dijous, 27 de desembre del 2012

Machismo.

Bueno, vamos a ver. Esas cuarenta y seis mujeres asesinadas -la cuota sangrienta de una violencia que tiene muchisimas más víctimas- son, o deben ser, un aldabonazo en la conciencia de la colectividad. Sumadas a las cuarenta y tantas o cincuenta y tantas del año anterior y el anterior, obligan a una reflexión a fondo sobre las causas. No podemos admitir que una determinada cantidad de hombres mate a sus parejas con la misma inevitabilidad con que a partir de ciertos grados, hierve el agua.
No podemos tratar de disfrazarlo u ocultarlo con circunloquios tan falsos como cursis. Esa violencia en el entorno doméstico con que la inenarrable ministra de Sanidad pretendió, como buena cipaya de género, escamotear el comportamiento asesino del machismo, carece de toda dignidad intelectual; como ella misma.
Tampoco podemos obstinarnos en abordarlo como una problema legal. Es preciso, sí, legislar para prevenirlo y castigarlo. Legislar más y mejor. Pero no basta con legislar. Debe abordarse con un enfoque integral, haciendo intervenir todos los factores posibles. Empezando por la educación, tanto en la escuela como en la familia y la que se transmite a través de los medios.Si el ministro Wert, otro fenómeno de la España Hurraca, sostiene que la separación por sexos en la enseñanza no es necesariamente causa de discriminación en favor o contra de nadie, juega al sofisma ya que la separación, sobre ser causa, es ya efecto de la discriminación. La separación es, obviamente, discriminación.
El enfoque integral implica la revisión permanente de una infinidad de prácticas sociales por insignificantes que puedan parecer. Es un proceso también educativo, pero del conjunto de la sociedad, a lo largo de toda la vida, no solo en la escuela. Es la aplicación de la perspectiva de género, que debiera ser universal e incuestionable porque se trata de devolver a la mitad de nosotros la dignidad que hace siglos viene negándosele. Cuando un cura italiano dice que la culpa de la violencia machista es de las mujeres por ir por ahí provocando cada vez más, u otro clérigo en Canarias achaca asimismo a la desenvoltura de los chavales la pederastia del clero, la estupefacción general apenas oculta el hecho de que se trata de manifestaciones de un sentir latente muy generalizado en la sociedad patriarcal.
Lo mismo pasa con las burlas sobre la corrección política. La prensa está llena de individuos que presumen de incorrección política a título de rebeldía, como esos lacayos del poder que dicen estar contra todo poder cuando no mandan los suyos. Suelen ser los aficionados a contar chistes verdes, generalmente denigratorios hacia las mujeres, en esas sobremesas densamente estúpidas de machos ahítos que son el orgullo de la estirpe hispana de Braulios larrianos.
Más en concreto, es preciso disipar cualquier ambigüedad, conformismo y enfrentarse a toda agresión de género, se dé como se dé. Hace unos días leí un estupendo artículo de Lorena Aguilar Aguilar en Caos en la red titulado No es piropo, es acoso callejero en donde se consideraba la costumbre del piropo una forma de agresión de género. Aunque es un poco blando para mi gusto, pues parece sugerir que si la agresión fuera "de verdad" piropo, sería admisible, me sentí identificado de inmediato con él. Hace veinte años se me ocurrió decir por la radio en Onda Cero que el piropo era una manifestación de machismo y se me vino encima una avalancha de críticas de todo tipo con los manidos argumentos en defensa de esa forma de violencia: es un arte, tampoco es para tanto, a las mujeres les gusta, es inevitable, es un reconocimiento de la belleza, es ingenio popular, etc., etc. Todas falacias de manual, generalmente esgrimidas por los mismos que justifican de modo parecido la tortura y muerte de los toros en las corridas. Hay también toques patrióticos: el piropo, amig@s es muy español. Cierto, cierto, menuda desgracia. No me consta traducción aceptable del término en otras lenguas como el francés, el alemán o el inglés. Lo más cercano parece ser cumplido, también existente en español, prueba de que no es piropo. Además de otras cosas, el piropo es una grosería.
Los asesinatos de mujeres están ya en potencia en los últimos rincones y pliegues de nuestra cultura, desde los piropos a la instrumentalización del cuerpo femenino en la publicidad, hasta en el lenguaje. Y no se diga nada de la religión. De todas las religiones. ¿Cómo no va a ser feminicida una cultura cuya religión empieza por decir que la culpa del pecado original la tiene la mujer, Eva?
Y una última consideración de rabiosa actualidad. Son los nuestros tiempos de penuria, de empobrecimiento, de desempleo, inseguridad, injusticia, atropellos. La inmensa mayoría de la población pasa penalidades. Hombres y mujeres. Pero las mujeres padecen una desgracia añadida: a su regreso a casa, su pareja puede asesinarlas. No falla: las mujeres siempre llevan la peor parte. Y, si son negras, ya ni hablamos.

El genio y el ingenio.

