Francisco Camps, aquel a quien un amigo del alma al que no conoce de nada llamaba El curita, fue ayer formalmente investido como President de la Generalitat de Valencia en un clima muy hosco y encendido con cientos de indignados llamándolo más o menos directamente "corrupto". Así que su discurso fue igualmente encendido, crítico y hostil con quienes se le manifestaban en contra.
Habitualmente los alegatos de Camps son de una retórica barroca, a veces por lo gótico: sus adversarios quieren verlo paseado en una cuneta (¡ay, el subconsciente!) y el gobierno socialista es antiespañol y quiere instaurar un Estado de terror; a veces por lo glorioso: Valencia es, gracias a él, fórmula uno en lo terrenal, marítimo y celestial, cosa que ha certificado el Santo Padre en visita que hizo rico a más de uno en dones del Señor. Y Camps se expresa sólo con discursos pues hace ya tiempo que no responde a las preguntas de los periodistas cuando le mientan la bicha, la Gürtel.
En esta ocasión Camps se ha despachado por la vía de la teoría política y ha tenido a bien explicar a la chusma del 15-M que democracia es esto: votos y escaños lo cual es estrictamente cierto y no creo que los indignados ante portas fueran tan mastuerzos de ignorarlo. Es que estaban allí por otro motivo, porque ese concepto de democracia es insuficiente. Porque democracia es, ciertamente, votos (y escaños) pero, si solamente es esto, también puede ser demagogia, populismo plebiscitario y tiranía... de la mayoría que no es menos odiosa que la de la minoría.
Y es que en otro momento de su arrebatada filípica, Camps afirmó emocionado que su sistema de autogobierno está basado en la Constitución y la Constitución no dice que España (y, por ende, Valencia) sea una democracia sino que es un Estado social y democrático de derecho, de cuya definición Camps deja caer lo de Estado social (obviamente, porque es de derecha) y lo de Estado de derecho y esto ya no está tan claro ni es tan permisible. Para que la democracia no se corrompa en tiranía o demagogia, tiene que regir el imperio de la ley, esto es todos están sometidos a la ley, sean o no presidentes, los voten muchos, pocos o ninguno. Eso es el Estado de derecho y la ley dice que no se defrauda, no se malversa, no se practica cohecho, no se financia ilegalmente nada, etc, etc.
Así que a la lección de democracia de Camps le faltaba una segunda parte que era por lo que los indignats estaba allí con tarjetas rojas y guardando estrictamente las formas para no dar pretexto, como en Barcelona, a que se les eche encima el orden constituido, desde sus profetas hasta sus corchetes. De forma que la lección de democracia, entera, con su dimensión moral, la dieron los del 15-M.
Llamar revolución a lo que está pasando en España hace un mes quizá sea mucho o quizá sea poco; nadie lo sabe. O sea que cabe llamarlo revolución igual que otros lo llaman gamberrismo, totalitarismo, chantaje y qué sé yo cuántas lindezas más. Qué sea en realidad dependerá de lo que sus protagonistas hagan de ello. Debe recordarse que no tienen plan, proyecto, guía o programa, ni organización allende la red ni, según parece, ganas de tenerlos.
Para Palinuro, es la revolución indignada o revolución de los indignados que son abrumadoramente jóvenes pero están apoyados por una proporción abrumadoramente grande de viejos, viejos del 68 y viejos del 56; su emblema es Sampedro (José Luis). Una pinza generacional contra un sistema que ambos rechazan. Unos porque no los dejan entrar en la vida laboral, que es la forma de realizarse, y otros porque los han echado de ella, en muchos casos prematuramente. Una combinación explosiva: el ímpetu juvenil y la sabiduría de la experiencia.
Se cometen errores, pero se subsanan a toda prisa. En Barcelona hubo violencia, rápidamente condenada y con mucha sensatez moral y prácticamente ya que la violencia tapó la protesta por los recortes presupuestarios, que era lo importante. En Madrid alguien agredió al alcalde, Ruis-Gallardón que, como persona, merece respeto al margen de la opinión que se tenga sobre su gestión. Hay más y debe reseñarse. Los indignados han metido la pata una vez y quieren hacerlos morder el polvo. La policía lo ha hecho tres veces (Madrid, el 15-M, que inaugura la protesta, Barcelona el 27 y Valencia unos días después) y no ha habido una sola excusa sino advertencias y amenazas.
El movimiento es totalmente nuevo. Nunca se había asistido a un intercambio tan intenso de reflexiones y propuestas desde muy distintas posiciones políticas. El debate está siendo muy interesante. Lo de la no violencia es un ejemplo. Se aboga expresamente por una resistencia pasiva. En realidad, es un movimiento de desobediencia civil de muy amplio espectro pues cuestiona la justificación de muchas facetas distintas del orden constituido. No hace falta recordarlas pues están en la mente de todos.
