dijous, 29 de maig del 2008

El amor a la paradoja.

Giorgio Agamben es uno de los más interesantes filósofos contemporáneos, un cruce de caminos en todos los sentidos del término, tanto por su formación (jurídica, filosófica, lingüística, histórica) como por sus intereses (filosofía política, filología clásica y medieval, estética) como por las influencias que ha integrado en el conjunto de su copiosa obra (Walter Benjamin, Martin Heidegger, Carl Schmitt, Michel Foucault, etc) todo lo cual cristaliza en una obra compleja, pluridisciplinar, con muchos matices y muy sugestiva. Sus aportaciones más importantes son su teoría del Estado de excepción como forma "normal" de organización política y la del homo sacer, lógicamente ligada a la primera, puesto que toma pie en una determinación del derecho romano aplicada a cierto tipo de delincuentes, pero que se generaliza hasta convertirse en una variante de la condición humana, objeto especial de la reflexión del filósofo a partir de Aristóteles.

El libro en comentario (Giorgio Agamben (2008), La potencia del pensamiento, Barcelona, Anagrama, 420 págs.) es una recopilación de trabajos del autor en los últimos treinta y pico años, aquí agrupados bajo tres epígrafes genéricos: I lenguaje, II historia y III potencia y tiene la ventaja de ser como una especie de vademecum del conjunto de sus preocupaciones a lo largo de su vida, por tanto quien esté familiarizado con su obra lo encontrará de grata lectura y quien no lo encontrará muy buena introducción.

La parte I dedicada al lenguaje está presidida por la idea de que la filosofía no es una visión del mundo, sino una visión del lenguaje (p. 31). Si en una concepción tradicional la filosofía aparece como un pensar sobre el pensar, ésta de la filosofía del lenguaje, típica de la contemporánea desde Wittgenstein, es un pensar sobre el decir del pensar sobre el pensar. Es razonable que a veces uno, mero aficionado, se sienta un poco perdido e irremediablemente anclado en el pasado ya que, según Agamben toda filosofía, toda religión y todo saber que no haya tomado conciencia del giro lingüístico pertenece al pasado (p. 35). Y todo esto a propósito de un fascinante ensayo sobre el sentido de la revelación que no es algo que se dice sobre lo existente sino que es un nombre que concierne al lenguaje mismo, al hecho de que haya lenguaje, a la creación de la razón porque, en paralelo con el argumento ontológico de San Anselmo, el lenguaje debe presuponerse a sí mismo puesto que el nombre de Dios (el nombre que domina el lenguaje) carece de significado (p. 31).

En un fascinante trabajo sobre Lengua e historia, que indaga en la relación entre categorías lingüísticas e históricas en Benjamin, toma pie en la idea de San Agustín de que la gramática es transmisión histórica (infinita) y, mientras no podamos llegar al fondo del lenguaje, habrá transmisión de nombres e historia. Por supuesto, el reto es el de una comunidad y una lengua humanas que no remitieran a ningún fundamento indecible (p. 57). Su idea se precisa a propósito de una reseña del libro de Jean-Claude Milner, Introducción a una ciencia del lenguaje que le sirve para sostener que la filosofía no reconoce una "esencia" del lenguaje, sino que su preocupación es el mismo factum loquendi, el hecho de que los hombres hablemos, por cuanto, de acuerdo con el teorema de Milner, la verdad es la paradoja de que "el término lingüístico no tiene nombre propio" (p. 71). El momento más arduo de esta cuestión reside en la imposibilidad de decir "yo", que ilustra con un ejemplo de la dióptrica cartesiana y una aguda reflexión sobre el alter ego de Paul Valèry, el señor Teste, el de "je me voyais me voir" (p. 107).

El apartado II dedicado a la Historia abarca una amplísima variedad de temas que testimonia del refinamiento y la profundidad de conocimientos de Agamben y de los que es imposible dar cuenta detallada. Hay un capítulo sobre la llamada "Ciencia sin nombre" de Aby Warburg (en cuya biblioteca, llamada ahora "Instituto Warburg" pasó el autor una temporada) que haría las delicias de Borges: la biblioteca como laberinto (p. 131), la "ciencia sin nombre" cuya materialización acabaría siendo la iconología de Erwin Panofsky (p. 143).

En un trabajo sobre el pronombre se que le da para hacer un repaso de toda la filosofía, desde la griega hasta Hegel formula su tesis básica del hombre como animal sacrifical: Que el hombre -el animal que tiene el lenguaje- es, en cuanto tal, lo infundado; que no tiene fundamento sino en su propio hacer, en el propio darse fundamento, es una verdad tan antigua que está en la base de la más antigua práctica religiosa de la humanidad: el sacrificio. (p. 198).

Walter Benjamin y lo demoníaco parte de negar que la propuesta de Gershom Scholem de que el anagrama benjaminiano Agesilaus Santander se interprete como Angelus Satanas (215) y le da una vuelta interesantísima, sosteniendo que lo que hay aquí es una fusión entre el ídios daímon de todo hombre con el motivo judío de la imagen celeste del demut o tzelem a semejanza de la que cada cual es creado. Así que el tzelem es como el doble celestial (p. 227) que llega hasta el último día, en que coinciden origen y fin, como redención del pasado y su consumación en una "imagen centelleante" de la humanidad redimida (p.244). En un trabajo subsiguiente sobre Kommerell y sus indagaciones acerca del gesto, hay una referencia al libro de éste sobre Jean Paul (que Agamben considera el mejor de Kommerell), precisamente el escritor aleman que inventó la figura del doble (Doppelgänger).

