diumenge, 16 de novembre del 2008

Caminar sin rumbo (XIII).

La gente del montón.

Había dormido bien, de un tirón, sin sueños molestos. "Sueños molestos" suena a redundancia. Nada diré de los sueños que aseguran haber tenido personajes célebres de la historia como san José, el Faraón del otro José, Buda, Quevedo, Macbeth, Fausto (aunque lo de éste parece haber sido pura vigilia), etc. Me refiero a los de la gente del montón, como yo. Todos son molestos porque hasta cuando son gratos, al saberse sueños, se vuelven molestos. Así que había dormido y amanecido tranquilo y pletórico. Me aseé silbando y bajé a tomar un café con leche y sus correpondientes churros al bar de la esquina. Recorrí con la vista los titulares de un periódico que alguien había dejado sobre el mostrador y decidí entenderlos no en lo que decían sino en lo que presuponían. Alguien rechazaba de plano las acusaciones de alguien. La vida pública es una batalla permanente, una lucha sin cuartel de unos por desplazar a otros (apartarlos, suprimirlos, matarlos, ocultarlos o devorarlos) y ponerse en su lugar, bajo los focos, para que los vean, los escuchen y, si se tercia, los palpen. La gente del montón somos muy buenos auditorios, somos sumisos espectadores a quienes se les dice que son los amos, los dueños, los que deciden el espectáculo que van a ver. Pero no es cierto; es la representación la que decide su público. "Quién es el público y dónde se le encuentra" se preguntaba Larra. Pues en todas partes. Coja usted sus bártulos, su cartel y su puntero, preséntese en la plaza pública, despliegue el primero y dé unas voces anunciando el horrendo crimen del bígamo de Hinojosa del Valle y la triste vida de doña Marciana. Verá cómo se arremolina el personal. Y ¿qué cuenta usted? Pues lo de siempre: la historia de uno que quita a otro del medio para ponerse él.

Por eso es tan acertado ser uno del montón. No te ven, no te buscan, no te requieren, no se enfrentan contigo, no sienten la necesidad de echarte porque no estás en parte alguna y por eso viajas a ninguna parte. Oculto a tu propia mirada tanto que a veces tienes que hacer un esfuerzo para verte cuando estás ante el espejo y hasta las hay que no lo consigues, que el espejo no te devuelve imagen alguna, como si fueras un vampiro y que quizá sean las mejores porque entonces ves otras cosas más gratas que el careto al que ya has acabado por acostumbrarte. Y si no te ves ni tú, excusado es decir los demás. Por eso está bien andar al aire propio sin el ojo de Dios sobre uno o el mandato de la autoridad o la necesidad de representación.

Reconfortado por el desayuno y habiendo olvidado qué se me había ocurrido viendo los titulares del periódico, me acerqué a la estación de tren y saqué un billete para una ciudad del levante. Tardaría una hora en salir, que empleé en recoger mis cuatro cosas del hostal en que me había alojado, pagar la cuenta y comprar un libro para el trayecto, uno cualquiera, una novela recientemente premiada que hablaba de los normandos, pueblo indómito, fiero y audaz, sin temor a nadie, que había aterrorizado las costas de Europa hasta Italia y en una de cuyas expediciones habíase producido una apasionante historia de odio, venganza, amor, celos; pasión a naos llenas en una corte cruel y corrompida en la que la vida de un hombre valía menos que la de un cervatillo. Prometía ser interesante.

En el vagón compartía asiento con una pareja que parecía unida por el móvil a juzgar por cómo se lo pasaban el uno al otro, toqueteando febrilmente las minúsculas teclas. Me confundí con la ventanilla, a ver discurrir el lento paisaje manchego que se estira y se estira como si le molestara cambiarse en algo y recordé los trenes de antaño. Pero fue fugazmente. No tiene gran interés recordar los trenes antiguos que ya se sabe lo que tenían y dejaban de tener. Lo interesante es imaginarse los trenes del futuro, ¿O en el futuro no habrá trenes? En América, por ejemplo, siempre vista como el continente del futuro, los trenes tienen poco porvenir. Ceden la palma a las carreteras y los automóviles. Y eso que en todas partes los ferrocarriles simbolizan progreso, civilización, mercados, apertura, cosas supuestamente buenas todas ellas. En los Estados Unidos significan asimismo el cierre del país que se identifica como úno solo, único, e pluribus unum en el momento en que la línea férrea del Este conectó con la del Oeste en Promontory, Utah. Es la fundación simbólica del país también en el aspecto de la acumulación primitiva de capital que lo lanzó y que en buena medida hicieron los famosos robber barons, muchos de ellos ligados a los ferrocarriles, quiero decir, al latrocinio de los ferrocarriles.

Pero sí, ¿cómo no van a tener futuro los trenes? El más inmediato que se me ocurre puesto que ahora lo suyo es aumentar más y más la velocidad es que vuelen. Y no, no tienen por qué ser aviones; pueden ser trenes voladores, un vagón detrás de otro, que es lo que hace un tren de un tren y no tanto las vías férreas, ese contacto de hierro con hierro que ya los franceses suprimieron hace muchos años en el metro de París con unos vagones dotados de ruedas con neumáticos en la línea Charles de Gaulle-Étoile que hacían un ruido como si se deslizaran para pasmo de los que los oíamos por primera vez en lugar del traqueteo de siempre.

A lo mejor los trenes del futuro vienen equipados con una especie como de burbujas, especie de huevos primordiales opacos o transparentes (a gusto de la clientela, que hay gente reservada y exhibicionistas) en los que cada viajero podrá introducirse para aislarse por completo del medio circundante. Por supuesto, también habrá salas, departamentos en los que quienes lo prefieran podrán ir disfrutando unos de la conversación o la falta de conversación de otros. Pero me hizo ilusión pensar en el tren del futuro dotado de cápsulas aisladoras, como mónadas ferroviarias en las que uno podría hacerse la ilusión de aquello que, según dicen unos entendidos en tan oscura materia, todos anhelamos desde lo más profundo de nuestro ser incluso sin saberlo, que es retornar al claustro materno. Porque nada impediría hacer las cápsulas mullidas por dentro. Y como se desearan.

Pues es el deseo el que mueve al mundo. Llegué a mi destino no muy averiado; dejé la novela de normandos olvidada en el asiento y me negué a recogerla cuando la pareja del móvil me advirtió de que la olvidaba y hasta sostuve que no era mía, que me la habían dado con el billete. Tomé un taxi a la salida de la estación y le dije que me llevara al puerto. Quería ver el mar. Todos quienes vivimos tierra adentro empezamos a decir estupideces en cuanto vemos el mar. Casi compulsivamente, lo cual nos obnubila el juicio y no nos permite darnos cabal cuenta del cambio tan extraordinario que significa existir al lado de una superficie abierta que sólo termina en la línea del horizonte, lo que quiere decir que no termina. Es como vivir al borde del abismo. Y sin como. Es vivir al borde del abismo. Lo que le produce a uno la inmediata conciencia de la importancia vital que tiene que uno pueda decidir en dónde quiere vivir y no le suceda lo que nos sucede a todos los del montón: que vivimos donde otros han decidido que lo hagamos. Crean sus ciudades y absorben al gentío. Y cuando han vaciado las tierras limítrofes, el hinterland que decían los geopolíticos, absorben la periferia y cuando la periferia ha quedado desierta, atraen a los de otros continentes y todos se amontonan en donde la mano invisible dispone y a casi ninguno le es dado tomar el portante y cambiar de vida, salvo que haya alguna catástrofe o alguna crisis o un sobresalto de incierta andadura. Así que tampoco es tan grato ser del montón. No te expulsan. No tienes que defender tu predio. Nadie lo codicia. Pero tampoco puedes moverte, apagar la luz, echar el cierre, decir adiós, ahí os pudráis.

Frente al mar me quedé, con mi mochila y mi bloc de notas, pensando en cómo me gustaría embarcarme. Embarcarme en mi propio navío para lo cual habría de aprender a navegar. Tendría que ponerme al habla con un ahijado mío que si no es patrón de barco le falta poco, a que me dé unas clasecitas. Incluso hasta podría hacer prácticas para soltarme y, quién sabe, con un poco de suerte igual me cogían como tripulación de algún velero si hubiera aprendido a hacer algo útil en la mar. Imagino que podría tener conexión permanente a la red a través de satélite porque, por mucho que viaje, a eso, a internet, no estoy dispuesto a renunciar en ningún caso. Sería como perder el norte.

