diumenge, 13 de maig del 2007

Reflexión sobre la izquierda (VI).

La crítica de la derecha a la izquierda se ha dado en el terreno institucional y en el de las ideas. Me refiero a la crítica nueva, la de ahora a la izquierda de ahora. No hace falta mencionar la que llamaríamos "clásica", según la cual la izquierda se mueve por utopías pues su postulado esencial, la igualdad, no es realizable y si lo fuera, no sería deseable. Cuando pone manos a la obra, la izquierda solamente alumbra órdenes políticos autoritarios o dictatoriales y sistemas económicos inviables. Todo eso está ya más que visto y refutado.


La crítica actual de carácter institucional es un ataque al Estado del bienestar, considerado el resultado más representativo de la acción de la izquierda. La derecha lo formula en términos comedidos por cuanto sabe que el Estado del bienestar, en cuanto Estado asistencial, goza de mucha popularidad en la opinión pública. De tal forma la crítica apunta al carácter ineficaz, burocratizado, esclerótico y proclive a la corrupción del Estado de bienestar, pero lo hace en nombre de los ideales que el Estado del bienestar se supone que realiza, igualdad, redistribución, etc; es decir, el Estado del bienestar es contraproducente para los objetivos del Estado del bienestar: el salario mínimo es contrario al pleno empleo, los subsidios de paro desmovilizan a la mano de obra y otras argucias de ese tipo.


Con todo, el resultado de esta crítica, especialmente fuerte en los años noventa, ha sido la reforma de los Estados de bienestar; no su desmantelamiento. Estos Estados de bienestar son más o menos avanzados en cuanto al nivel de prestaciones sociales, pero todos ellos se han mantenido, a pesar de que los sectores públicos de las economías hayan desaparecido en los procesos de privatización. Se demuestra así que la categoría del Estado de bienestar no depende del carácter público de las economías, sino del carácter público de los servicios y la amplitud y eficacia de su prestación.


En este terreno la izquierda ha resistido bastante bien el ataque a los Estados de bienestar y ha aportado reformas e innovaciones. La derecha no cuestiona, al menos frontalmente, las instituciones de la seguridad social, las pensiones, los sistemas educativos, la sanidad pública. Como privatizar estos servicios sería perder las elecciones, la derecha pretende cohonestarlos con la gestión privada. Pero sólo el hecho de que ésta sea la propuesta demuestra que la crítica al Estado del bienestar tiene límites claros.


De otro tipo son las críticas a las ideas de la izquierda en sus últimas manifestaciones. Escojo tres ejemplos concretos de muy diverso porte.


• La crítica a la sedicente "superioridad moral de la izquierda". Se oye con mucha frecuencia. La señora Aguirre la formula recurrentemente. Lo que equivale a alancear moros muertos, como se decía en una época en que nadie pensaba en la alianza de las civilizaciones. Lo digo porque no sé con seguridad de dónde sale eso de la superioridad moral de la izquierda. No recuerdo a ningún izquierdista sosteniendo la peregrina tontería de su "superioridad moral". Lo que sí suele pasar es que la izquierda fundamente sus opiniones y propuestas en criterios morales, en valores morales, pero de ahí no se sigue que reclame para sí superioridad moral alguna. Lo sorprendente es que, quienes dicen que en la acción política hay que invocar valores y principios entienda luego que cuando se hace eso mismo, se esté por ello arrogándose una superioridad moral. Esto sólo puede entenderse si alguien deduce que la fundamentación ética de las propuestas equivale a una pretensión de superioridad moral. Es decir, el problema está más en la cabeza que critica que en la cosa que dice criticar.


• La denuncia del "pensamiento único". También un enunciado frecuente en la derecha. Y también sorprendente por cuanto, que yo sepa, esto del "pensamiento único" es una invención relativamente reciente de la izquierda, pero precisamente como crítica a la derecha. Nunca me pareció aceptable el concepto por el contenido ni por la forma. Con él se quería denunciar el intento de hacer prevalecer un modo determinado de entender ciertos fenómenos, especialmente el de la globalización. Pero esto se ha dado muy frecuentemente en la historia. Muchas veces ha habido opiniones dominantes, pero eso no quiere decir que el fenómeno pueda caracterizarse de "pensamiento único". Sea como sea, ahora es la derecha la que dice rebelarse contra el de la izquierda. Es decir, además de su poca fortuna, el "pensamiento único" es un argumento bumerán. Bumerán y degenerativo porque ¿cuál es o en qué consiste el "pensamiento único" de la izquierda, que es una concepción del mundo caracterizada por la diversidad de sus planteamientos?


