dilluns, 20 de febrer del 2012

Gran respuesta a la agresión de la derecha.

La jornada de ayer fue de las que levantan el ánimo. Al margen de la inevitable guerra de cifras, está claro que la gente hemos reaccionado, que no vamos a dejarnos avasallar así como así, que estamos dispuestos a luchar por nuestros derechos frente a quienes pretenden dejarnos sin ellos, no nos arredramos y vamos a impedir que el bloque reaccionario compuesto por la iglesia, la patronal, la derecha política con su cohorte de cargos corruptos nos hagan volver al siglo XIX en el que el trabajo era el reino de la explotación servil.

Emborrachada por unos resultados electorales del 20-N que no hubieran sido tan contundentes de no haberse producido el semihundimiento del PSOE, la derecha creía llegado el momento de desmantelar todas las conquistas políticas, sociales y laborales que se habían conseguido en los últimos años y que hacían de nuestra sociedad un lugar no perfecto pero sí aceptable para vivir. Se arrancó así por la brava suprimiendo de un plumazo la Educación para la ciudadanía, el derecho al aborto, el acceso a los contraceptivos (en cumplimiento de órdenes de la iglesia) y siguió luego con ese "decretazo" que pretende despojar a los trabajadores de sus derechos dejándolos a merced de los patronos, a tono con el programa máximo de estos.

Pero la respuesta de ayer es prueba evidente de que la sociedad no va a permitir que se instaure el oscurantismo eclesiástico ni la ley del más fuerte empresarial al amparo de un gobierno reaccionario. Ha sido una protesta tan contundente, una movilización tan masiva que eclipsó la apoteosis de Rajoy en el congreso de Sevilla y hasta los Goyas del cine español. No se lo esperaban y lo único que Rajoy ha acertado a balbucear en defensa del ataque frontal al fundamento constitucional del derecho del trabajo es que la reforma es "justa, buena y necesaria para España" cuando desde el común sentir de la ciudadanía es injusta, mala y solo conveniente para los empresarios que quedan con las manos libres para tratar a los trabajadores como siervos.

La movilización es un éxito de los sindicatos. No es de extrañar que la derecha los tenga en el punto de mira pues son los únicos que pueden darle una respuesta multitudinaria y unida. Falta ahora que los partidos, especialmente el PSOE, sepan estar a la altura de las circunstancias. Ha podido comprobar que la desmovilización de las pasadas elecciones no se refleja en apatía alguna. Al contrario, hay voluntad de lucha y orientada a la izquierda. Por tanto los socialistas tienen que liquidar su proceso de renovación interno y ponerse a la tarea de ejercer una oposición clara y de principios, hacer causa común con los sindicatos y proponer un programa claramente de izquierda socialdemócrata: separación nítida entre la iglesia y el Estado, consolidación y ampliación de la educación pública gratuita, defensa decidida de los servicios públicos, especialmente la sanidad, ampliación de la democracia, reforma del sistema electoral, política fiscal progresiva y redistributiva, políticas keynesianas y elaboración de un programa europeo de izquierda socialdemócrata. Tiene que demostrar el absurdo de que, en el momento en que se prueba que las políticas neoliberales han fracasado por segunda vez, sean las que el gobierno quiere aplicar.

Debe quedar claro que las movilizaciones de ayer son solamente el comienzo de una voluntad generalizada de parar los pies a los nuevos bárbaros. En un momento en que la mayoría absoluta del PP y su voluntad de imponerla convierte la oposición parlamentaria en un remedo de lo que debiera ser, la oposición habrá de ser extraparlamentaria y ejercerse tanto dentro como fuera de las cámaras. Y en esa doble vía debe estar el PSOE porque ello es perfectamente legítimo. Los derechos están para ejercerlos, especialmente contra quien quiere suprimirlos. La movilización debe continuar y orientarse hacia una huelga general que no se quede en un acto de un día.

diumenge, 19 de febrer del 2012

Van por los sindicatos, por el derecho de huelga, por todo.

El programa oculto de la derecha está ya a la vista de todos y más que estará después de las elecciones andaluzas. Es una agresión, un ataque al Estado del bienestar, al derecho del trabajo, a los derechos de los trabajadores, a derechos fundamentales como los de expresión y manifestación. Envalentonada con su mayoría absoluta, la derecha quiere aniquilar todas las conquistas sociales (igualdad, justicia social, derechos de las minorías, etc) de los últimos cien años. Quiere retrotraer las relaciones laborales a las condiciones de sórdida explotación de los tiempos de la acumulación primitiva de capital. Y la sociedad, los trabajadores, la gente en general no puede permitirlo. Hay que luchar para impedir que la presente involución haga tabla rasa incluso con los tímidos avances de a Constitución de 1978. Hay que manifestarse y prepararse para cuatro (quizá ocho) largos años de defensa y de resistencia en pro de una sociedad más decente, más justa, más igualitaria.

