divendres, 6 de febrer del 2009

Muertes filosóficas.

Si hace unos días Palinuro reseñaba un curioso libro que contaba la historia de la filosofía a base de chistes éste no le va en zaga en cuanto a originalidad, si bien no solamente no es tan divertido sino que, por el contrario, tiene aspectos estremecedores. La obra de Simon Critchley (El libro de los filósofos muertos, Taurus, Madrid, 2008, 362 págs.) es, como dice el autor, "una historia de los filósofos más que una historia de la filosofía. Es una historia sobre cómo afrontaron sus últimos momentos una larga serie de criaturas morales, materiales y limitadas, y si lo hicieron con dignidad o con delirio, con nobleza o con sudores fríos." (p. 42) Porque, en definitiva y después de una breve disquisición sobre el inevitable ejemplo de la muerte de Sócrates, el autor repite una idea que cualquier aficionado a la filosofía ha encontrado aquí y allá, esto es, que ser filósofo "es aprender a morir: es empezar a cultivar la actitud adecuada frente a la muerte." (p. 27).

¿La actitud adecuada frente a la muerte? Y ¿cuál es ésta? ¿La resignada, la alegre, la rabiosa, la melancólica, la negativa, la...? ¿Acaso no hemos quedado en que los filósofos pueden haber muerto con dignidad o con delirio, etc? Ciertamente este asunto apunta a la principal insuficiencia de la obra y la que, además, la hace de muy difícil comentario. En efecto, se trata de una historia y de una historia bastante completa. Se habla de unos ciento noventa filósofos, de primera, de segunda y hasta de tercera fila y, en sí mismas, las historias son difíciles de reseñar ya que lo único que cabe decir es si el relato hace justicia a los hechos, si están escogidos y resaltados los más importantes y si no hay lagunas u olvidos que, desde luego, no los hay.

Se da una segunda dificultad, ésta más difícil de salvar: que al tratarse de una historia no hay ni puede haber un tratamiento homogéneo y sistemático del objeto. No es cierto que el libro verse sobre "como afrontaron sus últimos momentos, etc". Eso es así en unos casos (los menos) y no lo es en otros. A veces se narra cómo murió tal o cual filósofo (o filósofa, que uno de los méritos de la obra es dar voz a las pocas mujeres que han descollado en la historia de la filosofía), a veces se examinan sus ideas sobre la muerte y factores concomitantes como la eternidad o no del alma, la resurrección en diversas formas, etc. Y otras veces no se hace ninguna de las dos cosas sino que se dibuja un sucinto tratamiento de la doctrina de algún filósofo concreto.

Siendo esto así la reseña tiene que seguir un ritmo sin ritmo similar, de forma que se limitará a ser una especie de antología de algunos, muy pocos, de los casos que por algún motivo, parezcan dignos de atención o, cuando menos, se lo parezcan a Palinuro.

De Epiménides el cretense cuenta Diógenes Laercio que, habiéndolo enviado su padre a cuidar un rebaño, se quedó cincuenta y siete años dormido en una cueva y, al despertarse y volver a la ciudad ya puede imaginarse la situación de anacronismo que se produjo. La historia, que tiene muchos antecedentes literarios en China, la India, etc es la misma que el famoso cuento de Washington irving, Rip van Winkle. También Diógenes Laercio aporta una tercera versión a la historia de la muerte de Heráclito, que falleció cubierto con boñigas de vaca (p. 57).

Sostiene Critchley, en consonancia con Onfray, que Epicuro es el filósofo mas importante de la antigüedad porque combina una visión científica con una actitud ética. No hace falta recordar cuál es su celebérrima posición ante la muerte, a la que, por cierto, se ajustó la suya (p. 94).

De Séneca, cuya muerte es también de conocimiento general, recoge la idea, nada desdeñable y de la que se hará eco Goethe muchos siglos después, de que la única inmortalidad que nos da la filosofía es permitirnos habitar en el presente, sin preocuparnos por el futuro.(p. 117)

El capítulo feminista trae aquí a la famosa filósofa Hipatia, la sucesora de Plotino al frente de la escuela platónica, con una reflexión de extraordinaria fuerza pero que, al mismo tiempo, predeterminaba su espantoso fin: "Enseñar la superstición como si fuera verdad es la cosa más horrible." (p. 127) Tenía que acabar muerta a manos de las turbas cristianas, fanáticas defensoras de la superstición hasta el día de hoy, que la desollaron con trozos de macetas, trocearon su cuerpo y lo cremaron.

