dimecres, 19 de novembre del 2008

Blogorismos de desánimo.

Desánimo 1º: la Universidad.

Se nos cae la cara de vergüenza (o debiera) con esa noticia de que la Universidad española es la última de una lista de diecisiete países desarrollados. Como más bajo no se puede caer (que, no crean, es un consuelo) a lo mejor se aprovecha la situación para hacer algo, para rebotar, para ponerse en pie.

Ahora habrá dos líneas de planteamientos, como si los viera con las dos almas de la Universidad. Según una, la individualista, la Universidad española no existe, sino que hay equis universidades españolas (por cierto, públicas y privadas) y lo que se ha de hacer es evaluarlas por separado (cosa que ya se hace, tengo entendido) y así podrán tirarse los trastos a la cabeza, que en eso de discusiones estériles tiene la raza celtíbera la gloria de la palma. En la otra línea, la colectivista, habrá plena coincidencia, plena sociedad o colectivo en decir que falta dinero, mucho dinero y que sin financiación aquí no se hace nada.

En principio ambas reacciones son correctas: falta dinero (las universidades españolas carecen de medios en todos los sentidos o los tienen muy escasos) y conviene que se las evalúe por separado. Pero esas dos conclusiones no eximen a la comunidad universitaria de darse por enterada de la lamentable situación y de tomar medidas al respecto, de reaccionar. Por ejemplo, podían convocarse unas jornadas sobre regeneración de la universidad que estuvieran abiertas al público, con un debate lo más amplio y positivo que pueda darse en la red. De ese modo la Universidad se volcaría más a la sociedad y utilizaría más los medios que todo el mundo utiliza, en lugar de encerrarse en la torre de marfil que, de todas formas, tampoco es de marfil si no de duro hueso.

(La imagen es un fresco de Ambrogio Lorenzetti, la Alegoría del Buen Gobierno, de mediados del siglo XIV, que se encuentra en el Palazzo Communale de Siena.


Desánimo 2º: los "hijos de puta."

"Hijos de puta" llama el señor Bono a los de su partido en presencia de tres diputados del PP, y dice que está de broma. Tres de los más duros y agresivos diputados del PP (por ejemplo, el señor López-Amor, que fue Director General de TVE ¡con Aznar!), y dice que va de broma y que nada más lejos de él que el ánimo de injuriar.

Claro que no. Se cuenta de Churchill que en cierta ocasión en que estaba mostrando la Cámara de los Comunes a un joven e inexperto diputado, le dijo señalando las bancadas: "Ya ve, joven, aquí nos sentamos nosotros y ahí se sientan ellos". "Entendido Sir Winston: nosotros aquí y ahí el enemigo". "Se equivoca joven: el enemigo lo tiene Vd. aquí". Viene a ser la misma anécdota, una vez protagonizada por un caballero y otra por uno que no lo es.

Porque lo que más molesta es que se siga utilizando el término "hijo de puta" como un insulto o una injuria que trata de aniquilar al hijo en la honra de la madre y toma además a las putas en un sentido nefando mucho más injusto que si se dijera, pongamos por caso, "hijo de Bono". Sobre la caridad cristiana de la expresión ya no digo nada, salvo que el señor presidente del Congreso de los Diputados se lleve el retrato de la madre Maravillas a su casa, que falta le hace.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).


Desánimo 3º: las fosas.

No he leído aún el auto de inhibición del señor Garzón y no es probable que lo haga. Tiene como ciento cincuenta páginas en PDF. Este Garzón escribe más que el Tostado y a velocidades sorprendentes que mi trabajo no me permite seguir. Doy pues por supuesto que acierta jurídicamente al inhibirse y lo lamento porque pienso que la causa de la justicia en este caso gana más con él que sin él, empezando por el hecho de que si está en el mundo es gracias a él. Lo lamento porque al dar traslado de la parte alícuota correspondiente de la causa a cada órgano judicial territorial competente la cosa se pondrá como siempre en España, que unos se empeñarán en su responsabilidad hasta las pestañas y otros se llamarán andana. Y queda viva la cuestión de la calificación del delito. Como no he leído el auto ignoro si la inhibición en los órganos jurisdiccionales territoriales competentes implica una calificación distinta del delito que ya no sería crímenes contra la humanidad.

Pase lo que pase, la piedra está lanzada a la charca, las aguas se agitan, las ranas croan. Y además se politiza a pasos agigantados con la nieta de Negrín impugnando la decisión de la Audiencia Nacional de paralizar las exhumaciones y acusando directamente a algunos magistrados, y las asociaciones de la memoria histórica en pie de protesta. Corresponde al Parlamento tomar una decisión política (por ejemplo explicando cómo se aplica la correspondiente Ley de la memoria histórica) en un caso que es un caso de justicia política; un tipo de justicia que se ha hecho en todas las guerras ideológicas modernas (civiles o no) excepto en España.

¿Es o no diferente?

(La imagen es una foto de sagabardon, bajo licencia de Creative Commons)


Desánimo 4º: el perro mundo.

Menos mal que los tres genios de las Azores tomaron una medida heroica, una decisión que cambió el curso de la historia en la senda preclara de ¡Guerra al terrorismo! que predicó en su día el señor Bush, hoy "Pato Cojo" (pueden ver que he puesto un cuenta atrás para que se vaya Bush en la columna de la derecha; los invito a ponerlo en sus blogs y güebpeichs) con el fin de hacer el mundo más seguro. Sí menos mal. De no haber sido así a saber cuánta gente moriría en Bagdad día sí día no, cuantos soldados estadounidenses (American lives dice siempre Mr. Lameduck demostrando que las Un-American lives le importan un comino), cuántos de otros países "aliados", aunque fuera mejor llamarlos "liados".

Sí, sí, gracias a esa clarividente decisión y al empeño puesto por los tres belicosos adalides en mentir a la ciudadanía del mundo (por su bien, claro es), hoy éste es un lugar más seguro. Basta con mirar a Tijuana, fronteriza con San Diego (EEUU) en la que en un año han muerto 650 personas en balaceras; o sea, 2/3 de los muertos causados por ETA en cuarenta años. Cambien Vds. el foco, llévenlo al África, Eritrea, Somalia, Sudán o al Congo. ¿Acaso no se trata de situaciones en que o no hay imperio de la ley ni Estado de derecho ni Estado a secas ni falta que hace?Lo que hace falta son mercados y allí los hay muy buenos de armas cortas y ligeras y minas antitodo, en garantía de la seguridad, no hay duda.

Gracias a la previsión de aquellos inolvidables dirigentes la falta de imperio de la ley en partes amplísimas del planeta se adorna con el renacimiento de la piratería en alta mar, algo que se creía más eliminado que el paludismo y que si sobrevivía era en pequeñas aventuras en navegación de cabotaje; ahora y siempre gracias a los tres timoneles, te puedes encontrar un navío corsario en aguas internacionales capaz de secuestrar un petrolero, al que considera obviamente res nullius lo que anima mucho los negocios y va a dar un impulsito al precio del carburante. Piratas en el Océano Índico. El mundo es cada vez más seguro, ciertamente.