Es interesante la exposición del Prado sobre El joven Van Dyck. En realidad debiera llamarse el jovencísimo Van Dyck porque, aparte de morir relativamente temprano, con 42 años, el pintor de Amberes, fue muy precoz. La primera obra (de las cuarenta y tantas en exposición) en saludar al visitante es un famosísimo autorretrato con dieciséis años. No es rara la precocidad en la pintura (Dalí y Picasso mostraron su talento muy pronto, de adolescentes) y en la música (el caso de Mozart o, en otra dimensión, el de Juan Crisóstomo Arriaga, fallecido a los veinte años) y no tanto en otras artes. Las audiovisuales son más tempraneras y demuestran que el genio artístico es innato. El aprendizaje lo perfecciona, pero no lo sustituye. Se da mucho menos en las literarias. Bastante sin embargo en la poesía. Pero es que esta no es un arte literaria a secas, sino la primera y más profunda forma de la sinestesia pues consiste en encontrar la música del espíritu, expresada a través de las palabras.
Lo fascinante del autorretrato de 1515, que nos mira al desgaire, como de pasada, cual si estuviera dejándonos detrás, es la serena seguridad en sí mismo que transpira; en un crío de 16 años. A los veinte era ya maestro del gremio de San Lucas, el mejor discípulo de Rubens y pronto su igual. La compenetración con este, cuyo estilo adoptaría, haciéndolo suyo e imprimiéndole su personalidad era muy grande. Tanto que le regaló un primoroso retrato de su mujer Isabella Brant, que también era modelo del propio Rubens y puede verse en la exposición.
La muestra atribuye a Van Dyck la capacidad de trabajar simultáneamente en varios estilos. No es mérito pequeño. Por ejemplo, dos de los estilos más frecuentes son antagónicos: la exuberancia rubensiana de grandes composiciones bíblicas o mitológicas y la sobriedad austera de la retratística flamenca en la tradición de Frans Hals. Junto a los cuerpos retorcidos de animales a la manera de Snyders con quien colaboró, aparecen en la misma época los graves ciudadanos holandeses y sus señoras tod@s ataviad@s de negro y con altas golas almidonadas de encaje, al estilo del primer Pourbus.
Quiere la historia que la larga estancia de Van Dyck en Italia lo encaminara después hacia otra forma de pintura, un estilo más reposado, más elegante en el que el tumulto rubensiano se apacigua en la serenidad clásica de la escuela veneciana que hace suya con el mismo ardor con que tomó el estilo de su maestro flamenco. La Pomona de su Vertumnus y Pomona (1625) está calcada de las Dánaes de Tiziano. Ya había intentado seguir sus pasos con su retrato ecuestre de Carlos V, muy inferior al Carlos V en Muhlberg del maestro veneciano. La escuela veneciana fue decisiva en su maduración. Esa suavización de la forma, conjugada con su fondo de sobriedad y el dominio de la composición, le hizo maestro consumado en un estilo realista y elegante que le daría fama y riqueza cuando se instaló en Londres, como pintor del Rey Carlos I de Inglaterra, de quien dejaría unos cuarenta retratos, algunos magníficos, como ese triple que había de servir para un busto y la serie de retratos ecuestres. Fue el artista preferido de aquel monarca absolutista que tenía pasión por las artes. Prueba es que antes había tratado de fichar al propio Rubens, que andaba por la corte como embajador informal o medio espía. Las artes, las letras, el pensamiento, pues tuvo también como amigo y mentor a Hobbes. Todo lo cual no impidió su muerte en el cadalso en 1649. Van Dyck no solo retrató al Rey sino a una porción importante de la nobleza, sentando las bases de la espléndida retratística inglesa del XVIII, Reynolds o Gainsborough singularmente. Pero esa es otra historia. La exposición se concentra en la obra primera. Hay varias piezas sacras, de la pasión de Cristo, el prendimiento, la coronación de espinas, el descendimiento y abundantes retratos de las series de apóstoles todos en estilo que revela también la influencia y el trato de Jordaens, otro discípulo bienquisto de Rubens. Pueden contemplarse asimismo bastantes bocetos, que dan idea del modo de trabajar del artista, asunto que suele interesar a la gente minuciosa.
A título de curiosidad se entera uno de que el Aquiles descubierto por Ulises en la corte del Rey Diomedes, que siempre había supuesto obra de Rubens y Van Dyck juntos, no está claro que sea de ninguno de los dos, o solo en algunos trazos, pues es producto de taller. Juraría que el rostro de Aquiles es de Van Dyck. Ofrecía la posibilidad de plasmar su ideal de belleza, el que se atribuye a sí mismo desde el principio, una mezcla de rasgos femeninos y masculinos que aquí deberían manifestarse porque lo requiere el episodio mitológico. El astuto Ulises revela la naturaleza viril de Aquiles por debajo de su disfraz de mujer mostrándole una espada. Un tema frecuente en la pintura del XVII. Poussin lo trató varias veces. Aquí la supuesta hija que se abalanza sobre el arma y la blande con destreza recuerda al propio Van Dyck, a quien los españoles de la época llamaban Vandique.

dimecres, 26 de desembre del 2012

El espíritu de la Navidad.

La Navidad es una fiesta multitudinaria en el mundo de tradición cultural católica; muy antigua, siempre igual y siempre nueva porque es la fiesta de la renovación. Los creyentes lo simbolizan en el nacimiento de un niño al que deifican. Si dios puede hacerse niño, con mayor razón sus criaturas. Niño. Ingenuidad, maravilla, pureza, espontaneidad, sinceridad, verdad. Menudo baño de regeneración de la especie. El niño absorbe toda la miseria material y moral del año pasado y la devuelve bajo la forma de una mirada diáfana al año que viene. Sed como niños. Comportaos como niños. La Navidad es un espíritu y ese espíritu es el del deseo, el anhelo de lo bello, lo bueno y lo verdadero que reconocemos tras haberlo desconocido a lo largo del año. Pero es la Navidad, en donde todo se perdona y se olvida por obra de ese niño cuyo destino es morir crucificado. Algo incomprensible, como todos los destinos y por eso los católicos lo llaman "misterio". El de la vida humana.
Los no creyentes ven la Navidad como la cobertura eclesiástica de ritos ancestrales en los solsticios de invierno y de verano. Démeter y Perséfone, convertidas en el niño Jesús y la noche de San Juan. Esta última, más dada al petardo y la hoguera, por más popular, es menos mística. El nacimiento de un dios es todo un portento. Esta interpretación secularizada, ilustrada, adquiere rasgos militantes en contra de la liturgia católica a la que critican el no ser sino el pretexto para dar rienda suelta a los más bajos y vulgares instintos de consumo, lujo, boato y depilfarro. Seguramente es así y la cháchara de la caridad cristiana revela su podredumbre cuando la apoyan, la fomentan y la exaltan todos los grandes almacenes. Pero ¿a que suenan aquí los severos tonos de los reformadores contra la Puta de Babilonia? Contra Roma, vaya. Y ¿en nombre de qué? Del verdadero cristianismo, el de Francisco de Asis frente al de Inocencio III, quien hubo de reconocer la orden franciscana a regañadientes. Que los ilustrados critiquen la hipocresía de la iglesia en nombre de los ideales abandonados por la propia iglesia muestra que se sienten dentro de ella.
 La tradición católica, aun queriéndose universal, es una entre otras de la más profunda tradición cristiana. Esa más amplia tradición proyecta la crítica de los críticos al globo entero y revela la insoportable contradicción moral de deificar a los niños en un mundo en el que cientos de miles de ellos mueren de hambre. Ciertamente, no podemos admitir los resultados de lo que nosotros mismos hemos hecho. Bueno, quizá no nosotros, sino quienes nos gobiernan. Nunca ha estado tan difícil lo de Dios y lo del César.
La crítica se prolonga después en el uso que los poderes de la tierra hacen de la veneranda fiesta. El Rey discursea. El Papa imparte la bendición urbi et orbi. Otras magistraturas, en tradición cristiana pero no católica, aprovechan la noche de fin de año para impartir sus doctrinas. Pero todos corean el espíritu navideño. Reyes, presidentes, papas, altos dignatarios de la iglesia, grandes magnates, todos quieren personificar el ánimo regenerador que nos invade anualmente porque somos seres cíclicos en nuestra diminuta porción del ser. Diminuta pero muy profunda pues es en donde anida el yo de cada cual que piensa siempre en renovarse, regenerarse con tanta fe como falta de fe en sí mismo. El espíritu de la Navidad es una escenificación y, como nos da vergüenza reconocerlo, cargamos con el motivo a los niños a quienes no hay que romper la ilusión porque también nosotros fuimos niños.
(La imagen es una foto de Jacilluch, bajo licencia Creative Commons).

dimarts, 25 de desembre del 2012

La aversión al cambio

El cambio. Ese misterioso término de contornos imprecisos, por todos invocado para los más diversos fines. El concepto apunta a una experiencia humana universal. Todos los filósofos menos Parménides lo han aceptado; los poetas lo han ilustrado; las religiones lo han consagrado. El cambio es la vida. Solo la muerte se nos aparece inmutable, sin serlo tampoco. El cambio es y, pues es, debe ser bueno ya que aquí estamos y no hemos muerto por ahora. El cambio tiene connotación rotundamente positiva. Por esos los políticos lo invocan. Por eso y porque no compromete a nada. Porque la pregunta es: ¿exactamente qué se pretende cambiar?

