diumenge, 11 de març del 2012

¿Se puede ser más canalla?

Quizá sí, pero debe de ser muy difícil. Cuando el exfalangista y neofranquista Aznar trató de colgar a ETA el atentado del 11-M con el único fin de ganar las elecciones tres días después, no sólo dio la bajísima medida de su calaña moral (que luego ha corroborado al ir por el extranjero hablando mal de su país) sino que sentó un ejemplo que muchos otros, igual de abyectos han seguido, aunque esta vez no con el fin de ganar las elecciones, sino de vender periódicos.

Si querer ganar elecciones mintiendo descaradamente sobre 200 cadáveres es repulsivo, prolongar durante años la misma patraña, la misma superchería sólo para vender periódicos es todavía peor. Es condición humana que el sufrimiento de unos sirva para el enriquecimiento de otros. Pero no suele darse de un modo tan evidente, directo y claro: alimentando las estupideces de la conspiración del 11-M, El Mundo hace caja.

Lo de menos es aquí que, en el camino, se arrastre por el lodo un proceso judicial que fue modélico y se atuvo a todas las garantías, que se difame y calumnie a las fuerzas de seguridad del Estado y a los jueces que no ceden al matonismo de los conspiranoicos. Lo de más es que, aparte de vender periódicos, la contumacia en la propalación de este bulo sin consistencia alguna revela la condición psicótica de quienes lo alientan. Estos mendas son unos megalómanos con fantasías de omnipotencia infantil que debieran ponerse en manos del psiquiatra en lugar de amenazar con reventar la confianza de los españoles en sus instituciones.

Los crímenes del 11-M.

Así, con esta mentira amaneció el infausto día 11 de marzo de 2004. Bien es verdad que Aznar mismo había llamado al parecer a los directores de los periódicos para colocarles el embuste con el que este innoble personaje pensaba ganar las elecciones tres días más tarde sobre los cadáveres de 200 personas. El diario corrigió la patraña de inmediato en cuanto comenzó a saberse que Aznar y su gente estaban mintiendo a todo el mundo con el fin de hacer cosecha electoral.
¿Qué hubiera pasado si El País no rectifica? Pues que se encontraría como hoy El Mundo, que sigue sosteniendo la mentira ya sin más finalidad que atentar contra la democracia en España y hacer todo el daño que pueda a la convivencia entre los españoles. ¿Es un problema de lentitud neuronal? Por supuesto, también. Pero sobre todo es un problema de encanallamiento moral. Quienes manipulan de este modo el sufrimiento de tantas personas durante tantos años no merecen más que desprecio. ¿Que el partido en el gobierno (el mismo que pretendió mentir a a los españoles con la autoría del 11-M) los apoya? Pues más desprecio para él. Mucha gente pretende no darse por enterada de este inmundo atropello y hacen como si estuvieran tratando con gente normal aunque equivocada. Allá cada cual. Para Palinuro quien no llama cobardes inmorales a quienes se valen del dolor ajeno para sus planes, en el fondo, los ayuda.

Hoy, manifestación; el 29, huelga general.

Las manifestaciones convocadas por los sindicatos para hoy en contra de los recortes sirven en sí mismas como reacción de protesta contra las decisiones de un gobierno que, sobre incumplir todas sus promesas electorales, descarga la totalidad de los sacrificios sobre los sectores más desfavorecidos de la sociedad que ya llevan mucho sufrido desde el comienzo de la crisis. Pero también servirán para calibrar las posibilidades de éxito de la ya convocada huelga general del próximo 29 de marzo.

La manifa y la huelga son dos formas de oposición a una política del gobierno que puede calificarse de ataque en toda línea a los restos de lo que durante años ha venido constituyéndose como un bloque de garantías jurídicas de los trabajadores. De un plumazo, mediante un decreto-ley que en realidad es un trágala, se pretenden aniquilar todas las conquistas laborales y sociales de los últimos cien años. Es un intento de depojar de sus derechos a los trabajadores, dejándolos a merced de los empresarios. Un intento también de anular los sindicatos que, con sus insuficiencias y errores, son la última linea de defensa de los asalariados. Cosa importante porque estos, los asalariados, estarán o no sindicados, pero siguen siendo la inmensa mayoría de la población activa y únicamente cuentan con los sindicatos para su defensa.