(La imagen es una foto de dioboss, bajo licencia de Creative Commons).

dimarts, 18 de novembre del 2008

El bucle perverso.

Es el nombre que se me ocurre para designar ese curioso rasgo de la crisis financiera global, consistente en que cada vez que las autoridades políticas y económicas anuncian medidas para hacerle frente, las bolsas reaccionan a la baja y la crisis se agrava; y a más contundencia y mayor alcance de las medidas, más bajadas de las bolsas y mayor agravamiento. Supongo que es lo que los teóricos de sistemas llaman un ciclo de retroalimentación negativo, pero ese nombre carece de encanto. "Bucle perverso" es más gráfico, aunque haya que explicarlo. Y explicado queda. Recuérdese: anunció la Casa Blanca el famoso plan de los 700.000 millones de bucks y al día siguiente hubo un descalabro en las bolsas; se comprometieron los europeos reunidos en París a una batería de contundentes medidas para tranquilizar, asegurar, garantizar, etc, etc y un día después los parqués (como dicen los entendidos, que llevan un tiempito sin entender nada) se vinieron abajo; se reunió la crême del poder económico mundial en Washington, anunció estar dispuesta casi a refundar el capitalismo y ayer hubo desplome generalizado y el Citigroup, el mayor banco del mundo, anunció 53.000 despidos, mientras menudeaban las peticiones de salvamento de otros bancos menos vistosos. A lo mejor hay que dejar de hacer declaraciones que son contraproducentes, trabajar más en sigilo y confiar en que el capital financiero, tan dado a la especulación, se calme un tanto. Porque de seguir así a la próxima reunión que se convoque para tranquilizar a los mercados a lo mejor tiene que ir el Papa como representante de Dios en la tierra a hacer un milagro. Pues la situación es grave y quizá estemos en puertas de un pánico generalizado. Ayer decía el flemático El País que el temor a las quiebras bancarias y los desplomes de las bolsas han llevado a algunos ahorradores a sacar sus fondos para volver a guardarlos en el colchón. Habrá que hacer algo antes de que ese "algunos" se convierta en "todos".


(La imagen, que muestra la sede de Citibank, es una foto de teufel, bajo licencia de Creative Commons).

Si la cara es el espejo del alma...

Estoy seguro de que, además de alegrarse hasta el píloro por la detención de este menda, muchos, muchísimos españoles hemos estado un buen rato contemplando su rostro, quizá tratando de descifrar en él qué pueda mover a una persona a cometer (supuestamente, claro; principio de presunción de inocencia hasta el final) actos tan sanguinarios, crueles y odiosos. Lejos de nosotros asociaciones lombrosianas sobre la relación entre rasgos fisonómicos y condición criminal, máxime cuando lo que uno ve es el careto de un chaval de unos treinta años, con un corte de pelo a la moda, barba rasante y un arete en el lóbulo de la oreja izquierda (lóbulo, lóbulo, dirán los lombrosianos, ahí hay una pista criminógena), como los que encuentra uno con frecuencia por la calle, especialmente en el País Vasco. Quizá sea el gesto de dureza y cierta amenaza en la mirada. Porque ¿qué puede impulsar a alguien a matar a sangre fría y a quemarropa a dos seres humanos inermes? Supuesto que el autor haya sido él, el señor Txeroki tendrá tiempo para averiguarlo en primera persona ante un espejo en una celda en los próximos treinta o cuarenta años, mientras se pregunta de qué le haya servido.

Caminar sin rumbo (XIV).

Reencuentro.

La verdad es que, además de pasar unos días al borde del Mediterráneo, corriendo el riesgo que comporta este mar de sugerir a los escribas vehementes tonos lírico-mitológicos, llegué a la ciudad de X*** con la intención de visitar a un viejo amigo a quien había tratado mucho en los años de la Universidad. Era por entonces un joven alto, bien plantado, guapo, con un éxito arrollador entre las chicas, extrovertido, amante de los deportes por las mañanas y las francachelas por las noches, dedicado al estudio en los tiempos que estas actividades le dejaban libre, así como Churchill cuenta que pasó unos años en Oxford estudiando en el poco tiempo que le quedaba libre entre regata y regata. Vlam, que así llamaremos a mi amigo, había ingresado en la Academia militar pero la dejó para seguir carrera civil. Tenía un carácter autoritario y valoraba mucho la disciplina, razón por la cual, quizá, se hizo rojo de inmediato y participó en las luchas estudiantiles de finales de los sesenta y primeros setenta. Tuvo sus más y sus menos con la policía y el famoso Tribunal de Orden Público y finalmente, en el postrer año de la carrera, por influencia de la última de una larga serie de novias, se apartó de la mística del combate, se dejó crecer el pelo, se agarró al Lobo estepario (¡qué traducción, Santo Dios!), se metió en el cuerpo todo tipo de substancias alucinógenas y se pasó a la mística de la contemplación.

Me acuerdo de que, por aquel tiempo, en unas vacaciones que pasamos en Katmandú, lugar de peregrinación obligada de los hippies de antaño, como La Meca lo es de los muslimes o Moscú lo era de los buenos comunistas, contemplando ambos las estrellas en una noche diáfana, hablamos largamente sobre los méritos y deméritos de la opción entre vida activa y vida contemplativa, como correspondía. Los dos éramos de canon. La acción, razonábamos, es ciega y la contempación, insulsa. ¿Qué nos quedaba? La "no-acción" y la "no-contemplación", decía él, que estaba muy empapado de budismo, especialmente zen, la nada, la sumisión en y a la nada. El Tao, añadía, mezclando cosmovisiones con alegría de neófito. Quería yo sacarlo de lo que me parecía un marasmo y le argumentaba que, en realidad, toda acción es contemplación y toda contemplación implica acción, cambio, mutación, como explica el principio de indeterminación de Heisenberg. Pero llegados a ese momento ya no obtenía respuesta de mi amigo que se sumía en un silencio y quietud que tal pareciera iba camino del Nirvana. Lejos estaba yo de suponer que, en uno de sus inexplicables giros, al terminar los estudios, Vlam se haría cargo del pequeño negocio hotelero de su padre en la costa, con la intención de convertirlo en un gran complejo turístico y hacerse multimillonario.

- Todo es mierda -me dijo al comenzar su nueva andadura- porque somos mierda y a la mierda volveremos. Y como el símbolo supremo de la mierda es el dinero, me voy a meter en él hasta las cejas.

Y así fue. En los años siguientes continuamos viéndonos con regularidad. Pasaba por casa en sus viajes a la capital, o bien iba yo a la suya en X***, cosa que me era fácil porque, aunque había prosperado más allá de todo lo imaginable, seguía viviendo en el pequeño hotelito que había heredado de su padre y que se llamaba Luz de Oriente, y allí me dejaba una habitación. Cuando él venía podía traer un Jaguar de fabricación exclusiva o cualquier otra extravagancia; ello si no llegaba en su jet privado. Me invitaba a comer en locales exclusivos y carísimos y hablaba sin parar de sus negocios, sus planes de expansión por el mundo entero, sus relaciones con los magnates de las finanzas, los políticos, las hermosas mujeres que adornaban las mesas y las camas de los triunfadores planetarios y se reía -bueno, nos reíamos- cuando le recordaba los años en que andaba descalzo poco menos que cantando el Hare Krishna.

