dimecres, 12 de juny del 2013

Jarrones chinos.


Exhibición de jarrones chinos en los últimos tiempos. Buena metáfora la de los cachivaches. Un poco ingenua. No a todos los jarrones chinos se les supone valor. Los de los chinos todoacien salen muy apañados de precio porque no valen un pimiento. Así que, si estorban, se les envía al trastero, con la muleta del abuelo y el arnés viejo del perro. Los otros jarrones chinos, los de artesanía más refinada y no digamos ya los antiguos, no estorban jamás. Al contrario, los dueños los ponen bien a la vista para que el personal se entere de que poseen un jarrón Ming. Pero, bueno, se entiende la idea. Que no es más que eso, idea. No veo a muchas familias españolas preocupadas por el emplazamiento del jarrón chino. Si habláramos del televisor ya sería otra cosa y el mando a distancia es objeto de estrategias y alianzas de clase, edad, género.

Los tres jarrones chinos han hecho verbosa aparición pública, como convocados a un certamen. Muy buen artículo de Íñigo Istúriz en Público al respecto. Aznar ha sido el más pródigo. Se autoconcedió una entrevista en una televisión, presentó en sede parlamentaria unas biografías de políticos que ha excogitado la FAES y concluyó el periplo por el ágora soltando doctrina -diz que más moderada- en el Club Siglo XXI, gracias a lo cual nos enteramos de que Eduardo Zaplana muñe un ciclo de conferencias con motivo del 35º aniversario de la Constitución que, según tengo entendido, Aznar no votó, aunque quizá esté equivocado. Yo, no Aznar, por supuesto. Este insiste en leerle la cartilla al gobierno, sobre todo en eso de bajar los impuestos. Su discípulo Monago, de muy apropiado apellido, lo ha seguido y reducido el IRPF en Extremadura. Esa reducción de impuestos va a encender a los catalanes, ya bastante encendidos. Pero en eso Aznar muestra una actitud de bravo: en Cataluña el Estado tiene que mostrar su músculo. El abdominal, supongo.

Lo del músculo ha dado pie para que salga el otro jarrón chino, González, a matizar. Con ello se ha sabido, además, que el pérfido Rajoy estaba complotando algo con González mientras Aznar le tiraba de las orejas en Antena 3. Menudo feo. Preferir el sociata al noble cruzado de la causa, restaurador de España ante Dios y la historia. Encima el jarrón González ha reaparecido cavilando en alto, comprensivo con la cuestión catalana. Hasta está dispuesto a empatizar con los catalanes, como hacen los antropólogos con las culturas exóticas. La base de su argumento, al parecer, es que "estamos condenados a entendernos". Esas frases hechas sí que las carga el diablo. Porque, vamos a ver, ¿a quién le gusta estar condenado a lo que sea? ¿No podemos librarnos de la condena? Bueno, en realidad, no es una condena. Entonces ¿qué es?

González jarroneará hoy de nuevo presentando el informe de la Fundación Alternativas (una ContraFAES) sobre la salud de la democracia en España. Entre tanto le da a uno la impresión de que ninguno de los dos jarrones chinos tiene algo real que aportar a la cuestión catalana, lo cual no es de extañar pues los dos son nacionalistas españoles. La única diferencia es que a uno la nacion española le parece "indiscutible", razón por la cual desdeña todo diálogo, y el otro está dispuesto a debatir lo que haga falta sobre la integración de Cataluña en España. Y, como está jubilado, tiene tiempo de sobra para ello siempre que se trate de eso, de Cataluña en España, a lo que estamos condenados. Cualquier otra opción, como Cataluña fuera de España, no está en el repertorio.

El tercer jarrón hizo fugaz aparición con motivo de un libro que presenta Moratinos sobre la pobreza en el mundo, creo. Además de fugaz, la aparición fue muda. Como las de Rajoy. Ya explicó en su día Zapatero que de su boca jamás saldría una crítica al gobierno de Rajoy. Esa afición suya por el juego limpio y la moral caballeresca en un país de truhanes y fulleros es encomiable pero desastrosa para él y su gente.

No estoy muy seguro de si González es un jarrón Ming o Qing; ni si Aznar es de la dinastía de aquel unificador de la China hacia el 300 a. d. C., Huang Ti, que mandó quemar todos los libros del reino; pero sí me parece que Zapatero se da un aire a Pu Yi, el infeliz último emperador.

dimarts, 11 de juny del 2013

Los puntos sobre las íes.


Bueno, a ver, esto está poniéndose realmente feo. Como si hubiera una conspiración en contra del PP y del gobierno, movida, claro, por quienes quieren ganar en la calle y a escándalo limpio lo que no tuvieron en las urnas. Mi compañero Floriano ha estado oportuno: el partido es legal de cabo a rabo y ha hecho un ejercicio de transparencia como nadie. Ya te digo. Se nos ve en cueros. Pero, eso sí, son unos cueros muy decentes y todo se aclara con las correspondientes explicaciones que solo las almas podridas, llenas de rencor, se atreverán a contradecir.

Es verdad que González Pons cobra dietas por alquilar un piso que le paga el partido por otro lado y en la caja de una empresa de la Gürtel. O sea que todo queda en casa. El mismo compañero Pons lo ha aclarado: lo que cobra en Madrid no son dietas sino una indemnización por ejercer sus funciones de diputado. Algunos dicen que la condición de diputado no es indemnizable como antaño la de hijo de viuda; y otros, con más bilis, señalan que la "indemnización" es el alquiler pues el otro pago es expresamente de dieta. Todo ganas de fastidiar y mermar la brillantez oratoria de este tribuno de popular nervio. Muchos piden su dimisión por mentir. ¡Apañados estaríamos si se aplica esta norma calvinista de dimitir por mentir! No habría gobierno.

La campaña contra el PP arrecia. El presidente del Senado no declaró un préstamo de 24.000 euros que le hizo el partido a interés cero. Ya está la jauría pidiendo su dimisión. El hombre es senador, caramba, y no puede estar en todo. Si ya por ser diputado hay que indemnizar a Pons, a García Escudero habrá que darle, además, un préstamo. ¡Qué menos! Ignoraba el beneficiario que fuera cosa de declarar a Hacienda. Eso le sucede a cualquiera. Es como las multas de tráfico. Se pagan y, venga, a seguir presidiendo el Senado, que lo hace de rechupete.

La Antiespaña, que la tiene tomada con Ana Mato por ser mujer y divorciada, anda mostrando unas supuestas cuentas de la Gürtel, según los cuales entre 1996 y 2006 la familia Sepúlveda-Matos no es que viajara gratis total; es que vivía gratis total y, según parece, no pagaba de su bolsillo ni el papel higiénico. De este supuesto matrimonial perfectamente baladí, deducen algunos que la ministra Mato debe dimitir. ¿Dimitir del ministerio -en donde lo hace a pedir de boca- por algo que sucedió hace años en su casa y sin que ella se enterara? Antes se helará el infierno.

La artillería de esta oposición impotente, incapaz de hacerse oír salvo mediante infamias, se concentra en Cospedal, baluarte del PP. Dicen que la explicación de las relaciones laborales de Bárcenas con el PP, basada en el concepto de diferido eran como de Groucho Marx. Dicen también que cobra varios sueldos y, además, un substancioso sobresueldo y que eso es contrario a la Ley de Incompatibilidades y la Ley Electoral. Su interpretación de la normativa es ramplona y miserable. En primer lugar, Cospedal vale por tres y es justo que cobre por tres. Además, la ley de incompatibilidades no es de aplicación aquí porque el partido es una asociación privada y hace con sus dineros lo que quiere.

Es que, si no es así, vamos apañados pues esta práctica de los sobresueldos abarca a todo el mundo, directamente o bajo el curioso eufemismo de gastos de representación. Todo el mundo quiere decir todo el mundo en el PP. 

Hay que dejar las cosas bien claras. Así que, oído cocina, aquí no dimite ni Dios, te pillen como te pillen.

dilluns, 10 de juny del 2013

La dignidad de la política


Desde los tiempos de Aristóteles, más incluso, desde los de Confucio, se sabe que la política es una actividad noble, pues va orientada a adelantar el bien común, la polis, el respeto a los antepasados y el buen orden del reino. A lo más alto que podía aspirarse era a alcanzar la ciencia del gobierno, del buen gobierno, el que mira el interés general. Con esta idea ha venido haciéndose política desde tiempos muy antiguos y comprobándose que esa imagen idílica de la actividad se tornaba en su contraria en la realidad. El famoso florentino se encargará de ponerlo negro sobre blanco: al Príncipe solo le interesa el poder. Y sería Carl Schmitt quien, recogiendo la media intuición de Clausewitz, declarara que la política es cosa de amigo-enemigo, como en la guerra. Y, buenas gentes, en la guerra -salvas las convenciones ginebrinas- vale todo.

No obstante, las versiones críticas (Maquiavelo, Schmitt) no prosperan y el discurso convencional sigue siendo el de que la política es actividad noble pero que, por desgracia, suele ser innoble, sobre todo cuando la practica el enemigo. Es lo que, en el fondo, quieren decir los políticos cuando emplean -y lo hacen a menudo- esa ramplona figura de las dos políticas, la política con minúscula, la del enemigo, y la Política con mayúscula, la nuestra. No da para más.

Pero vamos a admitir que, en efecto, hay un propósito de hacer política digna y cómo puede torcerse. En nuestras sociedades democráticas la política es cosa de los partidos. No solo de ellos, pero sobre todo de ellos. Un partido, en principio, según la doctrina, es una asociación de personas que trata de conseguir el poder político para orientar la sociedad en sentido favorable a sus intereses que suelen presentar (aunque no siempre; también hay partidos muy particularistas) como el interés general, el bien común. Quiere también la doctrina que la asociación sea voluntaria y, desde luego, desinteresada.