(La imagen es un cuadro de J. M. W. Turner, Lluvia, vapor y electricidad (1844) que se encuentra en la National Gallery, Londres).

dissabte, 15 de novembre del 2008

El tío Jodok.

El señor Aznar acaba de publicar un artículo sobre Bush en el periódico francés de derechas Le Figaro titulado Ce que nous devons à George W. Bush que es una especie de balance de despedida y la pieza de retórica más estúpida que he leído en mi vida. Ahora bien, la pregunta no es ¿por qué ha escrito algo así? ya que la respuesta es obvia: porque no da para más. La pregunta es ¿por qué lo ha publicado en un periódico extranjero privando a sus órganos de expresión nacionales (por ejemplo, El Mundo o Libertad Digital) de tan suculenta primicia? Ahí la respuesta es más compleja y requiere algo de explicación.

El artículo tiene 859 palabras entre las cuales la de libertad aparece 21 veces, 24 si añadimos las formas pronominales. Esa palabra es la llave maestra del contenido de este conjunto de necedades. Los genios neocons de FAES (el lugar en donde se concentran todos los que piensan en el PP que caben en un ascensor) han explicado a su jefe que siempre que hable tiene que mencionar su defensa de los valores y, a ser posible, identificar algunos. Al hombre sólo se le ocurre uno, libertad, pero ese lo repite 24 veces en 67 líneas. Las 835 palabras restantes están de adorno y, aunque no signifiquen nada no importa. Lo esencial es que el lector se empape de que la derecha, el señor Aznar, el señor Bush, defienden la libertad, razón por la cual emplea su nombre sin parar. Me recuerda uno de los cuentos de Peter Bichsel en Historias de niños, llamada Onkel Jodok ("El tío Jodok") en el que su abuelo sólo habla de un supuesto antepasado imaginario llamado Jodok y tanto insiste en hacerlo que al final únicamente pronuncia esa palabra y construye frases como: "Der Jodok des Jodoks, Jodok Jodok, und sein Jodok, Jodok Jodok, waren auf dem Jodok tot", que traducido al castellano sería: "El Jodok del Jodok, Jodok Jodok y su Jodok, Jodok, Jodok, quedaron muertos en el Jodok". El señor Aznar, que no tiene grandes luces, igual. Su libertad es el Jodok de Bichsel.

Aparte de eso todo el mundo sabe y el señor Aznar no puede no saber que todo el mundo sabe que lo que el señor Bush ha hecho por la libertad durante su mandato ha sido:

Secuestrar a cientos de extranjeros en Guantánamo sin juicio ni garantías procesales ni derechos civiles algunos.

Torturar prisioneros en Abu Ghraib y otros centros de detención.

Imponer legislación que legaliza el uso de la tortura en los interrogatorios.

Secuestrar ciudadanos de terceros países y encerrarlos en cárceles secretas distribuidas por el mundo para que los torturen.

Prohibir que los medios de comunicación informen sobre la guerra en el Irak salvo en el términos que autorice el Pentágono.

Imponer la censura.

Poner en marcha un vasto plan de espionaje y escuchas telefónicas a los ciudadanos privados.

Suprimir el secreto de la correspondencia en los EEUU.

Implantar los procedimientos más abusivos de información sobre quienes deseen entrar en los EEUU aunque sea de visita.

De haber metido al país en una guerra ilegal, de pillaje y genocidio de la que no sabe salir; de haber empantanado el Próximo Oriente; de haber aumentado la amenaza terrorista en el mundo entero y de haber provocado la más grave crisis financiera del capitalismo mundial ya no hace falta ni hablar ni al vasallo señor Aznar se le ocurre pergeñar una defensa en esos territorios. A él le ha dicho su jefe que se concentre en Jodok, en la libertad y hace así verdad el viejo refrán de "dime de qué presumes...".

Y al historial antedicho llama el señor Aznar el "valioso legado de la libertad" que nos ha dejado Bush. Vamos a admitir que la particular cortedad mental del autor explique parte de la obvia disonancia entre lo que Bush ha hecho y lo que él dice que representa. Parte, pero no todo. Hasta un hombre tan insensible como Aznar tiene que darse cuenta de que su alegato suena como un trozo de propaganda Orwelliana según la cual, como se sabe, la paz es la guerra, la verdad la mentira y..., claro, la libertad es Bush. Hasta él tiene que darse cuenta.

Por eso no se ha atrevido a publicar el artículo en España (esta es la explicación prometida) y lo ha hecho en Francia en la esperanza de que lo que se filtrara en España fueran solamente los resúmenes de prensa (que es lo que ha pasado) para que no saltara demasiado a la vista su lamentable misión de correveidile del señor Murdoch que es quien le paga por estos servicios. Espero que le pague bien; lo suficiente para acallar su conciencia.

Perdóneseme que me plantee por enésima vez una pregunta a la que no he encontrado respuesta aún: ¿cómo fue posible que una persona así llegara a presidente del Gobierno de España?

(La imagen es una foto de L y J, bajo licencia de Creative Commons).

Wow!





Sin comentarios.




(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (XII).

¿Cuándo se piensa?

No ya cómo sino cuándo. Cuándo pensamos qué vamos a hacer, cuándo se nos ocurre una idea, un plan, un proyecto. Luego se verá por qué planteo esta aparentemente abstrusa cuestión. Marx decía algo así como que lo que distingue al peor arquitecto de la mejor abeja es que el arquitecto tiene ya en la cabeza una idea de lo que piensa hacer. Lo que implica que la abeja no, claro. Supongo que lo que quiere aclarar el autor del Manifiesto comunista es la diferencia entre la inteligencia o el pensar y el instinto. Supongo aunque no estoy seguro porque no me acuerdo del contexto de la afirmación de Marx. O sea que a lo mejor desbarro. De todas formas la pregunta inmediata es ¿quién la puso ahí? Quiero decir la idea en la cabeza del arquitecto. Eso nos lleva de inmediato a la célebre distinción entre Platón y Aristóteles, que es como la distinción por antonomasia entre el idealismo y el materialismo (o, cuando menos, el empiricismo), en la medida en que cada uno de ellos, además de un ser humano, era un principio. Así que Aristóteles dice en una de sus éticas (creo que en la Nicomaquea) que no puede haber nada en la cabeza del hombre que antes no haya estado en sus sentidos. Lo cual quiere decir que Marx era platónico o bien que está admitiendo que hubo una casa antes que un arquitecto y planteando dos problemas anejos: el del aprendizaje y el de la innovación. Que no está mal. Pues la conciencia sólo puede ser conciencia de algo, como dicen los fenomenólogos. Así que, como se ve, la pregunta es pertinente. ¿Cuándo se nos ocurren las cosas? ¿Cuándo concebimos un proyecto?

Hay autores (por ejemplo Javier Marías) que dicen que cuando se sientan a escribir muchas veces no saben sobre qué lo harán. Si es así supongo que podemos concluir que tampoco saben qué dirán. Al menos eso creo haber leído en una entrevista con el novelista. Espero no haberme equivocado. Si estoy en lo cierto hemos de concluir que lo que escribe Marías no lo tiene antes en la cabeza, como exige Aristóteles, sino que va saliendo según el autor escribe. Por lo demás como las ideas van saliendo según uno camina, pero de eso hablaremos luego. Le va saliendo al autor lo que escribe por eso que llamamos "inspiración", término que tiene connotaciones casi divinas. Por eso las musas son diosas. Lo que escribe Marías (quizá lo que escribe todo quisque que escriba ficción) no pudo estar antes en los sentidos porque se lo ha inventado pero inventado no en el sentido etimológico del término (aquello que nos sale al paso), sino en el sentido de imaginado, fabulado, extraído de la imaginación y la fantasía, una facultad que muy poca gente posee a pesar de ser, según parece, exclusiva de los seres humanos; y de la poca gente que la posee probablemente en el noventa y nueve por ciento de los casos tampoco tienen vuelo porque las fantasías que se le ocurren son chatas y carentes de interés.