Es de especial interés que el concepto de Estado de excepción se perfile en un artículo sobre El concepto de la ley en Walter Benjamin de quien dice Agamben que interpretó mal a Carl Schmitt en la relación entre estado de excepción y "regla". En todo caso, lo que me parece un hallazgo es la definición del estado de excepción como la "validez de la ley sin significado" (Geltung ohne Bedeutung), por supuesto, característica generalizada en nuestro tiempo (p. 275).

La parte III Potencia, abarca también una variedad de temas. En La potencia del pensamiento arranca de la famosa anécdota que narra Ana Ajmátova en Réquiem para indagar una vez más en Aristóteles y llegar a la paradójica pero clara conclusión de que, siendo la potencia humana potencia de no pasar al acto, la potencia es impotencia porque el hombre es el animal que puede la propia impotencia (p. 294). Lo genial aquí es transportar esta paradoja a la relación entre el poder constituyente y el poder constituido en los sistemas políticos (p. 299).

Hay un artículo sobre Heidegger y el amor, salvando al maestro de la acusación de no haberse ocupado nunca de esta pasión y dando por sentado que, habiéndolo vivido con Hannah Arendt precisamente en los años en que redactaba El ser y el tiempo, tendría que estar implícito en uno de las espectos esenciales del Dasein que es la facticidad. El amor "es la pasión de la facticidad" en la que el hombre soporta la no pertenencia y la opacidad, se las apropia y las custodia como tales (p. 331). Menos decidida es la defensa del mismo maestro en otro aspecto que aquí habría de salir, esto es, Heidegger y el nazismo. Resulta imposible negar la evidencia de que Heidegger fue un nazi y un nazi activo, convencido de que su filosofia (la hermenéutica de la facticidad) comulgaba, era una, anticipaba el pensamiento nazi. En todo caso, Agamben no lo defiende sino que se limita a señalar la última paradoja de que el filósofo más importante del siglo XX fuera un nazi.

El resto de los trabajos contenidos en el libro son igualmente interesantes, pero destaca el de La obra del hombre en el que el autor vuelve sobre un tema acerca del que ha reflexionado mucho a partir de la ya citada cuestión de Aristóteles sobre el "hacer" propio del hombre en la Ética a Nicómaco (p.375) para llegar a su conocida conclusión de que la obra del hombre es su propia vida (p. 378). Sin embargo en Aristóteles la racionalidad del hombre es su carácter potencial, contingente y discontinuo, por lo cual Agamben echa mano del concepto marxiano del hombre como "ser de especie" (Gattungswesen) para visualizarlo, por así decirlo, en la historia. La prueba, dice, de que hay que proceder de este modo es lo difícil (o imposible) que resulta a Marx especificar cuál haya de ser el cometido del hombre en la sociedad sin clases (p. 381). Muy cierto y por eso, no teniendo ya mucho que esperar del concepto de clases, aparece aquí, el típico de los postfoucaultianos de "multitud", el mismo que Toni Negri deriva de Spinoza y Agamben extrae de Santo Tomás y Dante (pp. 384/385).

No quiero dejar pasar sin mención el trabajo final acerca de los últimos (póstumos) de Deleuze y Foucault que, curiosamente, versaban sobre la vida, concepto fundamental en la filosofía política contemporánea, el campo de la inmanencia absoluta.

dimecres, 28 de maig del 2008

La conjura de los cesantes.

Los espasmos del PP desde el fatídico nueve de marzo pasado, sus sobresaltos y congojas, los espectáculos que dan sus dirigentes abroncándose mutuamente en público y apuñalándose en privado, las manifas del frente de senectudes teledirigidas desde la COPE contra la dirección en la calle Génova y las maniobras del cardenal Rouco para conseguir la caída del señor Rajoy tienen atónitos a los analistas, comentaristas y gacetilleros de la Corte. Se acumulan las explicaciones ingeniosas en los mentideros. Que si los duros del partido se oponen a los "reformistas" y "moderados", que si el señor Aznar está preparando su vuelta por aclamación para salvar al partido in extremis, que si los demócratas cristianos vuelven por donde solían, etc.

Es cierto que en buena medida algunos "duros" al estilo de la señora San Gil, el señor Cascos o la señora Aguirre, andan agitando el cotarro; pero con ellos se encuentran otros "blandos" como el señor De Arístegui o el señor Elorriaga. Dudo mucho de que el señor Aznar quiera volver a salvar su partido porque está más cómodo forrándose con el señor Murdoch y otros mecenas y adalides del progreso y las libertades, especialmente de expresión. Estoy seguro de que los demócratas cristianos andan empujando según su particular estilo marrullero e hipocritón, poniendo zancadillas y dando golpes bajos como hicieron las famosas termitas Herrero de Miñón o Alzaga con UCD; pero lo cierto es que la movida en contra del señor Rajoy se inicia y se mantiene gracias a los no confesionales como la señora Aguirre e incluso de algún ateo como el señor Losantos.

