El País se esmera en la prudencia monárquica. El Rey asistirá este sábado a la manifestación de Barcelona, así, como el que no quiere la cosa, ocultando el episodio de la negativa de la CUP a asistir a una manifestación encabezada por el monarca. Al final, el Rey irá en el séquito, mezclado con la plebe.A la cabeza, los héroes brechtianos del momento, los que se enfrentaron directamente a unos hechos que no esperaban y salieron airosos.
Maliciándose lo peor, el gobierno no ha querido dejar solo al Monarca y ha decidido acompañarlo en bloque en tan difícil momento. Es un gobierno servicial, aunque bien tratado pues ha fletado un avión para el desplazamiento, nada menos que un Airbus 360, un bicharraco. Como sobra espacio, se ha invitado a volar a los presidentes de las CCAA y a todo tipo de dirigentes políticos, incluida la oposición y cargos variados. No va el presidente del gobierno, pero sí la vicepresidenta. En ese vuelo viaja casi al pleno el gobierno del Estado y con el único fin de arropar Felipe VI que, al no encabezar la manifestación, necesitará una guardia pretoriana que realce su augusta persona, esforzados paladines de la causa borbónica, desde los obsequiosos cortesanos estilo Pío García Escudero a los cortesanos algo más protestones, estilo Pablo Iglesias. Así que allá va de telonera la clase política, toda ella lealmente monárquica, a una tierra de fuerte sesgo republicano.
En el fondo de la confrontación Monarquía-República está la territorial España contra Cataluña. En su afán por proteger al Rey el gobierno y la clase política en conjunto no se dan cuenta de que están escenificando la enfrentada dualidad española con una nueva forma de imposición española está vez por aire. Un avión monárquico cargado de muchoespañoles que aterriza en un territorio a punto de realizar un referéndum para declararse República.