¿Podría pasar que una asociación de facinerosos, de mangantes y estafadores se presentara como un partido o se hiciera con uno preexistente? Podría, claro es. Y que prosperara o no dependería de la fuerza de convicción que tuviera en sus mensajes ideológicos. Es decir de cómo falsificara el discurso político habitual, cosa por lo demás no muy difícil ya que dicho discurso o es de orden práctico inmediato o ditirámbico sobre los luceros. Ambos fáciles de imitar. Con los mangantes en la sala de máquinas, el partido es un instrumento poderoso de repartir prebendas ya que controla los dineros públicos. Su militancia y clientela crecen pues ingresar en el partido es como encontrar empleo o hasta una sinecura con algo de suerte. El partido se expande por la sociedad y echa raíces y redes por todas partes, creándose una coraza de protección sobre todo a través de una batería de fundaciones, empresas,  medios y propagandistas comprados. Y ya estamos chapoteando en la charca de la corrupción.

Si esto sucediera, la destrucción de la democracia sería cosa segura, se desprestigian las instituciones, se enfanga todo proceso de comunicación y debate, se niega todo diálogo y se procede con sereno sentido de la impunidad a continuar con los procedimientos del enchufe, el engaño y el latrocinio de los más diversos tipos. Se hacen verdaderos hallazgos de neolenguas, pero apenas sirven para distraer unos instantes del saqueo al que el partido ha sometido la sociedad. En realidad no hay programa (por eso tampoco es tan grave incumplirlo), no hay ideas, no hay proyectos. Solo hay una voluntad descarnada de llegar al poder para utilizar sus resortes y llenarse los bolsillos, tanto los propios como los de los amigos y clientes.

Algo así ¿sería posible? Pues sí y más si la organización de mangantes disfrazada de partido consigue controlar, pongamos por caso, el Tribunal Constitucional. Habría que estar preparados porque en ese momento la democracia, el Estado de derecho, las libertades y derechos de la ciudadanía empezarían a  peligrar. 

La dignidad de la política, evidentemente, por los suelos. Los ciudadanos se manifestarían muy críticos con ella y con los políticos, situando a todos en los lugares más bajos de prestigio. Los índices de popularidad de los políticos y de confianza en ellos serían negativos y no solo entre los seguidores del otro sino entre los propios. Si estos políticos fueran los que dice la doctrina, voluntarios desinteresados, se retirarían abochornados.

Pero podría pasar que no fueran así sino dignos miembros de una asociación de mangantes, solo interesados en enriquecerse, en cobrar sueldos fabulosos. Que esto llegue a saberse es incómodo, cómo no, sobre todo porque las cantidades son altas, 200.000, 400.000, 800.000 euros, verdaderas fortunas a ojos del 95 % de la población. No obstante, mientras pueda sostenerse (y para eso está la batería de medios) que no es ilegal, por muy inmoral que sea, no traerá consecuencias. Y, al fin y al cabo, eso de la moral, ¿se come?

Ciertamente si el presunto partido tuviera un jefe que hubiera hecho bandera de la incorruptibilidad de la organización, un poco al estilo de Robespierre, llamado el incorruptible, el conocimiento público de la corrupción del partido resultaría particularmente chocante. Porque no se proyecta igual imagen cuando de ti se dice que diste todo a la Patria y la sacaste del marasmo que cuando se dice que tú y los tuyos saqueasteis la Patria a extremos inverosímiles y que esta os costeaba hasta las partidas de billar. 

El debate sobre la legalidad del asunto es breve. El problema lo tendría ese hipotético partido de mangantes para mantener la autoridad moral que requiere todo gobierno. Contaría para ello con sus redes clientelares sociales y en los medios, pero quizá no fuera bastante. Pero esto sería un asunto anecdótico, ¿verdad? Toda organización ha de tener un jefe. La organización no verá problema alguno. Elaborará un discurso de gobierno, ordenando a sus miembros que hablen como si tuvieran autoridad para hacerlo.

Y ahí es donde el problema se traspasa al ámbito interno de cada uno de ellos, al de cada ministro, pongamos por caso. Este debe bregar con su corazón, en donde, según Kant, está inscrita la ley moral. Y que cada cual decida en el fuero de su conciencia si hizo bien o hizo mal, que eso lo sabemos todos. En un partido normal, en el que hubiera algunos mangantes, estos dimitirían ipso facto. En un partido de mangantes, los que quizá dimitieran serían las gentes normales.

La dignidad de la política descansa exclusivamente sobre la dignidad de los políticos.

No obstante así queda expedito el camino a la oposición de izquierda. Esta tiene fácil forjar un programa unitario con un solo punto: apenas llegada al poder derogará todas y cada una de las medidas de la asociación de chorizos, obligará a estos a devolver lo trincado y restituirá al común todo lo que el partido como tal haya robado: subvenciones, becas, pensiones, todo.

(La imagen es una captura del vídeo del PSOE titulado No más peinetas, publicado en Youtube.

diumenge, 9 de juny del 2013

Los más ineptos.


Mes tras mes, desde diciembre de 2011, año y medio de corrido, el barómetro de Metroscopia para "El País" refleja el desprestigio más absoluto de los dos principales políticos españoles, el presidente del gobierno y el líder de la oposición mayoritaria. Nadie cree en ellos, nadie se fía de ellos y el juicio que merecen es literalmente deplorable. El 76 % desaprueba la gestión (¿qué gestión?) de Rajoy y el 84 % no se fía de él. El 16 % restante debe estar compuesto por extranjeros. Rubalcaba tiene más raro mérito: hasta el 84 % desaprueba su gestión (¿qué gestión?) y un pavoroso 90 % no se fía de él. Vamos, que ni su familia.

En democracia solo cuentan las elecciones cada cuatro años; no sus remedos, cada mes. Pero es imposible negar importancia a este pulso permanente, este aplastante estado de opinión negativa. Si yo fuera uno de los dos, habría dimitido hace tiempo. Por eso Palinuro no es político. Es preciso tener la piel del alma de áspero granito para seguir hablando como si nada del futuro y otras incongruencias a un auditorio que no se fía de ti, no te aprecia y, si pudiera, no te escucharía.

Por eso, porque comparten su falta absoluta de popularidad y el rechazo frontal de los ciudadanos, los dos políticos más desprestigiados de la democracia, probablemente llegarán a un pacto de Estado. No para que sobreviva el Estado, sino para sobrevivir ellos. Se entienden, se comprenden y entre ellos se ayudan. Total es casi imposible caer más bajo. Y nadie en sus respectivos partidos se atreve, no ya a substituirlos sino siquiera a alzar la voz y decir algo elemental, algo que entiende cualquiera en cualquier parte: que el jefe de ventas no sirve para nada y hay que cambiarlo. Han actuado con la sabiduría del inútil: solo se han rodeado de gente más inútil que ellos y ninguno se atreve a abrir el pico. 

Rajoy tiene la cruz añadida de un gobierno tan malo e incompetente como él y del que es responsable. Ni un solo ministro cae bien a nadie. Ni uno aprueba. Todos tienen un resultado negativo apabullante. En realidad, un puñado de inútiles a los que viene grande el cargo y que solo sirven para que se hagan chistes a su costa, desde la patente inutilidad de la vicepresidenta en cómica exhibición cada viernes, hasta la del ministro de Educación, el insufrible pedante al que no soportan ya ni los retratos de los pasillos.

Sería cosa de hacer un repaso ministerio a ministerio del desastre del gobierno de España que Rajoy ensalzó ayer en la tierra de la suma corrupción ante la rechifla general y de la mano de alguno de los imputados más conocidos como la chocarrera Barberá, ahora algo compungida por los años de cárcel que pueden caerle.

Pero es domingo, no hace un buen tiempo, la crisis arrecia, la gente llevamos ya mucho tiempo pasándolo mal y no merece la pena perder el ya escaso humor ocupándose de un manojo de ineptos varios de los cuales, además, son presuntos chorizos. Empezando por el jefe.

El modelo valenciano


Valencia tiene el raro mérito de ser la comunidad más afectada por la corrupción. Una décima parte o algo así de los diputados del PP en las cortes valencianas está imputada en procesos penales, de forma que las sesiones parecen escenas de Mackie el Navaja. Hay literalmente una recua de alcaldes, alcaldesas, ediles implicados en mayor o menor grado en las más diversas corruptelas, recalificaciones, concesiones de recogidas de basuras. El presidente de la diputación de Castellón es casi en sí mismo una novela picaresca. Las supuestas malversaciones, concesiones ilegales por importe de miles de millones de euros inundaron los corredores del poder, los despachos de las empresas, los pasadizos de la trama Gürtel. Como a Al Capone en la declaración de la renta, a Camps lo pillaron en el pago de tres trajes. Y ahora va camino, al parecer, de una imputación en un asunto de millones que junto a Barberá, pudo haber pagado a Urdangarin, el apuesto galán, especialista en relaciones públicas.

Pero Valencia es también un baluarte del PP y, más en concreto, de Rajoy. Fue Valencia, Camps y sus cohortes, la que consagró la presidencia del partido de Rajoy y yuguló el intento de un sector crítico de substituirlo por Esperanza Aguirre con el apoyo de significados medios madrileños. Y, como Rajoy es hombre agradecido, ahí ha ido a una convención del PPPV en el simbólico lugar de Peñíscola, donde el Antipapa Luna, a repetir eso de que Valencia es un modelo y sus políticos, dignos ejemplares. Y ha tenido que hacerse una foto con la dirigencia valenciana. En ella aparece Ritá Barberá con un gesto mohíno, pues no está pasando por sus mejores momentos.

Ni una sola palabra sobre la corrupción, a pesar de que acaba de saberse que la Generalitat adjudicó 4.000 millones de euros a empresas de la trama Gürtel, en una comunidad en que muchos niños no tienen calefacción en las escuelas o tienen que pagar por llevarse la comida. De la corrupción aquí no se habla. Se habla de la crisis y se dicen las habituales sinsorgadas ya como letanías, que si vamos mejor, que si tocamos fondo, si estamos mejor que el año pasado y estaremos estupendos el que viene, los brotes verdes, los amarillos y los violeta, si el paro del mes de mayo. Y la gente lo oye como quien oye llover.

