divendres, 28 de novembre del 2008

¿Cómo se sale de la crisis?

Claramente, clarísimamente, como lo están haciendo al alimón todos los gobiernos occidentales: poniendo dineros públicos sobre la mesa, recurriendo al gasto público, según quiere la ortodoxia keynesiana más salvífica.


Es decir que no se oye ya con la antigua resonancia la cantinela de la derecha de que hay que reducir el gasto público. Sólo queda, creo (y ni de esto estoy muy seguro), el señor Aznar pidiendo este recorte aunque hasta él parece haberse percatado de que esa receta es lo más estúpido que cabe hacer en las circunstancias.


Sí señor: se sale echando mano del gasto público y, si es necesario -que lo es- recurriendo al déficit y mandando a freír puñetas las políticas de disciplina presupuestaria y de límite comunitario al déficit que si, en tiempos de alta coyuntura quizá fueron recomendables (creo que ni aun ahí pues lo que hay que hacer es manejar la política económica con prudencia, pero no vamos a discutir), en tiempos de crisis, recesión y amenaza de depresión son medidas de dementes, como quien quiere regar el huerto cerrando el grifo.


O sea que los gurús neoliberales no se callarán porque no pueden reconocer de la noche para la mañana que llevan veinte años diciendo disparates y que sus trivialidades sobre el funcionamiento óptimo del mercado sólo se dan cuando se eleva el consabido caeteris paribus a orden del día o consigna de guardia pero que tiene tanto que ver con la cruda realidad como la trasparencia del adoquín. No callarán porque siempre les queda el recurso (al que se acogen desvergonzadamente) de echar la culpa de la crisis a las medidas que se toman para combatirla. Pero están haciendo poderoso ridículo.


Se sale de la crisis como hizo ayer el señor Rodríguez Zapatero en el Congreso (tras haber reconocido, al fin, que hay una crisis y no un "frenazo", "retraso", "trompicón" o cualquier otra peculiar expresión) y abriendo la vía de la provisión del crédito porque, como sabe todo el mundo, hasta los niños, el crédito es el alma de la economía.

Se plantean dos cuestiones, sin embargo, una cuantitativa y otra cualitativa. La cuantitativa se refiere a si las cantidades aprestadas serán suficientes. Da la impresión de que no y de que será preciso endeudarse más antes de empezar a remontar. Pero eso, como todo lo cuantitativo, tiene fácil arreglo.

Lo complicado es lo cualitativo que se refiere al modo en que esas ayudas, subvenciones, capitales van a aplicarse. Se ponen al servicio de los bancos y entidades financieras para que estos las repartan como la pedrea la lotería y, en el caso de las cantidades prometidas ayer por el señor presidente en sede parlamentaria, a disposición de las administraciones públicas locales que, por cierto, desde el hundimiento del ladrillo, están que se les ven la vergüenzas. Ciertamente, pero ¿es esto lo adecuado? Un keynesiano redomado como un servidor echa aquí de menos la presencia de la niña de nuestros ojos en todas las medidas anticrisis: la inversión pública directa del Estado en obras públicas. Vamos, no es que no me fíe de bancos y entidades de crédito (que no me fío) o que no me fíe de los ayuntamientos (que tampoco), sino que estos están ya siendo atendidos mientras que nadie habla de poner en marcha los mecanismos que, según muestra la experiencia de los años treinta del siglo pasado, realmente ayudan a salir de la crisis: las obras públicas directamente financiadas y gestionadas por el Estado. (La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

A más altos galardones.

A estas alturas Marsé debe de ser de los autores más premiados en el panorama literario español. Lógico si se tiene en cuenta que lo suyo es una vocación intensa al estilo de los viejos novelistas estadounidenses de fines del XIX y primeros del XX, una vocación que lo ha llevado a mezclarse de tal modo con su mundo imaginario que no hay modo ya de distinguir en Marsé entre lo que es ficción y lo que es realidad. Es más, el mero distinguir ambos términos, realidad y ficción, en su caso es inútil.

Siempre he pensado, ignoro si con acierto, que había un parecido entre Marsé y Umbral. Los dos hacen una literatura on the beat, los dos trasladan al papel una especie de rabiosa lucha por enderezar la realidad y, al tiempo, encajarse en ella. Pero también he pensado siempre que lo que en Umbral es al fin dandismo y distanciamiento, es ruda autenticidad en Marse. Ruda, hirsuta, hosca, desgarrada. Estaba ya presente en Últimas tardes con Teresa, la primera novela que le leí y que me convirtió en adicto al autor y ha seguido como un torrente a lo largo de toda su producción, en Encerrados con un solo juguete, aunque a él no le parezca gran cosa, La muchacha de las bragas de oro que debe de ser uno de los libros que ha movido más envidias en el último medio siglo por su capacidad para situarse en el terreno inefable de la juventud eterna sin trabas para noquear la mierda rememorada de los años sórdidos de la dictadura, hasta Rabos de lagartija, mundo de mundos, muestra de dominio de todas las técnicas narrativas, planos de ficción, tiempos, estilos y perspectivas.

Este Cervantes que le han dado reconoce una trayectoria de un creador que es víctima de su propia fuerza, un creador que debe sus muchos méritos al hecho de no haberse dejado doblegar no ya por las convenciones de los distintos tiempos en que ha vivido, la dureza de sus orígenes o los halagos del éxito, sino de su propia tendencia (que tendrá, supongo, como la tenemos todos) a acomodarse, a decirse que ya ha llegado, que está instalado, que qué más espera. Porque en la pelea que Marsé empezó desde sus mismos comienzos, su pelea contra los distintos medios asfixiantes en que hubo de desenvolverse, su obstinada intención de afirmarse como él mismo, ha ido ganando batallas (lo han acabado aceptando en todas partes donde antes lo rechazaban por razones de clase, lingüísticas, de estilo, de personalidad) y hasta cabe pensar que ha ganado la guerra (han acabado aceptándolo como es, no como se quiere que sea) pero uno tiene la convicción de que seguirá siendo Marsé, un escritor incómodo, solitario, sin pares, sin escuela, sin filiaciones, sin connivencias. Me alegra mucho que mi país reconozca el mérito creador de un hombre que de verdad se ha hecho a sí mismo, no como frase, si no como áspera realidad, que no debe nada a nadie y que puede presentar una obra rica, diversa, sorprendente.

Le dan el Cervantes y Pijoaparte sigue tan campante.

