Viene precedido este nuevo libro de José María Aznar (España puede salir de la crisis, Barcelona, Planeta, 2009, 219 págs) de la polémica acerca de si lo ha escrito él o no, polémica que encendió en primer lugar Juanjo Millás si no estoy equivocado. Dice el novelista que lo ha escrito un negro. Añado más: por el estilo, el relativo dominio de la jerga económica y la concentración en los problemas económicos, es razonable pensar que, en efecto, no lo haya escrito él. Pero si atendemos a otras cuestiones veremos que el asunto en sí es irrelevante: es tan malo, tan absurdo, desorganizado, reiterativo y propagandista que podría haberlo escrito él sin problema alguno y, desde luego, el fondo de la obra y el modo de argumentar retratan a la perfección al autor: un ególatra con complejo providencialista, un hombre que se cree un mesías y al que sale la vanidad por todos los poros.
El sentido de este libro que es más bien un torpe panfleto, es sencillo de desentrañar porque responde una imagen maniquea del mundo, de la realidad, de la vida y de las opciones: todo lo que él piensa, cree, dice y pone en práctica es bueno, excelente, acertado, oportuno, virtuoso, necesario; jamás duda, nunca se equivoca, siempre acierta. Todo lo que piensa, cree, dice y hace el adversario es malo, pésimo, erróneo, inoportuno, vicioso, innecesario, despilfarrador, catastrófico. El adversario jamás acierta; siempre se equivoca o, algo peor, hace las cosas mal adrede, quizá con fines delictivos ¿quién sabe? Por adversario hay que entender en el imaginario aznarino una serie de círculos concéntricos en cuyo núcleo está el Gobierno de Rodríguez Zapatero (a quien, si no estoy equivocado, no menciona una sola vez), viene luego el socialismo, más al exterior, la izquierda en general y, por último, una capa brumosa por la que el autor destila su habitual odio y es el "espíritu del 68".
Una visión tan elementalmente dicotómica del mundo, tan en blanco y negro, que no admite matices (al adversario no se le reconoce ni un solo mérito, no se le da ni agua) , tan agresiva, militante y desaforada convierte la lectura de este panfleto casi en la de un comic. Sobre todo porque, ante la necesidad de presentar el mundo en esta dualidad primitiva se hacen añicos todas las consideraciones ordinarias del discurso civilizado; todo se instrumentaliza al servicio de esta visión mesiánica de la existencia. Las cosas se presentan siempre de esa forma tajante de blanco y negro; cuando hay que torcerlas y mentir para llevar razón, se tuercen y se miente. De los asuntos problemáticos simplemente no se habla y al adversario se le ridiculiza siempre no concediéndole jamás ni el beneficio de la duda.
El planteamiento general de la obra tiene la simpleza de un tebeo: en los últimos treinta años -y gracias sobre todo a las políticas neoliberales de las que el autor se considera adalid- el mundo conoció una etapa de crecimiento sin parangón, de bienestar, prosperidad y desarrollo que, de pronto, se rompió en el verano de 2007 con la aparición de la crisis para resolver la cual, este hombre providencial ha escrito este panfleto (p. 12). Como es obvio que las cosas raramente son así y los fenómenos históricos como las crisis necesitan una etapa de incubación, el autor (sea quien sea) se ve obligado a decir en varias oasiones (pp. 42, 57, 139, 214) que durante los maravillosos treinta años se adoptaron actitudes, tomaron medidas, aplicaron criterios erróneos, equivocados que finalmente produjeron el estallido de todos conocido. Luego los treinta años de maravilloso crecimiento no fueron tales ya que en ellos (rotos, además, por varias crisis como la de 1993 y la de 2001/2002) se sembraron las semillas de la catástrofe. Pero uno de los factores que el lector de Aznar conoce de antemano es que la coherencia no es virtud que adorne a su razonar que se orienta siempre en función de un criterio maniqueo a ultranza: dice en cada caso lo que le conviene, con independencia de que se contradiga con lo que sostiene en otra parte.