Francis Bacon, por quien siempre he sentido una simpatía mezclada con cierta prevención, murió víctima de su espíritu empírico, por empeñarse en demostrar que la carne podía conservarse en hielo igual que en sal, para lo cual compró una gallina en Highgate y la rellenó de nieve pero, en el ínterin, se resfrió y falleció de las complicaciones posteriores (p. 185).

El autor recala en un filósofo italiano de segundo orden, el conde Alberto Radicati de Passerano (1698-1737) que, en su obra principal, Una disertación filosófica sobre la muerte aborda la cuestión del suicidio que ya había tratado Montesquieu en Las cartas persas y desarrollaría Hume posteriormente. Radicati piensa que el suicidio es un derecho porque los individuos son libres de elegir su propia muerte (p. 222). Su examen saca mucho partido de un opúsculo anónimo publicado en los años de 1690 con el título de Traité des trois imposteurs en el que los tres impostores son Moisés, Jesucristo y Mahoma. No sé si hoy podría publicarse tranquilamente que Mahoma era un impostor sin mayores consecuencias.

Como se decía, Hume piensa que no debiera penarse el suicidio por cuanto es una respuesta razonable a un dolor intolerable (p. 228) No tengo duda alguna de que el cardenal Tarcisio Bertone, un ilustrado jefe de las turbas cristianas mencionadas más arriba, no coincide con el filósofo escocés.

En parcial sintonía con Séneca, como se decía antes, Goethe creía imposible que un ser pensante piense en su propia no existencia, en la terminación de su pensamiento y su vida y esta imposibilidad era la base de la inmortalidad personal (p. 244). Creo recordar que una de las más provocativas obras de Damien Hirst, la de un tiburón en formol, se titula algo así como "La imposibilidad de que los vivos puedan comprender la idea de la muerte". Pero tanto en el caso de Goethe como en el de Hirst, más que de filósofos se trata de artistas.

En Schopenauer la vida no es otra cosa que la expiación del delito de haber nacido (p. 253), una idea con ecos calderonianos y que recorre como un rayo toda la especulación filosófica y la creación poética del mundo.

Es muy interesante el tratamiento del tema en el contexto de la filosofía contemporánea, pero sería prolijo exponerlo. Se cierra la reseña demostrando que si la filosofía no se cuestionara siempre y de raíz a sí misma dejaría de ser filosofía. Al efecto es aleccionador seguir a Derrida cuando rechaza la visión ciceroniana de que filosofar sea "aprender a morir", sustituyéndola por la propuesta, muy sugestiva, de que filosofar sea "aprender a vivir." (p. 334) Y, en definitiva, como muchos filósofos han dicho, ¿no es la muerte parte de la vida?

dijous, 5 de febrer del 2009

Con la banca hemos topado.

Poco a poco va quedando claro quiénes son los villanos de esta obra en la que se ventila la crisis más grave que ha sufrido el capitalismo desde su fundación: los bancos.

Lamento repetirme pero conviene recordar que eran los bancos de inversiones, esos entes descomunales que se desarrollaron en los años de Jauja cuando había dinero en abundancia y todo el mundo se endeudaba alegremente, unos bancos especiales que surgieron al calor de la globalización y de la circulación libre de capitales, entidades opacas a los sistemas tradicionales de control que crecieron en los movimientos especulativos acumulando beneficios enormes, primas y salarios de altos ejecutivos sin parangón. Cuando la burbuja inmobiliaria en los EEUU reventó, todos estos bancos de inversiones (Lehman Brothers, Bearn Stearns, etc) naufragaron. Y no sólo ellos sino también extraños esquemas financieros que en el fondo era estafas, como la de Madoff porque en el capitalismo globalizado la línea que separa las actividades financieras legales y las delictivas es muy tenue; si es que es.

