diumenge, 26 d’octubre del 2008

Caminar sin rumbo (IV).

UTOPÍA

Salgo, cierro la puerta, doy dos vueltas de llave pues no sé cuándo volveré; ni siquiera sé si volveré. Bajo las escaleras, me echo a la calle con destino a ninguna parte y de pronto empiezo a pensar en que me he metido en el asunto de la máquina del tiempo y me he trasladado a otro que no es el mío. La gente tiene un aspecto extraño; es ella, si duda, la gente del lugar pero tiene algo raro. No estoy seguro de si es en la mirada, en la forma de caminar, quizá en el atuendo. Son y no son mis vecinos. Me da la impresión de que viven en otro tiempo, como cuando decide la autoridad que hemos de adelantar o atrasar una hora los relojes ajustarnos a los planes de ahorro energético. Esa es una medida que se puso en práctica con motivo del primer shock del petróleo allá por 1973 con motivo de la guerra de Yom Kippur. Los árabes se pasaron de listos: atacaron a Israel el día de la expiación pensando que lo sorprenderían desprevenido. Grave error: Israel está siempre en guardia; es un pueblo guerrero, convencido de que su misión es conquistar la tierra prometida. El caso es que, derrotados los árabes, como controlaban la OPEP (que se creó en 1960) hicieron que ésta multiplicara el precio del crudo, provocando una crisis europea y de alcance mundial porque pusieron fin al modelo de crecimiento sostenido con materias primas y energía baratas, tiradas de precio. Había que pasar a un modelo de crecimiento con energía cara, lo que obligó a reconvertir la industria en pleno. Y de todo ello queda como recuerdo la práctica de adelantar o atrasar una hora los relojes. Es todo lo que puede hacerse con el tiempo, adelantar o atrasar los relojes; el tiempo sigue incólume.

Bueno, esté a una hora, un mes o un siglo de distancia, me siento muy alejado de mis vecinos. No exactamente eso pero algo parecido le pasa a William Morris en sus News from Nowhere (Noticias de ninguna parte cuando se despierta en un Londres que no es su Londres sino otro un par de siglos después del suyo. No se dirá que no es un tanto un viaje en el tiempo. En el fondo muy cómodo porque viajas sentado, sin necesidad de desplazarte; el trabajo empieza cuando llegas, que no paras, queriendo saberlo todo y por qué ahora la gente es cultísima pero no sabe qué es un colegio. En todo caso yo no voy a la "Ninguna Parte" de Morris que era un tipo muy agradable, pintor, crítico literario, esteta, escritor, socialista, un hombre muy versátil. No sé si fue por eso por lo que su mujer lo dejó no recuerdo si por Everett Millais o Ford Madox Brown pues a los dos había encargado que terminaran el retrato de ella como reina Ginebra. Era una clara invitación a que uno fuera un Lanzarote del Lago, el que "fuera de damas tan bien servido cuando de Bretaña vino". En fin que eso es estilo y clase hasta en el adulterio. Y luego dicen que los artistas no son distintos. Véase a la derecha el ideal de mujer de los prerafaelistas. Es un poco relamido pero está muy bien. Mi "ninguna parte" no es figurado sino expresión muy real; quiere decir que no se encuentra, halla, ubica, que no finca en lugar alguno del territorio. O sea, la utopía. Con razón me resultan extraños mis convecinos; no son mis convecinos, sino los habitantes de Utopía, ahí en donde mucha gente dice que hay que estar. O no, no creo que digan que quieran estar porque, en el fondo, la utopía es algo por lo que se lucha en el entendimiento de que nunca se alcanzará. Ya que si se alcanzara estaría en algún sitio y dejaría de estar en ninguno es decir, dejaría de ser utopía- Esa conclusión más breve y contundente: el presente nunca es deseable; sólo es deseable lo ausente. Lo cual no quiere decir que uno haya de encontrar siempre el presente detestable, sea cierto o no y no es nada de eso: hay gente para la que el presente es el mismo cielo; lo que no puede hacer es desearlo porque ya lo tiene. Por eso la utopía ha de andar siempre una distancia por delante, como los trompetistas, anunciando el paso de la comitiva imperial. La utopía es la mejor atalaya del futuro, a donde puedes asomarte a ver los tiempos venideros. Algo que siempre me ha fascinado, supongo que como a todo el mundo.

Un viaje a ninguna parte es un viaje a una utopía, incluso una que tiene existencia cuando menos libresca, un lugar en donde los mayores pueden andar con los niños en su trajín diario sin que se alteren los fundamentos mismos de la civilización que, de todas las cosas irrealizables e imposibles que se me ocurren es la más imposible e irrealizable. Ningún orden social por abierto, humano, racional (¡especialmente!) que sea soportará estar, digamos, administrado por niños. Es curioso lo poquísimo que sabemos de los niños a pesar de que todos lo hemos sido. Tengo la impresión de que no hay memorias de la niñez. Los recuerdos de la infancia se construyen posteriormente con lo que nos cuentan y lo que deducimos nosotros después. No puede haber recuerdos propios porque no hay yo, no hay eso que se llama "conciencia del yo" y, por lo tanto, no hay memoria que recuerde nada. Luego, cuando tenemos hijos, tampoco nos enteramos de nada, me parece, porque nos sorprenden siempre, nunca estamos a la altura de lo que necesitan. Me doy cuenta ahora que vuelvo a ser padre y me sucede lo mismo; que no me entero, que llego tarde a los desarrollos. Apenas te descuidas veinte días (que no es nada para la gente de la pluma y pluma en el sentido de la pluma de ganso de escritor) y el niño ya habla y si tiene vicios de dicción, a ver cómo se los corriges.

Viene muy a mano lo del niño, el libro y el árbol. No están los tres juntos por casualidad como si se estuviera diciendo: mira en el mundo tienes que clavar un clavo, dibujar un puente y enterrar a un muerto. Ni hablar. Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro tienen muchas cosas en común. La más evidente e importante es que las tres son actividades de seguimiento, que requieren tesón y perseverancia. No basta con engendrar un hijo, hay que educarlo; no basta con plantar un árbol, hay que conseguir que crezca como uno quiere; yo, por ejemplo, quiero que crezca recto; no basta con escribir un libro, hay que escuchar lo que se dice de él, cosa normalmente desconcertante.

Desde luego, si el viaje me llevara a un lugar en que niños y adultos fueran iguales en el trato y responsabilidad social, pienso que me quedaría a vivir y perdería el ninguna parte. Habría encontrado mi parte. Pero ese es el asunto, que es una parte imposible. El mundo está hecho, regido, organizado, definido por los adultos. Los adultos y los carcamales porque de viejo no hay límites, como sí los hay con los niños. En fin, no es cosa que vayamos a resolver en una jornada de viaje. Pero se entiende que mis vecinos me parezcan raros. Vamos, para ser sinceros y podía haberlo dicho antes, me parecen marcianos. Muy probablemente yo a ellos también así que por ahí vamos equiparados.