Por eso viajar es algo tan interesante. Siempre he admirado el amargo realismo de Horacio cuando dice que "los que viajan allende los mares cambian de cielo, pero no de espíritu". Lo he admirado como la forma más profunda de poner en palabras un sentimiento que comparte mucha gente. Mucha pero no toda. A mí me parece al contrario que viajar cambia el espíritu, y la discrepancia no reside en un problema de exactitud de la traducción de Horacio ya que él usa el término anima, que también podríamos entender como "ánimo" o "alma". Lo que importa es el fondo de la cuestión: de si viajar aporta o no aporta algo substancial a la conciencia del viajero. Y esto me parece palmario no ya solo en el caso de aquellos viajeros (o escritores) que, como Marías, se ponen en camino sin una idea preconcebida de lo que van a escribir o de a dónde vayan a llegar (que es, claro, el caso de los viajeros a ninguna parte) sino también en el de que quienes pergeñan un plan, trazan un proyecto, conciben una idea previa, saben lo que quieren. ¿Por qué? Porque empiezan a contarlo, empiezan a ponerse en camino y de inmediato surge algo que obliga a desviar el curso de la narración o del mero desplegarse de las ideas y a seguir a éstas por otros derroteros, cosa nada extraña y que se da muchas veces. Basta con pensar en las novelas dentro de los novelas (como en el caso de Don Quijote o en Sobre héroes y tumbas, de Sábato, sólo por citar otra, porque hay muchas), en las historias dentro de la historia que vienen a ser como las Matrioschkas rusas. Y no tiene por qué ser tan artificioso; al contrario, es un deslizarse muy frecuente de las ideas: abordo un hormiguero con intención de contar algo sobre la vida social de estos insectos, cosa que suele explotarse mucho en discursos morales, pero de pronto me centro en las aventuras de un tipo especial de hormigas, como guerreros u obreras y aun más, puedo enfocarme en los destinos particulares de una sola hormiga. Eso era lo que hacía Mark Twain en un famoso cuento sobre las hormigas suizas con el que yo me partía de risa cuando era chaval. Claro que uno puede (no sé si siempre; creo que no) administrar el curso de las propias ideas, negarse a dejarlas ir por donde quieran e imponerles la disciplina del proyecto originario.

Porque es el caso que yo tenía uno en esta clara y luminosa jornada fría de otoño: pensaba contar una historia de amor. La había imaginado. Era lo que me placía narrar. Por eso me pregunté de inmediato cuándo se nos ocurren las ideas, lo que me condujo a territorios interesantes, sin duda, pero ajenos a mi propósito primero. Para llevarlo adelante había pensado que me saliera al encuentro en una grata vereda que bordeaba un tranquilo lago a la izquierda y un tupido bosque de diversas coníferas a la derecha, un paisaje como los que visito cuando estoy en Guadalajara, que me saliera al encuentro, digo, un enano.

((- ¿Cómo un enano? Ya no hay enanos. Bueno, sí los hay, pero ya no salen en los relatos de ficción.

- Sí, claro, pero si los hay pueden salir.

- No, porque no es verosímil.

- Y ¿desde cuándo tiene que ser verosímil la ficción?)).

Agarrándome por la manga de la camisa el enano me hizo adentrarme en el bosque. Yo sabía lo que quería porque iba leyéndole el pensamiento probablemente por orden de él mismo. E iba diciéndome: "Oh, tu, feliz mortal, que vas a entrar en posesión de la belleza misma, que has sido destinado al goce del más hermoso amor que quepa concebir, aprésurate y ríndete al hechizo de la más sublime presencia. Dios, te digo, Dios al que los justos contemplan, dicen, en su infinita hermosura y gloria eterna es un sapo miserable a su lado."

En uno de los claros del bosque pude por fin contemplar la más hermosa figura de mujer que quepa concebir; se erguía imponente bajo un rayo de sol que la nimbaba y cada vez que se movía cambiaban sus formas, sus colores, su armonía toda, sin dejar de mirarme con unos ojos en cuyo fondo sin fondo perdí toda esperanza de recuperarme y envolviéndome con un halo de fragancia que henchía mis pulmones y me dejaba colgado de auroras boreales. Su cabello azabache con visos azules iba tejiendo una red que me llevaba hacia ella, hacia su cuerpo desnudo de senos poderosos como tallados en la roca y al tiempo trémulos, firmes, avanzados, redondos, expectantes, hasta pegarme a su vientre plano y extenso como un mar erizado de deseos. Qué más podía yo que dejarme hacer, dejarme dominar por aquella fuerza irresistible, que no mostraba violencia alguna, que era transparente, luminosa, arrebatadora, enloquecedora; qué sino levantar la vista hacia aquel rostro de belleza sin igual que se aprestaba a entregarse en toda su pureza y a recibirme como la selva virgen a la tormenta largo tiempo esperada. Y allí pude ver el rasgo ominoso que rompió mi impulso y me dio la fuerza desesperada para apartarme del embrujo.

¡El artero enano me había engañado!La beldad sin igual que vieron los siglos era en verdad una gigantesca mantis religiosa que se aprestaba a satisfacer conmigo sus dos necesidades más perentorias, y no quería dejarme escapar. Viendo que no podía zafarme de la presión de las enormes patas como gigantescas tenazas del monstruoso insecto cuyas horribles mandíbulas estaban ya muy cerca de mis ojos, recurrí al único procedimiento en el que todavía me quedaba alguna esperanza.

Viaje dentro del viaje o excursión al reino de la patafísica: me quedaba alguna esperanza porque sabía que aquello no podía ser cierto. Las mantis no devoran seres humanos. Era un producto de mi fantasía. Bastaría pues con el sonido de una palabra para que todo se deshiciera. Es verdad que resultaba absurdo que para salvarme de mis propias fantasías (que en principio sólo pueden estar en mi cabeza) hubiera de recurrir a la palabra hablada, a alterar el orden externo, aristotélicamente material que me rodeaba. Pero era claro que debía hacerlo porque si me limitaba a hablar dentro de mi propia fantasía, estaría siguiendo sus reglas y no conseguiría deshacerla que era de lo que se trataba. No tenía más remedio que decir algo, algo sólido y contundente. Fin del viaje dentro del viaje.

- Un momento- dije- tú no puedes hacer esto.

- ¿Por qué?- me dijo la mantis mirándome con sus endemoniados ojos compuestos.

- Porque no existes. Tú no existes. Eres un producto de mi imaginación, un ser horrible y monstruoso que pretende acabar conmigo...

- Tienes razón, soy todo eso. Pero soy. Estoy dentro de ti, te poseo, no puedes librarte de mí ni aunque llames a un exorcista. Sólo lo conseguirás si yo quiero.

- ¿Y qué he de hacer para que quieras?

En ese momento, tumbándose sobre el verde en el calvero, el ser recuperó su hermosura primera, hasta se hizo más excelsa y atractiva: las manos de finos dedos ondulantes, los brazos de suave piel alargados, los labios carmesí sonriendo rosas, los ojos del sin fin abiertos al piélago de un deseo ilimitado, los senos de vigorosos pezones alzados en armas de amor, el cuerpo firme, extenso vibrando al relente del atardecer, el sexo abierto como una granada roja entre las paredes alzadas de unos muslos alborotados.

- Tómame-, dijo- eres más fuerte que yo.

Como Sigfrido con la Valkiria, pensé, pero no, no, no, yo he de seguir mi camino.

- ¡Pero qué camino, hombre!- dijo entonces el enano, que yo juzgaba desaparecido y al que me había prometido dar una mano de hostias si volvía a encontrarlo- ¿En qué puede desviarte de tu camino complacer a mi señora que lleva esperando por ti desde que el mundo es mundo, desgraciado?

Traté de pensar un instante, pero había poco en que pensar. La carne es fuerte y el espíritu es débil y quien pueda disfrutar de la belleza perderá mucho en la vida si no lo hace. De toda la belleza porque está toda mezclada: la poesía, la nieve de las montañas, la música, el amor, el centro de la tierra, el recuerdo, el color, la vista misma, el discurrir de los siglos, el polvo de las estrellas, la nada, el todo y sus nombres en todas las lenguas, el error, el sufrimiento, la locura, el vacío, el ser de la flor, el comienzo de los tiempos, la existencia, la caricia de las palabras, la tensión del sexo urgido, el perdón, el flamear del candil, el desengaño, el vuelo de la gaviota, el anhelo, la serenidad del crepúsculo, la inocencia, la lucha por la existencia, la risa, el eco de los valles, la caridad, la agonía del amor no correspondido, la impaciencia, la vela en el horizonte, el sentido, el sueño y su prima hermana la muerte, todo, todo lo que podamos enunciar está en ese momento en que el hombre entra en la mujer que adora buscando estallar en cosmos centelleantes.