Modernización, progreso, futuro. El cambio propuesto por el PSOE en 1982 pretendía poner España a la altura de los otros Estados europeos en bienestar social (sanidad, pensiones), educación, infraestructuras y eficiencia de la administración. Treinta años después, visto lo sucedido entre tanto, es legítimo plantear la cuestión de si era ese el cambio deseado por la sociedad. La abrumadora mayoría absoluta socialista de 202 diputados, superior en 16 escaños a la actual del PP, ¿era únicamente un mandato para reformar la seguridad social, el sistema educativo, el ingreso de España en la Comunidad Europea o apuntaba más alto, a la Constitución misma?
Incidentalmente debe observarse cómo los 186 diputados del PP están sirviendo a este para hacer tabla rasa con todo lo conseguido desde 1982. La sanidad, ni la educación, ni la justicia son ya servicios universales ni gratuitos; las pensiones están en el alero y, por supuesto, los derechos de los trabajadores son recuerdos de tiempos mejores. Y estamos al comienzo, en el primer año triunfal de la vieja derecha española, convertida al liberalismo radical al que tanto combatió hasta bien entrado el siglo XX.

¿Cambiar la Constitución.? Impensable e indecible. Era el texto de un acuerdo, un consenso histórico, un documento casi mágico. Había hecho posible el milagro de que los dos bandos enfrentados en numerosas guerras civiles durante doscientos años llegaran a un entendimiento. Sería un irresponsable quien lo reformara. En privado, los exégetas reconocían que el texto tenía chapuzas sin cuento que jamás funcionarían o lo harían perversamente. Todo el mundo sabía desde el comienzo que el Senado no sirve para nada, las Comunidades Autónomas estaban mal planteadas y fueron delirantemente desarrolladas, el sistema electoral era desproporcional, injusto y, conjuntamente con los partidos políticos y su posterior regulación legal, daría lugar a un sistema caciquil y una partidocracia que algunos confunden con el bipartidismo.
Pero no se podía hacer nada porque la Constitución era el modélico fruto de un consenso y los consensos no se cambian. La cuestión es, sin embargo, sencilla: si fue fruto del consenso, ¿por qué no va a cambiarse? ¿Quizá porque no fue fruto del consenso sino de la imposición y el trágala, cosa que sus hacedores y herederos no quieren reconocer unos por interés y otros por vergüenza? Los partidarios del cambio no eran tales sino de una mudanza restringida, sin tocar la Constitucion. Para los gobernantes de hoy, el cambio es lo contrario y, con la misma Constitución nos descambian el cambio de 1982 y nos dejan en donde estábamos. Treinta años de cambio se van por el sumidero de la historia.

El dinero todo lo tapa. No se podía cambiar la Constitución porque el tal consenso ocultaba una situación conflictiva que podía explotar de cualquier modo. Por eso se optó por soslayar los problemas anegándolos en dinero. El ingreso de España en la Comunidad Europea fue la entrada en Eldorado. Sobre el país se derramaron los fondos destinados a la cohesión y, una vez cohesionado, en Maastricht le dieron el espaldarazo de la moneda única para ingresar en el club de los ricos. Y así no pareció necesario encarar los problemas, guardados en cofres dorados.
En aquella Jauja moderna, los defectos constitucionales antes mencionados se tornaron en actividades delictivas y una marea de corrupción: el Senado, las CCAA, la política y los políticos locales, la patrimonialización de la administración pública a todos los niveles son los pilares que han sustentado una actividad política en los últimos veinte años hecha de redes de corrupción, malversación de fondos, estafas, pelotazos, especulaciones, un caos de delincuencia, caciquismo y abuso que no ha dejado institución sana, desde el presidente del Tribunal Supremo a la familia Real, pasando por una infinidad de administradores de las cajas de ahorros que llevan años saqueando literalmente a los impositores. Y todo mezclado con las mafias internacionales, las redes de blanqueo de dinero, la evasion de capitales. ¿O es que nadie recuerda cómo la mitad de todos los billetes de 500 euros en circulación estaba en España? Parafraseando al poeta podría decirse "venid a ver el dinero corriendo por las calles".

Hasta que viene la quiebra. No puedo dejar de pensar en el reportaje de la BBC sobre el crac español, en el que se ilustran muchas de estas cuestiones. Con la crisis financiera vino la quiebra española y ahora nos encontramos cuesta abajo y marcha atrás a toda velocidad en manos de un gobierno de la derecha decidido a hacer pagar la crisis exclusivamente a las clases medias y bajas, favoreciendo el capital financiero, las grandes empresas y sin tocar las grandes fortunas ni, por supuesto, la mayor de ellas, la de la iglesia católica y sus privilegios de Estado dentro del Estado.
Ahora sí toca cambiar la Constitución. Lo admiten hasta quienes se opusieron a ello hasta ayer, a pesar de haber propiciado un cambio constitucional en agosto de 2011 que literalmente yugula todas las demás posibilidades del Estado social. Ahora hasta Rubalcaba habla de reformar la Constitución. Es decir, de cumplir el mandato que se dio en 1982 bajo la consigna del cambio, pero no se hizo por miedo al cambio. Y hoy ¿estamos a tiempo o también esa propuesta de cambio va a quedarse corta? Porque ahora, además del desmantelamiento del Estado del bienestar, el saqueo de lo público y la negación de derechos, se alza un reto soberanista catalán muy complicado. A su vera, lo de Ibarretxe, tortitas y pan pintado. Para hacerle frente se propone reformar las constitución para convertir España en un Estado federal. Los partidarios del cambio que, en el fondo, son sus enemigos, los federalistas sobrevenidos, todavía no han conseguido explicar cómo si España no ha sabido ser un Estado autonómico sabrá ser federal.

¿Reforma o proceso constituyente? Los reformistas de hogaño, en efecto, pueden estar llegando tarde. A su izquierda y en los movimientos sociales surge la petición de un proceso constituyente. No vamos a pegarnos por los términos. La propia Constitución prevé su revisión total. Siendo así, propóngase y a ver qué sucede. No es de recibo seguir oyendo que no es conveniente reformar la Constitución no vaya a ser que los republicanos pidamos la restauración de nuestra República. Pues claro. Estamos en nuestro derecho. Hemos soportado cuarenta años de dictadura fascista, militar y clerical y treinta y siete de monarquía impuesta. Y el fracaso está a la vista. ¿Por qué no intentarlo de nuevo con una República? ¿No son todos tan amigos del cambio?

dilluns, 24 de desembre del 2012

Habla el Rey de EREspaña y dice lo de siempre: nada.