El gobierno finge una displicencia que está muy lejos de sentir (pues, si la sintiera, no se afanaría en deslegitimar la movilización), como se demuestra por lo reiterado de la declaración oficial de que "una huelga no arregla nada", que no servirá para nada porque no hay posibilidad de negociar nada de importancia sino, si acaso, lo accesorio. Pero eso es algo que no se puede decir de antemano. Habrá que estar a los hechos.

Hay nervios, y muchos. Los empresarios quienes, desde que gobiernan los suyos, casi hablan tanto como los obispos, insisten en que la huelga no hará bien alguno a España, o sea, a la Patria, que es como la madre de todos. Una expresión de cómo las declaraciones de los patronos son siempre, en el fondo, políticas.

Y más nervios muestran los medios de comunicación de la derecha, en realidad casi todos, al arremeter mancomunadamente contra la convocatoria de huelga con una virulencia y una beligerancia fuera de toda proporción. Es exagerado, por no decir ridículamente histérico, afirmar que se trata de una huelga contra España. Solo la derecha puede confundir una protesta contra un gobierno de partido con otra hipotética contra España... convocada y seguida por españoles. Eso no es crítica ni oposición; eso es dividir y enfrentar a unos españoles con otros, valiéndose de un uso partidista de España.

Los españoles tienen reconocido el derecho de huelga y es perfectamente legítimo que lo ejerciten cuando piensen llegada la situación. Se les puede acusar de imprudentes, de temerarios, de insolidarios, de lo que se quiera, pero no de delincuentes ni de ir contra España, de ser la anti-España. Ese es el lenguaje del fascismo español.

(La imagen es una foto de Liftarm en el dominio público).

El Consejo Editorial de Público vive.

Y no solo vive sino que tiene un apetito excelente. Ayer nos reunimos por primera vez después del cierre de la edición de papel del diario para lo que podríamos llamar una "merienda de trabajo". Hubo algunas ausencias pero estaba justificadas, así que se trató del equivalente de un pleno del Consejo.

En los próximos días el Consejo dará a conocer su opinión sobre la circunstancia actual y lo que quepa hacer en ella. Cosas que Palinuro no adelantará para no reventar el final de la peli. Pero quede claro que todos los presentes coincidimos en nuestro propósito de no resignarnos a que no haya ni un medio de comunicación comercial de izquierda es España. No resignarnos a dejar el campo libre a una extrema derecha mediática que, en conjunción con la derecha extrema de la política pretende imponer un modelo autoritario de gobierno, destruir de un plumazo el régimen jurídico del trabajo, desmantelar el Estado de bienestar y vaciar de contenido las comunidades autónomas. La batalla política es la batalla de la comunicación y tiene que haber, al menos, un medio de comunicación de izquierda porque es imprescindible para el funcionamiento de la democracia y responde a una clara demanda social.

dissabte, 10 de març del 2012

La huelga es un derecho.

Ahorro al lector las habituales jeremiadas sobre el militantismo de la prensa de la derecha, su falta completa de objetividad y no digamos imparcialidad, su carácter amarillo. Los periódicos son empresas que, dentro del respeto a la ley, fabrican el producto que quieren sin estar obligadas a norma ética o deontológica alguna más que por la propia voluntad que suele ser flaca. La derecha es así. Sabe perfectamente que la agresividad periodística tiene una rentabilidad y es lo que practica. Creer que vaya a dejar de hacerlo por una especie de revelación de tipo paulino es creer en quimeras.

