Pues sí, habíamos ido a ver el Boris Godunov de Alexander Pushkin en versión de La Fura dels Baus en el María Guerrero y, cuando apenas llevábamos cinco o diez de minutos de representación, entró un grupo de terroristas chechenos que secuestró a todo el aforo. Eran como unos veinte, armados hasta las orejas, con cinturones de cartuchos de dinamita o algo parecido, fusiles ametralladores, pistolas y una cantidad grande de explosivos que dispusieron estratégicamente por el patio de butacas y otras dependencias del teatro, avisándonos de que todos volaríamos por los aires como se nos ocurriera hacer algo raro o el Gobierno trataba de rescatarnos. Muchos llevaban los rostros cubiertos con pasamontañas. Se distribuyeron la tarea de vigilarnos y nos obligaron a permanecer en nuestros asientos lo cual, además de incómodo, era humillante, pues era preciso pedir permiso cada vez que se quería ir a al retrete.
Eso es más o menos lo que sucedió la noche del 23 de octubre de 2002 cuando unos cuarenta rebeldes chechenos asaltaron el teatro Dubrovka, en donde se representaba el musical Norte-Este y capturaron unos novecientos rehenes, entre espectadores y empleados del teatro. Los chechenos hicieron público un manifiesto a través de los medios dándose a conocer como musulmanes y exigiendo la retirada de las tropas rusas de la República de Chechenia en el plazo de una semana. En caso contrario, empezarían a matar rehenes. El asedio al teatro por las fuerzas de seguridad rusas duró tres días al cabo de los cuales unidades especiales de la policía, habiendo soltado previamente un gas adormecedor especial empezaron el asalto. Murieron cuando menos 33 terroristas y 129 rehenes, aunque es posible que hayan sido muchos más. Prácticamente todos los fallecidos lo fueron a causa del gas y no del tiroteo.
La Fura dels Baus escenifica los tres días de tensión, histéricas negociaciones entre rebeldes y autoridades y terror de los rehenes en un espectáculo en el que en medio de un alarde de efectos especiales, con luces, colores, focos, proyecciones, estampidos, etc, se intercalan las dos acciones teatrales, la de la obra de Pushkin, escrita hacia 1825 por cierto en un espíritu muy "macbethiano" que reconstruye acontecimientos del siglo XVI y la del secuestro, cinco siglos más tarde. La prolongación de la peripecia de Boris Godunov, quien sucedió a Iván el Terrible primero como regente y luego como Zar que al final de sus días hubo de hacer frente a una sublevación de un impostor con la ayuda de los polacos trasmite el mensaje de que las pasiones humanas, el poder, la violencia, el odio, la dominación de la gente, son las mismas a lo largo de los siglos. Cambian los medios materiales, pero no las justificaciones morales.
La parte pushkiniana sigue más o menos fielmente la obra del dramaturgo romantico; la del secuestro es una historia elaborada por Alex Ollé. Es éste el que pone en boca del dirigente checheno de la operación la idea de que el viejo apotegma de que la guerra es la continuación de la política por otros medios ha sido superado por el de que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Ciertamente así parece ser y el autor al que debemos esta segunda formulación fue Michel Foucault.
La representación es muy movida, está llena de peripecias e involucra todos los espacios del teatro, escenario, patio de butacas, plateas, pasillos, etc, mostrando la calidad de los directores Alex Ollé y David Planas. Durante la acción algunos terroristas y rehenes se singularizan, adquieren personalidad propia y nos enteramos de sus circunstancias particulares, sus problemas y sus reacciones. En su mayoría se trata de discusiones sobre qué hizo o debió hacer cada cual en el conflicto que enfrenta a chechenos y rusos, formulado con la retórica habitual de las luchas de liberación nacional: la madre a la que le han fusilado al marido y asesinado al hijo, el terrorista fanático, radical, que prefiere volar el teatro, el más político, que quiere negociar.
Una de las terroristas resulta ser una jovencísima actriz que en su día interpretó un papel en una versión de Boris Godunov, lo que da pie a que conjuntamente con un rehén, uno de los actores que estaba representándola cuando irrumpieron los terroristas, recite una escena; un caso más de esa peculiar realidad que se crea durante la representación del teatro dentro del teatro, cosa que ya estaba presente con la continuación de la obra de Pushkin pero que con la improvisación que hacen la terrorista y el rehén adquiere una dimensión nueva, aquella en la que el teatro trasciende sus límites como ficción para alcanzar a la vida real de forma que ese simple hecho cambia el comportamiento de algún personaje cosa que tendrá consecuencias inesperadas.
Los de La Fura dels Baus tienen mucha fuerza y dominan muy bien el territorio. Durante hora y media el María Guerrero es un tumulto que finaliza con la toma al asalto, y en el centro de tanta agitación estamos los espectadores rehenes. Por supuesto todas las similitudes con otros acontecimientos reales de este tipo son deliberadas.