Alguien ha dicho a los expertos de La Moncloa que hay que modernizar la imagen de la Casa Real, así que, para dar sensación de plenitud, vigor y energía, en vez de sentar al Rey en su egregio sillón lo han hecho farfullar sus simplezas de pie, aunque apoyando el trasero sobre su mesa de trabajo, por cierto de preciosa madera taraceada, no vaya a perder el equilibrio como suele. Podían enseñarle a vocalizar el castellano ya que cada año es mayor la tortura de escucharlo, pero eso no debe de tener arreglo. Hasta aquí el discreto equilibrio entre tradición y modernidad.
En este país, cuya Constitución dice que ninguna confesión tendrá carácter estatal el Jefe del Estado se dirige una vez al año a sus súbditos el día en que los católicos celebran el nacimiento de su dios. Y lo hace flanqueando un belén que no por minimalista es menos feo, para que no quepa duda del hilo teocrático que une al niño dios con el monarca. La alianza del trono y el altar, tan discreta como sólida, no corre peligro. No lo corrió cuando los sociatas en el gobierno resultaron ser unos meapilas, menos ahora que mandan los curas través de sus espantajos, como Wert, Báñez o Fernández Díaz.
En cuanto al contenido, pues, en fin: que paciencia y barajar. Son tiempos duros, pero el gobierno (y la oposición) animados de sublimes miras, hacen lo posible por volver a ponernos en la senda de la prosperidad. Sobre todo, la palabra clave, el centro del mensaje del Borbón es que los españoles saldremos del lodazal en que nos ha metido una pandilla de sinvergüenzas y ladrones (ejem, cosecha de Palinuro) si tenemos confianza. Es decir, fe. Fe, confianza... ¿en qué? ¿en quién? La respuesta implícita es obvia: en Rajoy. Soy republicano y no tengo en estima al Rey pero este pitorreo es demasiado hasta para el más desaprensivo de los Borbones. ¿Confianza en Rajoy? ¿En el hombre que no habla sin mentir, al que no le quedan palabras por incumplir, el peor felón y mendaz que ha pisado La Moncla? ¿Un hombre sin palabra, sin dignidad, capaz de vender lo que sea por sentarse en el sillón de mando? ¿A quién cree este rapaz que está hablando? ¿A una nación de borregos o de imbéciles? ¿Es que no ha visto él mismo que Rajoy no ha hecho otra cosa que mentir y tracionar la confianza hasta de los más indefensos una y otra vez durante un año?
El resto del farfulleo regio, a beneficio de inventario. El país pasa por una horrible crisis venida de fuera como los marcianos del espacio. Aquí no hay políticos corruptos, empresarios ladrones, yernos sinvergüenzas, bancarios delincuentes, mangantes y estafadores de todo tipo y calaña, neoliberales fascistas y fascistas neoliberales. No hay una pandilla de saqueadores dedicada a expoliar a la gente de sus derechos, sus libertades,  de su mismo patrimonio. No hay decenas de miles desahuciados. No hay suicidas. No pasa nada que no haya pasado en sus 37 años de reinado.
Un par de veces mencionó algo que, de no saber que sus palabras son milimétricamente medidas por los perros guardianes de La Moncloa, podrían sonar a posición propia, pero no pasaron de ser aliviaderos retóricos. Una de ellas consistió en decir que la austeridad debería ir acompañada de crecimiento. Como quien dice que el pedrisco podría ser aromático. Otra fue implorar que la política agresiva de este gobierno antipopular (él lo expone de otra manera) no se lleve por delante los derechos "individuales" y "sociales" que tanto ha costado conseguir.
¿En qué país vive este payo, además de Botsuana? ¿El el de Nunca Jamás? ¿Qué derechos quedan a los trabajadores, a los pensionistas, a los justiciables, a los funcionarios, a los usuarios de los servicios antaño públicos y hoy privatizados o en proceso de privatización en beneficio de unos gobernantes cuya obsesión es despojar a la gente de todo para llenarse sus propios bolsillos y los de sus allegados, clientes y enchufados?
¡Viva la República!

La derecha de toda la vida.

El gran crac español.


Ahí va el famoso documental de la BBC sobre la quiebra de España. Dura una hora y está subtitulado en español. Es muy bueno. El periodista, un hacha. Sigue todas las pistas, habla con todo el mundo y con un montaje ágil y directo, da una idea completa del carácter especial de la crisis española, con una visión objetiva, contrastada, documentada y muy gráfica. En realidad, debiera estar exhibiéndose en nuestros canales y hasta en los cines. Eso no sucederá, al menos en las televisiones públicas controladas por el PP. Está por ver si sucede en las controladas por el PSOE o en las privadas. Estas debieran estar interesadas por razones de negocio ya que es de augurar una gran audiencia. Sin duda el gobierno intentará impedir su difusión pero eso sería censurar, coartar la libertad de expresión e información, lo cual es ilegal y anticonstitucional, aunque no muy ajeno a las aficiones de la derecha. Seguramente se arriesgará a tan poco lucido paso a juzgar por su reacción hasta la fecha.

Reacciones. Empezó nuestro pintoresco embajador en Londres quien, en la mejor tradición de las repúblicas bananeras, elevó una queja y protesta a la BBC por considerar el documental denigrante e injurioso para España. Un embajador temperamental, sí señor, que habrá causado la hilaridad de la opinión británica porque debe de ser difícil encontrar un mamarracho que se ajuste mejor al topicazo del español bajito, cetrino y pomposo. Siguió la alcaldesa de Valencia, indignada por la pieza, que considera una sucia maniobra para hundir la industria turística española. Si se le ocurre -o alguien se lo sopla-, la peculiar dama de rompe y rasga invoca la leyenda negra. Una ocasión perdida. Finalmente corona el despropósito el gobierno español al criticar y lamentar el documental como algo injusto con España. Así, al oficializar y consagrar en cierto modo la queja de los dos personajes, el gobierno muestra claramente su modo de entender las cosas. Cree que el gobierno británico manda sobre la BBC como el español sobre la RTVE. En efecto, una creencia bananera.

