dissabte, 1 de març del 2008

Las medidas del bienestar.

La Universidad de Alicante acaba de publicar un estupendo libro colectivo sobre el Estado del bienestar (en adelante, EB). Lo han hecho Salvador Salort i Vives y Ramiro Muñoz Haedo (El Estado del bienestar en la encrucijada, Alicante, 2007), recogiendo en él cinco trabajos de otros tantos especialistas sobre este tema de gran actualidad y trascendencia. Y cuando digo lo anterior probablemente me quedo corto. Al día de hoy, pasada la época de las confrontaciones ideológicas radicales, el debate político en las sociedades democráticas avanzadas occidentales versa casi exclusivamente sobre el EB. Si debe ampliarse, reducirse, reformarse, corregirse aquí o allá. En los programas de los partidos políticos, la mayor atención suele dedicarse a cuestiones directa o indirectamente relacionadas con él: las privatizaciones, las reformas fiscales (más o menos impuestos y qué tipos de impuestos), la atención a los servicios públicos, el régimen general de pensiones, etc son los temas prioritarios del debate actual.

Lejos quedan los tiempos en que la izquierda comunista consideraba que los EBs eran añagazas socialdemócratas para uncir al proletariado al carro de la explotación burguesa. Ahora, hasta las opciones políticas más radicales de la izquierda sostienen que es deber prioritario defender las conquistas del bienestar, la seguridad social, la contratación colectiva, etc, frente a la ofensiva desmanteladora de la derecha. Cuestiones como si el sistema de pensiones debe seguir siendo público o ha de privatizarse en mayor en menor medida son las más candentes en los actuales procesos democráticos.

Sobre todo ello contiene este libro interesantes y muy documentados trabajos que ayudan a hacerse una idea ajustada sobre la condición y el futuro inmediato del EB, con especial atención a España. Sin demérito de los demás me concentraré en los tres que me han parecido que pueden tener un mayor impacto en la controversia actual sobre esta forma de Estado.

En primer lugar, Antonio Escudero Gutiérrez publica un importante y madurado trabajo sobre La evolución del bienestar en España (1850-1991), un tema sobre el que ya tiene otras señaladas publicaciones y al que hace una aportación decisiva. El objetivo es ver si cabe llegar a un índice aceptable del bienestar. Para ello cruza el indicador tradicional de la renta por habitante, que es bastante insatisfactorio, con otros índices algo más complejos, en concreto, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del PNUD, el Índice Físico de Calidad de Vida (IFCV) y los datos antropométricos (en concreto, la medición de la estatura media de los mozos de reemplazo, que empezó a generalizarse a partir del Reino Unido en los años noventa) de los que disponemos series históricas que permiten observar la evolución. Como es sabido, el IDH conjuga la esperanza de vida, la tasa de alfabetización y la renta por habitante, mientras que el IFCV relaciona la esperanza de vida, la tasa de alfabetización y la renta por habitante. Si se cruzan estos índices con el primer indicador de la renta y se ordenan en aplicación del Borda rule que permite una clasificación ordenada sumando la clasificación relativa de los componentes individuales de los índices, se tiene una visión bastante ajustada de la evolución del bienestar en España. El autor reconoce que no hay un indicador sintético que recoja todas las dimensiones del bienestar (pág. 52), pero llega a una serie de conclusiones sumamente relevantes según el indicador que se emplee. Si es la renta, ésta aumentó entre 1850 y 1929, disminuyó entre 1930 y 1953 y creció considerablemente a partir de los años de 1960. El IDH muestra un crecimiento sostenido desde 1850 a 1991 (de hecho, hoy estamos entre los países de alto IDH), algo atenuado en el decenio de 1930. El IFCV muestra crecimiento atenuado en 1910 y 1930, mientras que los datos de estatura media se deterioraron en la segunda mitad del XIX (por la industrialización), luego subieron, volvieron a remitir entre 1930 y 1950 (guerra y posguerra) y están en franco crecimiento desde entonces. Añado de mi cosecha: se acabó el cliché del español cetrino y bajito.