Y a veces esa reflexión lleva al movimiento a actividades típicas de la desobediencia de los años sesenta. Por ejemplo, los sit in, el último de los cuales se dio ayer en la bolsa de Valencia. Doscientos cincuenta jóvenes sentados en el parqué. Van a la bolsa, al Ayuntamiento, a la Generalitat, seguramente incordiarán cuando venga el Papa a reunirse con los boy scouts and girls de Dios. Estos no respetan nada. Parece como si quisieran hacer realidad aquel viejo lema revolucionario de Georg Büchner, ¡Paz a las chozas y guerra a los palacios!. ¿Y qué hago con la hipoteca? dicen las masas. Hay que frenar los desahucios, dice el movimiento.
Otro problema para la policía. Los indignados son decenas, quizá cientos de miles, están comunicados en tiempo real, son competentes y pueden multiplicar sus acciones no en forma de guerrilla urbana, como trata de encasquetar el conseller de Interior de Cataluña, sino en forma de mosaico de resistencia: doscientos a la bolsa, ciento cincuenta a los desahucios, trescientos a las subastas judiciales, doscientos a cada acto público de las autoridades, desfiles, inauguraciones, conmemoraciones, premios y galardones. No hay fuerza de policía que pueda controlar un movimiento así.
Por eso insiste Palinuro en que las autoridades dejen de considerarlo exclusivamente como un problema de orden público y traten de encarrilarlo por la vía política del diálogo. Habrá quien diga lo de siempre, que no cabe pagar precio alguno porque otro deje de protestar pero sí que hay que pagarlo sobre todo si quien lo hace reconoce, como reconoce hoy en España casi todo el mundo, que muchas de las protestas son justas. ¿O no es justo protestar por la corrupción de los políticos y sus privilegios, por la codicia sin freno de los mercados y sus principales beneficiarios, bancos, fondos de inversión, especuladores, por la prepotencia de la Iglesia, los atentados al escosistema o la cobardía de los partidos de izquierda?
Primera crónica de la revolución de los indignados.
Comienzo con una vulgaridad: la fuerza del 15-M reside en que su protesta es fundamentalmente moral y en que se manifiesta de modo pacífico. Los indignados llevan un mes de asambleas y debates públicos mejor o peor argumentados pero en los que van fraguándose unas reivindicaciones que, en buena medida, gozan de un apoyo generalizado entre una población atribulada que tiende a verlas como deseables pero utópicas. Y la verdad es que hay de todo, pero no es este el momento de ponerse a examinarlas. Basta con señalar que son propuestas reformistas políticas, sociales, económicas que, al tiempo, ponen en evidencia el grado de corrupción de un sistema para el que están acuñando un término de malas asociaciones en España: el régimen.
En cuanto a la violencia, la actitud es rotunda: nada de violencia. Es asunto en que va la legitimidad de un movimiento que tiene amplia aprobación a pesar de las molestias que inevitablemente ocasiona aquí o allá. Con la violencia los indignados son como el alcalde Giuliani de Nueva York: tolerancia cero. Tanto es así que están dispuestos a ampliar su concepto que no reside sólo en el empleo de la fuerza bruta en contra de algo o de alguien sino que puede darse también de otras formas: el ruido, la suciedad, la ocupación abusiva de espacios públicos son formas de violencia. Aunque sobre esto siempre se podrá discutir porque los límites no están claros. Ocupar una emisora de radio y leer un comunicado es violencia, pero ¿puede tratarse como el incendio de un autobús?.
Por eso los vemos barrer sus acampadas, mantener silencio, esforzarse por no estorbar. Esta es una revolución hecha por gente con altura de miras y muy civilizada. No hay barricadas, ni destrozos, ni rotura de mobiliario urbano; no hay atropellos ni agresiones personales. No se da un mínimo pie a que haya represión policial violenta. Los policías, en general, aplican un protocolo de contención. La revolución tiene ribetes versallescos.
Pero, claro, en estas condiciones puede eternizarse. Ahora llega el verano, las acampadas resultan más fáciles pero, por corteses y cívicas que sean, las autoridades de toda índole las ven como un verdadero incordio con el que quieren acabar. Porque de lo que se trata es de que personas como Francisco Camps puedan tomar posesión de cargos representativos por el hecho de haber sido elegidos. Como si eso quisiera decir algo respecto al civismo del electo cuando de todos es sabido que, puesto a elegir el pueblo entre Cristo y Barrabás, eligió a Barrabás, resultado que debiera decir algo al muy cristiano Camps. Así que violencia de los indignados, ninguna y, si alguna se da, como se ha dado por desgracia en Barcelona, es de inmediato reprimida, criticada y condenada en los más duros términos por las comisiones de comunicación del 15-M que se desmarcan de ellos.