Las quiebras y las intervenciones públicas en situación de emergencia trasladaron la crisis financiera a la economía "real". Los bancos comerciales, no pudiendo saber hasta qué punto estaba comprometido cada uno de ellos con las actividades de la banca de inversiones, empezaron a no fiarse unos de otros y a no prestarse dinero recíprocamente, criterio que se mantiene aunque el euribor haya descendido. Y este credit crunch es el principio del círculo vicioso de la recesión: los hipotecas no se pueden pagar; una ingente cantidad de títulos de créditos no valen ni el precio del papel en que están impresos; falta de crédito, la economía se contrae; la economía contraída es menos empleo y mayor descontento social, más cierres de empresas y más gentes en el paro; menos posibilidades de garantizar los préstamos; menos créditos, etc.

Todos los Gobiernos han intervenido para salvar la situación facilitando liquidez a la banca comercial. ¿Y qué ha hecho ésta en España? Emplear ese dinero en enjugar sus deudas, pero sin abrir el crédito a las familias y a las pymes. Son los bancos quienes, tras haber provocado la crisis, impiden que la economía remonte. Eso es evidente en España y de ahí que un ministro del Gobierno del señor Rodríguez Zapatero profiriese algún tono más alto que otro a propósito de la banca; pero el segundo del PSOE ya lo ha contrarrestado, en una muestra de celeridad servil que prueba a qué extremos está el gobierno enfeudado a la banca.

La bajada de los tipos de interés, primero en los EEUU y después en Europa, responde al intento de facilitar la recuperación económica. Acorde con ello, también ha bajado el euribor. Pero no para la gente. Ayer, la ministra de la Vivienda, señora Corredor, en un chat con los lectores de 20 Minutos insistió en un par de ocasiones en sus temas preferidos para engañar a los usuarios que buscan vivienda. Aseguraba la señora Corredor que la situación está mejor porque el euribor está bajando. Es imposible que esta señora ignore que, aunque el euribor haya bajado, los bancos no repercuten ese descenso en los clientes porque, en lugar de añadirle un 0,70 por ciento, añaden 2,4 por ciento con lo que las hipotecas siguen igual de caras.

Sí, son los bancos los responsables de la crisis, pero no parece que el gobierno del señor Zapatero haga o vaya a hacer algo que obligue a la banca a facilitar la salida de la crisis.

(La imagen es una foto de Swisscan, con licencia de Creative Commons).

Y con la Iglesia, ni te cuento.

El Vaticano, esa vieja, sabia y cínica diplomacia, nos ha mandado al cardenal Tarcisio Bertone, secretario de estado y camarlengo. Es un hombre poderoso en la jerarquía de la Santa Sede: equivalente a ministro de Asuntos Exteriores y, como camarlengo, sustituto del Papa en sede vacante, así que podemos dar su visita como de muy alto nivel; y viene a España, entre otras cosas, a gestionar una invitación al Pontífice a visitar nuestro país en 2010, lo que demuestra la importancia que la Santa Sede concede a sus relaciones con su católica hija España.

Y la que concede el Gobierno a las buenas relaciones con el Vaticano. La vicepresidenta del Gobierno, señora Fernández de la Vega, que se lleva de cine con el clero siempre que sea extranjero, ha explicado al Cardenal Bertone la reforma de la ley del aborto, la ley de libertad religiosa y el espinoso asunto de Educación para la Ciudadanía, ahora que el Tribunal Supremo ya ha dejado zanjada la cuestión. El señor zapatero recibió al Cardenal y el Rey lo invitó a comer. No es que lo traten a cuerpo de rey; es que lo tratan a cuerpo de papa.

Han tenido tiempo más que de sobra para hablar y para llegar a algunos acuerdos a base de lo que Monsignore Bertone sin duda llamará "mutuas concesiones" y que en lo sustantivo, correrán todas a cargo del Estado. El Camarlengo se comprometerá, seguramente, a embridar a la montaraz clerigalla carpetovetónica pues calcula el Gobierno que conchabándose con el Vaticano y aplazando sine die los otros asuntos peliagudos del avance de la laicidad se habrá evitado, cuando menos, la feroz agresividad de los medios de la derecha y de la jerarquía católica española.

Ahora bien, si un gobierno de izquierda gobierna tratando de conseguir el apoyo o, cuando menos, la neutralidad de los banqueros y los curas, y sólo se mueve en lo social y laboral acordando las medidas con los sindicatos y con la patronal ¿qué le queda de izquierda? Sería bueno enterarse para actuar en consecuencia en las próximas elecciones.