• La virtud republicana o cómo los valores laicos, civiles, democráticos son más propios de la derecha que de la izquierda. En España, en donde esto de la "virtud republicana" se ajusta mal al recinto político en que se habla, el valor que se enarbola es el "patriotismo constitucional". Otra apropiación indebida de otro concepto a su vez mal empleado. No hemos de entretenernos en el mal empleo sino sólo en señalar que lo que pretende es contrapesar con algo el nacionalismo español. La idea era probar a los nacionalismos no españoles que no tenían que prestar lealtad a otro nacionalismo, el español, sino a una norma jurídica, un producto de la razón orientado al bien común con la Constitución. Ya en sí misma esta propuesta es absurda cuando se piensa en esos nacionalismos no españoles que ven a la Constitución como emanada de la nación española, pero se convierte en ridícula cuando la esgrime la derecha que parte del supuesto de que, en efecto, la Constitución española es legítima y digna de obediencia porque es una emanación de la nación española.


No veo que el ataque teórico de la derecha a la izquierda sea verosímil; pero sí veo que, en parte como consecuencia de ello, la izquierda está en necesidad de explicarse a sí misma y decir cuáles sopn sus opciones en el mundo contemporáneo. Sobre ello, mañana.


Vuelven las manifas parcanteras.

Hacía tiempo que no se veía la bandera fascista de España en una manifa del PP y ayer volvió a salir, como se ve en la foto que saco de El plural, de un artículo de Luis Marchal. Ya están de nuevo en la calle, en las manifas de la AVT-PP, en donde luego el señor Rajoy no las ve, enmarcando la demagogia más desaforada. Porque lxs convocantes y quienes hablan encendidamente en los discurso finales poniendo de relieve la injusticia de que un asesino de 25 personas esté dándose el vidorro en San Sebastián, mienten a mansalva. El asesino de 25 personas ya cumplió su pena y carece de sentido pedir más justicia para él, salvo que se trate de la "justicia de Peralvillo", que es de la que entienden estos agitadores profesionales. El que está dándose el vidorro donostiarra es el De Juana que fue condenado (injustamente, a juicio de muchxs, entre ellxs de este bloguero) por publicar dos artículos bastante malos en Gara. Por lo tanto, quien debería manifestarse hoy en todo caso sería la señora Gallizo, directora general de prisiones y algún otro a quienes, según la sentencia, amenazaban aquellos indescriptibles artículos.

No merece la pena molestarse en explicar lo evidente: en esas manifas en nombre de las víctimas y en contra de De Juana, ni De Juana ni las víctimas cuentan. Esas manifas son algaradas callejeras del PP contra el Gobierno y, a estas alturas, bastante ridículas, con gamberros de postín y sacristía.

dissabte, 12 de maig del 2007

Reflexión sobre la izquierda (V).

Las elecciones presidenciales francesas se han interpretado también como lógica consecuencia del actual desconcierto de la izquierda y vigorosa ofensiva de la derecha. Iniciado con anterioridad al hundimiento del bloque comunista, el fenómeno se consolidó con el triunfo conservador de la era Thatcher/Reagan (lo privado contra lo público) y parece haberse hecho apabullante con la "revolución de los neocons (curiosa afición conservadora al empleo de términos de la tradición izquierdista) y aspecto visible de eso que José ("Pepín") Vidal Beneyto ha analizado en una serie en El País llamada "La derechización del mundo". Cabe interpretarlo como una sustitución de la hegemonía ideológica de la izquierda por la de la derecha.

Conocemos algunos datos significativos. Parte importante de la argumentación neoconservadora ha sido obra de intelectuales izquierdistas que se han pasado a la derecha. Son los extrotskystas estadounidenses, varios antiguos sesentyocheros franceses o los viejos comunistas y hasta "prochinos" españoles. Ya me permití señalar en un post anterior de la serie este interesante fenómeno psicológico/sociológico de la mutación colectiva de racimos de intelectuales antes marxistas, marxistas-leninistas o corrosivos sesentayocheros que sientan hoy plaza de conservadores, tradicionalistas y hasta reaccionarios. A las razones allí apuntadas cabe añadir otra, la de la tendencia intelectual a decir una cosa y hacer otra, a criticar el conformismo y practicarlo, a oponerse al caciquismo y clientelismo y valerse de ellos con frenesí, a valorar la rebeldía del individuo y recitar prontuarios de doctrina.