Nada, nada: la conjura contra el señor Rajoy es una conjura de cesantes, esos personajes galdosianos tan típicos de España como los toros de Guisando. Cierto que aquí no se trata de cesantes en el sentido más estricto del término ya que no cesan en ningún puesto de la administración pública. Pero sí lo son en sentido lato puesto que todos ellos han cesado, cesan o saben que cesarán en los cargos institucionales o internos del partido: el señor Zaplana no se fue, lo echaron como cesante; igual que el señor Acebes con quien "nadie había hablado" para renovarle el cargo; lo mismo que el señor Elorriaga que ya daba por descontado su despido del momio que tenía como secretario de no sé qué; así como la señora San Gil quien, tras perder elección tras elección, se veía ya descabalgada de su puesto; o la señora Aguirre que sabe que no ocupará cargo alguno en el equipo del señor Rajoy; o el señor Pizarro que se siente utilizado y luego despreciado a más velocidad que lo fue el señor Garzón por el PSOE; o el señor Mayor Oreja de quien nadie se acuerda para nada.

Cesantes, tipos resabiados, envenenados, resentidos, que creían merecerlo todo y no tienen nada; tipos que tratan de conseguir una alternancia en la dirección del partido igual que los cesantes conservadores del siglo XIX querían que saltara el Gobierno liberal para volver a colocarse y, viceversa, los cesantes liberales trataban de derribar el gobierno conservador.

Así que ni principios ni finales, ni liderazgo, capacidad de unificación ni pamplinas: cesantes rebotados y enfurecidos que se conjuran para retornar a sus ansiadas prebendas y tomar cumplida venganza de los mequetrefes parvenus que rodean al señor Rajoy y legitiman su pintoresca operación de propiciar un cambio generacional en el PP pero que no le afecte a él.

Lo único que tiene que hacer el señor Rajoy a quien la COPE está prestigiando a marchas forzadas con sus viciosos ataques por orden del prelado señor Rouco es llegar entero al Congreso de su partido y repartir algunas mercedes entre los cabecillas más exaltados de los cesantes. Ya verá qué pronto se callan porque, excepto el señor Zaplana, que se ha enchufado con su amigo y protector señor Alierta, los demás se quedan en el paro. Téngase en cuenta además que aun estando en la oposición el PP tiene mucho que repartir a diferencia de IU en donde deben de estar a cien pretendientes por cargo, que no tiene nada y a la que esperan tiempos muy difíciles de mucha crisis ideológica y mucha refundación.

(La imagen es un famoso cuadro de Heinrich Füssli (también llamado Henri Füssli) titulado "El juramento de los tres confederados, de 1779-1780, se refiere a los cantones suizos y se encuentra en el Ayuntamiento de la ciudad de Zürich.)

El crucifijo y la Biblia.

El PSOE y el PP unieron ayer sus votos en el Congreso para derrotar una iniciativa de IU por la que se pedía una norma reguladora del protocolo de tomas de posesión que prohiba la presencia de crucifijos y Biblias en dichos actos. Inmediatamente la prensa tituló que el PSOE se niega a retirar el crucifijo y la Biblia de los actos oficiales, incluida la prensa prosociata, que ya hace falta ser inepta.

Porque el PSOE no se niega a retirar los crucifijos y las Biblias de los actos oficiales; al contrario: aboga por retirarlos. Lo que no quiere -y me parece de perlas- es prohibirlos por ley porque eso da una imagen prohibicionista que nunca produce buen resultado. El Real Decreto 707/1979, de 5 de abril, por el que se establece la formula de juramento en cargos y funciones públicas no contiene mención alguna a crucifijos ni Biblias ni siquiera a la sangre de San Pantaleón, que se licua cada veintisiete de julio; por lo tanto no hace falta reformarla. No hace falta sino retirar simplemente los crucifijos y Biblias de los actos oficiales y aquí paz y después gloria.

Lo que quiero ver es que, en efecto, el Gobierno de España (no del Vaticano) lo hace. Me parece inteligente no dar pábulo a la clerigalla para salir a la calle gritando que la maltratan pero, a continuación, hay que proceder a quitar sus símbolos de todos los ámbitos en que el abuso nacionalcatólico los colocó en su día con apoyo de los fusiles, produciendo esa sensación siniestra que producen. Y tiene que hacerlo sin escuchar más a los meapilas que lo rodean, entre ellos el embajador ante la Santa Sede, señor Vázquez, el presidente del Congreso de los Diputados, señor Bono, el ex-coordinador para las víctimas del terrorismo, señor Peces-Barba y la vipresidenta del Gobierno, señora De la Vega, que todo lo que tiene de progre lo tiene de beata y sumisa a la sotana.

Según noticias para escurrir el bulto de esta obligación los sociatas pretextan que es un capricho del Rey quien sostiene que es tradición que los ministros y presidentes del Gobierno juren/prometan de esta guisa y con este protocolo. Será. Pero también es tradición que los hijos no se salten a los padres en la sucesión al trono de España y menos por decisión de un general felón y asesino y ahí está él sin embargo, tan pancho, habiendo dejado a su padre en la cuneta de la Historia.

Para el caso de que el Gobierno se niegue a quitar sin más el crucifijo y la Biblia de los actos de toma de posesión, sugiero que cuando menos retire la Constitución y la substituya por esa preciosa edición príncipe de la ilustración donde queda bien claro de qué régimen procede éste. Que nadie se llame a engaño y viva la Santa Tradición.

(La imagen es una foto de lademocracia.es, bajo licencia de Creative Commons).

La revolución aquí y ahora.