Ni la coherencia ni la verdad. Por ejemplo, después de dar una explicación archisabida de la crisis movida por las hipotecas subprime y los hedge funds que hoy conocen hasta los niños de primaria sostiene que el desarrollo de los últimos veinte años ha traído la disminución de las desigualdades en el mundo (p. 33). Aznar o quien le haya escrito el panfleto tiene que saber que esto no es cierto y que hay un intenso debate acerca de si la desigualdad mundial ha aumentado o disminuido, que ello movió precisamente una conferencia internacional sobre el tema en la Universidad de California en 2007 sin que hubiera un criterio claro. Por lo demás, como señala el Informe Social Mundial de la Secretaría General de la ONU de 2005, en los últimos diez años ha aumentado la desigualdad en el mundo. En el fondo, este problema quizá deba enfocarse como lo hace el estudioso Branco Milanovic en su ensayo sobre los métodos de medir la desigualdad en el mundo, según el cual, si se aplica un concepto no ponderado de desigualdad ésta ha aumentado, pero si se aplica uno ponderado, ha disminuido. Claro que si se aplica un concepto ponderado con exclusión de China, la desigualdad ha aumentado. Por supuesto, todos estos asuntos de matices, promedios, equilibrios son músicas celestiales para el autor del libro que no se molesta en citar bibliografía alguna ni ningún autor para respaldar el torrente de afirmaciones y negaciones rotundas que vierte en la obra. Él se limita a enunciar sus opiniones como si fueran la verdad revelada, sin apoyarlas más que en sus convicciones y su modo de interpretar la realidad que es a través del cristal de su infinita egolatría.
En conjunto, este disparatado libro no es más que una sarta de enunciados tendenciosos para hacer autobombo de los ocho años de gobierno que el autor tuvo el honor de presidir, como repite hasta la saciedad con una falsa modestia evidente y que supusieron la vera salvación de España entre dos etapas de desastres sin paliativos que fueron los Gobiernos socialistas del señor González antes del suyo y del señor Rodríguez Zapatero después de él. Los dos dirigentes socialistas no han tenido otra finalidad que llevar España al caos, al desastre, a la pobreza y el paro. Por lo tanto, lo que hay que hacer para salir de la crisis es retornar a las sapientísimas políticas de 1996 - 2004, incluso acentuarlas. La idea de que, cuando él ganó las elecciones por la mínima en 1996, España estaba en la senda de la recuperación de la crisis de 1992/1993 no aparece ni mencionada; como tampoco la de que el saneamiento de las cuentas públicas se debió a la masiva privatización del sector público. Por descontado, la hipótesis de que el carácter especialmente grave del impacto de la crisis en España se deba a la desgraciada política de liberalización del suelo que su Gobierno puso en marcha y de que, en el fondo, la crisis se incubara con sus políticas neoliberales ni se le pasa por la cabeza o, cuando menos, ni la menciona. Al contrario: el dejó una España perfecta que después el señor Rodríguez Zapatero no ha hecho más que hundir en la miseria. Los cuatro años de la primera legislatura del PSOE, con creación neta de empleo y sólido superávit ni siquiera asoman. De forma que, según su torticera argumentación, aunque la crisis sea global y golpee a España, una parte importante de ella es atribuible a las desastrosas políticas socialistas que, en lo esencial, residen en aumentar el gasto público; la bicha aznarina.