(La imagen es una foto de R. Duran, con licencia de Creative Commons).

Doble fracaso.

En Valkiria, Bryan Singer cuenta una historia real, la del fracasado complot de militares y civiles en 1944, el décimoquinto de la serie, para asesinar a Hitler e instaurar en Alemania un gobierno que negociara una tregua con los aliados. Y la cuenta con un estilo como si fuera un thriller, lo que constituye un segundo fracaso por cuanto, como el final es sabido, la historia carece de intriga e interés.

Ese carácter de thriller obliga a una gran economía narrativa que hace prescindir de todo lo que no sea estrictamente elementos de la conspiración con lo cual nos pasamos toda la peli entre botas, gorras de plato, uniformes, abrigazos nazis, correajes, motos con sidecar, coches mercedes, bunkers, oficiales del ejército y armas. Sin embargo, en Alemania había entonces, y hoy, muchísimas más cosas, además del nacionalsocialismo. Pero sólo en un par de ocasiones consigue Claus von Stauffenberg, el coronel que encabeza el atentado, ver a sus mujer y sus hijos y nosotros a alguien que no sea militar. Al prescindir deliberadamente de cualquier contexto, individual o colectivo, de toda referencia a las condiciones sociales de la época, el relato se hace plúmbeo. Al fin y al cabo, Claus von Stauffenberg, vástago de una antiquísima familia de nobles, era un hombre culto y su decisión de asesinar a Hitler debe verse como un deber autoimpuesto en beneficio de Alemania. Hubiera sido interesante profundizar en la psicología de este hombre que regresa del frente mutilado a casa y comprende que su deber es asesinar a Hitler, mostrar algo de lo que le hizo cambiar de opinión, la brutalidad y los crímenes de los nazis, los asesinatos de judíos, algo de lo que vio y que nos haría verosímil su comportamiento en lugar de presentarlo como un hombre que sabe lo que quiere y cómo lo quiere desde el principio.

Esta carencia de contexto de todo tipo, cultural, sociológico, paisajístico, urbano, personal, etc y la correspondiente concentración en los hilos del thriller no son garantía suficiente para que el relato sea claro. Antes al contrario, la cantidad de gente implicada en el complot (entre 200 y 500) y que a su vez están en muy distintas relaciones entre sí hace que a veces sea difícil entender lo que está pasando y que, por momentos, el relato resulte confuso y hasta inexplicable. ¿De dónde salen los conspiradores civiles? ¿Cómo se relacionan con los militares? ¿Cómo se organizan todos? ¿En dónde tienen esas reuniones casi multitudinarias sin que la omnipresente policía se entere? Concentrado hasta extremos solipsistas en la persona de Von Stauffenberg el film avanza penosamente con una acción sin interés pues está en función de un final sabido y con una banda sonora más propia del robo del siglo.

dimecres, 4 de febrer del 2009

El humor es cosa de la inteligencia.

Ya es mal asunto que uno no entienda un chiste. Pero si alguien lo explica y uno sigue sin entenderlo es que la mollera de uno no tiene remedio. En fin, es lo terrible de los chistes, de la ironía, de las burlas, que son muy resbaladizos y para cuando el que ha picado quiere darse cuenta, normalmente es ya demasiado tarde. Todos los que se tomaron en serio el vídeo del Gran Wyoming metieron el remo hasta la empuñadura, sin excusa posible. Luego, cuando ya se explicó todo en el programa de aquel, El intermedio, algunos trataron de disimular, de salvar la cara, diciendo que ya se maliciaban algo, que no le habían dado crédito completo y que tenían sus reservas: blogs, foros, páginas webs y hasta algún diario digital. Por ejemplo, El Imparcial, que tras dar por bueno el vídeo en titulares tuvo que acabar reinterpretando la noticia vergonzantemente en un espacio semioculto en el interior llamado Las trampas de Wyoming donde se viene a afirmar que el vídeo no es auténtico, pero como si lo fuera que es algo así como decir que el mayordomo no asesinó a la duquesa, pero pudo haberlo hecho. Esa fue la defensa de la mayoría de blogs y foros que se tragaron la pieza: minimizar el ridículo y esperar que escampara.

