El PP contestó que si la rojigualda y la Marcha Granadera (Marcha Real) son símbolos de todos, todos podemos utilizarlos, e invitando a la izquierda a hacer otro tanto. La respuesta pone a ésta en un brete. Efectivamente, la izquierda había aceptado la constitucionalización de estos símbolos como uno de los precios que pensó había de pagar por una transformación de la dictadura franquista en un régimen democrático. Relegó sus banderas (incluida la tricolor), relegó sus himnos (incluido el de Riego) y aceptó lxs de lxs vencedorxs en la guerra civil por amor de la concordia y en el entendimiento tácito de que, al tratarse, como se trata, de símbolos identificados con la más odiosa y sangrienta tiranía de la historia de España, la derecha, acomplejada por su pasado, directa beneficiaria de la dictadura, no los exhibiría y la cosa quedaría en la penumbra. España sería un país que luciría poco su bandera y entonaría aun menos su himno nacional.
Esta peculiar situación, que afectaba incluso al empleo del término España, sustituido por Estado español, permitió y alentó la proliferación de símbolos de las nacionalidades perseguidas por el franquismo, unas banderas y unos himnos que traían la connotación positiva del martirio, frente a los símbolos españoles, identificados con la opresión y la persecución. Y ello hasta que la derecha, viendo que no había nada que temer del triunfo aplastante del PSOE en 1982, comenzó a recuperar su viejo estilo, autoritario, impositivo y nada democrático. Por fin, crecida con las dos legislaturas del exfalangista señor Aznar, caliente por haber perdido el poder en la elecciones del 14 de marzo de 2004 y no reconociendo como legítimo el resultado, ha pasado al ataque, esgrimiendo los símbolos que vuelve a considerar suyos, como en 1936 y en son de guerra, también como en 1936.
La izquierda queda descolocada y no sabe cómo reaccionar. La derecha ha roto el "pacto tácito" de no airear mucho los emblemas del oprobio. ¿Qué hacer ahora? ¿Envolverse en la rojigualda y entonar esa birria que es la "Marcha Real"? Por si alguien lo había olvidado, ahí va la letra que alguien compuso durante la Dictadura para ese pintoresco himno que jamás la tuvo:
"Pero hombre, caramba/qué cara tan estúpida que tiene Vd.;/parece un animal./Bruto, zopenco, cernícalo, podenco;/cualquier día de estos va Vd. a rebuznar."Así no iremos muy lejos y seremos muchxs, seguramente, quienes pasemos de cantar el himno con esa letra para nuestro coleto a hacerlo a pulmón pelado si vuelven las imposiciones. Entonces, ¿qué? ¿Reclamar la vuelta a nuestras banderas e himnos, cada cual el/la suyx: la tricolor, el himno de Riego, la bandera roja, la negra, la rojinegra, la Internacional, la Varsoviana? La izquierda tiene miedo a esa posibilidad porque piensa que será la manera más segura de perder las elecciones. Entonces, ¿qué hacer?
En primer lugar, un poco de memoria.
Tras algún tiempo de duda y vacilación, lxs sediciosxs sublevadxs contra el gobierno legítimo de la II República decidieron enarbolar la bandera e interpretar el himno de lxs Borbones. (Acerca del carácter nacional del Himno de Riego, anterior a la "Marcha Granadera" y sobre la raíz popular de la bandera tricolor pueden consultarse documentadas exposiciones en Izquierda Republicana y España Roja). Es decir, frente al himno de Riego (el verdadero nacional) y la bandera de la República (bajo cuyos colores se sublevaron los fascistas y reaccionarios en un primer momento) se alzaron unos símbolos facciosos con pretensión de imponérselos a lxs demás.
Y eso es lo que hicieron lxs levantadxs en armas al ganar la guerra, tratar al país como un territorio conquistado y ocupado por su propio ejército, dividiéndolo entre vencedorxs y vencidxs, una raya divisoria que jamás se borró pues la Dictadura siguió conmemorando su "victoria" con un desfile militar anual que durante muchos años se llamó así, "desfile de la victoria". Ese desfile pasó a llmarse muchos años después "desfile de la paz", pero desfile militar siguió siendo y para conmemorar lo mismo. Curiosamente, fueron lxs vencidxs quienes empezaron a hablar de "reconciliación nacional". Los vencedores, jamás; jamás mostraron un ápice de magnanimidad y el tirano murió asesinando a sus compatriotas, como había vivido. Todavía al día de hoy, el arco de La Moncloa, como puede verse en la foto (tomada por mí en 2006), para vergüenza general, sigue llamándose Arco de la Victoria. Los símbolos de lxs vencedorxs, la bandera, el himno, el saludo fascista y la iconografía nacional-católica (el corazón de Jesús, los crucifijos), se impusieron manu militari no solamente en los cuarteles, centros de enseñanza, hospitales, campos de concentración y cárceles (en las que lxs presxs políticxs, decenas de miles, tenían que asistir obligatoriamente a misa, levantar el brazo a la romana, cantar los himnos fascistas y saludar a su bandera), sino también en la vida civil, en la calle, en los cines, por doquier. Y ¡ay de quien no mostrara suficiente vehemencia en la adhesión a aquella simbología criminal! No se les podía ocultar a lxs vencedorxs en la contienda que un trágala tan continuo, abusivo e inhumano, acabaría provocando una reacción de rechazo visceral entre lxs vencidxs y lxs neutrales a toda aquella parafernalia obligatoria. Pero les importaba un rábano. Habían ganado la guerra y administraban la victoria como imposición y venganza, hasta el último día de la muerte del delincuente que puso en pie aquel régimen tiránico. Hasta el último día hubo que soportar unos símbolos que lo eran de la ilegalidad, el golpismo, la persecución, la tortura y el asesinato como si fueran símbolos "nacionales", o sea, de todxs. Llegó después la transición, aquel acuerdo tan complicado y difícil en el que nadie consiguió imponer sus criterios por entero, en el que todxs cedieron algo (por supuesto, unxs más que otrxs, como siempre) para salir de una situación absurda, vergüenza de las naciones civilizadas del planeta, de un país relativamente moderno gobernado por un militarote con los procedimientos habituales en los cuarteles, sin libertades civiles ni derechos políticos y con una población compuesta por treinta y tantos millones de súbditxs, pero no de ciudadanxs. Y, en ese acuerdo general que posibilitó que un sistema despótico, sostenido en el ejército y la policía política, dejara paso a otro democrático y de libertades de modo pacífico, los símbolos ocuparon un puesto decisivo. Pero de eso hablaré mañana, para no eternizarme hoy.