Parece así que la derecha, las autoridades y, sobre todo, la policía han descubierto que lo inteligente es minar la base de legitimidad del movimiento, la no-violencia, la resistencia pasiva. Y como éste no acaba de estallar, recurren a los agentes provocadores. El visionado del vídeo deja pocas dudas. Por supuesto, lo trataremos siempre como presunto. Pero ¿hay acto más abominable que la policía delinca? Si los responsables del orden lo son del desorden, con el fin tácito de restablecer el orden al estilo del famoso ¡El orden reina en Varsovia! no hay Estado de derecho. Esos provocadores tienen que ser identificados. En el vídeo son muy fáciles de reconocer. Alguien los ha identificado ya, sin duda alguna. Bastaba con ver por lo demás que no iban vestidos, sino disfrazados. La cuestión es que eso es ilegal y delictivo y, por tanto, los provocadores deben comparecer ante la justicia.
¿No es evidente que el movimiento 15-M actúa desde una posición fundamentalmente moral y que así consigue poner de relieve la podredumbre del sistema? Lo que se ha hecho en Madrid de impedir (por ahora) un desahucio habla por sí mismo cuando los dos partidos mayoritarios bloquean todo proyecto de ley de dación. Y si la policía actúa como bandas de matones queda ya poco por decir y menos que poco, nada, a ese consejero de Interior de la Generalitat, Puig, que utiliza con descaro lo que los ingleses llaman un innuendo al observar, al parecer irónicamente, que fue el único que entendió lo del 27 de mayo, cuando los mossos repartieron estopa con saña. Sí, lo entendió perfectamente. Ahora busca un pretexto y, si no lo tiene, lo fabrica a base de mandar a sus policias a provocar tumultos como verdaderos sicarios. Presuntamente, desde luego.
Una última cuestión sobre las descalificaciones intelectuales del 15-M. Gonzalo Anes, que sigue sin dimitir, dijo en algún momento que lo del 15-M quedaría en la historia como una nota a pie de página o algo así. Y, si de él depende, así será ya que no es un historiador sino un trujimán del Rey que lo ha hecho marqués de su propio apellido, creo. Savater llama a los indignados de Barcelona hatajo de mastuerzos. Si estamos de acuerdo en el alcance del término la verdad es que hay muchos mastuerz@s, pero no más que en otras clases de personas, políticos, periodistas, profesores, curas, empresarios, sindicalistas. Mucha gente cree que la dirigente de UPyD, Díez, es un@ de ell@s. Su intervención ayer en el Congreso culpando a Rubalcaba, el ministro que más cerca de su fin ha llevado a ETA, de ser el responsable de que los proetarras estén en las instituciones muestra gran mastuercez y abundante mala baba. En España los derechos los protegen o deniegan (los denegable) los jueces. No el ministro del Interior. Y hay más: por supuesto que los indignados tienen derecho a que se les escuche, sean cuatrocientos, cuarenta o cuatro en los términos que les parezcan, siempre que eso no redunde en perjuicio de terceros. Los derechos de los ciudadanos son originarios y su ejercicio, responsabilidad de cada cual. ¿O van a tener que pedir permiso a los censores de turno para ejercerlos?
El punto está aquí en ese perjuicio. Uno puede argumentar que la ocupación de la vía pública para asuntos particulares, por muy pacífica que sea, es siempre un perjuicio. Pero es difícil sostenerlo en un país en el que la Iglesia ocupa miles de espacios públicos con sus procesiones y los taurófilos llegan a vedar el tránsito por determinadas calles en época de encierros para poder torturar civilizadamente a las bestias sin muchos riesgos. Se dirá que lo importante no es cuántos son los que ocupan los espacios públicos de hecho sino cuántos apoyan que lo hagan. Cierto. Ese es precisamente el punto de vista de los indignados que de mastuerzos tienen lo que todo el mundo. En la calle siempre hay cuatrocientos, sean indignados, meapilas o falangistas. Y los socorridos cuatrocientos mil que se quedan en sus casas apoyan a unos o a otros. Basta con ver los resultados electorales y los barómetros de opinión. Querer ignorarlo no sólo es inmoral; es también estúpido.
Y un presente que se enseñorea del futuro porque lo están moviendo los jóvenes. Basta ver las fotos. Media de edad, veintitantos años. ¡Que bien lo decía Serrat en los sesentas! : Ara que tinc vint anys, ara que encara tinc força, que no tinc l'ànima morta, i em sento bullir la sang. Siempre son los poetas los que definen los tiempos y todos los tiempos. Porque ese bullir la sang no es privativo de los veinteañeros. La sangre bulle siempre. Al que le bulle. Al que no le bulle, tampoco le bullía cuando tenía vint anys.
