dissabte, 24 de febrer del 2007

El PP contra el Tribunal Supremo.

Podrán decir que la manifa convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) para hoy en contra del fallo del Tribunal Supremo no es en contra del Tribunal Supremo, como sostiene el señor Acebes, cuya capacidad para mentir sin inmutarse es proverbial. Podrán decir que es en apoyo de las víctimas. Podrán decir lo que les dé la gana, pero el hecho crudo es que el mismo partido que hace un par de semanas denunciaba al PNV por convocar una manifa en protesta por una decisión del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, pilla ahora la pancarta y se va del ganchete con la dirección de la AVT, que es una especie de comité de la nueva derecha, a dar los gritos callejeros de rigor en contra de sus señorías, los magistrados del Supremo. Otro tribunal cuyo prestigio pretenden cancelar, para que esto sea la ley del más fuerte.

Enésimo ejemplo de la estrategia del espejo. "No hay que presionar a los jueces", dicen cuando sale a la calle el PNV. Pero luego literalmente se ponen a la cabeza de la manifa para protestar en contra de esos mismos jueces con un afán netamente intimidatorio. Porque el acto es exactamente el mismo: un tribunal toma una medida y los justiciables salen a la calle a dar gritos. ¿Podría el PP explicar si hace lo que condena o condena lo que hace? La otra posibilidad de este misterio es que el señor Acebes -que va a la manifa en compañía de Esperanza Aguirre, Mayor Oreja y María San Gil, tres espíritus abiertos del PP- crea que la población tiene tan pocas luces como él. Todo es posible.

Pero lo gracioso de esta octava manifa convocada por la AVT es que en ésta no participa tan sólo como asociación de ciudadanos afectados y políticamente activos, sino también como parte personada en el proceso, ya que la AVT representaba a una acusación popular. Esto es, por un lado, según se dice, el PP trata de conseguir en los tribunales lo que no consiguió en las urnas, razón por la cual judicializa la política. Y, por el otro, trata de conseguir en la calle lo que tampoco consigue en los tribunales para lo cual, a su vez, politiza la justicia. El caso ez embarullarlo todo, a ver si en el barullo, la gente se confunde y acaba votándolo.

Por último, sí parece que la nueva manifa ahora contra el Tribunal Supremo y siempre antipazateril (¿qué nos apostamos a que se insulta a Zapatero y se habla de "rendición" y otros hallazgos demagógicos?), está provocando marejada en el PP. Los señores Rajoy y Gallardón se han desmarcado. El señor Rajoy, que es como el inspector Clouseau de la política, puede haberse equivocado en el camino de vuelta a casa. Pero el señor Gallardón indudablemente esgrime aquí el supuesto espíritu centrista que lo embarga siempre en visperas electorales cuando, provisto de un hisopo y un casco de seguridad, inaugura tramos, puentes, vías, enlaces, como Cristo curaba tullidos. Ese espíritu por el que van a lloverle castañas hasta en el cielo del paladar de aquí a las elecciones de mayo. Lo que, probablemente, hará que las gane.

Al final ya no se sabe si TVE quiso acallar al señor García o hacerle publicidad gratis para que le suba el caché, pero lo que está claro es que Telemadrid es una oficina de agitación y propaganda al servicio de lo más neofacha del PP. Ayer pasaban un anuncio (pagado con nuestros impuestos) de la manifa contra el Tribunal Supremo, prometiendo cobertura completa de un acto que, lejos de presentar como el enésimo asalto que, con dinero público, organiza una cuadrilla de extremistas y neonazis (doble contra sencillo a que pasean de nuevo banderas de la Falange y de Franco) le parece una muestra de la sensibilidad ciudadana. Luego, la señora Aguirre dirá que estuvo bien pagado porque fueron seis millones de patriotas.

Lxs madrileñxs tenemos lxs gobernantes que merecemos.

El espejo y la máscara.

El museo Thyssen-Bornemisza muestra una exposición temática con el título que va más arriba, que está muy bien y de resultados aceptables. La idea es buena: abordar temas interesantes y poco tratados. El espejo es fascinante y muy importante en la pintura, tanto cuando está como cuando no está. Un autorretrato será casi siempre el retrato de lo que el artista haya visto en un espejo. Se exceptúan los que se hagan de otros retratos, de "memoria" o mediante imaginación libre. Y es el propio artista el que decide si deja que en su cuadro se vea que es imagen de espejo o no. El ejemplo típico es el celebérrimo autorretrato de Velázquez en el que hay un espejo sin importancia al fondo y que probablemente está ahí para distraer la atención del otro espejo, esto es, aquel cuya imagen es lo que Velázquez pintaba. En fin, como a todo el mundo, me da vueltas la cabeza cuando trato de comprender Las meninas. Ese es el misterio que el espejo incorpora o el autorretrato, que es lo que el espejo produce. La exposición también puede consultarse online (El espejo y la máscara), aunque nada, ninguna mediación, conseguirá jamás suplantar a la obra original. Sobre todo porque, además, las imágenes aparecen en la web de Cajamadrid, son muy pequeñas y, si no me equivoco, tampoco están todas las que se exhiben.