¿De qué sirve preguntarse cuándo se piensa lo que acabo de contar si ni siquiera sabemos si se piensa? Hay jornadas en un viaje a ninguna parte que se asoman a espacios insondables. El amor, el erotismo tiene la fuerza necesaria para crear el mundo, ¿cómo no va a trastornar a un infeliz viajero?

¿No era una historia de amor lo que quería contar hoy para aligerar la jornada?

(Las imágenes son la primera un fragmento de La escuela de Atenas (1511), de Rafael, que encuentra en la Estancia de la Signatura en el Vaticano y la segunda, El origen del mundo (1866), de Gustave Courbet que se encuentra en la Ciudad de la pintura).

divendres, 14 de novembre del 2008

Poner fin a las privatizaciones.

La oleada de privatizaciones que se impuso en Occidente a raíz de la llamada "revolución conservadora" de las señoras Thatcher y Reagan en los años ochenta del siglo pasado trataba de invertir la tendencia de los tiempos hacia economías más y más socializadas. Se justificaba en el hecho de que dichas economías apenas eran ya capitalistas o de libre mercado sino antes bien semisocialistas y de planificación indicativa. Sostenía que las empresas administradas con criterios de privados funcionan siempre mejor que las empresas públicas y sacaba mucho partido de una enorme campaña que se hizo en contra de los sectores públicos de las economías.

A raíz de tal programa que entonces se presentaba como innovador y debido a una serie de circunstancias (estancamiento y hundimiento del comunismo, fin de las políticas keynesianas, crisis del modelo de crecimiento, dificultades en los mercados de materias primas y productos energéticos, creciente globalización, reconversión industrial en toda la línea, entre otras) casi todas las economías avanzadas aplicaron programas privatizadores. A la vuelta de veinte años, a fines de los noventa y comienzos del siglo XXI prácticamente no quedaba nada de los antiguos sectores públicos mercantiles e industriales. Los Estados se habían despojado de sus empresas, siderurgias, minería, automóviles, etc. No había, ni hay, muchas razones para sostener que los poderes públicos deban fabricar bolsos, maquinaria o extraer fosfatos. Con ello, los conservadores habían dado su primer asalto contra el Estado del bienestar y lo habían ganado en toda línea entre otras cosas porque, para que exista Estado del bienestar, no es necesario que la autoridad gestione empresas mercantiles.

Empezó entonces el segundo ataque, el intento de privatización de los servicios públicos: la sanidad, la educación, el trasporte, el correo, la seguridad, la justicia, la administración penitenciaria, etc, etc. Y aquí sí que hay una línea y una batalla que el mundo civilizado no puede perder frente al ansia depredadora de los neoliberales porque los servicios públicos se distinguen claramente del sector público mercantil en que atienden a la satisfación de derechos de los ciudadanos. La salud, la educación, la vivienda, son derechos; tener un coche o viajar en un barco propiedad del Estado, no.

Esta es la frontera que no se puede pasar. Desde que han comenzado las privatizaciones de los servicios públicos ha quedado ya bastante claro que estos funcionan peor y son más caros que cuando eran públicos. La enseñanza privada es más cara y peor que la pública; la sanidad, lo mismo; los servicios de mensajería son más costosos y peores que los de correos y de la "seguridad" que proporcionan los vigilantes jurados frente a los policías de toda la vida no hace falta hablar. Es hora de hacer un balance, darnos cuenta del grado de destrucción del tejido social que supone la privatización de los servicios públicos, coordinar la acción de quienes están en contra y dar la batalla para que los privatizadores no se alcen con el botín.

Porque la privatización es pillaje. Los neoliberales quieren privatizarlo todo porque hacen negocios con ello, bien directamente bien por medio de amigos y allegados. Es su forma peculiar de corrupción. La izquierda se corrompe metiendo la mano en la caja común (casos Roldán, Rubio, Urralburu, Otano, etc) y la derecha arrebatando sus propiedades al común y entregándoselas a sus amigos, allegados o a ella misma. Privatizar es saquear las arcas públicas, el dinero de todos en beneficio de unos pocos que son siempre los mismos. Basta ver cómo funciona el Gobierno de la Comunidad de Madrid bajo el frenesí privatizador de la señora Aguirre que no parece estar al frente del gobierno autonómico más que para que ella o los suyos hagan negocios. El ejemplo de esa parada del tren de alta velocidad en un apeadero de Guadalajara a unos quince kilómetros de la capital y no en ésta porque en el tal apeadero hay unos terrenos que son propiedad de alguien relacionado con la señora Aguirre es algo tan insólito y desvergonzado que no entiendo cómo sigue habiendo gente que vota a esta señora.

Pero la hay, lo cual la anima en su afán privatizador. Ahora está poniendo la sanidad de la C.A. en manos (y beneficios) de las empresas privadas y, en un futuro muy próximo, quiere hacer lo mismo con el Canal de Isabel II que abastece de agua a Madrid. Basta con leer los argumentos que se exponen en el escrito cuyo enlace figura aquí arriba para darse cuenta de que ese intento es una agresión a los intereses públicos, los del común de los madrileños, similar a los que se han perpetrado con la sanidad para que las empresas privadas hagan su agosto.

La verdad es que si los madrileños toleran que se salga con la suya una política tan oportunista, voraz, falta de escrúpulos y aprovechada como esta señora, cuya insolencia y falta de decoro llega al extremo de sostener que Franco era bastante socialista pues a lo mejor resulta que merecen que los gobierne. Al fin y al cabo no somos nosotros quienes hemos inventado el discurso de la servidumbre voluntaria. Si cada pueblo tiene los gobernantes que se merece será que esta persona inenarrable es lo que los madrileños se merecen. Parece mentira, pero así es.

La falta de vergüenza con que estos demagogos (demagoga en este caso) mendaces pueden decir estas barbaridades demuestra cuán en lo cierto está George Lakoff cuando sostiene que la izquierda, los progresistas, se han dejado arrebatar la hegemonía ideológica por los reaccionarios de este pelaje. Eso explica asimismo que el señor Bush, por otro nombre Matorral-pato-cojo, pueda salir en mitad del mayor fracaso que ha experimentado el capitalismo en los últimos tiempos a afirmar que el capitalismo no tiene la culpa de nada, ni el libre mercado (quiere decir, por supuesto, libre mercado sin ningún tipo de regulación o vigilancia) y nadie le pida que por favor se calle, que ya está bien. Al contrario, mirabile dictu, la bolsa sube. ¿No les parece a Vds. que el señor Matorral es como la señora Aguirre o al revés, la señora Aguirre igual que el señor Matorral? Los dos tienen la misma inverecundia, la misma agresividad hacia quienes no les halagan y la misma indiferencia de que los pillen en falsedades y renuncios. No son políticos; son depredadores. Si no están en el Gobierno piden a este que cierre el gasto público, que no gaste, lo que sucede en España y si están en el Gobierno lo expolian como sucede en los EEUU.

¿Esto es un socialista?

Justo en el momento en que los jueces paralizan la apertura de ls fosas comunes donde yacen decenas de miles de inocentes asesinados por los franquistas hace setenta años, el señor Bono decide conmemorar con una placa en el Congreso los sufrimientos de una religiosa perseguida por la República y a la que el Vaticano ha hecho santa. Justo también cuando la Iglesia católica larga otra hornada de cientos de "mártires" de la persecución religiosa en España para que la fábrica vaticana de beatificación monte una provocación guerracivilista más en España, el señor Bono escucha la sugerencia de un diputado del PP perteneciente a la secta del Opus Dei para que la tal santa Maravilla adorne alguna pared del edificio que alberga al legislativo de la democracia.