(La primera imagen es un cuadro de Friedrich, Dos hombres contemplando la luna (1819-1820) Gemäldegalerie Neue Meister, Dresde, Alemania- La segunda es un cuadro de William Morris, Reina Ginebra (1858) Tate Gallery, Londres).

dissabte, 25 d’octubre del 2008

La causa de la crisis.

Todo lo que nos sucede a los seres humanos, excepción hecha de los fenómenos naturales y aun en estos hay mucha tela que cortar, es obra nuestra. Los dioses no existen y, si existen, no se ocupan de nosotros, como decía el filósofo. Somos los hacedores de nuestros destinos y no tenemos a quien responsabilizar de nuestra suerte buena o mala sino a nosotros mismos. En lo atingente a las cosas humanas tampoco existe el azar, que no es otra cosa que un proceso causal cuya razón desconocemos. Así que si hay una crisis mundial de las pavorosas dimensiones que los medios publicitan incluso con cierta alegría malsana, en algún momento y en algún lugar alguien hizo o dejó de hacer algo que, andando el tiempo, provocó el desastre.

Hará cosa de dos días el otrora gobernador de la Reserva Federal de los Estados Unidos durante 18 años (de 1988 a 2006), Alan Greenspan, el hombre que dominaba las finanzas de los EEUU y, por extensión, del mundo entero, compareció ante una comisión de investigación parlamentaria convocada para estudiar las causas de la crisis financiera mundial y hubo de escuchar la siguiente pregunta de uno de los congresistas: "¿Cree Vd. que su ideología lo obligó a tomar decisiones de las que después se arrepentiría?" A lo que el celebrado Salomón de los mercados tuvo que respoder: "Sí, he encontrado un fallo. No sé qué importancia o duración tiene. Pero estoy muy afectado por ello."

Bingo. La ideología. ¿Qué ideología? Antes de responder déjenme contar una brevísima historia.

Hacia fines de los años sesenta un ya maduro Alan Greenspan, brillante intelectual judío, formaba parte del círculo fiel e íntimo de la afamada novelista Ayn Rand, gurú literaria, filosófica y política del más extremo, histérico y agresivo neoliberalismo estadounidense entonces in fieri. El credo ideológico de aquella secta llamada "objetivista" era el que pueden Vds. sufrir hoy todos los días en la COPE o leer en Libertad Digital o escuchar a la señora Esperanza Aguirre como si fuera una novedad, una original audacia: fuera el Estado, todos los poderes al mercado que se autorregula a sí mismo por el ingenioso procedimiento de que cada cual mire por sus intereses y así se conseguirá el bienestar general y a quien Dios (que no existe) se la dé, San Pedro (que tampoco existe) se la bendiga. Sin duda habrá crisis de vez en cuando pero se resolverán solas con unas empresas que se arruinarán y otras que prosperarán, muchos trabajadores irán al paro, pero se recolocarán en nuevas empresas; altos y bajos normales en los mercados como pasa con la vida y, sobre todo, sobre todo, sobre todo, ¡abajo las regulaciones, fuera las sucias manos del Estado de la economía! Esta secta objetivista, de la que Greenspan era fanático seguidor al extremo de prestar falso testimonio por orden de la superioridad para probar su obediencia, tenía claro cuál había de ser el destino de los bancos centrales: desaparecer como instrumentos del maligno Estado que eran. Greenspan se mantuvo fiel a la fundadora de la secta hasta su muerte y, cinco años más tarde, este sectario enemigo de toda regulación estatal y de los bancos centrales era nombrado Gobernador de la Reserva Federal por Ronald Reagan con el claro objetivo de dinamitarla.

Que es lo que hizo el otro. Preguntado en cierta ocasión por un periodista si no era contradictorio que un antirregulador radical fuera Gobernador de la Reserva Federal, Greenspan respondió que no, que al tiempo se vería lo que hacía. Y lo hizo: paralizó la función de la institución durante todo su mandato, se negó a regular nada con la teoría de la autorregulación del mercado entre ceja y ceja, mantuvo los tipos de interés más bajos de la historia durante el mayor tiempo posible... y provocó una burbuja especulativa cuyo estallido el año pasado está arruinando al mundo y a él, según él mismo dice, lo ha dejado en estado "de shock".

Pues si está en estado de "shock" será porque quiere ya que desde los comienzos de la burbuja financiera empezaron a llegarle avisos de muchos economistas acerca de cómo la situación era cada vez más peligrosa. Pero él los rechazó, esgrimiendo su ideología de desregulación y no intervención. Y no porque no pudiera hacer otra cosa, ya que disponía de los medios legales gracias a la Ley de protección de activos de propiedades inmobiliarias de 1994 que le hubiera permitido poner coto a la práctica de las hipotecas "basura" y la compleja trama de los llamados productos crediticios "derivados". Pero no hizo nada. Estaba tan convencido de la verdad revelada de la ideología desreguladora que todavía en septiembre de 2005, meses antes de dejar el cargo, decía: "Como otros precios de activos, los precios de las casas están influidos por los tipos de interés y en algunos países el mercado inmobiliario son un canal esencial de transmisión de la política monetaria".

Es decir, aquí no hay inocentes. Este ideólogo fanático neoliberal con sus disparatadas decisiones es el responsable mediato por negligencia de la catástrofe financiera mundial. Por supuesto, los responsables inmediatos son todos los ejecutivos financieros y demás canalla que pusieron en marcha esa gigantesca maquinaria de los productos crediticios heterodoxos, de alto riesgo, fraudulentos. Pero estos no hubieran podido hacer nada si el sectario Greenspan (que, al final, cumplió su promesa de cargarse el banco central y, con él, el sistema financiero y el productivo del país) hubiera cumplido con su deber de vigilar y regular.

Pero ¿cómo iba a hacerlo si su ideología le decía que su tarea era exactamente la contraria? ¿Qué ideología? La neoliberal, la más feroz, elemental y estúpida de las ideologías del siglo XX que en su atrevida ignorancia se piensa vencedora de todas las batallas teóricas de aquel desgraciado siglo que, tras haberse puesto a sí mismo como paradigma de la modernidad (acuérdense de con qué facundia decían los necios de entonces aquello de: "¿cómo es posible que en pleno siglo XX...?") presenta ahora la facha de una antigualla renqueante.

Lo más molesto de estos ideólogos del neoliberalismo, con todo, no es su evidente fanatismo ni su tosquedad y cortedad mental sino su arrogancia y soberbia intelectual. Esta, la que hace que algunos de sus representantes tilden de "tonterías" las ideas ajenas, se vio incrementada cuando el otro sistema económico no menos tosco y primitivo que el neoliberal que fue el comunismo se vino abajo estrepitosamente. Fue el hundimiento del comunismo lo que dio alas a los fanáticos ideólogos neoliberales que se postularon como sepultureros de la historia. A partir de ahí se consideraron con las manos libres para poner en marcha sus ensoñaciones más absurdas como si fueran la panacea. Una prueba más de que el hombre necesita siempre, siempre frenos y contrapesos en su actuación. Y nunca más que cuando quienes actúan tienen también el poder en sus manos. Porque "hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña tu filosofía, Horacio", que decía Hamlet.

