dijous, 2 d’abril del 2009

Píldoras democráticas.

Giovanni Sartori debe de ser uno de los politólogos vivos más famosos y respetados del mundo. A sus ochenta y cinco años ha alcanzado ya ese grado de olímpica serenidad al que se llega luego de una larga y fructífera vida de trabajo que le permite literalmente decir lo que quiera. Todavía se recuerda el éxito de uno de sus últimos libros, Homo videns, en el que sostenía que la televisión idiotizaba a la gente, convertía a las personas en homo videns, mental y moralmente disminuidos a causa de la bazofia que las televisiones emiten a mansalva.

Pero como Sartori es Sartori un buen día alguien le propone resumir su sólida teoría de la democracia (recuérdese su monumental Teoría de la demoracia, en dos volúmenes) en treinta breves lecciones de cinco o seis minutos cada una ¡en la televisión! Y Sartori acepta: comparecerá treinta veces ante la TV, en hora de gran audiencia, para explicar al homo videns su teoría democrática sin temor, evidentemente a que se le interprete mal. El resultado es este libro (La democracia en treinta lecciones Taurus, Madrid, 2009, 150 págs.), hecho a base de los guiones que empleó para sus comparecencias televisivas y que aborda el tema con capítulos laxamente conectados entre sí. La técnica ya le era familiar al autor desde que la aplicara a su famosa Teoría Política en la que abordaba tan abstrusa materia a base de indagar en conceptos aislados tratados independientemente unos de otros, como si fueran mónodas leibnizianas, como el poder, el pueblo, la soberanía, etc. En este caso, los términos mantienen cierta mayor relación pero es muy tenue y supongo que sería una especie de aplicación de la ley del talión decir que Sartori es ahora un homo audens.

Quizá por el motivo que señalaba más arriba, da la impresión de que el autor está tan seguro de su maestría que no se siente en la obligación de explicar propuestas que pueden ser algo chocantes. Por ejemplo, al comenzar su libro sostiene el autor que: "En este contexto encontramos el principio de mayoría absoluta o bien de mayoría relativa. El primero quiere decir: los más tienen todos los derechos, mientras que los menos, la minoría, no tienen ningún derecho. En cambio, el principio de mayoría relativa se concreta así: los más tienen derecho a mandar, pero en el respeto de los derechos de la minoría." (p. 17) Ignoro de dónde habrá sacado Sartori tan extraña doctrina cuando sabe de sobra que el tipo de mayoría tiene poco que ver con la garantía de los derechos de la minoría ya que dicha garantía no depende de mecanismos democráticos sino de la existencia de un Estado de derecho, concepto complementario de la democracia que apenas aparece en el libro de Sartori.

Dado que la obra carece de un hilo argumental específico no es posible reseñarla siguiendo su razonamiento y lo más sensato en resaltar algunos de los conceptos claves de la democracia (cuya mera enumeración en la obra de Sartori ya es problemática) con algún comentario añadido.

Hace años, casi siglo y medio que, como recuerda el autor en Gettysburg se dijo que la democracia es el poder del pueblo sobre el pueblo. (p. 21) Por supuesto, es lo que subrayan los tratadistas contemporáneos cuando recuerdan que en la democracia se da la unidad de gobernantes y gobernados.

La democracia tiene una vertiente realista y otra idealista, ambas imprescindibles. Sin ideales, dice Sartori, no hay democracia. Ignoro por qué y no es que uno sienta nietzscheanamente que eso de los ideales no hay por dónde cogerlo sino porque no hay nexo de unión alguno entre los ideales y el principio de la decisión mayoritaria que es la base de la democracia.

Está muy bien porque reproduce un tema que tiene muy trabajado el autor el capítulo sobre participación. Todos quienes nos dedicamos más o menos a esto de investigar acerca de la democracia hemos escuchado docenas de veces que la democracia representativa no es "verdadera" democracia y que sólo lo será si es "participativa". Tiene razón el autor a mi juicio cuando dice que las exigencias "participacionistas" de los años sesenta y setenta del siglo pasado ocultaban su deseo de implantar un sistema asambleario dirigido por las elites de tipo leninista (p. 37) Lo curioso es que a esa actividad la llamen "democrática".

Tampoco le parecen a Sartori "democráticas" otras prácticas como la referendaria y el "directismo", esto es la exigencia de la democracia directa " (p. 41). La razón por la que excluye la referendaria, que se trata de un juego de suma cero no es enteramente convincente especialmente porque tampoco lo es la explicación que trae de lo que es suma cero en un juego.

Viene luego una serie de temas que están muy vistos en teoría de la democracia y acerca de los cuales hay bastante consenso entre los estudiosos: las elecciones (de cuyos intrincados métodos responsabiliza a los curas ya que, como se recordará, los griegos casi no elegían: sorteaban los cargos). La teoría de las elites: Mosca, Michels y Schumpeter; este último una originalidad sartoriniana ya que el trío suele ser Mosca,Michels y Pareto. La democracia y la no-democracia, autoritarismo, totalitarismo y autocracia. Democracia antigua y moderna

Desemboca luego en un conjunto de temas que sí mantienen cierta cohesión interna. La gran conquista de la emocracia es el pluralismo que el autor adjudica en su origen a la Reforma y a los puritanos. El pluralismo tiene tres orígenes: a) los valores compartidos; b) la tolerancia; 3) la separación entre la Iglesia y el Estado. La libertad política no es otra cosa que la obediencia a la ley (p. 67).

Especial importancia consagra el autor al tratamiento de la igualdad, que es un problema muy complicado (p. 71). En ese terreno distingue entre el liberalismo político y el económico, pero esa distinción no es de mucho empaque. Más lo tiene la relaicón entre la democracia y el mercado por la cual es difícil que haya una demcracia sin mercado pero es seguro que puede haber (y hay) mercados sin democracia (p. 88)

Otros asuntos tratados a vuelapluma y esencialmente acertados a mi juicio: el fracaso de la revolución hoy (p. 95). Se mantiene la divisoria entre derecha e izquierda y se dictamina que la democracia no es que sea la mejor forma de gobierno sino la más deseable.

Vienen después algunos capítulos que zanjan con contundencia temas aun hoy polémicos: las democracias son exportables a otras culturas (p. 111). La democracia es un sistema laico y está en permanente conflicto con el Islam. A este respecto resulta sorprendente que, al hablar del Islam en la península, el director reconozca que fueron los cristianos los que iniciaron las persecuciones más cruentas. (p. 116).

Reitera luego Sartori y fortalece su argumento afirmando que hay alguna correlación entre democracia y desarrollo si bien está claro que en el manejo de lo bienes , los límites del mercado se aprecian especialmente en los llamados "bienes públicos", esos que no pueden suprimirse ni privatizarse. Los últimos dos o tres capítulos son una especie de ditriba por el carácter aun poco científico de la ciencia política y la obra se corona con una dramática advertencia de que la democracia puede "estar en peligro" pero sin ser más explícito.

En resumen, el libro está bien escrito, es ameno y sirve como una personalísima introducción a la teoría de la democracia en la provincia Sartori.