Un momento, pero ¿estos de ahora no eran los jóvenes ni-ni, los que no tenían futuro, la "generación perdida"? Y perdida no en el sentido de la lost generation de mis amores sino en el más puñeteramente real del término: perdida de haber perdido el camino, de haberse perdido a sí misma y no en el aspecto moral porque son jóvenes muy formales, sino en el esencial, el laboral, que es donde se hacen las personas. La generación de las no-personas que, vaya ironía, es la mejor formada de la historia del país.
Pues estos perdidos, convertidos en indignados, han ido a encontrarse en la vía pública, en el espacio común, y lo han convertido en un ágora, trasladando un debate sobre los rasgos morales de nuestra democracia que no se da en ninguna otra parte y para el que el sistema no tiene respuesta porque él mismo reconoce estar corrompido hasta la inacción y la parálisis. Lo que acaba de suceder con el Tribunal Constitucional es una prueba irrefutable.
En esta situación el movimiento del 15-M, que lleva la iniciativa de modo sistemático, se ha convertido en una revolución que ya nadie puede detener. Ni quienes la pusieron en marcha. Y no puede detenerse porque, al no tener estructura política, nadie da las órdenes y con nadie cabe negociar nada. Tampoco se puede detener policialmente porque, al carecer de estructura orgánica, no hay nada que se pueda desmantelar y sólo cabe encarcelar a cientos y miles de personas, lo que no es ni imaginable.
Así que cuanto antes comprendan los partidos, los políticos, que no pueden seguir ignorando el fenómeno porque ya ni los deja trabajar, mejor será para todos. Cierto, cabe decir que lo que el 15-M tiene que hacer es dejar trabajar a los políticos (se refiere a los diputados del Parlament en Cataluña, que no pueden recortar a gusto con tanto alboroto), pero la verdad es que tienen escasa legitimidad. Lo han hecho muy mal; lo saben; lo confiesan; pero quieren seguir haciendolo peor. En el PP dirán lo que quieran pero un país en el que un ciudadano como Camps toma posesión de un cargo público tiene un grave problema moral. Lo sabemos todos. Pero los del 15-M lo dicen y, además, se han plantado. Es posible que parte del discurso de los políticos sea razonable: que no sea momento de andar con experimentos de envergadura como están las cosas por ahí fuera. Posiblemente. Pero si la observación no llega muy tarde de forma que la riada va a llevarse por delante los remilgos, será cosa que podrá negociarse con los indignados, que están indignados pero son muy razonables. Es más: están indignados porque son muy razonables.
Lo mejor que puede hacer el sistema (para entendernos) es dar estado a la cuestión, designar una comisión parlamentaria o algo así como interlocutor con el 15-M y negociar. Es difícil porque muchos vienen pidiendo un proceso constituyente y eso son palabras mayores. Pero como de algún modo habrá que decidir qué hacemos, si es que queremos hacer algo, alguien habrá de dar el primer paso para hablar. Porque la política es eso, hablar, entenderse, ponerse de acuerdo. Puede que la teoría sea excesiva pero es que la praxis no lo es menos.
Los partidos, en especial los de izquierda, parlamentarios o no parlamentarios, sienten una especie de fuerza que los arrastra a hacer causa común con los indignados, en algunos casos intentando convertirse en la vanguardia de estos, pretensión fracasada hasta la fecha, por lo que he podido ver. Pero está bien que la izquierda se mire en espejo del 15-M porque las reivindicaciones de este son en un noventa por cien las clásicas suyas que se habían ido quedando por el camino.
La derecha querrá llevar el asunto al territorio del enfrentamiento y la guerra. ¿Hablar? ¿Hablar con una manga de desharrapados que cultivan marihuana por las esquinas? Aquí hablan las urnas, los partidos, las instituciones. La gente, a callar. Sobre todo porque, puestos a movilizar gente, la derecha puede echar muchedumbres a las calles. Lo que no puede conseguir es que se queden de acampada una quincena en una plaza pública.
La derecha soporta también un serio handicap a la hora de hablar y es que tiene muchos asuntos por indiscutibles. Realmente muchos: la Constitución, la Monarquía, la unidad de España, la religión católica, la familia. Indiscutibles en sus peculiarisimas concepciones entre las cuales está que Franco no era un dictador. En cambio, Negrín, sí. Poco más o menos, entiendo, como el 15-M es el precursor de un movimiento totalitario. Nada menos. Y habrá que reconocer que, en cosas de totalitarismos, la derecha sabe lo que dice. Dice, por ejemplo, que el régimen de Franco no era totalitario.
¿Cómo parar una revolución pacífica que se hace por motivos morales invocando la conciencia cívica y el respeto a unas instituciones a las que literalmente se ha hecho trizas, como el Tribunal Constitucional, por ejemplo?
