dimecres, 18 d’abril del 2007

Las edades de la vida (IV).

La imagen que suele emplearse para describir el decurso de la vida es la de un camino. Cristo dice en los Evangelios que es "la verdad, el camino, la vida", tres conceptos para una sola realidad puesto que el camino que ha de hacerse es la única verdad en la vida, una verdad doble: pues es camino y ha de hacerse. Un camino del que sólo sabemos que tuvo un origen y tendrá un fin, sin que nos sea dado determinar ninguno de los dos. Nuestro es lo que hay entre ellos y ahí sí somos dueños de nuestro caminar. Podemos hacerlo de muchos modos y si siempre se ha dicho que hay tantas opiniones como seres humanos, lo mismo puede predicarse de los caminos. Cada cual lleva el suyo y, según nos dice el poeta, lo va haciendo según transita por él.

Cada cual hace su vida segundo a segundo y lo que llamamos las edades de la vida son momentos de recapitulación, pero no de detención porque estamos siempre inmersos en el presente, que se nos aparece como lo único que tenemos, ya que el pasado y el futuro están fuera de nuestro alcance ahora, según Schopenhauer en la Eudemonologia. Las edades de la vida son brotes de reflexión sobre la marcha acerca de la vida misma. Las esperamos provistos de expectativas, de pretensiones, de experiencias ajenas y vamos dejándolas atrás en un almacén de memorias del pasado también en continua revisión.

El romántico Caspar David Friedrich es, para mi gusto, uno de los pintores más sorprendentes. Suele bañar sus obras en las luces del crepúsculo y darles una dimensión mística que a veces se ha considerado hermética. El cuadro de Las edades de la vida (Die Lebenstufen) es un oleo de pequeñas dimensiones que se exhibe en el museo de Bellas Artes de Dresden, ciudad en la que residió el pintor casi toda su vida. No es tan famoso como sus obras cumbre (Los acantilados blancos de Rüggen, por ejemplo) las cruces en los montes o los paisajes enmarcados en ventanas, pero tiene todos los elementos de su personalísimo estilo en el tratamiento de un tema no infrecuente. Lo pintó en los últimos años de su vida y le dio una interpretación única, original. Los estadios de la vida en la tierra se prolongan y convierten en el trayecto de un barco que se aleja de la costa, camino del ocaso a la luz del mar Báltico.

Las edades en la tierra profundizan en el espacio del cuadro, con la figura del anciano en primer plano de espaldas, algo muy frecuente en la pintura de Friedrich, y la del hombre maduro mediando entre el viejo y los niños que juegan. El misterio que este cuadro evoca radica en la relación mística del ser humano con el paisaje. Los personajes parecen ajenos por entero a la trayectoria del barco y hemos de suponer que el único que lo ve es el anciano y es también el único que le da la interpretación del sentido que el artista ha querido evidenciar: la vida es un barco que rompe amarras y se pierde en el horizonte.

dimarts, 17 d’abril del 2007

El odio.

En la doctrina que el señor Ramírez imparte desde El Mundo todos los domingos, el pasado recurrió a un ardid del que se vale en los que juzga momentos decisivos para sus intereses, esto es, empeñar su palabra (pues otras pruebas no tiene) para que se crea la estupenda noticia/primicia que está dando y que, de ser cierta, habrá de ocasionar un terremoto. En esta ocasión se trata de que, el 11 de marzo de 2004, en conversación telefónica, el señor Rodríguez Zapatero le dijo que, según Felipe González, las explosiones de Atocha eran “un encargo de ETA” y que es ahora, viendo la entrevista de la organización terrorista en Gara hace unas fechas en la que aquella dice que los “ataques armados” del 11M sirvieron para desalojar el gobierno de Aznar, cuando se da cuenta de su trascendencia informativa. ¿Pruebas? Ninguna: sola la palabra del señor Ramírez.

