diumenge, 7 de desembre del 2008

La imposible reforma de la Constitución española.

Como todos los años, ayer, seis de diciembre, se conmemoró el aniversario (esta vez el trigésimo) de la Constitución Española (CE) en un acto que cada vez resulta más ridículo y vacío, más de símbolo de Corte de los milagros que festeja un texto inoperante y que, por mucho que digan algunos que cabe reformarlo (otros, por ejemplo, el señor Bono, echan las muelas ante la sola idea de la reforma) es, de hecho, irreformable jurídica y políticamente. Véamoslo:

Jurídicamente. Los artículos 166 a 168 que regulan la reforma (del tipo de las llamadas "agravadas") plantean tal cantidad de requisitos que, de hecho, la hacen imposible. Según lo que quiera reformarse, se precisan tres quintos o dos tercios del Congreso, así como un referéndum casi automático pues basta que lo solicite la décima parte de la Cámara. Y eso en la reforma de menor calado. En la de mayor, los dos tercios, disolución de Cortes, nuevas elecciones, nueva aprobación de la propuesta de reforma y referéndum. Prácticamente imposible a no ser que haya acuerdo completo entre los dos grandes partidos nacionales.

Políticamente.La reforma es imposible porque la CE es la clave del arco que cierra la transición española, la depositaria de todas sus miserias, componendas, renuncias y trampas con lo que está claro que quien se arriesgue a una reforma parcial, controlada (como la que pretendía el señor Rodríguez Zapatero) se arriesga a que lo que sea controlado sea la voladura del conjunto del invento. La CE es el producto del "atado y bien atado" de Franco y si alguien pretende desatarlo, lo que hará será replantear todas las cuestiones pendientes de la transición que quedaron congeladas en el bloque intangible del texto. Estos son los pilares del régimen democrático español, constitucionalmente consagrados y que no pueden tocarse:

"La forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria", reza el artículo 1, 3. La CE cuela de matute la Monarquía franquista en el sistema democrático sin consulta previa ni referéndum alguno, con la endeble excusa de que ya había sido aprobada en el referéndum de la Ley para la Reforma Política, un texto con el que se chantajeó a los españoles y que de hecho se tramitó como la octava Ley Fundamental de Franco, con el referéndum previsto en la legislación franquista y para el que la izquierda pidió, recuérdese, la abstención, esa misma izquierda que hoy se abraza a la Constitución como si fuera su salvavidas.

El famosísimo artículo 2, en relación con el 8 proclama la unidad de la Patria y encomienda su salvaguardia a las Fuerzas Armadas en lo que no cabe si no ver una forma de Estado tutelada y vigilada por los militares. Asimismo el citado artículo predetermina la doctrina del "café para todos" del llamado Estado de las Autonomías con el único fin de desactivar las pretensiones autonomistas de Cataluña, el País Vasco y Galicia y anegarlas en el charco del Título VIII que deja el modelo territorial español abierto para siempre y hace de España un país territorialmente ingobernable en el que los debates sobre federalismo, autonomía, autodeterminación e independencia seguirán alentando porque el modelo establecido es un fracaso.

En conexión con lo anterior el artículo 69 regula el Senado, una cámara perfectamente inútil e inoperante que no cumple ni por asomo la función asignada de "cámara de representación territorial" ya que ésta la realiza el Congreso de los Diputados. Ello es lógico si se piensa que, cuando se aprueba la CE en 1978, no hay una sola Comunidad Autónoma establecida y nadie sabía cuántas habría en el futuro, así que el legislador acometió la tarea de sacarse una cámara entera de la cabeza como Palas surgió enteramente armade de la de Zeus, para un país cuya organización territorial era inexistente, es decir para un país inexistente.

El bodrio es tan monumental que el Senado y la sucesión al trono de España, son los dos únicos aspectos sobre los que probablemente haya consenso suficiente para la reforma. La tal sucesión, prevista en el artículo 57,1, es inconstitucional por consagrar una discriminación por razón sexo, contraria al artículo 14 de la misma CE, de modo que la Constitución española es la única Constitución inconstitucional del planeta, algo que seguramente sólo puede entender el Mad Hatter de Alicia en el País de las Maravillas. De todas formas, el consenso acabaría en el acuerdo de reformar y, en tratándose del Senado, se rompería a la hora de sustituirlo por otro, con lo cual, tampoco esto puede tocarse.

El artículo 68 consagra el sistema electoral proporcional más desproporcional del mundo, más que el de algunos sistemas mayoritarios, como el australiano. En este caso la intención del legislador es trasparente: blindar un sistema electoral injusto que favorece a las derechas sobre las izquierdas y a las zonas rurales sobre las urbanas para que no sea posible cambiarlo. Y voto a tal que no lo es. Todas las muy justificadas peticiones de modificación del sistema electoral tropiezan con el hecho de que, para acometerla, sea precisa una reforma de la Constitución que ya estamos viendo que, salvo en alguna ocasión en que ha sido obligada por la necesidad de recibir en España alguna norma imperativa de la Unión Europea, no es posible.

La cuestión religiosa. El artículo 16,3, que consagra una tibia aconfesionalidad del Estado "aclara" (por no decir que oscurece) a continuación que "los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones", un texto marrullero del que sólo se saca en limpio que el Estado es aconfesional pero tiene que entenderse con la Iglesia católica, situación que si quiere cambiarse, deberá ir por el procedimiento superagravado de las dos mayorías de dos tercios, disolución, elecciones y referéndum. Con razón se encontraba ayer un cura detrás del Jefe del Estado mientras éste desgranaba sus habituales vaciedades sobre la CE en el solemne acto. Como puede apreciarse más arriba en la foto, copreside un clérigo que, si no lo ha puesto dios ahí milagrosamente lo habrá puesto el Concordato; pero estar está, sin duda para corroborar la aconfesionalidad del Estado. Pura Corte de los milagros.

Ya no hablemos de la Constitución económica que queda sometida al valor absoluto de la economía de libre mercado y la propiedad privada y que hace enunciados vagarosos de derechos como el derecho al trabajo o a una vivienda digna, entre otros, que pueden atropellarse sistemáticamente sin que la CE prevea mecanismo alguno de protección o amparo.

La Constitución que tanto celebramos es el resultado del atado y bien atado de Franco; por eso su edición príncipe luce el águila de San Juan de la Dictadura.

(Las imágenes son una foto de Jaume d'Urgell, y otra de 20 Minutos, ambas bajo licencia de Creative Commons).

Los tontos de los cojones.

El asunto es suficientemente conocido y se ha comentado en todas partes: los insultadores compulsivos, los que llaman a los demás "miserables", "bellacos", "cómplices de los terroristas", "vagos", "bobos solemnes", "traidores", etc, están indignados por los insultos del alcalde de Getafe a los votantes del PP y, no aceptando su petición de disculpas, exigen su dimisión.

Lo que no ha sido tan comentado es esa exigencia de dimisión, ese maximalismo muy típico del PP y sobre todo de su presidente, el perpetuamente indignado señor Rajoy, el del ofendido honor calderoniano, el de "esto es intolerable" y "hay que tomar medidas". Es su estilo de traca y astracán, su espontánea reacción visceral que nunca recapacita sobre las consecuencias posteriores. Es lo que hace siempre en estos casos: condicionar su participación a exigencias imposibles de cumplir, como los niños. Lo hizo frente a El País por alguna cuestión de negra honrilla; lo hizo queriendo boicotear el programa "59 segundos"; lo hizo con el boicot a los productos catalanes y lo hizo recogiendo cientos de miles, millones de firmas contra el Estatuto o algo así. Gestos ampulosos, pura teatralidad de voz huera y cavernosa, exageraciones ridículas para, al final, cuando nada sucede y nadie le hace caso, olvidarlas discretamente, envainarsela con disimulo, dejar que caigan en el olvido y esperar que nadie se las frote por los morros cuando las derechas siguen hablando con El País, yendo a 59 segundos, bebiendo cava catalán y dejando el estatuto en paz.