Por cierto, también me pareció estupendo el Nacional para Juan Goytisolo. Es la hora de los Juanes. Otro rebelde, impertinente, imposible de encajar en disciplina alguna, otro narrador contra la corriente, si bien con notables diferencias respecto a Marsé. Lo que en éste es vitalidad, espontaneidad e inmediatez viene a ser cerebralidad y cultismo literario en Goytisolo. Pero no en demérito de la fuerza de su obra. Es, para que yo mismo me haga una idea, como si hubiera que comparar a Nelson Algreen (Marsé) con Norman Mailer (Goytisolo). El autor de la trilogía de Álvaro Mendiola tiene una literatura más reflexiva y menos explosiva, más encajada en cánones pero, en cambio, abarca más géneros y explaya su creatividad en formas a su vez no clasificables.

Ambos malditos se merecen de sobra estos galardones y otros más altos.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

La creatividad de la guerra.

El Thyssen tiene en marcha una exposición titulada ¡1914! La vanguardia y la gran guerra que, como suele pasar en este museo, se divide en una parte que muestra él y otra que hay que ir a visitar a los locales de Cajamadrid en la Plaza de Celenque. No es que sea muy cómodo pero tiene la ventaja de que, mientras se desplaza, uno puede ir pensando en lo que ha visto y lo que verá o, si va acompañado, comentando sobre lo uno lo otro.

Me pongan lo que me pongan sobre las vanguardias artísticas y la Primera Guerra Mundial (eso de la Gran Guerra es un barbarismo) iré a verlo con delectación porque todo en esos fenómenos me resulta fascinante: la explosión de creatividad artística (pictórica, literaria, musical, cinematográfica), la evidentísima relación entre la guerra y la creación, la destrucción de las formas tradicionales de pensamiento y las pautas culturales recibidas, la alegría por lo innovador, lo rupturista, lo revolucionario. Son los signos característicos de una época que vio las primeras matanzas en proporciones ciclópeas, la eficacia industrial aplicada a la tarea de masacrar seres humanos, los más altos ejemplos de estupidez, generosidad, ceguera y audacia colectivas. Una época que se pensó a sí misma en términos militares (pues hubo "vanguardias" no solo en la guerra sino también en la política, su prima hermana, y en las artes y la literatura, las sublimaciones de las dos primeras) y en la que se sentaron las bases de lo que, para bien o para mal, fue el siglo XX, entre otras cosas, a través del dadaísmo y el surrealismo hasta el mayo del 68.


Breve digresión.

A propósito, como se ve a la derecha, la Fundación FAES, del PP, anuncia una jornada de "ruptura con el espíritu del Mayo francés". Como suena. Se suman a tan insólita como esforzada labor de romper con un espíritu las Nuevas Generaciones del PP, y los Estudiantes Liberales, gentes a medio camino entre el Frente de Juventudes y los chicos de la YMCA/YWCA, dispuestos, como siempre, a ser originales en la senda marcada por el gabacho Sarkozy, al que citan textualmente en el encabezamiento. No podían romper con los sesenta españoles, tenía que ser con los franceses. Para sepulturero se ha convocado un amplio elenco, desde la señora Aguirre al señor Nasarre. Seguramente habrá unanimidad y nadie rechistará en el auditorio. Suerte.


Volviendo a lo nuestro, la exposición es muy digna de verse y de pasar en ella un buen rato. Hay pintura, grabado, algo de escultura, facsimilares de textos y dibujos hechos por algunos autores/artistas en el frente, por ejemplo de Guillaume Apollinaire (de quien se exponen asimismo algunos caligramas ) o Franz Marc, y obra poética escrita al sonido de los cañones y en las trincheras, expuesta en las paredes y con traducción al español (generalmente desafortunada) y al inglés porque en su mayoría está en alemán, francés e italiano.

La exposición documenta de modo inmediato el nacimiento de algunas vanguardias en los tiempos oscuros antes de 1914 o hacia 1914, como el futurismo, el rayonismo o el vorticismo. Hay en consecuencia una amplia muestra de autores como F. T. Marinetti, Mario Sironi, Umberto Boccioni, Giacomo Balla o Gino Severini, algunos de los cuales fotografiados de uniforme. Especial atención se dedica, claro, al expresionismo, con obras de Emil Nolde, Ernst Ludwig Kirchner, Max Beckman (el autorretrato del folleto más arriba) Ludwig Maidner (a la izquierda), Egon Schiele, colaterales como Franz Marc (el de los caballos azules), reciclados como August Macke, periféricos como Chagall y revolucionarios dentro de la revolución como Vasily Kandinsky y Paul Klee, en la alborada del abstracto. Por haber, hasta hay algo de Man Ray... y alguna otra curiosidad como las planchas de Kirchner para las ilustraciones de libro de Adalbert von Chamisso, Peter Schlehmihl, una de esas obras sorprendentes que son la gloria de la literatura.

Vaya a ver la exposición quien quiera tener acceso a la febril actividad del joven artista como soldado, al espíritu compartido de estar viviendo "los últimos días de la humanidad", para confirmar una vez más aquella sabia expresión de Heráclito de Éfeso de que "la guerra es el padre de todas las cosas".

dijous, 27 de novembre del 2008

¡Qué mundo tan seguro!

Cuando ese personaje indescriptible llamado George W. Bush con quien, según afirma él, habla Dios, y el señor Aznar, según afirma el propio señor Aznar, inició la famosa guerra contra el terrorismo aseguró que lo hacía para conseguir mayor paz y seguridad en el orden internacional. Ya al comienzo de su mandato este perfecto inútil dejó claro que la "guerra contra el terrorismo" no tenía un campo de batalla delimitado ni enemigos definidos pero que él y los suyos, con la ayuda de Dios (y el saqueo del Irak, las torturas de Abu Ghraib, los secuestros de Guantánamo, etc) la ganarían y harían del planeta un lugar más seguro. Ahora el menda está a punto de largarse y la herencia que deja es un desastre sin paliativos que avergüenza al mundo entero excepto al señor Aznar quien dice estar muy orgulloso de aquella guerra de ladrones que desencadenaron los tres criminales de las Azores. Por lo demás ya se sabe que, si llega un momento en que el carácter asesino de esa guerra no pueda negarse más, dirá que él no lo sabía cuando apoyó la decisión de enviar un ejército a destruir y saquear un país porque sí.

¿Es el mundo un lugar más seguro? A la vista está: en casi todo el continente africano la vida humana no vale nada. Las matanzas, guerras, torturas, secuestros, violaciones están a la orden del día, con o sin soldados de la ONU que, además, a veces participan del jolgorio.