Al mismo truco recurrió cuando, en tiempos de los GAL, en un último intento de enredar judicialmente a Felipe González, dijo acordarse de que, hacía ya unos años, el señor González le había dicho en conversación personal con respecto a ETA que “si ellos dejan de matarnos a nosotros, nosotros dejaremos de matarlos a ellos”. ¿Pruebas? De nuevo ninguna: sola la palabra del señor Ramírez.

¿Y cuánto vale la palabra del señor Ramírez que ya tiene, que yo sepa, una condena en firme en el Supremo por calumnias? Nada. Pero, como puede verse, su odio a Felipe González es inextinguible.

POST SCRÍPTUM.


Algún día, cuando pasen los años y las pasiones se hayan sosegado, cuando quienes hoy hablamos estemos callados para siempre, cuando las generaciones futuras se inclinen sobre estos tiempos de lo que, contra toda lógica, pero con mucho sentido, sigue llamándose la “joven democracia española”, un hecho llamará la atención de muchos: el odio exacerbado que suscitan los gobernantes de la izquierda democrática, tanto en la derecha como en la izquierda autoritaria. Pensaba yo erróneamente que era una pasión, una inquina que despertaba en exclusiva don Felipe González, en cuyo deshonor pueden haberse dicho las monstruosidades mayores que quepa imaginar. Pero veo que el señor Rodríguez Zapatero lleva idéntica marcha. Pruébese a mencionar el nombre de uno de ellos o de ambos a un auditorio de gentes de derechas o de comunistas de las mil fracciones y se vivirá una experiencia única. Personas habitualmente cuerdas parecen perder el juicio y comienzan a barbotar improperios y barbaridades como si los hubieran injuriado gravemente.

Así resulta que Felipe González no ha sido el mejor gobernante de la democracia hasta la fecha, el hombre que universalizó la seguridad social, garantizó el sistema de pensiones, implantó el divorcio y el aborto, modernizó la economía e integró a España en el concierto de las naciones en posición ventajosa, no. Felipe González es el mister X de los GAL. Lo demás, no cuenta.

De igual modo, José Luis Rodríguez Zapatero no es el hombre que sacó las tropas del Irak, que ha puesto en marcha la legislación social más progresista de europa, que ha presidido las más importantes reformas de los estatutos de autonomía y el ciclo de desarrollo y crecimiento sostenidos más prolongados de Europa, no; Rodríguez Zapatero es el traidor a España o a las legítimas aspiraciones de paz de la izquierda abertzale y de la “verdadera” izquierda española, pues en esto último, todavía no han conseguido los injuriadores ponerse de acuerdo, aunque lo harán, no haya temor.

Que estos juicios sean falsos por unilaterales, arbitrarios y simplistas, que sean lógicamente inconsistentes y moralmente repudiables, que no consigan articular un discurso medianamente sensato, capaz de admitir que los maniqueísmos son infantiles y que toda afirmación tajante debe ponderarse, carece de importancia. Lo que anima a quienes los postulan no es el afán de llegar a un conocimiento crítico de una realidad generalmente compleja, que obligaría a ver que, si bien el balance del primer Gobierno socialista es positivo, su gestión también tuvo sombras y no sólo por los GAL, también la corrupción, la reconversión industrial, cierta cicatería autonómica y un excesivo moderantismo en lo social. Eso no es de interés para estxs simplificadorxs y demagogxs. Lo que anima a quienes fabrican discursos de piñón fijo, para pasto de sus acólitxs (que en esto no se distinguen de la Iglesia), sin fisuras, sin matices, bronco y cuartelario, llámense Ramírez o Anguita (por lo demás, muy amigos), sean de la derecha extrema o de esa izquierda que se cree tanto más importante cuanto mayor es su insignificancia social, es siempre lo mismo: el odio.

Y el odio, amigxs, tiene efectos sociales, pero su origen es siempre personal e intransferible con dos padres muy conocidos: el resentimiento y la envidia.

Las edades de la vida (III).