Ahora estamos en las mismas: muy indignados y con la nariz alta, los alcaldes del PP se marcharán de la Federación Española de Municipios y Provincias y ahí se quedarán, a la intemperie, mientras el resto de los miembros seguirá funcionando y tomando decisiones y así hasta que los boicoteadores se den cuenta de que están haciendo el ridículo y vuelvan a sus puestos a la chita callando.

De donde se sigue que Pedro Castro estaba equivocado en su juicio que no debió dirigirse a los votantes del PP si no a otros. Y no digo más pero está claro que los tontos de los cojones son otros.

(La imagen es una foto de (La imagen es una foto de El Plural, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (XXII).

Ciborgs.

(Viene de una entrada de Caminar sin rumbo anterior, la XXI, titulada La playa)

A la mañana siguiente, cargando con mi mochila nueva que era muy cómoda y tenía gran capacidad, decidí tomar un tren a Barcelona. Por ningún motivo concreto. Simplemente salí y como nada me retenía en X*** ni nada me obligaba a regresar a Madrid pensé qué ciudad podría agradarme más y di con Barcelona. Pregunté en dónde había una estación de autobuses de línea. Resultó que salía uno poco después de mediodía y llegaba no muy de tarde, dejándome cerca de la estación de Sants, en donde ya me buscaría la vida. Como tenía un par de horas de espera me metí en un cibercafé. De pronto pensé que igual daba con Teresa de los clavos de Cristo en la red. No tuve más noticias de ella desde que me anunció que se iba a Somalia pero nada me permitía suponer tampoco que no hubiera vuelto o estuviera en algún otro lugar, dedicada a vaya Vd. a saber qué. Con razón se llaman cibercafés los cibercafés. Ese prefijo, que está por todas partes, cibernauta, ciberjuego, etc hasta ciborg que es un ser doble de la época cibernética. Todas las épocas tienen representación de la condición dual del ser humano, a veces incorporándola en sí mismos, otras representándola iconográficamente, otras elaborando doctrinas de la dualidad. Uno de los primeros héroes de la humanidad, que surge casi en el amanecer de los tiempos, Gilgamesh de Uruk, que estaba en Sumeria y que hacia el año dos mil seiscientos antes de Cristo se componía de dos tercios de dios y uno de hombre. Los hombres conciben los dioses a su imagen y semejanza, los antropoformizan. La única religión que concibe un dios no antropomórfico pues no tiene forma alguna, al que sólo Moisés ha visto y tampoco tiene nombre pronunciable es la judía. Los cristianos han vuelto a lo antropomórfico y al politeísmo que quizá sean más naturales a las gentes que el alucinado monoteísmo hebreo: de sus tres dioses, dos tienen figura humana y el tercero es una paloma, Eros, el animal de Afrodita. Los musulmanes han encontrado un medio justo entre los dos: dios no tiene forma, su figura no se puede representar, no hay imagen de dios, pero sí la hay del profeta. "Sólo hay un dios y Mahoma es su profeta" quiere decir, además de lo que es obvio, también que sólo hay un profeta; no como en el mosaísmo que hay tantos que se dividen mayores y menores o como en el cristianismo que ha añadido algunos a los del Viejo Testamento, por ejemplo San Juan Bautista, el que se alimentaba de cigarras en el desierto. En la mayoría de los casos, la dualidad fundamental del ser humano la representa éste mediante seres imaginarios, normalmente compuestos de persona y uno (o más) animales; así las esfinges, las sirenas, los centauros, las arpías, los sátiros. De todos estos, la parte humana es dominante si por dominante entendemos aquella donde se asientan las funciones mentales. Por eso resulta de interés la figura del Minotauro en el que lo dominante es la parte animal. Suelo pensar que esta figura, aunque leyenda griega, es minoica, o sea cretense y, por lo tanto, trae la influencia de Egipto en donde hay muchos dioses zoocéfalos como Horus o Anubis. En lo que hace a las teorías, las que hablan de la condición dual del hombre, del bien y el mal y Caín y Abel y todo eso, los ejemplos son casi infinitos. Por ello el ciborg es una figura de ahora, un ser parcialmente biológico y parcialmente artificial, tecnológico, y tiene muchas variantes según cuáles predominen. En todo caso es un ser cibernético, un ciber, como mi café, es decir, algo que sirve para dirigir y pilotar o para der dirigido y pilotado que es lo que es el kubernetes griego, el piloto, de dónde viene la cibernética que, como la definía su fundador, es la ciencia del animal y la máquina y erl ciborg es su criatura, un ser que hemos aceptado ya porque se va imponiendo poco a poco. En un mundo en que cada vez hay más trasplantes, más prótesis, más gente anda por ahí con implantes, válvulas, fibras, pinzas, tornillos, circuitos, el ciborg no es un vaticinio sino un diagnóstico.

Aunque la busqué en todas las redes sociales no encontré a Teresa de los clavos de Cristo. No estaba en la red. O no estaba con ese nombre. Pensé en buscar por el apellido compuesto del primo Máximo pero no lo hice por pereza. En cambio me encontré un mensaje en Skype de Laura en el que me decía que tenía ganas de conocerme después de lo que Vlam le había platicado sobre mí, que no me procupara, que sólo pretendía que entabláramos contacto y que fijara yo día y lugar para una cita, que estaba a mi disposición. Era claro que no iba a conseguir librarme de aquella embarcada de mi amigo así como así. Un verdadero fastidio. Quizá debiera dejar la nueva intromisión sin responder. Pero mi buena educación manda contestar a las cartas y atender las llamadas de teléfonos porque en algo hemos de distinguirnos los seres humanos de las bestias salvajes que no saben leer ni hablar por el móvil, como si fueran subsecretarios, así que respondí que en este momento estaba de viaje. La respuesta fue inmediata. Aquella mujer debía de estar al pie del ordenador: "¿A dónde?". Ahora sí que no contestaría. Que se fastidiara y no supiera en qué dirección mirar, hacia dónde encaminar sus pasos. Abrí el correo electrónico con intención de liquidar mis compromisos del día si los hubiera y salir del ciber cortando la impertinente comunicación. Tenía un recado de mi socio en la consultoría. Veo que no he dicho que, luego de numerosos tumbos por la vida, de hacer una ristra de oposiciones y sacar alguna, no se crea, acabé montando una empresa de asesoría, marketing, consultoría y lo que se terciara con un socio, amigo que había conocido en el servicio militar, un tipo sobrado, un chaval de derecho con quien compartí una temporada de trabajo ambos en un gabinete de un ministro amigo, él como asesor jurídico y yo como jefe del área de comunicación, donde terminamos por conocernos. Quiso la vida que intimáramos, que nuestras familias se conocieran y se llevaran bien y, al final, montamos juntos el negocio del que él me dejaba ahora en excedencia mientras yo me dedicaba a lo que más me gustaba, a andar los caminos de la libertad sartriana que era lo mío. Aquel negocio además me permitía seguir cultivando mi afición publicística. Podía seguir escribiendo lo que me apeteciera y publicándolo donde pudiera, que siempre pasa lo mismo con algunos que lo difícil no es escribir si no publicar. El recado era entusiasta. Una compañía estadounidense que fabricaba ropa de deporte nos había comprado un proyecto de comercialización de sus productos entre los latinos residentes en los Estados Unidos. Eso de ser competente en las pautas culturales del personal tiene sus ventajas y el gobierno autonómico de Andalucía nos compraba otro proyecto de campaña para popularizar el logo de la Junta. Con esos dos planes, seguía diciendo mi socio, que se llamaba Daniel y era de La Coruña, había yo dejado la compañía provista de fondos para dos ejercicios presupuestarios así que no me preocupara de más y disfrutara mi excedencia. Visto lo cual y muy tranquilo con un negocio que marcha casi sólo y al que probablemente se pueda recurrir en un momento de apuro y que descansa sobre las buenas relaciones que uno tiene con todo el mundo, abandoné el ciber y me dispuse a hacer tiempo debajo de un ficus enorme.