Claro que también cabe tomarse este tipo de periodismo un poco a broma. No como periódicos sin más sino como tebeos o como pasquines de propaganda que levantan partido por el gobierno en contra de los movimientos sociales de oposición y de la misma oposición. Este tipo de periodismo de agitación y propaganda tiene una audiencia limitada, pero una presencia muy superior a esa audiencia, debido sobre todo al funcionamiento multimedia de la información. Es posible que la portada de La Razón solo la vean sus lectores, como unos 100.000 pero, en cuanto la reproduzcan en la televisión, la verán millones que es lo que quieren sus patrocinadores. Es el llamado periodismo de portada.

La huelga es un derecho de los trabajadores reconocido en la Constitución. Oponerse a él, negarlo, deslegitimarlo, estigmatizarlo, es injusto. Y más aun lo es considerarlo como alta traición, porque eso es lo que quiere decir el titular de huelga contra España. Esto es, la evasión de capitales, el fraude sistemático a la Hacienda Pública, el recurso a los paraísos fiscales, la tributación en el extranjero, el hablar mal de España en todos los foros internacionales, no son traiciones. Traición es convocar una huelga contra los recortes y, sobre todo, el injusto reparto de sus costes, contra el desmantelamiento del Estado del bienestar, contra la aplicación de políticas neoliberales, contra el gobierno del decreto-ley. Sí el gobierno no tiene oposición digna de tal nombre en el Parlamento es justo que la tenga en la calle. Sobre todo porque la oposición es un elemento esencial de la democracia que sirve para controlar el poder en especial si responde al ejercicio pacífico de un derecho, el de huelga.

Si el mero día de la convocatoria la actitud de la derecha mediática es ya tan beligerante, ¿cómo será en la víspera de la huelga y durante la misma huelga?

La mirada de un hombre.

Por fin me pasé a ver la exposición de Lewis Hine en la sala de Mapfre en el Paseo de Recoletos. Una recopilación de lo más representativo de su obra a lo largo de su vida. Un testimonio impresionante de un tiempo y unas gentes.

Junto con Steichen y Stieglitz, Hine pertenece a la generación de los padres de la fotografía clásica estadounidense, de Ansel Adams, Paul Strand, Michael Evans o Dorothea Lange. Pero hay algo que lo separa de todos los demás y es que así como casi todos son artistas, autodidactas o con formación, pero artistas, Hine es, sobre todo, un académico. Su mirada no tiene la limpieza e inmediatez intuitiva del artista puro sino que va buscando datos, pruebas, con las que interpretar una realidad de acuerdo con una teoría previa.

Hines se educó en las doctrinas filosófico-pedagógicas de Dewey y su idea de la educación ética. Si no ando errado, tras dar muchas vueltas, se graduó en pedagogía y se doctoró en Sociología (o al revés, no estoy seguro) y trabajó en la escuela deweyana. Luego, alguien le dijo que se hiciera con una cámara, aprendiera fotografía e ilustrara la condición de los desposeídos de la tierra en la pujante sociedad estadounidense del primer tercio del siglo XX. Que hiciera sociología plástica. Y a eso se dedicó nuestro hombre, a dejar testimonio sistemático de aspectos concretos de la sociedad de su tiempo, captando con un realismo demoledor los personajes que los poblaban. En la serie dedicada a Ellis Island, las familias de inmigrantes italianos, judíos, eslavos, rusos y su estancia en esas instalaciones que todavía impresionan. La serie de trabajo infantil en textiles y otras muchas ocupaciones encoge el ánimo.

Hine documentó gráficamente la construcción del Empire State Building y algunas de sus fotos más famosas son las de los obreros jugándose la vida (como en parte se la jugó él para fotografiarlos) a 400 metros del suelo en condiciones de seguridad que ponen los pelos de punta. También fue una especie de cronista gráfico de la ciudad de Nueva York, de Manhattan, los barrios populares, los chamizos en que vivían los inmigrantes, las familias obreras.