Sean cuales sean las razones, una de las consecuencias más obvias de ese trasvase masivo es que los teóricos de la derecha conocen y emplean el aparato conceptual de la izquierda porque lo manejaron "desde dentro", igual que José Martí conocía las entrañas del "monstruo" por haber vivido en su interior. Precisamente el concepto que mejor han sabido utilizar en su beneficio ha sido al gramsciano de "hegemonía". Las derechas han comprendido la sabiduría "técnica" que se encerraba en las famosas palabras de Goebbels en el VI Congreso del Partido Nazi en Nürberg, Alemania:

"Está bien tener un poder que descansa sobre los fusiles. ¡Pero es mejor y más satisfactorio ganarse el corazón del pueblo y conservarlo!
Digo "técnica" porque eso, en principio, puede predicarse en pro de las más diversas y hasta contrapuestas doctrinas, esto es, "convencer" en lugar de "vencer". Pero eso ¿cómo se hace? Como lo hacía Herr Goebbels: valiéndose de los medios de comunicación, de la prensa y la radio, organizando y adoctrinando a los "camaradas" intelectuales, orientando a los "camaradas" artistas. Como en la Unión Soviética, en definitiva, en donde había una "ciencia proletaria" y una "justicia de clase" en todo equivalentes a la "ciencia aria" y la "justicia de la raza". En definitiva, mediante el empleo de lo que el marxista gramsciano Althusser llamaba "aparatos ideológicos del Estado" que por supuesto incluían a la universidad, importante centro de fabricación de ideología y doctrina.

La lucha es por "el corazón del pueblo". Por supuesto, también se recurre a los fusiles (los "aparatos represivos del Estado" en la terminología althusseriana) cuando se estima preciso. De momento, sin embargo sólo se estima preciso en la periferia del imperio, en Irak, distintas partes de África, Oriente Próximo, etc. En en el centro, en las viejas metrópolis, todavía se juega al juego de la hegemonía ideológica entre otras cosas porque la derecha puede ganarla y, de hecho, la gana. Testigos, Bush, Sarkozy, Merkel, Berlusconi (hoy de sabático), el giro al conservadurismo en algunos países nórdicos, el reinado des deux pères Ubu en Polonia. Una derecha que ha hecho una amalgama de valores tradicionales conservadores con otros del liberalismo tradicional, formando una especie de vademécum mal avenido que se compone, entre otras cosas, de religión, familia, tradición, autoridad, moral sexual, darwinismo social, individualismo, competitividad, relativismo, pragmatismo y hasta laicismo.

La amalgama se ha impuesto como conciencia de la época a través de tres aciertos dignos de consideración: la retórica, el contenido y la forma:

  • La retórica: es muy de ver cómo el establishment ideológico neocon presenta su empeño como la lucha del David conservador contra el Goliat izquierdista cuando la realidad hace ya muchos años que es la contraria. Las universidades occidentales son hoy centro de fabricación de ideologías conservadoras, como el proceloso mundo de las Fundaciones o los think tanks y, desde luego, los omnipresentes medios de comunicación. ¿Hay algo parecido al imperio Murdoch en la izquierda? ¿Algo similar al Bild Zeitung en Alemania? ¿Al imperio mediático de Berlusconi en Italia? ¿Cuantos medios de derechas hay en España? ¿Cuántos de izquierda? Sólo conozco un periódico de cierto porte de izquierda en Francia, Libération y, tras la crisis económica, la compra por Rothschild y el cese del director, July, tampoco lo es ya. En España no hay ni uno. El País es un diario de centro-derecha liberal que, claro, al lado de los trogloditas de la derecha, casi parece furibundamente anarquista. La izquierda carece de medios, mientras que la derecha los tiene todos. Porque si de televisiones hablamos...

  • El contenido. En la posmodernidad, que ha decretado la muerte de los "grandes relatos", de los sistemas congruentes, cerrados, omniexplicativos y consagrado el imperio de lo efímero, fragmentario, disonante y contradictorio, como herencia ilustrada de desconfianza frente a los dogmas, no se ve con malos ojos la disonancia cognitiva que se manifiesta cuando el PP español, por ejemplo, afirma ser un partido laico, es decir, repica y, al mismo tiempo, va de monago en la procesión. Tampoco que el señor Sarkozy diga que hay que desregular y dar cancha libre a la iniciativa privada mientras promete mantener el llamado "modelo social francés". El contenido se ha hecho tan fragmentario, débil e insignificante como una videojuego.

  • La forma. La derecha parece haber aceptado el principio de legitimidad democrática (que se basa en la regla de la mayoría, consagrada en la preeminencia del Parlamento en el juego institucional), a pesar de que tradicionalmente ha preferido la legitimidades dinástica y carismática. Aquí se da otra de las disonancias cognitivas más llamativas, la que rechina en la fórmula de "monarquias parlamentarias", consagrada en los textos constitucionales, conjuntamente con su hermano el oximoron de "monarquías democráticas". Ello no obsta para que la derecha siga su sorda batalla por vaciar de contenido a la democracia valiéndose para ello de una sistemática deslegitimación del Parlamento. La Asamblea Nacional francesa de la Vª República, como se sabe, no tiene reservada la plena competencia legislativa y, en otros países, por ejemplo en los EEUU, se insiste en detraer de los poderes parlamentarios competencias decisivas en la función de dirección política, especialmente la de presupuestación, a base de imponer un límite constitucional a la capacidad del Congreso para aprobar presupuestos con déficit. Un principio que se ha convertido también en requisito y exigencia para los países de la EU que, cuando pasan de ciertos límites incurren en procesos sancionadores, aunque no siempre porque aquí opera la ley del embudo, esto es, según quien incurra en el comportamiento sancionable.