Cuando el ejemplo que se pone de las edades de la vida afecta exclusivamente al hombre, en olvido de la mujer, parece como si nuestra demanda cambiara también de finalidad. No abandonamos la pretensión moralizante. ¿Cómo íbamos a hacerlo si se trata de representar el paso del tiempo? El paso del tiempo despiadado con quien queremos congraciarnos abyectamente, sosteniendo que gracias a él hemos aprendido algo, nos hemos arrepentido de algo, somos mejores, más sosegadxs, más tolerantes...cuando bien sabemos que eso es mentira y que el paso del tiempo únicamente nos hace más viejxs.

Pero, sin abandonar el tono moralizante, las edades del hombre se nos muestran con fuerza edificante distinta: no es un curso unilineal en el que el origen apunta a la plenitud y la plenitud se disuelve luego en el castigo de la vejez por haber pecado, siendo este pecado precisamente aquella plenitud de la forma que suspende y acongoja el ánimo al mismo tiempo porque en toda atracción intuimos una culpa confusa. Las edades de la vida del hombre no son un decurso teleológico que lleva al escarmiento por una vida de vanidad y licencia. Son, al contrario, las etapas de sucesivas realizaciones de un ser que se define por su hacer. El hombre es homo faber, es la criatura creadora y, según camina por la existencia, va concentrando sus energías en nuevas empresas.

Las edades de la vida del hombre quieren engranarse en lo que llaman los filósofos una "totalidad de sentido", plasmada de forma poética en las tres etapas de la vida humana, ejemplificadas en el Zaratustra de Nietzsche: primero, la dependencia de las autoridades y los maestros (la niñez); después la emancipación, la conquista de la libertad negativa (la juventud) y, por último, la dedicación al "llamado" personal, la libertad positiva, la creatividad (esto es, la madurez) y todo ello concatenado en el conjunto de la vida del hombre.

En la obra de hoy no son tres las edades, sino cuatro. No está de más advertir que la periodificación de la vida humana es tan caprichosa como su sentido. Las cuatro edades del hombre, es un óleo de Jean Valentin, llamado Valentin de Boulogne, pintado hacia 1620 y que se conserva en la National Gallery de Londres. Valentin, un pintor francés barroco, discípulo de Simon Vouet, organiza sus figuras en forma de círculo; y no sólo por el equilibrio del cuadro, sino también por el tenebrismo de los colores (aunque aquí no sea tan pronunciado como en otras obras suyas) podemos apreciar en él la influencia más decisiva en la obra del pintor, la de Caravaggio, con quien Valentin -que pasó casi toda su vida artística en italia y murió en Roma- se identificaba de tal modo que a veces es difícil decir cuál de los dos haya pintado una u otra obra.

Las cuatro figuras que componen las edades valentinianas del hombre están consagradas a hacer algo. El niño tiene en sus manos lo que parece una jaula. El joven, en el que quizá haya rasgos del propio pintor, tañe el laúd, ocupado como está en los asuntos del corazón. El hombre maduro, guerrero y poeta laureado conjuga en su persona el ideal renacentista de la unión de las armas y las letras, mientras que el anciano en el último plano tampoco está inactivo, ya que ahoga en vino la nostalgia del tiempo ido. Las edades de la vida del homo faber

Los otros yoes.

Leo en El País un reportaje tituladoYo y mi otro yo interesantísimo, por donde me entero de que lxs forofxs de los actuales videojuegos se adjudican personalidades distintas de las suyas, a las que llaman avatares para entrar en competición. Como autor creo que del único libro que se ha publicado en España sobre la figura del doble en la literatura (La fábula del otro yo, UNED, Valencia, 2005), se me permitirá la pequeña falta de modestia de citarme aquí y de felicitarme de que esta circunstancia del doble, que es más común de lo que se cree llegue también a la red. Digo que es más común de lo que se cree porque cada vez que nos disfrazamos, como casi siempre que nos vestimos, nos acicalamos, nos teñimos o nos disimulamos de algún otro modo, estamos haciendo concesiones a esa secreta necesidad que parecemos sentir los seres humanos de ser otrx.