Pero no es el caso de Intereconomía, en donde el señor Xavier Horcajo que tiene un problema evidente a la hora de distinguir entre lo fabulado y lo real, siguió cargando contra Wyoming con tanta saña que uno empezaba a pensar si no se trataría de otro fake, en este caso un contrafake para responder condignamente al pitorreo del programa de Wyoming. El señor Horcajo puso en brevísimo tiempo a bajar de un burro al Gran Wyoming, al que llamó "delincuente", "h.p." (hijo de puta, vamos, para no andarnos con remilgos), de "baja catadura moral", "de baja ralea", "bufón de segunda" etc, etc. Uno podría creer que estaría fuera de sí al ver cómo había caído en una trampa tan elemental, en un engaño tan tosco. Pero en lugar de reconocer que se había columpiado trataba de emborronarlo todo, sepultando a la gente del Intermedio bajo toneladas de denuestos. Como si los demás estuvieran a su altura mental.

Cuéntase de Santo Tomás de Aquino que en cierta ocasión fue víctima de una broma, de un engaño urdido por sus hermanos dominicos que lo convencieron de que saliera a toda prisa del convento para ver un burro volador. Cuando luego hicieron burla de él y le preguntaron cómo había sido tan ingenuo para creer que había burros voladores, el doctor angélico contestó que prefería creer que los burros vuelan antes de aceptar que un hermano pudiera mentir. Desde el momento en que el señor Horcajo tiene al Gran Wyoming por un redomado delincuente está claro que su reacción carece de la elegante y caritativa defensa del aquinatense.

No, su reacción es la del que no se entera y eso se prueba cuando resulta que también acusó a la colaboradora de Wyoming, doña Beatriz Montáñez, de ejercer el oficio más viejo del mundo por el hecho de salir interpretando a una puta. Lo explicó muy brillantemente la señora Montáñez recordando la diferencia entre realidad y ficción y avisando al señor Horcajo de que Leonardo di Caprio no murió en el hundimiento del Titanic. Cierto, ni Liz Taylor en El árbol de la vida. Pero no sé si el señor Horcajo entenderá estas sutilezas.

La comisión no dictaminará nada.

En el otro extremo del arco conservador, desde los comunicadores ultras a los órganos regidos por neoliberales con pedigrí, la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM) no desengaña. En la entrada de ayer, titulada Sabía decision: una comisión decía Palinuro que: "Y milagroso será si la señora Aguirre no pone a presidirla (a la Comisión) al investigado, el señor Granados, presunto subjefe de la trama de espías. La presunta jefa es ella, naturalmente." Ese es el camino que llevan. No sé si aprovechando su mayoría absoluta el PP impondrá de presidente al principal sospechoso, el señor Granados, pero sí está claro ya que se reservará la presidencia, algo que va en contra de los usos y convenciones democráticos pero deja ver sin duda alguna que esta comisión de investigación no investigará nada, no concluirá nada y acabará como el rosario de la aurora, cosa que está en interés del PP a la vista de que en las próximas elecciones autonómicas tiene toda la pinta de llevarse un solemne batacazo. Estaba claro que la comisión encabezada por la señora De Cospedal no investigaría nada pero en ésta será milagroso si la conclusión no es que la culpa del espionaje la tiene Felipe González. De momento el espía más activo de todos, el señor Gamón, ya se ha negado a responder a las preguntas del PSOE e IU. Claro: ¿por qué tiene él que responder de algo cuyo culpable es el señor Felipe González? Por fortuna está en marcha la investigación judicial. De no ser así, este gobierno de desaprensivos no daría ni explicaciones de una trama de espionaje tan activa que, según parece, sus miembros se espiaban entre sí.

(La imagen es una foto de Chesi-Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons)

Matrimonio de Boston.

En el muy céntrico teatro Arlequín de Madrid, que está al comienzo de la calle de San Bernardo, al lado de una galería comercial muy conocida, próxima a Santo Domingo, están poniendo una curiosa obra de David Mamet, importante dramaturgo y guionista cinematográfico en los Estados Unidos. "Matrimonio de Boston" (que ya estuvo en cartel en Madrid hace unos siete años) es una expresión acuñada para referirse a las parejas de mujeres que viven juntas por su cuenta y no tienen por qué ser necesariamente lesbianas si bien en este caso lo son.

