La tensión crece por momentos en Cataluña con motivo de la formación del gobierno y la investidura de su presidente. El debate es intenso. También los cruces de acusaciones mutuas, las declaraciones de unos y otros, algunos exabruptos y muchos nervios. Los de la CUP se quejan de que las filas de JxS, mucho más numerosas, los presionan sin contemplaciones y los del JxS denuncian que los de la CUP proceden como hooligans, barbarismo inglés que, en realidad, quiere decir, "gamberros". Muchas lamentaciones son impostadas. Aun así, es conveniente atemperar el tono, sobre todo para no inferir heridas que luego sea difícil curar. Pero atemperar no es eliminar.
Cataluña es el único lugar del Estado el que hay un debate político en serio. Mejor dicho, dos: uno sobre Cataluña/España y otro sobre la CUP y JxS o lo que ambos representan. Y, lógicamente, en donde hay un debate en serio, hay pasiones y a veces los ánimos se caldean. Pero nada parecido a lo que se da en el resto del Estado. Allí el debate es inexistente. Los políticos son una manga de mediocres dispuestos a hacer de saltimbanquis y payasos por los platós televisivos para arañar votos diciendo bobadas, contando fruslerías, siendo triviales, chabacanos y bastante insoportables. Pero debates sobre asuntos de interés para la ciudadanía, cero. Luego están los medios, los analistas, especialistas, comunicadores, periodistas, tertulianos, opinion makers, una recua de sectarios vociferantes en su gran mayoría (no todos, desde luego) a sueldo de los partidos o chupando dineros públicos, insultando sin parar y creando un clima atosigante de difamaciones y falsedades sin cuento. Hay locutores que se comerían los micrófonos de rabia y algún día a alguno va a darle un infarto a fuerza de excitarse, acalorarse y querer comerse al adversario crudo. Es completamente ridículo pero es lo que hay.
Una diferencia abismal entre un país, Cataluña, en donde debatir tiene sentido porque hay razón y materia para hacerlo y así se hace con bastante cordura y civilización, aunque no suele faltar el habitual energúmeno que trata de zanjar las cosas a berridos y otro, España, en el que no hay debate porque nadie propone nada nuevo de verdad y donde el ámbito público está copado por jayanes tabernarios y trogloditas dispuestos a hacer méritos ante sus jefes y no dejar títere con cabeza.
No obstante, en Cataluña, en donde las posiciones respectivas de la CUP y JxS no parecen haberse movido nada desde las elecciones del 27 de septiembre, prácticamente ya se ha discutido y rediscutido todo, se han barajado todos los argumentos y contraargumentos y no quedan ideas nuevas por exponer ni propuestas no hechas con anterioridad. Los razonamientos se repiten y se repiten, sin variantes ni innovaciones. Y los dos bandos siguen encastillados. Los dos manejan buenas razones y no parece que ninguno de ellos tenga un argumento definitivo que deje al otro sin respuesta y le obligue a ceder. JxS insiste en presentar a Mas y está en su derecho. Mas se lo ha ganado, como lo reconoce todo el mundo y no es justo privar a un hombre que se lo ha jugado (y se lo está jugando) todo, de su objetivo de coronar su obra dirigiendo el proceso independentista. La corrupción de CDC no lo alcanza personalmente y sus otros inconvenientes (políticas neoliberales, recortes, autoritarismo en orden público) pertenecen ya al pasado. El presidente ha evolucionado desde el autonomismo colaborador con España a un independentismo sin ambages. Carece de sentido negarlo. JxS tiene mayoría y 62 diputados. Pero no tiene lo suficiente para imponer su criterio por su cuenta. Necesita aliados. Y quien quiere aliados ha de ganárselos. ¿Hasta dónde están dispuestos a ceder JxS para alcanzar el gobierno? Es cosa suya. Nadie puede obligarles y, si bien es cierto que se abren a la acusación de poner en peligro el gobierno y la República catalana por sus intereses de partido, lo mismo puede decirse de sus interlocutores.