Bueno, el caso es que no solamente teorizo sobre ello, sino que también lo practico. Yo también tengo avatares, no en los videojuegos, que no estoy para juegos, sino en los blogs. Ya informé de que me había dado de alta en La otra chilanga, en respuesta a una amable invitación de Sebastián Liera y acabo de subir un post hablando (mal) de los intelectuales. Y el otro día también me incorporé a otro blog colectivo muy curioso, que se llama Trazando caminos, también con intención de postear de vez en cuando. Asimismo he mandado un post, hablando de mi tatarabuela cosa que, aunque no lo parezca, es acorde con el tema propuesto (cada mes se propone un tema) sobre "Nuestros antepasados y su mundo, su forma de vida, sus útiles, sus costumbres... ¡Cómo hemos cambiado!"

dilluns, 16 d’abril del 2007

Las amonestaciones de Rajoy.

Decía el corrosivo Pío Baroja que los ingleses no tienen sentido del ridículo y los españoles es el único sentido que tienen. Según esto, el señor Rajoy no es español porque con independencia de que no tenga ninguno de los otros sentidos (el común, por ejemplo), es claro que carece del del ridículo.

Porque ya es ridículo amonestar al gobierno acerca del terrorismo islamista, conminándolo a tomárselo en serio (dejando entender por implicación que no lo hace) cuando uno fue vicepresidente del gobierno durante cuyo mandato se produjo el más espantoso atentado islamista del que se tenga memoria.

Está claro que por la boca del señor Rajoy no habla la experiencia y, en consecuencia, tampoco la prudencia. Suficientes pruebas ha dado ya en los últimos tiempos. Criticar al señor Rodríguez Zapatero por haber roto el pacto que se adoptó a instancias del propio Zapatero y con la oposición del señor Rajoy ya fue un patinazo majestuoso. El reciente boicoteo/suicidio al grupo Prisa muestra que este hombre tiene un contacto problemático con la realidad. La última cencerrada atañe al famoso terrorismo islamista.

Cuando el señor Rajoy, el 13 de marzo, dos días depués del atentado, decía que tenía la "convicción moral" de que había sido ETA, probablemente ya sabía de buena fuente que no había sido ETA. Mentía para tratar de ganar las eleciones.

Eso es del dominio común por lo que esta claro que el señor Rajoy carece de sentido del ridículo. Al exigir al presidente Zapatero que se tome "en serio" la amenaza del terrorismo islamista, la respuesta obligada es: que empiece él por tomárselo en serio ya que, cuando estuvo en el Gobierno, no lo hizo.

Las edades de la vida (II)

Las representaciones de las edades de la vida tienen una variante femenina característica. El paso del tiempo afecta únicamente a la belleza física. Las demás posibles cualidades no hacen acto de presencia. Las mujeres están vacías y no se hacen más o menos sabias, más o menos valerosas con el paso del tiempo. Tan sólo se hacen más o menos bellas. El único atributo que a veces aparece es el de la maternidad. La belleza física, el atractivo erótico y la maternidad.

Las edades de la mujer contienen un fuerte elemento moralizador centrado en la idea del decaimiento de la belleza, the way of all flesh. Como la moralización no puede descargar sobre aquellos que disfrutan de la belleza o, como dicen las Novelas ejemplares cervantinas hablando de las mujeres, que "la gozan", se vuelve contra sus protagonistas pasados los años de rigor. Las mujeres de la última edad, salvo excepciones, son brujas repugnantes.

La tabla de Hans Baldung Grien, uno de los grandes del Renacimiento alemán, discípulo de Durero, refleja fielmente ese programa iconográfico o, mejor dicho, esa falta de programa. Se llama "Las tres edades de la mujer y la muerte" y es un óleo sobre madera de reducido tamaño (48 x 32,5 cm), fechado en 1510 que se conserva en el Museo de Historia del Arte de Viena. Es una obra de juventud, pues el maestro debía de tener 25 o 26 años por entonces. El desnudo revela el espíritu renacentista y la abrumadora presencia de la muerte (que ocupa casi la mitad de la tabla) remite al mundo medieval. La mujer en su plenitud aparece resaltada por el dibujo, pues Baldung era sobre todo dibujante, y por el uso del blanco entre las gamas del marrón, ocre, siena, perú. Está ajena al mundo y concentrada en la contemplación de sí misma, ejemplo de vanidad. No percibe la presencia de la muerte y es la mujer mayor la que parece interponerse entre ésta y la doncella, aunque es de suponer que con escasa eficacia. En el suelo, dos símbolos muy significativos: una manzana y una vara de bufón.

diumenge, 15 d’abril del 2007

Las edades de la vida (I).