La idea primera era buena. Pero luego, además de los espejos y los autorretratos le han metido los retratos y al final queda algo deslavazada, sin que parezca tener un criterio único, y la titulan "retratos en el siglo de Picasso". No está mal porque hay retratos muy notables (algunas muestras de esas espléndidas mujeres, de Egon Schiele, etc), pero es un tema demasiado vasto para darle algún sentido. Por eso, lo mejor es concentrarse en el punto fuerte, que es el autorretrato.

¿Por qué se pintan autorretratos? Digo yo que por la necesidad que tenemos los seres humanos de vernos, de entendernos, de comprendernos y que los pintores tienen el privilegio de satisfacer mejor que el común de los mortales, que hemos de contentarnos con el espejo, en donde vemos la imagen fiel de lo que somos. Si queremos cambiarla, alterarla, tenemos que cambiarnos nosotros. No así el pintor que se autorretrata como es o como quiere ser. Véase, si no, ese autorretrato de Francesco Mazzola (Il Parmigianino) que me parece la quintaesencia misma del manierismo y en el que el pintor da rienda suelta a sus ambiguas fantasias autorretrantándose en un espejo convexo. Espejo y autorretrato.

Y los demás, ¿qué vamos buscando en el autorretrato? Conocer al artista pues el pintor que se autorretrata da la visión que tiene de sí mismo. Un autorretrato es como una autobiografía en la literatura, aunque, al ser la pintura un arte simultánea y no narrativa, pueda parecer que el rostro autorretratado será siempre más liviano e intrascendente que uno descrito a lo largo de interminables consideraciones. Y hay autorretratos y autorretratos. Por ejemplo, en esa interpretación del prendimiento de Cristo en el huerto de los olivos, de Michelangelo Merisi (Caravaggio), el joven del extremo derecho, al que ilumina el rostro un rayo de luz, es el propio Caravaggio, que obviamente, no quería perderse uno de los momentos estelares de la humanidad y, así, consigue el milagro que sólo el arte puede producir de estar en el momento del hecho y dejar testimonio de él.

Estas exposiciones del Thyssen se continúan luego en la Caja de Ahorros, en la madrileña Plaza de Celenque, contigua a las Descalzas Reales, monjas y damas de alcurnia en otro tiempo. En Celenque hay algunos autorretratos de Andy Warhol, de una famosa serie de serigrafías. Asimismo hay una curiosa interpretación del retrato de Dora Marr de Picasso hecho por Carlos Saura que es como el retrato del retrato. Algunas obras de Bacon y Lucien Freud son siempre bien recibidas para entender cuánto ayuda la distorsión a hacerse una idea cabal de la persona que se representa. Hay también tres piezas de David Hockney netas, limpias, claras y muy penetrantes.

Por último, el título incluye la palabra máscara, prabablemente para subrayar la importancia que la exposición otorga a las obras expresionistas o cercanas al expresionismo, con su inclinación a utilizar los colores y el dibujo para subrayar la condición artificial, de máscara, que tiene el rostro humano, aquello que vemos y que oculta la realidad de lo que es; o de lo que creemos que es.

Una exposición que merece mucho la pena.


divendres, 23 de febrer del 2007

¿Censura TVE?

Creo que sí. Cierto, pronunciarse sobre la supresión de la entrevista de Quintero a José María García sin haber visto el material censurado es peligroso. El rollo que devanó en negro la tele el día de marras explicando que no emitía la entrevista porque ésta contenía “insultos y descalificaciones a políticos, empresarios y periodistas" sin que lxs espectadorxs pudiéramos juzgar por nuestra cuenta, tiene un crédito limitado. La tele largó el trozo en el que García habla del baranda del Ente (vaya nombrecito) para que no se creyera que la casa censura por interés propio, lo que es más o menos enternecedor, pero no tiene por qué justificar la supresión del conjunto. Sobre todo porque lo que se puede ver en el trozo permitido no tiene nada de insulto, sino que es un comentario, más o menos jocoso, más o menos ácido, pero perfectamente admisible como opinión ya que, además de García, muchas otras personas piensan que, en efecto, el director del "Ente" es persona de confianza en el círculo de PRISA, al que el señor García llama "imperio" utilizando el mismo término que tantos otros para muy diversos fines, Asimov, el recientemente fallecido Kapuzinski, etc.

Así que me puse a buscar y acabé encontrando los momentos esenciales de la entrevista en dos videos que tiene colgados El Mundo y que valen un potosí porque recogen los momentos en que García formula sus juicios sobre Florentino Pérez, Rajoy, Aznar, Sáez de Buruaga, Luis Herrero y Federico Jiménez Losantos. (Quien quiera verlos que haga click sobre el enlace o sobre la imagen. Recuérdese que el video tiene dos partes).