Mi amigo Pablo Iglesias me envía este vídeo, un breve documental (menos de diez minutos) sobre Toni Negri. Habla él (en italiano con subtítulos en inglés) y se habla de él (en inglés) en una especie de sucinta y breve presentación de sus ideas sobre la forma de la explotación en las sociedades contemporáneas, la formación del nuevo Imperio, el carácter de la violencia, la función del internacionalismo, la rebelión contra la globalización y la guerra social de hoy. En definitiva, la tarea de la multitud en rebelión en el contexto opresivo de la biopolítica del capital. Merece la pena verlo y escucharlo y meditar lo que dice este hombre que pasó cuatro años en la cárcel en Italia y catorce en el exilio en Francia por sus ideas, muchas de las cuales comparto porque para mí ésta es la izquierda crítica y radical de hoy.

El vídeo se titula La revuelta sin fin.

Gracias, Pablo.

dimarts, 27 de maig del 2008

La vergüenza de ser europeo.

Desde los orígenes del llamado "Estado nacional" (y antes, por supuesto) casi todos los pueblos europeos hemos emigrado en algún momento de nuestras historias, a veces durante siglos. Por unos u otros motivos, religiosos, políticos, económicos nos hemos visto forzados a salir de nuestros países y poner rumbo a América, a Australia y a África. Por centenares de miles, por millones, ingleses, irlandeses, escandinavos, alemanes, eslavos, griegos, italianos, españoles, portugueses tuvimos que buscarnos la vida en otros países que nos acogieron y nos dieron seguridad y trabajo. Desde las emigraciones de los puritanos ingleses en el siglo XVII a Norteamérica hasta las de los españoles, griegos, italianos y portugueses a Europa central a mediados del siglo XX, nuestra historia es una historia marcada por la emigración. Los países de acogida se beneficiaron de nuestro esfuerzo y nosotros nos beneficiamos de las nuevas oportunidades en los países de acogida.

Ahora acabamos de aprobar una directiva (pendiente de ratificación a primeros de junio) que considera a los inmigrantes como delincuentes y ciudadanos de tercera, que los hace objeto de tratamientos represivos sin garantías ni derecho a defensa jurídica alguna, que permite recluirlos en campos y expulsarlos luego de modo expeditivo por la vía administrativa. Toleramos que los gobiernos más reaccionarios, como el francés o el italiano, presidido por un sujeto que alardea de su xenofobia y ha convertido la inmigración ilegal en un delito, impongan sus criterios de mano dura al conjunto de la Unión. Es más nos plegamos de buen grado a su autoritario proceder porque así salvamos nuestra buena conciencia argumentando que no podemos hacer nada frente a la alianza de los poderosos. Somos unos canallas desagradecidos y unos hipócritas que decimos regirnos por valores muchos de los cuales están en la Biblia pero la ignoramos cada vez que machaconamente nos repite que no aflijamos ni atribulemos a los peregrinos porque también nosotros lo fuimos en Egipto (Ex., 22, 21; Lev., 19, 33-34; Deut., 10, 18-19; etc.).

Igualmente durante esos siglos, desde el XVI hasta bien entrado el XX y en algunos casos hasta el día de hoy (véase el Irak) los europeos hemos saqueado al resto del mundo, singularmente el África, parte del Asia, Oceanía y xasi toda América, hemos robado sus materias primas, esclavizado y exterminado a sus poblaciones autóctonas, destruido sus culturas, esquilmado sus formas de vida y les hemos impuesto las nuestras y ahora que, luego de siglos de rapiña, todos aquellos inmensos territorios que tienen independencia política pero malviven en la miseria, la enfermedad, la ignorancia y la muerte temprana (a veces con esperanzas de vida en torno a los cuarenta años), necesitan de nuestra ayuda, se la negamos.

Los europeos, como el resto de los países desarrollados, aprobamos la Resolución 2626 de 1970 de la Asamblea General de las Naciones Unidas (hace ya treinta y ocho años) por la que nos comprometíamos a destinar el 1% de nuestro Producto Interior Bruto (PIB) al desarrollo y el 0,7% en concreto en forma de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). La inmensa mayoría jamás lo cumplimos como se comprueba echando una ojeada al cuadro del Euroestat de 2008 con datos hasta 2006 a la derecha en donde se ve que únicamente tres países escandinavos (Dinamarca, Suecia y Noruega) y dos centroeuropeos (Países Bajos y Luxemburgo) llegan al 0,8% del PIB o pasan de él. El resto no cumplimos ni de lejos y los casos más sangrantes son los países ex-comunistas Chequia (0,12%), Hungría (0,13%), Polonia (¡0,09%!) y Eslovaquia (0,1), que muestran así la noble herencia moral del comunismo, y Grecia (0,17%) y Turquía (0,18) que seguramente necesitan su dinero para comprar armas con que entrematarse.

No obstante, quizá por vergüenza, algunos países nos habíamos comprometido a alcanzar el 0,7% del PIB en alguna fecha concreta por ejemplo Francia y España en 2012 (o sea con cuarenta y dos años de retraso) y Gran Bretaña para 2013. Pues bien en el Comité de Representantes Permanentes que está celebrándose ayer y hoy Francia e Italia (¡cómo no!) seguidas por los Países Bálticos y otros muy solidarios ex-comunistas se han desentendido de este acuerdo. El movimiento está acaudillado por la derecha que pretexta que estamos en época de crisis y, si bien la izquierda, por ejemplo la de España y Portugal (países que tampoco se lucen en la escala) formulará alguna protesta, está por ver que haga algo. Dice el señor Rodríguez Zapatero que España llegará al 0,7% en un plazo máximo de dos años. Se admiten apuestas.