Un motivo frecuente de reflexión de las artes: la contemplación del decurso de la existencia. Algo más sencillo de representar para la pintura que para escultura y no digamos ya para la música. Porque ¿cuál es la música de la infancia? ¿La que la infancia produce, la que la infancia oye o la que la infancia escucha? Tampoco lo tiene fácil la literatura. Aunque de estas artes haya ejemplos, que sacaré en su momento, la reina indiscutible de la representación es la pintura porque evidencia de un vistazo el periplo completo de la existencia y en ese solo vistazo está encriptada la narrativa del ser humano. Algo que, se me ocurre, se hará preferentemente (no siempre; no es necesario) desde una edad más próxima al ocaso que al nacimiento.

La mera contemplación de las edades de la vida induce a una reflexión filosófica que enlaza los dos conceptos de una de las más célebres obras filosóficas del siglo XX, el ser y el tiempo, cuya relación es endiablada por cuanto el tiempo no es más que conciencia del tiempo y el ser, tiempo de la conciencia. Ese tiempo de la conciencia se materializa en las formas concretas de las edades; concretas, esto es, que pueden ser otras, pero siempre individuales. Cada edad se configura en un ser particular, pero los seres particulares a lo largo del tiempo no tienen porqué ser los mismos. Lo cual lleva a la cuestión de la identidad, que no hace aquí al caso.

Al caso hace aquí que las edades de la vida sólo se refieran a la vida individual que contiene en potencia la de toda la especie. A cambio, no hay edades de la especie. Sólo metafóricamente cabe hablar de "la infancia de la Humanidad". Entre la Humanidad que se considera en cada caso infantil y esta nuestra no hay en modo alguno el tipo de diferencia y similitud que se da entre la infancia y la madurez de una persona y mucho menos, de dos.

Y, además de reflexiones filosóficas (mira que se habrá escrito sobre la vejez, sobre todo en la vejez), al contemplar las edades de la vida se aproxima uno a algunos de los mitos o leyendas más persistentes a lo largo de los siglos: la edad de oro, la de la inocencia, la fuente, el árbol y el camino de la vida, la eterna juventud y el eterno retorno. Ahora no puedo entretenerme en ellas, pero lo haré en otros posts no menos interesantes que éste.

El cuadro de Arnold Böcklin (La vida es un breve sueño, un óleo que se encuentra en el Museo de Arte de Basilea) refleja las consideraciones anteriores e invita a otras nuevas e inesperadas, como buena pintura simbolista décimonónica. Se observará que el tratamiento no es en plano, como se acostumbraba canónicamente desde las representaciones medievales del tema, sino en profundidad; el espacio del cuadro se ahonda, narra la historia hacía dentro, en el sentido contrario al que discurren las aguas de la fons vitae, en cuyo nacimiento juegan los dos niños que tanto recuerdan a los querubines barrocos. Este Böcklin, en realidad, es un puente entre lo medieval y lo surrealista, si es que ambos momentos necesitan de un puente.

La fuente de la vida es uno de los dos vanishing points de la obra y el centro en torno al cual se organiza en círculo la sucesión de las edades, a modo de rueda de la existencia. Las dos figuras adultas, el semidesnudo de la mujer de espalda y la espalda del guerrero sobre su montura ocupan el plano medio, como corresponde a las edades de la vida y simbolizan la plenitud del amor y la guerra. En el último plano, el otro vanishing point, con la espeluznante escena de la muerte en acción, proyectada sobre las nubes del cielo.

No se olvide (en realidad, es imposible) que el cuadro es circular. La rueda de la existencia, la rueda del destino, el eterno retorno. Pues los hombres son, según dice Homero, "como las hojas de los árboles". Los de hoja caduca, se entiende.