Ahora que se están sufriendo las consecuencias. ¿Qué decir del discurso de la señora Aguirre el otro día de que la crisis la ha provocado un exceso de intervencionismo en el mercado? Para remediar la catástrofe, más catástrofe. Esa es la fórmula típica de la soberbia intelectual: no reconocer el error sino empecinarse en él. Al fin y al cabo las consecuencias las pagarán otros.

(La imagen es una foto de Trackrecord, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (III).

Pensamientos, para lo que sirven.

Me quedé diciendo que para la salida (pues este es un viaje que tiene sus tiempos) aprestaba sólo un sombrero y algún pensamiento que se cobijase bajo él. Y dejé el de "¡Qué más hubiera querido que no haber sido!" que no requiere mayor comentario porque es obvio. Tampoco creo necesario de momento cambiar de ilustraciones. Los cuadros de Friedrich que es verdaderamente melancólico acompañan muy bien el momento de le despedida. Porque siempre que se parte de viaje se despide uno de alguien y, si no hay alguien de quién despedirse o no se lo considera digno de despedida, puede uno hacerlo de las cosas, como Rosalía de Castro: "Adiós, ríos; adios, fontes;/adiós, regatos pequenos;/adiós, vista dos meus ollos:/non sei cando nos veremos."

Así que pensamientos. Y decía que tengo un puñado. Cierto es. Dicen que todos los españoles tienen una novela en el cajón. Yo tengo aforismos. Y novelas, claro, a fuer de español. Y alguna publicada. Pero para los viajes los buenos son los aforismos. Dan que pensar, si merecen la pena, y sirven como acicate para la marcha; algo como lo que parece que hacen los indios que van mascando coca para que el camino sea más llevadero, incluso quizá para engañar la hambre, quién sabe. Aquí se masca chicle para mantenerse despierto. Viene a ser siempre lo mismo: mantenerse despierto, no perder el contacto con la realidad (ya verán las vueltas que pienso darme en este viaje por los sueños), mantenerse en el camino. Ahí, ahí es donde el viaje, todo viaje, cobra su significado, cuando Cristo enuncia las tres uves: "Yo soy la vía, la verdad y la vida." (Juan, 14, 6). Solemos decir "camino" pero podemos decir vía. Lo que sucede es que los tres entes, vía, verdad y vida no son iguales, Cristo no dice que sea la vía, la vía y la vía, sino que es tres cosas distintas; juntas pero distintas. Muy distintas. La vida es la vía, desde luego, el camino, pero no es un camino dado que, cuando nos ponemos de viaje elegimos un camino entre varios. En la vida no se permite elegir: el que vive no ha elegido vivir. En cuanto a la verdad es un término tan carente de sentido que no puede encajar en ninguna de las dos porque ¿cuál es la verdad del camino o qué quiere decir un "camino verdadero"? Al propio tiempo: ¿cuál es la verdad de la vida o qué quiere decir "vida verdadera"? Y no digo que nadie pueda encontrar la verdad de su vida; digo que no hay una verdad de la vida. Siendo todo eso así, ¿no está muy puesto en razón hacer un viaje a ninguna parte?

Las despedidas son tránsitos; uno se despide de alguien o de algo y echa a andar, inicia un camino nuevo. Lo lógico será trocar melancolía por alegría pues damos la cara a lo nuevo, a lo inesperado, a lo que nos salga al encuentro. Cuando uno se pone de viaje, se pone de viaje con el espíritu abierto; no sólo los ojos del cuerpo sino los del alma, que son y no son los mismos. Mi espíritu está abierto si no rechazo lo que no conozco, lo que no me es familiar. Los ojos del cuerpo son los que me dicen que algo es distinto o desconocido para mí; los del espíritu los que me dicen si lo rechazo o no. Que nunca se aprende tanto como poniéndose en camino. Esa es la razón por la que se dice que el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando aunque, por supuesto, no siempre. Hay nacionalistas muy viajados que, cuanto más viajan, más nacionalistas se hacen y retornan a su tierra dispuestos a abrir la cabeza a todos los extranjeros que en ella encuentren. Pero son excepciones. La mayoría de los nacionalistas se modera mucho e incluso abandona la pulsión nacionalista al viajar. Esa es una de las razones por las que tanto me disgusta que los españoles sean tan poco viajeros fuera de España. No viajan y como no viajan suelen ser insoportablemente nacionalistas, tanto como los otros aunque ellos piensen que no.

Los viajes son motivo de contento. Por supuesto, no siempre. Nada hay en la condición humana que sea de siempre o para siempre o hasta siempre o desde siempre o por siempre, ya se sabe. Los viajes a los campos de exterminio no daban contento alguno. Uno se niega incluso a llamar viaje a algo tan monstruoso e inhumano tanto que cabría calificarlos de "último viaje" con el agravante de que el viajero está vivo, es un vivo muriente y ni siquiera un muerto viviente. También hay viajes que empiezan dando contento y terminan en lamento. La Grand Armée de Napoleón iba a conquistar Rusia y regresó derrotado, arrastrando las escarapelas y el orgullo de las águilas imperiales.

Las águilas. "Las águilas", decía Lenin hablando de Rosa Luxemburgo, "pueden volar tan bajo como las gallinas pero las gallinas no pueden volar tan alto como las águilas y Rosa era un águila." Bonito epitafio para una mujer. Al menos en español porque en alemán "águila" es masculino y "gallina" neutro. Que a los hombres los ponen poéticos muchas cosas, especialmente las mujeres. Hay que ver qué cosas les decimos. Y todo para conseguirlas, para "gozarlas" que se decía en el castellano del Siglo de Oro, un verbo fascinante al que no puede hacer ni sombra este uso que se estila ahora del verbo disfrutar como transitivo, cuando te mandan no a disfrutar "de" la carretera sino a disfrutar la carretera o un niño, como si fueras a comértelos. Gozar de las mujeres que admite varios sentidos aunque el habitual del Siglo de Oro, francamente lascivo, era el consabido, equivale a tomarlas a ellas mismas como camino. Hay muchas veces que la relación amorosa (y ya siento hablar de forma tan cursi) es un viaje de uno en otro y viceversa aunque no por obligación. Eso de ir descubriéndose mutuamente de forma que una de las manifestaciones más contundentes del amor que suelen oírse (sean o no verdad, están dichas para agradar) esa de "Fulano/a y yo llevamos cincuenta años juntos y cada día me sorprende con algo nuevo." Nunca se sabe. Josué detuvo el sol a las puertas de Jericó. Bueno él, no; pero el sol se detuvo.

