señalar que hubo una "música de la transición" a cargo de Serrat, Miguel Ríos, Víctor Manuel o Ana Belén, Raimon, Llach, etc a los que detesta y otros como Radio Futura, los que hicieron el pop de Madrid a principios de los ochenta o la Banda Trapera del Río en Barcelona que le gustan más pero no pertenecen al "establecimiento" de la transición. A punto de echarme a llorar ya que no me gustan los unos ni los otros leo el último párrafo del artículo: "Probablemente hubo individuos para los que la música de la transición fue la de Brahms, Mendelsohn o Shostakovich. Y a esos, todo hay que decirlo, nadie les llama ni para escribir un artículo en un catálogo dándoselas de outsider" (p. 139). No lo sabe Vd. bien, apreciado tocayo.
Suso de Toro (Del asco al tedio) escribe una diatriba contra el franquismo que suscribo de la cruz a la fecha. Afirma su carácter totalitario sin ambages (p. 145), lo identifica con la famosa Enciclopedia Álvarez, de la editorial Miñón de Valladolid (p. 146) y afirma (y yo con él) que "el fracaso del franquismo, su pérdida de prestigio, de hegemonía sobre las personas, confujo a un desprestigio de todo lo establecido, desde la universidad como institución a la legitimidad de la empresa, desde el estudio al trabajo, desde la limpieza hasta la cortesía. El franquismo es una de las causas importantes de que España sea uno de los países más incívicos y, sobre todo, descorteses del mundo. El franquismo era todo y todo era franquismo, no nos cargamos el cable de la luz, la tabla de multiplicar y la vía del tren de milagro" (pp. 149/150).
Javier Alfaya (Un muro de silencio advierte de la dificultad de que se mantenga la memoria de la dictadura (p. 180) ya que la transición alzó un muro de silencio que terminaron de erigir los golpistas del 23 de febrero de 1981 (p. 181). La consecuencia es que apenas se hayan estudiado los años cincuenta y sesenta, cuando se pusieron los cimientos de los movimientos estudiantil y obrero (p.185).
Xavier Doménech Sampere (Tempus fugit) escribe un magnífico artículo insistiendo en que la transición fue un tempo "huido", líquido (p. 187) que se esfumó con la ley de amnistía, que fue una ley de punto final. La transición aparece embellecida como un periodo en sí mismo democrático en el que los franquistas convertidos en demócratas adquieren una legitimidad de ejercicio otorgada ex post facto desde los resultados finales del proceso (p. 190). "A un tiempo líquido le correspondía una memoria líquida, y ésta fue parte de la memoria de la transición realmente existente, una memoria que se construía en el olvido para legitimar el presente" (p. 191) Coincido con el autor en la idea de que la imagen de un franquismo tardío benigno es gratuita y en algunos aspectos de una inconsistencia que llega "al cinismo criminal" (p. 192)
Todo eso se lo encuentra uno visitando la exposición En transición, que da mucho que pensar y mucho que recordar. Entre otras cosas, que la memoria se fortalece ejercitándola.
(Las imágenes proceden del catálogo comentado).