Ciertamente. Pero antes corresponde un breve examen crítico de cómo hemos llegado hasta aquí. El triunfo electoral de la derecha se ha debido en gran medida a la desmovilización de la izquierda. Y esta, a su vez, a causas objetivas, externas (como la crisis), contra las que cabía hacer poco y también a otras subjetivas, internas (las explicaciones, los programas, las consignas) que sí se podían haber pensado mejor. La primera de todas, la más dañina, aquel enfoque de que el PSOE y el PP son lo mismo (PSOE-PP la misma mierda es) y que no había que votarlos. Ahora, cuando cualquiera puede ver que era mentira, no me cansaré de repetir que este disparate no es solamente producto de la estupidez sino, en cierta medida, del afán por conseguir el triunfo de la derecha.

Siempre que se decía que el PSOE y el PP eran lo mismo se levantaban protestas indignadas del lado de la socialdemocracia. ¿Alguien vio que también se levantaran del lado de la derecha? ¿Alguna vez la derecha protestó porque se la igualara con su adversario? No, ni una. ¿Por qué? Obviamente porque la confusión le interesaba. ¿Nadie vio que le interesaba? Por supuesto, pero se ocultaba ya que, en definitiva, había un objetivo común: acabar con la socialdemocracia. La derecha no dedicó ni un minuto de su campaña electoral a atacar la "verdadera" izquierda, la izquierda "transformadora". Esta, a su vez, tampoco dedicó mucho tiempo a atacar a la derecha del PP, pues prefería hacerlo a la "derecha" de la socialdemocracia.

Bien. Ahora hay que salir a la calle a defender derechos y conquistas básicas del conjunto de la sociedad y en una situación material muy mala, en condiciones de inferioridad. Se hará, desde luego. Pero que cada cual sepa en dónde está.

La agresión a los sindicatos es un ataque a la forma de organización y defensa de los trabajadores. Igual que la agresión a los derechos de las minorías es un ataque a la libertad de la sociedad. El gobierno es el comité ejecutivo de la patronal y de la iglesia. Su finalidad, despojar a los trabajadores de sus derechos, ponerlos a merced de los patronos e infantilizar al conjunto de la población. Para ello todo vale, desde el infundio hasta la fuerza bruta, según se ve en Valencia. Soraya Sáez exige a los sindicatos transparencia en las retribuciones de sus dirigentes con el argumento de que se benefician de dineros públicos siendo así que nadie nunca ha conseguido saber cuánto ganan los dirigentes del PP que también se beneficia de esos dineros.

El neoliberalismo se prepara para el último asalto al Estado del bienestar, la supresión o privatización de los servicios públicos, la confiscación del poco capital social que queda a la colectividad en provecho de las empresas privadas. Y para ello necesita decapitar el movimiento sindical, amilanar a la gente, hacerle ver que no tiene derechos ni garantías y que, si lucha por ellos, todavía lo pasará peor. Esta es la situación real.

Solo se ve de verdad con el corazón.

Ayer se estrenó en el Nuevo Teatro Alcalá (que, en realidad, es muy clásico de structura) una adaptación de El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, con Noelia Marló como Principito y Didier Otaola como el piloto. Muy bien, muy buena idea. Agarramos a los críos y nos fuimos a verla, seguros de que disfrutarían de lo lindo con la preciosa historia del autor de Vuelo de noche, que sublima su propia aventura de un accidente de aviación en el desierto. Y así es, aunque la versión es un musical, cosa que no me parece un acierto porque no encaja con el espíritu de la obra. No porque El principito no pueda llevar música, que puede tranquilamente, sino porque las canciones sobran ya que todo él es un diálogo. La versión musical pretende, en cierto modo, "aniñar" la historia, cuando esta es en realidad para niños y para grandes porque gran parte del diálogo es sobre el mundo de los mayores. Y ¡qué diálogo tan sencillo, tan claro, tan profundo! Un diálogo que nos atrapa en la magia del autor al conseguir que lo vivamos en nuestro interior, que seamos al mismo tiempo el niño que habla y el adulto del que se habla.