Todo muy ejemplar, carpetovetónico y meapilas. Pura corte de los milagros. Supongo que Sor Patrocinio vendrá por las noches a alegrar castamente el sueño del beato señor Bono, para quien eso de que el Estado es aconfesional debe de ser una consigna que metió Lenin en la Constitución española sin que sus santurronas señorías se enterasen.

Y no es asunto nuevo. Este Bono ¿no es el mismo que, siendo ministro de Defensa, llevó a una delegación de criminales de la División Azul a desfilar un doce de octubre al que los iguales al señor Bono consideran día "nacional" o no sé qué vainas? Y no sé si no los puso a desfilar junto a unos veteranos de las Brigadas Internacionales, como si pudieran compararse. Los ex-divisionarios son los restos de una vergonzosa expedición enviada por los franquistas al frente del Este a asesinar rusos que no nos habían hecho nada, sin previa declaración de guerra y amparados en la distancia que había entre España y la Unión Soviética. Para mayor vergüenza, aquellos invasores fascistas vestían uniformes del ejército nazi alemán. Todo un ejemplo de alevosía, traición y cobardía. ¿Se puede pensar en mayor ignominia?

Sí, se puede: consiste en conmemorar esa canallada sesenta años después rindiendo honores a los supervivientes de aquella División.

Así es el señor Bono y la pregunta deben contestarla sus compañeros de partido, sus correligionarios: ¿eso es el socialismo? Más que nada para que la gente de izquierda que queda en el país nos hagamos una idea de cómo vamos a votar en los próximas elecciones.

El arte y los dioses.

Hace más de veinte días que el Museo de El Prado abrió una exposición de cuadros de Rembrandt. No es que sea mucho porque vienen a ser dos docenas de telas de muy desiguales épocas y facturas casi todas centradas en temas bíblicos y mitológicos, pero hay piezas de mucho interés, poco vistas, que hace que la visita sea muy recomendable. Hay por ejemplo un par de autorretratos: el que ilustra el folleto (a la izquierda), muy curioso y poco frecuente en la obra del pintor holandés. Aparece vestido de oriental con un perro. Y cuando digo poco frecuente hay que señalar que es el único entre los autorretratos de Rembrandt que son (al menos que yo conozca) veinticinco. Él mismo fue siempre el tema que más interesó a Rembrandt que estuvo autorretratándose toda su vida, como si quisiera dejar minuciosa constancia del paso del tiempo y de sus cambios personales. Cierto que la vida del artista, sin ser muy larga, conoció muchos altibajos, tuvo dos mujeres, se le murió el hijo Titus ya mayorcito, se arruinó y volvió a salir a flote. Es decir, padeció los altibajos de la fortuna. Pero su afición a observarse venía ya de siempre, desde su primera juventud, antes de saber lo que le depararía el destino. Su primer autorretrato es de 1626 teniendo él escasos veinte años. Aparece empequeñecido frente al caballete y con gesto de perplejidad, como si nos trasmitiera su pregunta de si conseguiría abrirse camino en la pintura. El autorretrato de oriental es de 1631, el año que consigue el reconocimiento en plena juventud y se traslada a Amsterdam, en donde compra una buena casa y monta su taller. Es, como se ve, un hombre confiado, en actitud de cierta arrogancia que se permite el lujo de disfrazarse de un exotismo muy de moda entonces.

Los tres últimos autorretratos datan de 1669, el año de su muerte. Entre ellos el que también se encuentra en la exposición aquí a la derecha en el que aparece como Zeuxis de quien se cuenta que murió de risa mientras retrataba a una mujer muy fea. Una humorada del artista que se siente ya próximo a la muerte y que, además, como se ve, se representa con ese trazo inseguro, discontinuo, que le deshace el rostro que a su vez se confunde con el fondo en la zona de sombra. La expresión una mezcla de hastío y escepticismo. Buena pareja ambos retratos.

La exposición sin embargo se centra como decía en temas bíblicos y mitológicos. Hay alguna cosa interesante y la finalidad de los responsables parece haber sido subrayar los evidentes rasgos de Rubens en la obra de Rembrandt. Claro, obviamente, estos son más palpables si hay comunidad de temas: la Biblia y la mitología son las grandes fuentes en las que bebe Rubens. Hubiera sido mucho más difícil demostrar el parecido si nos centráramos en la pintura "civil", esencial en la obra de Rembrandt e inexistente en la de Rubens, que pinta siempre para la nobleza secular o eclesiástica mientras que el de Amsterdam lo hace también para los gremios y los burgueses. Será difícil encontrar similitudes rubensianas en la Ronda de noche o la Lección de anatomía. No es difícil en cambio encontrarlas en obras como Sansón cegado por los filisteos, aquí a la izquierda y en la exposición), los colores, los escorzos, la violencia de la escena (uno de los filisteos está clavando un puñal en el ojo derecho del caudillo israelita), el apelotonamiento de las figuras, su expresividad (véase el gesto de Dalila huyendo con la cabellera) son completamente rubensianos. No tanto la distribución de luces y sombras que muestra aquí la maestría de Rembrandt en el claroscuro pero sí en la distribución del espacio pictórico, con los cuerpos revueltos, la lucha, en la parte inferior. Y lo mismo sucede con su magnífica Artemis, que también está en la exposición, aunque el responsable muestra su duda de si realmente se trata de Artemis o de Judith preparándose para su hazaña. Asunto interesante. Personalmente me inclino por Artemis más sólo porque me fío de mi intuición. Yo jamás representaría a Judith como una matrona y supongo que Rembrandt tampoco.

Pero me niego a adjudicar a Rembrandt una condición de seguidismo de Rubens. Hay mucha pintura rembrandtiana incluso de temas bíblicos y mitológicos que debe muy poco o nada al pintor católico educado en Amberes. Por ejemplo, considérese su Danae (que no está en la exposición, lo que es una pena) obra también relativamente temprana, llena de fuerza y de vida, pero de expresión contenida, con una versión del famoso mito muy original pues Danae aparece como recibiendo la lluvia de oro en el momento en que ésta anuncia su llegada y alza el brazo derecho en actitud de acogida, como si quisiera acariciar a Zeus, a quien estaría viendo. La parte material de la historia queda relegada a las penumbras del segundo plano donde la criada se apresta a recoger las monedas que caigan en su regazo. Obsérvese que la composición tiene una estructura parecida a la del Sansón solo que aquí la luz no entra por el hueco de la tienda que está en sombras, sino que es una luz dorada cenital que nos pone sobre la pista de su carácter divino y que al alumbrar el cuerpo de Danae, objeto de deseo del rey de los dioses le presta una especial sensualidad. Seguramente por eso hace unos años el cuadro, que está en el Hermitage, sufrió un ataque vandálico de un perturbado que le echó ácido encima y lo acuchilló. Ahora lo han restaurado.

A quien la exposición de Rembrandt resulte insuficiente sólo tiene que pasarse a las otras salas del nuevo edificio de los Jerónimos en las que, al tiempo que la de Rembrandt, hay una exposición de esculturas de la galería del Albertinum en Dresde, que está tempralmente cerrado por reformas. Muy buena idea traerlas a España porque el Albertinum tiene una estupenda colección de esculturas helenísticas y romanas, la mayoría copia de otras muy famosas. En la época helenística, que muchos consideran una de las más importantes etapas del pensamiento humano, la escultura no solamente está lejos ya del carácter rudimentario del tiempo arcaico, sino también del relativo hieratismo de la época clásica. La majestad de las deidades entonces representadas (Palas Atenea, Afrodita, Apolo el propio Zeus criso elefantino) deja paso a figuras más movidas, agitadas, pletóricas, lo que hace que abunden representaciones de ménades, bacantes, así como máscaras de las artes escénicas de acusada expresividad. El panteón también se populariza y, junto a las divinidades tradicionales, los habitantes de siempre del Olimpo, aparecen las más relacionadas con los cultos báquicos, panes y silenos, todo lo cual es testimonio de otro modo de entender la vida, más terrenal, más dado al goce de los placeres, la música, la danza y las fiestas.

