dijous, 2 d’abril del 2009

Píldoras democráticas.

Giovanni Sartori debe de ser uno de los politólogos vivos más famosos y respetados del mundo. A sus ochenta y cinco años ha alcanzado ya ese grado de olímpica serenidad al que se llega luego de una larga y fructífera vida de trabajo que le permite literalmente decir lo que quiera. Todavía se recuerda el éxito de uno de sus últimos libros, Homo videns, en el que sostenía que la televisión idiotizaba a la gente, convertía a las personas en homo videns, mental y moralmente disminuidos a causa de la bazofia que las televisiones emiten a mansalva.

Pero como Sartori es Sartori un buen día alguien le propone resumir su sólida teoría de la democracia (recuérdese su monumental Teoría de la demoracia, en dos volúmenes) en treinta breves lecciones de cinco o seis minutos cada una ¡en la televisión! Y Sartori acepta: comparecerá treinta veces ante la TV, en hora de gran audiencia, para explicar al homo videns su teoría democrática sin temor, evidentemente a que se le interprete mal. El resultado es este libro (La democracia en treinta lecciones Taurus, Madrid, 2009, 150 págs.), hecho a base de los guiones que empleó para sus comparecencias televisivas y que aborda el tema con capítulos laxamente conectados entre sí. La técnica ya le era familiar al autor desde que la aplicara a su famosa Teoría Política en la que abordaba tan abstrusa materia a base de indagar en conceptos aislados tratados independientemente unos de otros, como si fueran mónodas leibnizianas, como el poder, el pueblo, la soberanía, etc. En este caso, los términos mantienen cierta mayor relación pero es muy tenue y supongo que sería una especie de aplicación de la ley del talión decir que Sartori es ahora un homo audens.

Quizá por el motivo que señalaba más arriba, da la impresión de que el autor está tan seguro de su maestría que no se siente en la obligación de explicar propuestas que pueden ser algo chocantes. Por ejemplo, al comenzar su libro sostiene el autor que: "En este contexto encontramos el principio de mayoría absoluta o bien de mayoría relativa. El primero quiere decir: los más tienen todos los derechos, mientras que los menos, la minoría, no tienen ningún derecho. En cambio, el principio de mayoría relativa se concreta así: los más tienen derecho a mandar, pero en el respeto de los derechos de la minoría." (p. 17) Ignoro de dónde habrá sacado Sartori tan extraña doctrina cuando sabe de sobra que el tipo de mayoría tiene poco que ver con la garantía de los derechos de la minoría ya que dicha garantía no depende de mecanismos democráticos sino de la existencia de un Estado de derecho, concepto complementario de la democracia que apenas aparece en el libro de Sartori.

Dado que la obra carece de un hilo argumental específico no es posible reseñarla siguiendo su razonamiento y lo más sensato en resaltar algunos de los conceptos claves de la democracia (cuya mera enumeración en la obra de Sartori ya es problemática) con algún comentario añadido.

Hace años, casi siglo y medio que, como recuerda el autor en Gettysburg se dijo que la democracia es el poder del pueblo sobre el pueblo. (p. 21) Por supuesto, es lo que subrayan los tratadistas contemporáneos cuando recuerdan que en la democracia se da la unidad de gobernantes y gobernados.

La democracia tiene una vertiente realista y otra idealista, ambas imprescindibles. Sin ideales, dice Sartori, no hay democracia. Ignoro por qué y no es que uno sienta nietzscheanamente que eso de los ideales no hay por dónde cogerlo sino porque no hay nexo de unión alguno entre los ideales y el principio de la decisión mayoritaria que es la base de la democracia.

Está muy bien porque reproduce un tema que tiene muy trabajado el autor el capítulo sobre participación. Todos quienes nos dedicamos más o menos a esto de investigar acerca de la democracia hemos escuchado docenas de veces que la democracia representativa no es "verdadera" democracia y que sólo lo será si es "participativa". Tiene razón el autor a mi juicio cuando dice que las exigencias "participacionistas" de los años sesenta y setenta del siglo pasado ocultaban su deseo de implantar un sistema asambleario dirigido por las elites de tipo leninista (p. 37) Lo curioso es que a esa actividad la llamen "democrática".

Tampoco le parecen a Sartori "democráticas" otras prácticas como la referendaria y el "directismo", esto es la exigencia de la democracia directa " (p. 41). La razón por la que excluye la referendaria, que se trata de un juego de suma cero no es enteramente convincente especialmente porque tampoco lo es la explicación que trae de lo que es suma cero en un juego.

Viene luego una serie de temas que están muy vistos en teoría de la democracia y acerca de los cuales hay bastante consenso entre los estudiosos: las elecciones (de cuyos intrincados métodos responsabiliza a los curas ya que, como se recordará, los griegos casi no elegían: sorteaban los cargos). La teoría de las elites: Mosca, Michels y Schumpeter; este último una originalidad sartoriniana ya que el trío suele ser Mosca,Michels y Pareto. La democracia y la no-democracia, autoritarismo, totalitarismo y autocracia. Democracia antigua y moderna

Desemboca luego en un conjunto de temas que sí mantienen cierta cohesión interna. La gran conquista de la emocracia es el pluralismo que el autor adjudica en su origen a la Reforma y a los puritanos. El pluralismo tiene tres orígenes: a) los valores compartidos; b) la tolerancia; 3) la separación entre la Iglesia y el Estado. La libertad política no es otra cosa que la obediencia a la ley (p. 67).