No es un acierto el modo en que los intérpretes resuelven el curioso dibujo de la boa que se ha comido un elefante y que es el emblema del conjunto de la obra, Y tampoco me gustó la caracterización de Noelia que sobreactúa. Pero todo lo demás estuvo muy bien

Por cierto, hablando ayer de Palinuro, he aquí otro caso palinúrico. Creo recordar que Saint-Exupéry se perdió en un vuelo de reconocimiento sobre el Mediterráneo durante la segunda guerra mundial. Se recuperó y enterró un cuerpo anónimo, pero nadie sabe de cierto qué le sucedió ni en dónde cayó ni, por tanto, en dónde está. Hace poco un marinero encontró una pulsera de identificación del piloto y su esposa y, luego, se localizó el avión en el fondo del mar, frente a Marsella. Pero él estará en todas partes del mundo en que alguien coincida con el Principito en que lo que importa no se ve con los ojos sino con el corazón.

dissabte, 18 de febrer del 2012

Palinuro sobre Palinuro.

Cuando me decidí a abrir este blog no lo dudé un instante: su nombre sería Palinuro. Un amigo me preguntó si era una referencia al Palinuro de México, de Fernando del Paso. Y no, no lo era. Encuentro el novelón de Del Paso francamente estomagante, aunque imagino que tiene un mérito extraordinario, descomunal, como el gigante quijotesco que es.

Palinuro evocaba y evoca en mí muy distintas y preciosas asociaciones. La primera de todas, la obvia, es el piloto de la nave que lleva a los troyanos supervivientes, especialmente Eneas, hijo de Venus, a cumplir su destino de fundar un imperio y volver al cabo de los siglos a vengar la destrucción de Ilión subyugando a los griegos. Un piloto, un kybernetes. Pero uno que es objeto de sacrificio ya que su muerte antes de llegar a Italia es el que Neptuno exige para franquear el paso a los troyanos. Los dioses siempre exigen sacrificios humanos. Así que Palinuro cae por la borda y perece. Ni ve la tierra prometida, como Moisés.

Cuando Eneas baja a los infiernos se encuentra a Palinuro quien le dice que no puede cruzar el Cócito y entrar con él porque su cuerpo quedó sin enterrar. Una versión dice que la sibila Cumea le anuncia que los pescadores por fin lo sepultarán, lo cual al parecer hicieron en lo que hoy es el cabo Palinuro en la costa italiana, frente al mar Tirreno, lugar muy frecuentado por los turistas pues son famosas sus grutas marinas. Pero es una version.

Palinuro es el hombre insepulto que, como el holandés errante, vaga por el mundo sin estar en él y sin poder entrar en el reino de los muertos. Es una figura conocida en todas las civilizaciones que arrancan cuando a la gente le da por enterrar los huesos de sus antepasados rindiéndoles culto y hasta deificándolos. Palinuro es la metáfora misma del desterrado en el sentido literal del término ya que ninguna tierra puede llamar suya pues en ninguna yace. Si no se recupera su cuerpo, el hombre no está vivo ni muerto. Tampoco su alma, tómese nota. Es lo que la tradición cristiana llamaría después un "alma en pena".

Palinuro tenía que reaparecer en La divina comedia (Canto Tercero) bajo la figura de Manfred, Rey de Sicilia, cuyo cuerpo obliga la iglesia a desenterrar por haber sido excomulgado. Con esto plantea Dante el problema de la relación entre el cuerpo y el alma. El alma será más noble pero, si el cuerpo no descansa, el alma tampoco. La de su compañero Virgilio, ¿no estaba obligada a residir en un "no lugar" por no haber sido el poeta bautizado?

Y dejo aquí a Manfred, que tiene mucho peligro cuando se recuerda el de Lord Byron y sus secuelas. En realidad, mi Palinuro viene del seudónimo (Palinurus) con el que Cyril Connolly publicó en 1944 un curiosísimo libro, La tumba intranquila (The Unquiet Grave), recopilación de aforismos y textos literarios. La cuarta parte relata la historia de Palinuro, el piloto de Eneas al que el dios del sueño hizo caer por la borda del navío, convirtiéndolo así en un fantasma. La idea que Connolly tenía de sí mismo pues tal era su clarividencia.

Palinuro no está en parte alguna ni pertenece a ningún mundo. O si se quiere, tiene con la realidad el contacto que tiene el género Palinurus, artrópodos crustáceos más conocidos como langostas, en especial ese soberano ejemplar llamado palinurus elephas.

(No sé de dónde he sacado la primera imagen pero es una ilustración prerrenacentista, probablemente de la Eneida. La segunda es un grabado de Ernst Haeckel que está en el dominio público.)

divendres, 17 de febrer del 2012

Armageddon en Europa.