    La hegemonía de la derecha en el mundo occidental (en el caso de otros "mundos" podría debatirse, pero no me parece descabellado considerar que el Islam, de traducirse a términos políticos occidentales, se sitúa en el conservadurismo y me quedo corto) se ha desplegado en un frente muy agresivo de crítica a la izquierda cuyos principales argumentos consideraremos mañana.

  • En manos del pasado.

    En el corazón del Madrid de los Austrias, a escasa distancia de San Francisco el Grande, tiene mi amigo Ramón Adell (en la foto, con un servidor; el otro es Héctor) en un viejo y agradable local, un tesoro documental e iconográfico, una impresionante colección de publicaciones, folletos, panfletos, carteles, estampas, cromos, fotos, cintas, videos, pins, clips, insignias, medallas, bolígrafos, ceniceros y todo cuanto pueda imaginarse correspondiente a los años de la transición española. Parece mentira que en tan angosto espacio (aunque sabiamente distribuido) quepa encontrar tanta muestra viva de una realidad muerta.

    En mitad de la acumulación, Ramón, que es uno de esos estudiosos que ha convertido su vocación en una devoción y ésta en una obsesión, parece desmaterializarse, proyectarse sobre el objeto que saca de un cajón, acariciándolo con la palabra, como si lo descifrara. Iba a decir eso tan socorrido de que en el local ramoniano (sí, sí, porque algo de "ramoniano" tiene esa afición por los objetos, algunos de los cuales, una plancha de hierro, o una careta antigás de la primera guerra mundial recuerdan readymades), parece detenerse el tiempo. Pero no es verdad; el tiempo se detiene y se solaza en el exterior. En el interior se agita y sobresalta, vuela hacia atrás y hacia delante, como en una misteriosa navette, viaja desde un diploma formado de puño y letra por los golpistas del 23 F a una foto actual del rey en traje de campaña, y retorna a una placa del somatén franquista. Porque, una vez que te has aventurado por los recovecos de la memoria, puedes ir a buscar las raices de la transición a la dictadura de Primo.

    En el mes de junio, con motivo del trigésimo aniversario de las primeras elecciones democráticas, Ramón inaugura una exposición de su material en el centro de la UNED de "Escuelas Pías" en Lavapiés. Ya avisaré con anterioridad, por si alguien se anima a ir. He visto las dispositivas del material y merecerá la pena.

    El espíritu coleccionista se reproduce por mitosis cuando encuentra otro objeto de su pasión en torno al cual general un nuevo núcleo. Así, el tesoro iconográfico de la transición española comparte ya espacio con uno muy distinto, aunque relacionado con él por el proceso que simboliza: la transición rusa. En la primera foto, la vitrina del fondo exhibe una abigarrada colección de insignias, pins, medallas y medallones soviéticos y si se mira con atención en la segunda foto, en un anaquel del fondo, justo encima de la cabeza de Ramón, se vislumbra una matrioschka ucraniana cuyo personaje exterior es Viktor Yushchenko. La orden de Lenin, la orden de Octubre...como quien dice la Orden del Imperio Británico, la de Alfonso X el sabio con la diferencia de que aquellas son muestras en noble metal de un Estado que se ha desvanecido como la Atlántida, dejando tras de sí una variadísima chatarra simbólica que Ramón recoge, ordena y clasifica con la misma meticulosidad con que Rousseau recogía hierbas del campo.

    El Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

    La sentencia del TEDH dando la razón al recurso presentado por Rafael Vera contra su condena en el Tribunal Supremo español equivale a una oleada marina que afecta de lleno a la Justicia española. Sin efectos jurídicos directos, plantea una cuestión moral que debiera provocar algún tipo de reacción.

    De entrada, desde luego, quienes sin hacer ninguna concesión a los GAL defendimos siempre que el proceso contra Vera y Barrionuveo era injusto, ya desde la vengativa instrucción del juez Garzón; quienes pensamos que la sentencia del Tribunal Supremo era injusta porque se condenaba a los acusados sin pruebas materiales incontestables y en base a unos careos entre Sancristóbal y García Damborenea por un lado y José Barrionuevo, ex-ministro del Interior, por el otro, donde el tribunal apreció subjetivamente la culpabilidad de Barrionuevo estamos de enhorabuena, aunque la sentencia sólo afecte al señor Vera, que es quien ha recurrido.