A lo mejor resulta que El Mundo está jugándonosla y que esos cortes que saca son los más inocuos y hay otras secuencias en las que García insulta gravemente a esas personas o les falta al respeto. Si así fuera podría tener razón TVE. Pero si todo lo que hay es lo que se ve en los videos de El Mundo, de insultos y descalificaciones nada. Al contrario, habla con mucho conocimiento de causa y dice cosas que, o son sabidas o resultan verosímiles, y sin insultar a nadie. Por ejemplo, dice de Aznar que ha sido el mayor censor que ha tenido este país. Si hablamos desde la transición para acá esa es una verdad que todo el mundo conoce. Dice, además, que, cuando fe a verlo (a Aznar) a la FAES se encontró con un hombre dominado por el rencor, la revancha, que no admitía el resultado electoral de 2004 y que sigue mandando en su partido. ¿En dónde está aquí el insulto y la descalificación? Esas afirmaciones son obviedades. Y lo mismo con el resto de los juicios que vierte.

Es magnífica la anécdota que cuenta de Sáenz de Buruaga cuando, estando éste en Antena 3, recibió orden directa de Villalonga, entonces presidente de Telefónica, de que abriera un telediario "matando" a Piqué que tenía entre manos un proyecto de ley molesto para el compañero de pupitre del señor Aznar. Cómo Sáenz de Buruaga telefoneó a Piqué para ponerlo sobre aviso y cómo, en efecto, abrió el telediario de la noche "matando" al entonces ministro. Esta anécdota será verdad o no (parece bastante verosímil, conociendo a los personajes), pero no contiene insulto alguno ni descalificación y sí, en cambio, una información relevante de interés para los ciudadanos, para que sepan con quién se juegan los cuartos.

O sea que, a primera vista, la TVE ha metido bien la pata censurando la entrevista y, además de las acciones judiciales que pueda emprender García, también la ciudadanía, a través de las organizaciones de consumidores, debiera proceder contra TVE por atentado al derecho a la información. Que lo decidan los tribunales.

No sé si el señor Florentino Pérez (a quien no conozco de nada, pues parece alguien relacionado con el fútbol, extraña actividad social, llena de ruido y de furia, que apasiona a la inmensa mayoría de mis coetánexs) habrá influido o no para censurar la entrevista o si habrán sido otros mendas (tengo pruebas de que los del PP son maestros en esto de censurar, prohibir, expulsar a los disidentes, etc), pero da igual: al final de la historia, aquí, el censor ha sido el famoso "Ente". Creo también entender las razones de la censura, conociendo a los progres: les da tanto miedo que puedan acusarlxs de usar la televisión para ir contra sus adversarixs, que torpedean la libertad de expresión. Y como todos los vapuleados aquí son la extrema derecha política y mediática del país, pues nada, a meter la tijera, no vayan a enfadarse los afectados.

Se dirá: pero, bueno, estxs ¿son tontxs? Pues, la verdad, sí; o algo peor. Es ese miedo de cierta izquierda, subsecuente con el fascismo, que la lleva a culpar al PSOE de no consensuar las políticas con el PP. Como si con el PP pudiera consensuarse algo que no fuera seguir a pies juntillas sus órdenes. Es una razón estúpida, desde luego, pero es la que mueve a estos caguetas, submarinos de la derecha en la izquierda. Porque sólo el canguelo permite entender que se haya censurado un discurso tan claro, interesante y lúcido como el de "Butanito", a quien habrá que rebautizar de "Butanazo".

Insisto: si todos los "insultos" son los que se oyen en esos videos. Si hay otro material injurioso, calumniador, no he dicho nada. Pero no debe de haberlo, pues El Mundo lo habría sacado.


Antígona.

El martes fuimos a ver Antígona, un montaje de Oriol Broggi en el Teatro de La Abadía que seguirá hasta el próximo domingo 25. Hay que ver lo que aguanta este teatrito. Hace un par de años pusieron todo el ciclo tebano de Sófocles de una tirada: cuatro tragedias clásicas seguidas en una tarde y en un espacio que no creo supere los 400 o 500 metros cuadrados, contando todo, esto es, escenario y platea, más pasillos. Que no sé yo si eso se acomoda a obras que fueron escritas hace dos mil cuatrocientos años para teatros al aire libre, de gradas inmensas y en los que los actores y actrices tenían que emplear máscaras con bocinas para hacerse oír por los espectadores más alejados. Sin duda, los escenarios pequeños se prestan también al drama. Así las casas de las familias burguesas de las obras de Ibsen, de Strindberg, de Chejov, donde las pasiones se cuecen en un dormitorio o un comedor. Estas tragedias griegas, en las que hay que invocar a gritos a los dioses mirando hacia arriba se compadecen mal con los techos bajos y las paredes próximas.