Ahora, cuando parece que el PIB de los Estados Unidos vuelve a crecer y el país genera empleo, está ya claro que la crisis queda prácticamente circunscrita a Europa. Desde luego, es de una extraordinaria gravedad. Según dice Paul Krugman, más de lo que fue la gran depresión de 1929. Se refiere seguramente a los aspectos económicos porque en los políticos la de 1929 fue mucho peor. Trajo la inestabilidad a Europa, la polarización política, el auge de los totalitarismos, el nazismo y, a medio plazo, la guerra. Nada de eso está dándose ahora mismo. La razón probablemente reside en el Estado del bienestar, que actúa como un factor de integración y estabilización. No es difícil imaginar en dónde estaríamos si no existieran la seguridad social, las prestaciones por desempleo, los sistemas de pensiones. Por eso es tan absurdo, tan delirante , desmantelar el Estado del bienestar. El aviso lo tenemos estos días en las turbulencias en Grecia, cuyo rescate se parece más a una explosión controlada que a una operación de salvamento.

Y no es solamente Grecia. Cada vez que un gobierno acepta nuevas condiciones draconianas y castiga más a su población, los mercados lo premian con mayores y más furibundos ataques a su deuda. Es el caso de España. La drástica reforma laboral (que, en realidad, supone la supresión de los derechos de los trabajadores) y la reforma financiera, aprobada casi por unanimidad en el Parlamento, se han traducido en un batacazo bursátil y una escalada de la prima de riesgo. Por no mencionar las agencias de rating que se han lanzado como hienas a morder en las vacilantes calificaciones de entidades bancarias y comunidades autónomas. Que la deuda de la Generalitat esté al nivel del "bono basura" es una ruina y una bofetada a la autoestima catalana. Y ahora, la reducción del consumo en España (¿cómo vamos a consumir si no tenemos con qué?), amenaza con hundir al país de nuevo en la recesión de la que había salido renqueante.

En su segunda recesión en menos de tres años han entrado ya varios países europeos, entre ellos los muy prósperos de Alemania y Holanda. Resulta patente que las políticas neoliberales de carácter restrictivo a las que se aferra la canciller Merkel han sido un estrepitoso fracaso. Pero ¿qué posibilidades hay de que la política democristiana reconsidere su actitud y cambie de proceder? Probablemente ninguna. Alemania está en una posición de fuerza y dicta las condiciones que consolidan esa posición y debilitan las de todos los demás. Insaciable el capitalismo (especialmente el alemán) en su pretensión de aumentar sus beneficios y la tasa de explotación de todos los trabajadores europeos, da otra vuelta de tuerca y hace más verosímil una catástrofe europea, un Armageddon continental.

Porque la crisis no es solamente un asunto económico sino que, por ser Europa, tiene asimismo un aspecto político. Lo que está en juego es el mantenimiento de la Unión Europea. Mientras los factores económicos, la crisis de la deuda soberana, los desequilibrios macroeconómicos, sean determinantes, los procesos de adopción de decisiones tenderán a parecerse a los de un consejo de administración de una sociedad mercantil. Pero esos procesos no se pueden transferir a una organización política como la UE, basada en la ficción jurídica de la igualdad de sus miembros. No es pensable una Unión Europea (un ente en busca de una Constitución eficaz) desigual, en la que unos Estados estén sometidos políticamente a otros.

Grecia no es un país soberano y su gobierno no es autónomo. Y lo mismo puede pasar (si es que no está pasando ya, aunque de forma larvada) con otros países, entre ellos, esa gran nación que es España, al repetido decir de Rajoy. Esta dinámica destruirá la Unión Europea.

En Europa, la crisis económica es también una crisis política pero, así como no se imponen alternativas a la política económica neoliberal, tampoco parece haberlas frente al retroceso de Europa hacia el tradicional sistema de Estados mal avenidos. Por eso no parece haber otra esperanza a corto plazo si no que los socialistas ganen las próximas elecciones presidenciales en Francia y legislativas en Alemania. Y aun esto será insuficiente. La izquierda europea debe dar una respuesta continental a la crisis partiendo de que Europa es de hecho una federación. No hay salidas nacionales del embrollo y el empeño neoliberal por imponerlas ya ha fracasado. Es urgente una conferencia europea de partidos socialdemócratas que proponga una alternativa europea de izquierda a la crisis.

(La imagen es una foto de Gorgrave, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 16 de febrer del 2012

... Y eran lo mismo.