Hine era demasiado duro y no tuvo encaje en el mercado. Solo llegó a publicar un libro y sus colaboraciones con revistas no cuajaron. Paradójicamente, tampoco se benefició del New Deal como lo hicieron otros artistas que trabajaron para la administración. Al parecer por el empeño de Hine en no ceder el control de sus negativos. El caso es que murió en la miseria. Un hombre íntegro que se revela en la impresionante obra que ha dejado. Merece la pena pasarse por la exposición. Cada foto es una historia que interpela al visitante y lo obliga a reflexionar sobre la condición humana. La mirada perdida de una judía inmigrante en Ellis Island, un niño mutilado.

Y además es arte, una especie de pictorialismo a la inversa, esto es, no en el sentido de que la fotografía se haga pintura sino en el de que la pintura se hace fotografía. Las imágenes de los hombres luchando con las máquinas se trasladarán luego a todos los murales modernistas del planeta entero.

divendres, 9 de març del 2012

Mujeres.

Tremendo el cuadro de Gustave Courbet, el origen del mundo (1866), en el Museo d'Orsay, París, ¿verdad? Hágase un interesante ejercicio: pregúntese cada cual por qué resulta chocante un cuadro tan normal como realista/naturalista. Las respuestas se relacionan de mil modos con el problema que plantea la lucha por la emancipación de las mujeres, probablemente el conflicto social más antiguo y más profundo.

Ayer se celebró el día internacional de la mujer trabajadora. Los 364 restantes son "normales". "Normales" quiere decir ordinarios en nuestras sociedades patriarcales en las que la desigualdad y la discriminación por razón de sexo son permanentes y universales y se agudizan con la plaga de violencia de género por la que mueren decenas de mujeres todos los años en España, miles en el mundo entero. 364 días en que las mujeres tienen que soportar una condición social de subalternidad y eso en las sociedades avanzadas; en las otras, en muchas otras, su condición es de humillación, de esclavitud, inhumana.

Una condición muy difícil de remediar porque, aunque las mujeres plantean la lucha como solidaria entre los dos sexos, la verdad es que el masculino tiende a desentenderse, cuando no a oponerse. Mientras las injusticias de trato golpean directamente a las mujeres, a cada mujer, en su vida cotidiana, en su autoestima como persona, los hombres se enfrentan a ellas como no directamente afectados, por solidaridad y su compromiso es mucho menor. Cuando es. Véase qué sorprendente solidaridad de género hay entre la izquierda y la derecha a la hora de tratar este problema en sus justas dimensiones y no darle la prioridad absoluta que de hecho tiene.

La emancipación de las mujeres no es solamente un problema legal. Si lo fuera, ya estaría resuelto. Es mucho más profundo. Afecta a la autoestima de los hombres igual que a la de las mujeres, pero estos no gustan de reconocerlo. Sin embargo es obvio que todo cuanto atañe a las mujeres plantea problemas morales en los que los hombres, con razón o sin ella, se sienten concernidos y sobre los cuales tienen opiniones tajantes y pretenden imponerlas: el aborto, la prostitución, la violencia de género, el feminicido, la trata. Todo ello levanta una gran polémica y origina legislaciones muchas veces contradictorias, prueba de que no hay un criterio único como sí lo hay, por ejemplo, con la esclavitud. Ningún país la tolera legalmente; otra cosa es la práctica.

Y eso que no se ha mencionado aún el problema más profundo que es el de la imagen, el concepto, la idea de la mujer, que vienen condicionadas por el hecho de que prácticamente todas las civilizaciones son misóginas. Hay varias explicaciones para este fenómeno, también discrepantes y que no hacen aquí al caso. En la civilización occidental la misoginia es abrumadora. La religión católica, puntal civilizatorio, es misógina, como todas las religiones; las instituciones, culturas y tradiciones, también lo son, como los códigos legales, las tradiciones artísticas, la literatura y hasta el lenguaje. Esos académicos que salen al paso de las guías de lenguaje no sexista dan por supuesto que la lengua es una especie de fenómeno natural, sempiterno, inamovible en su estadio actual en el que no es otra cosa que el reflejo lingüístico de la forma de dominación patriarcal. Una imagen de inferioridad que comparten muchos hombres y, lo más grave, han interiorizado muchas mujeres. Esas, por ejemplo, que piensan que la discriminación léxica está en la naturaleza de las cosas y no es la cristalización relaciones sociales de dominación que se pueden cambiar.