Claro que el espacio teatral es imaginario y se impone al real a veces con un mero signo. En el montaje de Broggi, sabemos que estamos en Tebas, capital de la Beocia, porque hay dos olivos en ambos extremos del proscenio. Con eso basta, desde luego, para el que quiera imaginar el resto. Y, aun así, se queda uno pensando que tan inmensa tragedia se ahoga entre las cuatro paredes. Para acabar de arreglarlo, aunque el montaje esté bien y la dirección sea equilibrada, eso de repetir los personajes, probablemente por falta de precupuesto, mal crónico de las compañías pequeñas, produce un efecto desastroso, a veces bordeando lo cómico. Que la misma actriz interprete a Ismena, la hermana de Antígona, a Eurídice, la mujer de Creonte y a una ciudadana sin cambiar de apariencia, pues en fin... El pequeño espacio juega otras malas pasadas: el trance de Tiresias al adivinar el porvenir, siempre un momento difícil en la representación, no aguanta un escrutinio a menos de tres metros. La interpretación también bien, siempre que uno se resigne a ver una Antígona hogareña, cosa algo contradictoria con el personaje que, como Electra o Ifigenia, piensan que no tendrán hogar ni hijos, consagradas como están a otros fines. Electra sí los tendrá, pero ese es otro cantar.

En cualquier caso, merece la pena ir a verla porque siempre es Sófocles y siempre es Antígona, aquí intepretada por Clara Segura, que está discreta. Buscando en mi memoria qué Antigona me haya dejado mayor recuerdo no tengo duda, la que interpretaba Irene Papas en un peli de los años 60, dirigida por Yorgos Javellas. Como dirían en Latinoamérica, Papas "se robó" el personaje y el personaje la marcó, así que seguí viendo a Antígona cada vez que aparecía la actriz en sus otras películas, que han sido infinidad, en Zorba el griego, por ejemplo. La recuerdo muy bien interpretando a Helena, la esposa del diputado en el peliculón de Costa Gavras, Z, con una banda sonora de Mikis Theodorakis que todavía hoy escucho con emoción. Y seguia siendo Antígona. Ella misma debe de haberse identificado con el personaje de tal modo que hace año y pico todavía dirigió (y la mujer debe de tener ya más de 80) una Antígona en el Teatro griego de Siracusa que, según pude leer, fue un éxito.

La grandeza de Antígona es la desmesura misma que refleja el conflicto y ella subraya: una frágil mujer contra el Estado, al que vence. Desobedece la ley del tirano y, aunque lo paga caro, sale triunfadora moral cuando ese tirano, la ley misma, reconoce su culpa y trata de enmendarse tardíamente. La mujer movida por la ley de la sangre, un principio oscuro, primigenio, casi ctónico, hace frente y aniquila a la norma positiva de la justicia humana que, con toda razón, manda que no se rindan honores fúnebres al traidor a la Patria. Eso es lo que movió a Hegel a dedicar a Antígona un apartado genial en La fenomenología del espíritu. Porque esa tensión acompañará a los seres humanos hasta el fin de los tiempos. ¿Obedeceremos a las leyes aunque las consideremos inícuas? Ningún orden jurídico puede admitir que lxs ciudadanxs decidan en conciencia si obedecen a la norma o no; pero ninguno, tampoco, podrá jamás evitar que surja alguien que desobedezca públicamente, que quebrante la ley en nombre de una razón que juzga moralmente superior. Mientras haya normas humanas que exijan obediencia, habrá desobedientes que las incumplan por razones de conciencia. Antígona no llegó a parir hijos, pero los ha tenido a centenares, a millares. En cada desobediente civil hay un hijo de Antígona.

dijous, 22 de febrer del 2007

El patriotismo de la derecha (II).

En el post de ayer me quedé en la importancia de los símbolos en la transición. Antes de seguir adelante, me gustaría subrayar un aspecto de la visión que los franquistas tenían de España y que ayudará a entender lo que ha pasado después. Dije que los fascistas gobernaron el país como si fuera tierra conquistada y trataron a la gente como población sometida. Lxs españolxs no tenían derechos. Es más, si eran "rojxs", ni se lxs consideraba españolxs. "Rojxs" era término que abarcaba a todxs aquellxs, republicanxs, socialistas, anarquistas, comunistas o nacionalistas que se hubieran mantenido leales al Gobierno de la República. España eran ellxs, envueltxs en la bandera excluyente; lxs demás no sólo no eran "españolxs", sino que constituían la "anti-España". Eso de la anti-España era una típica estupidez de los fascismos de la época ("nunca extrañéis que un bruto se descuerne luchando por su idea", decía Antonio Machado) , que repiten sus herederxs intelectuales probablemente pensando que innovan algo. Quien quiera comprobarlo, que vaya al artículo de hoy de Isabel Durán en Libertad Digital, titulado, precisamente, Aritmética de la anti España. Donde se lee lo siguiente: "Esta es la balumba del Gabinete ZP, un Gobierno anticlerical, antiamericano y antiespañol". ¿Cómo van a condenar el el franquismo el PP y sus partidarios si siguen en su universo conceptual?

