Por todas partes leo que la última peli de Almodóvar está recibiendo malas críticas cosa que, al parecer sorprende porque seguramente se esperaban buenas. No sé por qué fuera de la capacidad de la publicidad para generar comportamientos colectivos. En esto el cine de Almodóvar me ha parecido siempre maestro, en la hábil autopublicitación. Un uso magistral de los entrecruzamientos entre arte cinematográfica, medios de comunicación, sensacionalismo, mercados del espectáculo, reino del cotilleo y deslumbres internacionales ha proyectado el cine del autor manchego mucho más allá de su consistencia real.
Los abrazos rotos me parece un ejemplo patente de este cine sobredimensionado y sobrevalorado. Una historia confusa sin gran interés en sí misma, representada por personajes nada convincentes y apoyada en elementos de sainete que aparece envuelta en el celofán de una obra con ambición literaria. El odioso millonario que arroja fríamente a su amante por las escaleras es como una lejana sombra del Ciudadano Kane que se empeña en financiar la a todas luces fracasada carrera de diva de la ópera de su esposa que de todos modos no pinta nada en el filme de Welles. En cambio aquí, la equivalente, Lena, pinta mucho, al extremo de ser la protagonista, pero no resulta verosímil: una mujer capaz de convertirse en la amante de un millonario para triunfar como actriz, no se juega su carrera por un amor sincero con un director por muchos que sean los encantos de éste, que tampoco abruman. El proceso por el que el millonario descubre los verdaderos sentimientos de su amante que es la verdadera historia de la película, es curioso y agrada verlo, pero de nuevo se basa en un carácter y comportamiento -el del hijo del amante rechazado- inverosímiles y forzados. De hecho el mismo personaje del chaval es una caricatura. Ya la primera aparición de Ray X, el hijo, que pone en marcha el flash back en que consiste la película hace aguas. La vida del director accidentado que sobrevive ciego escribiendo guiones no puede enganchar a nadie y los personajes que lo rodean, Judith García y su hijo Diego, acaban de dar la puntilla al relato con el toque sainetero: el joven que a los veintitantos años descubre, por fin, a su padre.
Padres sin hijos, hijos sin padres, amantes despechados, mujeres víctimas de sus locas pasiones, hombres que descubren el amor avanzada la vida, devoción de la amante desdeñada, venganza de los hijos ignorados. Venga. No me digan.