    Ya nadie podrá devolver a Vera y Barrionuevo el tiempo que perdieron en la cárcel pero ahora caben varias posibilidades: andar con mayor precaución en el nuevo e inmediato proceso que espera al señor Vera; buscar el modo que jurídicamente sea viable para reponer al señor Vera (y, por extensión, al señor Barrionuevo) en el ejercicio de sus derechos quebrantados y de su dignidad lesionada, con pública exposición de aquel clima de acoso que desde unos medios (siempre los mismos, empezando por El Mundo, como hoy) llevaron a una administración torcida de la justicia, y caiga quien caiga; analizar la función de los medios de comunicación y su colusión con los políticos que llevó a una situación tan irrespirable en la que, en buena medida, la sentencia venía ya preescrita en las intervenciones del poder político. ¿O nadie recuerda al señor Álvarez Cascos, vicepresidente por entonces del Gobierno, declarando que si el Supremo no fallaba en el sentido que a él y a los suyos convenía defraudaría a la sociedad?

    Y una última cuestión: ahora resulta que quienes se solidarizaban a las puertas de la cárcel de Guadalajara no sólo no eran cómplices, como han estado insinuando políticos y periodistas de la derecha, sino ciudadanos dignos que protestaban contra los abusos.

    No sé cómo, pero hay que hacer algo porque se reconozca públicamente la ignominia de aquellos años y cada cual quede en el lugar que le corresponde. Quienes orquestaron tamaño atropello, desde el juez Garzón, hasta el periodista Ramírez, pasando por los políticos del PP que lo alentaron y se beneficiaron de él, no pueden irse de rositas.

    divendres, 11 de maig del 2007

    Reflexión sobre la izquierda (IV).

    Una de las opiniones más extendidas sobre la consecuencias de las recientes presidenciales francesas es que el Partido Socialista tendrá que "refundarse" y decidir si trata de mantener su espacio propio y abrirse a los centristas de Bayrou (al fin y al cabo, una derecha civilizada) o busca un terreno común con las formaciones a su izquierda, comunistas, trotskystas, alterglobalizadores. Es un dilema característico de la socialdemocracia desde hace mucho tiempo, prácticamente desde que, a raíz de la Iª Guerra Mundial, la IIª Internacional se escindió, dando lugar a la IIIª, la comunista. Ayer quedé en postear sobre las diferencias dentro del campo de la izquierda, especialmente socialdemócratas y comunistas.

    Esa tensión en la socialdemocracia estalló inmediatamente después de la muerte de Engels, en 1895, en el llamado "debate del revisionismo". Bernstein y otros sostenían que el fin revolucionario, la sustitución de la sociedad capitalista por la socialista, era irrealizable y que la socialdemocracia debía actuar con criterios reformistas, pero sin cuestionar el capitalismo. Rosa Luxemburg, Karl Liebcknecht y otrxs, mantenían que eso era una traición y que el partido debía preservar su objetivo revolucionario. Las dos tendencias convivieron mal que bien dentro del partido que tenía dos programas, el "máximo" y el "minimo". Algo parecido pasó con el PSOE en los años treinta, en su seno convivían un alma reformista y un alma revolucionaria.

    La ambigüedad socialista se resolvió por fin en el caso alemán cuando en el famoso congreso de Bad Godesberg, en 1919, el SPD aceptó el capitalismo. Era manifestar por escrito lo que ya practicaban muchos partidos socialistas europeos, esto es, la economía de mercado, la democracia no estaban en discusión. Frente a ellos, los comunistas mantuvieron el fin revolucionario y, aunque participaban en la política democrática, seguían pensando en la democracia como una etapa hacia el socialismo, que presuponía la abolición del capitalismo y del mercado. Se trataba de una izquierda revolucionaria. Mientras existió el bloque de los países del llamado "socialismo real", se mantuvo este enfrentamiento entre las dos fuerzas de la izquierda. Hubo un intento de desligar a los comunistas occidentales de los países comunistas a través de una propuesta que se llamó "eurocomunismo" en las años setenta y que, en lo esencial, consistía en presentar partidos comunistas que aceptaran la democracia como un fin en sí mismo. El intento, especialmente en Italia, Francia y España, tropezó con el inconveniente de que ese espacio político estaba ya ocupado por el socialismo democrático.

    Al hundirse el bloque soviético, a comienzos de los años noventa, se abrió una crisis de supervivencia en los partidos comunistas que se habían quedado sin referente. Desde entonces el comunismo en las sociedades democráticas ha ido perdiendo presencia y relevancia políticas. No siendo capaces de dar una explicación del hundimiento del "socialismo realmente existente" (que había dejado de existir como por arte de magia), ni de justificar su existencia o explicar su programa a partir de ese momento, unos partidos comunistas simplemente se disolvieron, otros se "refundaron" a veces como grupos meramente testimoniales y otros entraron en alianzas electorales con otras formaciones de izquierda para hacer lo que el coñac según el famoso poema de garcía Lorca, que "se disfrazó de noviembre para no infundir sospechas".