Los viajes en autocar son los más baratos y aunque no especialmente cómodos, los más divertidos porque es en donde pasan más cosas, hay paradas para estirar las piernas y aliviar la vejiga, aunque ahora los autocares traen servicio, como los aviones y muchos otras comodidades que hace solo unos años en tiempos de La Segoviana eran impensables. El mío que era un ultimísimo modelo sueco, traía todos los adelantos y encima no iba lleno de forma que pude estirarme en mi asiento, ocupar dos y pasar la mayor parte del trayecto adormilado, en ese estado de duermevela en que cae uno ocasionalmente cuando no tiene nada que hacer, nada que lo mantenga despierto pero al mismo tiempo tampoco está necesitado de sueño y no puede concentrarse en una actividad como la lectura. En realidad había sacado un cuaderno y un lápiz con ánimo de pergeñar algunas notas, no recuerdo bien para qué ni por qué empecé a esbozar rostros, unos de perfil y otros de tres cuartos, que no se me dan mal del todo. Luego intenté reproducir el mío. Cosa muy difícil cuando no se tiene un espejo lo que demuestra que la memoria iconográfica es muy imperfecta. Cierto que yo iba medio dormido, acunado por el ritmo constante del autocar en la autopista y que sólo concedía atención parcial a mi propósito de reproducir en el papel mi vera efigie; pero venía a ser que no la encontraba. No existía. Era un fallo de la memoria. Pero no es costumbre pensar que dichos fallos puedan darse. Fallos conceptuales, para entendernos, sí: fallos en que uno olvida un nombre o una palabra; pero no fallos de imagen, de impresiones. Eso es como si en lugar de olvidar un nombre, por ejemplo, "castaña" olvidara la forma de la castaña misma. Lo cual no es posible. ¿O sí? No es posible si creemos en los universales. Seguramente el universal "castaña" es inolvidable porque es un constructo de la mente. Pero claro que puedo olvidar la castaña concreta, la que un día hallé en el pretil de un pozo y a la que dediqué unas rimas, juntando castaña con engaña, musaraña, araña y espadaña en las que lo que más resaltaba era cómo había evitado usar España. Igualmente ¿podía de repente quedarme sin ser capaz de reproducir en mi mente no ya la imagen de aquella castaña si no la de la Torre Eiffel o la de la Cibeles en Madrid? ¿Podía un recuerdo gráfico borrarse de la memoria? Por cierto que sí. ¿Acaso no se van borrando con el tiempo (o con lo que sea) los rasgos de algún rostro de forma que cuando queremos rememorarlo sólo lo conseguimos parcialmente y acabamos confiando el recuerdo a una especie de mostruosa especialización iconográfica de modo que decimos "me acuerdo de su mirada" o de su risa o de su nariz y aquel rostro queda de inmediato caricaturizado, reducido a uno de sus rasgos? Sin duda. ¿Qué de extraño tenía que me sucediera con mi propio rostro? Además, no acostumbro a hacérmelo presente con frecuencia y hasta cuando estoy ante un espejo voy pensando en otras cosas y apenas me concedo atención, de modo que no es extraño que me sorprenda pensando cómo he cambiado. Y el caso era que no podía dibujarme ni por aproximación. Obtenía unas figuras vanas, vacías con las que no me identificaba y que demás eran muy feas. Opté por ponerme a hojear un suplemento literario que había en la redecilla del respaldo del asiento anterior. Allí fue donde leí que un conocido presentador de televisión, alguien con quien había tenido relación cuando ejercía de asesor de comunicación del ministro, presentaba un libro de reportajes y entrevistas, de esos que se escriben para mostrar que uno se trata con la crema de la crema y que a uno se le pone el Papa al teléfono, y la presentación tendría lugar esa tarde en un un círculo cultural del centro de la ciudad. Si el autocar llegaba a tiempo a destino podía asistir. Llegaría seguramente con el acto comenzado, pero podría ir. Y, la verdad, pensé antes de caer vencido por el sueño, estaría bien encontrar a alguien amigo que me recibiera a mi llegada a Barcelona, aunque fuera lo último en que estuviera pensando.

(La imagen es nº 6 (Homenaje, de la serie Historia de un guante, de Julius Klinger).

dissabte, 6 de desembre del 2008

La crisis general del capitalismo.

Los últimos datos del índice de producción industrial, que señalan el mayor descenso de ésta en su historia,un 12,8 por ciento respecto al mes de noviembre de 2007, demuestran que va muy acelerado el proceso de transferencia de la crisis financiera a la de la economía real y que, por lo tanto, la ya confirmada recesión puede acabar convertida en una depresión en toda regla. Es opinión cada vez más extendida que resucitan los vaticinios de Karl Marx respecto a la crisis general del capitalismo.

La posible depresión viene dada por el círculo vicioso del exceso de producción (epítome, la burbuja inmobiliaria) en paralelo con un descenso del consumo que obliga a restringir la producción y despedir mano de obra lo que, a su vez, deprime más el consumo que incide de nuevo sobre la producción, etc. ¿Y cómo se puso en marcha esta dinámica viciosa? Como parece por acuerdo general a través de la contracción del crédito a que ha dado lugar la crisis financiera disparada con las famosas subprimes estadounidenses: no hay liquidez en el mercado, las empresas no pueden pagar las nóminas, suspenden pagos, los trabajadores se van a la calle, los bancos no conceden créditos y, en el colmo del rizo del rizo, no se conceden créditos entre sí. En estas condiciones la demanda ha caído aceleradamente sin visos de recuperarse.

Según todos los datos nos encontramos en una situación similar a la de los años treinta, de la que se saldría años después aplicando las recetas keynesianas, sobre todo del llamado “keynesianismo de guerra” cuando toda la producción civil giró a la producción bélica y aumentó la inversión no para producir coches o tractores sino carros de combate y piezas de artillería. Pero ahora, al parecer, las medidas keynesianas no son de aplicación, y menos las de guerra por dos razones: la primera porque no hay conflicto bélico imaginable en el horizonte de envergadura similar al de la segunda guerra mundial. Los conflictos hoy abiertos mundo adelante, aunque muy numerosos, son de efectos limitados, generalmente asimétricos y suelen dilucidarse básicamente con armas pequeñas y ligeras, de las que hay muchas en los mercados internacionales, a pesar de los acuerdos de la ONU en su contra.

La segunda razón: porque la economía y el sistema financiero se han globalizado de modo tal, que aquellas medidas keynesianas, pensadas para mercados nacionales más o menos protegidos en el contexto de Estados soberanos tradicionales ya no son aplicables. La situación es nueva con una globalización de hecho y, en algunos casos (como la Unión Europea), una transferencia de hecho y de derecho de las competencias estatales al orden supranacional. De este modo las decisiones requeridas carecen de referencias por lo que sus resultados pueden ser contraproducentes como de hecho han sido bastantes de las que se han tomado hasta ahora.