En concreto en Somalia, en donde un grupo de guerreros probablemente islamistas ha secuestrado a nuestro compatriota José Cendón y otros periodistas, no existe el Estado ni autoridad alguna que garantice el orden público en todo el país (de hecho, no hay país en sentido estricto) desde que en 1991 cayó el camarada Said Barre, que había proclamado el "socialismo científico" veinte años antes. En la actualidad Somalia es un conjunto de tribus casi independientes, señores de la guerra, guerrillas de fanáticos, autoridades imaginarias y estados separatistas, todos los cuales esperan beneficiarse del petróleo que se dice inundará al país como el Nilo a Egipto. Entre tanto las costas están infestadas de piratas capaces de secuestrar superpetroleros, sin duda para familiarizarse con el manejo del crudo. El presidente lo es de un Gobierno sabiamente llamado "Federal de transición". De transición ¿a qué? Ni Dios sabe nada y el tal presidente escasamente controla la poltrona en la que tiene el trasero. No se te ocurra ir allí de vacaciones y, si tienes un trabajo es mejor que pilles uno de mileurista en España.

Uno de esos grupos es el que ha secuestrado a Cendón. Según parece estos delincuentes no son tan dementes como otros si no gentes prácticas que lo que quieren es un jugoso rescate. Espero que el señor Moratinos gestione con fortuna el asunto y la liberación de Cendón no nos cueste un riñón. Que nos va a costar está claro, como lo está, a mi entender, que hay que pagar. Espero no escuchar a los señores de la derecha ponerse magníficos, cual suelen, diciendo que pagar rescates empeora las cosas. Me ahorro el debate con posiciones de este jaez recordando la vieja sabiduría de que los que declaran las guerras no mueren en ellas; mueren en ellas quienes no las declaran. Como se ve contemplando qué envidiable salud tienen los señores Bush, Blair y Aznar, a diferencia de miles de soldados gringos y cientos de miles de iraquíes, militares, civiles, clérigos que ya no contarán qué felices están de haber participado en la liberación del país.

Y no se crea que es el único continente (porque es todo el continente, desde Argelia hasta la Unión Surafricana) sacudido por la violencia. Asia está parecidamente. De los países musulmanes no hace falta hablar, pero ayer la señora Aguirre experimentó el grado de inseguridad que hay por doquier, hasta en el corazón financiero de la India, Bombay. Por cierto estoy muy contento de que no haya sucedido nada a ninguno de los integrantes de la expedición madrileña y me felicito de que la señora Aguirre haya salido indemne de tan brutal atentado. Por lo demás, la comisión o delegación que encabezaba la aguerrida dama estaba allí a hacer negocios y ha tenido que volverse más que a paso antes de que asesinen a sus miembros en cualquier atentado a ciegas en cualquier parte del país. Y conste que la India es la mayor democracia del mundo y bastante estable políticamente pero alberga en su seno una serie de conflictos violentos que será ocioso mencionar aquí. Añádase a ello la inestabilidad crónica de Indochina, las tendencias golpistas, la violencia de los archipiélagos en el Sureste asiático y en Filipinas y se verá que el sur del continente está en práctica situación de guerra y/o violencia generalizada.

Tampoco América Latina es un remanso de paz democrática y Estado de derecho. Sin contar con las agitadas situaciones políticas (y eventual aparición de la violencia) en Bolivia, Venezuela, Argentina, Perú, etc, los dos focos de máxima criminalidad son Colombia y México, países en los que intereses económicos privados, organizaciones armadas particulares, fuerzas paramilitares y parapoliciales compuestas por delincuentes tienen en jaque al Estado. En Tijuana, México, en la misma frontera con los EEUU, a veinticinco kilómetros de San Diego, muere la gente a balazos en plena calle que es un primor. Y eso sin contar aquellos a los que antes de matarlos los torturan y luego les cortan la cabeza. Por cierto no he podido poner ilustraciones de cadáveres decapitados por un problema de derechos de autor pero quien quiera verlos (y aviso de que es muy fuerte) que pinche aquí. Pues sí señor, como decíamos al principio, un mundo superseguro éste gracias a la alianza de dementes entre neoliberales y neoconservadores que gobierna el planeta y la Comunidad de Madrid.

(Las imágenes son : la primera, la página web de José Cendón, la segunda el mapa político de Somalia de Wikipedia que está en dominio público y la tercera una foto de 20 Minutos bajo licencia de Creative Commons).

Los dioses nunca están cansados.

Alberto Bernabé (Dioses, héroes y orígenes del mundo. Lecturas de mitología Abada editores, Madrid, 2008, 411 págs) es un meritísimo catedrático de filología griega de la Universidad Complutense de Madrid que tiene una amplia y sólida obra publicada aquí y fuera de aquí. O sea lo que se dice una autoridad en la materia. En este libro ha agrupado veinticuatro trabajos académicos, ponencias en congresos, artículos, etc y los ha agrupado con bastante tino en cinco apartados: I) Cosmogonías y teogonías. II) Mitos y literatura. III) Orphica. IV) Mitos griegos y mitos del próximo oriente. v) Las difusas fronteras del mito. Y doy fe de que la clasificación se sigue al pie de la letra o sea que en donde se dice que se hablará del orfismo, se habla del orfismo. Además, las cinco partes conservan una muy apreciable unidad de conjunto. Añadamos que el autor ha tenido la gentileza de aderezar los trabajos y aliviarlos del aparato crítico y erudito (aunque, por supuesto, no del todo porque no se puede) con lo cual ha conseguido un trabajo de gran interés. Sigue sin ser de fácil lectura ya que le ocurre a él lo que él dice que ocurre con muchos relatos mitológicos, que dan por supuesto el conocimiento de aquello sobre lo que versan. Pero los lectores que conozcan la mitología griega (y parcialmente la del próximo oriente) lo encontrarán interesantísimo y disfrutarán con la lectura, al tiempo que se ponen al día en unos conocimientos que, como todos, avanzan sin parar. No solamente se disfruta sino que un humilde aficionado como yo aprovecha el tiempo y aprende algunas cosas.

En la primera parte tras unas consideraciones generales sobre cosmogonías, una tipología de éstas de la mano de Mircea Eliade y un análisis de sus rasgos pasa a considerar la de Hesiodo, una órfica, la de Epiménides y la cómica de Aristófanes. Resulta muy útil porque casi se ve gráficamente su ordenación de la cosmogonía hesiódica en a) el Cielo (donde habitan los dioses), b) la tierra (donde lo hacen los hombres) y c) el mundo subterráneo (poblado de muertos); entre a) y b) se sitúa el Caos (cuya determinación filológica es muy interesante) y entre b) y c) el oscuro Tártaro (p. 30). Así que el Tártaro no es el Hades, pero tampoco es la Tierra.