De todas formas, cómo no voy a estar alegre en el momento de iniciar el viaje a ninguna parte, cuando siento el viento soplar de frente, lo que me dice que estoy a la intemperie, allí donde los elementos de la naturaleza, los que sólo se ven en el cine y en la tele, se hacen patentes, la luna, la lluvia, el viento, los montes, las fontes y los regatos pequenos. Volvemos a "Miña terra, miña terra,/terra donde me eu criei," donde sabemos cómo se llaman los árboles, qué colores y cuantas hojas tienen en según qué épocas, por dónde se va al río, cual es la poza más extensa, en dónde es más fácil pescar truchas, cómo suenan las esquilas al atardecer cuando se recogen los rebaños y cómo huele la tahona cuando acaban de hacerse el pan y los bollos del lugar. Alegre como unas castañuelas. ¡Lo que nos gusta el campo a los de la ciudad! La famosa alabanza de aldea. Pero luego vivimos todos en laberintos de hormigón y farolas en donde estamos atrapados como en ratoneras. Es verdad que la vida es muy cómoda porque lo encuentras todo hecho. Sólo hay que pagarlo. Si andas mal de dinero lo tienes crudo; pero eso te pasará también en el campo. En la ciudad está todo a mano, dispuesto y sólo hay que servirse. Todas esas comodidades son cadenas; de oro, de plata o de bronce, pero cadenas. El personal no viaja porque, a diferencia de Darío, no puede llevarse a su cocinero, su carpintero, su músico, su masajista, su médico, etc Por lo cual se quedan, atados por las cadenas de sus complacencias. Viajamos los que presumimos de llevar con nosotros todo lo que necesitamos. El asunto depende de qué alcance tenga el "todo". Seguro que cabe en un pen drive medianejo.

La alegría de la partida la tenía en forma de aforismo, diciendo: "La vida es un salto de la patafísica a la metafísica, pasando por la física" cosa también evidente en sí misma pues la ciencia es lo que nos lleva desde el nacimiento a la muerte. Que esa es una perspectiva muy típica del viajero pues la ciencia hace posibles los viajes y los viajes llevan a la ciencia más y más lejos. La ciencia dice en dónde está la estrella polar y la estrella polar dice en dónde está el norte. A su vez, Darwin se llevó a la ciencia de compañera en su viaje del Beagle. El viaje es saber, conocer, averiguar, descubrir. Nada tiene de extraño que, cuando se sale de viaje, a uno le agrade la idea de llevarse a un hijo de acompañante, como Darwin con la ciencia. ¡Cuánto aprenden lo niños en los viajes! Todo lo que aprenden los adultos que se empeñan en contárselo en cualquier caso y lo que aprenden por sí mismos. Así que, en la alegría y el optimismo del comienzo de la jornada, pensé en llevarme a un hijo a un viaje a ninguna parte. Entre otras cosas sospecho que los niños entienden perfectamente el sentido de emprender un viaje a ninguna parte. El mundo de los niños está lleno de "ningunas partes", de países de "nuncajamás". Y el de los adultos, pero estos, como siempre, han clasificado sus "ningunas partes" y las han llamado "utopías". Aquí me quedo en un viaje a ninguna parte que empieza en una utopía.

(Las imágenes son sendos cuadros de Friedrich, Dos hombres al atardecer (1830-35), Museo de L'Hermitage, San Petersburgo y Mujer con vela (1825) Ciudad de la pintura).

divendres, 24 d’octubre del 2008

Blogorismo de la pelea (I): Bush contra Zapatero.

Sabido es: el señor Matorral no quiere invitar al señor Rodríguez Zapatero a su conferencia en Nueva York el 15 de noviembre en la que no va a decidirse nada porque a partir del cuatro de ese mes, gane quien gane las elecciones, Mr. Matorral sólo será presidente del país "en funciones" y no podrá tomar decisión alguna sin consultar al ganador aunque, conociéndolo, es capaz. Mr. Matorral es ruin, vengativo y rencoroso. Como todos los mediocres. Yo, en lugar del señor Rodríguez Zapatero, preferiría no ir a Nueva York y mantendría mi posición bien firme. ¿O es que aquí hay que hacer lo que mande el matón del barrio? Por lo demás, para ruines, vengativos y rencorosos los mendas que aquí, en España, culpan al señor Rodríguez Zapatero de la situación. Son los de siempre, los que no saben que el presidente del Gobierno español representa a España aunque no sea de su partido. Manga de patriotas...


(La imagen es una foto de Dannyman, bajo licencia de Creative Commons).

Blogorismo de la pelea (II): Garzón contra el fiscal.

La pelea entre el juez Garzón y el fiscal Zaragoza se dirime en dos planos: uno formal o de procedimiento y otro material o de substancia. No siendo jurista ya dije que el primero, lleno de argucias, triquiñuelas y trampas, no me interesa y confío en que la instancia competente lo decida. Pero el segundo, el de la cuestón de fondo, sí me interesa y mucho. Al respecto no salgo de mi asombro cuando oigo o leo que el recurso del señor Zaragoza destruye la argumentación del juez Garzón, que es mucho mejor, más sólido, etc. Quienes tal dicen no deben de haber leído el auto del juez que es mil veces mejor que el recurso por tres razones: 1ª) porque el recurso es inconsistente y hasta contradictorio, como ya expuse en el post del 21 de octubre, titulado La ley y la Justicia; 2ª) porque no hay un solo argumento en el recurso que no lo hubiera planteado y resuelto antes Garzón en su auto; el recurso no hace otra cosa que repetir el auto pero en negativa; 3ª) porque el texto que es verdaderamente innovador, con energía, con categoría intelectual, que abre perspectivas a una interpretación avanzada del derecho es el auto del juez; el recurso del fiscal es un refrito que consagra una visión estrecha, negativa y, en el fondo injusta, del derecho.

(La imagen es una foto de sagabardon, bajo licencia de Creative Commons)

Blogorismo de la pelea (II): Aznar contra el planeta.

Es tan retrógrado que, si pudiera, el señor Aznar sería negacionista, negaría el Holocausto. Si no lo hace es porque no se atreve. El lobby judío es muy fuerte y tiene mucho dinero. Pero pregúntenle al pavo por la teoría de Darwin; ya verán, ya. Este, como Bush, es de los que en lugar de la doctrina de la evolución ponen la del "diseño inteligente" con ellos como prueba en contrario. No niega el Holocausto porque puede salirle caro. Pero negar el cambio climático sale gratis y se obtienen notoriedad y unas palmadas del jefe en el cogote. Es como su émula, la señora Aguirre, que da la razón a su ídolo con el argumento de que los seres humanos son más importantes que el planeta en lo que probablemente sea el razonamiento más estúpido que haya oído en mi vida, que ya es larga. ¿O es que puede haber seres humanos fuera del planeta? Obviamente sí: la señora Aguirre y el señor Aznar que habitan en el limbo. Tendría que haber puesto otro blogorismo de la pelea (IV) que fuera Esperanza Aguirre contra el sentido común, pero me ha dado pereza. Y es que cansa mucho escuchar que la crisis financiera se ha producido por un exceso de intervencionismo estatal. Igualita que su exjefe: busque, doña, busque intervencionismo en los EEUU; a lo mejor lo encuentra junto a las armas de destrucción masiva que el tigre de las Azores juraba solemnemente que había en el Irak.