La obra es una chispeante y matizada investigación en la relación amorosa de dos mujeres. Al comienzo, Anne (Antonia San Juan) tiene un amante del que piensa vivir cómodamente y pretende que Claire, su pareja, se quede con ella. A su vez, Claire ha venido a decirle que está enamorada de una jovencita y ahí arranca una serie de peripecias muy divertida sobre las complejas relaciones entre las dos amantes, con un diálogo muy rápido y ágil, repleto de todo tipo de consideraciones sobre el destino de las mujeres independientes, el de la pareja, las relaciones fuera de ella, la fidelidad o infidelidad, etc. Es interesante reseñar que la pieza no es una defensa o un ataque de las relaciones homosexuales en modo alguno. De hecho, desde el principio, damos las relaciones por supuestas. No es un alegato en favor o en contra de relaciones lésbicas, sino la narración de las peripecias de una de ellas en una sociedad como la finisecular en la que, dada la moral de la época, casi todo ha de expresarse mediante sobreentendidos.

Este análisis psicológico de dos mujeres que están muy unidas pero en un momento dado encaran la posibilidad de vivir cada una por su cuenta se complementa con un contrapunto sociológico visto desde el ángulo de las relaciones de clase. Tanto Anne como Claire son dos mujeres de clase media con educaciones y gustos muy similares. El contraste lo pone la chica de servir, una jovencita escocesa, procedente del campo, Catherine, caracterizada con los rasgos de la simpleza, la ingenuidad y la retranca de los aldeanos. En la adaptación española "escocesa" ha pasado a ser "gallega". Las tres intérpretes son muy buenas, aunque a veces sobreactúan un poco, cosa comprensible si se piensa que la obra adquiere rasgos de farsa con bastantes escenas disparatadas. De todo el aspecto interpretativo lo que menos me gustó fue el forzado acento gallego de la criada. Pero no su figura ni el magnífico contrapunto social que representa. Como figura en el reparto Catherine echa sus raíces en las de los criados graciosos y/o necios del teatro clásico y presta a la obra una dimensión en profundidad muy curiosa.

La acción tiene lugar en el siglo XIX y consiste sobre todo en construcciones de diálogo muy brillantes que no solamente retratan una época sino que ahondan en las complejidades de una relación amorosa a un buen ritmo que las actrices consiguen se mantenga a lo largo de una pieza. Ésta no es precisamente breve y en ella abundan cuestiones inesperadas, sobre todo la relacionada con un ostentoso collar de gemas que su amante (a quien no vemos en toda la obra) ha regalado a Anne y que hace estallar un mundo de pasiones. El autor es un maestro de lo que los anglosajones llaman el innuendo, cosa que se echa claramente de ver en la muy emotiva escena cerca ya del final en que Claire rompe y deja sin respuesta la carta de su joven conquista que la ha esperado inútilmente fuera de la casa.

dimarts, 3 de febrer del 2009

¿Quién tiene la culpa de la crisis?

El señor Rodríguez Zapatero se reunió ayer con los principales banqueros del país (que en el año 2008, según Público, ganaron dos millones de euros por hora) para rogarles que hagan el favor de canalizar a la gente y a las pymes algo de los 150.000 millones de euros de dineros públicos que el Estado les ha "inyectado" porque no es hora de acumular más beneficios, sino de arrimar el hombro.

Los banqueros le contestaron con una teórica, explicándole -y con él a todos los españoles que no ganamos dos millones de euros por hora- que si la economía no se ha hundido ya del todo es gracias e ellos y que la culpa de la crisis la tiene el Gobierno y la tenemos la gente corriente y moliente por endeudarnos en exceso, y que ahora vienen tiempos difíciles.

Eso se llama desvergüenza, vulgo tener un morro que se lo pisan. Veamos la secuencia de los hechos:

1.- La crisis estalla causa de los fondos de riesgo con los que los bancos de inversiones estadounidenses y en todo el mundo han estado especulando codiciosa e irresponsablemente.

2.- Se transfiere luego a la banca comercial (los de los dos millones de euros por hora de beneficios) en forma de falta de confianza mutua y restricción del crédito.

3.- La restricción del crédito asfixia las economías, que entran en recesión.

4.- La crisis se generaliza y los Estados -entre ellos el español- intervienen inyectando miles de millones en los bancos comerciales para mantener vivo el crédito.