Lo que estamos todos esperando es ver cómo va a quedar Rajoy cuando avance algo más el proceso de los papeles de Bárcenas y se dé por probado, como puede pasar, que el presidente estuvo cobrando sobresueldos hasta ayer mismo, que los cobraba cuando decía que tenía que mirar su cuenta a fin de mes y que, quizá por mirársela, se los incrementó sensiblemente mientras los de los demás mermaban.

Rajoy se obstina en hablar de la crisis (para no decir nada, además) ignorando los otros dos problemas acuciantes a que se enfrenta su gobierno: la corrupción y el independentismo catalán. Este último adquiere un peso, una extensión en la sociedad catalana y una fuerza que el gobierno prefiere ignorar, fiándolo todo a su recurso a un Tribunal Constitucional en el que acaba de colocar tres magistrados de su cuerda, sobre todo ese militante ideológico de la extrema derecha neoliberal, López, asimismo nacionalista español a ultranza.

Sin embargo el independentismo avanza. El último sondeo de El periódico dice que un 72 por ciento de los catalanes quiere el referéndum y el 45 por ciento de los encuestados se declara por la independencia. La probabilidad de que produzca un conflicto es cada vez mayor. Y el gobierno, devorado por los asuntos de corrupción, carece de autoridad para gestionarlo.

dissabte, 8 de juny del 2013

Regresa el patrón.


Pero ¿llegó a irse en algún momento? No; se mimetizó con el paisaje. Se hizo pueblo. Ahora ha vuelto y el pueblo es chusma.¿Qué se habían creído ustedes? ¿Pensaron que tenían la democracia garantizada en el Estado de derecho? Esa era la democracia de la chusma. El patrón trae la del señor y con exquisito respeto al Estado de derecho pues todas las medidas que toma las viste de leyes, de decretos leyes, pero leyes al fin y al cabo, que respetan el cascarón, la forma del Estado de derecho. Pero lo socavan y lo niegan en su contenido esencial: la igualdad ante la ley, precisamente.

¿No quedábamos en que la Constitución de 1978 era flexible y ambigua para amparar interpretaciones distintas y hasta opuestas como, se supone, es lo civilizado? Toca la interpretación conservadora, reaccionaria incluso que viene autorizada por la infausta reforma del artículo 135 acordada por el PSOE y el PP en agosto de 2011 que, al dar prioridad absoluta al pago de la deuda, ampara la barrida neoliberal que se ha producido. De agosto a noviembre de 2011, un paseo triunfal para la derecha y, en noviembre de 2011, un triunfo arrollador en las urnas con mayoría absoluta holgadísima.

La derecha crecida no se molesta en guardar las formas. Tomarse lo de los nazis a la ligera cuando hay neonazis que matan como los otros (la diferencia es la cantidad) espanta. Pero no a la derecha que de siempre se ha entendido bastante bien con el nazismo. Por eso no es necesario guardar las formas. Nombrar magistrado del Tribunal Constitucional a una persona de destacada y fortísima militancia ideológica partidista contradice de plano el más tenue sentido de la imparcialidad y la dignidad de la Justicia. Que el TC no sea parte del Poder Judicial es una excusa trivial. ¿Las formas? ¿Para qué? Una comisión de 12 expertos para decidir sobre las pensiones públicas con ocho de ellos pagados por bancos y aseguradoras, interesados en privatizar el sistema de pensiones parece un chiste. Y lo es. Tanto como el hecho de que la audiencia de la televisión pública caiga por debajo de la de las privadas porque se obstina en ser pura propaganda tanto más estúpida cuanto la gente puede ignorarla conectando con los otros canales en donde encuentran verdadera información.

Pero es igual. No es necesario guardar las formas. Ni con el asombroso caso de corrupción Bárcenas-Gürtel en el que parece estar pringado casi todo el partido y, desde luego, sus principales dirigentes que llevan años dando lecciones de moral y ética y haciendo lo contrario de lo que predican. ¿Las formas? ¿Dar explicaciones, rendir cuentas, facilitar la labor de la justicia, colaborar sinceramente con ella, no encubrir a los presuntos culpables, investigar y denunciar en serio? Vamos, vamos, puras formas en un momento en que además de su triunfo arrollador, la derecha tiene ante sí una izquierda casi colapsada o en estado de permanente pero confusa e irrelevante agitación.

Esto viene del hundimiento del comunismo. La Unión Soviética fue la primera vez en que un partido de izquierda construía un Estado propio, un Estado de izquierda. Y se convirtió en símbolo. Por delante de la Comuna de París, relegada a la condición de sacrificada pionera. Y la izquierda construyó un Estado y un Estado potente que duró unos 75 años. A partir de cierto momento, en ese Estado prevaleció la condición de Estado sobre la de izquierda. Hay quien dice que esa degeneración estaba ya presente en el inicio mismo del poder bolchevique. Interesante cuestión pero a nuestros efectos bizantina porque, empezara donde empezara ese Estado, se hundió en 1991. Y dejó el campo libre a la derecha que lo ocupó de inmediato.

Carente de Estado rival, la derecha, propietaria del suyo, del capitalista, podía admitir que la izquierda, ganando elecciones, lo administrara en pro de sus ideales. Pero era siempre bajo la condición de administrador leal del Estado ajeno. La izquierda no tiene ejemplo o modelo de Estado viable alternativo. El bolchevique no es posible y el chino no parece deseable; queda alguna simpatía por el cubano pero tiene un aspecto más sentimental y simbólico que otra cosa. Como administradora fiel de la finca, la izquierda pudo montar una especie de negociado social llamado Estado del bienestar, dentro de una fórmula que se sacaron los alemanes del magín (y, además, los alemanes conservadores) llamada economía social de mercado.

Pero se acabó. Regresó el patrón y tomó posesión de lo que considera suyo y que, de hecho, siempre lo fue en España.

En primer lugar del Estado como corporación. Tanta es la unidad del meollo, de la alianza entre la empresa, el capital y la iglesia que el partido conservador parece una típica correa de transmisión cuya forma más conocida es la famosa puerta giratoria entre la política y los negocios. Llega esta hasta el Rey que, por ser una sola persona, no es puerta giratoria sino clásica, la de dos hojas o caras. El Rey es el jefe de la Política y el de los negocios y, podríamos decir, parafraseando a Protágoras, de los que son en cuanto son y de los que no son en cuanto no son.

En segundo lugar, el Estado como nación territorial. A ver ¿qué broma es esa de otras naciones no españolas dentro de la nación española? A comparación abierta, eso es un cáncer y los cánceres deben extirparse. Lo demás son paños calientes y titubeos socialistas, aunque últimamente, parece resurgir entre estos un recio sentido español en lucha con la Antiespaña que anida en su seno. Pero no haya cuidado, la Patria está en donde debe estar: en el corazón de quienes la ponen por encima de la democracia. Ha vuelto el patrón a recordar que España es suya. Los nacionalismos, como la izquierda, meros administradores de lo ajeno a los que se puede remover de un modo u otro, sobre todo si, malhaya, se extralimitan en sus competencias.

En tercer lugar, la Administración pública. Suya desde tiempos inmemoriales. Compuesta por los grandes cuerpos de funcionarios del Estado en los cuales hay numerosos miembros neoliberales, enemigos acérrimos de ese Estado del que viven. Suya de nuevo como una finca. Por más reformas y modernizaciones que ha habido de la administración, esta sigue siendo patrimonialista, poblada de enchufismos. Mírense las diputaciones de Orense y Castellón, dos botones de muestra. La actual reforma de la administración local destripa los ayuntamientos pero robustece las diputaciones, enclaves sempiternos del caciquismo español. Rubalcaba tartamudeó algo sobre la supresión de las diputaciones y le hicieron comerse sus palabras. Y si vamos a administraciones sectoriales, nada que envidiar. La administración de justicia en todos los niveles es tan suya que ha decidido ponerle precio y alto.

En cuarto lugar, las instituciones. Todas suyas o hegemonizadas por la derecha. La Iglesia, por supuesto, las fundaciones, las Academias (basta pensar en la de Historia, la más orwelliana de todas), los medios de comunicación, bateria de agitación y propaganda de las tesis más extremas de la derecha, esa que considera afeminado guardar las formas. ¿Y los partidos? Bueno, los demás que hagan lo quieran con los suyos, que son muchos y mal avenidos. El de la derecha, un partido unitario del campo conservador, se confunde con el Estado, lo patrimonializa y se convierte en un Estado B, pagando a sus dirigentes un sobresueldo, como si fueran funcionarios del partido. 

¿Guardar las formas? Hombre, por Dios, estamos en casa de Braulio, castellano viejo.

divendres, 7 de juny del 2013

Pasarás a la historia de la infamia.


Lo leí el otro día en algún lugar de Twitter que no puedo precisar: "Le has robado el futuro a la juventud y la tranquilidad a la vejez". Con esa sentencia creo, presidente, se ha calificado para siempre tu infausto mandato. Pero las cosas no se revelan de repente sino que se incuban, vienen precedidas de signos premonitorios y, en tu caso, se veían venir de lejos.

Hiciste una oposición de tierra quemada. Negaste todo apoyo al gobierno en asuntos de Estado, primero el terrorismo y luego la crisis. Es ya célebre el despropósito de tu hoy ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, cuando proponía -ignorante de que se le oía- dejar hundirse España, que ya la reflotaríais vosotros. Insultabas al presidente del gobierno ("bobo solemne") y tu antecesor en el cargo, Aznar, andaba por lueñes tierras hablando pestes del gobierno español y de su presidente. Pusiste las instituciones -el Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial- al servicio de tu política de partido y les causaste daños irreparables en su prestigio y autoridad.