(La imagen es una foto de Jaume d'Urgell, bajo licencia de Creative Commons).

¿Quién ha sido? (II)

Como decía ayer termino hoy con la crítica al libro de Montero, Lago y Torcal. Ahorro las descripciones de las metodologías empleadas (generalmente variantes de ecuaciones de regresión) todas escrupulosamente expuestas en los distintos trabajos.

Wladimir G. Gramaño (El 14-M sin el "shock" del 11-M: un análisis longitudinal) ya dice suficientemente en el título de qué va: de que el resultado del 14-M hubiera sido más o menos el mismo aunque no hubiera habido atentados. Para ello se vale de las funciones de popularidad y voto (PV) que aclaran las oscilaciones en dos series temporales (apoyo a los gobiernos y porcentajes de votos a los partidos) con datos de los barómetros del CIS en estimación de mínimos cuadráticos ordinarios (p. 206). Según Gramacho hay tres razones que apuntaban a una victoria del PSOE en 2004: 1ª) ha sido tradicionalmente el más beneficiado por el voto estratégico; 2ª) aunque haya habido una desmovilización de la izquierda en 2004 se invirtió la tendencia; 3ª) hay un creciente desencanto de los votantes del PP en la VII Legislatura (p. 216). De las tres razones la segunda me parece contingente y no apropiada; la tercera coincide con el argumento de Montero/Lago en el libro. En definitiva, el análisis de los barómetros del CIS "sobre las diferencias de intención de voto al PP y al PSOE durante el periodo 1996-2004 proporciona fundamento suficiente a la afirmación de que el resultado del 14-M no debe ser clasificado como atípico." (pp. 222/223).

Francisco A. Ocaña y Pablo Oñate (Elecciones excepcionales, elecciones de continuidad y sistemas de partidos) levantan acta de lo inesperado de la victoria del PSOE en 2004 con una diferencia de casi cinco puntos porcentuales sobre el PP y un aumento de 8,5 puntos en la participación (p 225). Miden después la fragmentación del sistema español de partidos, que encuentran moderada; la concentración, que es la más alta desde 1977; la competitividad, reducida respecto a 2000; la polarización, la más reducida desde 1977; la volatilidad que juzgan moderada. Añaden el factor muy hispánico del regionalismo (p. 239) para llegar a la conclusión de que las de 2004 son elecciones de continuidad desde el tercer periodo electoral, inaugurado en 1993.

Alberto Penadés e Ignacio Urquizu-Sancho (Las elecciones al Senado: listas abiertas, votantes cerrados y sesgo conservador) abordan un asunto insólito en los estudios electorales españoles y de gran interés. Dada la nula relevancia de la cámara alta, casi nadie se molesta en estudiarla. Sin embargo tiene valor simbólico y algún otro que los autores subrayan con acierto. El simbólico se refiere al hecho de que en las elecciones de 2004 el PP obtuviera más senadores que el PSOE cosa que el estudio explica no como una oposición al resultado de las elecciones al Congreso sino como el efecto de un sesgo conservador en las elecciones al Senado que los autores miden claramente en sus dos puntos: el reparto desigual de escaños entre la población y la ventaja de la distribución geográfica del voto popular (pp. 247 y 254). En las cuarenta y siete circunscripciones peninsulares el PSOE obtuvo el 48,4% del voto y 87 senadores (46,3% del total) mientras que el PP consiguió el 37,4% del voto y 91 senadores (48,4% del total) (p. 255). La desproporción es obvia y deja claro que el PP también perdió de hecho las elecciones al Senado al quedar en la península (otra cosa son las ciudades autónomas y las circunscripciones insulares) 11 puntos por debajo del PSOE. Los autores abordan otras dos cuestiones que, sin tener relación directa con el tema del libro, presentan gran interés: la poca relevancia de las listas abiertas como hipotético mecanismo corrector del predominio de los partidos sobre los votantes ya que, dicen, los electores no hacen un uso "sofisticado" de ellas (p. 269) y, más curioso aun, el hecho que deducen de los datos de que el Senado propicie un "voto sincero", como lo llaman, esto es, un voto "más expresivo que estratégico" (p. 271).

Mariano Torcal y Lucía Medina (La competencia electoral entre PSOE y PP: el peso de los anclajes de ideología, religión y clase) sostienen que el electorado español está estabilizado desde 1993 y, aunque los cambios de 2000 y 2004 mostraron una alta volatilidad, ésta no tiene por qué deberse a cambios de preferencias partidistas sino que puede ser resultado de procesos de oscilación entre la abstención y la movilización (p. 279), argumento probabilístico e hipotético que no acaba de resultar convincente. Encuentran los autores que la ideología es el anclaje más fuerte, seguido de la religiosidad, que es algo menor y en cuanto a la clase social aprecian que, a excepción de lo sucedido en 2004, las clases trabajadoras votan al PSOE frente a las de servicio, trabajadores no manuales y propietarios que lo hacen al PP (p. 290). Su conclusión general es que el proceso de estabilización tiene una alteración en 2004 en que se dio un efecto movilizador favorable al PSOE porque su composición social e ideológica es más heterogénea y los factores de anclaje pesan menos que en el voto conservador (p. 301). Por cierto la diferencia de elasticidad entre votantes del PSOE y del PP es muy reveladora.

Álvaro Martínez Pérez (Ideología, gestión gubernamental y voto en las elecciones españolas) analiza las elecciones de 2004 en comparación con las anteriores desde 1986 y se mueve en el terreno de la teoría espacial, esto es, las autoubicaciones ideológicas (p. 317). Sus resultados confirman la tesis de Fiorina de que la dicotomía entre voto por issues y voto por ideología es más aparente que real, pues los votantes analizan la gestión del gobierno a través de sus ideologías (pp. 318/319), una conclusión que coincide con la teoría del Framing y su venerable antepasado el interaccionismo simbólico; igualmente se confirma el teorema del votante mediano: el partido que lo pierde, pierde las elecciones (p. 320).

Guillem Rico ("¡No nos falles!" Los candidatos y su peso electoral) aborda un asunto que tiene mucha prosapia en historia y filosofía política: la función del individuo en la historia, si bien él lo hace en una perspectiva empírica partiendo del hecho de que en las elecciones de 2004 se dieron dos circunstancias de interés: los tres partidos de ámbito nacional estrenaban dirigente-candidato y el presidente incumbent no se presentaba (p. 334). Llega a la conclusión de que las imágenes de los líderes condicionaron el comportamiento individual de los votantes en 2004 y que la influencia del líder del PSOE consiguió mayor alcance que sus rivales (p. 358).