Especial importancia consagra el autor al tratamiento de la igualdad, que es un problema muy complicado (p. 71). En ese terreno distingue entre el liberalismo político y el económico, pero esa distinción no es de mucho empaque. Más lo tiene la relaicón entre la democracia y el mercado por la cual es difícil que haya una demcracia sin mercado pero es seguro que puede haber (y hay) mercados sin democracia (p. 88)

Otros asuntos tratados a vuelapluma y esencialmente acertados a mi juicio: el fracaso de la revolución hoy (p. 95). Se mantiene la divisoria entre derecha e izquierda y se dictamina que la democracia no es que sea la mejor forma de gobierno sino la más deseable.

Vienen después algunos capítulos que zanjan con contundencia temas aun hoy polémicos: las democracias son exportables a otras culturas (p. 111). La democracia es un sistema laico y está en permanente conflicto con el Islam. A este respecto resulta sorprendente que, al hablar del Islam en la península, el director reconozca que fueron los cristianos los que iniciaron las persecuciones más cruentas. (p. 116).

Reitera luego Sartori y fortalece su argumento afirmando que hay alguna correlación entre democracia y desarrollo si bien está claro que en el manejo de lo bienes , los límites del mercado se aprecian especialmente en los llamados "bienes públicos", esos que no pueden suprimirse ni privatizarse. Los últimos dos o tres capítulos son una especie de ditriba por el carácter aun poco científico de la ciencia política y la obra se corona con una dramática advertencia de que la democracia puede "estar en peligro" pero sin ser más explícito.

En resumen, el libro está bien escrito, es ameno y sirve como una personalísima introducción a la teoría de la democracia en la provincia Sartori.

dimecres, 1 d’abril del 2009

Los presuntos.

La sarta de presuntos que hay en el PP alcanza ya proporciones de pandemia: a los varios alcaldes de pueblos de la sierra de Madrid, inculpados en una alegre variedad de delitos, se suman distintos diputados de la Asamblea de Madrid y algún alto cargo de la Comunidad de la misma provincia y, con estos, aparece también supuestamente implicado en la presunta trama el señor presidente de la Comunidad Autónoma de Valencia que esta es la hora en que aun no ha aclarado de dónde proceden sus elegantes ternos. A la ristra se añaden ahora dos presuntos más, el tesorero del PP y un señor eurodiputado de idéntico partido.

Esta proliferación de imputaciones y presunteces, emanada de una instrucción previa minuciosa que ha llevado al parecer unos dos años y tiene al presunto cabecilla de la ristra en la trena dibuja una situación harto complicada para el PPO o principal partido de la oposición. Sostener que todo es una "causa general" en contra del PPO escenificada por un juez prevaricador no es cosa que quepa admitir así como así. El señor Trillo, dechado de comportamientos honorables, ya presentó una querella criminal contra el juez Garzón por prevaricación. Si cada vez que a un presunto delincuente se le imputa su delito él o un amigo suyo se querella contra el juez de instrucción por prevaricación, el país se hará invivible. Los acusados por la justicia suelen devolver la acusación acusando a su vez a la justicia de injusta. Eso lo sabemos todos y también el PPO. Lo sabe, pero lo practica a mansalva al tiempo que sostiene siempre que hay que dejar trabajar a la justicia (se supone, si es contra su adversario, pero no si es en contra de él) y hay que estar a lo que digan los tribunales... si le dan la razón; si no, querella que te crió.

El último ejemplo de este pintoresco comportamiento de andar a collejas con los jueces lo ha dado el nuevo presunto, señor Bárcenas, quien también se querella contra el señor Garzón porque, siendo aforado, al investigarlo, el juez puede estar cometiendo un delito de prevaricación. Quizá sí, quizá no. La Constitución dice que los diputados y senadores son inmunes y sólo podrán ser detenidos en caso de flagrante delito, que para inculparlos o procesarlos se requiere la previa autorización de la respectiva cámara y que en las causas contra ellos será competente la sala de lo Penal del Tribunal Supremo. Pero no dice que no puedan ser investigados, que es lo que sostiene el señor Bárcenas. Bueno, los tribunales dirán.

Una última palabra a propósito de este feo asunto de los aforados. En mi opinión esta práctica del aforamiento debería desaparecer porque es un privilegio ya inadmisible. Si todos somos iguales ante la ley, todos quiere decir todos, senadores y diputados incluidos. El aforamiento era una medida de protección de los representantes populares contra las arbitrariedades reales en tiempos en que los tribunales estaban sometidos a la voluntad de los monarcas de forma que encausaban muchas veces sin motivo real alguno a quien desplacía al Rey. Pero eso se ha acabado, los parlamentarios gozan del amparo de la justicia como cualquier otro ciudadano, cual está demostrando paradójicamente el señor Bárcenas con su querella pues, en puridad de conceptos, si como aforado, no hubiera de responder ante la justicia, tampoco es de recibo que pueda instar su acción en contra de alguien y en favor propio.