La otra bofetada de Calomarde.

Colijo que este Joaquín Calomarde, diputado por Valencia del PP, que se ha dado mediáticamente de baja en su partido so pretexto de que lo difama a cuenta de una sentencia en su contra en un proceso cuya causa y vicisitudes no me han quedado claras, no tiene nada que ver con don Francisco Tadeo Calomarde y Arría. El Calomarde histórico fue un ultrarreaccionario que, a cuenta de la Pragmática Sanción se ganó la famosa bofetada conocida como "la bofetada de Calomarde"; el que contestara con lo de "manos blancas no ofenden". Aunque dado el talante del mancebo, me malicio que no le molestaban las manos blancas ni las negras.

Este Calomarde no es aquel Calomarde. Este Calomarde pretende dar él las bofetadas; no recibirlas. En la guerra de trincheras que es la política española, se ha pasado a las del enemigo y desde allí dispara a mansalva a las hasta hace poco sus posiciones. La última andanada, una carta de dimisión como militante del PP, dirigida al señor Rajoy pero publicada antes en El País, una carta que, por su mala redacción, deja traslucir los nervios del remitente.

El caso de este Calomarde viene a ser como el las señoras Rosa Díez y Gotzone Mora en el PSOE, con la diferencia de que, en estos últimos, ninguna de las dos parece dispuesta a darse de baja del PSE. No sé si este Calomarde ha calibrado las consecuencias de sus actos. Como militante respondón del PP tenía una valor de uso que pierde al darse de baja e irse al Grupo Mixto. Lo que mola es tener a un diputado del PP poniendo a bajar de un burro a la dirección del partido. Hasta tiene cierto morbo, a ver cómo iba a reaccionar la derecha, que no posee normalmente experiencias de estas deserciones, como le sucede a la izquierda. No hay más que mirar a la plantilla de la COPE, un plantel de antiguxs ultraizquierdistas recicladxs en ultraderechistas vociferantes. El morbo se acaba si el diputado se queda en diputado sin más, sin ser ya del PP, porque pasa a un género común, pues todos los diputados que no son del PP critican y hasta detestan al partido de la derecha .

No se deduzca de lo anterior especial animadversión hacia este Calomarde; mucho peor fue el otro. Pero, como no pertenezco a partido alguno, no tengo por qué decir que me parece bien lo que ayer me parecía mal. Este Calomarde tendrá sus motivos e imagino que serán honorables si bien no me gustan los pájaros que se van del nido pero no del árbol en que los colocaron sus padres, los diputados que abandonan el partido pero no el escaño en el que se encaramaron gracias al partido. Sea el partido que sea.

Unos amigos.

Mi amigo Julio García Mardomingo, de quien reproducía ayer la recomendación para evitar las sacaliñas de las empresas con los número 900 y 902, ha cogido carrerilla y me envía ahora un video de George Carlin riéndose de la religión en general y de Dios en particular. Julio dice que lo ha encontrado en el blog de El Rey de la baraja. Julio es así, muy meticuloso. Lo sé desde que lo conozco y lo conozco desde hace muchos años porque hicimos la mili juntos como enfermeros en un cuartel de ingenieros de transmisiones. No me pregunten cómo se juntan todas esas determinaciones porque no tengo ni idea. El caso es que fui a buscar el video a You Tube y aquí está. Tiene mucha gracia, aunque aviso que de que puede herir la sensibilidad de algún(a) creyente, ya que llama bullshit a la religión y dice cosas tremendas de Dios, terminando por un par de blasfemias o, peor aun, un par de desafíos al mismo Dios, en la línea rebelde de Lucifer.


Por otro lado, mi amigo Félix me envía una foto de otro monumento a las Brigadas Internacionales en el Canadá, a los caídos y veteranos del batallón Mackenzie-Papineau. A Félix no lo conozco de la mili, sino de antes; somos compañeros de bachillerato, así que ya puede calcularse que la cosa va para medio siglo. Nos descuidamos un poco y tenemos nuestros nombres escritos en esas lápidas.