Todo el mundo recordará, pues aún están muy frescas, las reiteradas afirmaciones y declaraciones de la izquierda llamada "transformadora", esto es, IU/PCE y grupos y organizaciones afines, de que el PP y el PSOE son lo mismo, que persiguen fines análogos. Su fórmula más gráfica fue PSOE-PP la misma mierda es, estilizada en el anagrama PPSOE. La misma "mierda" al servicio del neoliberalismo, en contra del Estado del bienestar y de los derechos de los trabajadores en general. Esa propaganda suscitaba reacciones irritadas de parte de los socialistas pero, significativamente, no del PP a quien, por supuesto, tan desatinada igualación beneficiaba.

A la vista de las medidas adoptadas por la derecha en sus primeros dos meses de mando, de las que están por venir, de las exigencias de la iglesia católica y la patronal a las que el gobierno se allana con verdadera fruición, es ya patente que aquella equiparación de la socialdemocracia y la derecha neoliberal era una mentira. Su propagación sólo podía atribuirse a un juicio completamente estúpido o a la torcida (y no tan oculta) intención de ir contra el socialismo democrático y favorecer los intereses de la derecha. Pero que sea hoy ya evidente no quiere decir que vaya a abandonarse. Al contrario seguirá esgrimiéndose en los debates políticos porque no es un error de cálculo conyuntural sino parte de una política deliberada de la izquierda de tradición comunista que, desde sus orígenes, ha preferido siempre combatir al socialismo democrático antes que a la derecha, incluidas sus formas más extremas, el nazismo y el fascismo. Es una historia antigua que cabe recordar.

Poca gente negará hoy que el hundimiento de la República de Weimar y el ascenso del nazismo en Alemania a fines de los años veinte y comienzos de los treinta del siglo XX se debieron en gran medida a la alianza táctica de comunistas y nazis en contra de los partidos centristas y los socialdemócratas, a quienes los comunistas llamaban "socialfascistas", igual que ahora los llaman "neoliberales". La llegada de los nazis al poder, la dictadura de Hitler y la persecución de comunistas y socialistas obligó a los primeros a revisar su línea de acción, dar un giro de 180º y propugnar la política de alianza con los socialistas que cuajó en los llamados "Frentes Populares" a partir del VII Congreso de la Internacional Comunista en 1935. Pero se trató de un breve interregno. En 1939, con la firma del Pacto germano-soviético (Ribbentropp y Molotov), se retornó a la colaboración entre nazis y comunistas y los socialdemócratas volvieron a ser los "enemigos de clase".

Durante la guerra fría, los comunistas siguieron denunciando a los socialdemócratas como agentes del imperialismo, lacayos del capital, inventores de la fórmula del Estado del bienestar que, para aquellos, no era otra cosa que un intento de desmovilizar a la clase obrera y someterla a sus explotadores. Solo en contadas ocasiones (la Unidad Popular de Chile a comienzos de los setenta o el "Programa Común de la izquierda" en Francia a fines de ese decenio) se pudo establecer algo parecido a una unidad de acción de la izquierda, mientras el resto del tiempo la política comunista siguió siendo de confrontación con el socialismo democrático. El llamado Eurocomunismo francés, español e italiano fundamentalmente también en los años setenta pretendía desplazar a la socialdemocracia hacia la derecha para ocupar su lugar.

En España, en los años noventa, la política de Anguita de "las dos orillas" (en una, la alianza de la derecha y el PSOE y en la otra la verdadera izquierda) fue una ayuda inestimable para que el PP ganara las elecciones de 1996. La crítica del PSOE a la supuesta "pinza" entre el PP e IU/PCE no era más que la respuesta a la afirmación de estos últimos de que el PSOE y el PP estaban en el mismo campo y defendían los mismos intereses.

La cosa viene de antiguo y no es nueva. Pero ahora que, con su flamante mayoría absoluta, la derecha está destruyendo todas las conquistas y los derechos conseguidos por los trabajadores en los últimos cien años, incluido como se ve el derecho de huelga, es un buen momento para plantear con claridad si esa política de confrontación con la socialdemocracia en nombre de una supuesta "verdadera" izquierda radical y transformadora (que, por supuesto, no ha transformado nada) no es el resultado de la necedad, la irresponsabilidad o la intención, apenas oculta, de favorecer a la derecha que ha conseguido desmantelar la protección jurídica de los trabajadores, retrotrayéndolos prácticamente al siglo XIX. En fin, que la insistencia en la estupidez no la hace menos estúpida.

El señor y la sierva.

Última ópera de la temporada de la Compañía Lírica del Mediterráneo en el teatro Compac de Madrid, que cierra con la Madama Butterfly de Giacomo Puccini. Lleno completo. Más que con La Traviata, lo cual, en efecto, se agradece porque anima mucho a los intérpretes, que se superan; pero tiene el inconveniente de que aumenta el ruido. Es insufrible esa maldita manía de los españoles de ir a carraspear y toser a la ópera, los conciertos o el teatro. Solo los superan los ingleses, más carraspeantes que los hispanos.