En la campaña electoral redoblaste el acoso al gobierno y mentiste sobre todos y cada uno de los puntos de tu programa electoral. Afirmaste que no subirías los impuestos y es lo primero que hiciste. Hay abundante información gráfica de cómo te sumaste entusiasmado a la campaña de Esperanza Aguirre en contra de la subida socialista del IVA. Igualmente aseguraste que no tocarías la sanidad y la educación y que respetarías como algo sagrado las pensiones. Incluso hubo que soportarte una teórica acerca de cómo los jubilados son los más vulnerables pues no tendrán una segunda oportunidad. Y todo para justificar tu cerrada oposición a la congelación de las pensiones decretada por el bobo solemne

Un año y medio después, la sanidad pública está en proceso de privatización y cada vez la cobertura sanitaria es más cara y más excluyente; cada vez hay menos gente con derecho a la salud. Innecesario hablar de la educación, que ha sufrido una agresión sin precedentes a manos del ministro nacionalcatólico Wert. Miles de estudiantes universitarios tendrán que interrumpir sus carreras por no poder pagar las tasas. La destrucción de la educación pública en España en beneficio de la privada, financiada con fondos públicos, esto es, por aportaciones de quienes no pueden beneficiarse de ella y ahora ni de la pública.

Toca el turno de pasar por la piedra las pensiones. Los laboratorios de neolengua ya le han fabricado el nombre: factor de sostenibilidad. Con el susodicho se pretende alargar la edad de jubilación, rebajar las pensiones en un porcentaje ya mismo y cambiar el método de cálculo del importe desvinculándolo del IPC de forma que también quepa bajarlas en el futuro y que los pensionistas vivan en la incertidumbre de cuánto cobrarán el próximo año; incluso de si cobrarán. Amparas estas ruindades en un comité de 12 expertos, ocho de los cuales están vinculados con aseguradoras. No es tan desvergonzado como ese comité de 15 expertos sobre el aborto en el que no no hay una sola mujer, pero se le acerca mucho. Por supuesto los tales expertos quieren suprimir el sistema público de pensiones para que quienes los pagan aumenten sus ingresos. Para ello ignoran olímpicamente que las pensiones no solo pueden sufragarse con las cotizaciones de la seguridad social sino también vía fiscal. Pero los expertos no quieren ni oír hablar de subir impuestos; al contrario, quieren bajarlos. Y si para ello es necesario que los viejos se mueran, que se mueran. Por si acaso ya te has encargado de vaciar el fondo de pensiones en tus cuentas para bajar el déficit.

Otra medida en el sentido habitual en ti de que paguen la crisis los más desfavorecidos. Como los trabajadores, cuyos derechos laborales se han esfumado y sus salarios reducido, especialmente los del sector público; como los dependientes, a quienes se ha suprimido las ayudas; los jóvenes, que solo pueden marcharse de casa de sus padres si se van al extranjero; los justiciables, que se ven obligados a pagar tasas judiciales que les obligan a renunciar a su derecho de tutela efectiva de los tribunales. Insistes en haber hecho un reparto "equitativo" de los sacrificios, pero no es cierto: los bancos se han llevado cantidades astronómicas de dinero para tapar los agujeros de la mala gestión o el puro latrocinio de sus directivos, un dinero que se ha negado a los desahuciados por esos mismos bancos y entre los cuales no es infrecuente el suicidio.

Y todo esto, este autoritarismo que respira tu gobierno a través de los decretos-leyes, ese retorno del gorigori nacionalcatólico en aspectos claves como la religión en la enseñanza o la negación de los derechos de las mujeres, ese resurgir del nacionalismo español más intemperante se hace en el contexto del peor escándalo de corrupción de la historia de tu partido. Un escándalo que pone de manifiesto cómo las corruptelas, las ilegalidades, incluso los delitos han sido moneda frecuente en la historia del PP desde los noventa. Tú mismo apareces implicado en los papeles de Bárcenas sin que hasta la fecha hayas aclarado de modo fehaciente si cobrabas sobresueldos, sobres en B, regalos en especie, como viajes, etc que pudieran haber sido pagados con los fondos de la trama Gürtel. En cosas de corrupción eres de un tancredismo típicamente hispano: quieto, parado, mudo, no hay preguntas, no hay rendición de cuentas ni explicaciones y, si no queda otra que hacer declaraciones, las haces a través de plasma, si puedes. Es decir, escabulles el bulto por miedo a la falta de autoridad del gobierno que presides, en el que hay un buen puñado de ministros que también han cobrado jugosos sobresueldos o hecho buenos negocios con su propio partido.

Esa falta de autoridad, ese tancredismo, esa inflexibilidad e incapacidad para negociar nada ha puesto al independentismo catalán en pie de guerra. Aquel Zapatero rompe España, con el que iniciaste una inenarrable petición de masas de tipo referendario se vuelve ahora contra ti. Sin autoridad, sin habilidad, sin iniciativa política alguna, llevas al país a lo que Vidal-Folch llama choque de trenes con un riesgo muy alto de que, en efecto, España se rompa y de que, para evitarlo, te decidas por la vía represiva, acorde con tu temperamento autoritario y el de tu gente, y crees una situación insostenible.

Pero aunque podamos ahorrarnos algo de lo anterior, tu lugar en la historia de la infamia está ya seguro. El del enterrador del Estado del bienestar.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

dijous, 6 de juny del 2013

Una asociación de presuntos chorizos


Breve relación de las supuestas inmoralidades, ilícitos, faltas y/o delitos que pueden haber cometido los principales miembros del PP a lo largo de los últimos años. El mínimo común denominador de esta frenética, generalizada actividad, esto es, la inmoralidad, la vergüenza, el escándalo, ya está alcanzado. Que, además haya delitos dependerá de lo que digan los jueces. Las acusaciones, los indicios, las informaciones de momento, apuntan a:
  • Sobresueldos: Aznar, Rajoy, Cospedal, Arenas, Zoido, García Escudero, etc.
  • Dos o tres sueldos simultáneamente: Cospedal, Aznar, Sánchez Camacho.
  • "Gastos de representación": varios de los citados y bastantes otros dirigentes.
  • Regalos en especie: Aznar, Barberá, Camps, Mato, etc.
  • Comisiones ilegales: Bárcenas, Crespo, López Viejo, Martín Santos, Sepúlveda, "el albondiguilla", etc.
  • Malversación: Barberá, Camps, Fabra.
  • Financiación ilegal: Aguirre, Camps.
  • Prevaricación: Castedo, Díaz Alperi.
  • Apropiación indebida: Matas, Blasco, etc.
  • Fraudes millonarios: Rato, Blesa.

A esta relación hay que añadir cientos de enchufados, asesores, cargos de confianza muchas veces sin la titulación adecuada, nombrados a dedo y cobrando una pasta a través de todo tipo de mamandurrias.
Por supuesto: nadie dimite, nadie da explicaciones y el PP parece estar dedicado a obstaculizar la acción de la justicia, prostituyendo la figura de la acusación particular o tratando de acorralar a los jueces.
Por otro lado, y es indignante, empieza a haber niños pasando hambre, problemas de salud derivados de las necesidades y la mala alimentación, hay millones de gente sin prestaciones, miles buscando comida en la basura, dependientes abandonados, familias en la calle, personas suicidándose.
Resumen: mientras unos presuntos chorizos, muy patrióticos, muy católicos, muy españoles, siguen llevándoselo crudo y el pueblo pasa verdaderas necesidades, los supuestos mangantes amenazan a todo el mundo con querellas, por cierto pagadas con el dinero de todos. El PP está moralmente inhabilitado para seguir detentando el poder en España.

El lobo solitario y la peña, o el código del espacio público.


Bueno, bueno. Una ojeada, por favor, a la imagen de la izquierda. Dennis Hopper, en su HD en Easy Rider (1969), siendo adelantado treinta años después por Dennis Hopper, en su Ford Cougar, en un famoso anuncio de TV de la Compañía Ford. Famoso por ser un prodigio de habilidad cinematográfica ya que los técnicos consiguieron literalmente fundir a Hopper en su Ford en las escenas originales de la película que aquel protagonizaba (y dirigía y producía) con Peter Fonda. Lo hacen con un procedimiento muy complicado llamado Flaming. Desde luego, el vídeo publicitario completo, que dura un minuto, es muy curioso.

Pero no me interesa tanto la cuestión técnica cuanto la simbólica. El anuncio del Ford Cougar con Hopper es una metáfora magnífica del modo en que el sistema mercantil devora todas las manifestaciones de rebeldía antimercantil, y dedico esta reflexión a Sergio Colado, de quien estoy leyendo un original bien interesante que versa precisamente sobre esto. Ríanse ustedes de las camisetas estampadas con la foto del Che que pueden comprarse en todas las tiendas pijas del mundo. El vídeo de Ford/Hopper va mucho más allá: es una demostración plástica, gráfica, visual, patente, de la imposibilidad e irrelevancia de toda rebeldía individual. Es verdad que en Easy Rider eran dos pero, aparte de que con dos no se hace ni un grupo, la dualidad es exigencia del guión de las novelas on the road. Don Quijote necesita a Sancho, un otro imprescindible.

El caso es que la peli de Hopper, con banda sonora de Steppenwolf, Nacido para ser salvaje (Born to be wild), fue el icono de la ruptura generacional de los sesenta. Tampoco es que alcanzara grandes profundidades filosóficas, pero fue imagen y modelo de la rebeldía de entonces. Si no recuerdo mal, ese "nacido para ser salvaje" se ha utilizado también en otras ocasiones; es posible que hasta para un anuncio de Camel o Marlboro o su formulación algo más suave de "nacido para ser libre". Era liberación individual que arrancando con los beatniks de Kerouac, por el camino, se había hecho hippy, cambiando, entre otras cosas, el alcohol por las drogas. Al corazón de esa simbología va lanzada la flecha de Ford: dejad toda esperanza, ilusos. Al final es el espíritu positivo, industrial, la obra de la empresa, el pensar colectivo, el hacer común, lo que prevalece. La peña. Y cuando un cool y sexagenario Hopper, perfectamente integrado, pega un acelerón y deja muy atrás al lobo solitario, se ha cerrado el círculo que da sentido a la existencia humana, tanto en grupo como uno a uno. ¿O alguien va a negar que el lobo solitario está muy atrás en la vida del Hopper de hoy?