5.- Los bancos comerciales no hacen tal cosa sino que dedican los fondos a sanear sus cuentas y siguen restringiendo el crédito con la recesión a punto de convertirse ya en una depresión.

Realmente, ¿quiénes son los culpables? Está muy claro: los bancos de inversión en primer lugar y los bancos comerciales en segundo lugar. O sea, los bancos. Como es lógico porque son los únicos que pueden desatar una crisis con sus medidas. Haga lo que haga la gente, nunca pondrá en marcha una recesión.

Está claro: un morro que se lo pisan e igual que los terroristas israelíes culpan a las víctimas palestinas de sus muertes, los bancos culpan a la gente de los problemas que sólo ellos han causado.

Antes había razones económicas y financieras para nacionalizar los bancos. Ahora también las hay políticas: que vayan a reírse de sus familiares.

(La imagen es una foto de Steve Rhodes, con licencia de Creative Commons).

Sabia decisión: una comisión.

La entrada de Palinuro de ayer acerca del lío de espías, enchufados y clientes en la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM) se titulaba Tendrán que hacer algo. Bueno: ya lo han hecho. La señora Aguirre que la semana pasada negaba de raíz cualquier espionaje en sus dominios y no veía la necesidad de una comisión de investigación para aclarar unos hechos que según ella no se habían producido, ahora acepta constituir una. La sabiduría contemporánea rebosa de juicios negativos sobre el valor de las comisiones. Se dice que si se quiere no resolver un problema se nombra una comisión. Igualmente: ¿qué es un dromedario? Un caballo dibujado por una comisión.

En el caso de la que se nombrará en el seno de la Asamblea de Madrid ese escepticismo está archijustificado. Como el PP dispone de mayoría absoluta en la dicha asamblea, querrá que la comisión refleje este hecho lo que equivale a garantizar de antemano que no servirá para nada. Y milagroso será si la señora Aguirre no pone a presidirla al investigado, el señor Granados, presunto subjefe de la trama de espías. La presunta jefa es ella, naturalmente.

La comisión funcionaría si se aceptara la propuesta de la oposición de disponer de igual número de votos (entre IU y PSOE) que el PP. Conociendo el talante democrático de este partido y el de su liberal presidenta eso no va a darse ni de lejos con lo que es claro que la comisión se nombra para dar carpetazo al asunto del espionaje en la CAM. Y con el asunto del espionaje, el de las adjudicaciones de contratos del Vicepresidente del Gobierno y el de la tupida red de influencias, amiguismos y enchufes en que funcionan las empresas públicas o semipúblicas de esta sufrida CAM administrada por una gente que es la que los madrileños se merecen porque para eso la votaron.

(La imagen es una foto de Chesi-Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons)

El gran Gran Wyoming.

Pleno, Wyoming, tío, pleno. Qué golpe maestro. Cómo te conoces al personal. Con qué elegancia y sin insultar has dejado a esa gente en el más espantoso ridículo. Porque el vídeo en cuestión no engaña más que lo suficiente a los que anden escasos de meninges. La prueba es que muchos internautas en los foros y la blogosfera apostaban por el fake. Pero lo que es impagable es cómo muerden el anzuelo los pardillos de Intereconomía, con qué fingido escándalo y disimulado contento, con qué hipocresía lamentan ese comportamiento de "capitalista" y dan entera la falsificación sin comprobar nada, ni el remite del envío. ¿Y qué decir de la tertulia posterior? La plancha de Cendoya escandalizado, haciéndose cruces, Señor, Señor, estos rojos... Eso es lo más valioso de la trampa tendida: que han caído en ella ciegos de siniestra alegría, pensando que podían triturar a la competencia, que tenían un exclusiva explosiva.

Y no, ninguna pena. Estos de Intereconomía ¿no son los que enviaron unos jayanes a impedir el trabajo de una periodista haces unos meses? ¿No son los que enviaron a otros -o los mismos- contratados suyos para tender una trampa y presumiblemente chantajear al abogado que acusa al señor Fabra de Alicante? Ninguna piedad con gente que recurre a estos procedimientos. Al contrario, que quede bien claro que no sirven ni para las chapuzas y sí sólo para insultar.

Al Gran Wyoming no le hace falta insultar. Que hay clases.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, con licencia de Creative Commons).