De todas formas siempre que tengo ocasión de contemplar esculturas clásicas no puede dejar de pensar que todas (o casi todas) estas estatuas que nosotros vemos del color de la piedra o el marmol, esto es, sin color, estaban policromadas, casi todas tenian pintados labios y ojos y en no infrecuentes casos piedras preciosas incrustadas. EL tiempo y la codicia se lo ha ido comiendo todo y nosotros, viendo estos magníficos restos, elucubramos sobre la sobriedad del arte clásico ajeno, a nuestro equivocado parecer a los colorines. Le ocurre un poco lo que pasa con el cine en color y en blanco y negro. Las pelis que estamos acostumbrados a ver en blanco y negro están bien así y así también las que hemos visto en color. Pero tratemos (hoy es posible) de colorear las cintas en blanco y negro o quitar el color a las que lo llevan. Nos parece que nos han quitado algo en ambos casos. Lo mismo pasa con gran parte de la escultura clásica; lo que sucede es que como la pérdida no ha sido brusca sino a lo largo de los años y de los siglos hemos empezado a teorizar equivocadamente sobre su sobriedad. Realmente la había y si uno mira reproducciones de estas estatuas coloreadas (hay una Universidad en los EEUU, no recuerdo cual, cuyo departamente de arte colorea las estatuas), al principio hay un choque, pero acabo uno acostumbrándose. Parece mentira en cierto modo. A la derecha un busto de la exposión (ésta tiene muchos bustos, algunos francamente exquisitos) que es una copia de uno de Alejandro hacia el 330 a.d.C. que representa al macedonio, hermosísimo, en la plenitud de la vida, con veinte años (Ara que tinc vint anys...), como una mezcla de dios y héroe. Veinte años, como en el caso del primer autorretrato de Rembrandt, pero con una expresión muy distinta pues lo que en el pintor es incertidumbre es serena seguridad en el escultor. El busto es pura manifestación de un espíritu libre que llevaba en sí el canon de la belleza absoluta que luego se impondría en todo Occidente. Este Alejandro de hace veintitrés siglos en infinitamente más de hoy que cualquier cosa que se esculpiera después hasta el siglo XVI. Y los del siglo XVI fueron a buscar en él la fuente de inspiración.

dijous, 13 de novembre del 2008

Esto va en serio, colegas.

Lo de la crisis. Va en serio. No es broma. Esta madrugada las bolsas de Tokio y Hong Kong abrían con pérdidas del 5,1% y el 6,2% respectivamente, pues estaban haciéndose eco del batacazo que, a su vez, se había pegado el Dow Jones mientras Mr. Paulson, el ministro gringo de Hacienda, a quien ya huele el culo a pólvora, si se me permite, decía por enésima vez que Diego donde dijo digo que había dicho Diego. Ya nadie tiene ni zorrupia idea de por dónde puede tirar esto. Pero literalmente ni idea. La Economía ha dejado de ser una ciencia triste para convertirse en una ciencia lúgubre.

La cosa había empezado siendo una "crisis financiera", producida por un credit crunch (una especie de contracción espasmódica del crédito) resultado a su vez de la estafa del milenio a la que en típico understatement anglosajón se llamó "crisis de las subprimes". Costó cierto trabajillo entender por dónde había venido esta vez el fraude de los benditos mercados autorregulados, esos que cuando los dejan solos convierten la tierra en un paraíso terrenal en donde la riqueza mana como los alegres arroyuelos de la sierra y todos se alimentan de néctar y ambrosía. Pero poco a poco se consiguió. Aquí tienen Vds. la prueba en un vídeo de (buen) humor que he sacado de InSurGente y que es una explicación clara de la crisis muy sencilla de entender con epílogo para españoles.


Recuerda mucho (en un estilo diferente) otro en el que dos humoristas británicos también explicaban en clave de humor la crisis en su origen hipotecario y con el mecanismo de la estafa (que, por cierto, se parece mucho al toco mocho) bien explicado y bien al descubierto y que no subí a mi vez porque, cuando iba a hacerlo, ya la había subido todo el mundo y los blogueros odiamos los refritos.

El caso es sin embargo que esas explicaciones ya no explican nada. OK. De acuerdo. El capital financiero está hecho unos zorros, la economía "financiera" está hecha unos zorros. Pero es que también lo está la economía real. Si las bolsas españolas se contagian hoy del pesimismo de las asiáticas (y supongo que lo harán), el carrusel va a seguir cada vez peor. ¿Qué me dicen si, por ejemplo, resultara que el Santander no era tan bueno, fuerte y guapo como parecía? A lo mejor nos da un susto y el señor Rodríguez Zapatero se queda con el evangelio hispanorum en el gaznate. ¿Por qué no? ¿Qué diantres queríamos decir cuando observabamos que los banqueros no se fiaban entre ellos? Pues estrictamente eso. Y si los banqueros no se fían de los banqueros que son los que tienen que fiar, aquí ¿quién se fía de quién? No estamos muy lejos de situaciones de pánico y lo gordo es que no sabemos qué más hacer. Y cuando lo sabemos no parecemos dispuestos a ponerlo en práctica.

Véase el caso del parón inmobiliario en España. Los empresarios del ladrillo se han quedado con un millón de viviendas en el almacén que no colocan ni en broma... a los precios a que estaban acostumbrados. Lloriquean entonces que el "sector" está muy mal, que puede venirse abajo y que el Gobierno (los contribuyentes, vamos) les dé una ayudita. El Gobierno vacila, la señora ministra del ramo, doña Beatriz Corredor, busca como loca fórmulas para salvar a los empresarios del ladrillo sin que tengan que bajar los precios tratando bien de engañar a todo el mundo obligando a la gente a comprar los pisos vía subvenciones a las inmobiliarias, bien arrodillándose practicamente ante los consumidores para que vayan a comprar jurando que los precios han bajado cuando no es cierto. Y compradores potenciales hay. Ha bastado que el llamado "Pocero bueno" anunciara pisos de 90 metros cuadrados a 140.000 para que haya una cola de un kilómetro de compradores. ¿Qué quiere decir esto? Que si los empresarios bajaran los precios, el stock de viviendas se vendería porque hay mucha demanda. Para ello tendrían que rebajar sus márgenes, cosa no tan extraña porque es lo que hace todo el mundo en crisis, rebajar todo, compras, dispendios, salarios, propinas etc. ¿Por qué no los señores del ladrillo? Y está claro que si bajaran los precios, la economía real experimentaría una reanimación que a lo mejor la ponía en marcha otra vez. Pero no, son tan estúpidos que están esperando a que la gente ya no tenga dinero para bajar los precios.

En estas condiciones es alarmante que los mercados se nieguen tozudamente a aceptar las medidas que los expertos, especialistas, cerebros grises y cabezas de huevo andan excogitando a marchas forzadas. Ni zorrupia idea de cómo se arregla esto. Hay mucha gente que dice que el capitalismo se hunde. Lo que no estaría mal si quisiera decir algo, que no es el caso. Comentando ayer la situación con un amigo se me ocurrió que el capitalismo lleva siempre sus crisis hasta el límite de la supervivencia. En este caso no sabemos en dónde está ese límite porque el principal freno del capitalismo antaño, el comunismo, ha desaparecido. Ya no hay bolcheviques y los comunistas no son ni sombra de lo que eran y no asustan mas que a sí mismos.

Así pues, ¿cómo salir de aquí? Tengo para mí que lo primero es averiguar qué es "aquí", esto es, de dónde hay que salir, porque parece que no hemos llegado al final del ciclo ni mucho menos y mientras no lo hagamos, las medidas que se adopten para salir no servirán de nada o, quizá peor, a lo mejor son contraproducentes. Esto ya lo decía Palinuro el verano pasado: que las medidas que estaban tomándose, más que paliar el problema, lo agravaban. Ahora el asunto es patente. La cuestión es, sin embargo, que no es posible dejar de tomar las dichas medidas; esas u otras. Porque si los mercados reaccionan negativamente cuando se toman medidas correctoras, ¿cómo reaccionarían si no se tomaran medidas con la excusa de que hay que ver el fondo del tonel? Es decir, más claro, ¿cómo reaccionarían si los gobiernos hicieran caso a los tontos de baba del neoliberalismo y dejaran absolutamente de intervenir?

(La imagen es una foto de Hedrock, bajo licencia de Creative Commons).

Good, Manny!