Pero está. No todos han sido lobos solitarios y, los que lo fueron, están marcados. Digo esto porque me irrita la facilidad con la que las conciencias críticas se rinden a la inevitabilidad del triunfo de los mercados sobre el espíritu de Hiperión. Hay algo que los mercados no pueden comprar en el lobo solitario: la creatividad. La Ford (el Ford) se incrusta en el film de Hopper; no lo ha creado. La empresa, el mundo, la colectividad, el grupo, la peña, la banda, el partido, pueden parasitar al lobo solitario, no substituirlo. Viven de él, pero acaban por aniquilarlo o expulsarlo. Hopper asesinado al final de la película y Hopper dejado muy atrás, a perderse de vista, en el anuncio de la Ford. ¿Por qué no voy a interpretar el acelerón del Hopper de hoy como un intento de huir de su pasado cosa que, como bien se sabe, es imposible?

Pues eso, decía, es la metáfora del código vigente en el espacio público. Este se compone del Estado y las instituciones y la sociedad civil, básicamente asociaciones (partidos, grupos de presión) y familias, que son asociaciones, claro, pero especiales. En la inmensa mayoría de los casos, la formación del individuo y su acción social están condicionadas por unos u otros (a veces varios) contextos de acción colectiva. De hecho parece como si el individuo solo fuera visible en cuanto pieza o elemento componente de colectividades. Fuera de ellas, nada. Extra Ecclesiam nulla salus. Los solitarios son lobos. Se los alaba para tenerlos a raya, pero se los persigue y abate cuando se cree conveniente. Todos los entes colectivos, institucionales o no institucionales, son codiciosos y egoístas. La familia causa excepción en su interior ya que es el único espacio en el que los seres humanos pueden experimentar algo de altruismo. Pero, hacia el exterior, es una institución tan egoísta, cerrada, colectivista como las demás.

Las empresas, los partidos, los grupos de presión, las asociaciones diversas, laicas y religiosas, todas funcionan bajo criterios colectivos. Son los criterios de grupo, de pandilla, de clientelismo, que hacen a los miembros hablar en primera persona del plural, como partícipes orgánicos de una unidad superior, un pensamiento colectivo. No es concebible separarse del dictado común que puede tomar muy distintas formas, concepciones políticas, confesiones religiosas, visiones comunes. El ejemplo más claro y absurdo son esas multas con que los partidos castigan a sus diputados cuando votan según criterios personales, en conciencia.  No puede ser "yo voto"; ha de ser "nosotros votamos". "Nosotros" es expresión que el lobo solitario no puede emplear salvo en un sentido análogo a la paradoja de Epiménides el cretense.

La unidad de acción y opinión en el espacio público es el grupo, el que legitima la voz del individuo cuando habla, pues no lo hace como individuo sino como portavoz de una colectividad más o menos declarada y cuyo contenido puede ser incluso contrario a las convicciones profundas del citado portavoz. Es el precio que, al parecer, hay que pagar para ser parte de un ente superior que garantice la eficacia de tu acción. La lealtad al grupo, algo que el lobo solitario ni entiende. Lo suyo es lo de Juan en el desierto. Solo que el desierto está lleno de espectadores todos agrupados en peñas que escuchan atentamente, se inspiran en lo que oyen y pretenden hacerlo suyo, como Ford se "incrusta" en Easy Rider. Pero si el más corrupto de los poderes les pide la cabeza del predicador, se la entregan en bandeja. Si la más sanguinaria de las ideologías lo empuja a ello, Walter Benjamin se suicida en Portbou.

(La imagen es una foto de oddsock, bajo licencia Creative Commons).

dimecres, 5 de juny del 2013

La belleza y la dignidad de la rebelión.


Me gustaría estar allí, quisiera estar allí, deseo estar allí. Allí en donde la gente se siente libre porque rechaza el miedo y se enfrenta a la bestialidad del poder, ese aparato servido por perros sin alma a las órdenes de potentados, banqueros, capitalistas, militares, curas y otras variantes de criminales y cobardes. Sé que no vale mucho, pero quiero expresar mi sentimiento de cercanía, mi identificación con esa gente a la que no conozco de nada que se ha levantado en Turquía, que ha recogido la antorcha de la marcha de la humanidad hacia un mundo en el que no haya más caos, más brutalidad, injusticia, explotación, despotismo, abuso, manipulación, movidos por los siniestros intereses del dinero, la codicia, el odio, la tiranía. Y en donde sus lacayos y agentes ideológicos en los medios, en las universidades, en las fundaciones, cenáculos intelectuales e iglesias ya no puedan mentir hablando de orden, tolerancia, justicia, bienestar, democracia, prudencia y libertad. No sé cuánto durará este hermoso ejemplo turco, ni si mañana la gente se abrazará en las calles o los gobernantes y sus esbirros en los partidos, la policía, el ejército, procederán a "restablecer la calma" masacrando a la gente como es su tendencia inmemorial. Ya es maravilloso haber llegado hasta aquí, con esa indomable voluntad de persistir que anuncia la máscara antigás de ese ciudadano, hoy icono mundial de la sempiterna lucha del pueblo contra los opresores de todos los tiempos y todos los países. 

España, en pie de escrache.


¡La que se puede armar con un gesto! No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Esos estudiantes, los mejores, que se han negado a estrechar la mano del ministro Wert, estaban ayer en todas las portadas de los medios y movían olas de pasiones en las redes. ¡Qué ironía y cómo habrá dolido en su orgullo, que es inmenso, al afectado que algunos de los excelentes se nieguen a dar la mano al ministro peor valorado del gobierno! Sospecho que al peor valorado de todos los ministros de Educación del país desde 1978. Quizá de todos los ministros a secas. Hay aquí un símbolo poderoso. Dejemos a los todólogos de las tertulias la tarea de dilucidar su alcance. Al fin y al cabo, se reúnen no para debatir sino para insultar. El insulto es una forma de juzgar por la vía rápida pero solo interesante para los el gremio. Aquí nos concentraremos en dos puntos del hecho, considerándolo como categoría y en sí mismo.

Como categoría está muy clara. La movilización social creciente se materializa, entre otras formas, en escraches a todas horas y en todos los lugares. Apenas hay casos en que los gobernantes aparezcan en público y no se lleven su ración de pitidos, abucheos e improperios. Son grupos, pero muy sonoros y visibles y multiplican su acción a través de los medios, con lo que sirven de información, ejemplo e incentivo. La alternativa sería censurar las informaciones y a ella se ha recurrido en alguna ocasión, sobre todo en los medios públicos gubernamentales. Pero viene a ser peor el remedio que la enfermedad. A Cospedal suelen increparla, llamándola de todo; y a Rita Barberá; y a Camps. El público pita a los Príncipes de Asturias y hace escraches siempre que puede a Rajoy, es decir, siempre que este no aparece en plasma. Mato, Báñez, Gallardón pueden dar fe de lo mismo, hasta el punto de que seguramente pensarán que hay una conspiración contra ellos. Esto aparte de que ya no se respeta nada y estamos incurriendo en el libertinaje. Precisamente el ministro Wert, el antiguo tertuliano "moderado" hoy lider visionario de la extrema derecha nacionalcatólica, colecciona ya un amplio historial de desplantes, así como una intensa movilización de sus administrados en todos los órdenes: profes, alumnos, padres.

Y ahí le duele epecialmente, en el ámbito académico. La oposición masiva a los designios ministeriales ha acabado forzando al responsable a confesar sus móviles reales y tiene pinta de poner en entredicho toda su obra legislativa, auténticamente arrasadora de la enseñanza pública. En efecto, Wert inició su tarea pretextando la legalidad vigente (aunque tuviera que ir a buscarla a la UNESCO), así como criterios racionales, positivos, empíricos, en último término científicos. Pretextar que la ciencia manda eliminar la Educación para la ciudadanía por ser "ideológica" y reimplantar la enseñanza de la religión como materia obligatoria curricular es verdaderamente absurdo. Pero el ministro, muy a tono con otros acreditados intérpretes del saber científico, como los obispos, lo hacía. En esto se parece mucho a su colega Gallardón, quien ampara sus designios reaccionarios en fraseología emancipadora, como cuando justifica su inquina al aborto como un derecho en su preocupación "por el más débil".

Pero en el caso de Wert, el absceso ha reventado y el ministro reconoce ahora que su ley tiene aspectos ideológicos en los que puede haber diferencias. Ideología por ideología, obviamente la del ministro ha de ser mejor porque es el que manda. Y punto. Ignoro qué interpretación querrá usar del difuso concepto de "ideología". Por mi parte, entiendo que se trata de puro partidismo, del partido nacionalcatólico, el más fuerte de la derecha española, apoyado por la Iglesia. Pero, aunque no fuera esto, la afirmación de Wert es lógicamente inaceptable. Al decir que puede haber "diferencias", relativiza la ideología. Y, si es así, ¿por qué suprimió la (supuesta) de Educación para la ciudadanía? No hay criterio racional alguno, solo hay una imposición, un acto de fe, un "quítate tú que me pongo yo", una arbitrariedad que el propio ministro debería corregir si quiere que lo tomen en serio.

Porque, en último término, también hay que pensar en los perjudicados por esta obcecación ideológica: los estudiantes, a quienes habrá que someter a una nueva reforma legislativa de la educación en España que llegará cuando se haga la razón y se comprenda el absurdo de la enseñanza evaluable de la religión en las escuelas de un Estado no confesional.

La doble visión del mundo.


Luis Arroyo (2013) Frases como puños. El lenguaje y las ideas progresistas. Madrid: Edhasa, 173 págs.


Está muy bien el último libro de Arroyo. Sobre todo que lo publique casi inmediatamente después del anterior, más extenso, La política como espectáculo, ya comentado por Palinuro en una entrada previa, El discurso sobre el discurso. Así podemos seguir mejor el pensamiento del autor y entender más cabalmente algunas de las cuestiones que plantea directa o indirectamente en el segundo, orientadas a un objetivo: dar una campanada, hacer una llamada de atención en un momento considerado límite para la izquierda y hacer una propuesta de reorientación práctica, clara.