Un movimiento que pretende romper estructuras autoritarias tan antiguas no lo tiene fácil. La conciencia de que esto es así ha llevado al feminismo históricamente a aliarse con otras minorías reprimidas. La primera con la que hizo frente común en el siglo XIX fue la de los esclavos hasta el punto de que el movimiento sufragista y el abolicionista llegaron a fusionarse. Posteriormente el feminismo ha hecho causa común con otras minorías discriminadas o perseguidas como las sexuales, en concreto las de homosexuales (gays y lesbianas), las de bisexuales y transexuales. En este terreno nos movemos casi en el inicio de los tiempos. En los países occidentales sigue sin estar admitida la plena igualdad de derechos entre homosexuales y heterosexuales. Pero en otros es peor. Los 56 países de la Organización de la Conferencia Islámica han boicoteado una reunión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU sobre los homosexuales porque en muchos de ellos la homosexualidad no es un derecho sino un delito que en algunos se paga con la muerte. Ese rechazo no augura nada bueno para el avance del feminismo cuya suerte está vinculada a la de las demás minorías discriminadas.

La emancipación de las mujeres es un proceso duro, difícil, con altibajos, que no se coronará en una generación, ni en dos; que no se sabe cuándo se coronará y si se coronará. Porque no depende de las modas, sino de quienes las imponen; no de las instituciones, sino de quienes las hacen; no de las leyes, sino de los legisladores; de lo que estos tienen en la cabeza y en el corazón, de lo que piensan, sienten y hablan. Todo eso que se resume en el cuadro de Courbet y que les hace ocultar o prohibir aquello que más les importa y, en muchos casos, lo único que les importa.

dijous, 8 de març del 2012

El fascismo avanza: interrogatorios con encapuchados.

La monstruosidad contra los derechos de los detenidos se produjo el otro día, después de la manifa contra la reforma laboral. Unos policías que no llevaban identificación y, además, iban encapuchados interrogaron a unos detenidos en una comisaría, privados así de todos sus derechos. No sé si se puede llevar más allá la aberración en todos los sentidos y si se puede ser más descaradamente fascista. Sin duda, la finalidad de quienes consintieron esta bestialidad era ser más eficaces pero, como siempre, el resultado de sus actos fue contrario a sus previsiones. Es incomprensible que la delegada del gobierno, Cristina Cifuentes, no haya dimitido ya.

Porque, ¿qué garantiza que los encapuchados fueran policías y no criminales o agentes de la mafia? Nada, no lo garantiza nada, salvo la palabra de Cifuentes, que vale menos de nada. Con una capucha no hay diferencia alguna entre un agente del orden y un asesino a sueldo. Dice la delegada que la práctica de los interrogatorios con encapuchados viene de los anteriores ministros socialistas. Un argumento estúpido porque ¿quiere decir que, si fuera verdad ello la facultaría para hacer lo mismo? Si el anterior ministro, pongamos por ejemplo, mataba todos los días un ujier, ¿ella podría hacer lo mismo?

Pero es que, además, estoy seguro de que la afirmación de la delegada del gobierno es falsa y una de sus habituales trampas. No es creíble que Rubalcaba y Caamaño recurrieran a estos procedimientos indignos. Y, desde luego, si lo hicieron, deben dimitir ipso facto de donde estén porque de aquí a detener a alguien, juzgarlo, condenarlo y ejecutarlo sin informarlo previamente de qué se le acusa, como al Joseph K. de Kafka, hay poca distancia. Pero estoy seguro de que no lo hicieron (de otro modo, se sabría), de forma que se trata de una mujer que, por salvar su cuello, no se arredra en calumniar al adversario.