La cosmogonía órfica es la atribuida a Jerónimo y Helanico, que nos han trasmitido en algunas referencias en prosa Damascio (un neoplatónico) y Atenágoras. Los dos órficos postulan el origen en el agua de la que surge un ser serpentino llamado "Tiempo y Herakles" y la Necesidad. El Tiempo es padre de Éter, Caos y Érebo y también del huevo cósmico propiamente órfico que, al partirse en dos, da el cielo y la tierra. De aquí surgirá el Primogénito dios bicórpore (es decir, bisexual), Zeus y una continuación teogónica (pp. 37-39).

La cosmogonía de Epiménides el cretense mezcla rasgos hesiódicos con órficos y principios nuevos como el aire, que lo relaciona de inmediato con Anaxímenes (51); que ya recuerda Bernabé en otro lugar que las cosmogonías tienen mucha relación con la Filosofía.

La cosmogonía cómica es Las aves, de Aristófanes, una pieza divertidísima en la que se muestra la innata superioridad de los pájaros sobre los hombres, una parodia de las demás cosmogonías en las que el cómico mezcla elementos homéricos, hesiódicos, de otras cosmologías y órficos, como el nacimiento de Eros (alado, claro) de un huevo cósmico, tema órfico por excelencia que le permite convertir la teogonía en una ornitogonía (pp. 63-64).

En la segunda parte, sobre Mitos y literatura, antes de hablar de dioses y héroes concretos, demuestra la importancia de la épica arcaica griega perdida que sólo conocemos muy fragmentariamente. La distingue de la homérica en que es menos rígida: puede que haya héroes inmortales, se narran actos heroicos y cobardías y hasta el erotismo encuentra acomodo (pp. 68/69). Divide la épica perdida en tres periodos: cíclico, genealógico y teogónico (p. 72) y clasifica los mitos según la función que cumplen en especulativos (o sea, explicativos), de viaje y de "afirmación nacional o manipulación política" (pp. 74/77).

En los dioses y héroes concretos, relata el nacimiento de Atenea en la literatura arcaica, desmenuzando a Homero, Hesiodo, Museo, los Himnos homéricos, Estesícoro, Íbico y Píndaro para confirmar la visión tradicional del mito. De pasada refuta la interpretación estoica de que Atenea sea símbolo de la sabiduría por salir armada de la cabeza de Zeus porque, dice, la idea de que la cabeza es el asiento de la inteligencia es muy posterior al nacimiento del mito (p.90).

El estudio de Teseo, héroe al que tengo particular afición, aunque sólo sea porque tuvo que ver con el Minotauro que es el que me cae bien, es interesantísimo. Teseo resulta ser nombre rastreable en la antigüedad micénica (p. 93) y lo curioso es que, aun siendo tan antiguo, sólo aparezca tratado de forma fragmentaria en las fuentes que se limitan a narrar una u otra de sus aventuras (rapto de Helena y descenso a los infiernos en la caso del ciclo épico), pero no dan una visión general. Parece que hubo una Teseida en la época clásica del apogeo político ateniense. Los dos ditirambos de Baquílides (nos. 17 y 18), composiciones de encargo para cantar la gloria de Atenas, son de 474 y 478-470 respectivamente, o sea, entre la Liga Delia y la batalla de Maratón, plena época del culto a Teseo (pp. 109/110). Con todo las menciones literarias al héroe son accidentales. El Minotauro no aparece. La explicación de esta aparente contradicción está, según Bernabé, en que Teseo era conocido desde tiempo inmemorial pero más como héroe de cuento popular, lo que apunta a la división convencional entre una literatura "superior" y otra "inferior" que suele ser efímera. Son varios los elementos de la leyenda teseida que hacen que el héroe se consagre: lucha con un monstruo (es un héroe civilizador), simboliza el valor ateniense en las guerras médicas (aunque de modo anacrónico) y su viaje a los infiernos lo diputa de hombre de conocimiento superior a la par que popular y demócrata (p. 118). La producción posterior sólo acrecentará está función de héroe nacional ateniense en el teatro, por ejemplo (p. 121). Ya lo creo, basta recordar el argumento de Edipo en Colono, de Sófocles, en donde Edipo no sólo legitima el poder de Teseo sino el de su descendencia.

Dedica Bernabé un capítulo al mito de Afrodita narrado según los Himnos homéricos, durante tanto tiempo infravalorados pero que a su juicio están adornados de una serie de rasgos que los hacen especialmente interesantes y de los que entresaco que son temas tradicionales, que hablan de dioses individuales, que son panhelénicos, que en ellos intervienen seres humanos y que, además del nacimiento de un dios, cuentan un conflicto (pp. 120/128). En el caso de Afrodita, ya que su actividad erótica amenaza el orden constituido, esto es, la guerra, la política, la educación de los jóvenes y la estabilidad del hogar y la familia (p. 131), Zeus decide castigarla con sus mismas armas haciendo que se enamore de Anquises. El parlamento en que Afrodita pone en guardia a su amante y lo ilustra acerca del nombre de su hijo, Eneas, trae tres digresiones que vienen a ser como explicaciones o justificaciones de por qué Anquises ni Eneas alcanzan la divinidad. Esas digresiones ejemplificadoras son Ganimedes, Titono (de quien conviene recordar que obtuvo la inmortalidad pero no la eterna juventud) (pp. 144-145) y las ninfas (p. 147) . Obviamente en el "nuevo orden" de los dioses olímpicos eso de que los dioses anden retozando con los mortales ya no está bien visto, de aquí que Eneas sea "lo que no debe hacerse". No deja de tener gracia que el héroe que Virgilio escoge para cumplir una revancha mítica y, de paso, legitimar a Augusto sea "lo que no debe hacerse".

El último capítulo de esta parte está dedicado a un tema de un extraordinario calado pues versa sobre las mujeres asesinas en la mitología: de un lado quienes, como Ágave en Las bacantes de Eurípides, enloquecen y cometen crímenes tremendos hasta el punto de descuartizar a su propio hijo, Penteo. De otro a aquellas que, fieles a sus funciones tradicionales de género, se resistan a Dionisio, éste las convierte en aves nocturnas (p. 153). El autor dedica especial atención a los dos prototipos de mujer asesina: Clitemestra y Medea, en las que aprecia los rasgos siguientes: 1) ambas tienen un motivo para hacer lo que hacen (no enloquecen sin más); 2) sus actos son inteligentes; 3) no son personajes enteramente malvados; 4) se registra una evolución, digamos moral, desde Esquilo a Sófocles ya que Medea no paga con la muerte sus crímenes; y 6) son prototipos que han de evitarse (p.173). Veo que Bernabé no otorga atención a la vieja explicación simbólica que arranca ya de Bachofen acerca de que Clitemestra tiene que morir porque con su muerte se simboliza el paso del matriarcado al patriarcado en las sociedades antiguas, probablemente porque no se le dará crédito entre los especialistas.