Pero volvamos a la narrativa. El punto neurálgico de la transición fue la legalización del Partido Comunista de España. Ésta se hizo posible mediante una negociación especial en que el PCE reconocía la monarquía borbónica y sus emblemas. Ese viraje de 180º que Santiago Carrillo impuso a su partido le costó dos escisiones y, en opinión de muchxs, fue el comienzo del final de la histórica formación. No comparto este punto de vista ya que creo que, por muchas otras razones, el PCE estaba condenado a la irrelevancia política. En todo caso, desde entonces, los comunistas han ido perdiendo terreno, sus símbolos distintivos han desaparecido de la escena pública, hasta llegar al momento en que, a raíz de la movilización contra la OTAN en 1986, el PCE vio la posibilidad de crear una organización de masas que dirigir desde dentro y así nació Izquierda Unida, con una imagen predominante frente a la cual la tradicional iconografía comunista se ha hecho casi invisible.

La izquierda, pues, perdió sus referentes simbólicos. El puño y la rosa, que los socialistas copiaron a sus compañeros franceses nunca ha pasado de ser una especie de logo. Y esa pérdida se hizo en provecho de otros referentes de los que la izquierda había estado excluida por la violencia y de los que seguiría estándolo pues la derecha, en cuanto pudo, volvió a utilizar sus símbolos como ariete de confrontación, separación y persecución.

Asi lo hizo con su habitual arrogancia y prepotencia el señor Aznar cuando, siendo presidente del Gobierno y habiendo visitado la ciudad de México, vino tan impresionado de la bandera que ondea en la plaza del Zócalo en México D.F. que decidió imitarla, plantando otra de iguales dimensiones en la Plaza de Colón, como una provocación que la izquierda no se ha atrevido a quitar.

¿Por qué provocación? ¿Por qué señalar que la izquierda no se ha atrevido a quitarla? Porque esa bandera (como el himno) siguen siendo los elementos simbólicos vertebradores de un régimen tiránico, que expulsó, torturó, encarceló y fusiló a media españa sin que, como decía más arriba, sus patrocinadores pidieran jamás perdón y sin que sus herederos políticos e intelectuales lo hayan condenado; pero, eso sí, piden que Batasuna condene la violencia de ETA.

Es la derecha la que ha roto el pacto tácito de la transición en casi todos sus puntos especialmente en lo atingente a los símbolos. La permanente acusación a la izquierda de haber roto el consenso de la transición no es más que otra muestra de la estrategia del espejo: rompen y acusan a lxs demás de romper; avasallan e insultan y acusan a lxs demás de hacerlo; atacan las normas de convivencia y sostienen que son lxs otrxs lxs que lo hacen.

En este asunto de los símbolos piensa la derecha haber encontrado un punto débil de la izquierda, viene dispuesta a explotarlo, y es obvio que tiene razón. Como está el país de sensibilizado en relación a este asunto, mostrarse relativista en cuanto a los símbolos sacrosantos puede costar muy caro a la izquierda en el plano electoral.

Este cálculo no influye al redactor de este blog, razón por la cual, acatando lo que dice la Constitución sobre la bandera, sigue teniendo por suya la tricolor, que es inclusiva y no la rojigualda, que es exclusiva. Así debiera suceder con la izquierda política. El miedo a perder las elecciones, al admitir que el tema nacional es crucial en el debate, hace que la izquierda no tenga discurso alternativo al de la derecha. Y, sin embargo, debiera tenerlo. Debiera ser capaz de decir que, diga lo que diga la Constitución (que, por cierto, se puede reformar) su bandera no puede ser la rojigualda en tanto no haya una condena explícita del franquismo en el Parlamento español y por todos los grupos. Y esa condena debe ir acompañada de una Ley de Memoria Histórica que merezca nombre de tal y no esa chapuza timorata que el Gobierno ha presentado como proyecto. Es el appeasement, que tanto cita y tanto desconoce el señor Aznar. Más vale ponerse una vez amarillo que veinte colorado.

Mi decisión está clara: mi bandera es la tricolor, y no por ello soy menos español que los de la rojigualda. En cuanto a patriotismo, está claro que no se pueden comparar la muy española tricolor y esa rojigualda que prevaleció en la guerra con la ayuda de italianos, alemanes y moros y cuyos exhibidores hoy día se sienten orgullosxs de estar al servicio de los Estados Unidos. Véase, si no, cómo para la señora Durán es tan vituperable ser "antiespañol/a" como ser "antiamericanx", mamita mía. Por supuesto, quiere decir "antiestadounidense".

Cuando algún presidente del Gobierno de izquierdas de mi país renuncie a su puesto en el Consejo de Estado de España para ser empleado de un magnate australiano de la Comunicación y vocal de un consejo de asesores de otros magnates o políticos estadounidenses (en el muy improbable caso de que se distingan) que vengan a hablarme de patriotismo.




Vaya con el ministro...