    Esa es la diferencia entre las dos izquierdas occidentales: el socialismo no cuestiona el capitalismo, el mercado y la democracia y se concibe como una izquierda reformista y el comunismo sí cuestiona el capitalismo y el mercado, pero no, en principio, la democracia, en lo que constituye una formulación inverosímil e imprecisa. Forma parte de esta dicotomía el hecho de que los comunistas suelan negar la condición de "izquierda" a los socialistas por haber abandonado la finalidad revolucionaria anticapitalista y los socialistas, a su vez, nieguen esa misma condición de "izquierda" a los comunistas por entender que no son democráticos.

    Desde el punto de vista de este humilde bloguero ambas formas son la izquierda, lo que sucede es que la propuesta revolucionaria es hoy una perspectiva bastante confusa en las sociedades capitalistas avanzadas sobre la que pesa el colapso del sistema soviético y que no hace ganar elecciones, mientras que el socialismo reformista tiene una tendencia recurrente a dejar de lado sus políticas reformistas y adaptarse a las exigencias del guión del mercado capitalista.

    El ejemplo más claro de lo anterior puede verse en los avatares del Estado del bienestar. La fórmula es claramente socialdemócrata y socialdemócratas (junto a democristianos en muchos casos) quienes la pusieron en marcha y cosecharon grandes éxitos en la segunda posguerra. Pero también fueron socialdemócratas (en la estela de los neoliberales) quienes, a partir de los años ochenta, reformaron drásticamente los Estados del bienestar y privatizaron prácticamente todos los sectores públicos en las economías capitalistas.

    Y en ese juego entre una izquierda democrática reformista y mayoritaria, que alterna gobiernos con la derecha y, a veces, en alianza con ella, y la izquierda revolucionaria, minoritaria sin esperanzas reales de formar gobiernos como no sean locales, se mueve hoy la polémica entre la izquierda y la derecha actuales acerca de lo que dire algo mañana.

    "Tory" Blair se retira.

    El señor Blair dijo ayer que el 27 de junio presentará su dimisión como Primer Ministro (PM) a la Reina. Pone así fin a 10 años de mandato en los que ha ganado tres elecciones generales con mayorías abrumadoras las dos primeras, esto es, 179 diputadxs en 1997 y 164 en 2001, y muy holgada en 2005, de 66 diputadxs. Ha sido el PM más joven del Reino Unido y el socialista que más tiempo seguido ha gobernado. Vino abanderando una concepción del "nuevo laborismo" llamada Tercera vía, básicamente teorizada por Anthony Giddens y que, en lo esencial, era el tradicional pragmatismo anglosajón aplicado al mundo de hoy.

    Muchxs dirán que Blair será recordado por haber puesto al Reino Unido al servicio de la política exterior de los EEUU y, sobre todo, por su participación en la criminal aventura del Irak, acerca de lo cual, el PM ya en funciones dijo que había hecho "lo que creía era justo". Es posible, pero nunca se sabe quién sí y quién no será recordado y por qué motivo. Aparte de su desastrosa política exterior también se le echa en cara su política económica, considerada una continuación del thatcherismo, aunque haya tenido la suerte de haber coincidido con un ciclo de coyuntura alta, lo que ha permitido mitigar los malos efectos sociales de todo thatcherismo.

    Pero Blair también ha sido el PM de otros actos de gobierno por los que asimismo merece ser recordado: en primer lugar, la implantación del salario mínimo, del que Gran Bretaña había carecido hasta entonces. Y no menor importancia, a mi juicio, tiene su reforma constitucional, es decir, la reforma de la Cámara de los Lores que se ha democratizado y la "devolución" (esto es, descentralización política) de poderes a Gales y Escocia, que aún no tienen ni una parte de las competencias que tiene en España el País Vasco. Y, en este terreno, su logro más importante ha sido la pacificación del Ulster.

    ¿Pesarán todos estos aciertos lo suficiente para contrarrestar el baldón del Irak en la memoria de las gentes? El tiempo lo dirá. Lo que está claro es que se va un hombre que ha marcado una época, un "animal político" pleno al que quizá perdieron sus "malas compañias", los señores Bush y Aznar. ¿A quién se le ocurre?

    Blogorismos.

    La alcaldada.