A diferencia de los años treinta los países afectados cuentan con sistemas desarrollados de bienestar capaces de amortiguar el impacto de la crisis económica sobre los regímenes democráticos. Los seguros de desempleo, los servicios universales de salud, la educación gratuita, universal y obligatoria y el complejo de prestaciones sociales de los Estados del bienestar deberán funcionar como salvaguardias que impidan el extremismo y polarización políticas que llevaron a las dictaduras y el conflicto de los años treinta en que amplios sectores sociales se radicalizaron políticamente y en una situación en que no había apenas seguro de desempleo ni el resto de características del Estado de bienestar, en muchos casos se afiliaron a partidos políticos extremistas y a sus organizaciones armadas lo que, entre tras cosas, les daba unos rendimientos. Ahora todos aquellos elementos del Estado del bienestar deberían bastar para impedir una crisis de los regímenes políticos democráticos.

Todo lo cual será cierto siempre que no olvidemos dos factores: primero la tendencia de la economía a abusar y a desmantelar los mecanismos de salvaguardia es directamente proporcional a la fortaleza de estos; basta recordar cómo las ingenierías de los despidos (por ejemplo, las prejubilaciones) se hacen normalmente drenando recursos públicos para fines privados de forma masiva. El capitalismo depredador avanza desmantelando cuanto encuentra a su paso y, si puede, externalizará sus costes destruyendo lo que resta de los mecanismos públicos de protección social.

El segundo que los sistemas políticos democráticos descansan sobre altos niveles de desafección ciudadana, baja participación y bajísima afiliación a partidos, todo lo cual es caldo de cultivo para el surgimiento de populismos (alimentados a su vez por la presencia masiva de inmigrantes) y corrientes políticas extremistas dispuestas a capitalizar la crisis económica en radicalismo político sectario. El resurgimiento de la extrema derecha y los partidos populistas en diferentes países europeos, en algunos de los cuales, como Italia o Austria, han conseguido llegar a los gobiernos, es revelador de la situación.

La crisis es ya una crisis general del capitalismo y cada vez resulta más probable que de ella no se saldrá sin un grado considerable de destrozo institucional y de dificultades crecientes de los sistemas democráticos.

(La imagen es una foto de Álvaro Herraiz, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (XXI).

La playa.

(Viene de otra entrada anterior de la serie Caminar sin rumbo (XX) titulada El amor improbable).

El viaje de Madrid a Lisboa transcurrió en un santiamén o eso me pareció, pues iba pendiente de lo que Teresa decía, lo que a Teresa se antojaba, lo que Teresa miraba o de por qué callaba. Las relaciones entre edades muy separadas siempre se presentan en el mundo como si fueran, digamos, de las "normales" en el sentido de que son mayoritarias y que por ello sientan una "norma"; pero no lo son en modo alguno. Son relaciones con un fuerte elemento paterno (o materno) filial. El más joven mira al mayor con una mezcla de amor, deseo y reverencia que en mi caso se intensificaba porque la reverencia, además de su factor natural de caracter materno, llevaba otro artificial ligado a la condición religiosa. Para mí Teresa seguía siendo Teresa de los clavos de Cristo, sobre todo cuando estaba en mis brazos gimiendo por todas las razones incluida la de estar viviendo empecatadamente y acumulando una penitencia que habría que ver en qué consistía cuando se decretase y cómo se decretaba. Pero en la vida civil, por así decirlo, Teresa mostraba una aparente seguridad que me infundía confianza porque siempre sabía lo que había que hacer, jamás dudaba y no conocía qué fuera asesorarse o pedir consejo. En aquella ocasión ya lo tenía todo organizado. Su primo, que se llamaba Máximo estaría esperándonos en la estación, nos enseñaría Lisboa (ya que ella suponía -y no acertaba- que yo no la conocía) si queríamos y, si no, ya tenía alquilada un casita junto a la praia da Rainha en el centro de Cascais porque al fin y al cabo habíamos ido allí a ver el mar, a vivir en el mar, qué diablos.

La verdad es que Teresa era muy guapa o estaba muy guapa en aquella época. Llevaba en el rostro una especie de reflejo otoñal, de belleza que se sabe cumplida y está recibiendo los primeros estigmas del desgaste. El brillo de la mirada, por ejemplo, es muy característico porque sigue siendo intenso pero parece velado por una sombra de conformidad que refleja comprensión y ternura. Algo como para enloquecer a quien sepa verlo. Ya no llevaba moño ni coleta si no que se habá dejado el largo cabello liso suelto que era castaño irisado con algunas canas que no se molestaba en disimular. No se adornaba, su atuendo era sencillo, como antes, y nada provocativo. Seguía siendo un poco monja en su aspecto, había liberado algo la gesticulación y, por supuesto, el vocabulario Tenía una tez blanca con un gesto de cierta severidad pero reía fácilmente como con estallidos de alegría que la hacían aparecer como una diosa griega vestida con traje sastre.

El primo Máximo estaba en efecto esperando. Debía de tener algunos años menos que Teresa y era un hombrón huesudo, obeso, que se movía con dificultad y parecía que arrastrara los pies , quizá porque fueran planos. Era rubio, con el cabello rizado y sonrisa de querubín del quatrocentto que daban ganas de cruzarle la cara. Estaba encantado de recibirnos, sobre todo a su querida prima y muerto de curiosidad cómo era que había decidido abandonar su profesión e instalarse por su cuenta y qué pensaba hacer en el futuro. Después de presentarnos Teresa apenas lo escuchaba; sin contestarle a ninguna pregunta le dijo que habíamos ido allí a perdernos en la playa, mirando el mar y adorando al sol y, diciendo esto, me cogió la mano y se la llevó a los labios, en un gesto que no le había visto nunca y desconcertó al bueno de Máximo, que desvió la mirada. Dijo resignarse a que no nos quedáramos unos días en Lisboa pero insistió en que cuando menos aquella noche y el día siguiente los pasaríamos con él que se comprometía a llevarnos en coche a Cascais a la siguiente noche. Sospecho que se aburría pero tengo la impresión de que los diplomáticos no se aburren porque cuando no tienen algo útil que hacer lo hacen inútil, pero siempre están haciendo algo.

Así que estuvimos veinticuatro horas más o menos pegados al primo Máximo, recorriendo Lisboa de un sitio a otro con especial parada en la Fundación Gulbenkian que le fascinaba porque estaba muy intrigado con la vida del afamado financiero armenio, al que comparaba con el mallorquín Juan March aunque no paraba de recitar diferencias. En realidad los comparaba para poder diferenciarlos. Y se extasiaba delante de la estatua del magnate. Y lo que no era mostrarnos bellezas del lugar, puentes y fuentes, tanto que empecé a pensar si no sería agregado de turismo en la embajada pero pasado a la competencia, se le iba en charlar de asuntos de familia con Teresa. Así conocí de oídas a los padres de ambos; así me enteré de que, según Teresa, su padre había sido siempre un mujeriego y un faldero que había matado a disgutos a su madre que era muy piadosa y a través del primo Máximo trabé conocimiento con otro primo de ambos, el primo Ernesto, el que sobresalía de todos ellos, acaparaba la atención general, se llevaba detrás las miradas y de quien Máximo gastaba el chiste (supongo que ya estribillo en él) de La importancia de llamarse Ernesto. Luego dicen que viajando no se aprende. Se aprende, se conoce gente, aunque sea de oídas; gente que luego interfiere en el trato que tienes con quien compartes la vida. A partir de aquellos conocimientos veía a Teresa de forma distinta. Aprendí a verla de cría, de jovencita y me acabó de completar el cuadro.

