Por sugerencia de un amable lector Palinuro se desplazó ayer al Vaticano en procura de una entrevista con el Papa. No es que en el blog se secunden las propuestas de los/as lectores/as. Antes al contrario, uno de los pilares de la acendrada independencia de Palinuro consiste en no seguir las recomendaciones que con frecuencia se le hacen. En este caso, sin embargo, la idea era demasiado buena para ignorarla. Tomé un vuelo barato que me costó cinco euros y me planté a primera hora de la tarde en la audiencia general de Castel Gandolfo. Más tarde, proveniente de la muy leal y católica España, SS me recibió en audiencia privada en compañía de nuestro embajador en la Santa Sede, el insigne Paco Vázquez. Lo llamé por teléfono para movilizarlo y la condición que me puso fue acompañarme en la entrevista, lo que no resultó incómodo ya que no abrió el pico y estuvo levitando todo el tiempo, como en estado de trance. Yo iba dispuesto a todo:
Palinuro: Santidad, dicen que el Vaticano vuelve a las misas en latín y de espaldas a los creyentes.
Benedicto XVI: lo tradicional, la verdad, acaba imponiéndose siempre.
P: pero esto liquida el Concilio Vaticano II.
BXVI: ¿y qué? Los tiempos cambian. En los sesenta el espíritu era otro. ¿Cómo decirlo? Más subversivo. Hoy vivimos tiempos de reencuentro con el Señor a través del retorno de la tradición. Hay que acabar con el espíritu del 68. Es más, me atrevería a decir que el modo de hacerlo es dar cumplimiento a su mandato de glorificación del cambio. Por eso se cambia el Vaticano II.
P: es admirable vuestra sofistería Reverendísimo Padre: cambiar el cambio para volver a lo que había antes no es un cambio, sino una restauración. Por lo demás, en cuanto a la tradición, el problema es que siempre la que se invoca tiene otra tradición detrás a la que ignora; o sea, toda tradición está basada en un acto revolucionario. ¿Por qué la tradición de Trento en lugar de la de Nicea, que es muy anterior? Y a quien diga que vale, que Nicea, que ya está en Trento, cabe objetarle que aun es anterior el cristianismo de las catacumbas.
B XVI: ¿quién entrevista a quién aquí, hijo mío?
P: Disculpad. No puedo dar a la tradición más que un valor cultural, antropológico, nunca gnoseológico.
B XVI: sin embargo hay mucha verdad en la tradición.
P: la verdad sólo es ciencia, razón...
B XVI: la tradición es cristalización de la verdad.
P: sólo la ciencia, Santidad , sólo la ciencia...
B XVI: la Iglesia de hoy no reniega de la ciencia. Al contrario, ha aceptado su método y lo practica. Y además tiene la fe con un tipo de conocimiento también basado en términos empíricos aunque en un campo religioso.
P: claro, Santo Padre, conozco su filosofía que es una especie de averroísmo/tomismo según la doctrina de la "doble verdad" debidamente aggiornata.
B XVI: piú che aggiornata: veo el problema de la verdad en una perspectiva comunicacional. La Iglesia tiene que darse cuenta de que gran parte del éxito de la acción reside en saber comunicarla...
P: pero Santidad, eso es lo que lleva la Iglesia haciendo siempre.
B XVI: veo que tienes vocación, hijo mío y un gran sentido de la ironía. En todo caso, para la Iglesia hoy la verdad está en el proceso mismo de la comunicación
P: la vuelta al latín es para comunicarse mejor, ¿verdad Santo Padre?
B XVI: por supuesto.
P: la gente no entiende lo que oye.
B XVI: para creer no hace falta entender racionalmente. También se entiende con la fe.
P: ¡se me olvidó lo de la doble verdad! ¿También es mejora de la comunicación la condena de la Teología de la Liberación?
B XVI: digamos que es un intento de mejorar la calidad de la comunicación. La busca de Dios no puede sustituirse por nada que no sea Él mismo, llámese Justicia, Libertad, Verdad. o Revolución. Ni puede relativizarse.
P: ni fragmentarse, ¿verdad Santidad?
B XVI: efectivamente, ni fragmentarse. La verdad es toda y es una.
P: ¡Ah, la vieja polémica entre parmenideanos y heracliteanos, entre los cuales me cuento y que, por cierto, hemos ganado de largo! La verdad es algo relativo, fragmentario. Es más: no es; y toda la doctrina católica no pasaría de ser una superchería más o menos amparada, defendida y utilizada por el poder a su servicio.