Madama Butterfly es una ópera clásica tardía, ya del siglo XX (estrenada en 1904) que abandona el gusto por los temas históricos, tradicionales, mitológicos o legendarios y plantea un conflicto contemporáneo, aunque situado en el ambiente exótico del Japón. La partitura, que recoge temas muy variados, desarrolla una especie de contrapunto entre una orquesta muy presente que va trabajando in crescendo el angustioso dramatismo del amor burlado y la exquisita belleza de las arias de la soprano. Pinkerton, el tenor, da la réplica sobre todo en recitativos pero desaparece en el segundo acto y tiene una breve intervención en el tercero. Sus ausencias las compensa el bajo Sharpless, el cónsul gringo. El predominio es de voz femenina y el drama es de mujer. Pero con una tremenda carga ideológica: la de que los hombres están por encima del bien y del mal y ejercen un tiranía llamativa.

La hermosa obra de Puccini es de un machismo y un racismo estomagantes. A mediados del siglo XIX el siempre misterioso y aislado Japón se había abierto al mundo gracias a los cañones del Comodoro Perry y, a partir de entonces, los países occidentales, especialmente los Estados Unidos, trataron de hacer con él lo que estaban haciendo con la China, colonizarlo. Pinkerton, símbolo del imperio estadounidense juega con los sentimientos de la niña Butterfly (de quince años de edad). Se casa con ella, pero no tiene la menor intención de respetar el matrimonio porque, obviamente, es representante de una cultura superior que no se siente moralmente y mucho menos jurídicamente obligada por un cultura inferior. Abuso de menores, bigamia, secuestro de niño, Madama Butterfly es una ópera delictiva, por así decirlo, lo cual plantea el problema de los límites morales del arte. Ciertamente, no hay que ser fariseos y rasgarse las vestiduras con las licencias artísticas, incluso las de consecuencia morales. Pero tampoco puede el arte glorificar sin más el ataque a la dignidad de los seres humanos.

Butterfly, que nos confiesa haber sido geisha por necesidad refleja la situación en que queda la mujer que acepta las imposiciones del machismo patriarcal, destruida como víctima inocente a pesar de que se nos presenta como un espíritu delicado, sutil, noble y sincero. Pinkerton incorpora la inmoralidad de una cultura pretendidamente superior, que instrumentaliza a sus semejantes y por ello se degrada a sí mismo, apareciendo a nuestros ojos como un vacuo filisteo, incapaz de corresponder a los nobles sentimientos de Butterfly, presa de prejuicios y convencionalismos. Quiere el autor, no obstante, que, arrepentido se salve gracias a la pureza del amor de Butterfly.

dimecres, 15 de febrer del 2012

El Nóbel de la paz para Garzón.

Hay algo simbólico en el hecho de que Garzón vaya a ser formalmente expulsado de la carrera judicial el próximo 23-F siguiente al triunfo de la derecha en las elecciones el 20-N. Sin novedad en el frente; el orden reina en Madrid, plaza de las Salesas como ayer reinaba en la plaza de Oriente. Pero es un orden basado en una clamorosa injusticia que tiene indignada a muchísima gente dentro y fuera de nuestras fronteras. Gente que está dispuesta a movilizarse por una causa que, a su vez, considera justa.

El nuevo asunto Dreyfus/Garzón tiene dos vertientes, una jurídica y otra política estrechamente relacionadas. La jurídica llevará al juez ahora condenado en amparo ante el Tribunal Constitucional y es posible que ante el de Estrasburgo, incluso al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, si bien este es más político que jurídico. Serán aquellas instancias las que decidan si Garzón tuvo un juicio justo o no. Entre tanto, la espada de la Justicia seguirá en alto.

La vertiente política, en cambio, está clara: el Tribunal Supremo ha expulsado de la carrera judicial al único juez que ha querido investigar los crímenes del franquismo. Que haya o no una relación real de causalidad entre el intento del juez y su castigo es aquí irrelevante. Hay una relación simbólica que tiene una enorme importancia. Garzón es hoy un valor universal que trasciende su circunstancia personal. Representa la lucha por los derechos humanos y la justicia contra las dictaduras estén en donde estén de modo eficaz, legal y legítimo. No es justo que ese valor simbólico quede anulado por una sentencia judicial que, para hacerse valer, sostiene venir de otra causa. Ese valor simbólico debe tener un reconocimiento mundial ya que en su propio país, como sucede con los profetas, no se le otorga.