Conozco al autor de este libro, Manuel Fernández-Montesinos (Lo que en nosotros vive. Memorias. Tusquets, Madrid, 2008, 482 págs.) hace casi cuarenta años. Nos encontramos en Frankfurt, cuando ambos estábamos más hacia el comienzo que hacia el final de la vida, y nos tratamos con cierta asiduidad. No demasiada que sospecho a ambos nos repele; digo lo demasiado. Se interrumpió el contacto y hemos venido a reecontrarnos recientemente, hace un par de años, cuando ambos también estamos más cerca del final que del comienzo de la vida. Así que creo conocerlo bien. Bueno, creía, hasta leer su libro de memorias que me ha mostrado un Manolo Montesinos distinto al que yo traté. Mejor, si cabe. Y mira que lo tenía por hombre de bien, cabal, inteligente y bella persona. Pues del libro sale más con creces. O sea que si ya antes lo apreciaba, he acabado queriéndolo. Queriéndolo en el buen sentido, no en el de ese Bernard, compañero suyo de habitación en Obersberg (p. 242) (por cierto, yo también estuve allí años después, en 1969) que se enamora de él full blast, siendo evidente a estas alturas de la vida que ese es tirón que ninguno de los dos hemos sentido. Pero queriéndolo, sí, sí. De forma que el que aquí aguarde crítica áspera que se dé a otra lectura.

Dice Manolo que el libro le ha llevado dos años. Dos años de escritura y muchos más de maduración porque lo que revelan estas páginas que él dice que va "enjaretando", como don Pío, son muchas horas de cavilación, mucha reflexión, muy intensa concentración en el ensimismamiento, tanta que hasta él mismo se preocupa y, en cierta ocasión, se pone en manos de un psicoanalista, algo que sólo hacen los muy introvertidos. Porque Manolo escribe muy bien, con mucha soltura, sencillez y elegancia pero además lo hace sobre algo, su vida, sobre lo que tiene mucho meditado. Como es hombre meticuloso se ha documentado a conciencia y, además de los papeles que él conserva, ha recabado documentos y testimonios en torno suyo, consiguiendo una buena respuesta pues todos sus amigos le han facilitado lo que tenían, Paco Bustelo, Santiago Rodríguez, etc. En el caso de Santiago (hola, Santi) estoy seguro de que se desvivió por aportarle lo que tuviera y por investigar en dónde podría estar lo que no tuviera. Por ese lado vaya el lector seguro de que nuestro memorizante, si da un dato, lo tiene contrastado y lo puede probar.

Pero no es a ese bien escribir al que me refiero, sino al literario. He leído muchas memorias, recuerdos, autobiografías y como todo el mundo tengo mis preferidas. He leído también -gajes de la edad- muchas escritas por coetáneos míos y muchas en las que aparezco; en éstas, también. Siempre me digo que algún día escribiré yo las mías. Pero será difícil que lo haga si tengo que llegar hasta el listón en donde lo ha puesto Montesinos. Insisto, no por la parte documental que es irreprochable sino por la sentimental. Prueben a leer la primera parte del libro, la segunda en longitud tras la dedicada a Frankfurt o Francoforte del Meno, y díganme si esa narración de la niñez y la adolescencia así como primerísima juventud de un chaval español de Granada trasplantado a Nueva York no parece que la hubiera escrito él mismo; no él mismo sesenta años más tarde sino él mismo, allí mismo en tiempo real. Eso es un prodigio que raya en lo genial. Casi me troncho de la risa leyendo el juicio que le merece a Manny Montesinos el adusto Juan Ramón cuando lo conoce, al extremo de que se pregunta cómo pudo escribir algo así sobre el animalillo.

Ese es el dato mejor del libro a mi entender: el entrelazamiento entre los aspectos públicos y los privados e íntimos del personaje. Porque cuando eres hijo de un alcalde socialista de Granada (Manuel Fernández-Montesinos Lustau) fusilado por los fascistas nada más empezar la guerra y sobrino de Federico García Lorca y te crías bajo la tutela moral de Fernando de los Ríos y José Fernández-Montesinos, cuando por tu casa de niño pasan celebridades de todo tipo es claro que tu existencia tiene una poderosa faceta pública. Sin embargo el autor la relata entreverada con su propia narrativa, su vida, su desarrollo, sus experiencias. Es que en verdad este hombre entrega su ser, lo abre, se lo explica y lo explica. Y eso con un estilo llano como recomienda don Quijote, a quien tanto gusta él citar, al muchacho que ayuda en el retablo de Maese Pedro: "llaneza, muchacho que toda afectación es mala".

Pues lo dicho: tengo leídas muchas memorias; las suficientes para saber que la piedra de toque es siempre si son verídicas o no, si el autor cuenta la verdad o, lo que es mucho más habitual, la adorna, la embellece o la sustituye por otra. No es el caso de Manolo que dice siempre la verdad en lo que a él se le alcanza cuando se trata de los demás y siempre sobre sí mismo, que es mucho más difícil. Eso de hablar de uno mismo sin justificaciones y también sin ensañamientos sino de un modo sencillo y claro no lo hace casi nadie. Y que Manolo lo hace me consta porque coincidí con él en la parte de su vida a la que da mayor importancia porque es la más extensa, la de Frankfurt. Me apresuro a decir que ello no es óbice para que la parte más importante de su vida sea precisamente la que no narra en sus memorias, su familia, su mujer y sus dos hijas, a las que protege de los focos reservándoselas para sí a no ser por dos o tres comentarios ex abundantia cordis.

Estos recuerdos son una pieza peculiar. Están concebidos desde la filosofía del flamenco. No digo que tengan una estructura tonal flamenca, que sean seguiriyas, bulerías o tarantos; digo que están concebidas según la filosofía flamenca. Esto es, no son un medio para un fin, sino que son un fin en sí mismo; no las quiere el autor para ajustar cuentas con nada ni con nadie; no habla mal de nada ni de nadie. Las quiere para contar su visión del mundo y para contársela a los demás. Ve clarísimo que el franquismo fue una indignidad y una vergüenza y algo contra lo que había que luchar, aunque fuera con tan inmensa desproporción de fuerzas, ya que esa lucha era una cuestión de dignidad, pero no maldice ni suelta soflamas ideológicas, entre otras cosas porque no tiene que justificarse. Ha dedicado su vida a luchar contra el franquismo por la democracia y el restablecimiento del Partido Socialista casi como cumpliendo lo que se hubiera podido imaginar que era una última voluntad paterna. Y hechos felices realidades tan altos ideales, Manolo, que no es un político, se retira de la vida política.

Vale ¿y qué es Manolo Montesinos? De lo que se saca en claro de las memorias muchas cosas encontradas, hasta contradictorias, porque a muchas se ha dedicado con pasión y de lleno, algunas con carácter intermitente además de las cinco aficiones que ha practicado con diverso grado de dedicación, por lo activo o por lo contemplativo, la guitarra, el baseball, el flamenco, los toros y la navegación a vela; profesionalmente ha sido (por períodos más o menos largos), abogado, funcionario sindical y publicista en Alemania, agricultor y empresario teatral en España, ejecutivo cazatalentos otra vez en Alemania y vocal y gestor de la Fundación García Lorca, amen de estudiante y conspirador, si es que estas dos condiciones pueden reputarse como dedicaciones que en el caso de Manolo, al menos la primera, la ha seguido con ahínco pues después de muchos años de licenciado en derecho cursó la carrera de filología. Ello sin contar con que en la época en la que él frecuentaba la Universidad estudiante y conspirador eran casi términos sinónimos. Su tío Pepe, verdadera imago patris, da parcialmente en el clavo cuando califica todas las ocupaciones de Montesinos como odd jobs; digo parcialmente porque lo que probablemente el hombre no calibraba es que Montesinos se dedicaba a cada odd job como si fuera una cosa de Berufung, de vocación. Sólo quien siente en el alma la vela o la huerta o la política habla como él de esas actividades, utilizando su particular lenguaje. O sea ¿qué es Manolo Montesinos? Pues un hombre mosaico, un hombre con atributos en el sentido de Musil.