B XVI: ¿ese sería el cargo ahora mismo? ¿Tener el poder?
P: más o menos. Foucault está en lo cierto: todo es cosa del poder. En el caso de la Iglesia, como las otras instancias de legitimación ideológica, como el saber y hasta la ciencia, todo es cuestión de quién tiene el poder, esto es, quién define las reglas del juego.
B XVI: me parece que te pierdes en tus ergotizaciones. ¿Que tiene esto que ver con lo que estábamos tratando antes?
P: paciencia Santidad, paciencia que no parece virtud que os adorne mucho, como en general a los intelectuales. Es la Iglesia la que define qué es un sacerdote, qué sexo tiene, qué hace con él y con ello excluye a todos los demás que no tengan estas orientaciones. No puede haber mujeres sacerdotisas ni curas gay. Ni pensarlo.
B XVI: lo dices bien: ni pensarlo. No es concebible.
P: no es concebible... ni moral. No es la Iglesia la que puede definir el contenido de mi existencia y mis opciones.
B XVI: el sexo no es una opción; la homosexualidad, tampoco.
P: ¿y qué es? ¿Una enfermedad? No hace falta que contestéis, Santo Padre, es claro que así lo pensáis, aunque no lo digáis, que la homosexualidad es una enfermedad moral.
B XVI: en el fondo, sí, algo parecido. No hay que dejarse influir por el voluble juicio público y saber lo que decíamos al principio: en ausencia de otras guías morales, sígase la de la tradición.
O: ¿Y la pederastia, Santo Padre? ¿También es una enfermedad moral? ¿No es el hundimiento de toda la moral católica? La Iglesia está fundada sobre una roca que es el amor a los niños. Cristo pone siempre a los niños en el principio de todo porque de ellos es el reino de los cielos. "Al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí..." (Mt. 18, 6). La pederastia, en que unos escandalizan y otros encubren, Santo Padre, esa sí que es la enfermedad terminal de la Iglesia, la última perversión de la Puta de Roma. Porque quien corrompe a un adulto, corrompe lo corrupto; pero quien corrompe a un niño, corrompe la inocencia en estado puro, repite el mito del paraíso terrenal en el papel de la serpiente, es el diablo mismo y una iglesia cuyos curas son diablos, francamente, no me merece respeto... En fin, no quiero ponerme luterano, Santo Padre. Mi última cuestión hace referencia al aborto y el control de la natalidad.
B XVI: a estas alturas de esta entrevista no vamos a andarnos por las ramas: vade retro en ambas cosas. La posición de la Iglesia en las dos es inequívoca, diamantina, inalterable, depurada por Revelación y la la luz de la razón, permanente, eterna, roca a la que se sujeta el hombre contra los pérfidos vientos de la historia. Respeto absoluto e incondicional a la vida humana desde el momento de la concepción. En cuanto al control de la natalidad, misma actitud. Ningún método es válido salvo los aprobados por la Iglesia, el mejor de los cuales, claro es, es la castidad y la abstención.
P: porque con ellos se gana el cielo. Pero sus palabras sobre el uso de los condones en el África, Santidad, ¿puedo decir que fueron cuando menos excesivamente inmisericordes?
B XVI: en el ínterin, como sabrás hijo querido, el Vaticano ha matizado sabiamente su alcance. No hace falta que te diga que, a fuer de sabia, la Iglesia rectifica cuando es necesario.
P: ¿rectificará también la amenaza de excomunión para quienes practiquen abortos o colaboren con ellos?
B XVI: no está en nuestra mano, pues es una pena prevista.
P: pero, amantísimo padre, toda excomunión es una ex-comunicación. ¿No sosteniáis hace un momento que vuestra doctrina de la verdad es comunicacional?
B XVI: cierto, pero hay penitencias que tienen un valor ejemplificador, para edificación de cristianos y ahí no creo que debamos hacer concesiones. La Iglesia es caritativa pero también es justa y el derecho del nasciturus prevalece sobre toda otra consideración.
P: el del nasciturus. El del nacido ya importa menos, según parece: cabe corromperlo de niño y no pasa nada; cabe enviarlo a una guerra en nombre de no se sabe qué; cabe dejarlo morir de hambre a las puertas de la abundancia, ahogado en algún estrecho o acribillado por bandas de para militares.
B XVI: el siglo es confuso y violento, hijo. Pero la Iglesia no es culpable de ello.
P: muchas gracias por esta conversación, Santo Padre.
(La imagen es una foto de Bairo, bajo licencia de Creative Commons).