Por eso, proponerlo candidato al premio Nóbel de la paz es una buena idea. Pero lleva mucho trabajo. Tengo en mi poder el folleto (lo colgaré mañana) que se editó para presentar su candidatura en 2002 en nombre de la Asociación Latinoamericana para los Derechos Humanos y la Fundación de Artistas e Intelectuales por los Pueblos Indígenas de Iberoamérica y hay que hacer un montón de cosas: constituir una comisión, recabar apoyos, pedir financiación, editar impresos, hacer la petición, traducirla a varias lenguas, en fin, moverse. Y eso sin tener la seguridad del éxito porque, al fin y al cabo, se pide el galardón para alguien condenado por un tribunal de justicia de un país democrático y que dispone de una diplomacia poderosa.

Pero si alguien tiene una idea mejor sobre cómo ayudar a un hombre que nos ha ayudado a todos, que la diga. Si no, podría empezarse ya movilizando a Avaaz y Actuable, a ver cuántos apoyos suscita la idea.

La mirada de fuera.

En los años setenta del siglo pasado el Nepal y su capital, Katmandú, eran lugares de peregrinación preferida de la tribu psicodélica. Los jóvenes occidentales de clase media, atiborrados de contracultura y misticismo, tenían que llegar como fuera a aquel remoto y atrasado reino del Himalaya entre la China y la India, pasar allí una temporada, tener algún tipo de revelación interior y retornar a casa vestidos como hare krishnas, con los atuendos védicos de la "kurta" y el "dhoti" y un zurrón de vasta tela con algún abalorio y unos rábanos frescos. Lo importante era la purificación. Los peregrinos vivían de lo que podían, aprendían habilidades manuales, se buscaban a sí mismos, rompían el velo Maya, despertaban del sueño platónico o eso creían. Pero no veían nada del país que habitaban, no veían que aquel silencioso aislamiento, presidido por la serenidad de las montañas, ocultaba el atraso y la miseria de un pueblo sometido a un régimen feudal y de castas.

Las cosas han cambiado. En la peli recién estrenada de Iciar Bollaín (que, al parecer relata un hecho real aunque libérrimamente interpretado, según reconoce la directora), la mirada de fuera está representada por una joven voluntaria y voluntariosa maestra catalana, imbuida del espíritu de solidaridad, sacrificio y entrega a los demás que trata de sacar adelante una escuela en un zona de chabolas en Katmandú y entre intocables. También será una experiencia de introspección (incluso hay un personaje que actúa como un gurú) pero no a través del aislamiento, como los hippies de los setenta, sino de la implicación directa y personal. A través de esta la protagonista, Laia, descubre los recovecos de la sociedad nepalí, toma conciencia del abismo cultural que hay entre una occidental emancipada y una gentes sujetas a costumbres y prejuicios tradicionales que las mantienen en la misería, el analfabetismo y la discriminación por razón de casta o sexo. Por cierto, por el tiempo de rodaje de la película, este debio de coincidir con el mandato del primer ministro Madhav Kumar Nepal, que había sido Secretario General del Partido Comunista nepalí (marxista-leninista, es decir, maoísta) luego de la conversión de Nepal en una República. Pero, extrañamente, no se habla de política en la peli. Si de la corrupción, la venalidad de los cargos públicos, la burocracia y la arbitrariedad, pero nada más.

Si esta historia se hubiera quedado aquí, habría sido una peli simpática, un poco como un documental con espíritu de ONG y de las dificultades de llevar el desarrollo, los derechos humanos, a las zonas más atrasadas del mundo, aunque estén gobernadas por comunistas o quizá por eso mismo. Pero no se queda ahí. Al fin y al cabo, es Katmandú y la leyenda de lo trascendental. Así que también se pretende ir más al fondo de las cosas y exponer el choque de dos culturas, de dos sistemas de creencias, de dos morales, una que se piensa más avanzada y que trata de ayudar a la atrasada, al tiempo que la comprende.

Esto de los encuentros de culturas los ingleses lo bordan. Llevan decenios haciéndolo. Un pasaje a la India, de E. M. Forster, es la obra más lograda a mi juicio, pero ha habido muchísimas otras, desde las bohemias de Orwell hasta las jingoístas de Kipling. Y lo han hecho con muchas culturas; con la española también. Basta recordar al Borrow de La Biblia en España en el siglo XIX o al Brenan de Al Sur de Granada en el xx, libros que los españoles jamás podrán escribir de Gran Bretaña.

