dijous, 6 de juny del 2013

El lobo solitario y la peña, o el código del espacio público.


Bueno, bueno. Una ojeada, por favor, a la imagen de la izquierda. Dennis Hopper, en su HD en Easy Rider (1969), siendo adelantado treinta años después por Dennis Hopper, en su Ford Cougar, en un famoso anuncio de TV de la Compañía Ford. Famoso por ser un prodigio de habilidad cinematográfica ya que los técnicos consiguieron literalmente fundir a Hopper en su Ford en las escenas originales de la película que aquel protagonizaba (y dirigía y producía) con Peter Fonda. Lo hacen con un procedimiento muy complicado llamado Flaming. Desde luego, el vídeo publicitario completo, que dura un minuto, es muy curioso.

Pero no me interesa tanto la cuestión técnica cuanto la simbólica. El anuncio del Ford Cougar con Hopper es una metáfora magnífica del modo en que el sistema mercantil devora todas las manifestaciones de rebeldía antimercantil, y dedico esta reflexión a Sergio Colado, de quien estoy leyendo un original bien interesante que versa precisamente sobre esto. Ríanse ustedes de las camisetas estampadas con la foto del Che que pueden comprarse en todas las tiendas pijas del mundo. El vídeo de Ford/Hopper va mucho más allá: es una demostración plástica, gráfica, visual, patente, de la imposibilidad e irrelevancia de toda rebeldía individual. Es verdad que en Easy Rider eran dos pero, aparte de que con dos no se hace ni un grupo, la dualidad es exigencia del guión de las novelas on the road. Don Quijote necesita a Sancho, un otro imprescindible.

El caso es que la peli de Hopper, con banda sonora de Steppenwolf, Nacido para ser salvaje (Born to be wild), fue el icono de la ruptura generacional de los sesenta. Tampoco es que alcanzara grandes profundidades filosóficas, pero fue imagen y modelo de la rebeldía de entonces. Si no recuerdo mal, ese "nacido para ser salvaje" se ha utilizado también en otras ocasiones; es posible que hasta para un anuncio de Camel o Marlboro o su formulación algo más suave de "nacido para ser libre". Era liberación individual que arrancando con los beatniks de Kerouac, por el camino, se había hecho hippy, cambiando, entre otras cosas, el alcohol por las drogas. Al corazón de esa simbología va lanzada la flecha de Ford: dejad toda esperanza, ilusos. Al final es el espíritu positivo, industrial, la obra de la empresa, el pensar colectivo, el hacer común, lo que prevalece. La peña. Y cuando un cool y sexagenario Hopper, perfectamente integrado, pega un acelerón y deja muy atrás al lobo solitario, se ha cerrado el círculo que da sentido a la existencia humana, tanto en grupo como uno a uno. ¿O alguien va a negar que el lobo solitario está muy atrás en la vida del Hopper de hoy?

Pero está. No todos han sido lobos solitarios y, los que lo fueron, están marcados. Digo esto porque me irrita la facilidad con la que las conciencias críticas se rinden a la inevitabilidad del triunfo de los mercados sobre el espíritu de Hiperión. Hay algo que los mercados no pueden comprar en el lobo solitario: la creatividad. La Ford (el Ford) se incrusta en el film de Hopper; no lo ha creado. La empresa, el mundo, la colectividad, el grupo, la peña, la banda, el partido, pueden parasitar al lobo solitario, no substituirlo. Viven de él, pero acaban por aniquilarlo o expulsarlo. Hopper asesinado al final de la película y Hopper dejado muy atrás, a perderse de vista, en el anuncio de la Ford. ¿Por qué no voy a interpretar el acelerón del Hopper de hoy como un intento de huir de su pasado cosa que, como bien se sabe, es imposible?

Pues eso, decía, es la metáfora del código vigente en el espacio público. Este se compone del Estado y las instituciones y la sociedad civil, básicamente asociaciones (partidos, grupos de presión) y familias, que son asociaciones, claro, pero especiales. En la inmensa mayoría de los casos, la formación del individuo y su acción social están condicionadas por unos u otros (a veces varios) contextos de acción colectiva. De hecho parece como si el individuo solo fuera visible en cuanto pieza o elemento componente de colectividades. Fuera de ellas, nada. Extra Ecclesiam nulla salus. Los solitarios son lobos. Se los alaba para tenerlos a raya, pero se los persigue y abate cuando se cree conveniente. Todos los entes colectivos, institucionales o no institucionales, son codiciosos y egoístas. La familia causa excepción en su interior ya que es el único espacio en el que los seres humanos pueden experimentar algo de altruismo. Pero, hacia el exterior, es una institución tan egoísta, cerrada, colectivista como las demás.

Las empresas, los partidos, los grupos de presión, las asociaciones diversas, laicas y religiosas, todas funcionan bajo criterios colectivos. Son los criterios de grupo, de pandilla, de clientelismo, que hacen a los miembros hablar en primera persona del plural, como partícipes orgánicos de una unidad superior, un pensamiento colectivo. No es concebible separarse del dictado común que puede tomar muy distintas formas, concepciones políticas, confesiones religiosas, visiones comunes. El ejemplo más claro y absurdo son esas multas con que los partidos castigan a sus diputados cuando votan según criterios personales, en conciencia.  No puede ser "yo voto"; ha de ser "nosotros votamos". "Nosotros" es expresión que el lobo solitario no puede emplear salvo en un sentido análogo a la paradoja de Epiménides el cretense.

La unidad de acción y opinión en el espacio público es el grupo, el que legitima la voz del individuo cuando habla, pues no lo hace como individuo sino como portavoz de una colectividad más o menos declarada y cuyo contenido puede ser incluso contrario a las convicciones profundas del citado portavoz. Es el precio que, al parecer, hay que pagar para ser parte de un ente superior que garantice la eficacia de tu acción. La lealtad al grupo, algo que el lobo solitario ni entiende. Lo suyo es lo de Juan en el desierto. Solo que el desierto está lleno de espectadores todos agrupados en peñas que escuchan atentamente, se inspiran en lo que oyen y pretenden hacerlo suyo, como Ford se "incrusta" en Easy Rider. Pero si el más corrupto de los poderes les pide la cabeza del predicador, se la entregan en bandeja. Si la más sanguinaria de las ideologías lo empuja a ello, Walter Benjamin se suicida en Portbou.

(La imagen es una foto de oddsock, bajo licencia Creative Commons).