La situación límite es la del "declive progresista" (p. 22), entendido como parte de la boga de la (falsa) teoría del fin de las ideologías (p. 28). Siendo progresista, según reiterada profesión propia, Arroyo no se resigna ante el declive e, invocando la conclusión de I. Urquizu, en un también reciente libro (La crisis de la socialdemocracia. ¿Qué crisis?), igualmente reseñado en Palinuro (Lo que quedó en la caja de Pandora) ,viene a confiar en que no hay crisis (p. 29) si los progresistas consiguen "desempolvar los principios de siempre" (p. 35) y corrigen su principal defecto: que no saben hablar.

La querella está en el lenguaje y por eso, el autor encabeza su obra con un título tan sonoro, que trae a la memoria otro casi idéntico, aunque más clásico, de Iñaki Gabilondo, Verdades como puños y, en todo caso, los dos, con su implícita referencia a la puñada o puñetazo, harían las delicias de J. L. Austin, como ejemplo del carácter performativo de las palabras. Y aun Gabilondo habla de "verdades", algo abstracto, mientras que Arroyo lo hace de "frases", o sea de palabras, con las que se hacen las cosas, según el mentado Austin. La razón viene dada en el subtítulo de la obra, que es como un programa: "El lenguaje y las ideas progresistas". Ahí está el meollo del asunto, en la relación entre el lenguaje y las ideas, más concretamente, la forma lingüística en que se dan las ideas. Esto es lo que hay que cambiar para que los progresistas dejen de estar en declive. Así lo explicita el autor: "cambiar el marco para cambiar la visión del mundo" (p. 73). Entiendo que la visión del mundo de los demás. Al fin y al cabo, Arroyo escribe desde la perspectiva del especialista en comunicación política. La comunicación política tiene algo que ver con la propaganda. Baste con recordarlo aquí, sin necesidad de extenderse más de momento. La función de ambas es convencer al prójimo de algo. En este caso de que nuestra visión del mundo es la correcta. Para lo cual es preciso cambiar el marco.

Este es el anclaje teórico del libro, la teoría del marco (Frame Theory) elaborada fundamentalmente por G. Lakoff, colaborador de la Fundación Alternativas, con la que también lo hace Arroyo. Este reconoce la paternidad anterior de la teoría a E. Goffman, cuya obra ha sido decisiva para el desarrollo de la etnometodología. Igualmente hace debida referencia a P. Berger y Th. Luckmann, con su perspectiva de la construcción social de la realidad. Con estos antecedentes y una frecuente remisión al elefante de Lakoff, Arroyo construye la armadura teórica para interpretar después los resultados empíricos del trabajo de campo que presenta como interesantísima segunda parte del libro. No sin antes reconocer que esta perspectiva frame cuenta con una "larga tradición de la filosofía y la sociología políticas" (p. 68).

Y tanto. Los interaccionistas simbólicos a lo Goffman se sirven abundantemente de la obra de G. H. Mead y los constructivistas a lo Berger de la fenomenología de A. Schutz. A su vez, todos ellos reconocen un antecesor común de múltiples matices en el pragmatismo de J. Peirce, W. James y J. Dewey, es decir, la fuente de la que mana gran parte de la filosofía, sobre todo de la filosofía social, hasta el día de hoy en la medida en que plantea que el ser humano solo es inteligible en sus relaciones con los demás. Nada nuevo, eso de que el ser humano es social. Lo nuevo es el concepto de "social" en cuanto tejido de relaciones intersubjetivas, de forma que los hombres solo entienden y categorizan el mundo a través de los significados subjetivos/sociales que reciben, en forma lingüística. Esa es la relación que el subtítulo de Arroyo plantea, qué determina qué entre el lenguaje y las ideas, relación que está lejos de decantarse en un sentido u otro, pues, por así decirlo, las espadas siguen en alto. Sin embargo, el autor tiene partido tomado casi con la firmeza de una trinchera: "El lenguaje que se utiliza determina la visión del mundo que se tiene " (p. 36), una rotunda reformulación de la versión dura de la hipótesis de Sapir-Whorf.

Pues las espadas están en alto, esta posibilidad es real; pero también lo es la contraria. Es nuestra visión del mundo la que determina nuestro lenguaje. Preguntan entonces los whorfianos de dónde ha salido nuestra visión del mundo y devuelven la pelota los interaccionistas preguntando a su vez cómo se ha hecho el lenguaje y así podemos seguir un buen rato. El propio Arroyo, quien admite, junto con Isaiah Berlin (a quien cita en un par de ocasiones en el asunto de la libertad negativa/positiva) que los seres humanos podemos albergar valores contradictorios, da la impresión de ser en esto muy humano. Junto a la nítida formulación whorfiana asoman en este libro breves destellos de las conclusiones de la incipiente ciencia de la neuropolítica (sobre la que se extiende más en su obra anterior) según las cuales, la orientación en la pareja conservador/progresista (es decir, la visión del mundo) puede tener una fundamentación neurológica, esto es, biológica, en cuyo caso, me temo, el lenguaje no podría ser determinante. Quizá coadyuvante, pero no determinante. En todo caso, no decisivo, por lo cual será necesario resignarse a aceptar que el ambicioso programa habermasiano de una "pragmática universal" solo puede realizarse en dos universos distintos, el conservador y el progresista que, al estar biológicamente determinados, no pueden confundirse en una unidad. Una dicotomía irreductible que puede estar en la base genética de los seres humanos y así seguirá por los siglos de los siglos.

Se trata entonces de saber cómo prevalece una de las dos concepciones del mundo en unos contextos democráticos en los que la hegemonía solo puede conseguirse mediante elecciones y, para ganar estas, es preciso, claro, convencer a la mayoría. Esto solo se hace imponiendo el propio marco, a través del empleo sesgado del lenguaje. Al respecto, los progresistas, piensa Arroyo, llevan bastante tiempo fracasando porque a) no han conseguido articular su visión en términos positivos, convincentes; y b) han aceptado en muchos casos los del adversario, cargados de significados contrarios. De ahí la importancia del mensaje, básico en la actividad de comunicación política a que se dedica Arroyo. Para ello ha realizado un curioso trabajo de campo mediante un sondeo a través de Metroscopia (los datos, en el libro), para averiguar si hay diferencias en las reacciones de la gente según la forma lingüística en que se le formulen ciertas cuestiones. Y, en efecto, las conclusiones le dan la razón al comparar las respuestas a cuestiones iguales planteadas en términos opuestos como mercado, libertad, la función del Estado, el patriotismo, la religión y un buen número de asuntos conexos.

 Ahí quedan dibujados los conservadores y los progresistas. Culmina sus observaciones al dejar constancia de que, en tiempos de crisis, las gentes nos hacemos más conservadoras y miramos hacia el padre con autoridad de Lakoff. Oscilamos, por tanto, cambiamos, pero Arroyo pone un límite: lo que está, se queda. En sus palabras: "Los conservadores, que de oficio se opusieron a cada uno de los cambios políticos y sociales que los progresistas promovían, hoy dan por buenos los avances y los hacen también suyos" (p. 160); en Europa muchos de los derechos laborales, civiles o sociales "se han incorporado al acervo comunitario y son ya derechos adquiridos" (p. 162). ¿Seguro? También en este orden práctico están en alto las espadas.

Una última observación que contiene en sí una metáfora del trabajo de Arroyo (y una más de las que él mismo señala) en relación con su propio y específico marco. En todo momento, la dicotomía es entre "progresismo" y "conservadurismo". No recuerdo haber leído (aunque puedo estar equivocado) una sola vez la dualidad "izquierda" "derecha" en su libro y esta ausencia, obviamente, no es inocente. Puede, quizá ampararse en la necesidad de no generar más confusión de la que ya hay, aunque, en todo caso, convendría justificarla y sin ignorar la fastidiosa tendencia de todas las dicotomías a hacerse complejas, la de izquierda-derecha no menos que la de progresismo-conservadurismo.

En todo caso los de izquierdas (o progresistas) parecemos más aficionados a nuestra vez a enredarnos en disquisiciones terminológicas y a aceptar con Hamlet que hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que caben en nuestras filosofías. 

dimarts, 4 de juny del 2013

La culpa la tiene Twitter.


Erdogan está que bufa. La población se le ha sublevado a cuenta de su autoritarismo y su confesionalidad. Y no unos cientos de ciudadanos, sino miles; no en Estambul solamente, sino a lo largo y ancho del país; no de los jóvenes, sino de todas las edades; no los hombres, sino también las mujeres. De nuevo muchedumbres inteligentes en marcha, con sus tácticas horizontales, desestructuradas, espontáneas, su reiterada ocupación de espacios públicos, sus enunciados democráticos genéricos y su falta de programa concreto. Como está pasando hace ya un par de años en todas partes. En Turquía, sin embargo, por partida doble pues a la condición de país más o menos europeo (y, por lo tanto "indignable") se une la condición musulmana de la antigua Sublime Puerta. Aunque nadie hable de una "primavera turca", los acontecimientos alcanzan ya notable virulencia, los manifestantes tienen a las fuerzas de seguridad en jaque permanente y el gobierno parece políticamente acorralado.

Así que Erdogan está que bufa y habla, cómo no, de elementos extremistas, viejo cuento de los sistemas autoritarios que ya no cuela porque a la vista está el carácter pacífico y democrático de las manifestaciones, como el propio gobierno reconoce. Sin embargo, son sus fuerzas de seguridad las que recurren a la violencia, incluido el empleo de gases. Pero hay algo nuevo en las diatribas de Erdogan, el que bufa. Además de a los "elementos extremistas", culpa a Twitter, de quien dice que es una fuente de problemas. Lo mismo que decían Ben Alí en Túnez y Mubarak en Egipto, antes de que a este último le diera un ataque de locura transitoria y bloqueara internet.