¿No somos repugnantes en nuestra avaricia y falta de conciencia?

(La primera imagen es una foto de Cicilief, bajo licencia de Creative Commons).

Muerte en el tajo.

Hay muchas maneras de considerar los accidentes laborales, los leves, los graves y los mortales. Cabe verlos como fruto del azar que nadie puede prever; como resultado de la impericia de los trabajadores; como consecuencia de la negligencia de los responsables, empezando por los empresarios; como producto del afán de lucro y la codicia de éstos; y hasta como muestra del carácter asesino y terrorista de las relaciones capitalistas de producción. ¿Por qué no? Que cada cual escoja la que le pete. Palinuro se inclina más por las últimas hasta el punto de que duda de que la expresión "accidentes laborales" sea la más adecuada para sucesos que parecen homicidios, cuando menos por negligencia.

No estoy diciendo que sea lo que pasara ayer pero el balance de ocho trabajadores muertos en el tajo es en verdad horripilante. De ellos, cuatro en las obras del Mestalla en Valencia, tres de los cuales menores de veinticinco años y dos inmigrantes latinoamericanos. Si esto no es bastante para pedir responsabilidades hasta lo más hondo y exigir medidas contundentes y ejemplares que minimicen esta diaria carnicería de trabajadores en nuestro país no sé qué lo será.

El ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales da un total de 227 trabajadores muertos en España en el lugar de trabajo en 2007. La verdad es que pongo este número a voleo porque solamente conseguí entrar en el sitio web del Ministerio destinado a estas estadíticas una vez, habiendo fracasado todas las demás, con lo que no la he contrastado. Pongo aquí el enlace ministerial chungo por si alguien tiene más suerte: Accidentes de trabajo y enfermedades profesionales pero ya advierto de que no se abre. A ver si lo corrigen; de lo contrario, habrá que pensar que no quieren hacerlo pues se trata de una página reconducida ignoro por qué.

Dicho lo cual supongo que será de interés ver que, pese a todo, nuestro país tiene una tasa de muertes en el tajo relativamente baja en comparación con otros países europeos más y menos avanzados que España pues mientras el nuestro presenta una tasa de unas 60 muertes por cada 100.000 trabajadores puede verse que Lituania y Suecia pasan de 130 y los Estados Unidos se acercan a 90.

Otrosí conviene recordar que estas estadísticas no consideran accidente laboral los percances sufridos por los trabajadores en sus trayectos del tajo y desde el tajo como si se tratara de accidentes sufridos en una alegre tarde de excursión campestre. Nada de extrañar si se tiene en cuenta que tampoco se computan como horas trabajadas las interminables que los trabajadores deben pasar en los atascos en las horas punta.

En definitiva podremos verlo como queramos pero las ocho muertes de ayer ponen al desnudo el hecho de que todavía estamos en la prehistoria de sociedades justas y humanas.

(Las dos primeras imágenes son sendos cuadros de Goya llamados El albañil herido y El albañil borracho ambos hacia 1786-1788 que se encuentran en el Museo de El Prado de Madrid. Imagino que la dualidad demuestra de qué lejos vienen los prejuicios de clase acerca de las penosas condiciones de los trabajadores en el tajo pues no será la primera ni la última vez que se oiga decir que si los obreros mueren trabajando es porque van borrachos).

Arte en mitad de la selva.

Mi amigo el pintor Quique Salgado me envía esta presentación en powerpoint con una amplia muestra de las esculturas de Bruno Torfs, unas trescientas curiosas piezas sembradas entre la vegetación de la selva virgen en un pueblecito de Australia, Marysville, a unos cien kilómetros de Melbourne. No estoy muy seguro de que me gusten, pues las encuentro algo amaneradas y relamidas (por favor, esa Lady of the schalott de Waterhouse, sacada directamente de Los idilios del Rey de Tennyson y transportada a mitad de la jungla...), pero tengo que reconocer que son todo un espectáculo y que deben de ser muy dignas de visitarse. Así que ya lo saben, si pasan Vds. por Melbourne, déjense caer por Marysville. El parque estatuario de Bruno Torfs tiene unas horas de apertura bastante cómodas. Otra cosa será lo que piensen del asunto los nativos.

Gracias, Quique.

dilluns, 26 de maig del 2008

Curas y banqueros.

Escaso respiro el del Gobierno sociata. Ya están los curas otra vez en la calle, con sus obispos y cardenales por delante en pie de guerra contra todo lo que no les gusta que es mucho. Ayer, festividad del Corpus, monseñor Cañizares y monseñor Rouco Varela salieron diciendo que en este país se ataca e insulta a la Iglesia católica. Lo dicen ellos que tienen una emisora de radio exclusivamente dedicada a insultar a los demás empezando por el Gobierno, siguiendo por el alcalde de Madrid, continuando con todos los nacionalismos y terminando con el presidente del PP.

Sostienen asimismo los monseñores que en España el Gobierno y sus aledaños (espero que no el señor Bono) y en todo caso los ateos han declarado "la muerte de Dios". Valiente sinsorgada: esa la declaró Nietzsche hace mucho tiempo y antes que él los clérigos católicos, encabezados por el Gran Inquisidor que ordenó ejecutar a Cristo retornado al decir de Dostoievsky. Los ateos no pueden declarar la muerte de Dios porque para que alguien muera antes ha de haber vivido, cosa que ellos niegan enfáticamente en el caso de Dios. En cuanto a los agnósticos como un servidor el asunto nos parece irrelevante: cuando los curas demuestren fehacientemente que Dios existe veremos qué pasa con su hipotética muerte.