    Leo en el InSurGente que el alcalde del PSOE de Espera (Cádiz), Luis Fernández Jurado, piensa rifar un piso entre quienes asistan a sus mítines. Y ha habido gente que ha cuestionado el carácter reciamente español del PSOE; que si la E de las siglas ya no priva o que si el partido quiere entregar España al enemigo. Rumores falsos, alarmismos. ¿Hay algo más español que una buena alcaldada?


    Los candidatos

    Ayer vi en TeleMadrid el debate de los tres candidatos a la alcaldía de la capital. Vaya sobo que dio Ruiz Gallardón al señor Sebastián. Pero ¿cómo se le ocurre a este paracaidista poner en solfa la dedicación del alcalde a los asuntos madrileños? El señor Sebastián no es ni concejal y al otro le han salido los dientes prácticamente dedicado al Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, a veces como oposición, a veces como gobierno. Lo habrá hecho mejor o peor , pero lo ha hecho. No, en política no vale todo.


    En huelga de hambre.

    El señor Julián Muñoz, exalcalde de Marbella, hoy en la cárcel, ha cesado en su huelga de hambre a menos de una semana de haberla comenzado, de un modo tan inexplicable como inexplicable fue su comienzo. Han tomado el relevo cuatro de los acusados en el juicio del 11-M, tres presuntos autores intelectuales (sic) y un supuesto autor material. Ya veremos cuánto aguantan estos, aunque por sus costumbres religiosas estarán, supongo, acostumbrados a ayunos y penitencias. Pero una cosa es el Ramadán y otra no probar bocado durante días y días y días y sin un motivo claro que lo justifique. En fin, que Alá los ilumine que no sé yo si las huríes los querrán famélicos.

    dijous, 10 de maig del 2007

    Reflexión sobre la izquierda (III).

    Abordamos ahora la cuestión pendiente de qué sea la izquierda y qué la derecha. Como carecemos de una definición nítida, universalmente aceptada, cosa frecuente en el vocabulario de las ciencias humanas, tendremos que tratar de construir una concepto razonable y distintivo. Para ello volvemos al momento histórico en que aparece el término, la Asamblea Nacional de la revolución francesa, nos preguntamos qué defendía cada uno de los dos bloques y el asunto está claro: la derecha defendía el mantenimiento del ancien régime, con el Rey a la cabeza y la izquierda defendía su abolición, con el Rey también a la cabeza.

    Pero ese debate ya no es actual. Al ancien régime se lo ha llevado el vendaval de la historia, aunque parte de la izquierda sigue cuestionando la Monarquía allí en donde existe. Y, sin embargo, según vemos, sigue habiendo izquierda y derecha. No es buen camino, por tanto, tratar de buscar nuestro concepto en el qué se debatía tanto como en el cómo se debatía, esto es, bajo qué presupuestos. Para la izquierda el ancien régime era injusto porque consagraba privilegios y, por ende, desigualdades. Esa injusticia no era parte del orden inmutable de las cosas, del orden "natural" o de la voluntad divina, sino producto de la actividad de los seres humanos y de las relaciones entre ellos y cabía ponerle remedio, eliminarla, mediante la acción de esos mismos seres humanos, cambiando las dichas relaciones entre ellos. Frente a esta concepción, la derecha no experimentaba el régimen de privilegios como injusto, lo consideraba parte del orden natural (o divino) de las cosas y no pensaba que fuera necesario transformarlo mediante la acción humana. Es más, tenía la peor opinión de las teorías que justificaban tal intervención que pronto se conocería con un nombre que hizo fortuna a lo largo de los 200 años posteriores, la revolución. Basta leer las diatribas de Edmund Burke, pensador conservador por antonomasia en contra de las aberraciones "anarquistas" de las declaraciones de derechos a las que otro conservador, Jeremy Bentham, llamaba "falacias anarquistas".

    Ahora sí, ahora parece que hemos encontrado unos criterios que permiten distinguir la izquierda de la derecha por encima de las cuestiones contingentes de la historia y atribuir el marchamo de izquierda o derecha a comportamientos anteriores a la revolución francesa (recuérdense las palabras del Manifiesto del Partido Comunista) y posteriores a ella, hasta el día de hoy. La izquierda cuestiona el orden existente cuando lo considera injusto, consistiendo la injusticia básicamente en las desigualdades entre las gentes, cree que dicha injusticia es resultado de la organización social y propone cambiar ésta al estar convencida de que ello es posible.