La derecha digital echaba ayer las muelas con la comparecencia del nuevo ministro de Justicia en el Parlamento. Y en la COPE, hoy, supongo que los micrófonos se llevarán algún ñasco. La estupefacción que se leía en los rostros de los diputados de la derecha se trocó en rabia en el corral digital. Y también la bronca de jayanes que montaron los del PP cuando salió el ladrillo a relucir. Quien se pica, ajos come. La prensa de papel, tan patidifusa como sus señorías conservadoras. Estaban éstas, las señorías, tan acostumbradas a echarse todos los miércoles al ruedo con el estoque ya preparado, que no daban crédito a lo que veían cuando el morlaco salió resabiado. Y eso que posa seriecito y formal junto a don Juan Carlos de Borbón, que lo recibe como ministro de España.

Estaban alelados. En el Congreso, digo. Pero es que hace falta ser mucho Michavila para caer casi por casualidad en el Parlamento y saludar al ministro dándole la bienvenida. Si, además, se trata del antiguo fiscal que el mismo Michavila, de ministro, echó del cargo, el asunto es sublime. Todos se fueron calentitos y confusos para casa. En verdad, hace falta ser mendrugo para recibir a un ministro a mojicones y decirle que viene con el puño cerrado. Y que, cuando se les devuelven las castañas, se quejan de que, además, trae puestos los guantes de boxeo. En fin, que hacía tiempo que no me divertía tanto en la TV y que, como este ministro siga así de decidido y brillante, me compro un televisor que se vea bien, uno de esos de plasma, que plasma es lo que van a necesitar las bancadas conservadoras en el próximo futuro.

dimecres, 21 de febrer del 2007

El patriotismo de la derecha (I).

Hace unos días prometí postear sobre el asunto de las banderas, la rojigualda frente a la tricolor. He aquí el post.

En la manifa de la derecha en contra del Gobierno del pasado 3 de febrero pudieron verse muchas banderas rojigualdas; algunas, como se aprecia en la foto, con el águila de San Juan, que ornaba la bandera franquista. También se vio alguna bandera roja con la hoz y el martillo (reproduzco la foto de La Fragua), pero esa es otra historia que ya traté en el correspondiente post del 5 de febrero, titulado ¿De qué iba la manifa del sábado? El caso es que la omnipresencia de la bandera rojigualda, llamada "nacional" y, sobre todo, el hecho de que, al final de la jamboree derechista se interpretara el también llamado "himno nacional", esto es, la Marcha Real Española, desató las críticas de la izquierda, especialmente del PSOE, que acusaba al PP, alma de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), convocante del acto, de apropiarse de los símbolos de todos para actos "partidistas".

El PP contestó que si la rojigualda y la Marcha Granadera (Marcha Real) son símbolos de todos, todos podemos utilizarlos, e invitando a la izquierda a hacer otro tanto. La respuesta pone a ésta en un brete. Efectivamente, la izquierda había aceptado la constitucionalización de estos símbolos como uno de los precios que pensó había de pagar por una transformación de la dictadura franquista en un régimen democrático. Relegó sus banderas (incluida la tricolor), relegó sus himnos (incluido el de Riego) y aceptó lxs de lxs vencedorxs en la guerra civil por amor de la concordia y en el entendimiento tácito de que, al tratarse, como se trata, de símbolos identificados con la más odiosa y sangrienta tiranía de la historia de España, la derecha, acomplejada por su pasado, directa beneficiaria de la dictadura, no los exhibiría y la cosa quedaría en la penumbra. España sería un país que luciría poco su bandera y entonaría aun menos su himno nacional.

Esta peculiar situación, que afectaba incluso al empleo del término España, sustituido por Estado español, permitió y alentó la proliferación de símbolos de las nacionalidades perseguidas por el franquismo, unas banderas y unos himnos que traían la connotación positiva del martirio, frente a los símbolos españoles, identificados con la opresión y la persecución. Y ello hasta que la derecha, viendo que no había nada que temer del triunfo aplastante del PSOE en 1982, comenzó a recuperar su viejo estilo, autoritario, impositivo y nada democrático. Por fin, crecida con las dos legislaturas del exfalangista señor Aznar, caliente por haber perdido el poder en la elecciones del 14 de marzo de 2004 y no reconociendo como legítimo el resultado, ha pasado al ataque, esgrimiendo los símbolos que vuelve a considerar suyos, como en 1936 y en son de guerra, también como en 1936.

La izquierda queda descolocada y no sabe cómo reaccionar. La derecha ha roto el "pacto tácito" de no airear mucho los emblemas del oprobio. ¿Qué hacer ahora? ¿Envolverse en la rojigualda y entonar esa birria que es la "Marcha Real"? Por si alguien lo había olvidado, ahí va la letra que alguien compuso durante la Dictadura para ese pintoresco himno que jamás la tuvo:

"Pero hombre, caramba/qué cara tan estúpida que tiene Vd.;/parece un animal./Bruto, zopenco, cernícalo, podenco;/cualquier día de estos va Vd. a rebuznar."
Así no iremos muy lejos y seremos muchxs, seguramente, quienes pasemos de cantar el himno con esa letra para nuestro coleto a hacerlo a pulmón pelado si vuelven las imposiciones. Entonces, ¿qué? ¿Reclamar la vuelta a nuestras banderas e himnos, cada cual el/la suyx: la tricolor, el himno de Riego, la bandera roja, la negra, la rojinegra, la Internacional, la Varsoviana? La izquierda tiene miedo a esa posibilidad porque piensa que será la manera más segura de perder las elecciones. Entonces, ¿qué hacer?