Todo ello no quita para que la jerarquía española vuelva por lo bravío cual acostumbra. Ese viajecito a Roma con parada y fonda en casa del embajador ante la Santa Sede, el socialista beatorro señor Vázquez la ha puesto a cien. Pero no hay que dejarse engañar. Nada en la Iglesia es casual, espontáneo o improvisado. Ese ex-abrupto indica que los obispos están echando una mano a la Cope en su lucha por imponer el dogma tridentino al PP. Están dando una patada a Rajoy en el trasero del Gobierno. Han salido a la calle porque no hay tiempo ni lugar de movilizar a la otra fuerza de choque, la Asociación de Víctimas del Terrorismo.

No me extrañaría nada que, aprovechando il risorgimento eclesial, la señora Aguirre anunciara su candidatura a la presidencia del PP. Malhaya a los ateos, masones y herejes que han usurpado el gobierno de la católica España.

La ocasión la pintan calva: ¿no es el momento de denunciar el Concordato y acabar con los vergonzosos acuerdos educativos, económicos y culturales de 1979? Por favor, que no le pregunten a la señora De la Vega, que me parece tan rendida al boato Vaticano como su conmilitón el señor Vázquez. Que lleven la iniciativa los ministros señores Moratinos y Bermejo, pero que se acabe esta situación de privilegio de una institución cuyos miembros carecen de todo respeto hacia las creencias (o no creencias) morales de sus compatriotas.

¡Ah! Y recuérdese que poner la equis en la declaración de la renta es financiar a los propietarios de la Cope.


El paso por España del señor Warren Buffett, el hombre más rico del mundo según Forbes está lleno de sana doctrina de la que es posible aprender mucho. Me gustan estos millonetis, como George Soros (quien por cierto hace el número 97 en esa lista) porque, habiendo alcanzado lo que quieren en la vida, hablan sin pelos en la lengua y, diciendo la verdad o al menos lo que piensan de verdad de las cosas, dada su experiencia, astucia y conocimiento de la realidad, suelen dar en el blanco. Asegura el señor Buffett que la culpa de la actual desaceleración o amenaza de recesión o recesión o crisis o lo que diablos sea lo que se nos viene encima la tienen los bancos.

Naturalmente los bancos que, añado yo, serán los que se beneficien de la situación en mucha mayor medida que nadie. Los bancos que han estado jugando sucio y llevándose unos beneficios astronómicos todavía hasta fines del año 2007. Algunos sí ven peligrar sus ganancias pero otros, por ejemplo los españoles, han acumulado ingentes beneficios precisamente durante la crisis o quizá a causa de ella.

Se me ocurre sin embargo que los bancos no hacen otra cosa que lo que han hecho siempre: forrarse y que por lo tanto el ataque del señor Buffett no hace plena diana. Los bancos se limitan a aprovecharse de una situación dada. Esto es, son los beneficiarios y culpables sólo de modo mediato. El desastre no tiene culpables específicos sino que es el propio sistema capitalista en su conjunto; es la globalización; es la internacionalización del capital (ya es irónico que el viejo "internacionalismo proletario" haya dejado el lugar al internacionalismo bancario); es la libertad de circulación del capital especulativo; es la falta de la más mínima regulación de los flujos de capital en el mundo entero.

La culpable del desastre es la situación misma que permite que el señor Warren Buffett, con todo lo simpatico que me cae, pueda estar en España sin impedimento alguno, dispuesto a comprar las empresas españolas más suculentas para engrosar una fortuna que ya excede de los sesenta mil millones de dólares. Cierto que el señor Buffet deja casi el 85% para fines filantrópicos, pero ¿para qué quiere más dinero esta reencarnación del "banquero anarquista"?

La primera imagen es una reproducción de una ilustración de Frantisek Kupka para la portada de la revista satírica anarquista L'assiette au beurre 1902; la segunda, la portada de un libro de George Grosz sobre La clase dominante, de 1921).

El juego de la literatura.

Las novelas de Ruiz Zafón son éxitos de ventas. Pero no éxitos de ventas a escala española sino mundial. Se venden por millones de ejemplares y encuentran eco en los más diversos medios de comunicación en los cinco continentes. Es lo que mis colegas llaman un "fenómeno sociológico" y del ciberespacio. Literario sociológico precisaría yo.

Porque la obra de Ruiz Zafón es literatura sin mezcla de ningún otro aditamento. Nada de experimental, nada de "mensaje", nada de acertijos o laberintos lingüísticos sino narraciones de intriga y misterio situadas en la Barcelona de comienzos del siglo XX, siguiendo la infalible fórmula de las novelas por entregas a lo Dickens o Alexandre Dumas a los que hay referencias en los textos. Ésta en concreto (Carlos Ruiz Zafón (2008) El juego del ángel, Barcelona, Planeta, 667 págs) se abre tomando pie en Grandes esperanzas de Dickens con cuyo héroe, Pip, se presume que tiene parecido el de la de nuestro autor al menos en sus inicios en la vida. Igualmente presentes están los scritores de folletines franceses del XIX como Eugène Sue y Paul Feval. Si el primero cosechó un gran éxito con sus Misterios de París y el segundo con sus Misterios de Londres, David Martín, el héroe de esta novela lo cosecha tempranamente en la vida con otra novela por entregas, Los misterios de Barcelona, en un estilo tan gótico como la propia obra de Ruiz Zafón y la Barcelona en que transcurren.

