Claramente, clarísimamente, como lo están haciendo al alimón todos los gobiernos occidentales: poniendo dineros públicos sobre la mesa, recurriendo al gasto público, según quiere la ortodoxia keynesiana más salvífica.
Es decir que no se oye ya con la antigua resonancia la cantinela de la derecha de que hay que reducir el gasto público. Sólo queda, creo (y ni de esto estoy muy seguro), el señor Aznar pidiendo este recorte aunque hasta él parece haberse percatado de que esa receta es lo más estúpido que cabe hacer en las circunstancias.
Sí señor: se sale echando mano del gasto público y, si es necesario -que lo es- recurriendo al déficit y mandando a freír puñetas las políticas de disciplina presupuestaria y de límite comunitario al déficit que si, en tiempos de alta coyuntura quizá fueron recomendables (creo que ni aun ahí pues lo que hay que hacer es manejar la política económica con prudencia, pero no vamos a discutir), en tiempos de crisis, recesión y amenaza de depresión son medidas de dementes, como quien quiere regar el huerto cerrando el grifo.
O sea que los gurús neoliberales no se callarán porque no pueden reconocer de la noche para la mañana que llevan veinte años diciendo disparates y que sus trivialidades sobre el funcionamiento óptimo del mercado sólo se dan cuando se eleva el consabido caeteris paribus a orden del día o consigna de guardia pero que tiene tanto que ver con la cruda realidad como la trasparencia del adoquín. No callarán porque siempre les queda el recurso (al que se acogen desvergonzadamente) de echar la culpa de la crisis a las medidas que se toman para combatirla. Pero están haciendo poderoso ridículo.
Se sale de la crisis como hizo ayer el señor Rodríguez Zapatero en el Congreso (tras haber reconocido, al fin, que hay una crisis y no un "frenazo", "retraso", "trompicón" o cualquier otra peculiar expresión) y abriendo la vía de la provisión del crédito porque, como sabe todo el mundo, hasta los niños, el crédito es el alma de la economía.
Se plantean dos cuestiones, sin embargo, una cuantitativa y otra cualitativa. La cuantitativa se refiere a si las cantidades aprestadas serán suficientes. Da la impresión de que no y de que será preciso endeudarse más antes de empezar a remontar. Pero eso, como todo lo cuantitativo, tiene fácil arreglo.
Lo complicado es lo cualitativo que se refiere al modo en que esas ayudas, subvenciones, capitales van a aplicarse. Se ponen al servicio de los bancos y entidades financieras para que estos las repartan como la pedrea la lotería y, en el caso de las cantidades prometidas ayer por el señor presidente en sede parlamentaria, a disposición de las administraciones públicas locales que, por cierto, desde el hundimiento del ladrillo, están que se les ven la vergüenzas. Ciertamente, pero ¿es esto lo adecuado? Un keynesiano redomado como un servidor echa aquí de menos la presencia de la niña de nuestros ojos en todas las medidas anticrisis: la inversión pública directa del Estado en obras públicas. Vamos, no es que no me fíe de bancos y entidades de crédito (que no me fío) o que no me fíe de los ayuntamientos (que tampoco), sino que estos están ya siendo atendidos mientras que nadie habla de poner en marcha los mecanismos que, según muestra la experiencia de los años treinta del siglo pasado, realmente ayudan a salir de la crisis: las obras públicas directamente financiadas y gestionadas por el Estado. (La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).