La gente va despertando en todas partes; en los países árabes, en España, en Italia, parece que en China también en donde miles de trabajadores llevan días enfrentándose a la policía y al ejército. La aldea global se pone en marcha. La multitud está harta de que la mangoneen, la lleven de aquí para allá, le digan lo que tiene que hacer y pensar, la estafen, la opriman, la apaleen y encima se rían de ella. Gracias a las tecnologías de la información y la comunicación todos estamos relacionados con todos y nos enteramos de todo si nos interesa. Cada vez hacen falta menos intermediarios: políticos, comunicadores, periodistas, profesores, no digamos tertulianos que normalmente no tienen ni idea de lo que hablan. La gente está, estamos, porque nos afecta a todos, recuperando el principio de la autonomía kantiana que nos había sido arrebatado por unas organizaciones complejas políticas, económicas, mediáticas, cuyo primer objetivo era mantener en la sumisión infantil a aquellos a quienes servían y que, paradójicamente, eran su única razón de ser. Todo eso parece estar acabándose. La gente, la multitud, quiere decidir por su cuenta, sin escuchar ya las "explicaciones" de cientos y miles de expertos responsables de una crisis de la que saben tanto como Palinuro del cultivo de angulas en criaderos.
El ejemplo más reciente que hay que aplaudir a rabiar es ese maravilloso voto/bofetada que el electorado italiano ha propinado al imbécil del bunga-bunga. Hace años que los italianos arrastran una situación lamentable, habiéndose puesto en manos de un menda tan ridículo como despreciable pero con su voto en los cuatro referéndums han recuperado no solamente la dignidad colectiva sino el lugar que les corresponde en la avanzada de los países desarrollados. Una vez más se comprueba que controlar las televisiones y los audiovisuales hasta la extenuación, como hace este pavo, no sirve para nada si la gente no quiere. Hay que corregir por tanto ese insulso saber convencional que siempre ha irritado a Palinuro de que los medios manipulan. Es verdad, los medios manipulan a quienes quieren dejarse manipular que, a veces son muchos, a veces pocos. Pero no pueden hacer nada si la gente decide tomar su destino en sus manos, que es de lo que se trata hoy. ¿Es imaginable que alguien se acerque a Intereconomía, por ejemplo, con ánimo distinto a que le calienten los cascos con una sarta de disparates? Son los medios que no informan pero adoctrinan. Esos conservan su influencia sobre auditorios irredentos cada vez más exiguos. Los otros pierden audiencia a chorros. La información circula por la red y, aunque gran parte de esta procede de los medios de comunicacion, va reduciéndose.
Ya empiezan a aparecer teorías no de la conspiración sino de los mismísimos sabios de Sión que explican con gran facundia cómo estos movimientos, el del 15-M en España, por ejemplo, son turbias maniobras del imperialismo yankee. Prestémosles la atención que merecen, que no es mucha, vive el cielo, y vayamos a lo que importa: la revolución que no ha hecho más que comenzar es mundial y tiene que serlo necesariamente porque, en la situación de globalización en que nos encontramos, es muy difícil que ningún país pueda encontrar soluciones como si fuera el Estado comercial cerrado de Fichte. A veces se señala como ejemplo el caso de Islandia pero esta isla y sus dependencias, con una población similar a la de Córdoba capital en España, carece de relevancia en el orden internacional y no es en modo alguno comparable a un país de cuarenta y cinco millones de habitantes. Es muy envidiable lo que allí se hace, sí; pero es como si se hiciera en Córdoba. Cuando hay que movilizar a cuarenta y cinco millones (y no hablemos de doscientos o de mil doscientos) lo de Islandia queda algo pequeño.
Definitivamente esta revolución sólo puede triunfar a escala global. Ella misma se expande de forma reticular. Lo ha hecho en España; tendrá que hacerlo en Europa porque muchos destinos españoles se cuecen en Bruselas; y tendrá que hacerlo en el mundo porque muchos destinos europeos se trajinan en Washington o en Pekín. Entre tanto felicitemos a los italianos por haber hecho un corte de mangas a este engominado majadero.
El ministro de Educación y Ciencia se reunió ayer con el director de la Real Academia de la Historia, Gonzalo Anes, principal responsable del golpe de mano de los fascistas residuales en el Diccionario Biográfico Nacional y que ya debiera haber dimitido si tuviera un ápice de honrilla y dignidad intelectual. El motivo de la reunión era trasladar al franquista la exigencia del Gobierno de que se revise el fascionario de la RAH. Nada más. Nada de retirar la edición ni de plantear la dimisión de Anes. Eso fue todo. No está ni siquiera claro que Anes se haya comprometido a hacer algo concreto y, conociendo el país, apuesto a que el diccionario no se toca, los franquistas se quedan en sus madrigueras tan contentos y el gobierno se olvida del asunto.