Cuando Máximo nos dejó en la casita de Cascais, pasó a tomarse una copa de despedida, se puso romántico, nostágico, se tomó otra y otra, se emborrachó y hubo que dejarlo a dormir en el salón porque no estaba en condiciones de conducir de regreso a Lisboa. Yo le oí roncar y resoplar toda la noche desde nuestro dormitorio y eso me mantuvo en vela largo rato, muy preocupado por si al hombre se le ocurría presentarse allí pues había dado pruebas inequívocas de sentir atracción hacia su prima, ahora que la veía libre y en compañía de alguien a quien no pareció tomarse muy en serio porque podía ser su padre. Con ello me daba muestras de ser un faldero, como su tío, el padre de Teresa. A lo mejor era achaque de familia. Pero no se movió del salón. Durmió como un cachalote comparando con ello no el dormir en sí (pues ignoro cómo lo hace un cachalote) sino el animal.

Máximo se fue por fin barbotando excusas, muy azorado puesto que, al fin, era diplomático y nosotros comenzamos a vivir varios días a nuestra bola aprovechando un buen tiempo excepcional para ir de la casa a la playa, de la playa a la casa y andar de visitas por los alrededores. En una de estas caímos en Estoril y fuimos a contemplar el "Villa Giralda", un gracioso chalecito que entonces albergaba a la familia del pretendiente al trono de España, don Juan de Borbón. El residente pasaba entonces sus días navegando a vela por aguas de Portugal, recibiendo gente en la medida que sus medios se lo permitían, intrigando contra el correoso general que no le dejaba acceder al trono de sus antepasados, bebiendo wiskhy caro y visitando el casino pero jugando poco porque tenía escasas disponibilidades ya que vivía prácticamente de los donativos de sus seguidores, incluidos los de la Diputación de la Grandeza de España que, en su real opinión, jamás estuvo a la altura de la que se suponía a una antigua, gallarda y magnánima nación como era España.

También nosotros visitamos una noche el casino de Estoril, según Teresa para festejar que una revista de Madrid hubiera publicado un artículo mío sobre los Jardines del Buen Retiro. Acababa de leer el Manual de Madrid de Ramón de Mesonero Romanos así como las Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid y consideraba que yo no tenía por qué hacerlo peor. En realidad aquello era una excusa. Visitábamos el casino porque habíendose Teresa arrojado conscientemente al mundo y la carne, consideró que aquel sería el sitio más apropiado para encontrar al demonio y hacer pleno. Fue la primera y única vez que la vi vestirse un vestido de noche con un generoso escote y prácticamente nada en la espalda así como maquillarse. Bueno, lo cierto es que lo que salió del lavabo no era fácil de contemplar y menos con arrobo. Como carecía de experiencia, la pobre Teresa se había pintarrajeado como si fuera Drácula. Le cogí de la mano y la llevé a una boutique de belleza donde dije que la maquillaran.

- ¿Para qué?-, me preguntaron

- Para volver locos a los hombres.

Teresa lanzó una carcajada y se dejó maquillar. Más tarde, efectivamente, en el Casino causó estragos. Estuve a punto de pegarme dos veces con otros tantos galanes que se pusieron demasiado pesados. Por fin se le acercó un conocido noble español que no quería nada distinto de lo que buscaban los dos galanes pero tuvo la inteligencia de disimularlo y de admitirme como Teresa venía presentándome, como si fuera un pariente suyo vagamente situado entre un sobrino y un hijo, incluso un ahijado. En aquel medio de lujo y dispendio abundaban los ahijados. El noble, que se llamaba Ramiro y tenía un apellido compuesto y gruesos paquetes de acciones en varias importantes compañías, supo manejar la situación con la maestría necesaria. Yo pensé que en verdad era el diablo. No quería el cuerpo de Teresa al que evidentemente no tenía en mucho; quería su alma, quería llevársela. Y es lo que acabó haciendo. Visitamos un par de locales más canallas a beber y bailar y en el segundo de ellos, mientras yo dormitaba en la mesa los efectos de tanta bebida, la pareja desapareció por ensalmo.

Volver solo a la casa de Cascais iba a ser un problema. Pero no fue tal. La consumición estaba pagada y el camarero me miraba con cierta conmiseración; igual que la orquesta que seguía tocando aunque no había nadie en la pista y en la puerta me encontré un taxi pagado también de antemano con orden de conducirme a la casa de Cascais. Solo según iba llegando pensé que no tenía las llaves. Pero sí, sí las tenía. Me las había metido previsoramente en el bolsillo Teresa, según me contó después. De forma que llegué al dormitorio cansado, un poco bebido, solitario y abandonado por quien en ese mismo instante estaría poniéndome los cuernos en cualquier habitación de lujoso o no tan lujoso hotel o en el dormitorio de algún apartamento de soltero. No había nada que hacer así que me desplomé en la cama y me quedé dormido sin desvestir.

Me despertó Teresa a mi lado, todavía vestida de la noche anterior, con el maquillaje desecho, el cabello enredado, llorando a lágrima viva y pidiéndome que por favor la perdonase, que ya sabía que había hecho algo horrible, sin nombre, sin perdón...

Estaba liándose. Le dije:

- No pudiste evitarlo.

- No.

- Claro. Ibas buscando el demonio y lo encontraste..

- Veo que lo entiendes.

- Cómo no. ¿Qué podemos contra el diablo?

- No podía hacer nada.

- Con el diablo es difícil. Se resiste con más facilidad el bien que el mal.

- Lo entiendes, ¡qué alegría! Porque yo te amo con locura. Eso lo sabes, ¿verdad?

Más lo intuía o lo presumía porque oírselo no se lo había oído nunca. Pero hice un gesto de asentimiento, paladín de las siguientes falsedades en que incurriría.

- Por lo tanto me perdonas.

- Por supuesto.

Pero no era verdad. Mejor dicho, era y no era verdad. Era verdad en cuanto que la perdonaba. Es más, ni siquiera suponía que hubiera hecho algo por lo que hubiera de perdonarla. Irse con Ramiro anoche estaba tan dentro de su derecho como en mi caso irme con una o uno distinto. No lo era si por perdón se entendía lo que ella manifiestamente entendía que era restablecimiento de la relación exactamente como antes, ex ante facto. Pero eso no era posible ya para mí porque no podía verla, mirarla, como antes, como una amante/madre/monja puesto que una de las tres había resultado falsa. De las tres, las amantes traicionan, las monjas también, pero las madres nunca. Las madres nunca traicionan. Creo que los padres tampoco, pero de eso no estoy tan seguro ya que sólo puedo hablar por mí, mientras que en lo relativo a las madres lo hago por mí y por la mía y de ahí sé que las madres no traicionan. Teresa no era mi madre y, a partir de aquí, reconstruir la relación sería imposible.

Dije que sí supongo que por comodidad, por no tener una escena en un lugar tan poco apropiado, ya que Teresa era de carácter irascible y por buena voluntad, por tratar de poner algo de mi parte a lo que en el fondo de mi corazón sabía imposible y también, por qué no, por comodidad, por dejarme querer. Tanto en el viaje de regreso como en los primeros días de vuelta a la capital, Teresa se había convertido en una especie de animal erótico, casi lascivo; me acosaba y aprovechaba todas las ocasiones que la convivencia ofrecía, que son muchas, para llevarme a la cama con el ruego de "tú déjate hacer", como si quisiera mostrarme su refinada habilidad en una infinidad de posibilidades.