La CUP insiste en no investir a Mas, como anunció antes de las elecciones y también está en su derecho. Han presentado numerosas propuestas alternativas y también su conducta es correcta. Si JxS no las acepta, la cuestión es suya, no de las CUP. Solo tienen diez diputados y se ven obligados a escuchar que no hay derecho a que diez diputados se impongan a 62. Quizá no lo habrá, pero también es lo que hay. Pueden hacerlo y quieren aprovechar su decena de escaños como palanca para conseguir concesiones del gobierno catalán que justifican porque, lejos de ser algo corrupto, responden a sus planteamientos reformistas radicales y justicieros. Gustará más o gustará menos, pero es así. Hablar de responsabilidad por ruptura de las negociaciones, incluso de traición al proceso son evidentes demasías. Nadie duda de la buena fe de la CUP y eso es algo que da mucha fuerza en las negociaciones. El domingo, la organización tendrá una asamblea en la que adoptará una decisión y esa decisión, de momento está abierta. Hay que respetar su espíritu y sus procedimientos.
A veces se oye que, si de verdad ambos estuvieran interesados en el proceso, Mas habría dado un paso atrás, permitiendo un gobierno de consenso y los de la CUP hubieran investido a Mas. Lo que importa es el fin, se dice, que trasciende el interés de los dos partidos. Sí, es cierto, pero no hay razón alguna para que, en el momento de hacer las concesiones, hayan de ser los de JxS o la CUP. Ambos están legitimados para hacer lo que hacen. Las críticas vendrán luego, si acaso, si el empeño fracasa.
Pero, de momento, no hay razón para suponer que, al final haya un fracaso. Quedan días, las negociaciones siguen, los debates también. La política es eso. Lo que no es política es lo que hay en el Estado, en donde el Sobresueldos no va a los debates pero sí a hablar de fútbol a una emisora de radio y el líder de la oposición, participa en uno de esos programas que es basura.
En estas condiciones de callejón sin salida o impasse lo mejor que puede hacerse es dejar a los interlocutores en paz y, si acaso, ayudar con alguna parábola, fábula o metáfora. En esta situación puede aprovecharse la película de 1969 de Sam Peckinpah, Mayor Dundee, interpretada por Charlton Heston y Richard Harris.
La historia: un mayor del ejército de la Unión en la guerra de secesión estadounidense, apartado del servicio activo por una decisión de sus mandos, es relegado al de un campo de prisioneros confederados, a las órdenes a su vez de un capitán que, en un tiempo, fue amigo de Dundee pero ahora es su enemigo a muerte. Cerca del campo, una banda de apaches, mandados por su jefe, el sanguinario Sierra Charriba, ha asaltado un convoy gringo y dado muerte a sus componentes. Dundee decide salir a capturar a los apaches, pero no tiene suficientes hombres. Pide entoncs a los confederados que se le sumen, prometiéndoles la libertad si triunfan y regresan con vida. Es posible que Sierra Charriba cruce la frontera con México y, si los soldados yanquies lo persiguen allí, pueden provocar un conflicto internacional. En todo caso, los sudistas aceptan el trato, como lo hace el capitán que los manda, quien lo formula ante Dundee de forma inconfundible: irán juntos hasta el infierno si es necesario en busca de Charriba pero, una vez prisionero o muerto el apache, será el enfrentamiento entre los dos. A muerte. Y así lo hacen. No relato el final por no destriparlo. Pero, llegados a este punto, el valor parabólico del relato es evidente:
Si no quieren sufrir una derrota humillante a manos del Estado, la CUP y JxS tienen que ir juntos hasta culminar su proceso y establecer la República catalana. Luego, será el enfrentamiento. A muerte, si quieren, si bien en estos tiempos más pacíficos no se llega a esos extremos.