Twitter, internet, las redes sociales son las que cargan con las culpas. El debate sobre si las redes son políticamente relevantes está muerto. Son relevantes. Son decisivas. Otra cosa es que, al estar en sus comienzos y arrastrar un considerable inconveniente en forma de brecha digital (que contradice la vocación universal de internet) su acción no sea inteligible en términos de la política institucional tradicional. Por eso se dice que estos movimientos son irrelevantes porque su falta de estructura orgánica no les permite influir allí donde se toman las decisiones: el Parlamento. Otra cosa fuera si se organizaran en partidos políticos. Pero ese es un juicio pobre. Hipostasia el juego institucional y no entiende que, dada la juventud de las redes, sus formas de acción están por inventarse.

Es indudable que las redes provocan conmociones sociales y políticas y, por supuesto, mediáticas. Es el ciberespacio a través de internet. Y la razón de esta revolución es internet.

Por eso todos los gobiernos tratan de controlarla. Todos. Hasta la fecha lo han hecho invocando el benéfico concepto de la propiedad intelectual y la necesidad perentoria de combatir la piratería en la red. A esa intencionalidad respondían los dos proyectos legislativos que no han conseguido imponerse de momento en los Estados Unidos, SOPA (Stop Online Piracy Act) y PIPA (Protect IP Act) así como su primo hermano, también fracasado por ahora en el Parlamento Europeo, ACTA (Anti Counterfeiting Trade Agreement). Un lío esto de la propiedad intelectual cuando lo que los Estados quieren es controlar directamente la red, censurar, bloquear lo que les parezca peligroso o ilegal. Por eso se forzó una reunión internacional hace un par de meses en Dubai, convocada por la China y la India, entre otros, deseosos todos de llegar a un acuerdo que permita a los Estados (o sea, los gobiernos) meter sus narices en la red, en las redes sociales, en la vida privada de los ciudadanos. El acuerdo no salió por la oposición de los Estados Unidos. No porque sea un adalid de la libertad de los mares digitales sino porque aspira a tener el monopolio de fiscalización de la red.

El gobierno español también se ha puesto manos a la obra y en el anteproyecto de ley de reforma del Código procesal penal que está cocinando el ministerio de Justicia hay un amplio apartado sobre investigaciones judiciales penales (para delitos catigados con más de tres años de cárcel) literalmente online. En el curso de la instrucción (que ahora parece la dirigirá el fiscal, aunque esto no lo tengo muy claro) y por decisión judicial, la policía podrá hackear ordenadores, meterles troyanos, robarles las contraseñas, espiar todos los movimientos de los internautas. Y quien dice todos, dice todos. Los delitos que se invocan para justificar esta posibilidad de vigilancia universal son los más detestables: pornografía intantil, acoso, trata, tráficos de todo tipo (de drogas o de armas), delincuencia organizada, terrorismo. La capacidad de intervención abarca ordenadores, tablets e iphones, los discos duros y lo que se almacena en la nube. Llega incluso a apoderarse de las IP de otros ordenadores en contacto con el investigado e investigarlos a su vez por los mismos procedimientos. Nadie está a salvo. Nadie está seguro.

Desde luego, la intención -procedente de un ministro que ya ha dejado nota de su talante autoritario y represivo con un proyecto de ley mordaza de la prensa que los medios le han hecho retirar de momento- suscita importantes reservas desde el punto de vista de los derechos cíviles más elementales: la intimidad, el secreto de la correspondencia, la inviolabilidad del domicilio, etc., etc. Sin duda hay terreno para un debate que va a durar lo suyo. Más interesantes me parecen dos consecuencias que no se han resaltado tanto.

De un lado, el recurso a los delincuentes para combatir el delito tiene el inconveniente de que se difuminan los límites entre la legalidad y la ilegalidad. Pero, sobre todo, parece ignorar que los delincuentes también pueden recurrir a otros hackers para defenderse de los del gobierno y atacar a este. De otro el fortalecimiento de la fiscalía en la instrucción, por mucho control judicial que haya, da mala espina, al menos mientras el Ministerio Fiscal sea una dependencia orgánica de hecho del gobierno. La mera sospecha de que el gobierno pueda utilizar al fiscal para desacreditar a un adversario político, debiera hacer pensar al ministro que eso también puede pasarle a su partido cuando esté en la oposición. Salvo que el ministro crea que el PP ya nunca abandonará el poder.

Que algo así es posible se echa de ver hoy mismo cuando el fiscal actúa más como abogado defensor de la infanta Cristina en su proceso que como acusación. Por algo así ha expulsado el juez del proceso de los papeles de Bárcenas al PP. A lo mejor también se puede expulsar a este fiscal. Aunque eso será irrelevante porque el sustituto seguramente hará lo mismo. Y no por presiones de la Casa Real. Qué va. En absoluto.

(La imagen es una foto de Rosaura Ochoa, bajo licencia Creative Commons).

dilluns, 3 de juny del 2013

Luz y sonido.


Se han hecho numerosas especulaciones sobre la fulminante reaparición televisiva de un Aznar iracundo y, como siempre, rencoroso, hace unos días. Que si reto a Rajoy, que si intención de volver a la vida pública (de la cual no se ha ido ni un minuto), que si la conciencia, la responsabilidad, el deber. Pamplinas. El hombre reaparece en defensa propia. Tiene noticias sobradas de que la Gürtel y los papeles de Bárcenas lo señalan como posible gran responsable de la trama de corrupción en que, según todos los indicios, ha vivido el PP durante años bajo su presidencia y la de su ungido sucesor, Rajoy. Y no observa en el gobierno la actitud de cerrada defensa de su persona que se esperaba. Al contrario, la premonitoria expresión de Cospedal al comienzo de la saga de que cada palo aguante su vela parece dirigida en concreto a él. Él, el gran Él, que salvó a España del desastre, el milagroso Él, de impoluta trayectoria se ve ahora acusado de las más bochornosas corruptelas; sobresueldos cobrados durante años, incluso, supuestamente, mientras era presidente del gobierno, actos organizados con dinero de la Gürtel, clases de golf costeadas con los impuestos de los madrileños, medallas del Congreso de los EEUU jamás conseguidas pero literalmente compradas con dineros públicos.

Cuando El País desveló las primeras acusaciones, el hombre reaccionó con contundencia, querellándose con el diario. Pero, justo cuando comparecía en la televisión para dar las explicaciones pertinentes, el mismo periódico le lanzó una andanada en la línea de flotación al informar de que la Gürtel, el amigo Correa, en concreto, había costeado parte de la bombástica ceremonia de la boda de su hija. En concreto, la iluminación. Aznar pergeñó una explicación para salir del incómodo paso suscribiendo la que daba su yerno: Correa era su amigo; nadie en el momento de la boda se coscaba de que era un presunto chorizo; se trataba de un regalo personal, al uso de las bodas normales; y, seguía el yerno Agag, quien insinuara alguna irregularidad se las vería con sus abogados. Para no ser menos, Botella, la madre de la novia, añadía que la duda acerca de si la Gürtel había recibido contraprestaciones a cambio de iluminar la boda de su hija la ofendía. Ignoro cuán ofendida estará la alcaldesa de Madrid, pero parece incontrovertible que la Gürtel recibió trato de favor, incluso ilegal, de parte de las administraciones regidas por el PP antes, durante y después de la boda.

Ahora parece que el regalo no se limitó a la iluminación sino que, según informa de nuevo El País, la trama corrupta también pagó el sonido. Un espectáculo pues de luz y sonido costeado por unos presuntos delincuentes. Si la iluminación la sufragó Correa, el sonido parece haber corrido a cargo de el Bigotes, otro pintoresco personaje de esta trama que a lo mejor también resultó haberse movido por su intensa amistad con el novio. Es un hecho, muchas veces comentado en las redes, que en la boda de la hija de Aznar hubo una clara sobrerrepresentación de gentes posteriormente imputadas en todo tipo de mangancias, choriceos y corrupciones. 

Teniendo en cuenta estos "regalos" y el hecho de que varios alcaldes pusieron numerosos medios y recursos públicos al servicio de los festejos matrimoniales de Agag-Aznar, es autorizado pedir al reaparecido expresidente del gobierno que aclare a la opinión pública qué es lo que él pagó de su bolsillo en aquel inenarrable espectáculo.

De Turquía con dignidad.



Estoy entusiasmado con lo que pasa en Turquía. La gente sigue despertando. Es un ejemplo para todos. La dinámica es siempre la misma. Los ciudadanos se echan a la calle para protestar contra las arbitrariedades del gobierno (en Turquía, en España, por doquier). Este responde con su habitual violencia y se produce un fenómeno de acción-reacción. La violencia hace entonces su aparición entre los manifestantes. Pero nadie sensato puede atribuir a estos designios violentos algunos cuando es claro que responden a la violencia del sistema en legítima defensa, como queda patente en el visionado de este vídeo en Youtube. Cada vez es más claro que una revolución es posible en Europa.

(La primera imagen es una caricatura mía de Aznar a partir de una foto de Встреча Россия, bajo licencia Creative Commons).

El dret a decidir.


Xavier Vidal-Folch (2013) ¿Cataluña independiente?. Madrid: La catarata (142 págs.)



Xavier Vidal-Folch es un reconocido periodista, abogado y licenciado en Historia Contemporánea que ha desarrollado su labor publicística en distintos puestos de El País, edición catalana. Todas ellas condiciones idóneas para tratar con conocimiento de causa esta "cuestión catalana" cuya repentina recrudescencia actual muestra que, como siempre, es un problema irresuelto y acaso hoy más acuciante que nunca. El autor lo hace con competencia, mesura, objetividad y con cariño para ambas partes de este sempiterno contencioso.