De todas formas tampoco me dio tiempo de tomar la decisión que había adoptado por mi cuenta. Mientras me dejaba querer un buen día Teresa se detuvo bruscamente en una de sus inagotables escenas de amor, se irguió, me miró a los ojos y me dijo que en cuarenta y ocho horas embarcaba en un vuelo a Somalia, que se había enrolado en una ONG de esas sin fronteras, enfermeros o médicos o veterinarios sin fronteras, que la habían admitido y que lo dejaba todo y se iba, que había descubierto por fin en dónde estaba su vocación, que era servir a los demás y hacerlo en lugar de peligro; nada de los viejecitos del barrio de La Latina, que era lo que quería y para lo que se había preparado. Era la penitencia que llevaba tiempo esperando por su vida de pecado, que se le había aparecido unos meses atrás, mirando un periódico en donde se hablaba de la noble y arriesgada misión que los miembros de la ONG llevaban a cabo en Somalia en una zona particularmente batida por la violencia llamada étnica. Lo nuestro había sido maravilloso, le había descubierto qué bella es la vida y qué gente maravillosa la habita, pero ella iba buscando la belleza del cielo, había hecho un alto en el camino y le tocaba reintegrarse a su vocación y devolverme a mí a la mía.

Lo que sucedía es que yo no tenía tan claro como ella en qué consistía mi vocación. De momento tendría que volver a mi viejo propósito de hacer oposiciones. Fue mi breve cuanto intenso encuentro con una semimonja, mi única experiencia a la que podría echar mano si, al final aceptaba la relación con Laura que Vlam me proponía, cosa que no acababa de decidir mientras caminaba a buen paso de regreso a la ciudad de X***, en busca de un lugar para comprar algo de ropa y una bolsa algo más cómoda y grande, con mayor capacidad, que la mochila y de otro en donde dormir. Finalmente me hice por un precio muy apañado con una mochila como dios manda, de montaña, con armazón de aluminio y sitio suficiente para llevar mudas en abundancia, una manta, etc. Alquilé una habitación en un hotelucho de dos estrellas a cierta distancia de la playa, en una especie de promontorio batido por la brisa, lo dejé todo y me encaminé a ver el mar, a sentarme en algún lugar perdido de la playa y a mirar el mar, mientras rumiaba mis circunstancias. Ya tenía claro que no volvería al club náutico que no haría nada por encontrarme con Laura y que seguiría mi camino. Las monjas, ex-monjas y resto del género sacro parecen tener un interés añadido pero luego resulta falso. Y en todo caso, el contexto criminal de la relación me impresionaba y me repelía al mismo tiempo. El descubrimiento de que Vlam era un criminal, el criminal perfecto, me había dejado perplejo y como tocado en alguna convicción profunda cuyo lugar no había averiguado y tendría que localizar. Pero era evidente que no podía y por tanto no tenía nada que hacer. No tenía ninguna posibilidad razonable de denunciarlo, pero sí podía poner tierra por medio con él. Si de verdad algún día escribía sus memorias o la novela o lo que fuera aquel libro, ya veríamos de qué iba la cosa. Entre tanto, tranquilidad. No ha llegado uno a bien avanzada la vida, en la perspectiva de pasar el resto en la quietud del retiro para mezclarla con la de quienes se la juegan permanentemente a uno y otro lado de la frontera de la ley, que diez veces te salvas pero una te cogen.

El Mediterráneo estaba rutilante. Ya tenía el sol a mi espalda de modo que el agua cabrilleaba casi como si chisporroteara; poco a poco, la luz iba haciéndose más densa, las sombras se alargaban. De algún chiringuito de los que milagrosamente estaban abiertos empezaron a llegar los primeros compases de Una furtiva lacrima. En las playas son muy aficionados al bel canto porque es estentóreo y se oye de lejos.

(La imagen es la 5ª Triunfo de la seríe Historia de un guante de Julius Klinger).

divendres, 5 de desembre del 2008

La opinión pública y el poder de los medios.

El barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas correspondiente al mes de noviembre de 2008 es muy revelador tanto del estado de ánimo de la opinión pública española como de la forma en que ésta se gesta. Pone de manifiesto que dicha opinión está condicionada por los medios de comunicación a tal extremo que si, en lugar de hacer el sondeo al modo habitual de preguntar a la gente, se hiciera vaciando los contenidos de los periódicos y los informativos de radio y televisión y analizándolos, el resultado sería el mismo que el que ha salido ahora. Preguntados los españoles que cuáles son los asuntos que más les preocupan, el paro aparece en primer lugar con una cifra record del 71 por ciento, lo que no es otra cosa que el reflejo directo del tratamiento de los medios de uno de los fenómenos concomitantes de la crisis económica que, ciertamente, también aparece entre las preocupaciones ciudadanas en segundo lugar pero relativamente distanciado, con un 58,1 por ciento, fiel trasunto del lugar que dan los medios al fenómeno de la crisis, que es el que más les interesa a ellos y no necesariamente el más lógico. En efecto, dado que el paro es efecto de la crisis económica y que ésta es la causa de aquel, el tratamiento mediático lógico habría de ser el inverso. Pero es el que es porque los medios tienen, todos y siempre, un elemento componente mayor o menor de sensacionalismo lo que los lleva a cargar sobre el paro que afecta directamente a las personas en lugar de la crisis que puede considerarse como cuestión más alejada. Y la opinión pública refleja mansamente esa opción mediática. Porque, cuando se pregunta a la gente que cuál de las circunstancias es la que más le afecta personalmente, la relación primera/segunda preocupaciones se invierte: el 50,2 por ciento asegura que los problemas económicos y el 34,8 que el paro

La tercera causa de preocupación es el terrorismo, pero a una distancia abismal, con el 21, 7 por ciento, esto es, a 49,3 y 36,4 puntos porcentuales de diferencia respecto de las preocupaciones primera y segunda. Ello porque el barómetro se hizo antes del último atentado de ETA; si se hubiera hecho después, la diferencia hubiera sido mucho menor o quizá hubiera sido a la inversa.

Pero en donde más se observa esta influencia sobre la opinión de los medios de comunicación es en las respuestas a las cuestiones políticas, específicamente dedicadas a la Constitución cuyo treinta aniversario se celebrará mañana. Un mísero 2,6 por ciento cree que los españoles conocemos bien la constitución, un 21,9 cree que la conocemos "por encima", un 46,2 que "muy poco" y un 24,6 que "casi nada". Con todos mis respetos para las habilidades semánticas del CIS, "por encima", "muy poco" y "casi nada" son casi sinónimos de "nada". Hubiera sido más práctico (aunque quizá no muy diplomático) preguntar: "Los españoles ¿conocemos la Constitución, sí o no?" Es realista pensar que creemos que no la conocemos, es decir, que el 92,7 por ciento no la conoce. Y es verdad. La cosa se comprueba cotejando estas cifras con las respuestas acerca de si el encuestado en concreto la conoce: el 11,4 por ciento sostiene que sí que la conoce bien y esa cifra bien pudiera ser cierta. Pero luego, el 28,3 por ciento dice conocerla "por encima", el 33,9 "muy poco" y el 25,8 de los más sinceros, "casi nada". En resumen, un 88 por ciento viene a admitir que no conoce la Constitución.

Pero eso no le impide pronunciarse sobre ella. Un 48,1 por ciento declara sentirse bastante satisfecho con ella y un 29,7 por ciento, poco satisfecho. Es decir, estamos satisfechos o insatisfechos con algo que no conocemos porque nos dejamos guiar por el parecer de los medios, que son nuestros ojos, ya que son los medios quienes mantienen esta preferencia de casi 2/1 de "bastante" y "poco" satisfechos con la Constitución.

El fenómeno de mediatización se hace patente cuando se pregunta a los ciudadanos si reformarían la Constitución, una Constitución que un 88 por conoce mal o poco y un 52,7 por ciento responde que sí, lo que es sorprendente. Y de los que son partidarios de la reforma, la cifra más alta, un 11,5 por ciento dice que lo que hay que reformar es lo relativo a la justicia, reflejando así al hecho de que en el momento en que se hacía el trabajo del barómetro, la justicia estaba en el centro de mira de los medios por muy diversos y graves problemas. Si, como sucede con frecuencia, los asuntos de interés mediático hubieran sido los relacionados a las autonomías (consulta de Ibarretxe, pretensiones de Carod Rovira, etc), la opinión pública hubiera cambiado de modo acorde.