La cuarta parte dedicada al orfismo tiene dos interesantes capítulos sobre el mito de Dioniso para el que disponemos de tres fuentes: la más antigua, la de las Rapsodias y la helenística que apunta a la influencia egipcia (p. 198). Dioniso nace y muere varias veces. Hijo de Zeus y Perséfone, es secuestrado por los titanes y devorado por ellos. Renace en Sémele (por eso se le llama dimator) y luego del muslo de Zeus. En la versión helenística no aparece Palas (que sí lo hace en la antigua, con el encargo de llevar el corazón palpitante del hijo de Zeus) ni hay gestación posterior, pero sí se subraya la similitud con Osiris (p. 187). Se da pues por buena la versión más tradicional y extendida. Que es lo que se hace en el capítulo siguiente, dedicado a zanjar una cuestión litigiosa entre eruditos acerca de si hubo un mito órfico sobre Dioniso y los titanes de considerable antigüedad. En efecto, frente a quien sostiene lo contrario (esto es, que es un mito "inventado" en el siglo XIX), Bernabé lo hace arrancar en las Rapsodias, lo rastrea en las referencias neoplatónicas, en Plutarco, las argonáuticas órficas, en Juliano, Dión Crisóstomo y Diodoro. En síntesis: los titanes matan a Dioniso y se lo comen. Zeus los fulmina y de los restos de los titanes surgen los hombres cuya naturaleza es dual pues tienen parte de Titanes y parte de Dioniso y cuya misión es expiar el pecado de sus antepasados (p. 192). Suenan aquí los ecos de una variante de la interpretación nietzscheana. El Papiro de Gurob lleva el mito hasta el helenismo y reaparece en el Menón de Platón al hablar de la metempsicosis (p. 205) y en el Crátilo (p. 209).

El último capítulo de la parte órfica versa sobre el fascinante mito de Orfeo. Virgilio y Ovidio, que lo recogen, no hablan de su participación en el viaje de los argonautas y Platón en el Banquete interpreta lo que le sucede al bajar a los infiernos muy a tono con su doctrina negativa acerca del canto poético, fundamentalmente engañoso (p. 220). Bernabé sitúa a Orfeo entre los viajeros al más allá (p. 221), y descubre en él también muchos elementos de cuentos populares. Hasta le busca similitud con Simbad el marino, hablando de los argonautas, claro (p. 226). Orfeo es ante todo un transgresor, figura por la que Bernabé parece sentir predilección, lo que entiendo muy bien, como Asclepio y Támiris (pp. 228/229).

La quinta parte, la más extensa del libro versa sobre las relaciones entre los mitos griegos y los del próximo oriente, con todos los inconvenientes que plantea siempre la valoración de los préstamos literarios. Abre su consideración con la figura del "dios que desaparece", a propósito del viaje de la babilonia Istar a los infiernos (p. 247) y el ugarítico de Ba'lu y Môtu. Hay también versiones hititas y la griega se encuentra en el himno homérico a Démeter que Bernabé ve prolongarse en el cuento de los Grimm de La bella durmiente del bosque. No está mal traído. El Himno a Démeter se enriquece con la obligada visita a Eleusis por los misterios y la descripción de la escasez sobre la tierra. Es probable que Démeter también bajara a los infiernos, aunque en el himno homérico la que baja es la hija (p. 256).

Viene luego un complicado (y muy inteligente) paralelismo entre el mito hurrohitita de El reinado de los cielos, la Teogonía de Hesiodo y el Papiro de Derveni, un rollo hallado en 1962 cerca de Salónica (p. 268). En todos los casos el "nuevo orden" sucede al viejo, los nuevos dioses a los antiguos que no reciben culto, son primordiales, imprevisibles, violentos y aliados con las fuerzas oscuras (pp. 272/273). Hay diversas formas concretas (que analiza) de romper con lo antiguo y concluye su investigación: "En los tres poemas se presenta como centro del conflicto la lucha por el poder, en el trasfondo de la cual hay un conflicto entre el desorden y el orden. En el mito hitita el centro del conflicto es una inestabilidad del poder en los tiempos primigenios, debido a la lucha entre una estirpe celeste y otra ctónica, en la que los reyes son cíclicamente desposeídos del trono.(...) En el mito griego, el centro del conflicto es también la lucha por el poder y por la instauración del orden, pero se produce en el seno de una sola estirpe." (pp. 285/286).

El capítulo siguiente vincula el mito hurrohitita El reinado del dios KAL con los hesiódicos de la Edad de Oro, Prometeo y Pandora. KAL se encuentra entre lo primigenio más oscuro, Kumarbi y el dios del orden, Tesub. Pero éste no es definitivo y puede oscilar hacia el mal (Ullikummi, Hedammu) o hacia el bien, KAL. Kumarbi es Crono y KAL viene a ser Prometeo, si bien Hesiodo ha hecho el mito mucho más complicado. Basta con pensar en Pandora.

Los últimos capítulos de esta parte me parecen de menor entidad o están más sucintamente tratados, lo que no les resta interés. En uno se narra el combate del dios supremo con el monstruo destructivo, el Canto de Ullikummi en la versión hitita que Hesiodo ha elaborado mucho más en la narración del terrible combate entre Zeus y Tifón, el hijo de la Tierra y el Tártaro, con su doble naturaleza de hombre y fiera (p. 317) y al que no se puede vencer mas que arrojándole encima el monte Etna, en Sicilia (p. 317). Recuerdo que la primera vez que leí esto en la versión de la Teogonía de Bergua hace muchísimos años, me quedé tan impresionado que soñé con ello. Se sigue una breve consideración del Himno homérico a Démeter así como una interpretación del viaje del alma al más allá a través de un paralelismo entre mitos hititas y órficos.

