Si un presidente o consejero delegado de una gran empresa reúne un día el consejo, a los accionistas, algún órgano colegiado que tome decisiones, y le espeta que se reserva el derecho a definir el interés de la empresa y que, en pro de él, está dispuesto a hacer "cualquier cosa aunque no me guste y haya dicho que no lo voy a hacer", todos entenderán que postula su derecho a mentir, que su palabra no vale nada y que tan pronto puede querer una cosa como la contraria. Y nadie, lógicamente, confiará en él.
Esa es la verdadera posición de Rajoy por declaración propia: reclama su derecho a mentir, a hacer lo contrario de lo que dice, siempre que sea por el bien de España. Y ¿quién define el "bien de España? El propio Rajoy. En función de esto puede mentir y faltar a la verdad lo cual, como sucede en la empresa privada, le resta todo crédito y toda confianza en el exterior y en el interior. En el interior se añade el hecho de que el auditorio sufrirá directamente las consecuencias de la incoherencia del presidente. No puede haber seguridad alguna porque la corrección del comportamiento se mide por la coincidencia con el criterio del gobernante. Pero si este lo cambia a su antojo, la seguridad se torna en inseguridad e incertidumbre y en una posición humillante, pues se está a merced de los cambios de parecer y las arbitrariedades del poderoso.
Este es el método de gobierno de Stalin, perspicazmente analizado por Tzvetan Todorov en sus trabajos sobre el totalitarismo. Stalin sostenía gobernar según unos principios marxistas-leninistas cuyo significado cambiaba arbitrariamente cuando le parecía, de forma que el único criterio por el que podían regirse los demás, desde los ministros del gobierno hasta el último koljosiano, era el parecer del todopoderoso georgiano que determinaba siempre la divisoria entre la verdad y el error con el incoveniente de que no era fijo y mudaba caprichosamente de forma que el ministro de hoy podía ser el zek (prisionero en el Gulag) o el fusilado de mañana.
El hecho de depender del mudable parecer del gobernante y no de la ley es lo que a juicio de Aristóteles distinguía a los bárbaros de los griegos, es el núcleo mismo de la tiranía, tanto más odiosa cuanto que el tirano no solo es tornadizo sino que se jacta de ello, como el inconsciente de Rajoy. Queda así claro que Rajoy tiene una mentalidad tiránica y autoritaria pues aquel que no respeta su palabra no puede respetar a nadie. Eso se le nota al presidente a la legua ya que su discurso, bastante elemental por lo demás, sigue empeñado en dividir a los españoles en dos grupos: el de quienes lo votan a él y son por ello "sensatos y con sentido común" (el 30%) y los que no lo votan (el 70%) que, al parecer, son unos insensatos carentes de sentido común.
Y eso en cuanto a las palabras. Los hechos pintan peor. Ahora dice Rajoy que no subirá los impuestos. Pero también lo dijo un mes antes de subirlos la última vez. Y, como reclama su derecho a mentir cuando le parezca, no hay seguridad alguna de que, en efecto, no vuelva a subirlos. Y quien dice subir los impuestos dice bajar los salarios, aumentar la jornada laboral, reducir las pensiones, eliminar servicios y prestaciones sociales, todo lo cual afecta de modo patente a las condiciones materiales de vida de la población que, por encontrarse en la incertidumbre sobre el comportamiento de Rajoy, no puede hacer cálculos racionales ni planificar su actividad a más de un mes porque quizá se encuentre con que en dos le hayan vuelto a subir los impuestos. La inseguridad, la incertidumbre se extiende al conjunto de la población que no puede organizar su vida según sus legítimas expectativas. La gente queda en una posición de supeditación al albur del veleidoso déspota y sufre un proceso de infantilización. Así es como todos los tiranos quieren a sus pueblos, sumidos en una beatífica infantilidad pues las decisiones que los afectan las toma el jefe, que sabe mejor que ellos lo que les conviene. Por eso, además, ¿para qué molestarse en debatir en el Parlamento? Se gobierna por decreto-ley, que es más rápido y contundente.
Rajoy no dice lo que va a hacer y, si lo dice, recuerda que se reserva el derecho a hacer lo contrario, pero pide a la gente que lo crea, ya que sabe lo que quiere (pero no lo dice), tiene un rumbo fijo (pero no lo muestra); que lo crea y tenga fe en él. Fe ciega. Quiere ser el caudillo carismático, el déspota que trata con una población asustada y convenientemente infantilizada. El hombre providencial con preclara visión que ahora anuncia que el próximo junio, es decir, dentro de nueve meses, parirán los montes.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).