He disfrutado mucho el trozo del libro que narra su vida en Frankfurt porque fue también la mía.Dejo la prueba a la derecha, una foto que él no ha sacado, correspondiente a la etapa en que hacíamos de periodistas, confeccionando el Express español. Ahí estamos los dos entrevistando a José Feliciano para hacer un reportaje que, suponíamos, haría las delicias de la comunidad española. Yo voy ataviado como Rudi Dutschke y él más como Bel Ami pero en honrado y en decente. Detrás de mí está Carlos Pazos, a quien no se ve. No sé si Manolo se acordará del repertorio de Feliciano en aquella memorable jornada, pero llevaba un versión muy apañada del famoso corrido El jinete aunque a mí siga gustándome más la de Miguel Aceves Mejía.

Lo dicho, la mejor parte para mí porque habla de lo que yo también he vivido; pero lo que más me ha atraído es que la visión que él tiene de Alemania es la que tengo yo, que coincido con él en lo que le sorprende, lo que le gusta menos (muy poco) lo que le gusta más (casi todo) y lo que encuentra digno de explicación. Yo también me quedé estupefacto la primera vez que vi un pater noster en el IG Metall y ya no digo nada que casi me pongo a llorar al leer de la Bockenheimer Landstrasse, la Hauptwache, Eschenheim, Sachsenhausen, Böhmerstrasse o la Hauptbanhof, nombres que despiertan resonancias dormidas y, aunque parezca mentira, dulces, suaves, como los rubios cabellos de aquellas Utes o Elfriedes. En el Audi del que aquí se habla he montado yo mucho. Porque Manolo era el único de nosotros en la colonia española, en la que había más muerto de hambre que otra cosa, que tenía coche. Un cochazo.

Tengo que volver al primer capítulo, el de la estancia en los EEUU, básicamente Nueva York y Nueva Inglaterra y tengo que hacerlo porque de nuevo encuentro una identidad de miradas completa. He tardado mucho en descubrir los EEUU, a donde no llegué de niño, sino de mayor, especialmente Nueva York pero cuando lo he hecho me los he trabajado a fondo. Aparte de conocer los cinco burgos bastante bien siempre que puedo me voy diez o quince días, alquilo un coche y hago miles de kilómetros atravesando seis, ocho, diez estados de motel en motel que por cierto son baratísimos. Todavía el año pasado estaban a 50$ la noche habitación doble o sea unos 35 euros; la comida es muy barata, la gasolina también, todo es cosa de apañarse un vuelo de bajo coste. Coincido a ojos ciegas con Manolo en el amor a los perritos calientes, las "longanizas". No así en la afición al baseball (y tampoco a los toros en España) pero en cambio estoy seguro de que él tampoco comparte mi entrega a todos los locales de fast food imaginables, no sólo McDonald's o Burger, sino Wendy, Popeye, Dunkin Donuts, Subway, Colonel Sander's, Taco Bell, Pizza Hut, etc. En todo caso tengo que reconocer en la descripción que hace de todo lo yankee un toque de fina penetración, de conocimiento de insider, de haber tratado de niño con el jefe de la mafia irlandesa y el de la colombiana en el cole. Eso me produce gran admiración y envidia. Ahí, Manolo, en esa tu visión de los States, en tu forma de desdoblarte como niño granaíno criado en Nueva York o de joven neoyorquino trasplantado a España (¡y luego a Alemania!) es donde te ganas a la gente en tus memorias porque es una visión desde dentro, distinta de la de tu tío, que es muy bella, pero desde fuera. Él llegó allí ya hecho. A ti te hizo el Riverside Drive o Middlebury.

Me doy cuenta de que sólo he hablado de su etapa en los States y en Alemania porque eso es lo que hace él ya que entre las dos suman más de trescientas paginas, esto es, dos tercios del libro. Las otras etapas, primera estancia en Madrid con cárcel y segunda estancia en España con más cárcel tiene otro empaque, como diría él mismo. La descripción de la cárcel de Carabanchel mola un pegotón, Manny. "¡Ese Fernández Montesinos!". No se olvida nunca. Un tiempo me pregunté por qué decían "ese"; nadie supo darme razón satisfactoria y acabé pensando que era un modo sencillo de sustituir al toque de atención. Si se comenzaba a gritar un nombre sin más en mitad del follón de una galería era probable que muchos no lo entendieran y hubiera que repetirlo. En cambio, al oír el "¡ese...!" ya todo el mundo prestaba atención.

Siniestra España aquella de los años cincuenta; algo menos pero también muy siniestra en los sesenta y primeros setenta. Con todo el país ha cambiado mucho, Manny; aunque quizá no tanto como nosotros.

dimecres, 12 de novembre del 2008

Caso De Juana: no es justicia; es venganza.

Ya tenemos al señor De Juana otra vez en portada de todos los periódicos, a punto de convertirse de nuevo en un mártir de la causa del pueblo vasco. La Audiencia Nacional lo ha puesto en busca y captura por no haber obedecido a una citación para que se presentara a declarar por un asunto que, se mire como se mire, no se tiene de pie. La historia de este hombre es muy ilustrativa del modo en que entienden la justicia ciertos sectores de la derecha en España, más como persecución y venganza, como linchamiento moral (y si es posible físico) en la plaza pública que como protección de bienes jurídicos, reparación a las víctimas y castigo a los culpables. Y lo malo es que, en esta forma vengativa e intolerante de retorcer la normal administración de justicia no están solos sino que a veces cuentan con la valiosísima ayuda de la izquierda gobernante.

Como es bien sabido, el señor De Juana fue condenado en 1987 a tres mil años de cárcel por un atentado en Madrid en el que murieron veinticinco personas. En aplicación del código penal de 1973, en vigor al cometerse el delito, el etarra hubiera tenido que salir en libertad en 2004. Sólo dicha posibilidad provocó un escándalo sin precedentes y mucha demagogia (de esa que dice que matar sale muy barato pues resulta a menos de un año por muerto) a todo lo cual cedió el asustadizo Gobierno socialista moviendo a que la Fiscalía lo acusara de nuevos delitos de amenazas y enaltecimiento del terrorismo por dos artículos publicados en el diario Gara mientras estaba en prisión. Se trataba de una triquiñuela y una causa inventada, como reconoció el mismo ministro de Justicia de la época, para impedir que el recluso saliera en libertad, para prorrogar su prisión con una pátina de legalidad. A resultas de ello, de un proceso que jamás debió abrirse y que tuvo un iter lleno de momentos sorprendentes, a veces hasta chuscos, De Juana fue condenado de nuevo y no pudo abandonar la prisión hasta el año de 2008. Para entonces había protagonizado una prolongada huelga de hambre que lo tuvo en el centro de la atención informativa y al borde del muerte y lo convirtió en un héroe a ojos de los independentistas vascos más violentos, así como una prueba viviente (y convincente) de que el Estado español aplicaba el derecho del vencendor cuando de nacionalistas vascos se trataba. Todo ello, por supuesto, hizo mucho más daño a la causa de la justicia y del Estado de derecho en España que al movimiento vasco por la independencia.

Ahora parece que hay voluntad de cometer los mismos errores, y con resultados igual de desastrosos o más. Las asociaciones de víctimas que persiguen claros fines vengativos antes que justicieros, acusan al expresidiario de un delito de enaltecimiento del terrorismo (otra vez) por haber escrito una carta que se leyó en público en una concentración que se hizo no recuerdo si en Bilbo o Donostia para homenajearlo. De lo que se trata es de perseguirlo con la excusa que sea y ver si se consigue encarcelarlo de nuevo

Según parece el original de la dicha carta no existe, sólo se dispone del texto publicado en Gara, la policía dice que no se puede probar la autoría de De Juana y el propio De Juana niega contundemente haber escrito la misiva. A pesar de ello el juez ha dictado orden internacional de busca y captura en lugar de dar carpetazo a las actuaciones con lo cual coadyuva a eso que la derecha siempre ataca con gran denuedo, esto es, a la internacionalización del conflicto vasco. A estas alturas con la Interpol lanzada a la busca de De Juana, éste vuelve a ser ejemplo de luchador perseguido por los aparatos represivos de un Estado que se atiene más a la venganza que a la justicia. Un héroe para los independentistas vascos y un bochorno para el Estado de derecho español.

Las víctimas, todas las víctimas por cierto, son merecedoras de nuestra solidaridad y nuestro apoyo pero es evidente que no pueden ser quienes decidan cómo se administra la justicia porque en tal caso ésta deja de ser tal y se convierte en venganza.


(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).