Marta Fraile (El voto por rendimientos: los temas económicos y sociales) somete a análisis la teoría del voto económico (VE) y la hipótesis del premio-castigo (p. 362) para comprobar la de que la probabilidad de que un elector crítico castigue al partido del gobierno será mayor cuanta mayor credibilidad reconozca al principal partido de la oposición (p. 365). Su conclusión es que la magnitud del voto económico retrospectivo parece haber sido mucho mayor en las elecciones de 2000 que en las de 2004 (pp. 387, 389). Se lamenta la autora de no haber tenido una encuesta panel preelectoral y hace una honesta advertencia metodológica al final de su trabajo muy digna de tenerse en cuenta (p. 390).

Carlos González Sancho (Intermediarios personales, conversaciones políticas y voto) presenta un muy original e interesante trabajo sobre los intermediarios personales, etc como formas de "atajos" heurísticos en el acopio de información necesaria para la comunicación en democracia y, por ende, la adopción de decisiones, especialmente el voto (p. 393). Un trabajo de pionero en España. El análisis se hace a través de las correlaciones estadísticas entre la percepción de competencia (del interlocutor), la frecuencia de las conversaciones y las características personales de los interlocutores (p. 404). Aunque el 11-M se suspendieron las campañas, no lo hicieron las conversaciones y el autor entiende el resultado como "una sanción electoral a la gestión del Partido Popular (PP) a lo largo de su mandato, a la cual se añadiría un castigo adicional ocasionado por la atribución de responsabilidad por los atentados y la gestión de la crisis consecuente" (p. 407). De puro sentido común.

El libro se cierra con un capítulo en que los editores hacen balance de lo conseguido respecto a la tarea de averiguar cuáles fueron las claves de las elecciones de 2004 y piensan que se ha conseguido otro objetivo: marcar la estructura de lo que debe ser un "trabajo sistemático sobre elecciones y ciudadanos y fijar así una pauta para estudios sucesivos de esta naturaleza" (p. 421). Parece que lo han logrado y esta obra puede ser la primera (de hecho, ya hay una segunda sobre elecciones autonómicas y locales de 2007 que reseñaremos próximamente) de una serie a la que deseo tan saludable futuro como el que tuvo el primer estudio sobre elecciones generales de David Butler en Inglaterra, publicado desde 1945 hasta hoy, aunque haya sus diferencias.

Señalan los editores que las elecciones de 2004 fueron de continuidad más que de cambio (p. 422), lo que ha quedado abundantemente demostrado y aprovechan para hacer un resumen de las aportaciones substantivas del libro al acervo de nuestro conocimiento sobre elecciones en España en lo tocante al abstencionismo en relación con la edad (p. 431), la clase social (y el escaso consenso sobre la infuencia en el voto), el descenso del voto religioso (p. 431) y la importancia de la ideología, si bien complementada con otros factores (p. 432). Sin duda, los otros factores son importantes pero más lo es que se pueda probar científicamente el peso de la ideología a los sesenta años de que se hubiera decretado su final o su crepúsculo; y una importancia viva, nada que ver con la que puedan tener los llamados conceptos zombies.

En resumen, aquí queda un trabajo colectivo que será referencia para las elecciones de 2004 y quien quiera sostener la teoría del "vuelco" tendrá que refutar la impresionante batería de de pruebas empíricas que contiene o cambiar de murga.

dijous, 23 d’octubre del 2008

De mal en peor.

La crisis no da respiro a nadie. Todavía están calientes los miles de millones con los que los Estados han corrido a salvar a los bancos en apuros, creyendo que así se estabiliza el sistema financiero y ayer las bolsas se dieron otro batacazo sin que nadie aventure explicación alguna. ¿Se han fijado en que ya no salen aquellos mozalbetes expertos en mercados y otros misterios que explicaban los problemas más abstrusos en un santiamén con envidiable seguridad? Antes se daban de codazos por aparecer en la tele; ahora no se los encuentra ni debajo de las piedras. Nadie se atreve a formular juicio alguno, fuera de Paul Krugman y los millonetis como Warren Buffet o George Soros. En teoría, las medidas de rescate tenían que haber funcionado. ¿Por qué no lo hacen? ¿Qué pasa ahora?

¿Qué va a pasar? Que, como siempre, los expertos, los analistas se han equivocado porque no ven más allá de sus narices. Cuando por fin consiguieron comprender que en la época de la globalización los problemas son mundiales y pensaron en coordinar las medidas internacionalmente para hacerles frente, se olvidaron de que el mundo, como tituló su novela Ciro Alegría (precisamente un escritor argentino) es ancho y ajeno y no se acaba en los EEUU y la Unión Europea, que en las otras partes del planeta los efectos pueden ser más devastadores de lo que han sido hasta la fecha y con repercusiones de vuelta en casa porque hoy estamos todos interconectados y nadie está a salvo del famoso "efecto mariposa".

El susto que se llevaron ayer los mercados a causa de la insólita medida de la señora Fernández en la Argentina no se debe en sí mismo a la propia Argentina que a nadie importa gran cosa, sino al hecho de que es el aviso, el toque a rebato para el resto del Tercer Mundo, del que el primero (el segundo ya no existe) se había olvidado. Porque, por la lógica de las cosas, si hay amenaza de quiebra de los bancos en los países desarrollados ¿qué pasará con los de los no desarrollados? Parece claro que la medida adoptada por la Presidencia de la República Argentina es una confiscación, un latrocinio encubierto de nacionalización. La señora Presidenta ha echado mano a los ahorros de la gente porque anda escasa de liquidez, como les pasa a los bancos, pero dice que es para protegerlos. El golpe ha servido para mostrar que, tras la primera oleada de crisis financiera en los países del primer mundo, viene ahora el impacto en el Tercer Mundo y el de la crisis de la economía real, que es a la que verdaderamente temen las bolsas y la que está causando el agravamiento imprevisto de la situación.

Está madrugada Tokio ha vuelto a abrir a la baja con una caída del 5,5% en el índice Nikkei y lo mismo sucede en Hong Kong. Supongo que algo parecido pasará con las bolsas españolas y las europeas y después de nuevo con la de Nueva York y así seguirá el tiovivo quién sabe hasta cuando. Lo que está claro es que, como viene diciendo Palinuro hace unos días, esto no ha hecho más que comenzar.

Por cierto, pensando en qué pueda haber pasado con toda la pasta que parece haberse evaporado, he caído en la cuenta de los paraísos fiscales. ¿Sabe el personal en cuánto países europeos rige estricto secreto bancario, es decir, no colaboran con otros países para dar información que tenga relevancia a efectos fiscales por ejemplo? Andorra, San Marino, Liechtenstein, Isle of Man, Islas del Canal, Luxemburgo, Suiza, Austria y Bélgica. Tiene gracia que Andorra, Liechtenstein y Mónaco estén en la lista negra de la OCDE pero no los demás. Que en la Unión Europea convivan bancos amparados en el más estricto secreto bancario con otros que no lo están demuestra hasta qué punto es chapucera la chapuza europea. Añádanseles los paraísos fiscales del Caribe (Islas Vírgenes, Turcos y Caicos, Antilla, Aruba, Bermudas, Montserrat, Belize, Panamá) las Seycheles y Mauricio en el Océano Índico y Vanuatu, Nauru, Samoa, Islas Cook, Islas Marshall, Niue en el Pacífico y se tendrá una idea de en dónde están escondidos los billones que faltan por doquier. El dinero está ahí y habida cuenta de quién manda en el mundo, no se entiende muy bien por qué no se ha ido todavía por él. O quizá sí. Demasiado bien. Hay que levantar el secreto bancario; pero mal vamos si, como hemos visto en España, el Estado admite que los bancos le vendan activos también en secreto.