Francisco Comín Comín publica un trabajo asimismo de sumo interés sobre El surgimiento y desarrollo del Estado del bienestar (1883-1980) que en sesenta apretadas páginas consigue dar una visión sintética de una materia tan procelosa por cuanto, como bien señala el autor, el EB no conoce obra doctrinal fundacional alguna, sino que ha ido creándose de forma empírica en distintos momentos históricos y lugares geográficos, adoptando formas muy diferentes. Toma como punto de partida la famosa obra de P. H. Lindert, Growing Public. Social Spending and Growth since the Eighteenth Century, Cambridge University Press, 2004, aceptando la clasificación de factores que el autor inglés considera decisivos en la evolución del EB: 1) democratización del sistema político; 2) envejecimiento de la población; 3) mayor afinidad de los votantes de las clases medias hacia los más pobres; 4) primera globalización; 6) cambio de actitud de los católicos hacia los programas sociales de los gobiernos (pág. 77). Pero luego lo somete a severa crítica pues cree que Lindert ignora la importancia de las guerras, no resalta la escasa función de las ideologías políticas y no explica por qué los católicos hayan de ser más importantes que los protestantes en esta cuestión. El autor aborda luego un cuadro histórico bien trabado que da cuenta del surgimiento y desarrollo del EB que, en la medida en que se le pueden poner nombres, serían los de Adolf Wagner y los "socialistas de cátedra" para el EB del período guillermino en la Alemania de Bismarck, el socialismo fabiano inglés y, por supuesto, el informe Beveridge (pág. 80), sin olvidar la influencia decisiva de Keynes. El cuadro incluye la extensión del sufragio, la crisis económica del decenio de 1930, la guerra, la globalización y la aparición de los impuestos progresivos, que considera determinante del EB (pág. 104). La evolución, pues, se articula en tres momentos: a) siglo XIX: beneficencia pública; b) 1880-1914: primeros regímenes de seguros sociales; c) segunda posguerra: la consolidación. (págs. 108-109). Si alguna crítica se le puede hacer a esto es la misma que el autor hace a Lindert pues tampoco concede gran atención al giro católico, decisivo para entender su aportación al gran "pacto de la postguerra" a partir de la formulación de la doctrina social de la Iglesia a la que Comín apenas hace referencia. No obstante, cabe subscribir su conclusión en el sentido de que es el EB el que ha garantizado la estabilidad de las sociedades industriales.

Por último, Rafael Muñoz del Bustillo Llorente publica un magnífico trabajo sobre las Perspectivas de la política social y de empleo en la UE que contribuye a refutar con contundencia empírica algunas de las falacias más generalizadas acerca de las supuestas insuficiencias del EB. Se pregunta el autor si existe un modelo social europeo, para llegar a la conclusión de que no, dado que en la UE la política social tiene muy distintas opciones en cuanto a los regímenes sociales. Procede luego a comparar ese no-modelo europeo con el de los EEUU y, por último aborda los retos de la UE. Para dilucidar el primer asunto esto es, la dispersión europea y si puede llegar a converger aplica el criterio de la convergencia sigma (que sigue el comportamiento de la desviación típica de la variable cuya convergencia se quiere estudiar) para llegar a la conclusión de que en el último decenio no se han reducido las divergencias europeas (pág. 137). En cuanto a la comparación entre el caso europeo y los EEUU, la centra en el comportamiento de los dos modelos respecto al desempleo, reconociendo que la incidencia de la alta tasa de paro en Europa (que se agudizó con la implantación de la Unión Monetaria) es una de las responsables de la euroesclerosis pero, luego de un detallado análisis, llega a la esperanzadora conclusión de que en los últimos años el empleo crece más deprisa en Europa que en los EEUU, con lo que es obvio que no se puede aceptar sin más la idea de que el EB sea incompatible con el funcionamiento del mercado (pág.140) por cuanto con los datos en la mano, tampoco cabe sostener que la política social tenga un impacto negativo sobre el crecimiento económico (pág. 147). En la tercera parte, sobre los retos, Muñoz de Bustillo muestra que la euroesclerosis no ataca por igual a todos los Estados miembros de la UE (pág. 145). En conclusión, también nuestro autor se remite a Lindert a quien cita para afirmar que los juicios respecto a la relación entre EB y desarrollo económico "responden fundamentalmente a las posiciones ideológicas, o a las predicciones sobre lo que pueda ocurrir en el futuro" (pág. 148). Pero luego añade una conclusión de su propia cosecha que este bloguero suscribe por entero: "...el objetivo de la construcción del EB nunca fue potenciar el crecimiento, sino proteger a los ciudadanos frente a determinadas contingencias como la pobreza en la vejez, la enfermedad o el desempleo y la exclusión social, de forma que es con respecto a estos objetivos con respecto a los que habría que evaluar al EB, y no en lo relativo a su contribución al crecimiento económico." (pág. 149)

La cita anterior muestra que el EB es un fenómeno complejo que debe considerarse desde una perspectiva pluridisciplinar. La mayoría de los autores de esta obra colectiva son economistas (excepto el último trabajo sobre el defensor del pueblo, que es de un jurista pero guarda escasa relación con el cuerpo central de la obra) y, salva la anterior feliz conclusión de Muñoz de Bustillo, tienden a dar una visión centrada en los factores económicos soslayando los políticos, las políticas públicas, etc. Por ejemplo, es llamativo que ninguno de los participantes en la obra cite una sola de Vincenç Navarro, probablemente la mayor autoridad española en materia de EB y políticas públicas. Por supuesto ello no desmerece en modo alguno el libro, pero pone de relieve la necesidad de que haya diálogos cruzados entre especialistas en un asunto tan complejo e importante como éste.