Por lo demás, como quiera que el aforamiento es una institución pensada para garantizar la independencia de juicio de los representantes populares y en España rige el principio de legalidad y el derecho al juez natural, el primer interesado en facilitar la acción de la justicia debería ser el propio señor Bárcenas, en lugar de enrocarse en su situación de privilegio dando con ello pábulo a la sin duda injustificada idea de que quiere evitar la acción de los tribunales. Estoy convencido de que el señor Bárcenas comparte conmigo la convicción de que el aforamiento es una garantía de independencia de los parlamentarios (aunque hoy esté anticuada) y no un santuario para la protección de presuntos chorizos.

Blogorismo de los lentos.

Dijo el lunes en TVE el señor Rajoy que él sabe ahora, cinco años después de los hechos, que el autor de los atentados del 11-M no fue ETA. Exactamente lo que hizo su jefe que se enteró de que en el Irak "no había armas de destrucción masiva" cuatro años después de invocarlas para invadirlo.

¿Son algo lentos, pelín mentirosos, no andan sobrados de vergüenza o las tres cosas a la vez?

(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).

Pintura antropófaga.

La Fundación Juan March de Madrid tiene una exposición de la pintora brasileña Tarsila do Amaral (1886-1973) que está muy bien y me parece que es la primera de ella que puede verse en España. D o Amaral fue una persona doblemente interesante, por su pintura y por su vida, algo muy frecuente en los artistas, especialmente en los que florecieron en el primer tercio del siglo XX entre el estruendo de la guerra, la fascinación por las vanguardias, el inconformismo, el afán de novedad y experimentación, la ruptura con los valores recibidos. Tarsila pertenece además (no sé bien si por origen familiar o por el matrimonio que hizo con el escritor y potentado Oswald de Andrade) a esos sectores de la burguesía latinoamericana adinerada, brillante, cosmopolita, que se encuentra más a gusto en París o Londres que en Río o en Bahía.

Inmersa en los círculos del modernismo artístico brasileño y en contacto permanente con algunos de los más destacados surrealistas franceses, Do Amaral recibe el pleno impacto de esa vanguardia revolucionaria, cosa que se aprecia de inmediato en sus obras más características y conocidas a la vista en esta exposición. La mezcla de colores puros, el surrealismo, el ornamentalismo modernista, el dadaísmo, el espíritu naïf muy en la onda del aduanero Rousseau (y que, salvando todas las distancias, hermana a Do Amaral con Frida Kahlo, Remedios Varo o Maruja Mallo) está en principio al servicio de un programa iconográfico consistente en captar el alma profunda del Brasil, su lujuriante realidad, la tremenda, coloridad feracidad de su paisaje y su vegetación. Sin duda. Pero en mi opinión sus cuadros son siempre fríos, casi tanto como algunas composiciones de De Chirico. Los colores cálidos no remedian la situación y su interpretación de la abrumadora naturaleza tropical brasileña se reduce a unas composiciones bastante hieráticas en las que parece predominar el factor onírico del surrealismo sobre la peculiar realidad autóctona.

Es el hecho, además, que lo más importante de la obra de Do Amaral es ese intento que acometió de consuno con su marido, Oswald de Andrade, por dar con una formulación de una vanguardia genuinamente brasileña, con su típico manifiesto, al estilo de Marinetti. Encuentran la fórmula en lo que llaman la antropofagia, que se plasma en un primer Manifiesto antropófago, de 1928, obra de ambos, ilustrado precisamente con el más famoso cuadro de Do Amaral (el de la negra que ilustra el folleto de la exposición) y que tenía que ser la clave que explicara la vertiente brasileña del arte contemporáneo de entonces. A pesar de que la idea tiene las habituales raíces e influencias literarias, la más obvia el Manifeste canibale, de Francis Picabia, el hecho es que la pareja tomó pie y desarrolló un truculento episodio de la crónica negra brasileña, acaecido en 1919 cuando un joven camarero negro de un hotel, Juliano Paixaroli, asesinó y devoró en parte a la bailarina rusa Kristina Seligman-Vogdanovskaia, suicidándose luego de un disparo. Oswald y Do Amaral publicaron un Relatorio de Juliano Paixaroli y desarrollaron la idea antropófaga. El amable lector encontrará más noticia de estas circunstancias y otras no menos apasionantes en la reseña que hizo Palinuro sobre el número 3 de la Revista Vacaciones en Polonia, dedicada a las Literaturas antropófagas y titulada Literatura y canibalismo. Canibalismo y antropofagia están tomados aquí en sentido figurado, claro es. Al decir de Andrade se trataba de que el Brasil y América Latina en general encontrara su alma propia a base de volverse hacia sí mismo al tiempo que devoraba todo lo que venía de europa en punto a teorías, estilos, conceptos, etc. Hay en el Manifiesto antropófago, como en la pintura de Do Amaral una especie de deliberado primitivismo, un antiintelectualismo muy propio de las vanguardias de la época acoplado a una especie de indigenismo que todavía no se confiesa abiertamente.

La otra parte del arte de Do Amaral, como del de muchos vanguardistas de la época apunta a su faceta política, agitadora y revolucionaria de izquierda que ya había cultivado con su marido De Andrade (hacendado y comunista) y que proseguiría después con sus sucesivas parejas. Es interesante contemplar esta pintura social, también muy cuidada, equilibrada y... fría. Tiene su interés. Como lo tiene la exposición en su conjunto.

La pintura se complementa con bastante dibujo, algunos volúmenes y cuadros de contemporáneos que ayudan a contextualizar una obra que se presenta como muy exótica y, sin embargo, resulta insólitamente cercana.

dimarts, 31 de març del 2009

Setenta y cinco muertos por error.