(La imagen es una foto de Keoni Cabral, bajo licencia de Creative Commons).

Violencia de la retórica de la violencia.

La derecha hace uso permanente de dos trucos retóricos tan desvergonzados como irritantes pero que le dan muy buen resultado en términos de apoyo y movilización de sus bases. Uno de ellos es lo que los psicólogos llaman proyección, consistente en acusar al otro de lo que uno mismo hace. ¿Que la derecha boicotea la renovación de los órganos del Estado? Se acusa a la izquierda de instrumentalizar, manipular, presionar a esos dichos órganos. ¿Que la derecha adopta una actitud agresiva, con declaraciones injuriosas y calumniosas, negando toda legitimidad al adversario? Se dice que la izquierda crispa la vida política. ¿Que la derecha lanza su formidable bateria mediática contra la izquierda con golpes bajos, infundios y más calumnias? Se dice que la izquierda ejerce el monopolio de los medios de comunicación convertidos en órganos de propaganda. La comprobación de la falsedad de estos asertos es irrelevante porque de lo que se trata es de calentar los ánimos; pero es cierto que, cuando la derecha está en el gobierno no hay más crispación que la que ella misma aliente y también lo es que la izquierda no tiene medios de comunicación; no como los tiene la derecha en La Razón, El Mundo o el ABC. Es decir, estos trucos retóricos sirven para fabular el mundo, para mentir y engañar y, por supuesto, para hacer imposible todo diálogo y debate políticos en los que la derecha no está interesada pues su única finalidad es imponer sus puntos de vista sin más.

El segundo truco retórico consiste en usurpar los conceptos, las ideas, los términos de la izquierda para revestir sus doctrinas reaccionarias y disimularlas pues no tienen buena prensa ni entre quienes se benefician de ellas. Ayer recordaba Palinuro que los falangistas habían plagiado los colores a los anarcosindicalistas, que los nazis decían ser "socialistas". Igual que la iglesia llamó en su día "cruzada" a la sublevación del general Franco, la guerra civil y la represión posterior y como Esperanza Aguirre dice que el cristianismo ha traído la libertad a Europa. Se trata de una usurpación intelectual verdaderamente divertida que demuestra que a la derecha las cuestiones de principios le son indiferentes (su interés es el interés) y actúa con redomado cinismo, defendiendo a ultranza, cuando le conviene aquello a lo que se había opuesto con uñas y dientes. ¿Desde cuándo interesa a la derecha, a los conservadores, la libertad si llevan siglos oponiéndose a ella y gritando vivan las caenas? En concreto, los españoles abominaban hasta hace muy poco de ese mismo liberalismo que hasta hace nada la iglesia consideraba pecado y que Aguirre dice profesar hoy como si fuera el dogma de la inmaculada concepción.

Hace falta caradura. Dice Ruiz Gallardón que va a proteger el derecho de las mujeres a la maternidad. Y ¿desde cuándo se interesa la derecha por los derechos, especialmente por los derechos de las mujeres? Los conservadores se han opuesto siempre a la idea misma de derechos, considerándolos el comienzo de la anarquía y negándose a ampliarlos a quien fuese. Por ejemplo, se resistieron cuanto pudieron a reconocer el derecho de sufragio universal. Si lo hicieron fue porque no les quedó más remedio. Igual que el principio de la igualdad entre hombres y mujeres: siempre estuvieron en contra. Y siguen estándolo, si bien recurren a subterfugios para disimularlo o, incluso, a prestidigitaciones conceptuales por estúpidas que sean, como esta que trae Gallardón ahora quien debe de estar convencido de haber hecho una genial finta conceptual cuando no hace otra cosa que demostrar su escasa categoría intelectual con una artimaña de rábula para confundir los términos con aviesa intención.