El documental. The Great Spanish Crash es una exposición magistral sobre las causas de la quiebra española y de su peculiar naturaleza. En efecto, al iniciarse la crisis financiera internacional con la quiebra de Lehman Brothers, todo el  mundo pensó que España estaba a salvo pues no tenía participación substantiva en las hipotecas subprime. El sistema financiero español era saludable. En el minuto 36' 16'' del vídeo resulta patético escuchar a Zapatero diciendo en conferencia en Wall Street, unos días después de la quiebra de Lehman Bros., que España tenía probablemente el sistema financiero más sólido de la comunidad internacional. Un presidente que enciende un cohiba sentado sobre un barril de pólvora. Es deprimente.
La ruina estaba dentro, en lo más profundo de la sentina. Todo el sistema de cajas de ahorros estaba ahogado en las hipotecas subprime autóctonas. Repárese en la explicación que da Jordi Palafox, profesor de economía y consejero de Bancaixa (Valencia) durante varios años acerca de la composición de los consejos de las cajas: un tercio, ahorradores que no saben nada de economía; otro tercio, empresarios muchos de los cuales tienen créditos de la caja que administran; y otro tercio de políticos que instrumentalizan las cajas para sus fines. Obviamente, es una fórmula para el desastre con ribetes claramente delictivos, sobre todo cuando se recuerdan las retribuciones estratoféricas que se han estado asignando los directivos de este caos de despilfarro y latrocinio. Endeudamiento de la segunda y tercera línea del aforo: cajas y clientes hipotecados. El meollo de la quiebra española. Pura incompetencia, mezclada con enchufismo y corrupción.
Pero el documental va más allá. Pone la catástrofe española en contexto histórico en la voz e imagen de Paul Preston, quien explica el franquismo (dice de Franco que en economía era un imbécil que se creía un genio) y la transición. De esta destaca la reorganización territorial del Estado en 17 autonomías, dotadas de grandes competencias legislativas y presupuestarias. De ese modo, engarza la explicación: las taifas autonómicas usaron las cajas para sus delirantes políticas de construcción megalómana en un clima de alegre despilfarro que ha llevado al país a la quiebra. Imagino que la audiencia inglesa habrá botado sobre sus sofás al escuchar y ver cómo se gastaron 400 millones de euros en un aeropuerto en Castellón en el que no hay tráfico aéreo. Si no aviones, el aeropuerto luce, sin embargo, una gigantesca estatua de Carlos Fabra, el hombre fuerte del lugar y padre del invento que financió con dinero de todos mientras, según parece, él se enriquecía aceleradamente.

El trasfondo. Es un documental muy duro de ver porque en él quedan reflejados todos los vicios nacionales. Hace muy bien la narración en situarse sobre el trasfondo de la dictadura, aquellos años de hambre, miseria, represión y catolicismo a cristazo limpio. Porque esa época, todavía viva en la memoria de muchos, parece estar retornando. Hay escenas en el documental filmado hoy que podrían haberse tomado hace sesenta años.
Y aquí es en donde está el mensaje del documental. No se formula, pero se intuye. El gobierno y los sectores sociales que lo apoyan, la empresa, la banca, la iglesia, lo saben y por eso pretenden impedir la exhibición pública del vídeo. Por fortuna está en You Tube. Dicho mensaje es el siguiente, crudamente expuesto: ¿qué hacen las autoridades, las clases dominantes, por remediar la catástrofe que ellas mismas produjeron por su incompetencia, despilfarro, enchufismo y corrupción?
Exactamente lo mismo que Franco. Lo mismo que han hecho siempre las clases dominantes en España con el pueblo y mucho antes de Franco: oprimirlo, negarle sus derechos y expoliarlo. La política de la derecha de toda la vida. Cambian los nombres, pero no las cosas. Antes se sacrificaba el pueblo en nombre del catolicismo, el orden público, la dinastía, las guerras que España siempre perdía, la unidad de destino en lo universal y el Imperio de los harapos. Hoy es en nombre del libre mercado, la competitividad, la productividad, la deuda y el déficit cero que, como un Moloch, tritura las clases trabajadoras y despoja de su patrimonio a las clases medias. Los carcundas de antaño se han hecho todos flamantes neoliberales sin dejar de ser carcundas. Y siempre es lo mismo. Primero, el saqueo: antes los señores, espirituales o seculares, los reyes mismos se apropiaban los bienes y predios del común; hoy la clase dominante, empresarios, financieros y curas, se apropia de los servicios públicos bajo el descarnado nombre de privatización. Segundo, el expolio: ayer se proseguía la labor de estrujar al pueblo friéndolo a impuestos, tasas, gabelas, diezmos y exacciones de todo tipo, mientras los nobles y la iglesia no pagaban. Exactamente igual que hoy, cuando los ricos y los curas no pagan. Tercero, la represión: ayer se castigaba con dureza toda manifestación de crítica, oposición y resistencia. Castigos ejemplares. Hoy, asimismo, está estableciéndose un Estado policial que no respeta los derechos fundamentales de los ciudadanos, que hostiga y reprime los actos colectivos en ejercicio de esos derechos y los castiga de forma arbitraria y desproporcionada (o sea, ejemplar) y que no solamente indulta policías condenados por los tribunales como torturadores, sino que utiliza el sistema penitenciario para tomar rehenes de los que se espera una función disuasoria.
Es la derecha de toda la vida. La causa del desastre de España. Pero no de ahora. De siempre.

diumenge, 23 de desembre del 2012

El Estado policiaco.

Proyección. Es el término que emplean los psicólogos para designar la táctica preferida de la derecha española. Se trata de atribuir a los demás las intenciones propias, de acusarlos de lo que uno mismo hace. No es el clásico y socorrido "y tú más" sino un intento de ocultar las fechorías de un bando adjudicándoselas al otro. ¿Quién no recuerda a Cospedal hace un par de años denunciando a bombo y platillo el "Estado policial" que había implantado o quería implantar el PSOE? La misma Cospedal afirmaba ser objeto -ella o sus compañeros de partido- de espionaje ilegal. Por supuesto, no puede demostrar nada en los tribunales. Es más, ni siquiera acude cuando es citada en las querellas por calumnias y, cuando acude, no se ratifica en sus acusaciones. Porque son falsas. Son pura proyección pues, además, se hacen en los momentos en que se destapa algún caso propio, como el de esa increíble Gestapillo madrileña.

La Gestapillo. Según denuncias hoy en los tribunales, el gobierno de la Comunidad de Madrid pudo tejer una red de espionaje ilegal, incluso delictivo, para obtener información comprometedora sobre rivales del mismo partido del gobierno. Es un caso bastante zarrapastroso, como del neorrealismo italiano, por eso le va tan bien el nombre. Ahora, según dice El País, la policía puede estar recurriendo a métodos ilegales, también delictivos, para hundir las reputaciones de los politicos catalanes soberanistas. Que (parte de) la policía se dedique a delinquir no es nuevo en España ni en ningún lugar del mundo. La policía de Franco era, en realidad, una organización criminal, como la Gestapo alemana o la Stasi, asimismo alemana. Los socialistas españoles también pasaron su bautismo de fuego con el vergonzoso caso GAL, nunca enteramente aclarado. Ahora es el gobierno del partido que acusa a los demás de "Estado policial" quien parece recurrir a él.