La novela en comentario es la segunda parte de lo que parece será una tetralogía cuya primera parte apareció hace ya algunos años (Carlos Ruiz Zafón (2001), La sombra del viento, Barcelona, Planeta, 569 págs.) Desde luego esta primera "entrega" estaba muy lograda con una complicada e interesante trama relativamente verosímil acerca del joven hijo de un librero de viejo cabe Las Ramblas, Daniel Sempere, a quien su padre inicia en el apasionante mundo del "Cementerio de los Libros Olvidados", un imponente y misterioso almacén, especie de catedral de libros extraños sito en el barrio gótico de Barcelona. Esta iniciación deja paso después a una extraordinaria narración mezcla de Bildungsroman, novela de misterios, intriga y crímenes sobre un fondo muy bien dibujado de la sociedad española, catalana, barcelonesa de los años treinta y cuarenta del siglo XX hasta el desenlace final de una historia fascinante y compleja llena de referencias literarias.

Si algún defectillo hubiera que sacar a aquella primera entrega sería la escasa verosimilitud del protagonista. La narración es en primera persona pero una primera persona que razona y habla como el autor, poseedor de una vasta cultura, y no como un chaval de dieciocho/diecinueve años.

En El juego del ángel la narración en primera persona corre a cargo de David Martín, un hijo de un veterano de la guerra de Filipinas abandonado por su esposa y asesinado a tiros por equivocación en una especie de "ajuste de cuentas" de pistoleros cuando el chaval es un crío. Posteriormente David se abre camino con las Grandes esperanzas dickensianas y cuando tiene ya conseguida cierta posición como escritor de literatura de cordel se mete en un extraño pacto con un misterioso personaje de rasgos luciferinos que lo lleva a cambiar de vida y correr insospechadas aventuras en las que pulula todo tipo de personajes desde los más bajos a las más empinados escalones de la sociedad.

Al igual que en la novela anterior ésta saca mucho partido de la ciudad Barcelona y algunos de sus barrios, el Parque Güell, Pedralbes, el barrio gótico, etc pero no me parece que tenga deuda alguna con las obras de Eduardo Mendoza como tengo oído dado que su tratamiento de los paisajes urbanos es muy diferente.

El estilo es extraordinariamente fluido y su trasfondo como de guión cinematográfico (el autor fue guionista en Hollywood) lo hace muy rápido, casi trepidante con una composición fundamentalmente paratáctica a la usanza de las novelas de detectives tipo Dashiell Hammett o Raymond Chandler. Con todo ello logra el milagro de mantener muy viva la atención del lector a lo largo de quinientas de las seiscientas y pico páginas que tiene la novela. Es el estilo de un "animal" literario casi en estado puro. Tiene genio para las metáforas: "Mientras cruzaba el Parque de la Ciudadela vi las primeras gotas golpear las hojas de los árboles y estallar sobre el camino, levantando volutas de polvo como si fuesen balas." (p. 370) "El crepúsculo reptaba sobre la ciudad y una brecha de azul y púrpura se había abierto en el cielo." (p. 402).

Esa fuerza del creador, del escritor nato se abre paso a veces en alguna diatriba en contra de los sempiternos enemigos de los literatos, los intelectuales, que tiene bastante gracia. El mefistofélico empleador del héroe, Andreas Corelli, adoctrina al héroe de esta guisa: "Un intelectual es habitualmente alguien que no se distingue precisamente por su intelecto. Se atribuye a sí mismo ese calificativo para compensar la incompetencia natural que intuye en sus capacidades." (p. 260) Y, más tarde, en uno de sus encuentros, se produce el siguiente diálogo:

-¿Cómo ha pasado la semana, Martín?

-Leyendo.

Me miró brevemente.

-Por su expresión de aburrimiento sospecho que no a don Alejandro Dumas.

-Más bien a una colección de casposos académicos y a su prosa de cemento.

-Ah, intelectuales. Y usted quería que contratase a uno. ¿Por qué será que cuanto menos tiene que decir alguien lo dice de la manera más pomposa y pedante posible? -preguntó Corelli-. ¿Será para engañar al mundo o a sí mismo?" (p. 289).

La novela recupera algunos de los personajes, circunstancias y ambientes de la primera lo que resulta muy grato y le da calado a la historia sobre todo porque se trata de los más conseguidos en ambas: la librería de los Sempere y el famoso "Cementerio de los Libros Olvidados" pero muchos de los personajes que le son propios, no todos, resultan escasamente convincentes, apenas pergeñados y estereotipados.

Sin embargo el fallo verdadero de la obra, lo que produce cierta frustración en un lector que ha devorado las nueve décimas partes de la historia sin respirar apenas son las últimas cien páginas en las que se resuelve de modo atropellado e incomprensible una trama complicadísima que se la ha ido de las manos al autor. De hecho, aunque parezca una broma, parte del encanto de esta novela con sus alambicadas ficciones reside en la pregunta que se hace uno según va leyendo acerca de qué explicaciones dará el escritor para tal acumulación de episodios extraños, paranormales o simplemente fantásticos. Ninguna. Ruiz Zafón se libra (iba a decir se "zafa") del enredo por el expeditivo procedimiento de matar a prácticamente todos los personajes de la historia en una serie de apresurados cuanto incomprensibles episodios que parecen el acto final de una sangrienta tragedia shakesperiana. Porque no sólo los mata sino que lo hace de formas tan rebuscadas que en algún caso, perdida ya la esperanza de que aquello se reconduzca a un final literariamente aceptable, al lector le entra la risa.