En la balbuciente y demagógica melopea con que el señor Rajoy regaló ayer a los espectadores de TV1 tuvo la desfachatez de calificar de error la ignominiosa chapuza del señor Trillo en relación el accidente del avión Yakovlev 42. Un error en el que perecieron sesenta y dos militares españoles así como 12 tripulantes ucranianos y un pasajero ruso, que suelen olvidarse en los recuentos. En total setenta y cinco personas perdieron la vida como consecuencia de una desastrosa cadena de decisiones que llevó a contratar para un vuelo una aeronave completamente inadecuada para ello y todo para beneficio de los intermediarios. De esas setenta y cinco personas, una cantidad que no sé si podrá llegar a determinarse alguna vez, entre veinte y treinta, sufrió una posterior afrenta cuando, a consecuencia de las órdenes perentorias del señor Trillo, las autoridades, rizando el rizo de la incompetencia y la chapucería identificaron erróneamente los cuerpos. ¿Cómo se puede calificar de error esa cadena de tropelías, deaguisados, indiferentes a la dignidad de las víctimas y el dolor de sus allegados? Eso no es un error; eso es una monstruosidad, una muestra de inhumano desprecio por los semejantes, una canallada. Y el responsable de ello no es digno de estar en política ni un segundo más y mucho menos comparacer pidiendo en tono indignado dimisiones ajenas por hechos infinitamente más fútiles que los que él cometió.

Porque, ¿es este señor Rajoy el mismo señor Rajoy que hace veinte días pedía a gritos la dimisión del señor Fernández Bermejo por algo que sí que era a todas luces un error y un error minúsculo, comparado con la masacre del Yak 42?

¿Unos errores reales inflados en atropellos a base de dar alaridos se castigan con la dimisión y unos innobles atropellos desinflados en errores se premian con puestos políticos de relieve? ¿Cree este hombre que demostrando tan poco carácter como desprecio por la inteligencia de los electores puede ganar unas elecciones?

Dice el señor Rajoy que el señor Trillo ya pidió perdón. ¿Sí? ¿Ha pedido perdón a la periodista a la que arrojó un euro cuando le hacía una pregunta sobre el Yak 42?

El señor Trillo debe abandonar la política definitivamente y, si no lo hace, los diputados del PSOE y de los otros grupos políticos (incluidos aquellos representantes del PP que crean que la condición de diputado tiene cierta dignidad) deben declararlo "persona non grata", "persona indigna". O resignarse a ser unos pelanas.

(La imagen es una foto de Público, con licencia de Creative Commons)

Blogorismo del País Vasco.

El hecho de que el señor López y el señor Basagoiti se hayan puesto de acuerdo y que el PSE/PSOE gobierne gracias al apoyo parlamentario del PP, cosas ambas imposibles en el resto de España, ¿no demuestra a contrario que Euskadi no es España? Y si no se quiere ir tan lejos o ser tan radical, la unión de estas personas y fuerzas ¿no demuestra claramente que el País Vasco vive en una situación de anormalidad y excepción que ambas, fuerzas y personas, llevan años negando?

Votar es racional.

No son escasos los libros sobre elecciones y comportamiento electoral en España, casi como si quisiéramos compensar la brevedad de la experiencia democrática reciente con la abundancia de reflexiones sobre ella. Por eso publicar uno más en este asendereado territorio tiene sus peligros. Los autores Juan Jesús González y Fermín Bouza, que lo han hecho (Las razones del voto en la España democrática, 1977-2008, Madrid, ediciones de la catarata, 2009, 242 págs.) salen bastante bien parados del empeño porque han escrito una obra sintética (tratan las diez elecciones legislativas habidas hasta la fecha), apuntan explicaciones propias y originales que contribuyen a mejorar nuestro conocimiento del asunto y las sostienen mediante trabajos empíricos consistentes y concienzudamente aplicados.

La cuestión que suscita el interés de los autores es el hecho de que la historia electoral muestre una mezcla de moderación y estabilidad del electorado y una acusada polarización política en los dos últimos decenios. La transición estuvo presidida por la negociación y el consenso mientras que el sistema cuasibipartidista que de ella emerge manifiesta una relación antagónica, crispada y polarizada (p. 21). Las diez elecciones legislativas han dado ciclos largos del gobierno, ninguno ha perdido unas elecciones en la convocatoria siguiente a la de su triunfo. Esta preferencia por los ciclos largos tiene tres razones: a) la estabilidad en los alineamientos partidistas; b) la aversión al riesgo y la tendencia general a cerrar filas en torno al Gobierno; c) la baja calidad de la oferta política y la ausencia de alternativa (p. 28). Da la impresión de que los autores aceptan la teoría de que el voto se explica mayoritariamente por razones ideológicas pero no olvidan que los partidos concentran sus esfuerzos en atraer a los electores menos ideologizados porque son estos los que hacen ganar o perder unas elecciones (p. 29). En las elecciones de 1977 y 1979 funcionó en gran medida la memoria histórica de los años treinta, las del ciclo socialista reflejaron claramente el voto ideológico en tanto que en las de 1993 y 1996 Aznar consiguió desactivar ese voto ideológico y estimular el de la evaluación racional (p. 32). Sostienen los autores que las elecciones más difíciles de estudiar son las de 2004 por la escasez de la información recogida por el CIS y el hecho de que hubiera un voto masivo de castigo a la gestión del Gobierno. (p. 33). Esto no es enteramente así. Las elecciones de 2004 cuentan ya con considerable bibliografía, especialmente un monumental trabajo colectivo coordinado por Montero, Lago y Torcal, (Elecciones generales 2004, Madrid, CIS, 2008) que quizá se publicó cuando éste estaba escrito y que fue objeto de dos reseñas de Palinuro tituladas ¿Quién ha sido? (I) y ¿Quién ha sido? (II) cuya tesis compartida por una mayoría de los colaboradores es que les elecciones de 2004 fueron de "continuidad". A su vez, el resultado de 2008 es ambivalente por cuanto la estrategia de crispación del PP tiene dos efectos: se vuelve contra el propio PP y sirve para alejar al PSOE del centro (p. 34). El plan de los autores es estudiar la evolución de las pautas del voto en España con especial atención a los votantes ubicados en el centro del espacio ideológico y distinguiendo entre el voto ideológico y el voto racional (p. 36).