Publicidad. Y en una dinámica especialmente grave porque consiste en calumniar una opción política pacífica y legal con un gran despliegue publicitario. Esas presuntas actividades delictivas de la policía probablemente sean el origen de los famosos documentos falsos que publicó en su día El Mundo con la obvia intención de dañar las expectativas electorales de CiU. Puro montaje para torpedear una opción política por ser soberanista. Se pregunta El País si los mandos del ministerio del Interior conocen estas actividades parapoliciales. Una pregunta retórica. ¿Cómo van a ignorarlas si llevan ya casi un mes investigándolas? Lo mandado ahora es la comparecencia del ministro del Interior para que, entre rezo y rezo, explique las líneas de actuación de su departamento.

Explicaciones. El ministro y los más altos cargos de Interior están obligados a explicar en sede parlamentaria su política de orden público y las actividades de las fuerzas que coordinan. En lo específico y en lo más general. Debe hacerse la luz sobre esa sórdida historia de los informes apócrifos, si son o no falsos y, si lo son, como parece, quién los ha redactado y por órdenes de quién. Pero no basta con estas explicaciones concretas. Los responsables de Interior deben explicar cuál es su actitud en general en el orden público y por qué presenta un aspecto tan autoritario y propio de un Estado policiaco.

El Estado policiaco. Hace unas fechas el gobierno indultó a cuatro agentes de la policía catalana condenados en firme por un delito, entre otros, de torturas. España no ha conseguido salir de la lista de negra de países en los que se recurre a la tortura, pero este gobierno da un paso especialmente grave al indultar a torturadores.
El gobierno tiende a entender todo acto de protesta o crítica, todo ejercicio de los derechos de libertad de expresión, reunión o manifestación como peligros de orden público y reacciona frente a ellos de modo autoritario, represivo, arbitrario y en buena medida, ilegal. La delegación del gobierno en Madrid desarrolla una actividad represiva consistente en hostigar a los ciudadanos en la calle, obligarlos a identificarse sin motivo solo para denunciarlos después y condenarlos a multas por faltas imaginarias. Es un uso de los cuerpos de seguridad que los asemeja a matones a sueldo pues su función consiste en intimidar a la ciudadanía. Esos casos en que la Guardia Civil ha detenido autocares en dirección a Madrid en los que viajaban gentes cuyo propósito era acudir a una manifestación en la capital son más propios de un estado de excepción que de normalidad democrática.  Y eso cuando no se fabrican montajes para simular que se han cometido delitos inventados por la propia policía. O se detiene y aprisiona gente de forma harto irregular a modo de rehenes.
Es obvio que las autoridades máximas del ministerio están al corriente de estas prácticas y las alientan. El mismo director general de la policía, Cosidó, proponía no hace mucho prohibir la grabación de las actuaciones policiales en las calles, es decir, pretende garantizar la impunidad de las fuerzas de seguridad cuando actúan ilegal y hasta delictivamente.
¡Cómo no van a conocer estas gentes las andanzas de sus policías en Cataluña!
El Estado policial, señora Cospedal, es el suyo.

dissabte, 22 de desembre del 2012

La unidad de la izquierda.

Llamazares acaba de presentar un libro con prólogo del juez Garzón y en el acto ha propuesto un frente de izquierda con inclusión del PSOE. Eso es puro sentido común de gente con los pies sobre la tierra, capaz todavía de razonar en román paladino (y no con las consignas de rigor) y sin temor a las consecuencias. Tres cuestiones estas merecedoras de atención singular:

Puro sentido común. En sus momentos más bajos (elecciones del 20N) el PSOE obtuvo casi el 30% del voto. A la inversa, en uno de los suyos más altos -por más bajos del PSOE- IU consiguió un 7% de sufragios. Ni las proyecciones más quiméricas atribuyen a la coalición más del 12% del voto. Resulta absurdo, pero la perversa embriaguez de las proporciones lo hacen inevitable, recordar la perogrullada de que con el 7% del voto, un partido no tiene nada que hacer. Si acaso, servir de socio menor en una coalición con el otro en la esperanza de que los equilibrios parlamentarios le permitan ser decisivo para chantajear, que es lo que hace en Extremadura, un caso vergonzoso. Lo entienden probablemente hasta las piedras: que solo sumando se gana; jamás restando. En los treinta y tantos años de democracia han sido frecuentes los casos en distintas elecciones de diferente nivel en que los votos de IU y el PSOE eran más, pero gobernó la derecha. Eso, a la derecha no le pasa casi nunca porque tiene un sentido práctico de la política, no retórico. A la izquierda, sí y, curiosamente, no le sirve de experiencia.

Razonar en román paladino. No hay más camino que esa acción unida. Pensar desde el 7% del voto que se va a atraer al otro 30% a base de insultarlo, de llamar traidores a sus dirigentes, aliados del capital, etc es absurdo. Sin duda entre los dirigentes y bases del PSOE hay gente con tendencia conservadora, incluso meapilas como Vázquez y Bono. El propio Rubalcaba tiene poco de izquierda en prácticamente ningún sentido. Pero proceder por reducción y atribuir condición de irrecuperable al conjunto del PSOE con sus siete millones de votos como base mínima, es de insistir, es absurdo. Tanto que , muy probablemente, oculta un cálculo interesado: el de impedir a toda costa la unidad porque los dirigentes de IU que ahora están al mando, probablemente carecerían de relevancia en una formación unitaria de la izquierda. Egoísmos narcisistas y personalistas de los que hay a patadas en la izquierda radical y, por eso mismo, minoritaria.
El término empleado por Llamazares de frente de izquierdas no está mal. Yo lo haría sobre un programa mínimo común aprobado conjuntamente por el PSOE, IU y cuantas otras formaciones de la izquierda lo suscriban. Y lo llamaría Programa Común de la Izquierda. El nombre estaba ya inventado. Un programa claro, rotundo, con compromiso de revocación de quienes lo incumplan y cuyo primerísimo punto debe ser: devolución al común de todo lo que los apandadores del PP han privatizado y saqueado en beneficio de ellos mismos, sus parientes, allegados, enchufados y las grandes empresas que ya les han prometido puestos de lujo cuando cesen como políticos a las órdenes de los ricos y los curas.
El contenido del resto del programa puede negociarse para alcanzar eso, un programa de mínimos de la izquierda. No es verdad que haya diferencias teórico-prácticas insalvables entre IU y el PSOE. El PSOE no es un partido neoliberal ni IU una organización revolucionaria. Probablemente una de las consignas más estúpidas y dañinas para el país haya sido la de que PSOE-PP la misma mierda es, muy aplaudida, claro, por el PP. Quienes la coreaban no tenían ni idea de lo que es la derecha de verdad. Ahora está ya claro pero es tarde, aunque los imbéciles que, creyéndose muy críticos, desmovilizaron a la izquierda y trajeron la mayoría absoluta del PP siempre podrían reflexionar un poco, si la cabeza les diera para ello. Es verdad que, en el gobierno, el PSOE es responsable de mucho desaguisado y mucha cobardía, cuando no algo peor. La reforma constitucional de agosto de 2011 y el mantenimiento de los privilegios de la iglesia católica son dos de los aspectos más llamativos, y no los únicos. Esa es una crítica que puede -y debe- hacerse al PSOE, acobardado ante el capital y la banca, porque ha hecho cosas. No es una que pueda hacerse a IU porque no ha hecho nada. Se ha limitado a hablar. Y hablar es gratis.
Pero la crítica justa a las concesiones y dejaciones del PSOE en el poder no pueden llevar a dos conclusiones erróneas: 1ª) como ha cedido en parte, el PSOE cedió en todo, y es un partido neoliberal. Mentira. Para bien o para mal, para mucho o para poco, lo que de Estado del bienestar hay (o había) en España, las libertades y derechos, los avances en igualdad, etc, son obra del PSOE. No de IU y tampoco del PP. 2ª) La amarga experiencia del último gobierno del PSOE ha desencantado a sus bases y votantes. Mentira. Ya quisiera IU tener alguna vez la fidelidad de siete millones de electores en sus horas más bajas. Es al contrario. Quien conozca la historia del PSOE sabe que esta situación será -ya lo es- un revulsivo, un acicate. En algún momento tendrá que liberarse de la rémora conservadora de la dirección actual y será entonces cuando la propuesta de Llamazares cale.