El ministro es de una credulidad sin límites. Piensa que la RAH atenderá el mandato del Gobierno. Bienaventurados los pobres de espíritu. Los franquistas de la RAH no tienen intención de hacer nada. Dejarán que amaine la tormenta y seguirán a lo suyo: los panegíricos de Franco que pasan por ser historia en España. Y se habrá perdido otra ocasión de oro para informar a la juventud española y contribuir al renacer de la patria. Las excusas del ministro acerca de que la Real Academia de la Historia sólo tiene una relación administrativa con su departamento suenan a canguelo. ¿Qué tienen los franquistas que inspiran tanto temor en los demócratas? ¿No ve el ministro que, ante lo excepcional del caso, lo único que cabe hacer es echar a puntapiés a los nostálgicos de la dictadura de la Academia? ¿Cree el ministro que en Alemania o Italia alguien hubiera puesto estos lamentables pretextos a la hora de tratar con apologetas de la dictadura? ¿Cuál es la extraña enfermedad de la izquierda española? ¿Es miedo?
Cuando las instituciones están podridas porque en ellas prevalecen los que Lorca Y Dalí llamarían putrefactos (con cierta variante semántica) lo mejor que puede hacer la gente decente es marcharse de ellas. Exactamente lo que han hecho los dos concejales de Esquerra Unida de Valencia, quienes han desalojado el pleno del Ayuntamiento de Alacant apenas comenzó a hablar la nueva alcaldesa, Sonia Castedo, imputada en uno de los más malolientes procesos de que está salpicada toda la Comunidad Valenciana que con mano firme dirige el curita, a su vez implicado en otros procesos de no menor relevancia.
Los dos concejales, Miguel Ángel Pavón y Ángeles Cáceres, han salido con gran dignidad del pleno y se han sumado a los manifestantes del 15-M(véase el vídeo a continuación)
en un acto pleno de significado político y que, en su aparente modestia tiene un gran alcance. Los dos concejales son en este momento la lanzadera que une dos mundos opuestos: la política parlamentaria (representada por unas instituciones bastardeadas por los corruptos) y la política extraparlamentaria (representanda por los indignados del 15-M) en una dinámica que no se sabe a dónde irá a parar aunque, desde luego, dependerá en buena medida de la valentía de la izquierda.
Parafraseando a Henry David Thoureau, Cáceres y Pavón podrían decir que hay momentos en la vida en que el lugar apropiado para una persona decente es la cárcel; aquí no es la cárcel, pero sí la exclusión de las instituciones y la unidad con la actividad extraparlamentaria. Sin duda es una decisión estupenda, una que devuelve la pelota de la corrupción, la mentira y el engaño al tejado de unos políticos que han prostituido de tal modo sus cargos que sólo parecen querer estos para seguir delinquiendo y blindarse frente a la justicia.
Creo que sería lo que tendría que hacer la izquierda, toda la izquierda, en casos clamorosos, como el de Francisco Camps: abandonar sus escaños como protesta y unirse al 15-M, que está cargado de razón. Alguien podrá decir que es una decisión tácticamente errónea porque se deja el terreno libre al curita, que podrá hacer mangas capirotes. Es verdad. Pero es lo que hace incluso con la oposición presente porque emplea su mayoría absoluta para cometer sus fechorías y la oposición es impotente. Hasta seis sentencias judiciales acumula Camps que le ordenan facilitar información a la oposición y sigue sin hacerlo. ¿De qué le sirve a la oposición mantener su política parlamentaria sino es para legitimar un sistema podrido por el predominio de una clase política corrupta? De nada. ¿Por qué no atreverse a dar ese paso, a comenzar una unidad de acción con los indignados? ¿Por temor a lo que diga la derecha? Pero ¿hay alguna duda de que la derecha siempre dirá lo más dañino y que si no lo tiene se lo inventa? Regla general para el comienzo del saneamiento de las instituciones: allí en donde haya imputados y estos gobiernen con mayoría absoluta o mediante un pacto con su marca blanca, UPyD, lo que la oposición debe hacer es despejar el campo y unirse al 15-M en la denuncia de la corrupción.
Al estallar el escandalazo del Diccionario Biográfico Nacional (DBN) de la Real Academia de la Historia (RAH) el solemne acto con los Reyes se convirtió en un guirigay de recriminaciones al descubrirse que el producto que los monarcas avalaban estaba agusanado, carcomido, lleno de ratas ditirámbicas de la memoria del criminal Francisco Franco. Desde entonces el Director, Gonzalo Anes no ha hecho otra cosa que balbucir falacias y sofismas a cual más pintoresco e inmoral para defenderse frente a la muy legítima y extendida demanda de que dimita por obvia falta de competencia en la materia
Palinuro ha tenido la paciencia de ir recogiendo uno a uno sus subterfugios, hipocresías, justificaciones, según iban sabiéndose más datos del atropello y las trae ahora a colación sucesiva para trazar el cuadro de una trayectoria de ignominia y abyección intelectual y moral.