En la foto pueden verse las flores que dejaron el hijo de Félix y su mujer. El monumento tiene pinta de ser circular o semicircular y en el friso aparecen grabadas en español las emotivas palabras que Pasionaria pronunció en la depedida de los Internacionales, en 1938: "No os olvidaremos, y cuando el olivo de la paz florezca..." Debajo están inscritos en la piedra los nombres de los 1546 internacionales canadienses.


Por último, hace días que le dije a mi amigo Natalino Russo que enlazaría el blog con su página web Natalino Russo, cosa que no he hecho hasta hoy por una pereza muy poco bloguera. Sobre todo, porque la página de Nat está muy bien para los amantes de la naturaleza, los viajeros impenitentes y los culos inquietos.

El autor, que es un joven espeleólogo, ha escrito y publicado en Italia un libro sobre el camino de Santiago y ahora está escribiendo una novela. Un libro sobre el camino de Santiago, en principio ya es una novela del género on the road. Conozco a Natalino sólo desde hace unos años, porque fue novio de mi hija Inés y, cuando lo dejaron, el hombre pensó que romper con Inés no implicaba necesariamente romper conmigo, de lo que le estoy muy agradecido. Pues siempre es de agradecer que te tomen por ti mismo y no por el padre, el hijo o el cuñado de otrx.

dissabte, 14 d’abril del 2007

Por la República.

Septuagésimo sexto aniversario de la proclamación de la IIª República, el régimen más popular, democrático, progresista y legítimo que ha tenido España en toda su historia. Más que éste de la Monarquía parlamentaria cuyo déficit de legitimidad de origen (ya que el Monarca fue designado sucesor "a título de Rey" por un delincuente dictador) no se puede enjugar a través del pragmatismo por haber restablecido un Estado democrático de derecho.

Hay en la transición un elemento de ambigüedad derivado de la concepción que tenemos los españoles de haber logrado con ella algo excepcional, ejemplar, algo de qué enorgullecernos, algo digno de estudio y explicación a las generaciones futuras. En realidad, sin embargo, lo excepcional (y no para sentirnos orgullosos), lo que hay que explicar a las generaciones futuras y presentes no es cómo pudimos los españoles convertir una dictadura en una democracia, sino cómo pudieron unos militares felones convertir una democracia en una dictadura totalitaria de cuarenta años. Y que era totalitaria lo dice el que la estableció.

La susodicha ambigüedad es la que invita a muchxs españolxs demócratas a decir que, no siendo monárquicxs, son sin embargo "juancarlistas", pues atribuyen a don Juan Carlos el mérito de restablecer la democracia y el Estado de derecho. Cuando no es un mérito porque el imperio de la ley y la democracia son derechos de lxs ciudadanxs, con lo que es claro que don Juan Carlos se limitó a cumplir con su deber, pero no lo culminó por cuanto no puso su título a libre decisión de esxs ciudadanxs mediante referéndum.

Se comprende que hasta los republicanos como el señor Carrillo adoben su petición de establecimiento de la III República con una muy favorable valoración de la Monarquía parlamentaria que, lógicamente, debilita la fuerza de su republicanismo. Reitero que la eficacia práctica de la Monarquía no le añade ni un adarme de legitimidad de origen y que, por lo tanto, lo pertinente no es pedir el establecimiento de una IIIª República, sino el restablecimiento de la IIª, último régimen legítimo español. Ello no debe mermar el acatamiento a la Constitución de 1978, transitoriamente, en tanto vuelve a entrar en vigor la de 1931.

Ya sé que hay tantas posibilidades de que suceda algo así como de que el señor Acebes deje de mentir y que, al final, en el mejor de los casos, habrá que aceptar una IIIª República, entre otras cosas porque el cambio en la planta territorial del país ya no encajaría en la Constitución de 1931. Pero nada nos cuesta a lxs republicanxs solazarnos en nuestro particular sebastianismo, que es una actitud nostálgica y romántica.

Ciudadanxs: ¡viva la República!