    Y esta forma de razonar ¿qué es? Tampoco estamos muy seguros. El término ideología no es muy feliz. Los marxistas le dieron un tinte poco recomendable al vincularla con las condiciones materiales de existencia y, en definitiva, equipararla a una forma de conciencia falsa. Como nadie quiere tener una "conciencia falsa", la ideología era siempre la que tenía el adversario y no uno mismo. Tampoco la versión, digamos vulgar, no marxista, de ideología como conjunto más o menos congruente de ideas tuvo mejor fortuna desde que Daniel Bell y otros, a veces muy conservadores y hasta ultrarreaccionarios, como Gonzalo Fernández de la Mora, diagnosticaron el fin de las ideologias en la época feliz del capitalismo desarrollado y la sociedad de consumo. Más wagneriano, Fernández de la Mora lo llamaba el crepúsculo de las ideologías. Recuérdese la anécdota de los años 7o: "¡Afíliate al Partido Comunista! ¿Y qué hago con el seiscientos?"

    Si la izquierda (y la derecha) no son ideologías, ¿qué son? Algo así como "concepciones del mundo", "cosmovisiones", Weltanschuungen, en la medida en que este concepto filosófico diltheyano ha ido, digamos, popularizándose y convirtiéndose un poco en un término "passepartout": una forma de ver las cosas, que tiene tanto que ver con las cosas mismas como con nuestra forma de ser, la educación que hemos recibido, la socialización que hayamos tenido, las Erlebnisse de Dilthey, traducidos por Ortega como vivencias de cada cual. Si no se toma como un abuso del autor de La rebelión de las masas, podría entenderse como un sistema de ideas y creencias al mismo tiempo, entendiendo las creencias, ya se sabe, como aquello en que "se está".

    Se es de izquierdas y "se está" en la izquierda, lo cual quizá ayude a entender ese curioso y muy frecuente fenómeno de que, en el curso de la biografía de las personas, un porcentaje apreciable de éstas evoluciona de la izquierda a la derecha. No me refiero a evoluciones dentro del Lager de la izquierda entre posiciones, digamos, más o menos moderadas, sino un vuelco completo, un cambio de concepción del mundo o Weltanschuung de la izquierda a la derecha, una experiencia estadísticamente frecuente en nuestras sociedades, que no se compensa, sin embargo por unas trasferencias similares en el otro Lager. Los cambios de la izquierda a la derecha son muy frecuentes; los de la derecha a la izquierda, escasísimos. Volveré sobre los casos prácticos de esta mudanza dentro de un par de posts. Aquí me limito a dejar constancia de que sucede y la única explicación que se me ocurre es que, como son cambios biográficos que suelen caracterizar a la juventud y la edad madura (no hay cuidado, que no vuelvo sobre las edades de la vida, aunque son muy ilustrativas al respecto) parece obvio que la cosmovisión juvenil es más proclive a la izquierda que la madura. ("Quien a los veinte años..., etc).

    Lo que me interesa ahora y será objeto del post de mañana, es investigar las transformaciones y cambios dentro del campo de la izquierda y específicamente, las relaciones entre sus dos mayores corrientes en la parte más importante del siglo XX, esto es, los socialdemócratas y los comunistas, tratando ambos de responder a la cuestión de qué actitud se adopta ante el capitalismo (el equivalente del ancien régime al día de hoy y qué sentido tiene que ambas corrientes se nieguen mutuamente el derecho a autodesignarse como izquierda.

    Satánicas sotanas.

    Monseñor Fernando Sebastián, Arzobispo de Pamplona se ha pasado veinte pueblos, recomendando a sus feligreses que voten por:

    "Comunión Tradicionalista Católica, Alternativa Española, Tercio Católico de Acción Política, Falange Española de las JONS."
    Si ya está mal que los curas digan a la gente lo que tienen que votar, peor lo está que, además, le digan que vote a la extrema derecha. Vamos, que suena a nacionalcatolicismo del 39.

    Monseñor Sebastián se queja de que sus palabras se han sacado de contexto. Es la excusa que ponen siempre quienes meten la pata cuando se les calienta la boca. También la señora Botella, esposa del señor Aznar dice que las palabras de su marido se han sacado de contexto. Pero eso es imposible porque las palabras de Aznar nunca tienen contexto pues suelen ser unas memeces achuladas y entrecortadas que carecen de toda estructura y relación interna. En el caso del Obispo sí hay contexto y Monseñor Sebastián añade a su petición de voto una consideración que parecería animar a un voto meramente testimonial:

    "Todos ellos son partidos poco tenidos en consideración. Tienen un valor testimonial que puede justificar un voto. No tienen muchas probabilidades de influir de manera efectiva en la vida política, aunque sí podrían llegar a entrar en alianzas importantes si consiguiesen el apoyo suficiente de los ciudadanos católicos."
    Reintroducir el contexto en las observaciones de Monseñor Sebastián sólo indica que la gente puede pronunciarse sobre si Monseñor Sebastián es un fascista o un merluzo o ambas cosas a la vez. En todo caso, me apunto a la campaña de no pagar a la Iglesia en la declaración de Hacienda que ha puesto en marcha Manuel Rico y he sacado de su blog, Periodismo incendiario.