El discurso de Ruiz Gallardón ayer es un ejemplo de usurpación y prostitución de conceptos de la izquierda como no se ha visto otro. Se instrumentaliza el concepto de violencia de género (al que una compañera suya de gobierno objeta porque sin duda le parece muy rojo) para despojar a unas ciudadanas de un derecho al tiempo que se revienta el concepto, convirtiéndolo en una caricatura. Porque la expresión literal de Gallardón fue violencia estructural de género. Por supuesto no tiene ni un solo dato ya que se trata de una invención. Pero, como es la derecha, hasta la invención es inepta porque ¿qué quiere decir exactamente de género aplicado a una hipotética violencia para que las mujeres aborten? Literalmente nada. Es lo que sucede cuando se parasitan los conceptos ajenos al servicio de causas opuestas a las que describían. Es el socialismo de los nazis, la revolución de los franquistas, lo popular de su partido o la castidad de la iglesia. Una sórdida mentira a mayor gloria de su dios machista y mayor injusticia hacia los hombres, en este caso las mujeres, cuyo día celebramos hoy todos quienes creemos que acabarán siendo seres humanos en sentido pleno a pesar de los gallardones que se encontrarán siempre en el camino. Entre otras cosas porque, si no lo son ellas, no lo seremos ninguno.

(La imagen es una foto de Dolors Nadal, bajo licencia de Creative Commons).

¿Vuelve Marx?

Hace muchísimos años leí un curioso libro cuyo título declaraba su contenido: Robert G. Wesson (1976) Why Marxism? The Continuing Success of a Failed Theory . Nueva York, Basic Books (¿Por qué el marxismo? El éxito permanente de una teoría fracasada). El autor venía a decir que la vigencia del marxismo, especialmente en Occidente, a pesar de que la historia lo había refutado siempre, se debía a que, en realidad, la teoría marxista es muy flexible, se adapta a cualesquiera circunstancias y sus seguidores la interpretan de formas muy variadas, incluso contradictorias, sin dejar por eso de reclamar para sus interpretaciones respectivas el marchamo de ser la "auténtica", la "verdadera", frente a las otras, que son meras desviaciones. No se escapaba al autor que de esta explicación se seguían dos consecuencias paradójicas, si bien tampoco les daba la importancia que realmente tienen.

La primera consecuencia es que la competitividad de las interpretaciones es el destino de todas las teorías históricas, sociológicas, de todas las filosofías y sistemas de pensamiento. Las teorías del espíritu (por encontrar un término suficientemente comprensivo) no son científicas en el sentido en que lo son las teorías sobre la materia. Significan cosas distintas para gentes distintas y épocas diferentes y ellas mismas son productos históricos, hijas de su tiempo, lo cual no se puede decir de las teorias científicas salvo en un sentido muy remoto. Razón por la cual casi todos los marxistas posteriores a Stalin (y algunos anteriores) reconocen que no hay un único marxismo sino muchos. Lo mismo que sucede con el aristotelismo, el tomismo o el kantismo, dentro de sus peculiaridades.

La segunda consecuencia paradójica es que esa flexibilidad, ese pluralismo doctrinal, en realidad es la prueba de que la teoría no ha fracasado sino que, al contrario, ha triunfado. La cuestión se centra en este caso en averiguar qué se entienda por "éxito" o "fracaso" de una teoría filosófica, política, social, económica; algo difícil de zanjar. Se dice sin embargo que no debiera ser así en el caso del marxismo porque, en virtud de la 11ª tesis sobre Feuerbach, el propio marxismo ha explicitado el indicador del éxito o el fracaso: la capacidad para transformar el mundo. Aun así, ¿qué? ¿Puede alguien decir que el marxismo no haya transformado el mundo y no siga haciéndolo? Aquí se abre otro interesante debate sobre qué quiera decir "transformar el mundo", pero si lo seguimos no acabamos.