Hay continuidad entre las elecciones de 1936 y las de 1977 (p. 42). El resultado del referéndum de la Ley para la Reforma Política de 1976 se debió a la decisión racional de los electores (la izquierda propugnó la abstención) y a los restos del voto deferente del franquismo (p. 45). Las elecciones de 1977 fueron un ejercicio de memoria compartida. Los autores explican la lenta decadencia de UCD a través de los dos dilemas en que parecía atrapada la transición: el de política v. economía (algo similar a lo que sucedió en los años treinta) y el de protagonismo de las elites v. participación popular ((p. 65).

Entienden que la etapa socialista se caracteriza por el voto ideológico y el hecho de que, ante la ausencia de la derecha, bloqueada organizativamente, el PSOE ocupó todo el centro y se convirtió en un "partido predominante" (71). No estoy muy seguro de que la explicación sea totalmente congruente ya que dicha ocupación del centro sólo es posible a costa de un gran pragmatismo y de que el partido se hiciera "moderado", como reconocen expresamente los autores (p. 81) y hasta se convirtiera en un "partido ómnibus" (p. 80), lo que no encaja a primera vista con el carácter ideológico del voto. Pero esto es asunto de poca monta. Brillante es la caracterización de la transición como un bonapartismo invertido por cuanto las elites dirigentes liquidaron una situación de excepción para devolver al poder la legitimidad (p. 74). Discuten asimismo los autores que quepa calificar las elecciones de 1982 de "cataclísmicas", refiriéndose a un conocido trabajo de Mario Caciagli; pero son más los especialistas que sostienen que aquellas elecciones fueron cataclismáticas. Casi me atrevería a decir que la discrepancia de aquellos (basada en que, si se considera a los electores, el éxito del PSOE fue muy coherente con la dinámica de la transición) se enfrenta a un respetable consenso disciplinar. El triunfo del PSOE fue muy coherente pero la verdad es que no todos los días el partido del Gobierno no sólo pierde las elecciones sino que queda parlamentariamente aniquilado.

Dicen los autores que el fin de la hegemonía del PSOE comienza cuando la UGT deja de pedir el voto para él escenificando así su enfrentamiento. (Por cierto, cuestión menor, pero no baladí: convendría unificar terminología; no es lo mismo un partido predominante que uno hegemónico). A continuación el decenio de 1990 abre una época de "pluralismo polarizado" y con la aparición de nuevos medios de comunicación se da una división del trabajo. El PP se dedica al acoso y derribo del PSOE mientras que los medios airean los casos de corrupción (p. 91). Incluyen los autores aquí algunas muy interesantes consideraciones sobre las funciones nuevas de los medios de comunicación referidas a la aparición de El Mundo (1989) y al uso abusivo que el Gobierno socialista estaba haciendo de TVE (p. 95).

En las elecciones de 2000 hace su irrupción el voto económico (p.111) que es el punto fuerte y más sugestivo de la hipótesis de los autores. La victoria pírrica de 1996 obligó al PP a moderarse de forma que del antinacionalismo pasó a los pactos con los nacionalistas y del discurso neoliberal al diálogo social, lo que dio como resultado "una venturosa combinación de bonanza económica y paz social" (p. 112). Esto explica que, aunque en 2000 la mayoría del electorado estaba ideológicamente más cercano al PSOE que al PP triunfara el voto racional (pp. 120, 125). Aunque los autores no lo digan esta situación recuerda su propio análisis del Referéndum de 1976, cuando un electorado mayoritariamente de izquierda desoyó la recomendación de la izquierda de abstenerse y votó sí con voto racional.

A partir de este momento se manifiesta la paradoja que motiva a los autores a escribir el libro: la moderación del electorado en este tiempo y la polarización política de los dos últimos decenios (p. 129).Hubo una primera fase de la polarización entre 1993 y 1996 y otra en la segunda legislatura del PP. Entienden los autores con absoluto acierto a mi juicio que la polarización fue una decisión estratégica de los partidos por tres motivos: 1) aumenta el sentido de inseguridad de los votantes menos ideologizados y más moderados, formándose baluartes, trincheras; 2) induce respuestas simétricas del adversario que llevan a una espiral y se refuerza el punto anterior; 3) se achica el espacio ideológico del centro (p. 131). Nada que objetar a tan agudo análisis salvo la sospecha de que la opción crispadora no es achacable por igual a ambos partidos sino más al PP en una proporción de tres a uno y en concreto al señor Aznar en una de diez a uno. Como se sigue, por lo demás, de que los autores reconozcan que la legislatura 2000 - 2004 sea la de los errores de Aznar; a saber: a) las consecuencias políticas del déficit cero; b) el impacto de la ruptura del diálogo social; c) el despilfarro del crédito en la lucha antiterrorista por el apoyo a la guerra del Irak (p. 134). Terminan así los autores preguntándose: ¿cuál fue la principal razón del voto de castigo del 14-M, la guerra o la manipulación? y se responden que la combinación de ambas fue explosiva (p. 144).