Un día, ya bien en la cuarentena, se casó y sus visitas a la capital se espaciaron. Cuando venía hablaba mucho de su mujer, de la que estaba enamoradísimo y a la que se empeñó en presentarme pues decía, y tenía razón, que era una belleza. Fue en una noche en la que arrendó un local de lujo para nosotros solos y se la pasaron los dos bailando y follando como locos hasta el amanecer, cuando yo ya me había quedado sopa vencido por el champagne y el cansancio. Me despertó para decirme que no tenía arreglo, que era un frustrado y un fracasado y todo porque me había negado a que me acompañara una amiga de su mujer, hermosísima también por cierto, porque por entonces llevaba yo bastantes años casado y era fiel a la mía, con la que tenía dos hijos.

Al poco tiempo empezaron a llegar los suyos, las visitas mutuas se distanciaron más. Ya sólo hablaba de sus cuatro retoños pequeños (aquella beldad había resultado muy fértil), largas parrafadas que yo escuchaba con resignación cuenta habida de que los míos estaban a punto de entrar en la Universidad. Él lo tenía todo pensado. Se había mudado a vivir a una mansión en un barrio de lujo. La montaña de dinero que había hecho serviría de base para que sus cuatro hijos llegaran aun más lejos, más alto, más rápido. Tendrían que comprender que el mundo era suyo porque él lo había puesto a sus pies y ellos habrían de tratarlo a patadas, como Dios manda. Los ricos eran pura mierda, las clases medias mierda de quiero y no puedo y los pobres daban asco. La sociedad, la civilización no eran más que rotundos fracasos y como nadie podía ya retirarse a contemplar la vida debajo de un árbol porque no te dejan en paz, había que seguir y seguir a ritmo y tempo crecientes hasta que toda la mierda estallara de una vez y que, cuando ello sucediera, nos pillara en la cumbre. Recuerdo que le dije entonces que eso sonaba a nuestra conversación en Katmandú sobre la vida activa y la contemplativa treinta años antes. Me miró como si no me viera, como si fuera transparente y, al levantarse para salir, mientras el maitre le hacía zalemas, se giró hacia mí, sujetando su abrigo, y me dijo que había empezado a escribir sus memorias pero que se había dado cuenta de que eran tan disparatadas que había cambiado de género y las memorias se estaban transformando en una novela en la que, sonríó con malicia, "tú sales mucho".

Fue la última vez que lo vi. Pasaron quince años con el contacto interrumpido. Se entenderá por qué de pronto, en mi viaje a ninguna parte, se me había ocurrido ir a hacer a Vlam una visita como las de antaño. Siempre nos habíamos llevado bien, aun siendo tan distintos; yo guardaba muy buen recuerdo de él y estaba muerto de curiosidad por saber qué se hizo de aquella novela. Sigo las novedades literarias y no había visto nada suyo en aquellos quince años. Ni en los anteriores. Se comprenderá mi interés.

Eran las cuatro de madrugada cuando llegué a la puerta del hotel Luz de Oriente que estaba cerrado y con las luces apagadas. Pero no lo dudé un momento, sino que llamé al timbre y esperé; volví a llamar y esperé; tenía que estar allí, sabía que estaba allí; volví a llamar y volví a esperar. Por fin se abrió la modesta puerta de cristal que ocultaba el interior con una cortinita fruncida estampada de flores, y en el umbral, imponente, hosco e impaciente, estaba Vlam.

- ¿Qué desea? Está completo -e hizo ademán de cerrar de nuevo.

- Vlam -le dije-. Soy yo. ¿No me reconoces?

- No.-Y la puerta se cerró de golpe, dejándome perplejo, sin saber qué hacer, si aporrear el cristal hasta romperlo, volver a llamar, dar gritos, resignarme y regresar por donde había venido, sentarme en la acera, tumbarme a dormir allí mismo o llamar a un guardia. Estaba confuso, indignado, azorado, furioso, triste. ¿Cómo que no me reconocía? Era evidente que sí, que me había reconocido. ¿Qué signicaba aquello? En ese momento la puerta volvió a abrirse, Vlam se hizo a un lado, invitándome a pasar mientras decía:

- Claro que te reconozco, capullo. Eres mi personaje.

(Continuará)

(La imagen es un grabado al aguafuerte y aguatinta de Julius Klinger, El filósofo).

dilluns, 17 de novembre del 2008

Mirándose el ombligo.

La conclusión de la IX Asamblea Federal de Izquierda Unida (IU) ha sido un fiasco que no por previsible deja de ser lamentable. El mal que aqueja a la organización desde su comienzo, el fraccionalismo (y faccionalismo) amenaza con devorarla. Su nombre era y es clara refutación de su incomprensible creencia en que llamándose lo que no es ("unida") conseguirá materializar su deseo. Los que más hablan de unión son los más desunidos de todos; y no solamente aquí, en España, sino por todas partes. Estoy convencido de que el problema procede de la tradición comunista. No viene al caso enredarse en consideraciones históricas pero debe recordarse que la tradición del PCE, de hecho de todos los partidos comunistas del mundo, ha sido el escisionismo y el secesionismo y eso no se cambia de la noche a la mañana. En mi opinión ese virus secesionista del comunismo tiene por lo general raíces personalistas. Vuelvo sobre ello más abajo.

Así que el Partido Comunista de España (PCE), mayoritario (si no hegemónico) en IU, es el problema de la organización. Lo paradójico es que también es la solución. Y esta ambivalencia se aplica al propio PCE que con IU no va a ningún sitio y sin ella, tampoco. Ambas partes, el PCE vertebrado como partido pero sin legitimidad democrática por las connotaciones del comunismo y el conglomerado de otras izquierdas que tiene plena legitimidad democrática pero está desvertebrado, ambas partes, digo, hacen muy bien en tratar de mantenerse juntas cueste lo que cueste. Tiene que haber un sitio para una izquierda más radical que el PSOE que impida que éste se escore a la derecha.

Digresión sobre el bipartidismo fáctico del sistema nacional de partidos y las posibilidades de la izquierda radical. Habrá quien diga que esa duplicidad de ofertas electorales en la izquierda la perjudica en su conjunto sobre todo a la izquierda moderada a quien puede restar votos suficientes para alcanzar el gobierno pero también a la radical porque esta posibilidad hace que muchos de sus electores practiquen el voto estratégico para cerrar el paso a la derecha y voten al PSOE. Una aparentemente lógica conclusión de ello sería que IU debiera integrarse en el PSOE. Pero esto tampoco es posible: los socialistas no aceptarían nunca una corriente organizada comunista en su interior porque, además, perderían un porcentaje elevadísimo de sus votantes más centristas. La única posibilidad sería la disolución de IU y la integración de sus militantes en el PSOE, pero ello querría decir que desaparecería esta izquierda radical cuya necesidad hemos dado por supuesta (otros dirán que no es necesaria y debe disolverse) ya que no es probable que el PSOE cambiara su discurso porque, de hacerlo, de nuevo tendría merma de votantes y una probable escisión de carácter socialdemócrata. En resumen las relaciones entre IU y PSOE no tienen arreglo ni entendimiento posible y la realidad muestra que así es puesto que oscilan entre la colaboración llamazarista (que muchos en su interior llaman subordinación) y el enfrentamiento anguitista. Y muestra más esa realidad: muestra que tales relaciones se dan en el orden personal con un trasvase de militantes de una organización de izquierda a la otra, generalmente de IU al PSOE cuya vis atractiva es mucho más fuerte que la de la Coalición. Por descontado, las motivaciones de esos movimientos de trasvase que a veces son directamente personales y otras mediando algún tipo de organización que se crea ad hoc para justificar el trasbordo son personalistas. Fin de la digresión.