Es una pena pero es también relativamente irritante. Se queda uno con la sensación de que le han tomado el pelo.

diumenge, 25 de maig del 2008

Cronica de la Corte VI.

ERAN CINCO

¡Pardiez, qué fuerza de convocatoria tienen los medios de de propaganda neofranquistas! Según parece ayer se congregaron cinco personas ante la sede del PP en Génova para manifestarse en contra del señor Rajoy. Y eso que el señor Ramírez lleva días agitando desde la Cope y El Mundo para que haya una "sublevación" en contra del todavía presidente del PP. Cinco manifestantes, diez policías y treinta periodistas.

Todo el mundo dice lo mismo: que el señor Rajoy está probando ahora la medicina que él administró al Gobierno del PSOE durante cuatro años y con ayuda de esos mismos medios de traca: manifas callejeras, insultos, bronca, señoras requetepintadas dando chillidos, veteranos de la Plaza de Oriente insultando con toda grosería. Lo mismo... pero sin manifestantes.

De aquí se sigue, a mi entender, que los neofranquistas que han dominado el PP en los últimos doce años no tienen base de apoyo en el partido. Porque reunir a trescientas almas el viernes y cinco el sábado es estar más solo que la una. La oposición antirajoy no parece muy poderosa salvo en los medios afines y entre los gerifaltes aznaríes. Si en los próximos días no se presenta un candidato alternativo, ya únicamente quedará por ver cómo se da el congreso de junio, en donde la oposición al señor Rajoy sólo podrá medirse en votos en blanco o nulos.

En ese momento congresual habrá crisis y se producirán las mayores tensiones secesionistas, pero no creo se lleven a efecto porque todos saben que sería suicida para ellos. Por otro lado, quedan cuatro años hasta las próximas elecciones, cuatro años llenos de trampas en forma de sucesivas consultas electorales que, si el señor Rajoy no gana de forma rutilante (y es poco probable que lo haga), servirán para vilipendiarlo y arrastrarlo más por el lodo desde los venenosos editoriales de El Mundo y la fanfarria insultona de la COPE.

El espectáculo de unos periodistas metidos a políticos y entrando en las peleas de un partido en favor de unos y en contra de otros es un espectáculo impagable para aquilatar la calidad de ciertos medios en España, precisamente aquellos que llevan años acusando al grupo Prisa de formar una unidad con el PSOE.


LA EQUIS DE LA IGLESIA.

Mientras el obispo de Alcalá de Henares, monseñor Jesús Catalá, gimotea que "los obispos somos mileuristas" y pide que los fieles pongan la cruz en la casilla de la Iglesia en su declaración de la renta, monseñor Rouco Varela deja escrito en un libro que acaba de aparecer que "el matrimonio homosexual es la rebeldía del hombre contra sus límites biológicos", un argumento que ya habían usado los amigos del doctor Frankenstein para quitarle de la cabeza la idea de fabricar su ser humano, pues era transgredir los límites que Dios había impuesto a los hombres. Es, dice el sabio prelado "una versión moderna del querer ser como Dios Creador y no sus criaturas, de no aceptar su ley". Así que ya lo sabe el legislador, los gays que quieran casarse y todos los que defendemos su derecho a hacerlo: somos todos Luciferes, aquel que quiso ser como Dios, demonios, diablos, satanases. Por fortuna estos curas ya no tienen la tea de la hoguera, si no, no es difícil imaginar en dónde íbamos a terminar todos.

Esta obcecación, esta estólida inquina contra los homosexuales es tan profunda e intensa que gentes de ordinario razonables acaban diciendo verdaderas estupideces. Por ejemplo, es frecuente oírles (el último en decirlo ha sido el señor McCain, candidato republicano a la presidencia de los EEUU) que ellos no tienen nada contra los gays y que están de acuerdo con la igualdad de derechos, pero que su matrimonio no puede llamarse matrimonio. ¿Está claro? Los gays tienen los mismos derechos que los demás excepto el de llamar "matrimonio" a la coyunda que quieran establecer. O sea, no tienen los mismos derechos que los demás.

Una organización que está basada en una práctica antinatural como es el celibato, que deriva a comportamientos habituales de pederastia, e ignora por entero los derechos de la mitad de los seres humanos, las mujeres, pretende erigirse en referente moral sobre el ejercicio de los derechos iguales.

¿Cuál es pues la razón por la que hay que poner la x en la casilla de la declaración de la renta? ¿El respeto de la Iglesia por los derechos humanos de los gays, las mujeres, por no citar sino los casos más claros? ¿O las penurias que dicen los obispos que pasan siendo mileuristas? Dios los cría y ellos se juntan: esta gente cree que el personal es tan estúpido como piensa la señora Aguirre (quien tampoco llega a fin de mes), que dictamina de acuerdo con su propio coeficiente mental.

(La primera imagen es una foto de Brocco Lee, la segunda de rinzewind, ambas bajo licencia de Creative Commons).