La pieza empírica sobre la que se edifica este estudio es el seguimiento del comportamiento electoral del millón de votantes socialistas aproximadamente que votaron al PP en el 2000 y volvieron a votar al PSOE en 2004 (145). El trabajo minucioso que han hecho con la muestra escogida les permite ver que hay dos momentos en el cambio de actitud de aquellos. En el primero se quiebra el diálogo social y se debilita el voto económico (p. 147) y, luego, el segundo momento crucial: la crisis del 11-M y la guerra de los encuadres que analizan brillantemente mediante un estudio de la agenda de los medios (básicamente El País y El Mundo (p. 154) que coincide bastante con el estudio de Sampedro y su equipo: Medios y elecciones 2004. La campaña electoral y las "otras campañas", Madrid, 2008, 278 págs, y Televisión y urnas 2004. Políticos, periodistas y publicitarios, Madrid 2008, también comentados por Palinuro en su momento en Tres días que conmovieron a España.

Por último, los autores abordan las elecciones de 2008 caracterizadas por lo que muy convincentemente llaman "polarización política y desenfreno mediático" (p. 169). Desenfreno ha habido y sigue habiendo mucho. Las decisiones del Gobierno que a juicio de los autores han actuado como factores de polarización son: a) la negociación del Estatuto de Cataluña; b) la negación con ETA; y c) la llamada Ley de la Memoria Histórica (p. 171) y este es el material que analizan empíricamente mediante un estudio de agenda temática de El País, El Mundo y Abc (p. 172). Se quejan los autores de que hay un "periodismo de trinchera cuya agresividad sólo es comparable a su laxitud y permisividad, dada su falta de compromiso con las reglas más elementales de la imparcialidad informativa y de la profesionalidad periódictica", etc (p. 175). Un diagnóstico magistral. Mi única queja es que no me parece justo. Esos rasgos retratan a El Mundo, La Razón y, en menor medida, el Abc, esto es, la prensa de derecha (de la radiotelevisión de la derecha ya ni hablo) pero no de ningún modo a El País, El Periódico de Cataluña o La Vanguardia que, sin duda, están lejos de ser dechados de virtudes, pero no cabe meterlos en el mismo saco que a los otros sin faltar gravemente a la verdad. Y mi discrepancia va más allá: entiendo que es precisamente esta suerte de cómoda amalgama, que permite llamar "prensa de referencia" por igual a El Mundo y El País (p. 172) la que justifica la situación (el "todos iguales" que los autores señalan críticamente cuando se predica de los políticos) y contribuye decisivamente a perpetuarla.

Las elecciones de 2008 tienen un componente ideológico y también instrumental, esto es, un voto "anti" pensado para cerrar el paso al partido contrario (p. 201).

En resumen, un libro trabajado, bien hecho, claro y convincente que, como recapitulan los autores explica una realidad cambiante que empieza con la memoria de los años treinta y va luego adaptándose a las nuevas condiciones en que se desenvuelve la democracia española.

Quienes tengan tiempo harán bien en visitar asimismo un muy interesante anexo en que se hace un análisis empírico de las agendas (política, mediática, pública y personal así como sus interrelaciones) a tenor de las elecciones de 2008.

dilluns, 30 de març del 2009

La resistible ascensión de Silvio Ui.

El estilo berlusconiano cada vez se hace más fascista. El discurso fascista se distingue del nazi no en el fondo, que es el mismo en ambos, despotismo, tiranía, populismo, agresividad, sino en la forma. El fascismo es al nazismo lo que una farsa a una tragedia. Los congresos del Partido de Berlusconi que suele cambiar de nombre siendo el actual Popolo della Libertà cada vez se parecen más a los Parteitage del Partido Nazi. Cambian la escenografía y el atrezzo, pero no el espíritu ni la retórica. No exagero. Quien quiera convencerse que vea aquí más abajo un vídeo que reproduce el discurso inaugural de Silvio Berlusconi ante el pleno de un congreso delirante con miles de delegados que lo aclaman sin parar en vítores atronadores. Una escena de locura típicamente nazi. Escúchenlo hablar. Es la misma retórica huera y sinsentido de Hitler y Mussolini. La declamación permanente. El recurso a los conceptos grandiosos y vacíos. El poder incondicional de un hombre sobre una masa de borregos preparados ya para todo. Véanlo. Mete miedo:



Porque lo peligroso de los procesos de "fascistización" (rama de estudio de la Ciencia Política crítica europea, abandonada desde hace más de treinta años en pro de programas de investigación menos conflictivos, como las transiciones) no son las habilidades de los caudillos, sino la credulidad y docilidad de las masas. Y esto es lo que de concreto ha dicho Berlusconi a las suyas, a sus delegados al borde del histerismo colectivo: Teneis otra misión: hacer crecer los consensos, ganar las elecciones y consolidar vuestro partido. Os nombro a todos misioneros de la libertad. Misioneros de la libertad, como Jesucristo nombrando apóstoles, evangelistas. El duce no conoce límites. Yo, en lugar de Ratzinger, estaría poniéndome nervioso.