El origen del fraccionalismo en el movimiento comunista ha sido siempre el personalismo y es exactamente lo que sucede en IU. Luchas personales por el poder. Si es además por los cargos lo dejo al buen juicio del lector. En todo caso personalismo. Un personalismo tan desaforado y evidente (oculto a veces tras genéricos enunciados ideológicos) que ha llevado a la Asamblea a votar cinco candidaturas distintas y componer un órgano colegiado con cinco orientaciones (y obediencias) personales distintas. ¿O no llaman ustedes personalismo a una situación en que los delegados aprueban casi por unanimidad una declaración política (como si quisieran quitarse de encima tan molesto engorro para dedicarse a lo que más los apasiona que es la intriga y el pasilleo) pero luego no pueden ponerse de acuerdo en quiénes llevarán la batuta de la acción?

No he leído esa declaración con propósito de refundación que se ha aprobado porque no la he encontrado en parte alguna (ni en la página de Izquierda Unida), pero sí he leído atentamente los tres documentos políticos presentados a la IX Asamblea Federal. Por supuesto unos me parecen mejores que otros pero entiendo que no hay diferencias substantivas entre ellos con lo que se explica la rapidez y unanimidad con que ha aprobado un texto consensuado. Sobre todo teniendo en cuenta que quienes hubieran podido poner alguna objeción (la corriente Espacio alternativo) ya hicieron el mes pasado lo que suelen hacer estas izquierdas: mutis por el foro dando a conocer una declaración en pro, cómo no, de la construcción de una verdadera izquierda anticapitalista. Y eso es lo sorprendente: ¿cómo estando los demás de acuerdo básicamente en las cuestiones ideológicas, programáticas, interpretativas no son capaces de designar un Coordinador General? No quiero fastidiar pero ¿tiene alguien una explicación mejor que la del personalismo, la vieja herencia comunista? Y la cosa lleva pecado porque justamente cuando el capitalismo se hunde en la que ya va siendo la peor crisis de su historia, deja todas sus vergüenzas al aire y muestra un grave déficit de legitimidad, con lo que se da una ocasión propicia para que quienes creen disponer de una alternativa justa y viable la pongan a debate y decisión de un pueblo acogotado por el desastre económico, justamente entonces los autores de la alternativa están concentrados en mirarse el ombligo y moverse la silla unos a otros.

Hay algo más de aquella herencia que quisiera comentar antes de despedirme. Los documentos políticos que he leído están muy bien. Insisto, con diferencias, unos más extensos que otros o haciendo hincapié en aspectos distintos y con diferente fuerza de convicción. Contienen una explicación de la crisis del capitalismo, de la situación político-económica española y mundial así como unas propuestas de acción con las que coincido ampliamente. Algunas cosas me parecen algo voluntaristas pero, en lo esencial, es un programa razonable de la izquierda con el que simpatizo. Mi problema y conmigo, imagino, el de más gente, es que seguimos sin ver un pronunciamiento claro, rotundo, sin ambages por la democracia o (para que me entiendan los neomarxistas que redactan estos textos en los que se habla de "revolución" y de "socialismo" sin precisar los términos) la democracia burguesa, que es la única que hay. Sigue faltando una declaración formal de renuncia expresa a la violencia. Y no se diga que por tal se entiende solamente la terrorista; violencia es también la acción callejera, asamblearia, "consejista" que pretenda imponerse a la via parlamentaria. Sigue sin formularse una aceptación sin reservas de la idea de que la "democracia representativa" no es un medio para un fin supuestamente superior sino un fin en sí mismo. Y mientras eso no quede claro y sea convincente, la sospecha de falta de legitimidad democrática de los comunistas y quienes con ellos se asocien hará muy difícil que nada de lo que emprendan consiga un apoyo popular superior al que la coalición ha venido teniendo. Que no es despreciable, desde luego, y le luciría más con un sistema electoral distinto, pero que la deja muy lejos de vislumbrar siquiera la posibilidad de hacer realidad otra de sus más queridas consignas, la de izquierda "transformadora". En las sociedades democráticas las transformaciones sólo pueden hacerse con mayorías parlamentarias y las mayorías parlamentarias no parecen conseguirse con enunciados ambiguos acerca de la "revolución" y el "socialismo".

Supongo y espero que, pasado el plazo que el Consejo Político Federal (o la mitad del mismo) se ha dado, designe un Coordinador General. Pero me atrevo a vaticinar que no le servirá de mucho si la organización no aborda el verdadero problema que tiene, el de los personalismos, especialmente difícil de resolver en épocas electoralmente bajas, cuando la expectativas de acallar disidencias otorgando prebendas disminuyen. Téngase por último en cuenta que una solución de izquierda a ese problema palmario no debiera ser el reparto de cargos, sino la generación de un empeño, un espíritu colectivos de trabajar por el triunfo de una causa que se cree justa. Claro que a lo mejor eso no es cosa de ir a otra asamblea o congreso sino de montar unas sesiones de revolucionarios anónimos.

Comunicar bien el bien.

George Lakoff, el autor de No pienses en un elefante, ve traducido otro libro suyo al español (Puntos de reflexión. Manual del progresista, Península, Barcelona, 2008, 246 págs.) gracias al cálido interés que ha puesto en la obra el diputado socialista José Andrés Torres Mora quien también firma un prólogo encomiástico, tanto que parece tener a Lakoff como una especie de Mesías del socialismo democrático. Resulta, sí, un hombre interesante y con ideas claras que expone de modo brillante y convincente, aunque no sean muy nuevas y, a veces, tampoco profundas. Por ejemplo, objeto fuertemente al subtítulo del libro, "Manual del progresista". En mi opinión a los progresistas no nos gustan los manuales, salvo los de ciencias prácticas como la jardinería o los primeros auxilios.

George Lakoff forma parte del personal de un Instituto Rockbridge que es un Think tank socialdemócrata, o sea izquierdista en los EEUU y que en la última página del libro afirma ser independiente y no apoyar a ningún candidato en las elecciones. Será así si lo dicen pero el señor Lakoff y sus ayudantes hacen todo lo posible para que ganen los candidatos democratas y, lógicamente, pierdan los republicanos.

