Según una noticia de hace unos días en 20 Minutos, el Tribunal Supremo no ha admitido el recurso presentado por el Ayuntamiento de Arganda del Rey contra una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) que lo condenaba a pagar más de doce mil euros de compensación a once vecinos por los ruidos que han tenido que soportar procedentes de sendas casas regionales de Andalucía y Extremadura de titularidad municipal. Bien, aplausos al Supremo. Aplausos también al TSJM, aunque menos porque los doce mil eurillos que otorga a los afectados son, sin duda, una cifra ridícula. Cualquiera puede imaginar lo que habrán pasado unas gentes que han vivido en el piso de arriba de sendos locales donde se organicen juergas flamencas los fines de semana. Y si la imaginación no alcanza, que pidan los resultados de las mediciones de decibelios hechas por la policía local y la Guardia Civil.
Y pitos, muchos pitos y abucheos al Ayuntamiento de Arganda del Rey primero por permitir que unos individuos ruidosos perturben sistemáticamente la paz del vecindario; luego, por no hacer nada ante las reiteradas reclamaciones de los afectados; y por último, por recurrir la sentencia que lo condena. Una vez más se prueba que, en muchos casos, los principales enemigos de los vecinos en los pueblos o ciudades son sus consistorios, que debieran velar por su bienestar y derechos y sin embargo hacen causa común, por interés o simple negligencia, con quienes los conculcan.
Así como este blog es antitaurino, es enemigo declarado de los ruidos y de los ruidosos, plaga nacional que los dioses confundan, detestable costumbre ancestral que los más brutos de la raza, que son los que más tiempo han mandado en el país, ensalzan como muestra de virilidad y genial sentido españolista: cuanto más berrees, cuanto más grosero seas, más español. El año pasado dediqué tres posts a esta espantosa costumbre nacional de armar ruido: La batalla contra el ruido, Venceremos y Cárcel por armar ruido comentando los avances que van haciéndose en la lucha contra esta plaga y que aún son muy pocos. Cualquiera sabe de casos, si es que no los sufre en carne propia, de vecinos insoportables por bullangueros por los más diversos motivos: fiestas, radios, televisones, equipos de música a todo trapo, pendencias, electrodomésticos ruidosos, actividades de bricolaje. Cada vez que me acuerdo del imbécil del piso superior al mío al que tuve que soportar una larga temporada dedicado a actividades de bricolage me entran sudores fríos.
Éramos pocos y parió la abuela. Por si no hubiera bastante con los mil ruidos que los españoles desconsiderados (expresión ampliamente redundante) emiten, con el aumento de la inmigración, han comenzado a llegar los latinoamericanos que en esto de los ruidos son dignos hijos de la madre patria, de forma que cada vez son más los inmuebles en los que los vecinos tienen que tragar que en algún piso se instalen lationoamericanos a los que encanta, al parecer (no a todos, desde luego) tener puesta todo el día alguna musicanga tipo salsa con las ventanas abiertas. Innecesario decir que considero la inmigración un don del cielo y soy partidario de abrir la frontera cuanto se pueda a todos los que quieran venir a labrarse un futuro. Pero es absurdo no ver que eso plantea problemas de convivencia y que uno de los más agudos es el de las diferentes costumbres. La de tener la música a todo trapo con las ventanas abiertas día y noche no es de recibo. No es de recibo cuando la practican los españoles ni cuando la practican los inmigrantes.
Una de las virtudes del Gobierno socialista es haber entrado a civilizar este país do todos presumen de garañones en algunas de sus más irritantes cuanto acendradas prácticas como andar matándose por las carreteras y apalear y asesinar mujeres y niños, a ver quién es más macho. Y hacerlo por ley. Gran acierto. Quizá convenga endurecer esas leyes, dado que las consideraciones de respeto al prójimo o prójima no parecen entrarnos en la cabezota sino es a golpes de código.
Bien está todo ello. Pero ha llegado el momento de dar un paso adelante y enfrentarse al morlaco del ruido y los ruidosos, los de las motos a escape libre, los de las discotecas, los tablaos, los transistores, todos los energúmenos que arman bulla en detrimento de la tranquilidad ajena. Hora es de que se legisle que contaminar el medio ambiente acústico es igual a contaminar el resto de la biosfera: un delito por el que hay que pagar, incluso con la cárcel.
(La primera imagen es un óleo de Casimiro Sáiz y Sáiz titulado Interior de una botillería, de 1878; la segunda, uno de Pablo Salinas, titulado Tiempo de fiesta y la tercera un grabado de Ramón Torres Méndez, titulado Baile de campesinos de la sabana de Bogotá 1878).