Dicen los medios imperiales que las autoridades, la clase política en su conjunto en Madrid hizo el vacío a Puigdemont cuando este llegó a la Villa y Corte a exponer su punto de vista y pedir una negociación sobre el referéndum catalán. No es del todo exacto. En Madrid hay un gobierno en funciones que no gobierna y una oposición provisional, a cargo de una Comisión gestora que no se opone. O sea, no hay gobierno ni oposición. Hay un vacío. La ausencia de miembros del gobierno y personalidades políticas simplemente intentaba trasladar al lugar de la conferencia de Puigdemont la situación en que vive el país desde diciembre de 2015. Y como ya se sabe que la naturaleza tiene horror al vacío, el lugar se llenó en cambio de una nutrida representación del cuerpo diplomático europeo (y no solo europeo) acreditado en Madrid. Según los nacionalistas españoles (del gobierno y de la oposición) a nadie interesa lo que venga a decir a la capital el independentismo catalán. Según los embajadores presentes sí interesa en Francia, Inglaterra, Holanda, Suecia, etc. A cualquiera se le alcanza que es una táctica verdaderamente inepta. De eso va mi artículo de hoy en elMón.cat, cuya versión castellana incluyo aquí:
La mejor defensa es una buena huida
La visita de Puigdemont a Madrid, nuevo episodio del desencuentro entre el gobierno español y el de la Generalitat. Más que con el gobierno, el desencuentro es con el sistema político español en su conjunto. En el auditorio, en la sala, ni un miembro del gobierno, ni dirigente de su partido, ni del PSOE, salvo Gabilondo, nadie de C’s y nadie de Podemos, aunque luego almorzaran juntos los jefes, a modo de desagravio culinario. Es como si, en lugar de llegar a la capital y corte un presidente de una Autonomía en la que hay un proceso independentista en marcha, fuera un leproso llamando a las puertas de una ciudad. Nada de recibirlo, nada de tocarlo, ni escucharlo.
Pero Puigdemont no fue a Madrid a predicar en el desierto. Aunque a las autoridades no parezca interesarles qué tenga que decir el presidente de la Generalitat sobre el contencioso territorial más grave a que ha enfrentado España en mucho tiempo, había una nutrida representación del cuerpo diplomático, tanto de la UE como de fuera de ella. Le habrá costado un berrinche al ministro de Exteriores, pero allí estaban los embajadores de Gran Bretaña, Francia, Irlanda, Holanda, Bélgica Dinamarca y Suecia y otros. Con ello se envía un delicado aviso a los gobernantes y a la clase política española, muy nacionalista: los países europeos están ojo avizor con lo que suceda en Cataluña. Será difícil que pretexten asuntos internos si el conflicto toma aires poco tranquilizadores. No estamos jugando al parchís; estamos jugando con la estabilidad y la seguridad de la gente. Ningún gobernante despreciaría la ocasión de informarse de primera mano de los planes de su adversario o de medirse dialécticamente con él en público. Bueno, si es español, quizá sí.
Esta estridente disonancia, esta falta de cortesía y de talante democrático es patente. La tradición en Madrid es que el poder no transige, no negocia, no pacta. Se impone y ya está. Para ello se invoca la ley que, aparte de ser interpretable, es un puro juguete en manos del poder político orientado en contra del independentismo catalán. El mensaje que envía esta ausencia, mezcla de desplante y huida es de inseguridad, desconcierto y soberbia herida. ¿Cómo vienen estos catalanes en el siglo XXI a agitar espantajos del XIX?
Justamente, esa deserción colectiva invita a la consabida comparación con el avestruz que esconde la cabeza bajo tierra ante el peligro, una historia muy injusta con las avestruces pues en modo alguno hacen esa tontería, como no la hace ningún animal, sabedores de que no interesa perder de vista al enemigo. Los animales, no, pero la derecha, sí. ¿Qué Puigdemont va a Madrid como Moisés bajaba del Sinaí con las tablas del referéndum de la época? Con no estar allí, ojos que no ven y oídos que no escuchan no tienen por qué darse por enterados de lo que aborrecen y temen o temen y aborrecen al tiempo.
Pero los diplomáticos tomaron buena nota y ya habrán informado a sus cancillerías de que el líder independentista catalán se ha presentado en Madrid con ánimo conciliador y una propuesta de negociarlo todo. Excepto la celebración del referéndum en sí misma. Es referéndum sí o sí y dentro de uno de los síes está negociar todos los aspectos de pregunta, cómputo de votos, requisitos de participación, plazo para la celebración de un referéndum subsiguiente, etc. Si no hay nadie del gobierno español, ni siquiera de la oposición para darse por enterado, está claro que la contestación a las propuestas de Puigdemont solo puede entenderse como un “no”. “No” por ausencia, por deserción, por huida, pero “no” al fin y al cabo. Y ese “no” quedará apuntado en el haber del independentismo y en el debe español a la hora de sopesar los argumentos de una y otra parte ante alguna instancia neutral.
En el proceso de internacionalización del conflicto, que los independentistas llevan muy adelantado, han ganado importantes bazas a la hora de suscitar opinión popular e institucional en los países europeos. Los independentistas catalanes suman; los nacionalistas españoles restan.
Al no haber asistido ningún miembro del gobierno, este no se sentirá obligado a hacer siquiera mención de la presencia del Presidente de la Generalitat en Madrid y menos una declaración. Puigdemont se ha presentado en el palenque, pero el adversario no ha comparecido. Es un misterio cómo piensa el PP y el gobierno de Rajoy si, por fin, los socialistas lo hacen presidente, que se recoge la información, se intercambian las opiniones y los criterios si no es dialogando siempre que se tenga oportunidad.
Ya se ve: no hay interés por saber, informarse, discutir, negociar, llegar a un acuerdo. Lo hay por vigilar estrechamente, reprimir, procesar, quizá encarcelar. Y así hasta el fin de los tiempos. Es obvio que ningún país puede sobrevivir a la larga con un enfrentamiento de este calibre en su interior. Es obvio para todo el mundo excepto para el nacionalismo español que hay se alimenta de sus dos fuentes principales, la derecha y la izquierda.