A partir del momento en que la peli toma este derrotero se hace falsa y acartonada. No hay en verdad un encuentro de dos culturas sino de tres ya que la acción de Laia se hace en inglés, una tercera cultura que tiene relaciones propias con las otras dos. Esa perplejidad que a veces muestra la protagonista frente a la irracionalidad de los usos y costumbres nepalíes (sin ir más lejos, la discriminación femenina) resulta algo impostada cuenta habida de su origen. Y eso que Laia es catalana, si llega a proceder de otra zona más atrasada de la Península resultaría hasta cómico. Ese intento de crear una especie de clase "universal" occidental, haciendo caso omiso del hecho de que, en muchas cosas, la distancia cultural entre la española y los nepalíes puede ser menor que entre ella misma y la cultura inglesa en cuya lengua se ve obligada a expresarse convierte la película en una imitación de un género en el que los españoles no pueden sobresalir por razones obvias.

dimarts, 14 de febrer del 2012

El caso Garzón.

Desde el comienzo de la peripecia judicial del juez Garzón hubo gente que la comparó con el caso Dreyfus. Por supuesto no se refería a que hubiera similitud objetiva alguna entre ambos asuntos. El caso Dreyfus fue uno de antisemitismo, militarismo y nacionalismo, mientras que el de Garzón es uno de jurisdicciones, de derechos, de procesos, en definitiva, político. Hay quien dice que no es tal puesto que se trata de un asunto exclusivamente jurídico, de los que entiende y debe entender el Tribunal Supremo. Pero eso no es cierto. Todo lo jurídico es político porque el derecho es siempre materia de interpretación y toda interpretación se hace en función de una jerarquía de valores que son inevitablemente políticos, cuestionables. La prueba es que hay que conceder la decisión última a un órgano en virtud de la propia concesión y no de la razón última de la decisión. Lo cual abre perspectivas tenebrosas.

La referencia al caso Dreyfus se hace a la vista del impacto social que produce una decisión judicial, las reacciones que se dan, el problema moral que plantea, que sacude a la sociedad y reverbera en el exterior de forma preocupante pues proyecta una imagen del país que las naciones civilizadas repudian.

Son los hombres los que hacen la justicia y no son hechos por ella aunque algunos iluminados puedan pensar así. La sentencia del Supremo recuerda a Garzón que no se puede administrar justicia a cualquier precio. Pero ese pudiera ser el caso, precisamente, de la sentencia.

La justicia, además, debe ser inteligible. Un juez cuya acción en general (no toda, claro) ha sido de servicio ejemplar a la justicia, que ha sabido conjugar eficiencia judicial con garantías del proceso debido (aunque haya quien sostenga que tampoco siempre) y que ha abierto caminos para la jurisdicción penal universal, verdadero medio de proteger los derechos humanos en todo el planeta, un juez así, digo, ¿cómo puede ser un prevaricador por partida doble o triple? Eso hay que explicarlo muy bien.

Sin embargo, lo que se tiene no son explicaciones sino un modo de proceder que parece tratar de conseguir un objetivo (la condena de Garzón) sin tener que darlas o, cuando menos, sin tener que dar las verdaderas. Los tiempos procesales (rapidez insólita en el proceso de las escuchas y lentitud de paquidermo en el de los crímenes del franquismo con el tercer proceso por cohecho impropio moviéndose en la ambigüedad) no son inocentes. Lo decía Palinuro hace unos días, que a lo mejor no se condenaba a Garzón en el proceso por los crímenes del franquismo porque, habiendo sido condenado por las escuchas, ya no hacía falta y se evitaba el bochorno mundial de condenar al único juez que ha tenido el valor y la entereza de hacer justicia a las víctimas del franquismo, decenas de miles, muertas y vivas, que la esperan hace setenta años. A ello se añade ahora el archivo de la causa por el supuesto cohecho impropio que parece pensado para castigar más a Garzón pues en lugar de reconocer que no hay causa, como pedía el fiscal, el juez imputa un delito de cohecho pero archiva por prescripción con lo que no da al imputado posibilidad de defenderse. No solo quieren a Garzón enterrado sino con una estaca clavada en el corazón.

El gobierno y los jueces más conservadores piden respeto para las decisiones del Supremo. Pero el respeto no se pide; se gana. Y no es el caso. Por lo demás, hasta el gobierno entenderá que las decisiones judiciales no son en sí mismas límite a la libertad de expresión. El único límite que esta libertad tiene es la comisión de un delito, por ejemplo, en este caso, de desacato. Pero la crítica que no insulta, injuria, calumnia o amenaza gravemente no es desacato.