Poco control parlamentario puede haber allí donde rige el secreto. Pero sobre todo conviene tener en cuenta que esta crisis se ha desatado principalmente por las maniobras especulativas secretas y opacas que han venido haciéndose en todas partes del mundo (especialmente en los Estados Unidos) en los últimos quince años.

(La imagen es un grabado de Alberto Durero, Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1497/98) que se encuentra en la Staatliche Kunsthalle, Karlsruhe, Alemania.

¿Quién ha sido? (I)

Las elecciones generales de marzo de 2004 fueron muy traumáticas a causa de los atentados del 11-M que, además de los muertos, los heridos y los destrozos psicológicos y materiales que causó, provocó una grave alteración de la vida política española. Pero no porque, como han venido sosteniendo el PP y sus medios afines, aquellas bombas produjeran un vuelco electoral imprevisto y dieran una inmerecida victoria al PSOE, sino precisamente porque, amparada en esta falsa interpretación, la derecha española estuvo deslegitimando las elecciones e introduciendo un factor de inestabilidad en el sistema político que sólo se ha calmado (relativamente) con la subsiguiente derrota en 2008. Todavía hace un par de días, el señor Sánchez Dragó aconsejaba al juez Garzón que mandara detener al señor Rodríguez Zapatero que había llegado al poder gracias a un atentado.

A lo largo de la VIII legislatura, el partido conservador y los medios que lo apoyan, singularmente el diario El Mundo, la cadena de radio de los obispos COPE y la televisión pública de la Comunidad de Madrid, Telemadrid, dieron pábulo a la tesis de que los atentados del 11-M prácticamente robaron las elecciones al PP. Y prosiguieron con la labor de manipulación y engaño a que se dedicó frenéticamente el Gobierno del PP entre el 11 y el 14-M para ocultar la verdadera autoría del crimen y cargársela a ETA. En aquellos días tal mistificación tenía, cuando menos, una razón utilitaria pues el Gobierno pensaba, con buen motivo, que si se atribuían los atentados a Al Qaeda perdería las elecciones, mientras que si se le cargaban a ETA las ganaba. Que la patraña se haya mantenido hasta el día de hoy, pasando por encima de las conclusiones de una comisión parlamentaria de investigación y de un proceso penal en la Audiencia Nacional ya visto y sentenciado sólo puede tener objetivos más confusos pero no menos inconfesables: justificar la actuación del gobierno ex post facto, deslegitimar la victoria electoral del PSOE, crear un clima de inseguridad e intranquilidad que pensaban los beneficiaría en posteriores elecciones y mantener unidos a sus apoyos en una política de confrontación. Todo ello sin ánimo alguno de minusvalorar la fabulosa capacidad de la derecha española para el histrionismo más celtibérico y su desprecio por las reglas normalmente no escritas de los usos democráticos civilizados.

Para desmontar tantas patrañas tan torpemente urdidas como descaradamente mantenidas no era suficiente el discurso ordinario o periodístico por muy de sentido común que fuera sino que era necesario aportar argumentos con consistencia empírica, científica, que probaran irrefutablemente que la verdad era otra. A cubrir esta necesidad viene el libro coordinado por José Ramón Montero, Ignacio Lago y Mariano Torcal (Elecciones generales 2004, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 2008, 486 págs), tres reputados investigadores en cuestiones electorales que encabezan una serie sistemática de trabajos de otros especialistas que no dejan lugar a dudas acerca de qué interpretación cabe dar al resultado electoral. La conclusión principal del libro es que los atentados del 11-M no supusieron "vuelco" alguno, que las elecciones de marzo de 2004 no fueron "excepcionales" en sentido político (obviamente sí humano). A la altura del diez de marzo PSOE y PP estaban prácticamente en "empate técnico", cualquiera hubiera podido ganar por estrecho margen, aunque parecía tener más probabilidades el PSOE y los atentados sólo vinieron a aportar algunas décimas porcentuales más a su triunfo.

El trabajo que los tres coordinadores publican (y así lo explican en un último capítulo de reflexión) trata de ser un análisis completo de las elecciones desde las diversas pespectivas sobre las que existen modelos teóricos explicativos del comportamiento electoral y de los que se disponen de abundantes datos empíricos. Estos proceden en la inmensa mayoría de los trabajos tanto de una encuesta postelectoral realizada por TNS/Demoscopia dirigida por Richard Gunther y José Ramón Montero en abril-mayo de 2004 con una muestra representativa de 2.929 ciudadanos, como de las series de datos del CIS, en especial sus barómetros, con recurso en ocasiones a otros bancos como el Estudio General de Medios. Todos los trabajos aplican modelos teóricos de comportamiento electoral à la page y emplean metodologías estadísticas refinadas que en la mayoria de los casos descansan sobre diversos tipos de ecuaciones de regresión logística binomial o multinomial complementados con índices de indiscutida eficacia explicativa. Y a fe que el resultado es el que los coordinadores se han propuesto y con contundencia.

Para Julián Santamaría (Las elecciones generales de 2004 en su contexto) el PP concurría a las elecciones de 2004 con un buen balance de la VII legislatura en política económica y lucha antiterrorista. En su opinión le faltó capacidad para interpretar y administrar su éxito (p. 37) porque se equivocó a su vez al interpretar los resultados de 2000 (p. 42). Sendas encuestas realizadas por Noxa Consulting el 10 y el 12 de marzo mostraban que la intención de voto al PSOE sólo subió un punto porcentual (p. 58). El atentado no modificó la tendencia general que, sumando intención de voto y simpatía, era de o,3 puntos a favor del PSOE un mes antes, 1,5 puntos diez días antes y 2,6 dos días antes. Al final fueron 4,9 puntos. Concluye Santamaría: "...el PSOE habría ganado en todo caso, con o sin atentado. Lo único que cabe discutir es si lo habría hecho o no por la misma diferencia." (p. 58) Que no es poco discutir. Coincido con el autor en lo grueso de la afirmación pero no me parece que una diferencia de 2,3 puntos, casi el doble de la distancia dos días antes sea asunto baladí. Lo que sucede es que tampoco creo que ese empujón viniera dado por el atentado en sí sino, como creo colegir del trabajo de Montero en este libro, del modo en que el Gobierno lo gestionó. Es lo mismo y no es lo mismo porque igual que se pueden hacer análisis contrafácticos de qué hubiera pasado si no habiera habido atentado (que se hacen) también podrían hacerse midiendo qué hubiera pasado si el Gobierno, en lugar de ponerse a mentir, hubiera gestionado el atentado de modo sincero y noble. Téngase en cuenta que, además de no incurrir en el odium que su actitud le granjeó, hubiera tenido la superaditividad que le hubiera ganado su actitud.