La última parte del libro, llamada Las difusas fronteras del mito contiene tres capítulos contraponiendo el discurso mítico de un lado a los cuentos populares (recuérdese el caso de Teseo), de otro al nacimiento de la historiografía y por fin al discurso racional filosófico. Por supuesto que hay una divisoria entre los mitos y estos otros tres quehaceres, pero no es fácil de trazar porque las separaciones son osmóticas. Hay mucho de mito en los cuentos populares y viceversa; por otro lado, acentuando factores cronológicos, evolutivos, de racionalidad causal, etc, la historiografía acabó separándose de la mitología, lo que no era costumbre entre los griegos; por último Bernabé encuentra cuestionable la tajante separación entre mito y logos cuyo locus classicus es la fascinante obra de Nestle Vom Mythos zum Logos, puesto que encuentra abundantes vías de intercomunicación entre el discurso mitológico y el racional. Supongo que esta es una afirmación que los filosofastros tacharán de irracional, cosa que sonará a mala melopea a un hombre tan sabio como Alberto Bernabé.

(Las imágenes son: la primera un bronce de Antoine-Louis Barye (1841-46), Teseo dando muerte al Minotauro, en el Museo del Louvre; la segunda un cuadro de Pierre-Narcise Guérin (1817), Clitemnestre hésitant avant de frapper Agamemnon endormi, Museo del Louvre y la tercera, uno de Gustave Maureau (1865) Joven tracia con la cabeza de Orfeo (1865), Museo d'Orsay, París).

dimecres, 26 de novembre del 2008

A cristazos.

Ya tenemos montada otra polémica a cuenta de la manía de los católicos de imponer su presencia en todas partes, guste o no al personal. Y una polémica donde cada cual está retratándose admirablemente. Los tribunales cumplen con su deber: el de Valladolid ordena retirar los crucifijos del Colegio "Macías Picavea" (ilustre arbitrista a quien hubiera parecido muy bien la medida) y los de otros lugares recuerdan que son los gobiernos de las Comunidades Autónomas quienes deben pronunciarse al respecto. El Gobierno español, sin embargo, a la altura de su acreditada parsimonia, se lava las manos como Pilatos (lo que es muy oportuno, dado el tema) y de momento no dice nada respecto a las crecientes presiones para que se retire al crucificado de las aulas de los colegios públicos, algo que debiera de haberse hecho hace años en virtud del carácter aconfesional del Estado español.

Al contrario, la clerigalla y sus monagos han tocado a rebato ante la perspectiva de aulas sin sus queridos crucifijos. Según 20 Minutos, uno de aquellos, Juan Manuel de Prada, sostiene en L'Observatore romano que considerar el crucifijo ofensivo es síntoma alarmante de necrosis cultural, lo que es una interpretación de los hechos bien chusca dado que nadie, que yo sepa, considera ofensivo el crucifijo sino el hecho de imponer su presencia en los lugares públicos con independencia de lo que piensen quienes los frecuentan. El crucifijo en sí no es ofensivo; es otras cosas, como diré más abajo, pero no ofensivo. Ofensivo y agresivo es imponer el crucifijo, no el crucifijo mismo si el señor De Prada se limita a tenerlo en su casa y rezarle cuanto quiera... sin molestar a los vecinos.

Uno de esos monseñores que pasa más tiempo hablando por la radio que atendiendo a su grey, el arzobispo Cañizares, dice que retirar los crucifijos de los colegios es una muestra de cristofobia, un concepto nuevo para mí que probablemente oculta la pretensión eclesiástica de tratar a quienes no quieren crucifijos en las aulas como enfermos mentales. Cada día está más claro qué bien hacemos los ateos y agnósticos en oponernos a las tendencias totalitarias de la Iglesia católica. De no hacerlo así, estaríamos aún como en los tiempos de franquismo cuando el bautismo era obligatorio, el matrimonio canónico obligatorio, la enseñanza de la religión obligatoria, la vida nacional se regía por el calendario eclesiástico, había curas hasta en la sopa y ellos decidían lo que podía verse en los cines o en los teatros.

Porque esa es la realidad. Hace unos días, otro arzobispo que no cesa de injerirse en la vida pública civil, Monseñor Rouco Varela, decía que el relativismo moral y el laicismo fueron los causantes de los totalitarismos, cuando es obvio que el último que hubo en España lo montó precisamente la Iglesia católica. Esa inverecundia con la que los carcas acusan a los demás de sus propios defectos es lo que los psicólogos llaman "proyección". Eso lo hace a la perfección doña Esperanza Aguirre que no para de intervenir en la sociedad y en los medios de comunicación pero acusa a los demás de intervencionistas, que carece de todo principio moral (como se vio en el "tamayazo") pero acusa a los adversarios de relativismo moral.

La proyección suele ocultar asimismo un intento de imponer los criterios propios al precio que sea. Que es lo que hacen los católicos en nuestra sociedad. No solamente quieren tener sus crucifijos en las escuelas y todos los edificios oficiales, sino que pretenden apropiarse permanentemente los espacios públicos con sus procesiones, sus rogativas, sus mesas petitorias o el tañido de sus campanas, colonizar con su liturgia todo el protocolo civil y militar españoles, desde los juramentos de los cargos a los funerales de Estado, los desfiles y los actos conmemorativos. Afán totalitario en el que, al menos parcialmente, cuentan con la ovina y perruna aquiescencia de un gobierno que no osa ponerles coto con la contundencia que su responsabilidad y su historia requieren.

Y no solo son totalitarios sino embusteros y falsarios. Otro de estos clérigos de púlpito permanente en la plaza pública, el cardenal Amigo, dice ahora que lo que hay que hacer es respetar los símbolos de todas las religiones. En verdad tienen el rostro de hormigón armado y su cinismo no conoce fronteras: ¿desde cuándo respetan los curas católicos los símbolos de las otras religiones? Pregunta sencilla de contestar, ¿verdad?: desde que no les queda más remedio; desde ayer, como quien dice, porque antes los perseguían a sangre y fuego, como ordena su Dios en la Biblia que hagan con los que llama "ídolos" y "falsos dioses" y como harán mañana, si pueden. ¿Cree alguien aquí que los católicos, sobre todo los curas, admitirían que hubiera medias lunas o estrellas de David en las aulas de las escuelas? Ni borrachos. Entonces, ¿por qué dice lo que dice el cardenal Amigo? Porque según habla, miente.