El libro parte de dos convicciones casi autoexplicativas: por un lado en las elecciones se dirimen cuestiones de valores y por otro, los republicanos (de ahora en adelante, conservadores) van ganando la batalla a los demócratas (de ahora en adelante, progresistas) en la tarea de formular e imponer sus valores y arrinconar a los de sus enemigos. Por ello, afirma Lakoff, él y sus colaboradores han escrito este libro para explicar los valores progresistas y la forma de comunicarlos, esto es, de imponerlos. Es pues de un libro de comunicación política, pero no de comunicación política al uso, con tintes académicos y profesorales y un prurito de neutralidad sino de comunicación política militante a favor del progresismo. En realidad más que de comunicación aquí se trata de propaganda... en el mejor sentido del término. Que hay que buscárselo y no sólo como último grito de aquella línea de investigación que empezara el padre fundador del estudio de la propaganda en los Estados Unidos, Harold D. Lasswell, que tanto aportó a la disciplina, sino con genealogías más oscuras. Dice Lakoff que el libro explica "cómo ganar o perder los corazones y las mentes de las gentes" (p. 33). Compárese esto con la afirmación de Goebbels en el Congreso del Partido Nazi en Nürnberg en 1934 que me gusta citar porque es un prodigio de perspicacia: "Está bien tener un poder que descansa sobre los fusiles, pero es mejor y más satisfactorio conquistar el corazón de los seres humanos y conservarlo". En ambos casos, como se ve, de conquistar el corazón de la gente se trata, aunque con finalidades presumiblemente distintas.

El segundo punto de partida es el hecho de que los conservadores hayan conseguido imponer su definición de los valores en el debate público. O sea, para entendernos, que la derecha gringa haya hecho realidad el programa de Antonio Gramsci de conquistar la hegemonia ideológica en la sociedad para imponer sus fines políticos. ¿Cómo lo han conseguido los conservadores? Muy sencillo, dice Lakoff, ampliando aquí sus conclusiones de No pienses en un elefante, imponiendo sus marcos conceptuales. La teoría de los "marcos" (Frame Theory), desarrollada ya en los años setenta por los interaccionistas simbólicos y los etnometodólogos al estilo de Ervin Goffman (su Frame Analysis es libro de cabecera de todos los "marcólogos" o "marquistas") presupone que entendemos el mundo en función de esquemas preconcebidos de marcos conceptuales previos que son los que nos permiten dar sentido a las cosas. Estos marcos son, como las creencias orteguianas, la ideología marxiana, el subconsciente freudiano, los residuos paretianos, los imaginarios colectivos lacanianos, en buena medida inconscientes, sobre todo si son lo que Lakoff llama (aunque no acaba de explicitar muy bien) "marcos profundos".

Pues bien, el triunfo conservador consiste en haber impuesto sus marcos en el debate público, arriconando los de los progresistas. A su vez estos deben devolver golpe por golpe y recuperar los suyos, no dejarse atrapar en el territorio del adversario; deben redefinir las cuestiones en debate en sus propios marcos y acercarse con ellos a esa capa que llaman los medios (erróneamente según Lakoff) "moderada" o "de centro". Erróneamente porque según nuestro autor el centro no existe; algo que ya había descubierto Maurice Duverger en los años cincuenta y demostrado en su clásico Los partidos políticos. Lo que llamamos "moderados" o "centristas" son para Lakoff "biconceptuales", gentes en quienes viven los dos tipos de marcos y a veces prevalecen unos a veces otros. El centro es un mito (p. 53).

Tras algún ejemplo feliz de qué sean los "marcos profundos" (por ejemplo, la llamada "guerra contra el terrorismo" para justificar la guerra de invasión del Irak, el giro autoritario en política interior y el cerco a los derechos y libertades de los ciudadanos), Lakoff enumera los rasgos de los marcos: 1) en gran medida son inconscientes; 2) definen el sentido común; 3) deben repetirse para que se fijen; 4) cuando se activan se vinculan los profundos con los superficiales; 5) los profundos no se transforman de la noche a la mañana; 6) hay que hablar a los biconceptuales como si fueran progresistas para no caer en la trampa de los marcos conservadores (pp. 73-76). Como se ve un análisis trufado de desiderata.

Algunos de los marcos más poderosos: la Nación vista como familia. Lakoff expone de nuevo el hilo argumental de su obra anterior sobre el elefante al sostener que los conservadores operan con el modelo del "padre estricto", en el fondo autoritario, mientras que los progresistas lo hacen con el del "padre protector" y más permisivo (pp. 93/93). No es difícil entender las implicaciones de este planteamiento en los debates sobre asuntos relativos a la familia en sentido estricto o metafórico. Piénsese por ejemplo en cómo entienden los conservadores el "patriotismo" y como lo hacen los progresistas. .

Otra línea de separación de marcos es la que se refiere a la moralidad del mercado, que contrapone la idolatría conservadora del mercado libre frente al marco progresista de la moralidad del mercado (p. 121). La mitología del mercado libre tiene cuatro mitos de apoyo sobre los cuales deben actuar los progresistas: a) los mercados son totalmente libres; b) las personas son actores racionales; c) las condiciones en el mercado son equitativas; d) el balance contable de las empresas refleja los costes reales (p. 125/127). Son cuatro puntos muy importantes aunque no carentes de riesgos. Por ejemplo, la negación de que los agentes sean siempre actores racionales supone un rechazo de la teoría de la elección racional lo cual no es malo en sí mismo pero hay que saber que en tal caso nos quedamos sin una teoría unitaria del comportamiento humano y se abre un régimen de reinos de taifas teóricos.

Los marcos deben explicitar los valores progresistas y Lakoff dedica un capítulo de interesante lectura a exponer los marcos progresistas de valores como la justicia distributiva, la libertad, la igualdad, la responsabilidad, la integridad y la seguridad (pp. 138/164).

De aquí saltamos a la formulación de iniciativas estratégicas que, a falta de una definición del autor, entiendo son las formulaciones políticas concretas y amplias basadas en determinados valores convenientemente "enmarcados". Lo importante, lo decisivo de las iniciativas estratégicas conservadoras, dice Lakoff es "que no explicitan sus objetivos reales" (p. 168). Este es un enunciado esencial que equivale a sostener que los marcos conservadores son instrumentales y sirven a sus partidarios para falsear el debate sosteniendo que buscan un objetivo cuando en realidad buscan otro. Es el caso de las llamadas "rebajas de impuestos" con las que se dice que se quiere dejar que las gentes dispongan de sus dineros libremente cuando lo que se pretende es favorecer a los más ricos y recortar el gasto público social por falta de fondos. Esto era más o menos a lo que apuntaban los socialistas españoles en las elecciones de 1993, cuando acusaban a la derecha de tener un "programa oculto" que no podían explicitar. Lakoff es optimista y cree que esta mendacidad demuestra que los gringos son mayoritariamente progresistas y que si se les explica de qué van la iniciativas estratégicas conservadoras las rechazarán. No las tengo todas conmigo pero el autor sostiene que, además, las iniciativas estratégicas que deben proponer los progresistas son: elecciones limpias, alimentos sanos, empresas éticas y transporte para todos (pp. 174/191).