Antonia María Ruiz Jiménez (Competición política y representación de mocrática: la oferta electoral de los partidos) procede a un análisis cualitativo de los programas electorales de doce partidos utilizando para los datos el Comparative Manifest Project (p. 70) y el programa ATLAS/ti para análisis de documentos asistidos por ordenador, y se centra en tres cuestiones: el tono general de la campaña (negativismo, etc), las cuestiones "españolas" (esto es, terrorismo y organización territorial del Estado) y la división izquierda/derecha (en las cuestiones relativas al Estado del bienestar y las fiscales). La campaña no fue muy negativa (salvo en el caso de ERC). La dimensión nacional estuvo más presente en los partidos nacionalistas que en los "nacionales" (p. 86), cosa bastante lógica dado que estos no tienen que reivindicar la nación. Es lo más llamativo. Las otras conclusiones son esperables. Los partidos y los programas, dice Ruiz Jiménez no son iguales y los ciudadanos ven que entre los dos nacionales hay más desacuerdos que acuerdos (p. 105).

Víctor Sampedro, Óscar García Luengo y José Manuel Sánchez Duarte (Agendas electorales y medios de comunicación en la campaña de 2004) parten de la conocida tesis de Sampedro de que el 11-M hubo un "colapso de la esfera pública democrática" (p. 108). Los partidos trataban todos de imponer su agenda mediática pero sólo lo consiguió el PP. La metodología que emplean es el análisis de piezas informativas de cinco periódicos (El País, El Mundo, ABC, La Vanguardia y El Periódico) relativas al llamado "caso Carod" entre enero y marzo de 2004 con la creación de media events (p. 126) y el analisis de las televisiones (TV1, Telecinco, Antena 3 y La Cuatro) en relación con los cinco grandes temas de la campaña: terrorismo, Estado del bienestar, modelo de Estado, estrategias de la campaña, coaliciones y tripartito (p. 130). El PP dominó la campaña; las posibilidades del PSOE se vieron muy mermadas pero, al final, el primero perdió las elecciones en lo que colijo sea el efecto del "colapso de la esfera pública democrática". Para los autores que en esto discrepan de otros en el libro, el PP no cometió ningún error al plantear su campaña para deslegitimar al PSOE y desmovilizar a su electorado. Al contrario, tuvo un triunfo considerable gracias al control mediático que ejerció (p. 141). Pero obviamente, no fue suficiente para que el triunfo se convirtiera en victoria.

Joan Font y Araceli Mateos (La participación electoral) sostienen que en España contamos con una mayoría de "electores constantes" (p. 156) y que la participación en 2004 fue alta, pero no más de lo que fue en 1977, 1982 y 1996. En verdad, los atentados del 11-M tuvieron un efecto movilizador mínimo porque la movilización se había dado ya en la campaña electoral (p. 157). No cabe, pues, hablar de una participación excepcional producto de un hecho extraordinario (p. 167).

José Ramón Montero e Ignacio Lago (Del 11-M al 14-M: terrorismo, gestión del Gobierno y rendición de cuentas) niegan la teoría del vuelco electoral. Según los datos anteriores al 14-M PP y PSOE estaban prácticamente empatados y la recuperación del segundo respecto al primero (que había tenido 10 puntos porcentuales de ventaja en 2000) se debe a: a) que los electores responsabilizaron al Gobierno del 11-M a causa de la guerra del Irak; b) la manipulación sobre la autoría de los atentados; c) la valoración negativa de casi todos los ámbitos de gestión gubernamental en los cuatro años anteriores, esto es, el Gobierno había creado una opinión pública negativa que aumentó con sus errores (p. 179). Este último punto me parece importante pero casa mal con la tesis de Santamaría de los éxitos del Gobierno en la VII legislatura que simplemente no habría sabido administrar. Los autores reflejan bien el dilema del Gobierno del 11 al 14-M: si se probaba que había sido ETA, ganaría las elecciones por tratarse de una valence issue (o sea, acuerdo general), pero si se probaba que había sido por el Irak las perdería porque éste era una position issue (o sea, desacuerdo). Proceden a una interesante estimación cuantitativa de la incidencia de los atentados con un modelo de regresión binomial y análisis de volatilidad antes y después de los atentados con varias simulaciones contrafácticas y concluyen que el 11-M tuvo un efecto significativo pero no decisivo. No hubo vuelco ni voto del miedo. Los españoles responsabilizaron el Gobierno del 11-M por la guerra del Irak y, además, estuvieron en contra de cómo el Gobierno gestionó la crisis (p. 200). "La derrota del PP no puede atribuirse ni exclusiva ni principalmente a los terribles atentados del 11-M sino al funcionamiento de los mecanismos básicos de responsabilidad política y de control democrático." (p. 204)

El libro tiene todavía otra serie de trabajos no menos interesantes y algunos verdaderamente poco frecuentes o incluso novedosos, como el análisis de las elecciones al Senado o el que versa sobre los intermediarios personales y las conversaciones políticas. Pero como no se puede abusar de la paciencia de nadie (incluido el mismo bloguero) quédese el asunto para el post de mañana.

dimecres, 22 d’octubre del 2008

Blogorismo nacionalista.

Concede el señor Egibar una entrevista al diario Público en la que dice que su aspiración es a la "soberanía plena" de Euskadi y amenaza con que "si no se reconoce el derecho a decidir, la colisión va a ser permanente". La reivindicación de la plena soberanía quiere hacerla democrática, pacíficamente porque en el PNV son respetuosos con la legalidad vigente y no son como ETA. Este hombre no ha leído a Carl Schmitt quien, al comienzo de su Teología Política ya decía que "soberano es el que decide sobre el estado de excepción". La decisión no se pide como un derecho constituido (el "derecho a decidir") sino que parte del poder constituyente. Se toma y punto. Que es el punto de vista de los pistoleros de ETA, mucho más schmittianos (y consecuentes) que este burukide llorica quien, por cierto, va dado si espera que alguien le conceda eso, la competencia para decidir en el estado de excepción pidiéndolo pacíficamente al tiempo que se apoya con disimulo en los de las pistolas. No sabe ni lo que dice. Y como no sabe lo que dice por un lado avisa de que: "Lo que queremos transmitir a la ciudadanía es que estamos ante un camino largo" y por otro, preguntado si de verdad cree que algún día podrá votar en una urna el derecho a la autodeterminación de Euskadi, contesta: "No tengo ninguna duda. Y será más pronto que tarde". Será muy independentista pero sobre todo parece un charlatán.

(La imagen es una foto de Chesi Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).