Hay algo simbólico en la fecha del 9N. Tal día como hoy hace casi un cuarto de siglo caía el muro de Berlín, símbolo de la guerra fría. La República Democrática Alemana llevaba días, semanas, meses, en la incertidumbre, la confusión, el desconcierto que bordearon el caos en las horas anteriores a la caída. Nadie sabía nada, nadie daba órdenes, nadie era responsable y, al final, el comandante del check point de la Bornholmer Strasse ordenó por su cuenta a los vopos que abrieran la puerta. El muro que dividió Berlín durante 30 años acababa de caer. Triunfaba así el movimiento de autoconciencia progresiva de los alemanes orientales que los llevó a decidir por su cuenta bajo la consigna Wir sind das Volk, "somos el pueblo", sin olvidar que, en alemán, el mismo término designa "pueblo" y "nación". Algo parecido a la consigna de una de las diadas que ha desembocado en esta votación de hoy, som una nació, nosaltres decidim. Sí, hay algo simbólico.
En absoluto, tercia el nacionalismo español. Esa comparación es un dislate absoluto. Parece mentira que se comparen procesos radicalmente opuestos. Los alemanes se alzaron para unirse; los catalanes, para separarse. Aquellos querían abolir fronteras; estos, erigirlas. Aquellos querían librarse de la dictadura; estos quieren implantar la dictadura nacionalista. Todo eso es opinable; puede ser o no. Pero lo seguro en ambos casos es que se trata de movilizaciones sociales masivas, pacíficas, democráticas, que cuestionan un ordenamiento jurídico que consideran injusto, opresivo, incluso tiránico. Y que quieren decidir, autodeterminarse. Lo interesante es cómo respondió la autoridad encargada de imponer ese ordenamiento jurídico, cuestionado en sus mismos fundamentos constitucionales. Los alemanes cedieron sin más. Los españoles empezaron prohibiendo no ya que los catalanes se vayan o se queden sino el hecho de que puedan opinar sobre ello.
Desde el principio el gobierno fue taxativo: "la consulta, el referéndum, es ilegal y no va a celebrarse". Ni Quebec, ni Escocia ni mandangas. No y no. Artículo 2 de la Constitución Española de la que Rajoy es fiel custodio. No se sabe si lo de hoy es una consulta, un referéndum, una participación o un sondeo sui generis. Pero lo que, de momento, parece indudable es que va a celebrarse. De ser así, el gobierno tendrá que comerse sus palabras: la consulta se celebra.
Han fallado las amenazas directas, como cuando la vicepresidenta avisaba a Mas de que la fiscalía lo vigilaría con especial ahínco, algo que recuerda las admoniciones de los colegios de curas y monjas. También las más belicosas, aunque quedan algunos que, como el socialista Francisco Vázquez, ex-embajador en la Santa Sede, piden sacar los tanques a la calle, una providencia que las tradiciones patrias reservaban al generalato. Fracaso han cosechado las amenazas más sutiles y, en el fondo, más estúpidas, como la de ese ministro de Justicia que, buscando una salida de lo que llaman los expertos en negociaciones win-win, o sea, mutuo beneficio, promete que el Estado no actuará si la Generalitat se desmarca de la consulta y se la confía a la sociedad civil o a los coros y danzas. Tú haces mutis por foro y yo no envío los alguaciles. Ha faltado tiempo a Mas para ofrecerse al martirio responsabilizando a la Generalitat y, por tanto, a sí mismo de la convocatoria.
Ahora el astuto ministro Catalá habrá de mostrar en qué consiste la acción del Estado. Tema escabroso porque a ciencia casi cierta, nadie en este gobierno de gentes incalificables tiene la menor idea. Ni siquiera a quién compete qué, cómo y cuándo, lo que permite colegir el exitazo del cacareado título VIII de la Constitución.
Es tradicional asimismo en España la reacción de ridiculizar aquello que no se puede prohibir. "Los catalanes no van a votar porque eso es ilegal y antidemocrático". Los catalanes votan. ¡Ah, pero esa votación es un remedo, una farsa, un simulacro, un guiñol, carece de toda validez, eficacia y sentido! Es la línea en este momento. El mismo Rajoy que requería la acción del Tribunal Constitucional para prohibir o suspender un referéndum ilegal y lo llamaba así, es el que dice ahora con sorna y desprecio que “Lo de mañana ni es un referéndum ni es una consulta”. Piensa que es una chifladura, una cosa de locos y lo deja ver con su habitual diplomacia al esperar que el lunes"se recupere la cordura". En los fines de semana a los catalanes se les va la olla.
El desprecio que respira esta actitud es compartido por fuerzas sociales relevantes. El País interpreta la noticia para despistados: Cataluña celebra un 9-N inútil para definir su encaje en España. Inútil. En portada. Si para Rajoy los catalanes están locos, para El País son unos necios. Acompaña las baterías de portada con un torpedo en forma de editorial titulado Del 9-N al 10-N en el que, tras abroncar a Mas, la Generalitat, los soberanistas, por convocar un simulacro, una pamema, viene a decir lo mismo que Rajoy, esto es, algo así como "aquí no ha pasado nada, no hemos visto nada, no procederemos contra los responsables, vayamos al 10N, que es lo que importa". Haya cordura, negociación. Más o menos la melodía que interpreta una docena de columnistas de lo que antaño fue un periódico serio.
La táctica de cubrir de ridículo tampoco va a funcionar. La consulta catalana se sigue con gran interés en todo el mundo y la prensa internacional no envía 300 corresponsales a cubrir un simulacro, ni le dedica portadas y editoriales o programas de televisión. Doy fe porque hace dos días me preguntaron de una agencia de noticias sueca, TT. Tampoco van los observadores internacionales a presenciar verbenas.
Cuestionar, ridiculizar la consulta por sus deficiencias en materia de garantías democráticas es un buen golpe, pero tropieza con dos potentes contragolpes. De un lado, los catalanes han dado sobradas muestras de capacidad logística para organizar procesos similares con garantías razonables, pacíficos, muy concurridos, con asistencia de cientos de miles, millones de personas. La colaboración de las instituciones públicas con unas potentes organizaciones sociales, prácticamente desconocidas en el resto de España, lo posibilitan.
El segundo contragolpe funcionará hoy. Depende de la participación. Si votan dos o tres millones será un éxito; si lo hace medio millón, un fracaso. El debate estará entre medias. Y habrá que ver asimismo qué votan, si "no", "sí, sí" o "sí, no". Salga lo que salga, la votación es ya un triunfo. Y, efectivamente, tras el 9N llegará el 10N, a inaugurar una etapa nueva. Pero los mandatos de quienes se sienten eventualmente a negociar tendrán muy distinto valor según hayan sido los resultados de ese simulacro-farsa-pitorreo de la consulta que no es consulta pero sí es consulta.
Y una consulta que es el primer paso de la soberanía catalana puesto que se trata de un acto contrario a la voluntad del Estado y de la suspensión/prohibición del Tribunal Constitucional. No es posible predecir el resultado que dará un referéndum de autodeterminación cuando se haga pero sí está claro ya, en opinión de Palinuro, que no cabe seguir negando a los catalanes la condición de nación.
No una banda de chiflados, Rajoy, sino una nación, ein Volk. Con todos sus derechos.