Se abre el libro con una introducción magnífica, probablemente lo mejor de la obra, en la que se sintetizan los momentos claves del siempre problemático encaje de Cataluña en España en los últimos doscientos años. Tiene una prosa excelente y hace acopio de referencias a fuentes clásicas y modernas, demostración de que se trata de algo que el autor viene estudiando cuidadosamente hace bastante tiempo con sensibilidad para los aspectos jurídicos e historiográficos. De este modo Vidal-Folch nos sitúa ante los antecedentes y en el marco general del problema en cuyas aristas de actualidad entrará luego en su condición de periodista. El meollo de su exposición parte del supuesto indudable de que el contencioso catalán no es flor de un día, ni capricho de nacionalistas o de populistas delirantes, ni mera pantalla para escamotear otras cuestiones como las políticas de derecha, la corrupción, etc.

La introducción contiene ya la formulación de la hipótesis de Vidal-Folch, muy bien expuesta por él mismo: "de forma que ni España ha logrado domar (o seducir) a Cataluña, ni Cataluña ha tenido suficiente fuerza (ni deseo) para marcharse de España. Ni España ha podido convertir el hecho diferencial catalán en elemento político puramente residual, ni Cataluña ha logrado, pese a distintos intentos, federalizar España" (p. 9). El resto del libro es una demostración más al detalle de esta mutua impotencia, este callejón sin salida, este laberinto que condiciona la historia de España decisivamente desde fines del siglo XIX. Y lo hace examinando los acontecimientos que han venido dándose, sobre todo, a partir de la famosa Diada de 2011, que se entendió como un giro copernicano del nacionalismo burgués tradicional hacia el soberanismo a raíz del disgusto producido por la sentencia del Tribunal Constitucional del 28 de junio de 2010, por la que este órgano -entonces en horas bajas de prestigio por diferentes motivos- desactivaba los elementos políticos más importantes del proyecto de nuevo Estatuto que había sido aprobado por el Parlamento catalán, el español y el pueblo de Cataluña en referéndum (pp. 32, 85). Esa Diada llevó a un Mas entusiasmado a adelantar las elecciones autonómicas a 2012 y a cosechar un resultado bastante frustrante para él porque, si bien dieron como resultado un ascenso notable del independentismo (ERC y CU), también trajeron una merma sensible del nacionalismo moderado (pp. 21-27). La opción soberanista perdía puestos pero se radicalizaba.

Si alguien cree que esa radicalización es injustificada y solo refleja la obsesiva (e injustificada) queja de los catalanes por lo que consideran el maltrato español, que reflexione sobre el hecho, debidamente subrayado por el autor en varias ocasiones de que algunos de los artículos del Estatuto anulados por el Tribunal Constitucional, están sin embargo en vigor en otros textos fundamentales autonómicos (en Andalucía y Valencia, por ejemplo) que los habían tomado casi al pie de la letra del catalán. 

Para Vidal-Folch, la sentencia fue el detonante de un aumento de la desafección catalana hacia España que se agudizó merced a lsas "operaciones recentralizadoras del PP" (p. 41) que el autor enumera una a una: descenso de las inversiones, corredor del Mediterráneo, normativa sobre aeropuertos, hospitales, impuestos, tasas y cajas de ahorros (pp. 50-56). La culminación de estas operaciones fue el infausto propósito del ministro Wert de "españolizar a los niños catalanes" (p. 56). Ciertamente, una intención inepta en grado sumo para formulada por alguien que dice partir del principio incontestable de que los catalanes son españoles y, por lo tanto, también los niños catalanes. Querer españolizar a los españoles se me antoja algo absurdo, pero no insólito en nuestro país en donde, en tiempos de la última dictadura la España que "españolizaba" era la nacional-católica. La que ahora vuelve a querer "españolizar".

Contiene el libro un par de capítulos aclaratorios sobre la situación económica actual de Cataluña, la crisis y la petición de rescate (p. 60), así como un examen desapasionado de la muy enconada cuestión de la balanza fiscal y el supuesto "expolio" de Cataluña por España (p. 75) a raíz del fracaso del encuentro entre Mas y Rajoy en el que el primero no obtuvo del segundo su objetivo de un "pacto fiscal" al estilo vasco-navarro (p. 87). No hubieran estado de más aquí mayores datos y estadísticas que ilustraran sobre lo cierto o incierto de la petición del nacionalismo catalán.

Vidal-Folch estudia con mucho acierto los argumentos que se debaten en torno a la posible independencia de Cataluña, la situación en la Unión Europea, los distintos aspectos jurídicos y políticos del hipotético referéndum, del dret a decidir, etc (p. 96). Presta asimismo atención a los argumentos del nacionalismo español, el renacimiento del "síndrome centralista" (p. 113) con sus concomitantes rumores de reacciones violentas y más o menos soterradas amenazas de intervención militar. Su inteligente examen de las propuestas de reforma constitucional en sentido federalista, tanto de dentro como de fuera de Cataluña, muestra una vez más que la del federalismo (una de las opciones que el mismo autor considera) es una solución muy difícil de implantar por razones de todo tipo, empezando por la de que, en el mejor de los casos, los nacionalistas solo aceptarían un federalismo asimétrico, generador, sin duda, de nuevos agravios.

En definitiva, un libro sucinto, claro, bien argumentado, en el que no hay nada nuevo, salvo un intento de exponer en sus justos términos un problema que afecta como ningún otro al futuro de España. Al respecto no es de echar en saco roto que el autor, de quien cabe colegir que en la famosa matriz identitaria se considera a sí mismo "tan catalán como español",  dé a entender resignadamente, aunque lo formule entre interrogantes que, según van las cosas, un choque de trenes pueda ser inevitable.

diumenge, 2 de juny del 2013

El "patriotismo" de la derecha corrupta y trincona


Ya es oficial que, según los documentos del Foreign Office británico bastantes generales franquistas -Varela, Granda, Queipo de Llano, Kindelán, etc- fueron sobornados por los ingleses para conseguir que España no entrara en la segunda guerra mundial. Palinuro lo comentó hace unos días, recordando que el hecho no es nuevo para quienes hayan leído a Preston, que ya lo reveló. Pero, al ser ahora oficialmente público, cabe algún comentario más. Quienes aguantamos las soflamas patrióticas de aquella dictadura de criminales, estúpidos y reaccionarios tenemos la certidumbre de lo que siempre sospechamos, esto es, que, como se atribuye al gran Samuel Johnson, el "patriotismo es el último refugio de un canalla". Tal cual. Aquellos sinvergüenzas que daban los gritos de rigor de "¡España, España, España!", cobraban bajo cuerda de una potencia extranjera. 

Palinuro recordaba asimismo la curiosa circunstancia de que el servicio MI6,a través del cual se organizaron los sobornos de los franquistas, estaba dirigido por espías comunistas, el principal, Kim Philby. Tiene gracia que la dictadura franquista -cuyo máximo timbre de gloria era haber vencido al "comunismo internacional"- viviera sobornada por comunistas. Pero tampoco es asunto esencial salvo para los comunistas de hoy, que quizá debieran encarar de una vez su pasado.

En todo caso, el patriotismo de los ladrones. Tres conclusiones-preguntas saca Palinuro de ese bochornoso espectáculo, uno más en la siniestra carrera de la derecha española:
  • 1ª)¿Franco no cobraba? No me lo creo.
  • 2ª) Los curas ¿no cobraban? Tampoco me lo creo.
  • 3ª) El Estado español ¿mantendrá el título nobiliario de un presunto traidor y felón como Queipo de Llano?
Sabido es: aquella dictadura organizada por criminales y genocidas fue en su día definida de forma afortunada como una "tiranía atemperada por la corrupción". ¿Y hoy? ¿Qué sucede hoy con la derecha neofranquista, la del PP, partido fundado por un ministro de Franco? ¿Sigue los pasos de sus antecesores o hay alguna novedad? En cuanto a la retórica, ninguna. El PP es el partido del patriotismo español vociferante, el que saca los colores rojigualdos en sus manifas, el de las grandes banderazas aznarinas, el de la España única, invicta. Es el partido del nacionalismo español más agresivo, sin complejos, sí señor. El partido de España es una gran nación, según repite Rajoy mientras -en una nueva prueba de su estulticia- menosprecia los Estados pequeños. O sea, no hay gran diferencia entre el patriotismo franquista y el de sus sucesores del PP. 

¿Y en cuanto a la honradez y los sobornos? Tampoco. El caso Gürtel y el caso Bárcenas muestran a las claras que el PP es un partido estructuralmente corrupto, en todo similar al Movimiento Nacional del Caudillo, una organización de trepas y sinvergüenzas a ver quién trinca más y se forra antes. El de "España es una gran nación", al parecer, cobraba sobresueldos de 200.000 euros anuales en B, mientras mentía como un bellaco a la gente diciéndole que necesitaba mirar sus cuentas a fin de mes. El héroe de las Azores, el que puso a España de nuevo en el mapa, también trincaba sobresueldos en forma de "gastos de representación", recibía clases gratis de Pádel a costa de todos los madrileños y conseguía que una trama de supuestos ladrones, dirigida por una amigo íntimo de su yerno, pagara parte de la bombástica boda de su hija. Los más importantes militantes del partido trincaban pasta a espuertas o estaban hasta el bigote metidos en sedicentes delitos de prevaricación, malversación, etc saqueando los fondos públicos al grito de "¡Viva España!" Muchos de ellos -Bárcenas entre otros- compatibilizaban su ferviente amor a la patria española con la tenencia de cuentas en Suiza con dinero negro.

De nuevo tres conclusiones-preguntas de Palinuro:
  • 1ª) Rajoy con sus supuestos sobresueldos y viajes gratis, ¿no tiene cuenta en Suiza? No me lo creo.
  • 2ª) Aznar, con sus gastos de representación, sus clases de pádel, sus bodas semigratis, ¿tampoco tiene cuenta en Suiza? Tampoco me lo creo.
  • 3ª) ¿Solo los políticos del PP trincaban? ¿Qué pasa con sus periodistas de cabecera?
(La primera imagen es una foto de propaganda de la dictadura en eldominio público), la segunda, una foto de Wikimedia Commons, bajo licencia Creative Commons).