Sin temor a las consecuencias. En las dos formaciones, IU y PSOE hay guardianes egregios de las esencias doctrinales que a mí siempre me parecen payasos pero suelen alzar la voz en defensa de la pureza del dogma. Los más sectarios de IU, habitualmente leninistas que aún no han digerido del todo el ¿Qué hacer? y los más reaccionarios del PSOE, generalmente popperianos de oído que solo aspiran a sentarse en el consejo de administración de alguna gran empresa. Cualquier idea de alianza, unión, frente, pacto, programa común de la izquierda, lanza a estos dos grupos al ataque más encarnizado porque luchan por su respectivo modus vivendi. Los izquierdistas integérrimos llaman traidores a los partidarios de la unión porque prefieren seguir siendo líderes del Frente de Liberación de Judea que arrimar el hombro a una transformación progresista de la sociedad. Los derechistas del PSOE, acusan de demagogia a quienes propugnan la unidad de toda la izquierda y se pasan a la derecha en cuanto comprenden que ya no tienen más utilidad para ella dentro del PSOE y prefieren hacer caja. Tiene gracia que los guardianes de las doctrinas sean siempre los más venales.
A Llamazares y Garzón van a caerles venablos envenenados y de punta. Ya están las redes reverberando de fanáticos que quieren desenmascarar a Llamazares. Por fortuna no corren los tiempos en que gente como estos "revolucionarios" mandaba a sus contradictores al Gulag. Lo menos que dirán de ellos es que son dos submarinos del PSOE. Empezarán a llover iniciativas para que los de Izquierda Abierta sean expulsados de IU. No sé si bastará para detener el linchamiento el cálculo que parece haber hecho el propio Llamazares de que IU no será tan suicida como para escenificar una enésima escisión que quizá fuera ya su tumba. Es demasiado matizado y complejo para que los sectarios lo entiendan.
En todo caso y por lo que pueda valer, Palinuro apoya la propuesta de Llamazares.

¡Qué fácil es no entenderse!

La llamada "cuestión catalana" -parte de la "cuestión española"- contiene también una "cuestión socialista". Y esta es especialmente delicada. Por cierto, afecta asimismo a toda la izquierda española, pero son los socialistas los más tocados. El PSOE está cerrado en banda a toda idea de referéndum de autodeterminación del tipo que sea y mucho más si se pretende realizarlo en un solo territorio con una parte de la población. Es un clarísimo diremos no a un referéndum.
Ese es el punto de vista del nacionalismo español. De izquierda y de derecha: No. El No de la izquierda viene acompañado de una oferta federalista cuyo oportunismo es tan fuerte como su inviabilidad. El No de la derecha no trae contrapartida alguna. Se muestra el Código Penal, la Constitución y, si preciso fuera, el Ejército, el cual, al decir del ministro Morenés acata sin reservas la supremacía del poder civil. Tranquiliza oírlo. Lo que no tranquiliza es el propio poder civil cuya ideología autoritaria y represiva es cada vez más clara en su forma de gestionar los crecientes problemas de orden público.
La dirección del PSOE acusa al PSC y a Navarro en concreto de ambigüedad en este aspecto. Sin embargo, esa ambigüedad no es tal. El PSC distingue entre el derecho a decidir mediante referéndum y la independencia. Si no lo he entendido mal se opone a la segunda (y propugna el consabido federalismo) pero apoya el primero. Ambigüedad, cero. El PSOE niega el derecho a decidir de los catalanes porque, sostiene, está comprendido en el derecho a decidir de los españoles. El problema está ahí. Por eso dice Felipe González a Jordi Pujol que, si los catalanes deciden irse, él quiere votar.
La cuestión de quién vota es discutible. La del derecho a decidir, no. El PSC no propugna el derecho a decidir de los catalanes por capricho sino porque se lo pide una parte apreciable de su base. No hace tanto que Ernest Maragall, hermano del mítico Pasqual, dejó el PSC para fundar un nuevo partido independentista y de izquierda. Probablemente este nuevo partido acabe fusionado en ERC pero también puede ser el señuelo para la formación de una socialdemocracia independentista, que no la hay en el Principat. Para frenar esa posible sangría el PSC enarbola el derecho a decidir. Es cuestión de supervivencia y si eso no se entiende en "Madrid", el PSOE tendrá un problema. Y en "Madrid" no puede entenderse porque el no entendimiento es también cuestión de supervivencia. Una tenue simpatía del PSOE hacia el derecho a decidir y se echará encima una campaña furibundamente patriótica española del PP.
Así planteado, el problema no tiene solución, como no la tiene la "cuestión catalana". Palinuro coincide con el punto de vista del PSC y cree que el PSOE debiera hacerlo suyo. Sin duda no augura nada bueno electoralmente. Sería preciso hacer mucha pedagogía, explicar el carácter de los tiempos nuevos, la sociedad red, Europa, el debilitamiento de los Estados. Habría que hablar de España, de naciones y pueblos. Y ahí se calientan los ánimos y salen los sentimientos. Uno se siente español y otro se siente catalán y revela una mentalidad bastante primitiva el hecho de negarse a ver que la fuerza y legitimidad de un sentimiento son tantas como las del otro. Y si España se hizo en lucha contra lo "no español", habrá catalanes para los que Cataluña se hará en lucha contra lo "no catalán".
Pero todas estas consideraciones, en realidad, sobran. No hay tiempo para pedagogías. Los dos sentimientos nacionales están en curso de confrontación y es prácticamente seguro que la habrá. Las derechas no están dispuestas a ceder en nada en la forma. Si Franco hizo lo que hizo con Companys, no haya duda de que a Mas se le aplicará la ley. Sin embargo, tampoco parece verosímil este escenario. La derecha no cederá nada en la forma; lo hará en el fondo. Los dos contendientes parecen gallos enardecidos pero da la impresión de que se trata de conseguir ventaja de partida en una negociación inevitable. Toda la baladronada acabará en alguna forma de pacto fiscal para Cataluña, más o menos vergonzantemente oculto por palabrería oficial y una desactivación del espíritu anticatalán de la Ley Wert.
Con ello, desde luego, no se resolverá el problema, la "cuestión catalana", pero se aplazará para deleite de las generaciones futuras.

divendres, 21 de desembre del 2012

Retiren ese plan. Dimitan.