Argumentar es un arte que en el debate político consiste en presentar los propios marcos como los mejores y desacreditar los del adversario. El ejemplo que pone, muy convincente, es el de la crítica de Barack Obama a la propuesta de supresión del impuesto de sucesiones. En lo esencial Obama mostró que de lo que se trataba no era de lo que decían los conservadores sino de regalar mil millones de dólares a los contribuyentes más ricos y restarlos de los ingresos públicos y, por lo tanto, de las transferencias a las rentas más bajas.

A veces hay que exponer los marcos como historias porque al ajustarse a pautas narrativas fácilmente inteligibles que constituyen marcos se prestan muy bien a la comunicación política. Recoge aquí la clasificación que hizo Robert Reich de las cuatro historias estadounidenses típicas, a saber: 1ª) el individuo triunfante (el sueño americano); 2ª) la sociedad benevolente (la solidaridad de la comunidad, también muy gringo); 3ª) la muchedumbre a nuestras puertas (amenazas del exterior); y 4ª) pudrirse en lo alto (la cuestión de la corrupción) y Lakoff ajusta estas pautas para demostrar que es posible emplear historias para abordar tres temas importantes: la atención sanitaria universal, el salario mínimo y la seguridad social (p. 215).

Las dos últimas consideraciones del libro, muy prometedoras en el futuro pero un tanto atropelladamente tratadas en aquel, son la importancia de la imagen en la transmisión de marcos y la función que cabe al debate sobre el uso y el pago de internet.

Puntos de reflexión no es un manual del progresista ni falta que hace pero sí es un interesante estudio de comunicación política desde la teoría de los marcos y con una finalidad confesa de que sea de ayuda a la izquierda, una izquierda socialdemócrata como la que acaba de ganar las elecciones en Gringolandia.

diumenge, 16 de novembre del 2008

La primera cumbre de la era global y el canto del pato cojo.

Por fin reacciona la política como debe ante los infortunios económicos y empieza a tomar las medidas adecuadas de acuerdo con el único diagnóstico válido hasta la fecha. Pues la crisis es global, las soluciones habrán de arbitrarse globalmente. Eso es lo que viene repitiendo Palinuro hace más de un año. No basta con decir que estamos en la era global y actuar luego como si el mundo se acabara en los Pirineos o en el canal de La Mancha o en el Rin o en el lago Michigan o donde la naturaleza se haya servido poner un rasgo físico que los hombres han interpretado como una frontera. Los problemas globales requieren soluciones globales. De ahí que esta cumbre, la primera de su género en la historia, tenga importancia si no por sus resultados concretos sí por el cambio de mentalidad que inaugura: colaboración y entendimiento transnacionales, multilateralidad, o sea, globalización. Y por eso ha sido tan importante asimismo que España esté en la reunión porque es la que inaugura la gestión del mundo globalizado.

No va a refundarse el capitalismo, desde luego, entre otras cosas porque esa idea es una estupidez. El capitalismo no puede refundarse porque no lo fundó nadie nunca, no es la regla de San Benito, ni un club de fútbol, ni siquiera es como el socialismo, algo que se sacaron de la cabeza dos o tres teóricos y pusieron luego en práctica sus discípulos. El capitalismo es la forma espontánea de organización económica de la sociedad a lo largo de los siglos; no tiene texto canónico (la Riqueza de las naciones no se escribió para fundar el capitalismo sino para explicar cómo funciona) ni documento programático ni tratado fundamental, como la Unión Europea, por ejemplo. Ergo, no se puede refundar.

Pero sí cabe reformarlo, reordenarlo, reorganizarlo y siempre en el entendimiento de que, dada su gran elasticidad, todas esas manipulaciones pueden acabar en situaciones que nadie había previsto. En todo caso, si se lee la declaración final de la cumbre se verá que ésta tiene muy claras las causas de la crisis: básicamente el latrocinio de las élites ejecutivas del capitalismo con la complicidad de políticos neocons suficientemente sinvergüenzas sobre todo estadounidenses. El texto lo expresa con más diplomacia, desde luego. Asimismo podrán valorarse las medidas para combatirla y cuya característica fundamental es que rechazan expresamente la única que cortaría de raíz la posibilidad de repetición de tales crisis, esto es, la constitución de un organismo unitario internacional encargado de regular el sistema financiero mundial, que es la propuesta de las economías emergentes y del señor Rodríguez Zapatero. La declaración lo dice finamente, de acuerdo con la última voluntad del canto del cisne que aquí es un pato cojo: "La regulación es ante todo responsabilidad de los organismos reguladores nacionales que constituyen la primera línea de defensa contra la inestabilidad de los mercados". Aun así, el señor Matorral insistió en que las autoridades nacionales tampoco "regulen demasiado", pero esto ya era por fidelidad a la doctrina neoliberal que ha traído este desastre al planeta. Nada que nadie deba tomarse muy en serio.

El resto de las medidas que se adoptarán para remontar la crisis son: estabilizar el sistema financiero, utilizar la política monetaria según necesidades, estimular la demanda mediante la política fiscal, facilitar crédito a las economías emergentes y en desarrollo, reforzar las entidades financieras internacionales (BM, FMI) y los bancos multilaterales de desarrollo. Los fines que se pretenden conseguir son: reforzar la transparencia y la rendición de cuentas, mejorar los sistemas de regulación (la bicha neoliberal), incrementar la legalidad de las transacciones financieras combatiendo el fraude, reforzar la cooperación internacional y fortalecer las instituciones financieras internacionales. Y todo ello muy coordinado. Coordinación es le mot d'ordre de los nuevos tiempos. Es la globalización.

¿A qué suena todo eso? Al fin de la era neoliberal que se va por el sumidero de la historia en una bancarrota generalizada, producida por su absoluta incompetencia teórica y al restablecimiento de las políticas keynesianas. Es una pena que, por el consabido empeño de los gringos en fastidiar siempre la jurisdicción internacional del tipo que sea, no se haya podido establecer una autoridad global que regule el capitalismo financiero. Pero menos da una piedra. Quizá pueda hacerse en la próxima reunión cuando en lugar del señor Matorral-pato-cojo acuda Mr. Obama. Por lo demás, en algo hay que dar la razón al Pato Cojo: la crisis no es culpa del capitalismo ni del libre mercado, por supuesto que no. Es culpa del modo en que sus políticas neoliberales abordan la gestión del capitalismo y el libre mercado que, como se ha visto, oscilan entre la incompetencia y el pillaje. Ahora que gracias a los dioses el señor Bush se abre, quizá pudiera explicar de forma sencilla, como es él, este asunto a la señora Aguirre, impermeable a la luz de la razón y de la experiencia empírica.


Por cierto, si después de haber leído el necio ditirambo que ayer dedicaba el señor Aznar al señor Bush (véase la entrada de Palinuro titulada El tío Jodok) alguien tuviera alguna duda acerca de si Mr. Matorral-pato-cojo es o no el peor presidente en la historia de los EEUU, aquí van los resultados de ¡catorce! sondeos de opinión del último mes, recogidos por Polling Report.com y en los que puede verse que las medias son: aprobación, 24,7%, desaprobación, 63,5%. Hace falta ser muy Aznar para sostener que un tipo al que repudian dos tercios de sus paisanos haya dejado algo digno de valorarse.

