En el corazón del Madrid de los Austrias, a escasa distancia de San Francisco el Grande, tiene mi amigo Ramón Adell (en la foto, con un servidor; el otro es Héctor) en un viejo y agradable local, un tesoro documental e iconográfico, una impresionante colección de publicaciones, folletos, panfletos, carteles, estampas, cromos, fotos, cintas, videos, pins, clips, insignias, medallas, bolígrafos, ceniceros y todo cuanto pueda imaginarse correspondiente a los años de la transición española. Parece mentira que en tan angosto espacio (aunque sabiamente distribuido) quepa encontrar tanta muestra viva de una realidad muerta.
En mitad de la acumulación, Ramón, que es uno de esos estudiosos que ha convertido su vocación en una devoción y ésta en una obsesión, parece desmaterializarse, proyectarse sobre el objeto que saca de un cajón, acariciándolo con la palabra, como si lo descifrara. Iba a decir eso tan socorrido de que en el local ramoniano (sí, sí, porque algo de "ramoniano" tiene esa afición por los objetos, algunos de los cuales, una plancha de hierro, o una careta antigás de la primera guerra mundial recuerdan readymades), parece detenerse el tiempo. Pero no es verdad; el tiempo se detiene y se solaza en el exterior. En el interior se agita y sobresalta, vuela hacia atrás y hacia delante, como en una misteriosa navette, viaja desde un diploma formado de puño y letra por los golpistas del 23 F a una foto actual del rey en traje de campaña, y retorna a una placa del somatén franquista. Porque, una vez que te has aventurado por los recovecos de la memoria, puedes ir a buscar las raices de la transición a la dictadura de Primo.
En el mes de junio, con motivo del trigésimo aniversario de las primeras elecciones democráticas, Ramón inaugura una exposición de su material en el centro de la UNED de "Escuelas Pías" en Lavapiés. Ya avisaré con anterioridad, por si alguien se anima a ir. He visto las dispositivas del material y merecerá la pena.
El espíritu coleccionista se reproduce por mitosis cuando encuentra otro objeto de su pasión en torno al cual general un nuevo núcleo. Así, el tesoro iconográfico de la transición española comparte ya espacio con uno muy distinto, aunque relacionado con él por el proceso que simboliza: la transición rusa. En la primera foto, la vitrina del fondo exhibe una abigarrada colección de insignias, pins, medallas y medallones soviéticos y si se mira con atención en la segunda foto, en un anaquel del fondo, justo encima de la cabeza de Ramón, se vislumbra una matrioschka ucraniana cuyo personaje exterior es Viktor Yushchenko. La orden de Lenin, la orden de Octubre...como quien dice la Orden del Imperio Británico, la de Alfonso X el sabio con la diferencia de que aquellas son muestras en noble metal de un Estado que se ha desvanecido como la Atlántida, dejando tras de sí una variadísima chatarra simbólica que Ramón recoge, ordena y clasifica con la misma meticulosidad con que Rousseau recogía hierbas del campo.