dimarts, 17 d’abril del 2007

El odio.

En la doctrina que el señor Ramírez imparte desde El Mundo todos los domingos, el pasado recurrió a un ardid del que se vale en los que juzga momentos decisivos para sus intereses, esto es, empeñar su palabra (pues otras pruebas no tiene) para que se crea la estupenda noticia/primicia que está dando y que, de ser cierta, habrá de ocasionar un terremoto. En esta ocasión se trata de que, el 11 de marzo de 2004, en conversación telefónica, el señor Rodríguez Zapatero le dijo que, según Felipe González, las explosiones de Atocha eran “un encargo de ETA” y que es ahora, viendo la entrevista de la organización terrorista en Gara hace unas fechas en la que aquella dice que los “ataques armados” del 11M sirvieron para desalojar el gobierno de Aznar, cuando se da cuenta de su trascendencia informativa. ¿Pruebas? Ninguna: sola la palabra del señor Ramírez.

Al mismo truco recurrió cuando, en tiempos de los GAL, en un último intento de enredar judicialmente a Felipe González, dijo acordarse de que, hacía ya unos años, el señor González le había dicho en conversación personal con respecto a ETA que “si ellos dejan de matarnos a nosotros, nosotros dejaremos de matarlos a ellos”. ¿Pruebas? De nuevo ninguna: sola la palabra del señor Ramírez.

¿Y cuánto vale la palabra del señor Ramírez que ya tiene, que yo sepa, una condena en firme en el Supremo por calumnias? Nada. Pero, como puede verse, su odio a Felipe González es inextinguible.

POST SCRÍPTUM.


Algún día, cuando pasen los años y las pasiones se hayan sosegado, cuando quienes hoy hablamos estemos callados para siempre, cuando las generaciones futuras se inclinen sobre estos tiempos de lo que, contra toda lógica, pero con mucho sentido, sigue llamándose la “joven democracia española”, un hecho llamará la atención de muchos: el odio exacerbado que suscitan los gobernantes de la izquierda democrática, tanto en la derecha como en la izquierda autoritaria. Pensaba yo erróneamente que era una pasión, una inquina que despertaba en exclusiva don Felipe González, en cuyo deshonor pueden haberse dicho las monstruosidades mayores que quepa imaginar. Pero veo que el señor Rodríguez Zapatero lleva idéntica marcha. Pruébese a mencionar el nombre de uno de ellos o de ambos a un auditorio de gentes de derechas o de comunistas de las mil fracciones y se vivirá una experiencia única. Personas habitualmente cuerdas parecen perder el juicio y comienzan a barbotar improperios y barbaridades como si los hubieran injuriado gravemente.

Así resulta que Felipe González no ha sido el mejor gobernante de la democracia hasta la fecha, el hombre que universalizó la seguridad social, garantizó el sistema de pensiones, implantó el divorcio y el aborto, modernizó la economía e integró a España en el concierto de las naciones en posición ventajosa, no. Felipe González es el mister X de los GAL. Lo demás, no cuenta.

De igual modo, José Luis Rodríguez Zapatero no es el hombre que sacó las tropas del Irak, que ha puesto en marcha la legislación social más progresista de europa, que ha presidido las más importantes reformas de los estatutos de autonomía y el ciclo de desarrollo y crecimiento sostenidos más prolongados de Europa, no; Rodríguez Zapatero es el traidor a España o a las legítimas aspiraciones de paz de la izquierda abertzale y de la “verdadera” izquierda española, pues en esto último, todavía no han conseguido los injuriadores ponerse de acuerdo, aunque lo harán, no haya temor.

Que estos juicios sean falsos por unilaterales, arbitrarios y simplistas, que sean lógicamente inconsistentes y moralmente repudiables, que no consigan articular un discurso medianamente sensato, capaz de admitir que los maniqueísmos son infantiles y que toda afirmación tajante debe ponderarse, carece de importancia. Lo que anima a quienes los postulan no es el afán de llegar a un conocimiento crítico de una realidad generalmente compleja, que obligaría a ver que, si bien el balance del primer Gobierno socialista es positivo, su gestión también tuvo sombras y no sólo por los GAL, también la corrupción, la reconversión industrial, cierta cicatería autonómica y un excesivo moderantismo en lo social. Eso no es de interés para estxs simplificadorxs y demagogxs. Lo que anima a quienes fabrican discursos de piñón fijo, para pasto de sus acólitxs (que en esto no se distinguen de la Iglesia), sin fisuras, sin matices, bronco y cuartelario, llámense Ramírez o Anguita (por lo demás, muy amigos), sean de la derecha extrema o de esa izquierda que se cree tanto más importante cuanto mayor es su insignificancia social, es siempre lo mismo: el odio.

Y el odio, amigxs, tiene efectos sociales, pero su origen es siempre personal e intransferible con dos padres muy conocidos: el resentimiento y la envidia.