En cambio échese una ojeada al índice de apoyo con que cuenta Mr. Obama antes de haber empezado su mandato. Se verá que es al revés que su antecesor: más de dos tercios de la población tienen mucha o bastante confianza en él. Los datos proceden también de Polling Report y, si se miran con mayor detenimiento, se observará que la gente es muy sabia y muy realista porque así como entre el 58 y el 70 por ciento dice que Mr. Obama será un buen presidente y que se trata de alguien que se ocupa de los asuntos y problemas de la gente común, el 54% no cree que pueda cumplir su promesa de rebajar los impuestos al 95% de la población y el 45% cree que, al final del mandato obamesco, estará pagando más impuestos que ahora. Los datos y cifras en President Elect Obama. Conclusión: le gente apoya a un presidente aun a sabiendas de que pagará más impuestos. Lo que demuestra que, cuando se tiene mensaje, la demagogia no es necesaria.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (XIII).

La gente del montón.

Había dormido bien, de un tirón, sin sueños molestos. "Sueños molestos" suena a redundancia. Nada diré de los sueños que aseguran haber tenido personajes célebres de la historia como san José, el Faraón del otro José, Buda, Quevedo, Macbeth, Fausto (aunque lo de éste parece haber sido pura vigilia), etc. Me refiero a los de la gente del montón, como yo. Todos son molestos porque hasta cuando son gratos, al saberse sueños, se vuelven molestos. Así que había dormido y amanecido tranquilo y pletórico. Me aseé silbando y bajé a tomar un café con leche y sus correpondientes churros al bar de la esquina. Recorrí con la vista los titulares de un periódico que alguien había dejado sobre el mostrador y decidí entenderlos no en lo que decían sino en lo que presuponían. Alguien rechazaba de plano las acusaciones de alguien. La vida pública es una batalla permanente, una lucha sin cuartel de unos por desplazar a otros (apartarlos, suprimirlos, matarlos, ocultarlos o devorarlos) y ponerse en su lugar, bajo los focos, para que los vean, los escuchen y, si se tercia, los palpen. La gente del montón somos muy buenos auditorios, somos sumisos espectadores a quienes se les dice que son los amos, los dueños, los que deciden el espectáculo que van a ver. Pero no es cierto; es la representación la que decide su público. "Quién es el público y dónde se le encuentra" se preguntaba Larra. Pues en todas partes. Coja usted sus bártulos, su cartel y su puntero, preséntese en la plaza pública, despliegue el primero y dé unas voces anunciando el horrendo crimen del bígamo de Hinojosa del Valle y la triste vida de doña Marciana. Verá cómo se arremolina el personal. Y ¿qué cuenta usted? Pues lo de siempre: la historia de uno que quita a otro del medio para ponerse él.

Por eso es tan acertado ser uno del montón. No te ven, no te buscan, no te requieren, no se enfrentan contigo, no sienten la necesidad de echarte porque no estás en parte alguna y por eso viajas a ninguna parte. Oculto a tu propia mirada tanto que a veces tienes que hacer un esfuerzo para verte cuando estás ante el espejo y hasta las hay que no lo consigues, que el espejo no te devuelve imagen alguna, como si fueras un vampiro y que quizá sean las mejores porque entonces ves otras cosas más gratas que el careto al que ya has acabado por acostumbrarte. Y si no te ves ni tú, excusado es decir los demás. Por eso está bien andar al aire propio sin el ojo de Dios sobre uno o el mandato de la autoridad o la necesidad de representación.

Reconfortado por el desayuno y habiendo olvidado qué se me había ocurrido viendo los titulares del periódico, me acerqué a la estación de tren y saqué un billete para una ciudad del levante. Tardaría una hora en salir, que empleé en recoger mis cuatro cosas del hostal en que me había alojado, pagar la cuenta y comprar un libro para el trayecto, uno cualquiera, una novela recientemente premiada que hablaba de los normandos, pueblo indómito, fiero y audaz, sin temor a nadie, que había aterrorizado las costas de Europa hasta Italia y en una de cuyas expediciones habíase producido una apasionante historia de odio, venganza, amor, celos; pasión a naos llenas en una corte cruel y corrompida en la que la vida de un hombre valía menos que la de un cervatillo. Prometía ser interesante.

En el vagón compartía asiento con una pareja que parecía unida por el móvil a juzgar por cómo se lo pasaban el uno al otro, toqueteando febrilmente las minúsculas teclas. Me confundí con la ventanilla, a ver discurrir el lento paisaje manchego que se estira y se estira como si le molestara cambiarse en algo y recordé los trenes de antaño. Pero fue fugazmente. No tiene gran interés recordar los trenes antiguos que ya se sabe lo que tenían y dejaban de tener. Lo interesante es imaginarse los trenes del futuro, ¿O en el futuro no habrá trenes? En América, por ejemplo, siempre vista como el continente del futuro, los trenes tienen poco porvenir. Ceden la palma a las carreteras y los automóviles. Y eso que en todas partes los ferrocarriles simbolizan progreso, civilización, mercados, apertura, cosas supuestamente buenas todas ellas. En los Estados Unidos significan asimismo el cierre del país que se identifica como úno solo, único, e pluribus unum en el momento en que la línea férrea del Este conectó con la del Oeste en Promontory, Utah. Es la fundación simbólica del país también en el aspecto de la acumulación primitiva de capital que lo lanzó y que en buena medida hicieron los famosos robber barons, muchos de ellos ligados a los ferrocarriles, quiero decir, al latrocinio de los ferrocarriles.

Pero sí, ¿cómo no van a tener futuro los trenes? El más inmediato que se me ocurre puesto que ahora lo suyo es aumentar más y más la velocidad es que vuelen. Y no, no tienen por qué ser aviones; pueden ser trenes voladores, un vagón detrás de otro, que es lo que hace un tren de un tren y no tanto las vías férreas, ese contacto de hierro con hierro que ya los franceses suprimieron hace muchos años en el metro de París con unos vagones dotados de ruedas con neumáticos en la línea Charles de Gaulle-Étoile que hacían un ruido como si se deslizaran para pasmo de los que los oíamos por primera vez en lugar del traqueteo de siempre.

A lo mejor los trenes del futuro vienen equipados con una especie como de burbujas, especie de huevos primordiales opacos o transparentes (a gusto de la clientela, que hay gente reservada y exhibicionistas) en los que cada viajero podrá introducirse para aislarse por completo del medio circundante. Por supuesto, también habrá salas, departamentos en los que quienes lo prefieran podrán ir disfrutando unos de la conversación o la falta de conversación de otros. Pero me hizo ilusión pensar en el tren del futuro dotado de cápsulas aisladoras, como mónadas ferroviarias en las que uno podría hacerse la ilusión de aquello que, según dicen unos entendidos en tan oscura materia, todos anhelamos desde lo más profundo de nuestro ser incluso sin saberlo, que es retornar al claustro materno. Porque nada impediría hacer las cápsulas mullidas por dentro. Y como se desearan.