Creyendo al principio que el escándalo no iría muy lejos, Anes se permitió el lujo de regañar a los españoles por su acendrado vicio de no reconocer nada nacional bueno y tirar siempre contra lo propio por asuntos menores.
Cuando ya se cruzó con el primer dato turbador, la biografía de Franco perpetrada por Luis Suárez, quiso defender a éste asegurando que era un hombre "liberal" pues en tiempos del Caudillo había votado a cátedra a un aspirante a pesar de que estaba afiliado al Partido Comunista. Es un razonamiento realmente inadmisible al que es muy aficionada la derecha: los demás tenemos que celebrar en ella y hemos de agradecerle que cumpla con su deber, como si esto fuera algo graciable y no obligado entre gente de bien. Recuerda mucho el repugnante argumento de que los españoles teníamos que agradecer a Fraga Iribarne que hubiera "civilizado" la derecha, como si fuera de recibo una derecha "sin civilizar" o un catedrático que vote por preferencias partidistas.
Visto que Suárez ya no era salvable, Anes se apresuró a dejarlo caer con escasa elegancia, diciendo que él no lo había escogido para hacer el panegírico de Franco, sino que el medievalista se había ofrecido. Suárez, a su vez, dice lo contrario. Así las cosas, resulta que el director de la academia o uno de sus más distinguidos académicos, miente. ¿No es esto ya suficiente para que una persona de honor se vaya a su casa?
Tratando de ennoblecer su posición, ante la insistencia de las críticas que ya mostraban que el desbarajuste no acababa en Franco, Anes se puso lírico, asegurando que en la RAH no se censura a nadie. Al margen de si esto es verdad o no, cosa de la que, tratándose de Anes, no podemos estar seguros, corregir los evidentes desatinos sectarios que contienen varias entradas no es censura en modo alguno sino pura actividad de lo que los ingleses llaman editing y que el señor Anes desconoce por entero o, lo que es peor, no creyó necesario realizar con entradas que hablan de la cruzada, el Alzamiento, los nacionales o que Franco era católico, inteligente y moderado.
Ya lanzado por la vía demagógica, añadió después Anes que el diccionario es un monumento a la libertad de expresión, como si en lugar de tratarse de un Diccionario de una Academia, que tiene que estar sometido a unos controles estrictos de veracidad, imparcialidad y calidad, se tratará de una serie de panfletos en una controversia política, único caso en que cabe invocar el derecho a la libertad de expresión irrestricto.
Convencido por fin de que lo suyo era un solemne patinazo que hará historia, pensó que haciendo una pequeña reformita podría capear el huracán. Reunió a sus fieles (entre los que se cuenta gente tan pintoresca como el Cardenal Cañizares, cuyos méritos para ocupar un sillón en la casa son un misterio tan insondable como el de la Trinidad en el que cree a pies juntilla) para alcanzar una solución inteligente. Se reformaría la edición online cuando estuviere, pero no la de papel, aunque quizá sí en futuras ediciones. Un obvio intento de tomar al auditorio por imbécil una vez que ya no ha quedado más remedio que confesar que la brillante obra ni es brillante ni es obra. Porque ¿cómo puede decir alguien en serio que un organismo como la Academia dirá cosas distintas sobre el mismo personaje, según que el soporte sea papel o virtual?
Anes coronó este conjunto de penosas excusas con otra más que es un ataque a todos los demócratas. Sostuvo que, en el fondo, en la dictadura, todos fuimos colaboracionistas porque, para tomar posesión como funcionario, había que jurar fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional. Es difícil encontrar un argumento más abyecto, aunque, tratándose de Anes, será cosa de esperar poco tiempo por cuanto oculta deliberadamente que dicho juramento, al ser obligatorio, carece de valor, como enseñan todas las doctrinas morales del mundo excepto la que profese el señor Anes, sea cual sea.
La solemne toma de posesión de las autoridades locales se vio ayer animada por la presencia de los indignados en casi todas partes con sus pancartas, su cacerolas, sus gritos, sus protestas. En Sevilla, en Valencia, en Madrid y en un sin fin de otras plazas hubo boicoteo activo a las ceremonias que los del PP llaman chantaje (esto es, extorsión), ellos y sus conciencias sabrán por qué. En varios casos hubo cargas o desalojos policiales con alguna violencia, aunque no mucha porque las autoridades tratan de evitar una dinámica de acción-represión-más acción cuyos efectos han visto y están viendo muy de cerca en los países árabes y ahora es posible que también en Turquía.