Una última consideración: quienes nos oponemos a la apropiación privada de los espacios públicos que hacen los católicos no solamente no somos "cristófobos", ni padecemos "necrosis cultural", ni nos "molestan" los crucifijos, como dice a su vez la señora De Cospedal si no que, al contrario, en muchos casos por ejemplo el mío admiramos la figura de Cristo (a quien, por supuesto, no consideramos Dios pero sí un gran hombre) y sus enseñanzas y tenemos en altísima estima la imagen de la crucifixión como aportación singular a la historia del arte occidental. Pero es que aquí no se está pidiendo que se retiren obras de arte como ese Cristo de Cimabue del siglo XIII que hay en la ilustración, sino unas horrendas piezas fabricadas en serie industrial que para los niños simbolizan el culto católico al sufrimiento, la tortura y la muerte. Y sobre todo que se retiren como figuras únicas y de máxima relevancia en paredes y muros.Los católicos son muy libres de entregarse a esas orgías de sangre, insisto, en su casa. Los demás no tenemos por qué aguantar su proclividad al sadismo y mucho menos exponer a nuestros hijos a su dañina influencia.


(La imagen es una tabla al temple de Cimabue (de entre 1268 y 1271) que se halla en la iglesia de San Domenico de Arezzo, Arezzo, Italia).

¿Lo ven?

No paran, no cejan, no se detienen ante nada. Comerciantes de la muerte, mercaderes del miedo, agiotistas de la angustia, carroñeros de la incertidumbre humana, contrabandistas de la infelicidad, despiadados, miserables, inmorales, canallas, ahora dicen que Gramsci se convirtió al catolicismo antes de morir. Lo suyo es utilizar, instrumentalizar, servirse de los sentimientos de la gente, del miedo natural a la muerte, para seguir haciendo su infame negocio de acumular riquezas y poder en este mundo en nombre de quien predicaba la pobreza evangélica, para dominar a la gente y someterla a su oscura y viscosa tiranía. Porque, aunque fuera verdad este bulo, ¿qué importancia real tendría? ¿En qué cuestionaría la breve, febril y feraz actividad del filósofo de los Quaderni del carcere? Él mismo, de estar hoy vivo, lo aclararía con la concisión a la que se veía obligado a causa de la vigilancia fascista diciendo que este tipo de patrañas indemostrables es táctica en la guerra de posiciones, parte de la lucha por la hegemonía ideológica y se incrusta en el complejo estructural y cultural al que se refería como la questione del mezzogiorno: campesinos hambrientos, explotados, víctimas de los caciques y las supersticiones alentadas por los curas.

No les bastó con tenerlo los últimos once años de su breve vida en prisión sino que ahora prosiguen la tarea que se fijó el fiscal fascista ante el tribunal que lo condenó: "tenemos que conseguir que este cerebro deje de funcionar durante veinte años". Los buitres vaticanos aliados del fascismo de entonces quieren ahora acallarlo para siempre, enterrar su obra bajo la gazmoñería de una estampita de monja.

Pues nada, hombre, que lo canonicen. Ya va siendo hora de que los comunistas tengan su santo.

Pobre Tirso, pobre don Juan.

En el teatro de Bellas Artes hemos pillado en su última semana el montaje de El burlador de Sevilla o el convidado de piedra, de Tirso de Molina, por Emilio Hernández. La versión ha sido muy alabada mundo adelante porque, según se dice, anima mucho esta pieza clásica que, si no, se haría muy pesada; le da agilidad, viveza, y subraya el aspecto crítico situándose -dice la publicidad de la obra- en la posición de las mujeres que son las grandes perdedoras dada la moral de la época. Si añadimos que el elenco es bueno y el protagonista, Fran Perea, parece ser un actor en alza que tiene muchos (sobre todo muchas) fans quinceañeras que ayer llenaban la sala, tenemos la fórmula para una pieza de éxito.

Menos mal que Tirso, como pasa con los clásicos en general, aguanta lo que le echen y como se lo echen pues de otro modo hubiera sido para salir corriendo del espanto. Hernández intercala en la obra momentos musicales y corales de su minerva que hacen a aquella larga y tediosa para quien haya ido a ver a Tirso. Obviamente no para quien haya ido a ver otra cosa. Además, para hacer sitio a sus momentos musicales, recorta los parlamentos de los personajes y lo gordo es que, dentro de este desastre, probablemente hace bien porque con el clima que crea de obra desenfadada y divertida, hubieran encajado mal las largas tiradas poéticas preciosistas de Tirso de Molina.

La pretensión de tener un sesgo crítico por "ponerse del lado de las mujeres" es una falacia redomada. En primer lugar a Tirso no le hace falta que nadie le enmiende la plana. Ya su obra deja las cosas suficientemente claras y sus heroínas exponen con vehemencia la causa de las mujeres, que son las maltratadas por la moral de la época. "Malhaya la mujer que en hombres fía", dice Tisbea, la pescadora burlada en la última jornada de la obra, con el asentimiento de Isabela, también engañada. Pero es que, además, el director mete tres desnudos en escena (en uno de ellos hay también un desnudo masculino) que no solamente no tienen nada que ver con el espíritu de Fray Tirso de Molina sino tampoco con una actitud feminista de la que sin embargo se alardea.

En fin de este desastre de versión que, más que tal, es un saqueo de Tirso, lo más irritante es el tono festivo y dicharachero de una obra que tiene una tan fuerte carga dramática y filosófico-teológica, la absurda trivialización de una pieza que quiere ser trascendental. Las gracias Tirso las había reservado a los personajes especializados en ellas, los criados o graciosos. Los demás se mueven en un territorio denso de grandes principios, valores, reglas de conducta, el honor y, sobre todo, el eje principal, el reto demente de don Juan a la voluntad de Dios en ese cuán largo me lo fiáis que va repitiendo a lo largo de la obra con cadencia suicida, hasta que, ciego de hubris, acabe retando a las potencias del infierno en un acto supremo de desvarío. Y ello después de haber puesto una condición que, en su infeliz ignorancia, cree que ni la divinidad podrá salvar, al pedir que lo mate un hombre muerto, sin percatarse de que Dios todo lo puede (como pensaba Fray Gabriel Téllez), hasta hacer que un muerto mate a un vivo.

No tengo nada en contra de las versiones libres de los clásicos; al contrario, las aplaudo cuando me gustan. Pero no si no me gustan, como es el caso. Esto no es una versión, esto es aprovechar la percha de Tirso y su inmortal personaje para colocar una obra vulgar pensando exclusivamente en la taquilla. Es curiosa esta manía. Como está claro que los clásicos tienen "tirón" pues si no lo tuvieran no serían clásicos, se echa mano de ellos pero, para evitar el arduo trabajo de adaptarlos a la mentalidad contemporánea respetando escrupulosamente su espíritu, se los trivializa de forma lamentable. Quienes esto hacen debieran poner en escena sus propias obras.