En primer lugar, un poco de memoria.

Tras algún tiempo de duda y vacilación, lxs sediciosxs sublevadxs contra el gobierno legítimo de la II República decidieron enarbolar la bandera e interpretar el himno de lxs Borbones. (Acerca del carácter nacional del Himno de Riego, anterior a la "Marcha Granadera" y sobre la raíz popular de la bandera tricolor pueden consultarse documentadas exposiciones en Izquierda Republicana y España Roja). Es decir, frente al himno de Riego (el verdadero nacional) y la bandera de la República (bajo cuyos colores se sublevaron los fascistas y reaccionarios en un primer momento) se alzaron unos símbolos facciosos con pretensión de imponérselos a lxs demás.

Y eso es lo que hicieron lxs levantadxs en armas al ganar la guerra, tratar al país como un territorio conquistado y ocupado por su propio ejército, dividiéndolo entre vencedorxs y vencidxs, una raya divisoria que jamás se borró pues la Dictadura siguió conmemorando su "victoria" con un desfile militar anual que durante muchos años se llamó así, "desfile de la victoria". Ese desfile pasó a llmarse muchos años después "desfile de la paz", pero desfile militar siguió siendo y para conmemorar lo mismo. Curiosamente, fueron lxs vencidxs quienes empezaron a hablar de "reconciliación nacional". Los vencedores, jamás; jamás mostraron un ápice de magnanimidad y el tirano murió asesinando a sus compatriotas, como había vivido. Todavía al día de hoy, el arco de La Moncloa, como puede verse en la foto (tomada por mí en 2006), para vergüenza general, sigue llamándose Arco de la Victoria.

Los símbolos de lxs vencedorxs, la bandera, el himno, el saludo fascista y la iconografía nacional-católica (el corazón de Jesús, los crucifijos), se impusieron manu militari no solamente en los cuarteles, centros de enseñanza, hospitales, campos de concentración y cárceles (en las que lxs presxs políticxs, decenas de miles, tenían que asistir obligatoriamente a misa, levantar el brazo a la romana, cantar los himnos fascistas y saludar a su bandera), sino también en la vida civil, en la calle, en los cines, por doquier. Y ¡ay de quien no mostrara suficiente vehemencia en la adhesión a aquella simbología criminal! No se les podía ocultar a lxs vencedorxs en la contienda que un trágala tan continuo, abusivo e inhumano, acabaría provocando una reacción de rechazo visceral entre lxs vencidxs y lxs neutrales a toda aquella parafernalia obligatoria. Pero les importaba un rábano. Habían ganado la guerra y administraban la victoria como imposición y venganza, hasta el último día de la muerte del delincuente que puso en pie aquel régimen tiránico. Hasta el último día hubo que soportar unos símbolos que lo eran de la ilegalidad, el golpismo, la persecución, la tortura y el asesinato como si fueran símbolos "nacionales", o sea, de todxs.

Llegó después la transición, aquel acuerdo tan complicado y difícil en el que nadie consiguió imponer sus criterios por entero, en el que todxs cedieron algo (por supuesto, unxs más que otrxs, como siempre) para salir de una situación absurda, vergüenza de las naciones civilizadas del planeta, de un país relativamente moderno gobernado por un militarote con los procedimientos habituales en los cuarteles, sin libertades civiles ni derechos políticos y con una población compuesta por treinta y tantos millones de súbditxs, pero no de ciudadanxs. Y, en ese acuerdo general que posibilitó que un sistema despótico, sostenido en el ejército y la policía política, dejara paso a otro democrático y de libertades de modo pacífico, los símbolos ocuparon un puesto decisivo.

Pero de eso hablaré mañana, para no eternizarme hoy.

Homenajes.

Hay una página fabulosa que, entre otras cosas interesantes, tiene una colección estupenda de canciones y melodías de la guerra civil, del lado republicano, claro. Se llama Altavoz del Frente. Cada vez que me acuerde meteré un enlace a alguna canción. Hoy pongo la canción que fue himno del batallón Abraham Lincoln (15ª Brigada), voluntarios norteamericanos de las Brigadas Internacionales que lucharon en la defensa de Madrid, en el Jarama (donde sufrieron terribles bajas), en Belchite (donde quedaron tan pocos combatientes que hubo que fundirlo con el batallón Washington) y en Aragón.

La canción, llamada Jarama Valley, compuesta sobre la melodia de una vieja balada folk (Red River Valley) es muy pegadiza. La primera vez que se la oí cantar al gran Pete Seeger, hace más de 30 años, me emocionó. Esta es la letra:



There's a valley in Spain called Jarama
It's a place that we all love so well
It was there that we gave of our manhood
Where so many of our brave comrades fell.