España cuenta con uno de los mejores sistemas públicos de salud del mundo. Eso es de conocimiento general. No lo niega nadie. Mejor en todos los sentidos, universalidad, eficacia, rapidez, profesionalidad, modernidad, etc. Sin embargo, el gobierno de la C.A. de Madrid lleva años convertido en punta de lanza de una actitud hostil hacia él, basada en el criterio de su insostenibilidad económica. Algo tremendamente subjetivo porque todo depende de cómo se hagan los cálculos y qué decisiones políticas se adopten de repercusión presupuestaria. En el fondo, una excusa para desmantelar el sistema nacional y entregárselo a las empresas privadas para que los amigos, parientes, deudos y enchufados de la derecha hagan pingües negocios a costa de la salud de los madrileños.
Esa hostilidad se ha manifestado no solamente en el terreno económico sino en muchos otros, con verdaderas campañas de desprestigio de la sanidad pública por ser eso, pública. El bochornoso episodio del intento de linchamiento institucional del doctor Montes, sus consecuencias judiciales, fue absolutamente ilustrativo del espíritu con que los gobernantes autonómicos se relacionaban con el sistema sanitario cuya gestión les estaba encomendada.
Para acelerar el expolio, el triunfo del PP en las pasadas elecciones ha traído una catarata de ataques al sistema público de salud, a través de restricciones, exclusiones del acceso al servicio, cese de la gratuidad de este y diversas fórmulas de repago que pondrán muchas prestaciones fuera del alcance de sus supuestos beneficiarios, dependientes, discapacitados, jubilados.
Amparado en esa actitud asimismo hostil al sistema del ministerio correspondiente, el gobierno autonómico de Madrid se ha sacado un nebuloso plan de privatizaciones de la gestión hospitalaria que prácticamente desmantela el carácter público de la sanidad madrileña y pretende imponer al mejor estilo del trágala, sin debate alguno, sin información previa, sin ninguna fundamentación. Esperanza Aguirre, cuya repentina dimisión sigue sin estar clara, continúa argumentando que no nos podemos permitir el sistema actual de salud. Y, como si fuera la orden de la Kommandantur, su substituto en el cargo, Ignacio González, ha dado las órdenes pertinentes y, de no remediarlo los dioses, ese plan de desmantelamiento de la sanidad pública echará a andar en una semana.
Llamarlo "nebuloso" es caritativo. Se trata de un plan secreto pues todo cuanto se pretende imponer en la realidad sin debatirlo previamente es secreto. Seguramente estará hablado, pactado, acordado con las empresas privadas que resultarán beneficiarias de las adjudicaciones, todas ellas con ánimo de lucro orientadas a la maximización de beneficios. Pero no pactado ni consensuado con nadie más, con la población interesada, los pacientes, el personal médico y hospitalario en general.
Es más, ese plan secreto no se justifica con ningún tipo de documentación mínimamente creible. Insisten en la insostenibilidad económica pero no la prueban. El consejero de Sanidad, Fernández-Lasquetty, no tenía ni idea de cuánto se ahorraría aplicando las políticas por él propugnadas. Sospecho que no sabría si quiera si se ahorraría algo. Solo este dato demuestra el carácter profundamente arbitrario de la medida. No hay un solo estudio independiente que muestre la conveniencia de las privatizaciones desde ningún punto de vista. Lo único claro y evidente es que unas empresas privadas en las que, además, algunos políticos del PP parecen tener intereses, harán un negocio fabuloso a cuenta de las arcas públicas y al coste de deteriorar y encarecer la atención universal de salud, que es un derecho de los ciudadanos.
Se han encontrado, sin embargo, con una resistencia inesperada, fortísima. Todo el sector sanitario madrileño se ha opuesto al plan y lleva ya tres semanas de movilizaciones y huelgas, en una actitud de rechazo frontal. Cuenta, además, con un amplio respaldo de la población que se siente directamente agredida en el ataque a un derecho esencial. En estas condiciones, sorprendidas por la fuerza de la reacción colectiva, las autoridades no se han atrevido a recurrir a sus habituales tácticas de desprestigio. Pero, el enconarse el conflicto y amenazar los responsables de la atención sanitaria con la dimisión, les ha salido la vena autoritaria, despreciativa e Ignacio González, cuyo equipo (o él mismo) tuitea consignas cercanas ya al "Por Dios, España y su Revolución Naconalsindicalista", ningunea a los facultativos en actitud rayana en la chulería que únicamente va a agudizar más el enfrentamiento, sobre todo si Fernández-Lasquetty, en lugar de dimitir, se engalla y llama "irresponsables" a los de la marea blanca.
En estas circunstancias el gobierno central no puede intervenir pues la Comunidad actúa en el marco de sus competencias. Pero el PP, sí. Y debe hacerlo. Por supuesto, las empresas privadas presionan para comenzar ya el negocio porque les urgen los beneficios. Igualmente la Comunidad tiene prisa por culminar la operación para tapar los desastres y las ruinas de los acuerdos anteriores de Aguirre. La Comunidad, o sea, los madrileños, pagan 900.000 euros al mes por el hospital de Collado-Villalba, aunque está cerrado. Es uno de los cuatro hospitales de gestión enteramente privada de la CA de Madrid y está gestionado por Capio, la empresa que quiere más parte del pastel.
Pero, por muy urgido que esté el gobierno autonómico por los negocios, la sociedad española no puede permitirse este foco de conflicto permanente del gobierno madrileño en un momento especialmente duro para el conjunto del país y con otra bronca independentista montada en el Noreste de la Península. Alguien en el PP debe frenar al señor González, cuya concepción descarnadamente patrimonialista del poder político (en donde tiene colocada a casi toda su familia agnada y cognada) es más propio de latitudes sicilianas. Y debe frenarlo en los dos proyectos más simbólicos de su mandato, los dos igualmente oscuros, arbitrarios y, en el fondo, inmorales, esto es, Eurovegas y el sistema público de salud. Lo razonable sería que el gobierno autonómico retirara el plan y, con el plan, se retirara él.