Porlo demás, muy bonita la reproducción del programa de mano que es un detalle del Adán y Eva de Lucas Cranach (1528).

dimarts, 25 de novembre del 2008

Blogorismos de la clerigalla y el neofascio.

La desvergüenza de los curas.

Dice Monseñor Rouco Varela, que es necesario saber olvidar con el fin de que no se repitan los enfrentamientos fratricidas. Otro que confunde olvido y perdón, a pesar de ser cardenal de la Iglesia "del perdón". La misma Iglesia que, tras haber canonizado a novecientos "mártires" de la última guerra civil -esa que dice Monseñor que ha de olvidarse- se apresta ahora a beatificar a otros quinientos.

¿Cómo llaman Vds. a esta inconsecuencia? Yo la llamo "caradura". O algo peor porque este maquiavélico príncipe de la Iglesia también dice que, si no olvidamos, puede volver a haber violencia. O sea caradura amenazador.

(La imagen es una foto de Mermadon 1967, bajo licencia de Creative Commons).


Las razones de la carcunda.

Lo grande de la sentencia del juzgado vallisoletano ordenando quitar los crucifijos de las paredes de las aulas es que nos enteremos de que todavía estaban ahí. ¡Esta peste impositiva de la Iglesia es lo que es una cruz! De inmediato ha salido la carcundia hispánica -los curas y el PP, que vienen a ser lo mismo- pidiendo que los crucifijos se queden. Como ya no pueden obligar a hacerlo a tiros, tratan de razonarlo. Sus "razones" son éstas:

Según el Cardenal Amigo, la retirada de los crucifijos No favorece la convivencia. Más amenazas. En román paladino: si retiráis los crucifijos habrá hostias.

La señora De Cospedal, secretaria general del PP, afirma que a la mayoría de los españoles "no le molesta que haya crucifijos en las aulas". ¿Por qué lo sabe? ¿Se lo ha preguntado? La organización de padres de alumnos está de acuerdo en retirarlos. A ella le parecerán sagrados pero sólo son símbolos del sufrimiento, la tortura y la muerte. Un espectáculo para los chavales.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).


El congreso de los zangolotinos.

El Frente de Juventudes del PP ha contado en su congreso con la presencia del ex-falangista "independiente" señor Aznar, hijo y nieto de franquistas (o sea, de "socialistas", según la señora Aguirre) y con la presidenta de la Comunidad de Madrid. El primero ladró su odio por esquinas y pasillos con su agresivo falsete. Luego, la señora Aguirre desgranó la acostumbrada sarta de insensateces, provocaciones e insultos ante un público entregado que sueña con realizar sus postulados neoliberales. Según muchos analistas estos neoliberales no comprenden que su doctrina es la que ha fracasado en la crisis económica y financiera actual. Grave error, el neoliberalismo de estos zangolotinos y sus caudillos no es el monetarismo y/o el neoconservadurismo sino el neoliberalismo al estilo del difunto Jörg Haider en Austria, o sea una forma poco simpática de neofascismo.

(La imagen es una foto de El Plural, bajo licencia de Creative Commons).


¿En qué reside el poder de la Iglesia?

A mejor decir: de las iglesias. Reside en esto que se ve a la izquierda, una imagen de la Virgen de Guadalupe, patrona de México, que se recibe por e-mail acompañada del texto siguiente que reproduzco literalmente (y me ahorro unos cuantos "sic"):

"La Virgen de Guadalupe es Milagrosa, Te acompaña a donde tu vayas.
Esta carta tiene como finalidad dar la vuelta al mundo y continuar...
El Presidente de Argentina recibió una carta y la llamó 'basura' a los 8 días murió su hijo.
Un señor recibió la carta las repartió y la sorpresa q' sacó fue la lotería.
Alberto Martínez recibió la carta y la mando hacer con su secretaria,
pero olvidaron de repartirlas: ella perdió su empleo y él su familia.
Esta carta es milagrosa y sagrada
No te olvides de reenviarla antes de los 13 dias
Tienes q' enviarla a más de 20 personas en 13 días.
No lo olvides.Que recibirás una gran gran sorpresa!!!"

Reside en la superstición cuyo origen está en la ignorancia y el miedo. La ignorancia, por cierto, se combate con la ciencia. El miedo, con la inteligencia; ambos elementos lamentablemente escasos en el mundo. Lo de la inteligencia no tiene arreglo: se posee o no se posee. Lo de la ciencia pudiera ser una vía. Así razonan esos meritísimos ciudadanos que andan predicando el ateísmo y el agnosticismo mundo adelante a base de la expansión de la ciencia. Pero la verdad es que la ciencia es aun más escasa que la inteligencia porque cada vez es más difícil y se requieren dosis mayores de, precisamente, inteligencia.

Así que prospera la superstición que es la base de todo credo religioso. Hoy día, la época más avanzada hasta la fecha en la ilustración de la humanidad es cuando hay más astrólogos, videntes, magas, brujos, adivinas y demás jarcia de charlatanes, incluidos, claro, los intelectuales, los publicistas, los políticos, los curas y, por supuesto, sus primos hermanos los profesores universitarios. Y no en términos absolutos si no relativos.

Obsérvese qué falta de ciencia e inteligencia hay en los ejemplos puestos por vía admonitoria, qué cosa tan rudimentaria: que te toque la lotería, que pierdas un familiar, la familia entera, el empleo. Esto es lo que se llama al espíritu por la materia. Y lo que tiene más gracia de todo es que algún listo aprovecha la credulidad del personal para hacer negocio y publicidad gratuita: en concreto quien haya convertido la expresión, casi advocación del comienzo: Virgen de Guadalupe en un hipervínculo que enlaza con la página de publicidad de una peli, La Virgen de Guadalupe.

Ya pueden circular flemáticos autobuses ateos en Londres (veríamos lo que aguantaban en Madrid) que la superstición sigue reinando gloriosamente. Si la Iglesia no consigue hoy que las turbas quemen vivo a algún científico de esos que andan en la genética y las células madre es porque, por primera vez en la historia, la minoría ilustrada, los científicos, ha demostrado palmariamente que puede hacer más cómoda la existencia terrenal que la Iglesia, con lo que la gente la respeta. Pero no las tengo todas conmigo si la crisis arrecia, la vida se pone difícil, no hay para comer o tener televisor y la gente empieza a ver las cosas negras. Black Out.

(Por supuesto, nada de lo anterior empece el mucho mérito de la preciosa estampa de la Virgen con esa amendola que es gótico allende el charco y la media luna a los pies. No aparece sierpe bajo el calcañar porque iría contra la estima nacional mexicana.)