Ahorro todo comentario sobre las medidas que el señor Aznar propone para salir de la crisis porque no son otras que las mismas que la han originado: más desregulación, más privatización, más auxilio a los circuitos financieros, drásticos recortes del gasto público e implantación de una reforma del mercado laboral que supone, cómo no, restablecer el despido libre. No lo digo yo; lo dice él, negro sobre blanco y es, en el fondo, el programa oculto de la derecha en caso de ganar las elecciones pero que nuestro autor desvela con el nombre grandielocuente de una nueva Agenda Nacional de Reformas "muy ambiciosa, que apueste por la austeridad y el recorte del gasto público, la contención del empleo público, la racionalización y reestructuración del modelo autonómico, las rebajas de impuestos, una nueva oleada de privatizaciones de empresas públicas, sobre todo en el ámbito autonómico y local, la recuperación del mercado nacional, la apertura comercial, nuevas liberalizaciones en los mercados de servicios, mayor competencia en todos los mercados, una nueva y profunda reforma laboral, reformas para asegurar la sostenibilidad del sistema de pensiones, reformas para mejorar la eficiencia y reducir el coste de los sistemas sanitarios, reformas para mejorar la calidad del sistema educativo, reformas para mejorar la calidad de los servicios del Estado como supervisor, reformas en la regulación financiera para reforzar la transparencia y penalizar la falta de honradez empresarial, y un refuerzo de la capacidad energética nacional." (p. 168). No es imprescindible pero, si se traduce esta melopea a algo inteligible, significa que se descapitaliza al Estado para que no pueda atender gastos sociales, se reduce el gasto público, se privatiza lo que quede por privatizar, se implanta el despido gratuito y se despoja de derechos a los trabajadores, se reducen las pensiones y se privatiza el sistema nacional de salud
En el fondo, el carácter verdaderamente chusco de este atropellado panfleto queda en evidencia en la explicación sobre las causas de la crisis: no han sido las políticas neoliberales, como cree todo el mundo en todas partes, no. No han sido los fallos del mercado; el mercado no tiene fallos (obviamente ni los que los teóricos neoclásicos admiten, que nuestro hombre es más papista que el Papa), sino que los fallos se dan todos en el lado del Estado. ¡Con decir que, a su parecer, los precios de las viviendas se han inflado desmesuradamente por las políticas intervencionistas en el suelo! (p. 174). La causa de la crisis es, pues, el fallo del Estado. Casi treinta años después de la doctrina Reagan de que el Estado no es parte de la solución sino parte del problema, hete aquí que el Estado vuelve a ser culpable de los desaguisados de la crisis. Acerca de cómo los neoliberales han arrinconado al Estado en estos treinta años y han intentado que no pudiera cumplir con sus funciones, ni una sola palabra.
Además de estas consideraciones de economía, el libro contiene asimismo reiteradas advertencias de carácter moral y cultural que no son otra cosa que aburridas letanías de los principios autoritarios con claro deje franquista de siempre: hay que rechazar la irresponsabilidad y la cultura de la queja, así como la del crédito ilimitado (pp. 66-70) y hay que confiar más en la iniciativa privada para el ejercicio de la solidaridad social. Se trata de la idea aznarina del Estado del bienestar, en lo esencial, la beneficencia (p. 74).
Entre los aspectos "culturales" de la crisis hay un tratamiento del nacionalismo que es de antología y cuyo nivel mental se calibra leyendo el siguiente desvergonzado galimatías: "Yo (Aznar) no soy nacionalista. Tampoco eso que algunos llaman nacionalista español. España es fruto de una continua creación, a lo largo de la cual los españoles, constituyéndose como nación de ciudadanos libres e iguales, dieron lo mejor de sí mismos. Habrá quien añada que también dieron lo peor, pero eso es inevitable tratándose de seres humanos actuando en una empresa de tan largo alcance, en la que se combinaban toda clase de ambiciones, intereses y proyectos. Como cualquier otra gran nación." (p. 127). Menos mal que no es nacionalista. Si hay un ejemplo de hipocresía en la vida política es el de estos nacionalistas españoles a ultranza cuya buena conciencia es tan extrema que sostienen no ser nacionalistas.
En fin, recetas del hombre providencial para salir de la crisis: domeñar las "taifas" autonómicas (p. 186), fortalecer la relación atlántica, mejor educación, disciplina, respeto, trabajo, etc (p. 195) y, desde luego, "acabar con el espíritu del 68" (p. 197). Dicho en román paladino: las "taifas" de hoy son lo que el joven falangista Aznar llamaba la "charlotada" de la Constitución y lo que corresponde es volver al centralismo franquista; la política exterior consiste en convertir al país en el palanganero de los Estados Unidos; y en todo lo demás, mano dura, mucho autoritarismo y espíritu sumiso.
No hace falta seguir; el lector apreciará la categoría mental del autor leyendo el siguiente párrafo, ya al final de la obra y que ha repetido varias veces a lo largo de ella: "Los propagandistas del todo vale, todo es posible y todo es gratis tienen mucha responsabilidad en la profundidad de la actual crisis. Porque ni todo vale, ni todo es posible y, desde luego, nada es gratis." (p. 214) Profundo, ¿eh?