Es decir, se prueba que en España la opinión pública es en buena medida opinión publicada.

(Las imágenes son la primera el anuncio de una revista satírica berlinesa de los años veinte y la segunda un óleo de Joaquín Sorolla llamado El Heraldo de Madrid).

La potencia del arte.

Hace ya algunas semanas y hasta primeros de enero del año que viene la Fundación Juan March de Madrid alberga una interesantísima exposición temática de conceptualismo moscovita entre 1960 y 1990. Es la primera vez que se ve conceptualismo ruso en España y afirmo que merece y mucho la pena. Al menos para mí que nunca había tenido oportunidad de ver una muestra tan completa de esta corriente de la que sólo conocía alguna reproducción aquí o allá de alguno de sus representantes más característicos, como Ilya Kabakov o Dmitri Prigov. En esta exposición, en cambio, están casi todos y con una amplísima representación de sus trabajos, cosa nada fácil dada la enorme y original variedad de los soportes en que están hechos, ya que no solamente se trata de los medios bidimensionales de representación artística (cuadros, grabados, ilustraciones, fotografías) ni siquiera de la imagen proyectada en movimiento (vídeos), sino que hay todo tipo de objetos, desde artilugios médicos a mobiliario, pasando por pancartas y carteles de varios metros y otros tipos de objetos (redes, cuerdas, etc) empleados para las típicas creaciones de las afueras de la ciudad, de Andrei Monastyrski, o sus acciones colectivas en las que hay carreteras, bosques, fosas, etc. Al respecto es muy de aplaudir el esfuerzo que ha hecho la Fundación Juan March para posibilitar un acceso completo a estas complicadas manifestaciones artísticas. Los comisarios se han encargado asimismo de editar un estupendo catálogo en español e inglés en el que, además de algunos estudios muy pertinentes de especialistas, el lector curioso encuentra textos históricos decisivos muy difíciles de hallar por ahí como el estudio de Boris Groys sobre el Conceptualismo romántico moscovita o los del citado Andre Monastyrski sobre las Afueras de la ciudad, y todo ello tanto más necesario cuanto que, al ser conceptualismo, el texto ocupa un lugar igual o superior a la imagen. A veces sólo hay texto y, dado que está en cirílico, plantea problemas difíciles de superar para el aficionado, lo cual explica, en parte, por qué es tan poco conocido el conceptualismo de Moscú y por qué el programa de mano de la exposición incluye una guía para entenderla. El catálogo trae las correspondientes traducciones, imprescindibles, por ejemplo, para comprender el trabajo de Viktor Pivoravov, de los seis paneles de la serie Proyectos para un hombre solitario (1975), en concreto, el que aquí se reproduce que es el Régimen diario de un hombre solitario.

El conceptualismo moscovita está vinculado al arte conceptual occidental en muchos aspectos siendo uno de los esenciales la creciente sustitución de la imagen por el texto que aparece teorizada en los trabajos de Sol Lewitt y en la nueva consideración de la proyección artística de los objetos que ya había empezado en los ready mades de Marcel Duchamp. Pero al mismo tiempo tiene su propio curso, su propia tradición y su propio medio. Y no sólo porque siendo el texto cirílico haya problemas de comprensión, sino porque es una corriente artística que surge en los años del comunismo, cuando el canon estilístico en todas las artes es el realismo socialista, al que alguien definió irónicamente como "chica encuentra tractor". Por supuesto, el conceptualismo se desarrolla al margen del arte oficial soviético y en lucha contra él. Pero no se crea que se trata de una lucha esencial de forma que la escuela sólo fuera comprensible como oposición al arte oficial. En absoluto. Lo grande del conceptualismo es que, despreciando el arte institucional y burlándose de él, lo adapta a sus necesidades y además crea sus propias manifestaciones a su vera y al margen de él. El famosísimo cuadro ¡Aprobada! (Una purga del partido), de Ilya Kabakov (1983) es una burla genial de las grandes composiciones del arte comunista a mayor gloria de los camaradas Lenin y Stalin y de eso hay bastante en el conceptualismo moscovita.

Pero lo mejor de la corriente no surge de la confrontación con el realismo socialista sino de lo que los alemanes llaman la Umfunktionierung, de éste, de lo que también se conoce como su canibalización, del aprovechamiento del canon estético comunista para otros fines, algo que vincula a los conceptualistas con los situacionistas occidentales, como puede verse a la izquierda en el detalle del enorme cuadro de Grisha Bruskin, Léxico fundamental I, que es un burlón y formidable repaso al concepto imperante en la estatuística representativa soviética, hecha de patrones fijos que ensalzaban distintas profesiones y andaduras de la vida. Tanto en este caso como en el de más arriba la experiencia artística conceptualista hace referencia a un hecho que a los occidentales nos resulta difícil de captar pero que era el pan nuestro de cada día, la experiencia cotidiana de los ciudadanos soviéticos: el discurso oficial permanentemente repetido por todos los medios, omnipresente, de que estaban viviendo en una sociedad buena y que se acercaba a la perfección que estaba ya al alcance de la mano. Para nosotros, los occidentales, la utopía es un concepto irremediablemente ubicado en un brumoso futuro; para los soviéticos era la experiencia diaria porque eso era lo que les decían las autoridades, que vivían en el futuro de los países capitalistas, en la utopía. Lo que hicieron los conceptualistas fue ponerse a imaginar y a representar cómo se vivía la vida cotidiana en la utopía y el resultado fueron esos"proyectos" del hombre solitario de Pivovarov, o el "léxico fundamental" de Bruskin, así como muchas otras obras fascinantes que se encuentran en esta exposición y que, muy a mi pesar, no puedo reproducir: textos descriptivos minuciosos de cómo vive un ciudadano en un mundo perfecto, qué hace, en qué casas habita y cómo se relaciona con los demás. Todo esto convivía difícilmente con el adocenado arte oficial soviético y las autoridades no le daban muchas facilidades, pero no podían reprimirlo porque, aun sabiendo, que eran manifestaciones corrosivas del "espíritu soviético", no le hacían frente de modo directo. Es una prueba de la potencia del arte en contextos represivos. Por supuesto, la difusión y publicidad de estas creaciones que hoy son consideradas con justa razón como la más genuina manifestación del arte soviético de aquellos años sórdidos de forma que sus creadores son los más cotizados en el mundo, tenía que asegurarse por mecanismos informales, samizdats y círculos de amigos.

El conceptualismo moscovita, muy pendiente del arte occidental tuvo asimismo su propio pop art que, para desesperación de los comisarios estéticos se llamó Sots art (de arte, socialista, claro, menudo sentido del humor), una de cuyas más evidentes manifestaciones puede verse más arriba, en la obra de Komar & Melamid, Post-Art No. 1 (Warhol) un obvio homenaje a Andy Warhol pasado por lo cutre del realismo socialista y el desastre del socialismo real. Y no solamente eso, el conceptualismo reconoce sus raíces rusas en las vanguardias artísticas bolcheviques, previas al estalinismo, en el futurismo y el suprematismo. Véase si no esa genial síntesis de Aleksandr Kosolapov, Malevich (1993) que aúna el nombre del gran suprematista con un diseño de cajetilla de Marlboro.

Normalmente la Fundación Juan March hace una muy meritoria labor de difusión del arte (pintura y música, sobre todo) pero con esta exposición ya se ha ganado el derecho al aplauso para todo el año.

Un divorcio con el que estoy de acuerdo.