Non dimenticare: a estas alturas en Italia hay miles, cientos de miles de misioneros de la libertad que no sé en qué se diferenciarán de los camisas pardas, los camisas negras, los guerrilleros de Cristo Rey, los empleados de la agencia Pinkerton, los batallones de la muerte, los hassissines o las hordas del Gran Khan, pero estoy seguro de que se sabrá en poco tiempo.

Berlusconi quiere reformar la Constitución para dar más poderes al presidente del Consejo de Ministros que es él, claro. Quiere acabar con las escasísimas atribuciones de la Presidencia de la República y convertir el sistema político italiano, típicamente parlamentario en presidencialista, pero congregando los poderes en el presidente del Gobierno y no en el Jefe del Estado. Lo mismo que pidió Hitler aunque a él no le hizo falta reformar la Constitución. Una cámara que no le estaba menos sometida que la italiana al señor Berlusconi, votó servil una Ley de Plenos Poderes (Ermächtigunsgesetz) que se los daba todos a Hitler. Berlusconi quiere lo mismo.

El Popolo della Libertà se ha constituido con la integración en la fuerza berlusconiana de su hasta ahora aliada Alleanza Nazionale, el partido del exfascista Gianfranco Fini que venía del Movimento Soziale Italiano (MSI), fascistas con todas las letras y los saludos brazo en alto que Fini ha dejado de practicar hace pocas lunas para encargarse de su nuevo cometido de presidente de la Cámara, más burgués y menos de noble estilo militar.

La fusión, en realidad, ha sido una absorción. Berlusconi ha fagocitado a Fini igual que los nazis de Hitler se comieron a los conservadores clásicos alemanes, los nacionales, los Stahlhelm. Fini, que es un facista "proleta" por así decirlo, más cerca de las SA que de las SS, había pedido el día anterior un pronunciamiento de Berlusconi acerca de su programa de medidas: calidad de la democracia y reformas institucionales (conjuntamente con la oposición), asuntos económicos (con tres pactos: generacional, capital/trabajo y Norte/Sur) y previsión de la Italia del futuro, multiétnica y multirreligiosa. Berlusconi no ha ordenado una noche de los cuchillos largos de momento pero no ha hecho ni caso. ¿Para qué va dejarse influir por proclamas izquierdistas de este tipo cuando, como puede verse, tiene a las masas enloquecidas y entregadas a lo que diga?

Y no sólo las masas. También las élites están fascistizándose a toda pastilla. El otro día, el señor embajador de Italia en España, don Pasquale Terraciano, publicaba una carta en El País titulada Puntualización en la que denunciaba que el periódico estuviera haciendo una campaña antiitaliana y de lo que se quejaba en concreto era del juicio muy negativo que sobre Berlusconi vertía en el diario en un artículo de opinión el señor Félix de Azúa. Es decir, el señor Terraciano, embajador de un país democrático, pide que se censuren las opiniones en la prensa. Cierto, el señor Terraciano es un fascista y un fascista no hace granero. Pero la cuestión ahora es ¿cuántos terracianos hay en las embajadas italianas, en los ministerios, universidades, empresas, iglesias? ¿Cuántos intelectuales y líderes de opinión italianos están dispuestos a censurar las opiniones ajenas? A juzgar por el congreso de ayer, muchos. Y eso es el fascismo: un despotismo personal apoyado en una mayoría. La peor, la más odiosa, imbécil y a la postre criminal forma de la tiranía de la mayoría.

(La imagen es una foto de rogimmi, bajo licencia de Creative Commons).

Confianza rota.

Por todas partes leo que la última peli de Almodóvar está recibiendo malas críticas cosa que, al parecer sorprende porque seguramente se esperaban buenas. No sé por qué fuera de la capacidad de la publicidad para generar comportamientos colectivos. En esto el cine de Almodóvar me ha parecido siempre maestro, en la hábil autopublicitación. Un uso magistral de los entrecruzamientos entre arte cinematográfica, medios de comunicación, sensacionalismo, mercados del espectáculo, reino del cotilleo y deslumbres internacionales ha proyectado el cine del autor manchego mucho más allá de su consistencia real.

Los abrazos rotos me parece un ejemplo patente de este cine sobredimensionado y sobrevalorado. Una historia confusa sin gran interés en sí misma, representada por personajes nada convincentes y apoyada en elementos de sainete que aparece envuelta en el celofán de una obra con ambición literaria. El odioso millonario que arroja fríamente a su amante por las escaleras es como una lejana sombra del Ciudadano Kane que se empeña en financiar la a todas luces fracasada carrera de diva de la ópera de su esposa que de todos modos no pinta nada en el filme de Welles. En cambio aquí, la equivalente, Lena, pinta mucho, al extremo de ser la protagonista, pero no resulta verosímil: una mujer capaz de convertirse en la amante de un millonario para triunfar como actriz, no se juega su carrera por un amor sincero con un director por muchos que sean los encantos de éste, que tampoco abruman. El proceso por el que el millonario descubre los verdaderos sentimientos de su amante que es la verdadera historia de la película, es curioso y agrada verlo, pero de nuevo se basa en un carácter y comportamiento -el del hijo del amante rechazado- inverosímiles y forzados. De hecho el mismo personaje del chaval es una caricatura. Ya la primera aparición de Ray X, el hijo, que pone en marcha el flash back en que consiste la película hace aguas. La vida del director accidentado que sobrevive ciego escribiendo guiones no puede enganchar a nadie y los personajes que lo rodean, Judith García y su hijo Diego, acaban de dar la puntilla al relato con el toque sainetero: el joven que a los veintitantos años descubre, por fin, a su padre.