Este libro (Daniel Bensaïd (2012) Marx ha vuelto. Barcelona: Edhasa, 223 págs), el último o el penúltimo de su producción se ocupa de este asunto: la pervivencia y la pertinencia del marxismo en el mundo de hoy. Un tema provocativo en un tiempo en el que las universidades ya casi no se ocupan del marxismo y las organizaciones políticas que lo tienen como referencia ideológica, apenas lo mencionan. Un recuento de las veces que aparecen hoy día los términos "Marx" y "marxismo" en los discursos comunistas da una idea de la situación.

A pesar de todo, dice Bensaïd, Marx ha vuelto (si bien quiere decir que está volviendo), está presente. Lo hace en un tono desenfadado, casi coloquial, como si se tratara de una explicación para gentes ayunas de conocimientos sobre la obra de Marx. Sin embargo, el libro no será inteligible si no se conoce esta hasta cierto punto. Les pasa a muchos marxistas: están tan embebidos de su particular cultura que creen que todo el mundo comparte sus significados. La liviandad de trato viene acompañada de unas ilustraciones de Rep francamente desafortunadas.

La obra no es original sino una especie de recopilación y replanteamiento de los temas propios de Bensaïd siempre que se ha referido al marxismo y, en especial de una de las principales, el Marx intempestivo, publicada en los años noventa y en la que, con mayor intensidad y sistema que en esta, hace una hermenéutica salvífica del marxismo y lo presenta recuperado de algunos de sus mayores estigmas, especialmente el que podemos englobar bajo el concepto de positivismo. Y lo hace además en congruencia con la específica trayectoria que el autor siempre ha suscrito, el trostkismo. Trostkista era Bensaïd en mayo de 1968 y trostkista murió en 2010 y en sus últimos años defendió la formación de organizaciones amplias, inclusivas, que aglutinaran las diversas izquierdas anticapitalistas.

Como quiera que el trostkismo es una variante del comunismo cuya pelea es, en lo esencial, con el estalinismo y la correcta interpretación del leninismo (o, mejor, del bolchevismo), no es fácil saber si los trostkistas llevan sus discrepancias al terreno de las interpretaciones del marxismo. Bensaïd colma esta curiosidad: su interpretación se alinea en el campo del Marx humanista, el de los Manuscritos y lo que llama la "trilogía" de la Comuna de París, el de la teoría crítica frente al Marx científico del estructuralismo del que, con cierto desdén, dice que ha acabado en el postmodernismo.

Y ese es el contenido esencial del libro. Ciertamente también es un ágil recorrido de la teoría (y la vida) de Marx (y de Engels), en el que se detiene en aspectos cruciales, siempre para dar la visión del marxismo que él suscribe: la crítica de la religión, el concepto de clase, la necesidad o no de las revoluciones, la naturaleza del partido y, por supuesto, el significado último de El capital que el autor asimila a una novela policiaca en la que hay que identificar el delito, descubrir el arma del crimen y encontrar al autor, que es el capitalismo. Casi todo lo que dice está muy puesto en razón y es plausible pensar que tenga relevancia hoy día, aunque pueda parecer lo contrario. Justamente lo que el autor señala es que Marx está volviendo, que se está afianzando y ¿cómo lo haría si no mediante una lucha? El peculiar análisis de El Capital va enfocado a demostrar la pertinencia del marxismo en la compresión de la actual crisis financiera del capitalismo. Pero no estoy seguro de que lo consiga.

La obra está llena de interpretaciones de aspectos interesantes de la vida de Marx que invitan a la discrepancia (sobre la condición de intelectual de Marx, su vida familiar, la relación con Engels, El Manifiesto, la derrota de la revolución de 1848, etc), pero considerarlas llevaría esta crítica demasiado lejos.

Es un libro de lectura muy ágil y muy interesante. La traducción, de Aníbal Díaz, está bien pero tiene bastantes galicismos y es a veces de lectura enfadosa. Veo que el título original era Marx. Mode d'emploi. Creo que el español es mejor.