Aquí les dejo un caso real de una sentencia de un tribunal de familia australiano que me parece justa, equitativa y ejemplar. Es una presentación ppt y se activa pinchando en las flechitas de abajo. También puede verse

directamente en Google docs. pinchando en el rectángulo sombreado o yendo a divorcio a la australiana.

Gracias, Andrés.

dijous, 4 de desembre del 2008

Matar, matar y matar.

Ya nadie sabe por qué y nadie para qué. La consigna es matar, matar y matar. Un empresario aquí, un concejal allá, hoy un guardia civil, mañana un payo de mandil. Dicen que lo suyo es luchar, que lo suyo es liberar pero sólo saben matar, matar y matar. Los vascos, afirman, no pueden hablar y por eso hay que matar. Los vascos, sostienen, no pueden actuar y por eso hay que matar. Hay que matar porque sí, matar porque no y por si acaso matar. Matar por Euskal Herria, por la revolución y por Santa María matar. Algunos quieren hablar, negociar, enredar donde sólo cabe matar, matar y matar. ETA está para matar como el sol para brillar y el lobo para atacar. Su gente no sabe pensar, menos aun hablar y qué decir de razonar; sólo sabe matar, matar y matar. Los jelkides quieren pactar, los cipayos argumentar y el pueblo engañado pide la paz cuando lo suyo es matar, matar y matar. En democracia no existe una única verdad, todo se ha de acordar, así que sólo vale matar, matar y matar. Sus amigos de la "izquierda" radical saben que es peligroso pensar pues todo se vuelve matar, matar y matar y que nadie ose aquí condenar. Dicen que llega el objetivo final, piensan que van a triunfar y acaban en la cárcel con mil años de condena y sin poder escapar. En una semana, un mes o un año la policía los detendrá, los jueces los encarcelarán y otros imbéciles ocuparán su lugar. Banda de idiotas, tontos del haba, criminales de nulo pensar. Son simples cuando hablan y simples cuando callan porque tienen un único afán: matar, matar y matar. Matar sin tasa ni tino, matar en todo el camino, matar como único destino. Cada tiro que disparan, cada vida que cercenan los alejan de aquello que anhelan, unen a la gente en la pena en una firme condena que no los dejará pasar y aunque eso les dé igual porque lo suyo es matar llegará el día en que en Euskadi reine la paz pues hasta el último subnormal del matar, matar y matar estará donde tiene que estar, donde ya están los demás: a buen recaudo de por vida en un penal. Y habrá libertad, Ignacio, habrá libertad.


(La imagen es una foto del último asesinado por ETA, Ignacio Uria Mendizabal, de Público, bajo licencia de Creative Commons).

La madre de todas las crisis.

Pelillos a la mar. Vamos a olvidarnos de las triquiñuelas de los políticos, con unos negando que hubiera crisis cuando ya nos estaba comiendo por los pies y los otros asegurando que poseían la solución sin tener ni idea de por dónde venían las bofetadas. Vamos a ignorar la vanidad de académicos, expertos y analistas, "yayos" (ya yo lo dije) y "yoyas" (yo ya lo advertí) que no tenían ni tienen ni probablemente tendrán la más zorrupia idea de por dónde nos andamos. Vamos a perdonar magnánimamente las sórdidas jugarretas de los agentes económicos que trucaron datos, falsificaron balances, mintieron en las cuentas para sacar provecho de una situación que creyeron pasajera siendo así que tiene pinta de ser muy duradera. Vamos a hacer caso omiso de los frikies del mundo entero, empezando por el Papa, que dice que los bancos están para ayudar a la gente y él está a la cabeza de uno de los más importantes, el del Espíritu Santo, que no ha movido ni moverá un solo dígito para realizar tan excelso propósito.

Vamos a ser modestos, a reconocer que no tenemos ni idea de cómo salir del maldito embrollo, que la crisis nos ha cogido in puribus, que no tiene precedentes y que, por tanto, las recetas de antaño, como las nieves del poeta, a saber en dónde están y que debemos situarnos ante la amenaza que supone con la actitud mental de la tabula rasa de Avicena o el velo de la ignorancia de Rawls, para venirnos más a nuestro tiempo. No es esto apresurado ni timorato. Hace unos meses, cuando entrábamos en recesión, se negaba que hubiera crisis; hoy, que quizá estemos asomándonos a una depresión, se dice que todavía no estamos en recesión. Sobrevalorar los riesgos es de agoreros pero infravalorarlos es de estúpidos y lo que ayer parecía imposible, por ejemplo, alcanzar una tasa de paro del quince por ciento, puede ser una cifra optimista para dentro de un mes y quizá convertirse en utópica dentro de tres en que dicha tasa a lo mejor está en el veinte o veintitantos por ciento. Y eso con los demás indicadores en escarlata, el déficit presupuestario, el comercial, los precios, las ventas, el consumo... Una catástrofe.

No sabemos a qué nos enfrentamos. Es la primera crisis del capitalismo global y tenemos que ser capaces de encontrar soluciones inventándolas y prácticamente sin tiempo para experimentarlas en prácticas de prueba y error. Hay que ser imaginativos. Al respecto, algunos de los remedios que se proponen son adecuados pero quizá insuficientes y, sobre todo, carentes de un planteamiento uniforme y general, son medidas bienintencionadas pero erráticas a las que hay que dotar de fuerza por dos vías:

Primera.Han de ir acompañadas de condiciones estrictas a los sectores que se beneficien de ellas. Adaptadas a la naturaleza propia de cada uno, pero exigentes y en favor del interés público. Por ejemplo, el dinero puesto a disposición de los bancos debe ir acompañado de medidas de vigilancia y control, de la exigencia de que se dirija a donde debe y de que se impedirá que se emplee en emolumentos desproporcionados de los directivos. El dinero que se inyecte en la industria automovilística debe ir acompañado también de exigencias. Está bien lo que pide el señor Rodríguez Zapatero de que las empresas no despidan trabajadores, pero es insuficiente (aparte de irrealizable porque ¿cómo conseguir que las empresas los mantengan si no los emplean?) y debe ir acompañada de otras muy estrictas, por ejemplo: que fabriquen coches que no contaminen, coches eléctricos, así como todo tipo de medios públicos de transporte, lo que vendrá apoyado por una intensificación de la inversión pública en infraestructuras viarias, todo lo cual generará puestos de trabajo. Esto último lo saco de un fascinante artículo de Mike Davis en Tomdispatch.com titulado Can Obama See the Grand Canyon? En el caso de la industria del ladrillo (otro sector que no cabe dejar caer, como el del automóvil), las ayudas deben ir orientadas a la exigencia de que las empresas pongan en el mercado el stock de viviendas con los precios rebajados entre el veinticinco y el cuarenta por ciento en que están sobrevalorados y con el Estado saliendo avalista de las hipotecas de los compradores de rentas más bajas.

Segunda.Éstas y otras medidas son obviamente de emergencia porque la situación lo es. Y, siendo tal la situación, quizá no esté de más empezar a pensar en gobiernos de concentración, con colaboración de varios partidos y, a ser posible, de los dos nacionales, cuando menos durante uno o dos ejercicios presupuestarios para afrontar la crisis con más fuerza, generar más confianza en los mercados y los agentes e impedir el sistemático debilitamiento de la labor de gobierno con una oposición que caerá siempre en la tentación de posponer el interés general al del partido. Y quien diga que ésta es una perspectiva irreal que recuerde que todos los gobiernos sin excepción han estado y están dispuestos a concertar sus acciones en el orden internacional siendo así que pertenecen a partidos enfrentados en la divisoria izquierda/derecha. Resulta algo absurdo que no puedan hacer en casa lo que pueden fuera de ella.