Pues es el deseo el que mueve al mundo. Llegué a mi destino no muy averiado; dejé la novela de normandos olvidada en el asiento y me negué a recogerla cuando la pareja del móvil me advirtió de que la olvidaba y hasta sostuve que no era mía, que me la habían dado con el billete. Tomé un taxi a la salida de la estación y le dije que me llevara al puerto. Quería ver el mar. Todos quienes vivimos tierra adentro empezamos a decir estupideces en cuanto vemos el mar. Casi compulsivamente, lo cual nos obnubila el juicio y no nos permite darnos cabal cuenta del cambio tan extraordinario que significa existir al lado de una superficie abierta que sólo termina en la línea del horizonte, lo que quiere decir que no termina. Es como vivir al borde del abismo. Y sin como. Es vivir al borde del abismo. Lo que le produce a uno la inmediata conciencia de la importancia vital que tiene que uno pueda decidir en dónde quiere vivir y no le suceda lo que nos sucede a todos los del montón: que vivimos donde otros han decidido que lo hagamos. Crean sus ciudades y absorben al gentío. Y cuando han vaciado las tierras limítrofes, el hinterland que decían los geopolíticos, absorben la periferia y cuando la periferia ha quedado desierta, atraen a los de otros continentes y todos se amontonan en donde la mano invisible dispone y a casi ninguno le es dado tomar el portante y cambiar de vida, salvo que haya alguna catástrofe o alguna crisis o un sobresalto de incierta andadura. Así que tampoco es tan grato ser del montón. No te expulsan. No tienes que defender tu predio. Nadie lo codicia. Pero tampoco puedes moverte, apagar la luz, echar el cierre, decir adiós, ahí os pudráis.

Frente al mar me quedé, con mi mochila y mi bloc de notas, pensando en cómo me gustaría embarcarme. Embarcarme en mi propio navío para lo cual habría de aprender a navegar. Tendría que ponerme al habla con un ahijado mío que si no es patrón de barco le falta poco, a que me dé unas clasecitas. Incluso hasta podría hacer prácticas para soltarme y, quién sabe, con un poco de suerte igual me cogían como tripulación de algún velero si hubiera aprendido a hacer algo útil en la mar. Imagino que podría tener conexión permanente a la red a través de satélite porque, por mucho que viaje, a eso, a internet, no estoy dispuesto a renunciar en ningún caso. Sería como perder el norte.

(La imagen es un cuadro de J. M. W. Turner, Lluvia, vapor y electricidad (1844) que se encuentra en la National Gallery, Londres).

dissabte, 15 de novembre del 2008

El tío Jodok.

El señor Aznar acaba de publicar un artículo sobre Bush en el periódico francés de derechas Le Figaro titulado Ce que nous devons à George W. Bush que es una especie de balance de despedida y la pieza de retórica más estúpida que he leído en mi vida. Ahora bien, la pregunta no es ¿por qué ha escrito algo así? ya que la respuesta es obvia: porque no da para más. La pregunta es ¿por qué lo ha publicado en un periódico extranjero privando a sus órganos de expresión nacionales (por ejemplo, El Mundo o Libertad Digital) de tan suculenta primicia? Ahí la respuesta es más compleja y requiere algo de explicación.

El artículo tiene 859 palabras entre las cuales la de libertad aparece 21 veces, 24 si añadimos las formas pronominales. Esa palabra es la llave maestra del contenido de este conjunto de necedades. Los genios neocons de FAES (el lugar en donde se concentran todos los que piensan en el PP que caben en un ascensor) han explicado a su jefe que siempre que hable tiene que mencionar su defensa de los valores y, a ser posible, identificar algunos. Al hombre sólo se le ocurre uno, libertad, pero ese lo repite 24 veces en 67 líneas. Las 835 palabras restantes están de adorno y, aunque no signifiquen nada no importa. Lo esencial es que el lector se empape de que la derecha, el señor Aznar, el señor Bush, defienden la libertad, razón por la cual emplea su nombre sin parar. Me recuerda uno de los cuentos de Peter Bichsel en Historias de niños, llamada Onkel Jodok ("El tío Jodok") en el que su abuelo sólo habla de un supuesto antepasado imaginario llamado Jodok y tanto insiste en hacerlo que al final únicamente pronuncia esa palabra y construye frases como: "Der Jodok des Jodoks, Jodok Jodok, und sein Jodok, Jodok Jodok, waren auf dem Jodok tot", que traducido al castellano sería: "El Jodok del Jodok, Jodok Jodok y su Jodok, Jodok, Jodok, quedaron muertos en el Jodok". El señor Aznar, que no tiene grandes luces, igual. Su libertad es el Jodok de Bichsel.

Aparte de eso todo el mundo sabe y el señor Aznar no puede no saber que todo el mundo sabe que lo que el señor Bush ha hecho por la libertad durante su mandato ha sido:

Secuestrar a cientos de extranjeros en Guantánamo sin juicio ni garantías procesales ni derechos civiles algunos.

Torturar prisioneros en Abu Ghraib y otros centros de detención.

Imponer legislación que legaliza el uso de la tortura en los interrogatorios.

Secuestrar ciudadanos de terceros países y encerrarlos en cárceles secretas distribuidas por el mundo para que los torturen.

Prohibir que los medios de comunicación informen sobre la guerra en el Irak salvo en el términos que autorice el Pentágono.

Imponer la censura.

Poner en marcha un vasto plan de espionaje y escuchas telefónicas a los ciudadanos privados.

Suprimir el secreto de la correspondencia en los EEUU.

Implantar los procedimientos más abusivos de información sobre quienes deseen entrar en los EEUU aunque sea de visita.

De haber metido al país en una guerra ilegal, de pillaje y genocidio de la que no sabe salir; de haber empantanado el Próximo Oriente; de haber aumentado la amenaza terrorista en el mundo entero y de haber provocado la más grave crisis financiera del capitalismo mundial ya no hace falta ni hablar ni al vasallo señor Aznar se le ocurre pergeñar una defensa en esos territorios. A él le ha dicho su jefe que se concentre en Jodok, en la libertad y hace así verdad el viejo refrán de "dime de qué presumes...".

Y al historial antedicho llama el señor Aznar el "valioso legado de la libertad" que nos ha dejado Bush. Vamos a admitir que la particular cortedad mental del autor explique parte de la obvia disonancia entre lo que Bush ha hecho y lo que él dice que representa. Parte, pero no todo. Hasta un hombre tan insensible como Aznar tiene que darse cuenta de que su alegato suena como un trozo de propaganda Orwelliana según la cual, como se sabe, la paz es la guerra, la verdad la mentira y..., claro, la libertad es Bush. Hasta él tiene que darse cuenta.

Por eso no se ha atrevido a publicar el artículo en España (esta es la explicación prometida) y lo ha hecho en Francia en la esperanza de que lo que se filtrara en España fueran solamente los resúmenes de prensa (que es lo que ha pasado) para que no saltara demasiado a la vista su lamentable misión de correveidile del señor Murdoch que es quien le paga por estos servicios. Espero que le pague bien; lo suficiente para acallar su conciencia.

Perdóneseme que me plantee por enésima vez una pregunta a la que no he encontrado respuesta aún: ¿cómo fue posible que una persona así llegara a presidente del Gobierno de España?

(La imagen es una foto de L y J, bajo licencia de Creative Commons).

Wow!





Sin comentarios.




(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).