Ha fallecido Irving Kristol, fundador del neoconservadurismo estadounidense, uno de los movimientos intelectuales más interesantes del siglo XX que luego, cual suele suceder con las doctrinas filosóficas cuando encarnan en la realidad práctica, se ha convertido en un credo para una mezcla de imbéciles y asesinos que, en su momento culminante (desde los tres de las Azores hasta el hundimiento de Lehman Brothers) ha estado a punto de destruir el sistema social y económico que dice defender, el capitalismo. (N.B.: el neoconservadurismo suele confundirse con el neoliberalismo. En sentido estricto no son lo mismo pero su uso indistinto en los medios de comunicación tampoco es tan disparatado). Kristol (no confundir con William Kristol, hijo suyo y también seguidor de la doctrina de segunda generación) fue el primero en aceptar la etiqueta de "neoconservador" que había acuñado con ánimo crítico Michael Harrington, un socialista democrático que, sin embargo, como trataré de probar en esta nota necrológica, tenía mucho que ver con su espíritu.
Irving Kristol, un hijo de inmigrantes judíos centroeuropeos nacido en Brooklyn sintetiza en su persona los rasgos característicos de la generación de intelectuales radicales neoyorquinos (bastantes de ellos, trostkistas) que en los años de 1960 y 1970, rompieron con la izquierda y se orientaron hacia posiciones conservadoras, como Norman Podhoretz, David Horowitz o Nathan Glazer entre otros. Sus curricula son parecidos y muestran diversos momentos en coincidieron o trabajaron juntos: se hacen de izquierda en los años treinta, tienen un momento decisivo en la guerra civil española, sufren su primer desengaño fuerte con el pacto germano-soviético de 1938 (al estilo de otros intelectuales comunistas europeos como Arthur Koestler, Franz Borkenau o Ignazio Silone), evolucionan hacia alguna forma de socialdemocracia ("liberalismo" en los EEUU) y, finalmente, se hacen conservadores a raíz de la revolución del 68, la "Gran Sociedad" y la guerra del Vietnam
Hay dos rasgos formales que, a pesar de mis diferencias profundas en asuntos de contenido, me hacen particularmente atractivos y cercanos a estos pensadores: su invocación de la rebeldía personal y su convicción acerca de la importancia de la lucha de la ideas y la comunicación. En cuanto al primero, confieso que mi coincidencia con ellos es absoluta. Breaking Ranks, de Norman Podhoretz, me parece un libro extraordinario. La historia es simple y consiste en darse cuenta de repente de que, cuando uno se hizo de izquierda en busca de una actitud de independencia de criterio y rebeldía frente a las estupideces y los topicazos de la sociedad burguesa, uno acababa por caer en otra forma de ortodoxia, de reglamento intelectual colectivo, de creencias compartidas, de fe y, lo que es peor: ¡voluntariamente! La sumisión colectiva de la izquierda, especialmente la comunista, es la forma que toma en el siglo XX el discurso de la servidumbre voluntaria de La Boètie. Por eso es necesario reunir energías y romper filas con esa nueva forma de obediencia y sumisión de grado a otro credo con otros dioses y milagros, esta vez, merced al marxismo, "científicos"; invocar el derecho irrestricto del individuo a cuestionar todo sin excepción, la independencia de juicio que sólo puede ser personal. Tal cosa es lo que hicieron estos intelectuales en su momento, como se lee en las Reflections of a Neoconservative: Looking Back, Looking Ahead, de Irving Kristol, también un gran libro.
El segundo punto de contacto está en relación con el primero: los neoconservadores dan una extraordinaria importancia al mundo de las ideas y los debates intelectuales, criterio que comparto con ellos (aunque en sentido distinto) y que probablemente todos hemos bebido de nuestras reflexiones sobre los conceptos gramscianos de hegemonía, bloque, príncipe moderno, etc. De hecho, el movimiento neoconservador se articula en un principio en la vieja tradición de las vanguardias, a través de la acción práctica por medio de revistas y antes de que, al ganar peso social, pasara a controlar el mundo más opaco e inquietante de las fundaciones, los think tanks, etc. Irving Kristol empleó mucho tiempo de su vida editando y fundando revistas (Commentary, Encounter, con Stephen Spender, un inglés, poeta, exbrigadista internacional y hombre fascinante, The Reporter, The Public Interest y, por último, la verdaderamente neoconservadora The National Interest).
Coincidiendo con ellos en estos dos puntos y en algún otro (el libro de Irving Kristol Two Cheers for Capitalism quizá sea una de las defensas más inteligentes, brillantes y convincentes del capitalismo que se hayan escrito, junto a las de Ayn Rand y George Gilder), difiero mucho de sus conclusiones. El relato que el propio Kristol hace de las influencias intelectuales que reconoce en su vida en Neoconservatism: the autobiography of an Idea, básicamente Leo Strauss y Lionel Trilling, a quienes cabe añadir a George Orwell o James Burnham, muestra a las claras a qué horizonte lleva su pensamiento: criticismo, postulación de valores, sana desconfianza burkeana frente a las falacias ideológicas de todo tipo, algo que suscribo con igual decisión y optimismo. Lo que no acepto es que esos valores hayan de ser los de la religión, la patria, la familia en el más angosto y mezquino espíritu burgués; el orden establecido, la explotación capitalista, la desigualdad, la negación del Estado del bienestar, la intervención imperial exterior, la conservación del statu quo internacional (nada en el mundo podrá lavar la ignominia de los neoconservadores apoyando y alentando el golpe de Estado del genocida Pinochet en 1973) o la defensa de la cristiandad, que me parece tan legítima como la del Islam, o sea, ilegítima desde el punto de vista intelectual. Es decir, me pasa con los neoconservadores como con los comunistas: que me caen simpáticos hasta que triunfan y, a partir de ahí, enfrentamiento total.
Irving Kristol fue un hombre decente, un intelectual clarividente y complejo, un buen escritor, combativo en defensa de sus ideas, que no llegó a hacer su segunda revisión, como sí la hizo en cambio Nathan Glazer, retornando a una visión más humanista, socialdemócrata.
Porque el problema del neoconservadurismo no es la reflexión inicial que lo enfrentó a la hipocresía de una izquierda instalada y ramplona sino, como se decía al principio, las consecuencias prácticas que de ella obtuvieron los seguidores y discípulos de la segunda generación, los Paul Wolfowitz, Robert Kagan o José María Aznar en España, gentes sin aventura, sin rebeldía, sin valor personal, defensores de nuevo y sin coste alguno del orden constituido, el derecho del más fuerte, la guerra, el autoritarismo de la política de seguridad y, en definitiva, el terrorismo del antiterrorismo.
Que la tierra sea leve al judío radical neoyorquino evolucionado en neoconservador Irving Kristol.
(La imagen es una foto de parl, bajo licencia de Creative Commons).