Los medios, el principal aliado, quieran o no, del 15-M, están encantados. Hay noticias por todas partes. Y cuando no son de los indignados, son de otra fuente: Álvarez Cascos en Gijón, el poderío de Bildu en el País Vasco, rematado con la joya de la corona, el ayuntamiento de Donostia. Pero lo esencial es la intervención del 15-M que es como la enojosa presencia de aquella parte del pueblo que no se siente representada en el establecimiento político y ha decidido pasar a la acción a su modo. Supongo que los alcaldes y concejales que han tomado posesión en el tumulto estarán deseando que pasen estos momentos, este movimiento, para volver a sus negocios habituales. Pero el movimiento parece ser duradero.
Y lo es porque las causas que lo pusieron en marcha siguen ahí y agravadas si cabe. En primer lugar, la política entendida como cabildeo de partidos. IU se abstiene en muchos municipios y da de hecho el gobierno al PP; en algunos casos, incluso, lo vota. En otras partes, el acceso del PP lo facilita UPyD. Pero hay muchos otros municipìos en los que gobierna el PSOE con los votos de IU. Con los votos de CiU gobiernan varios alcaldes del PP en Cataluña, incluido uno caracterizadamente xenófobo. Y es la CiU cuyo líder, Mas, acudió en cierta ocasión al notario para certificar que jamás pactaría con el PP. Retorna la teoría de la pinza y las amargas recriminaciones de una izquierda que, por lo que se ve, es incapaz de hacerlo mejor. Es fácil que las componendas entre partidos tergiversen el sentido del voto que han recibido, si se considera que el voto es como una especie de mandato. ¿Quién se atreverá a afirmar que la protesta de los indignados con su consigna de ¡No nos representan! esté fuera de lugar?
Todavía peor es el asunto de la corrupción. Más de cien imputados en procesos penales han conseguido acta de concejal o vara de alcalde. Admitido que esto de retirar sin más a los imputados en un país en donde se puede recurrir a la denuncia falsa a adversarios políticos es complicado. Pero aceptando esta complicación, cien imputados tomando posesión de cargos públicos en los que se administran dineros públicos son un espectáculo deprimente. Imputados y procesados por malversación, cohecho, tráfico de influencias, jurando y prometiendo, presidiendo comisiones. Barberá agradeciendo a Camps no su amor al dinero, al boato y al despilfarro sino ¡a Valencia! ¿Cómo afear al 15-M que ponga de manifiesto lo ridículo de esta farsa?
El Museo Arqueológico Nacional tiene una exposición de retratos de Fayum que merece mucho la pena ver. Son trece piezas procedentes del British Museum de llamados retratos de momias de El-Fayum y pintados entre el siglo I a.d.C. y el III d.d.C. Y no deja de ser curioso que vienen en el marco del certamen anual de PhotoEspaña que, al parecer, los considera antecedentes remotos de la fotografía. Retratos son, desde luego, y con algo de ironía, teniendo en cuenta que se pintaban con fines directamente comerciales, como tareas de pintores artesanos greco-romanos en talleres egipcios, pueden asimilarse a retratos de Photomaton. Son tablas de madera pintada a la encáustica o al temple (en esta exposición son todas encáusticas) que representan del modo más fiel y realista posible a una persona concreta que hacía de modelo póstumo. Pretenden ser reproducciones exactas de lo que era alguien en vida y en la flor de la edad (básicamente la treintena) dado que su finalidad era que cada alma pudiera encontrar su cuerpo luego de la muerte para hacer juntos el viaje del más allá. Son retratos de ciudadanos del Imperio romano, personas privadas que, por vivir en Egipto, se hacían momificar. Porque ahí es donde está el meollo del cruce de tres culturas, tres civilizaciones, la griega, la romana y la egipcia.
En Egipto está el misterio, en ese Egipto que es el verdadero inventor de la inmortalidad del alma y en el que se buscan mil habilidades para hacer que cada cual, provisto de su respectivo ka se reúna con ella y parta al largo viaje de la noche del que no se vuelve. Pero, materialistas como eran al mismo tiempo (si no, no dejarían alimentos junto a los cadáveres y momias para que estos pudieran alimentarse en el más allá) y desconfiando de las potencias del alma, le proporcionaban estos retratos para que no se equivocara fatalmente en la elección pues no creían que el alma fuera omnisciente. Así que estos retratos de Fayum, que tanto recuerdan la retratística renacentista (bastante de ella también póstuma, por cierto) con la modestia de su soporte en madera, son en el fondo la pintura más metafísica que quepa contemplar.
Todos los retratos están de frente, tienen los ojos abiertos y nos miran. Pero no nos ven porque sus ojos no están abiertos para ver, pues el modelo está muerto, sino para ser vistos e identificados por un alma que antaño podía salirse por ellos. De ahí que su mirada esté vacía. Son los ojos de los muertos, que miran pero no ven.