Padres sin hijos, hijos sin padres, amantes despechados, mujeres víctimas de sus locas pasiones, hombres que descubren el amor avanzada la vida, devoción de la amante desdeñada, venganza de los hijos ignorados. Venga. No me digan.


diumenge, 29 de març del 2009

El relativismo.

Cada vez que escucho al Papa, a sus obispos, a los curas en general tronar en contra del relativismo de nuestra época me quedo perplejo preguntándome por el alcance exacto de sus palabras y más aun por el hecho de que nadie las conteste como se merecen. En otras ocasiones son políticos o dirigentes de la derecha quienes creen oportuno advertir en contra de esta plaga. ¡Cuidado con el relativismo! No tengo duda de que los clérigos saben perfectamente de lo que están hablando; dudo sin embargo de que también lo sepan los políticos de la derecha que más me dan la impresión de hablar así porque es lo que dicen los curas que para ellos es dogma de fe.

En la tradición filosófica occidental suele distinguirse entre un relativismo cognitivo y otro moral. Según el primero nada es absolutamente cierto o absolutamente falso ya que lo que se considera verdadero o falso depende de una serie de factores hasta llegar al extremo de que algo pueda ser verdadero en ciertas circunstancias y falso en otras, especialmente en todas aquellas materias que son socialmente construidas. Lo mismo sucede con el relativismo moral que sostiene que no hay un bien o un mal absolutos sino que bondad o maldad, como lo verdadero o lo falso, son criterios determinados por una serie de condiciones culturales, cronológicas, religiosas, etc. Unas personas creen que comer carne está bien; otras lo consideran abominable y otras, en fin, opinan que se puede -y debe- comer carne pero no, bajo ningún concepto, la de cerdo.

Cabe asimismo distinguir entre un relativismo individual y otro social. El individual será el de quienes reputan imposible atenerse a un único sistema de valores y los tienen alternativos o, simplemente, no tienen ninguno. Y el social implica la idea de que en una sociedad compleja no cabe imponer un único sistema de valores a todo el mundo y debe respetarse el derecho de los sistemas distintos a convivir en igualdad de condiciones, mediando un grado mínimo de acuerdo que haga viable dicha convivencia.

Tengo poco que decir del individual salvo aquello tan sabio de "a quien Dios se la da...". El social, que es el que está aquí en juego parece una actitud bastante razonable para sociedades democrática pues permite que convivan gentes de distintas convicciones morales sin intentar imponerse sus creencias unas a otras. El relativismo es hijo del escepticismo, esa actitud que Montaigne hizo triunfar en Europa y que ha influido en muchos genios, como Cervantes o Shakespeare. Considero que el discurso de la pastora Marcela en el entierro de Crisostomo en El Quijote y el de Shylock en el juicio en El Mercader de Venecia son los más grandes alegatos en favor del escepticismo y el relativismo, de la necesidad de entender y respetar a quienes tienen opiniones y criterios distintos de los dominantes y que, por serlo, pretenden imponerse de forma absoluta. El relativismo y su pariente mayor el escepticismo llevan su precaución frente a toda imposición al extremo de la indecibilidad como se sigue del famoso dicho escéptico según el cual toda generalización es falsa, incluida ésta. Y ambos dos, escepticismo y relativismo, desembocan en la ilustración (no en toda, pues también hay una Ilustración fanática) y ésta en la modernidad.

En consecuencia, cuando los curas arremeten contra el relativismo contemporáneo refiriéndose sin duda al social y moral quieren decir que todos hemos de aceptar la existencia objetiva, independiente de nuestras creencias personales, de una idea del bien y del mal: la suya, que está basada en la revelación de un Dios en el que hay que creer por obligación. Es decir, al condenar el relativismo, los clérigos no solamente niegan la validez de otros principios morales que no sean los suyos (cosa a la que no cabe objetar) sino que niegan asimismo la práctica social de amparar el derecho de quienes los profesan a hacerlo. El condenar el relativismo lo que los curas quieren es que se prohiban las creencias morales distintas a las suyas, que se extermine a quienes las profesan. En su forma más extrema, que es la más obtusa, o sea seguramente la representada por el Papa actual, la condena del relativismo implica la obligatoriedad de profesar una u otra convicción moral, sea la que sea. Esta última es la que hermana a los curas católicos con los integristas de cualesquiera otras confesiones.

Siguen siendo lo de siempre: un peligro para la libertad y la tolerancia, una amenaza para la humanidad. Si de ellos dependiera la Inquisición seguiría funcionando.

(La imagen es un cuadro de Georges de la Tour La buena fortuna, 1632-1635, que se encuentra en el Metropolitan Museum of Art, en Nueva York).