We are proud of the Lincoln Battalion
And the fight for Madrid that it made
There we fought like true sons of the people
As part of the Fifteenth Brigade

Now we're far from that valley of sorrow
But its memory we ne'er will forget
So before we conclude this reunion
Let us stand to our glorious dead


Salud.

dimarts, 20 de febrer del 2007

El camino hacia la guerra.

Ayer, las autoridades iraníes ejecutaron en público a Nasrallah Schanbehsahi, condenado a muerte una semana antes por haber atentado contra un autobús de los Guardianes de la Revolución, en el que murieron once personas y treinta y una quedaron heridas. Extraigo la noticia y la foto de Der Spiegel. Previamente, la televisión había mostrado al señor Schanbehsahi declarándose culpable y los Guardianes de la Revolución sostienen que éste y otros atentados se producen con la ayuda de los EEUU y el Reino Unido.

Me gustaría señalar dos cosas: la primera, la odiosa práctica de la pena de muerte y su no menos odiosa ejecución en público, para satisfacción de las más bajas pasiones e instintos de la chusma.Está claro que un sistema político que prevé estas atrocidades no merece respeto alguno pues no es sino una tiranía sangrienta e inhumana. Y, si se apoya en una ideología, doctrina, teoría o religión, esas ideología, doctrina, teoría o religión son tan execrables y sanguinarias como el régimen que amparan. Con todo, tampoco vayamos de purxs por la existencia. La imagen de la derecha es un cuadro de Ramón Casas que recoge una ejecución pública por garrote vil en Barcelona, en medio de la curiosidad del gentío en 1894. No hace tanto en la civilizada y cristiana España.

La segunda cuestión es de otro calado. La confesión televisada del señor Schanbehsahi, las acusaciones públicas y los gritos de la plebe durante la ejecución, acusando al asesinado de complicidad con los EEUU y el Reino Unido apuntan a una práctica judicial iraní muy parecida a la de los procesos de Moscú, con los que Stalin barrió a la vieja guardia bolchevique, consiguiendo también increibles confesiones públicas de los acusados e implicándolos en complots con los nazis o los imperialistas. La similitud es llamativa y hace pensar que el régimen iraní es una tiranía similar a la estalinista.

A su vez, este régimen procede como procede ante los evidentes preparativos bélicos que los Estados Unidos están haciendo para atacarlo, seguramente instigados por los israelíes. El señor Bush, cada vez más entrampado en el Irak y Afganistán, sostiene que el Irán suministra armas a lxs que él llama "insurgentes" iraquíes y cualquiera reconocerá como resistentes frente a la invasión extranjera. Todo el mundo entiende que el suministro de armas al enemigo puede ser considerado por un país en guerra como casus belli para atacar a otro. Que ese suministro sea cierto o no es cosa irrelevante, como ya se ha probado con la excusa de las armas de destrucción masiva.

La tiranía iraní se endurece, ejecuta en público, realiza maniobras de advertencia, muestra su cohetería antes de que el Consejo de Seguridad de la ONU se reúna mañana para decidir qué hace con las sanciones. Pero, por si acaso, los Estados Unidos ya han enviado un segundo portaaviones al Golfo Pérsico. Dicen que no se trata de un designio bélico. Seguramente ese portaaviones ha ido a pedir cotufas en el golfo, como gustaba de decir Sancho Panza.

Y los demás, que vimos cómo se aplicaba la doctrina neocon de la guerra preventiva y cómo se atacaba a un país contra todo sentido común, y se desencadenaba la más estúpida y cruel de las invasiones (por cierto, condenada al desastre), estamos viendo ahora los preparativos para la repetición de la hazaña con una creciente sensación de impotencia. Realmente, ¿nadie puede detener a ese orate?

Sin novedad en el Norte.

Quienes sigan este blog recordarán la serie de estampas de l'Épinal de Caperucita roja con la que intenté amenizar la saga del señor De Juana Chaos. Fue larga, pero más larga está siendo la saga en cuestión, que no parece tener fin. El caso es que llegué al final del relato y al señor de Juana le habían bajado la condena de una petición original de noventa y seis años a doce y medio que quería encasquetarle la Audiencia Nacional y a tres con que lo dejó el Tribunal Supremo, sin que el hombre haya abandonado la huelga de hambre.

Alguien, sin embargo, se ha hecho eco del cuento de Caperucita Roja. Quien quiera comprobarlo, que pinche en Kaperutxita Blanca para ver una variante divertidísima de la historia en un video de ETB.

(Eskerrik asko, Pepe)

Actual, ¿eh? El picolobo feroz está genial y el señor juez, estupendo. Gracias a él, encarnación del Estado de derecho, volvió anteayer la abuelita Rodríguez Zapatero a establecer las condiciones para la normalización del País Vasco: cese de la violencia y colorín colorado.